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El Plan.

Massimo no sabía que pensar, estaban sentados en la cocina, Giulia tenía una libreta abierta a la mitad sobre la mesa, allí había trazado un plan para liberar a Luca y Alberto; su idea era tomar prestada la camioneta del viejo Bernardi, pintarla para que pareciera del servicio de lavandería con la que el laboratorio tenía contrato, que Massimo condujera y se hiciera pasar por un trabajador, mientras ella liberaba a Luca y Alberto y los escondía en uno de los carritos, se reunirían en el estacionamiento subterráneo, subirían a los chicos a la camioneta y los traerían a casa.

Al menos hasta que lograran resolver el asunto de las aguas congeladas.

«Tenemos una tina, pueden turnarse para estar en ella» pensaba Giulia, había muchos detalles que aún le faltaban resolver, pero por el momento su mayor objetivo era sacarlos de ese horrendo lugar, y fuera del alcance de Ercole.

Tras enterarse de que querían diseccionarlos, y que esperaban que ella limpiará aquella cámara de tortura, Giulia tuvo que ir a la cafetería, comer uno de esos asquerosos almuerzos para ir al baño, lo vomitó todo, manchando un poco su falda, fue lo suficientemente convincente para que la mandaran a casa, en esos momentos no podía entrar al laboratorio, el recuerdo del tomento estaba demasiado fresco, si entraba ahí recordaría cada detalle, los gritos de sus amigos, la sangre...

No, no podía.

En vez de eso aprovechó el resto del día para regresar al pueblo, fue a un café, necesitaba un lugar cálido después de lo que vio, y empezó a planear el atraco.

Su mente voló mientras pensaba en todos los puntos ciegos, la mejor ruta de escape, donde sacar el vehículo... se concentró tanto que por un momento olvidó su dolor, al menos hasta que llegó a casa y ya no pudo contenerlo más, toda la tristeza que había arrastrado salió a frote y se refugió en los brazos de su padre.

Tras sacarlo todo, la claridad regresó a su cabeza, y fue hora de compartir su plan con su papá, ya que no había forma en que ella pudiera hacerlo sola, y claro... tuvo que revelar la verdad sobre Luca y Alberto.

No sabía si le creería, historias de monstruos marinos eran comunes en todos los pueblos costeros, pero hoy en día nadie los veía más que como eso, cuentos; incluso su papá que venía de una larga fila de pescadores, quienes eran los mejores a la hora de contar esas historias, Giulia solo recordaba los cuentos que papá le contaba antes de dormir, mismos que les había pasado su abuelo.

Giulia miró a su padre, tenía las cejas levantadas, mirando con ambos ojos al cuaderno, su mirada pasó de las hojas a su hija, y viceversa, ella tenía las manos debajo de la mesa, moviéndolas con velocidad, era la única forma en que podía manejar su ansiedad, este plan solo funcionaría si contaba con él.

—Papá —dijo con un hilo de voz.

—Giulietta yo... yo.

Francamente Massimo no sabía que decir, su hija le había dejado caer una bomba sin oportunidad de que buscara refugio; los amigos que tanto había presumido eran monstruos marinos, quería pedir prestada la camioneta de uno de sus más viejos amigos para un robo, lo que lo llevaba a la cereza del pastel, quería atracar una instalación del gobierno estadounidense.

Era demasiado para procesar.

Giulietta siempre fue una chica impulsiva, imaginativa y creativa, ¡pero estaban hablando de cometer un delito! Además... ¿monstruos marinos? ¿En qué fantasía creía que vivía? Aunque... ella nunca había sido una mentirosa, siempre hablaba con la verdad... entonces... ¿podría ser cierto? ¿Aquellas viejas historias eran verdaderas? ¿Su abuelo y padre no habían estado equivocados?

Demasiadas cosas pasaban por su cabeza, tantas que tuvo que levantarse para ir abrir el viejo baúl que tenían en la sala.

—¿Papá? —preguntó Giulia asomándose desde la entrada.

—Lo siento Giulietta, pero es que esto es demasiado.

Del baúl sacó un vino, regresó a la cocina, se sirvió una copa y la bebió de un solo trago, Giulia abrió los ojos, jamás lo había visto hacer algo así, por lo general se tomaba su tiempo, saboreando cada sorbo.

