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El Regreso


Massimo se despertó puntual como todos los días, con Machiavelli sentado sobre sus rodillas, le dio un pequeño empujón y el gato saltó al piso para irse corriendo hacia el pasillo, el pescador se levantó poniéndose sus pantuflas, se puso su bata y siguió a su mascota, esta época del año era la que más detestaba, toda su vida desde niño había sido un pescador, su vida estaba en el mar, y ahora el hielo se lo impedía.

Quizás esa fuera la razón por la que su esposa lo había abandonado, Mónica, ella era una estudiante cuando llegó en el verano a Portorosso, estaba en la playa nadando cuando la corriente la arrastró, se hubiera ahogado si Massimo no hubiera estado pescando por esas zonas, logró sacarla y la regresó a la orilla. Como muestra de agradecimiento Mónica lo invitó a una cena, Massimo al principio se mostró reacio, ya que no esperaba ningún tipo de recompensa por haber salvado una vida, pero Mónica era insistente, debido a que sus padres le enseñaron a siempre pagar los favores, así que Massimo terminó aceptando.

Durante la cena ambos se llevaron bien, Mónica encontraba la vida en el mar fascinante, y como Massimo era tan capaz e independiente, mientras que él encontró a Mónica como una chica muy inteligente, e interesante, quería ser pintora, y eso a él se le hizo genial, toda su familia había sido de pescadores, desde su bisabuelo y él continuaba con el legado familiar, así que conocer a alguien que quería dedicarse a algo tan diferente rompió la monotonía de su vida, fue como si alguien le abriera los ojos hacia un mundo más grande que el que él conocía.

Tras la cena siguieron saliendo hasta que el verano terminó, pero Mónica regresó al año siguiente, y al siguiente, hasta que en el tercer verano que se encontraron, donde tras una noche de abusar del vino, consumaron su amor.

Unas semanas después Mónica le avisó que su periodo se le había retrasado.

Massimo no se preocupó, tenía una casa y un trabajo, podría mantenerlos a ambos, y siendo los padres de Mónica algo conservadores, insistieron en que Mónica se quedará con Massimo, se celebró una boda y meses después nació su Giulietta, la niña más hermosa del mundo, con el mismo hermoso cabello rojizo que su madre, Massimo amó desde el inicio a su pequeña, un amor que solo fue incrementando conforme la niña iba creciendo, tenía un espíritu tan libre y puro, siempre buscando hacer nuevas cosas, y defendiendo a los que estaban en apuros, razón por la que quizás nunca se pudo llevar bien con Ercole; porque a pesar de todas las dificultades con las que Giulietta se encontraba, siempre se levantaba y seguía adelante.

Incluso cuando él y Mónica... decidieron tomar rumbos separados.

Y es que en parte la entendía, la vida en Portorosso era monótona, y eso no era lo que Mónica quería, ni para su hija, ella quería seguir su carrera, ser una artista, y que Giulia tuviera una oportunidad, algo que no podría conseguir en Portorosso, era un pueblo pequeño después de todo.

Eso le quedó claro la noche en que Mónica explotó y le gritó lo atrapada que se sentía, Massimo intentó consolarla, decirle que tratarían de hacerlo mejor, pero ella no quería escuchar razones, ella quería irse de Portorosso, así que Massimo no insistió más.

Y unos días después, Mónica y Giulia tomaron el tren a Génova, los padres de Mónica tomaron muy mal la notica, no entendían como podía haber dejado a su marido, y la llamaron muchas cosas, llegó al grado que el mismo Massimo tuvo que hablarles para decirles que la separación fue una decisión mutua, y que lo habían hecho pensando en el mejor futuro para Giulietta, sin embargo los abuelos siguieron igual de críticos e ignorantes, así que los dos decidieron que era mejor cortar lazos con ellos.

Massimo no dejaría a sus chicas a la deriva, la vida en el pueblo era sencilla, y como él estaba solo con Machiavelli no tenía muchos gastos, así que siempre enviaba más de lo que estaba estipulado en su pensión alimenticia. A Mónica le molestaba y le decía que debía pensar en él también, pero él le respondía que era un hombre sencillo, no necesitaba mucho, le preocupaba más que a Giulietta le faltara.

