Familia.
—Es bueno finalmente conocerte Alberto, Luca nos ha hablado mucho sobre ti —le dijo Daniela Paguro mientras ponía unas bolsas de algas en su caparazón de tortuga.
Tras unas semanas de haberse conocido, y que Luca fuera descubierto por haber abandonado sus deberes de pastor, tuvo que confesar que no había estado en la Superficie, lo cual en sí era una mentira, ya que Alberto y él habían explorado la isla que estaba encima de ellos, por suerte estaba deshabitada, según Alberto hacía años que ningún humano se presentaba ahí, ahora ya no quedaban más que restos de lo que parecía ser una cueva humana, y uno que otro cachivache.
Pasaban la mayor parte del tiempo apreciando las plantas, respirando el aire, y viendo la gran cosa que brillaba en el cielo... bueno, más que nada la sentían, ya que las veces en que intentaron verla los ojos les ardieron.
Y Albero lo introdujo a una de sus actividades favoritas, saltar desde un acantilado, que era donde la tierra terminaba, pero no era como en la orilla donde uno podía descender de poco a poco hasta el fondo.
Oh no.
Esto era una caída libre.
—¡Llévame gravedad! —es lo que siempre gritaba antes de saltar.
Aunque al principio a Luca le pareció lo más aterrador del mundo, solo tuvo que recordarse que debía callar a Bruno, y funcionó, al saltar Luca se sentía más libre que nunca, invencible, lo cual era muy diferente a como solía sentirse la mayor parte del día.
Aunque la parte negativa de esto fue cuando sus padres se enteraron, por suerte Luca logró convencerlos que simplemente pasaba el día en la cueva marina de Alberto, después de todo, por más alocado que su nuevo amigo fuera, ni él estaba tan demente como para pasar todo el día en la Isla, al menos no hasta que el gran pez ascendiera; se disculpó por abandonar sus labores de pastor, y sugirió que invitarán a Alberto a cenar para que pudieran conocerlo.
A Daniela le gustó la idea, después de todo, debía estar segura de con quien pasaba el tiempo su hijo, Lorenzo solo siguió con el plan de su esposa, y abuela estaba encantada, quería conocer al muchacho del que su nieto tanto hablaba, además de abuela también era compañera de cuarto, así que solían platicar por las noches, seguros de que Daniela no los escucharía.
Y por eso es que los cinco estaban reunidos esa noche ahí, flotando alrededor de la mesa de piedra, iluminados por las medusas, y con una cena que consistía en algas y pescados, los cuales colgaban encima de la mesa, en un sujetador hecho con huesos.
—Por favor Alberto, siéntete libre de tomar cuantos gustes —mencionó Daniela señalando los peces.
—Gracias señora Paguro.
—Por favor, con Daniela basta.
Ella era muy parecida a Luca, los mismos colores y la forma del cabello, solo que su hocico se extendía hacia el frente, y que estaba un poco gordita; mientras que Lorenzo era bajito, y de color verde, además de que parecía tener una gigantesca alga debajo de los orificios nasales, la abuela era la más diferente de todos, sus colores eran morados, sus aletas de la cabeza eran muy grandes, era bajita y su cola estaba enredada en una espiral, además de que usaba un gorro.
Alberto sonrió tomando dos pescados, y Luca sintiéndose aliviado, todo estaba marchando bien...
No es que no confiará en su amigo, era solo que... no sabía si el espíritu libre de Alberto se llevaría bien con la paranoia de su madre.
—Y bueno Alberto, Luca mencionó que vives con tu padre en una cueva cercana, ¿no?
—Sí, así es, aunque él sale mucho así que estoy solo casi todo el tiempo.
—¿Solo? —preguntó Daniela mirándolo con preocupación.
—Sí, pero no es la gran cosa —respondió Alberto con un movimiento de mano.
—Es muy independiente —agregó Luca.
Daniela se mordió el labio, era importante que uno supiera valerse por sí mismo, pero por más capaz que fuera Alberto... seguía siendo un niño, ella sabía que a veces se tenía que ser duro con los hijos, pero siempre había que recordarles que eran amados, y demostrar que les importaban, y sobre todo... estar ahí para ellos.
Cuando conociera al padre de Alberto, iba a tener una buena charla con él.
—¿Y qué haces durante el día? —preguntó Lorenzo mientras devoraba un pescado de un bocado.
—Oh bueno... se podría decir que soy un explorador, buscó cosas por todo el océano y luego las coleccionó, hay veces que incluso las armó.