Massimo odiaba admitirlo, pero la bebida sí le ayudó a aclarar un poco su cabeza.

—Giulietta... estamos hablando de cometer un delito, y uno muy grave, podríamos ir presos de por vida.

Giulia asintió con la cabeza.

«Diablos» pensó preparándose para lo peor, su padre la tomaría como loca y la enviaría al manicomio esa misma noche.

—Y quieres involucrar al viejo Bernardi.

Giulia levantó un pie y lo giró sobre el suelo.

—Solo le pediríamos su camioneta.

—Pueden enjuiciarlo por complicidad.

Giulia se mordió el labio, no había pensado en eso.

—Y todo por salvar... salvar... a unos peces.

—Papá, ellos no son solo peces... son mis amigos —le respondió, casi suplicante.

Ella lo entendía, le estaba pidiendo demasiado, y sin ninguna prueba de que Luca y Alberto existieran...

«Una prueba».

Sus ojos se le abrieron cuando recordó que si tenía una.

—Espérame aquí —y se fue corriendo escaleras arriba, luego se escucharon objetos cayendo, muebles siendo arrastrados, y el grito de sorpresa de Machiavelli.

El gato bajó corriendo las escaleras, entró a la cocina y de un salto aterrizó en el hombro de Massimo, ambos se vieron entre ellos, sintiéndose algo preocupados por Giulia, nunca la habían visto actuar así de desesperada.

Cuando la chica regresó, tenía en sus manos el muñeco que los chicos le habían hecho, se lo entregó a su padre.

—Ellos me hicieron esto, no tenían más que los huesos de la carne que les dan... y aun así lo hicieron, porque les importó —Giulia retrocedió un poco, señalándose a sí misma con ambas manos—, porque me quieren, cada vez que entró a ese laboratorio ellos están felices de verme, todo el tiempo, todos los días.

Suspiró deteniéndose un momento, las emociones se habían estado amontonando en su pecho, y ahora salían sin control de su cuerpo.

—Cuando ellos me miran... ¡La forma en la que me miran! No saben que soy un bicho raro, o que no encajo —se sorbió un moco—, ellos me ven como soy... por lo que soy.

Giulia cerró los ojos, recordando todos los buenos momentos que había pasado con ellos, los grandes ojos de Luca que la veían con amor, la sonrisa que Alberto le mostraba cada vez que le traía algo nuevo, las ganas que tenía Luca por aprender... el cómo se preocuparon más por ella que ellos mismos cuando los estaban torturando. Reunió aire y lo soltó, estaba segura que estas últimas palabras definirían si su papá la apoyaría...

O no.

—Cuando mamá enfermó... no pude hacer nada por ella.

Vio que papá levantaba nuevamente las cejas, estaba por pararse e irla a abrazar, pero ella estiró un brazo, y con la cabeza señaló la silla, su papá entendió que quería terminar primero, así que volvió a sentarse.

—Ya sé que dirás que estuve a su lado, que hice que fuera lo más placentero posible... pero no pude curarla de eso, solo me quedé viendo como la enfermedad se la llevaba poco a poco... Sin que pudiera hacer nada por ella.

Las lágrimas volvían a aparecer en sus ojos, era increíble, por todo lo que había llorado en el día esperaba que ya no le quedarán más, pero seguían saliendo de algún lado, cerró los ojos, apartó un momento la mirada antes de volver a ver a su padre.

—Pero ahora sí puedo hacer algo... ¡puedo salvarlos....! ¡O al menos puedo intentarlo! Papá... no podré vivir conmigo misma sabiendo que los dejé en las garras de Ercole.

Y tras eso no pudo aguantar más, cada músculo del cuerpo le dolía, se sentó apoyando las rodillas sobre el suelo, y sostuvo su cabeza entre sus dos manos, había pasado por tantas emociones que estaba agotada, física y mentalmente, lo había dado todo, ahora solo podía esperar que eso fuera suficiente para convencer a papá.

Porque si no... no sabría lo que haría.