Y así vivieron por muchos años, y todos eran felices, si bien Massimo añoraba la compañía de su pequeña, sabía que en Génova conseguiría el mejor futuro posible, y siempre podía ver a su pequeña en los veranos, pero luego llegó la fiebre, y Mónica cayó enferma.

Por primera vez desde que tenía memoria Massimo se encontró abandonando Portorosso para ir a la gran ciudad, y le pareció...

Abrumador.

Demasiados edificios, demasiado grandes, y mucha, pero mucha gente, y nada peor que el tráfico, tardó una hora en llegar a la casa de su exmujer, no entendía como había gente que aguantaba eso a diario, era un verdadero martirio, pero valió la pena porque estando en casa Giulia se tranquilizó, ya no tenía que cuidar a mamá sola, y tenerlo a su lado era un gran apoyo moral. Así que por meses padre e hija estuvieron cuidándola, Mónica estaba muy agradecido con Massimo, pese a todo, nunca había dejado de amarla.

Y así fue, hasta el día en que su bella Mónica tuvo que partir de este mundo.

El funeral se celebró unos días después, asistieron los padres de Mónica, devastados por jamás haber logrado hacer las paces con ella, Massimo prefirió no dirigirles la palabra, habían tenido tanto tiempo y lo habían desperdiciado... la habían despreciado... a su propia hija.

A Massimo no le gustaba guardar rencor, pero encontraba a sus suegros como personas despreciables, y se mentiría a si mismo si no aceptara que, cuando Giulietta le pidió irse con él, no se sintió aliviado.

Y es que pocos después del entierro, padre e hija tuvieron una conversación muy seria, Massimo insistió en que podría buscar más trabajos para ayudarla a mantenerse en la ciudad, quizás entre los dos podrían lograrlo, pero Giulia no quería quedarse sola, ni con sus abuelos, quería atravesar su duelo con él, la única persona en la que aún confiaba, y aunque a Massimo le hubiera gustado que siguiera su sueño, aceptó sus deseos.

Gracias a Dios que Giulietta ya era mayor de edad, así no hubo ningún drama sobre la custodia.

Así que después de empacar, y que Giulia se diera de baja de la Universidad, regresaron a Portorosso.

Massimo no sabía cómo es que su hija podía soportar tanto, ella jamás se había sentido muy bienvenida en el pueblo, sabía que todos los veranos se sentía como un bicho raro entre la multitud, y en parte lo entendía, porque al igual que su madre, Giulia tenía un espíritu que era demasiado grande para ese pequeño pueblo; un espíritu que lamentablemente se había quebrado con la perdida de Mónica.

Desde ese fatal día Giulia ya no era la misma, su personalidad alegre e imperativa se había esfumado, su energía era mínima, ya rara vez sonreía, y parecía que todo lo hacía de forma mecánica, sin interés ni pasión, incluso había dejado de mirar por el viejo telescopio de Bernardi, ya ni siquiera leía libros o buscaba más... conocimiento, ahora era como una máquina en piloto automático.

Y Massimo odiaba eso, odiaba que la flama de su pequeña se hubiera apagado, y lo peor es que él no podía hacer nada, no sabía cómo, a esas alturas su hija ya tenía más educación que él, un simple pescador, así que no tenía ni idea de cómo sacarla de ese trance.

Y para colmo de males, no podía pescar ni abrir la pescadería, con las aguas congeladas no podía ni hacer la única cosa para la que servía, ahora sobrevivía gracias a su hija, y se odiaba por agregarle otro peso a la pobre; a estas alturas lo único que podía hacer por ella era prepararle un desayuno, así no se sentía tan inútil, además sabía que Giulietta odiaba su trabajo, así que al menos así le podía dar unos minutos más de sueño antes de que tuviera que ir a ese infierno.

Por eso, cuando estaba bajando las escaleras y vio que las luces de la cocina estaban encendidas fue que se sorprendió, al llegar sus cejas se elevaron pues no daba crédito a lo que veía.

Giulia ya estaba levantada y vestida, con la lumbre prendida y con un omelette cociéndose, así mismo la cafetera ya estaba encendida, y la mesa puesta, así como... tres cacerolas que estaban hirviendo unos huevos, ¿por qué quería Giulia tantas?

Pero lo más sorprendente no era la enorme cantidad de comida que su hija preparaba, sino que se le veía...