—Interesante, ¿y encuentras buenas cosas? —preguntó abuela después de devorar un pepinillo.
—Oh claro que sí, se encuentran cosas interesantes por estas aguas.
Alberto pasó gran parte de la velada contando sobre sus aventuras y las cosas que había encontrado, a Luca le entró el temor de que mamá perdiera la cabeza diciendo lo peligroso que era, y que jamás quería que volviera a juntarse con Alberto.
«Debí haberlo planeado mejor» pensaba. «Haber hablado con él para decirle que decir y que no».
Pero siempre que volteaba para verla, no se le veía enojada, sino... ¿triste? Eso sí le pareció interesante, esperaba que ella enloqueciera y empezara un alboroto, pero no, se le veía genuinamente deprimida, y no apartaba la mirada de Alberto.
«Sé que lo que hace es peligroso, y sé que podría poner a Luca en peligro pero... algo me dice que lo hace porque se siente solo, ¿quién quería quedarse en una cueva por su cuenta todo el día? ¿Su padre está realmente tan ausente?».
Daniela no podía evitar sentir compasión, y preocupación, por aquel muchacho, había algo en él que alertaba sus instintos maternales, y ahora que se fijaba... estaba algo flaco.
«Si está solo... ¿tiene con que alimentarse? El mar está lleno de alimento, si sabes buscarlo, y claro que están los demás depredadores» ella sabía lo difícil que era comer si no se contaba con un criadero de peces y una cosecha.
Se fijó que Alberto disfrutaba mucho de la comida.
«Quizás sea lo primero que prueba en mucho tiempo» así que antes de que lo supiera, se encontraba sirviéndole más algas.
—Por favor Alberto, sírvete lo que quieras.
Alberto miró su plato y luego a Daniela, como si se sintiera avergonzado ante la oferta, pero tan solo bastó con una sonrisa reconfortante de Daniela para decirle que no había vergüenza, que se sintiera como en casa.
Alberto sonrió, y ya entrando en más confianza, comenzó a tomar más peces.
Luca suspiró aliviado, las cosas marchaban mejor de lo que había previsto.
...
Cuando la cena termino, Alberto sugirió que era mejor que se marchara antes de que se hiciera más noche, a Luca le decepcionó un poco que su amigo ya tuviera que marcharse, después de todo, la comida se había pasado con increíble rapidez, y eso que Alberto repitió bastante, aunque a ninguno de sus padres pareció importarles.
Pero antes de que su amigo se fuera, abuela salió a decir que tenía cita en casa de los Branzino para jugar con la madre de Bianca.
—¡Mamá! —le reclamó Daniela.
Pero ella solo se encogió de hombros.
—Solo porque tú y Bianca tienen esa tonta rivalidad en el concurso de cangrejos, no quiere decir que Elena y yo no podamos divertirnos.
También mencionó que esperaba terminar tarde, así que mejor pasaría la noche con ellos, se despidió de todos, incluido Alberto, y al salir mencionó que si el chico deseaba quedarse, podría usar su cama.
Luca se quedó sin palabras ante ese gesto, su abuela solo le guiño un ojo antes de emprender su nado hacia la casa vecina.
Alberto se quedó sin palabras que decir, tan solo miraba a Luca, igual de sorprendido; la abuela siempre había estado llena de sorpresas, sabía que no era nada nuevo que tomará esa clase de acciones tan repentinas, lo que le preocupaba era como reaccionarían sus padres.
Ambos chicos voltearon para ver a los adultos.
—Entonces... ¿Puede Alberto quedarse a dormir? —preguntó Luca tímidamente.
Alberto no dijo nada, esperaba que la familia de Luca aceptará, tan solo la idea de no pasar una noche en la cueva... Solo... Le emocionaba, y más si pudiera pasarla con su mejor amigo, pero no creía que Lorenzo y Daniela aceptarán, aún era un desconocido para ellos...
— Me parece una excelente idea —respondió Daniela, para la sorpresa de Lorenzo, y el deleite de Alberto.
—¿Ah sí? —preguntó Lorenzo.
Daniela le mandó una mirada severa.
—Oh... ¡Claro que sí! ¡Nos encanta la idea!
Luca y Alberto sonrieron, se miraron entre ellos sin poder creer la suerte que tenían, Luca tuvo que hacer un esfuerzo por no ponerse a nadar de la emoción ahí mismo. Mientras que Alberto... solo sentía algo cálido en su interior, una sensación de...
Pertenecer.
—Bueno, vamos a acomodarte Alberto —le dijo Daniela, sintiéndose alegrada de que el chico no pasaría la noche solo.