Massimo observó cómo su hija se desplomaba después de haberlo sacado todo, estaba... conmovido, Giulia jamás había hablado así de alguien, ni de los amigos que logró hacer en Génova, y ahora la entendía, él también había sufrido viendo como la enfermedad le arrebató poco a poco a Mónica, sin que él pudiera hacer nada, era de las peores sensaciones del mundo, la impotencia que se sentía al contemplar el sufrimiento de un ser querido.

«Si alguien me hubiera dicho que había un remedio para Mónica, aunque hubiera estado en el fin del mundo... yo hubiera ido por él; si el día de mañana me dijeran que la vida de Giulia corre peligro, y que para salvarla debo robar un banco... lo haría, haría lo que fuera con tal de no quedarme de brazos cruzados».

Además, después de la pasión con la que Giulia habló sobre sus amigos... la forma en la que ellos la trataban, como la querían... Massimo se encontró mirando nuevamente el juguete.

«Ellos la aman».

No pudo evitar llorar, había dos personas en el mundo que amaban a su hija tanto como él.

«Luca y Alberto le devolvieron la sonrisa a mi pequeña, estaré eternamente agradecido con ellos».

Massimo se arrodilló junto a su hija, colocándole una mano en el hombro, Giulia apartó las manos de su cara y lo miró, Massimo le sonreía reconfortantemente.

—Lo haremos.

Por primera vez en todo el maldito día, Giulia sonrió, sentía que la esperanza regresaba a su corazón, Luca y Alberto serían libres de ese espantoso lugar.

Sin decir una palabra abrazó a su padre, rodeándole todo el cuello, Massimo le devolvió el abrazo, estaba orgulloso de ella, la llama en su corazón no tenía rival, se enorgullecía de llamarse su padre.

El timbre de la puerta sonó.

El tierno momento fue interrumpido, los dos se separaron y miraron hacia la sala, las luces estaban apagadas, y no se oía ningún otro ruido, pero alguien estaba afuera. Massimo se levantó, fijándose en aquel oscuro espacio, luego miró a Giulia.

—¿Alguien sabe?

Giulia negó con la cabeza, no podía ser, le había dicho a Ercole que solo la miraban, pero nada más, no habría forma de alguien supiera lo de ellos... ¿o sí? ¿Habría una cámara oculta de la que ella no estaba enterada? ¿Ercole había sospechado y mandado a alguien a seguirla? Y ahora sabía todo el plan... Los peores escenarios se fueron amontonando en su cabeza, si ella caía... también lo harían ellos.

Ver tanto temor en el rostro de su hija no ayudó en nada a Massimo, pero se dijo que se controlara, la situación era delicada pero podría manejarla...

El timbre volvió a sonar.

...sin importar el costo.

—Quédate aquí —susurró mientras tomaba un cuchillo, uno de los más grandes, y afilados—, si algo pasa sal por la puerta de atrás.

Giulia asintió con la cabeza.

«Con el viejo Bernardi» su subconsciente le recordó.

Massimo guardó el cuchillo en el bolsillo de su mandil, y se dirigió a la puerta, no se molestó en prender la luz, conocía ese espacio a la perfección, la oscuridad le daría ventaja.

—¿Quién es? —preguntó, gracias a Dios que su voz siempre fue grave.

—Buenas noches, disculpe la hora pero... ¿es la casa del señor Marcovaldo?

—¿Quién pregunta?

—Oh bueno... no sé si me recuerde señor, pero yo solía vivir en el pueblo de niño, a veces jugaba con su hija Giulia.

Al oír esa voz Giulia supo de quien se trataba, salió de su escondite y se asomó al momento en que su papá abría la puerta.

—Oh gracias al cielo, temía que se hubiera mudado señor Marcovaldo —dijo tras soltar un gran suspiro de alivio

—Está casa ha albergado a más de tres generaciones de mi familia, y con suerte también a la siguiente.

Guido soltó una risa nerviosa.

—Es bueno ver que no ha cambiado señor.

Massimo sonrió, Guido miró por debajo del brazo del pescador y divisó a Giulia, sus ojos se le iluminaron.

—¡Giulia! —dijo alegremente.

—Guido... ¿qué estás haciendo aquí?

Guido estaba por responder, pero volvió a cerrar la boca y miró por encima de su hombro.

—Preferiría discutirlo adentro.

*

Tras encender todas las luces, Massimo preparó un poco de café, puso tres tazas y las llenó antes de sentarse.