Feliz.

Andaba yendo y viniendo, dando vueltas como una bailarina de ballet, una sin entrenamiento pero que tenía todas las ganas del mundo, tenía la misma energía que antes de la tragedia, esa llama en su corazón había sido encendida de nuevo.

¿Pero cómo?

Giulia se dio la vuelta y lo vio, sonrió y fue con él.

—¡Buenos días papá! Preparé el desayuno

Lo tomó con sus dos manos y lo llevó hasta la mesa, Massimo estaba muy sorprendido como para oponerse, no podía creer que Giulia volviera a ser la misma. Lo hizo sentarse y le puso sus cubiertos.

—Eh Giulietta yo...

—Oh no es nada papá —respondió ella mientras sacaba una taza de la alacena, tomó la cafetera y le sirvió un poco, se lo dejó mientras iba a la estufa.

Massimo la siguió con la mirada.

—Giulietta yo...

—En serio papá no es nada, de todos modos no podía dormir mucho por la emoción.

Massimo levantó una ceja.

—Emocionada... ¿por ir al trabajo?

—¿Puedes creerlo? —Preguntó riendo—, pero es verdad.

Tomó la sartén y le sirvió la tortilla con un poco de pan tostado.

—Es que... hice unos amigos.

Eso sí que no lo esperaba.

—¿Amigos?

—Sí, se llaman Luca y Alberto, y son... interesantes —soltó una risa nerviosa y regresó a la estufa.

Massimo no daba cabida a lo que escuchaba.

—Amigos... del trabajo.

—Sí... nos asignaron una sala, entonces pues... para pasar el rato hemos estado hablando y son... amigables, yo les agrado y ellos me agradan.

Massimo entonces pareció entenderlo todo, Giulietta por fin había encontrado a quienes la trataban como una persona normal, quizás fueran extranjeros, empleados de transferencia, gente que no conocía los rumores que decían de su pequeña.

—Parecen ser buenas personas.

—Lo son —respondió ella sin mirarlo, apagó la estufa y empezó a guardar todos los huevos en topers, debía haber al menos una docena.

—¿Puedo saber porque tantos? —preguntó antes de darle un sorbo a su café.

—Oh... es que... no les da tiempo de prepararse su propia comida, y no quiero que sufran comiendo lo de la cafetería, esas cosas podrían matar a un ejército entero.

No mentía, pero tampoco decía la verdad, Massimo pudo detectar eso, como siempre que no le quería contar toda la historia, pero honestamente no le importaba, si esos dos regresaban a su pequeña a su verdadero ser, podían comerse todos los huevos de su alacena.

—Eres muy considerada con ellos.

Y rápidamente se arrepintió de decir eso, pues Giulia bajó la mirada, y su semblante se oscureció.

—Están en una situación difícil, es lo menos que puedo hacer por ellos.

Massimo dejó su tenedor sobre la mesa, nuevamente había arruinado el momento, él y su tonto cerebro de pescador.

—Oh Giulietta, no quería...

—Oh no papá, no te preocupes, no es nada que no se pueda solucionar —dijo ella rápidamente, fue hasta la mesa y colocó ambos brazos sobre sus hombros—, créeme que ahora que los conozco, no dejaré que nada malo les pasé.

Massimo se tranquilizó un poco.

—Bueno, le pido a Dios que se apiade del pobre tonto que desate tu ira.

Giulia se rió antes de abrazarlo.

—Te amo papá.

Massimo no respondió, pero se aferró al abrazo de su hija y cerró los ojos, disfrutando su cariño.

—Bueno, será mejor que me vaya, no quiero llegar tarde.

Giulia lo soltó y fue por su bolsa, guardó la comida en ella y se dio una última vuelta para verlo.

—Regresaré temprano, disfruta el desayuno.

Massimo sonrió mientras probaba el primer bocado, estaba delicioso, Giulia sonrió y salió, en cuanto estuvo fuera la sonrisa no abandonó su rostro, avanzó hacia la parada dando saltitos.

Mientras tanto Massimo sintió que algo dentro de él se reponía, su pequeña estaba de regreso, tenía que hacer algo por Luca y Alberto, agradecerles por lo que habían hecho, no podía esperar a conocerlos.

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