...
Pasaron a la habitación donde Alberto se acostó en la cama de abuela, no le costó adaptarse ya que por lo general dormía en el suelo de su cueva, aun así, la compañía era lo que realmente hacía que valiera la pena, su mejor amigo estaba a tan solo centímetros de distancia.
Mientras tanto Luca se sentía feliz, esta era la primera vez que tenía a un amigo quedándose en casa...
De hecho, era la primera vez que estaba emocionado porque alguien más se quedará en casa, antes de Alberto no había tenido muchos amigos, casi todos eran vecinos con los que a veces hablaba, o que se ayudaban entre sí con trabajos, o algún familiar que venía de lejos; pero ninguno lo hacía sentirse tan bien como Alberto, sentía que con él podía ser...una versión de él que ni el mismo conocía, y una que amaba mucho.
—Por favor, siéntete como en casa Alberto —le dijo Daniela una vez que ambos chicos se acostaron.
—Lo haré, gracias señora... Daniela.
Daniela sonrió antes de darse la vuelta para nadar a su cuarto.
—Descansen muchachos.
—Hasta mañana mamá.
—Buenas noches Daniela.
Dicho esto salió, ambos chicos esperaron hasta que estuvieron seguros de que se hubiera ido, entonces se miraron entre ellos y se rieron.
—No me pareció aterradora —le dijo Alberto
—Es porque no la has visto enojada —le respondió Luca, y luego ambos se rieron.
...
—¡Ven Luca, date prisa!
—¡Voy detrás de ti! —le respondió mientras nadaba detrás de él.
Estaban nuevamente en la cueva de Alberto, preparándose para una nueva expedición a la isla.
Tras la cena se había convertido en costumbre que Alberto pasará más y más tiempo en casa de los Paguro, a veces Daniela encontraba tareas que encargarles así que el dúo pasaba el día completándolas, otras veces ella no era tan dura y les daba el día libre, así que había variedad.
También se había hecho costumbre que abuela pasará las noches fuera, para dejar que Alberto siguiera durmiendo en casa. Todo el mundo estaba algo preocupado, y Alberto le aseguraba que no había necesidad de ello, pero la abuela negaba con la cabeza y decía que estaba bien, que ella tenía refugio.
Cuando le preguntaban de que se trataba, ella solo respondía que:
«Siempre he tenido un plan por si mi hija me echa de la casa».
Daniela se quedó ofendida por ello, mientras que Luca y Alberto tuvieron que hacer un esfuerzo por no estallar en carcajadas.
Y ese era uno de esos días libres, Alberto sugirió que volvieran a explorar la isla en búsqueda de nuevas reliquias humanas, Luca estuvo de acuerdo, le gustaba estar fuera del agua de vez en cuando, sobre todo la sensación que le provocaba la gran cosa brillante en el cielo, simplemente sumergido no se sentía lo mismo.
—Oh, no olvides traer el arpón —le recordó Alberto antes de salir de la cueva.
—¡Cierto!
Era mejor que lo llevarán, solo para estar seguros.
Luca miró en todas direcciones buscando el arma, no fue hasta que el brillo de la punta le dio en los ojos que la notó en el suelo de la cueva.
«Ahí estás» pensó, y fue nadando hacia ella.
El palo estaba atorado por una enorme roca contra un muro, Luca intentó sacarlo pero se dio cuenta que estaba demasiado atascado, lo jaló dos veces y no hubo resultado, entonces revisó la pierda, parecía estar ligeramente hundida en la tierra, no debería ser un problema.
Luca la agarró con las dos manos, y con algo de esfuerzo ya que estaba pesada, la levantó para ponerla a un lado, cuando terminó se volvió, listo para agarrar el arpón.
Solo que hubo algo que llamó su atención.
La pared estaba llena de marcas, cuatro líneas rectas que eran atravesadas por una horizontal, como esas había de arriba abajo, en todos lados, en cada centímetro. Luca giró la cabeza hacia un lado, esas marcas simbolizaban algo, ¿pero que podría ser? Pasó una mano por la pared, los signos se sentían como si hubieran sido tallados en ella, con algo muy filoso, haber hecho eso debió tomar mucho tiempo.
«Quizás Alberto estaba aburrido y se puso a hacerlas» pensó, era la idea que mejor le sonaba, a menos que... «Hubiera hecho una por día, eso significaría que...»
—¿Luca? —la voz de Alberto sonó detrás de él, y se escuchaba... sorprendida, triste y asustada.