—Muchas gracias señor Marcovaldo —agradeció Guido al agarrar la suya.

—Por favor, con Massimo es más que suficiente.

Guido asintió con la cabeza antes de tomar un trago.

—Bueno Guido, dijiste que querías hablar conmigo —mencionó Giulia, ella no se sentía con ganas de beber, pero algo le decía que iba a necesitar la cafeína.

Guido bajó su taza, y la miró con mucha seriedad.

—Giulia, necesito tu ayuda —vio a su bebida, y luego a los ojos de la chica—, viste lo que pasó hoy, Ercole está obsesionado en matarlos... y no puedo permitirlo.

Eso si la tomó por sorpresa, intercambió miradas con su padre, él estaba igual de pasmado, ambos voltearon a verlo.

—Te he visto convivir con ellos, sé que te importan... y si te soy honesto, a mí también... ellos son extraordinarios, jamás había visto seres como...

—Luca y Alberto —lo interrumpió.

Guido se quedó sorprendido.

—¿Luca y Alberto?

Giulia asintió con la cabeza.

—Esos son sus nombres.

Los ojos de Guido se abrieron, y se acercó más a Giulia.

—¿Tú se los pusiste?

Ella negó con la cabeza.

—No... ellos... me lo dijeron.

Parecía que el cerebro de Guido iba a estallar.

—¿Te lo dijeron? ¿Con señas, lo escribieron o...? Giulia... ¿ellos pueden hablar?

—¡Guido! —Respondió ella con una mirada tan seria, y aterradora, que el científico retrocedió, pegando su espalda a la silla—, responderé todas las preguntas que tengas, pero primero responde las mías, dijiste que necesitabas mi ayuda, ¿exactamente para qué?

Guido se acomodó su corbata, claro, su entusiasmo científico se había apoderado de él, tenía que tratar ese tema con más seriedad, todo estaría perdido si fallaban.

—Claro, perdóname —bebió un poco más antes de continuar— Giulia, no podemos dejar que Ercole maté a los suj... a Luca y a Alberto, sería un crimen destruir a algo tan hermoso como ellos.

Giulia sentía que Guido los veía con más valor científico que moral, como una cosa a la que hay que estudiar, no como personas, pero estaba bien, ya cuando garantizaran su seguridad podría enseñarle como Luca y Alberto eran iguales a ellos, por lo mientras lo mejor era saber que se traía entre manos.

—Estoy de acuerdo contigo.

Guido sonrió, quizás eso saldría mejor de lo que había esperado.

—Perfecto, por lo que te voy a pedir... es de vida o muerte.

—Más detalles por favor —dijo de repente Massimo, con ese tono tan intimidante que tenía.

Guido se hizo pequeño en su asiento, y tragó saliva, quizás no debió haber comentado eso frente a su padre...

—Claro... Giulia —la miró de nuevo a los ojos, con toda la seriedad que tenía en su alma—, necesito tu ayuda para sacarlos del laboratorio.

Las bocas de padre e hija cayeron en picada, tanto que parecían las de unos peces.

«Idiota» se regañó. «No debiste soltarlo así, hubieras ido con más calma».

—Giulia —continuó con nerviosidad, quizás aún podría corregir las cosas—, sé que pido mucho, pero por favor escúchame.

En eso ella se puso de pie y salió de la cocina, Guido la siguió con la mirada mientras se alejaba, siempre llamándola por su nombre, pero ella no le hizo caso, regresó su atención a su padre.

—Lo siento señor Marcovaldo, por favor, no es mi intención...

Pero Giulia regresó con su libreta, la dejó frente a Guido y se puso del lado de su padre, el científico miró los apuntes, luego a ellos.

—¿Qué es esto?

—Solo digamos que el equipo Marcovaldo te lleva ventaja —miró a su padre y se sonrieron.

Guido no pareció entender, pero solo bastó que echará una ojeada para darse cuenta de lo que se trataba, empezó a leer con mucho cuidado, revisando cada detalle y analizando si era viable; todo parecía correcto, excepto por unas cosas.

—Muy inteligente, todo parece bien —Giulia sonrió, sintiéndose orgullosa de sí misma—, excepto por unos detalles.

La sonrisa desapareció, Guido bajó la libreta y la miró.

—No olvides que tu tarjeta registra tu entrada y salida del laboratorio, tanto de la puerta principal como la del E-3, sabrán que fuiste la última en entrar antes de que desaparecieran.

Giulia se mordió el labio, no había pensado en eso.

—Y Ercole tiene cámaras en todos los lugares, aunque no te grabe cuando los liberes, se le hará extraño verte con un carrito de lavandería.

Giulia chasqueó los dedos, también se olvidó de eso.

—Por suerte, puedo ayudarte a encargarte de esos detalles.

Guido puso su maletín sobre la mesa, lo abrió y sacó un pequeño objeto cuadrado de color negro, tenía un cronometro en la parte delantera.

—¿Qué es eso? —preguntó Massimo.

Guido hizo una mueca antes de responder:

—Una bomba israelí.

Giulia y Massimo retrocedieron.

—Tranquilos, no está activada.

Aun así ninguno se tranquilizó, Guido prefirió volver a guardarla, pero aún fuera de vista, no parecía calmar a ninguno de los dos.

—¿De dónde sacaste eso?

—¿Ubican a las dos viejitas que viven en el descenso? Son veteranas de guerra, les sorprendería lo que pueden conseguir.

Padre e hija solo giraron los ojos para verse, y luego los regresaron a Guido, él rodó los ojos y continúo explicando su plan:

—Esto es lo que haremos, Giulia, terminarás tu turno como normalmente lo haces, luego saldrás del laboratorio, pero en vez de ir a la parada te dirigirás a la parte sur del edificio, ahí hay una puerta que conduce a un pasillo, es solo para personal autorizado, científicos y militares, es por eso que los demás no saben de su existencia, es exclusivo para emergencias.

Giulia asintió con la cabeza, los gringos y su paranoia, clásico.

—Por eso mismo no hay cámaras, te estaré esperando ahí para abrirte la puerta, te daré las llaves de las cadenas y con el carrito listo, para eso ya deberé haber planteado la bomba en la planta de luz, cuando esta estalle, todo se apagará, las cámaras, las puertas, solo se quedarán las luces de emergencia, y la sirena.

Giulia asintió.

—Antes de eso tú ya debes estar en la puerta del E-3.

—Pero Ercole me verá.

—No, tras reunirme contigo iré con él, voy a distraerlo para que puedas moverte libremente, cuando se desate el caos, yo me aseguraré de eliminar las grabaciones.

Giulia sonrió, ese sería un duro golpe para Ercole.

—Tras eso tendrás diez minutos para liberarlos antes de que el generador entre en acción, y reactive todo.

—Y yo ya deberé estar listo en el estacionamiento para escapar.

Guido asintió con la cabeza.

—Sería recomendable que eliminarás al guardia de la entrada, creo que podrías...

—Tranquilo, yo me encargó de él —sonrió al decir esas palabras.

Guido se sintió un poco intimidado, todo el pueblo sabía que el pescador tenía un corazón de oro, y que era un hombre amable y sensible, amado por toda la comunidad, pero también sabía que cuando se enojaba no había fuerza en la tierra que pudiera contenerlo, además de que su tamaño y musculatura siempre imponía.

Mientras tanto Giulia empezó a repasar todo lo que Guido le había dicho, era bueno, muy bueno, cubría todos los puntos ciegos de su plan original, además de que la tranquilizaba saber que alguien distraería a Ercole, y que se encargaría de la evidencia.

Pero esos diez minutos le preocupaban, debía liberarlos, meterlos al carro, y luego correr hasta el estacionamiento...

Era muy arriesgado.

«No importa» se dijo a sí misma «Puedes lograrlo, comparado el triatlón esto es pan comido».

—Me gusta —fue lo único que dijo, callando cualquier duda que pudiera tener.

Massimo asintió con la cabeza, a él también le gustaba tener a Guido como aliado, así sus posibilidades de triunfar aumentaban.

—No habrá segundas oportunidades, así que debemos ser precisos, la más mínima desviación podría llevar al desastre.

—No te preocupes —dijo Giulia, sintiéndose más segura que nunca en su vida—, no vamos a fallar.

«Luca y Alberto, resistan un poco más, ya vamos a sacarlos de ese infierno».

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