Luca se dio la vuelta para encontrarse con su amigo, Alberto tenía una mirada con la que nunca lo había visto, sus aletas de la cabeza estaban caídas, al igual que su boca, la cual usualmente tenía una sonrisa ahora era una mueca lastimosa, y su cola se movía nerviosamente hacia los lados.
«La que sea la razón por la que lo hizo, no fue placentera» pensó.
Alberto lo miraba a él y luego a la pared, y volvía a repetir el proceso con la misma preocupación.
—Alberto... ¿Qué son estas marcas? —Preguntó señalando el muro, Alberto no parecía querer contestar, empezó a nadar hacia atrás—, por favor dime.
Alberto cerró los ojos y apartó la mirada, cerró los puños mientras su cola se movía con más velocidad. Luca tragó saliva, nunca había a Alberto ser violento, pero sabía que su amigo tenía carácter, no quería presionarlo pero... eso claramente lo afectaba, y si había algo que él pudiera hacer para ayudarlo, lo haría.
Finalmente Alberto suspiró y fue a sentarse en el suelo, abrazó sus rodillas y luego enrolló su cola alrededor de sus piernas, suspiro, Luca jamás lo había visto tan triste.
—Empecé cuando mi papá se fue...
A Luca le cayó como un golpe en el estómago.
—Dijo que ya tenía edad para cuidarme solo... aun así, creí que tal vez cambiaría de opinión... pero lo entiendo, está mejor sin mí.
Alberto hablaba pero a Luca le costaba prestarle atención, más que nada porque su cabeza aún no podía procesar como era que un padre pudiera haber hecho algo así, repasó todas las veces en que él había tenido peleas con mamá y papá, con mamá más que nada, y aun así no podía imaginarse que ellos lo abandonaran, por más estricta que fuera su madre ella siempre le recordaba lo mucho que lo amaba, y Luca sabía que era verdad, sus ojos se lo decían.
Sin saber realmente como actuar, o que decir, las palabras solo fueron saliendo de él.
—Pero dijiste que él... solo se iba....pero
—Es mejor que admitir que tu padre se cansó de ti.
Luca se mordió el labio, no sabía muy bien cómo seguir, y si decía las palabras incorrectas, podría alterar a Albero más de lo que ya estaba.
Alberto deseaba que jamás hubiera tenido que tener esta conversación, ya que le daba mucha pena admitirlo, porque...
—¿Quién quería a un niño a quien ni su padre lo quiere?
Si Luca se enteraba, seguramente ya no quería ser su amigo.
Los ojos de Luca se abrieron hasta donde pudieron, ¿acaso así era como Alberto se sentía? ¿Qué no merecía amor solo porque su padre...? No, no, tenía que corregir eso, no podía dejar que Alberto se sintiera así, él era literalmente lo mejor que le había pasado en la vida, de no ser por él... seguiría siendo solo un pastor, él le mostró que había un mundo mucho más allá.
Ahora era su turno de devolverle el favor.
Lentamente se fue acercando, por suerte Alberto había cerrado los ojos, e hundido su cabeza entre las piernas, así que parecía no percatarse de que se iba aproximando, ni cuando lo abrazo por la espalda. Luca pudo sentir el cuerpo de su amigo tensarse, y un poco de resistencia, pero Luca no cedió en su agarre, cerró los ojos mientras concentraba todas sus fuerzas en su abrazo.
—Yo querría a ese niño.
Y eso fue suficiente para Alberto.
—Luca... suéltame.
—¡No!
—Luca.
—¡No te voy a soltar!
—Luca... necesito que me sueltes... para que te pueda devolver el abrazo.
Esa si no era una respuesta que Luca esperara, pero sí que la agradecía.
Apenas y soltó a Alberto, este se le lanzó encima, fue tanta la fuerza que ambos giraron un poco antes de sentarse, ahí se quedaron hasta que los iluminó los rayos de la primera forma del gran pez.
...
Alberto no quería decírselos a los padres de Luca, tenía el mismo miedo, pero su amigo insistía, no quería que Alberto pasará más tiempo en esa cueva solo, no era sano para él, y el mismo no estaría cómodo si no sabía que su amigo estaba bien, aún con tan poco de haberse conocido, ya era demasiado importante para él.
Se los contaron teniendo a Daniela y Lorenzo en la mesa, entre los dos, Alberto empezaba y en los momentos en que su voz se rompía... Luca lo apoyaba.
Cuando terminaron ambos se quedaron en silencio, con Luca agarrando su cola con ambas manos, y Alberto apretando los dientes y evitando la mirada de los dos adultos.
«Sabía que no tenía que decírselos, lo sabía» se maldecía, ahora sí que jamás dejarían que se volviera a juntar con Luca.
Pirañas, quizás hasta se mudaran.
Pero si Alberto hubiera abierto los ojos, hubiera visto que tanto en la mirada de Daniela como la de Lorenzo, no había otra cosa más que compasión.
—¿Él... se fue? ¿Solo así? —preguntó Daniela con una mano en su pecho.
Alberto solo asintió con la cabeza.
Una ira empezó a formarse en el pecho de Daniela, la primera vez que escuchó que el padre de Alberto estaba ausente, pensó que era un irresponsable, ahora sabía que no solo era eso, también era un cobarde, un poco hombre, y un sinvergüenza.
¿Quién podría hacerle eso a su propio hijo?
Sus garras salieron a relucir, y rasgó sus dientes entre ellos, su instinto primitivo empezaba a apoderarse de ella.
«Por su bien... espero que ese cobarde nunca regresé... ¡Porque sí lo hace le arrancaré el cuello!»
Pero inmediatamente se dijo que se calmara, si bien el padre de Alberto, Bruno si había escuchado correctamente, merecía el peor castigo de todos, Alberto por el contrario, necesitaba ser apoyado y amado, y en esos momentos ellos eran los únicos que podían proporcionárselos.
Además... Luca siempre dijo que quería un hermano.
Calmándose, sus garras volvieron a guardarse, nadie moriría por su mano... hoy.
Nadó hasta Alberto y le puso una mano en el hombro, tal y como había pasado con Luca, el cuerpo del chico se tensó, lo que solo preocupó más a Daniela.
«¿Acaso este pequeño ha olvidado lo que es el cariño?» Pensó asustada. «Bueno, si ese es el caso, será mejor que se lo recordemos».
—Alberto, escúchame bien, también tú Luca —usó su tono autoritario, tenía que hacerlo, era de suma importancia que ambos la escucharan, y que lo hicieran bien—, necesito que regresen a esa cueva, y agarren solo lo más importante, luego quiero que regresen aquí.
El semblante de los dos cambió, Luca soltó su cola y miró a su mamá, entonces Alberto dejó su mirada lastimera y vio a Daniela a los ojos.
—¿Qué? —preguntó sin creer lo que escuchaba.
—Alberto... no quiero que pases más tiempo en esa cueva por tu cuenta —pasó su mano a la mejilla del chico y empezó a acariciarla—, no me importa lo independiente que seas, ninguno niño debería valerse por su cuenta.
«Desde que lo conocí he querido decirle eso».
—De ahora en adelante quiero que te quedes con nosotros, de todos modos mamá ya pasa las noches en quién sabe dónde.
Luca miró hacia los lados, tenía una sospecha de donde se estaba quedando su abuela, pero prefirió no decir nada.
Alberto miró a Daniela, luego a Lorenzo y viceversa, no entendía nada de lo que estaba pasando.
Okay si lo entendía, más bien...
Le costaba aceptar que fuera verdad, ¿acaso los padres de Luca hablaban en serio? ¿Querían adoptarlo?
Lorenzo solo sonreía, a pesar de que no se veía tan activo... estaba de acuerdo con Daniela en una cosa, ninguno niño debería crecer sin un padre, no quería ni imaginarse a Luca estando por su cuenta antes de tiempo, y cuando veía a Alberto... sabía que necesitaba ayuda.
—¿H... hablan en serio? —fue lo único que Alberto pudo decir.
Daniela sonrío abrazándolo.
—Te juro por el gran pez en el cielo que digo la verdad.
Alberto volteó a ver a su amigo, quien se veía igual de confundido, pero también, contento, ¿sus padres se ofrecían a adoptar a su mejor amigo como hijo propio? ¡¿Quién podría decirle que no a eso?!
Sin pensarlo dos veces nadó hasta ellos y se unió al abrazo, no paso mucho para que Lorenzo también se uniera.
Alberto seguía congelado, todavía tratando de procesar todo lo que había pasado, pero antes de que pudiera decir o hacer algo, Luca se acercó a su oído y le susurró:
—Silencio Bruno.
Fue ahí cuando Alberto lo recordó, solo tenía que callar a esa estúpida voz, y aceptar lo que el gran pez había puesto en su camino.
Una familia.
Ya sin querer pensarlo demasiado, puso sus manos sobre los brazos que lo rodeaban, recordando así lo que es el amor.
«Por fin estoy en casa» pensó.
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