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Capítulo 41

Dedicado a MariolyVelasques

***

Hana cambió una vez más de canal mientras intentaba comer el almuerzo que había pedido que le subieran a la habitación. Sin embargo, los palillos no se lo facilitaban en lo absoluto, además de que todo en la tele estaba en japonés.

«¿Y qué esperabas?», se dijo y puso los ojos en blanco. 

Harta de todo, dejó el tazón sobre la mesa que estaba junto al sofá y caminó hasta la ventana. La impaciencia la consumía. Desde la noche anterior no sabía nada sobre Haru y él había prometido regresar al amanecer. ¿La dejaría sola acaso? No, eso era una tontería. No se trataba de ella, se trataba del bebé. 

—Tú y yo vamos a hacerle la vida muy difícil —dijo mientras se acariciaba el vientre y miraba hacia abajo—. Se lo merece porque es un idiota. 

Luego regresó a la cama y se acostó bocarriba. ¿De qué servía estar en una habitación tan grande y lujosa si estaba muriendo de aburrimiento y de ansiedad? No obstante, los toques en la puerta la sobresaltaron. ¿Sería él? 

Se levantó y abrió con cautela. Al verlo todo su cuerpo se relajó.

—Pensé que habías desistido y que nos habías abandonado —dijo ella y se apartó para permitirle pasar.

—Prometí cuidarlos, Hana, y siempre cumplo mis promesas —respondió Haru mientras se quitaba la chaqueta y la colocaba en la percha. Luego se lanzó en el sofá y recostó hacia atrás la cabeza.

Por algún motivo a Hana le pareció que él estaba más serio que de costumbre. Lucía preocupado y sus ojeras delataban que no había dormido demasiado.

—¿Tuviste problemas en casa? —preguntó. 

Haru suspiró audiblemente.

—No sé cómo catalogar la muerte y entierro de mi tío. 

—¿Hablas en serio? —Hana abrió mucho los ojos y se apresuró a sentarse a su lado. Él asintió—. Pues... supongo que lo siento.

—Descuida, no tienes que darme tus condolencias. Es comprensible que odies a toda mi familia. 

Ella lo consideró un instante y no supo descifrar si era realmente odio lo que sentía hacia ellos. Al final habían asesinado a su familia paterna, pero ella ni siquiera los había conocido, a fin de cuentas. Además de que ya estaba al tanto de que la masacre había sido mutua. 

—Tienes razón —dijo finalmente—, quizás no lo siento mucho por él, pero sí lo siento por ti.

Haru la observó con algo de asombro.

—¿Qué? —preguntó ella—. Eres el padre de mi hijo, no es que vaya a celebrar tus desgracias. 

Se encogió de hombros y él terminó por asentir. No obstante, se sintió un poco preocupada, pues no comprendía del todo las consecuencias que eso traería. 

—Haru... ¿y ahora qué harás? Si él murió, ¿eso significa que tú...?

—Estoy a cargo ahora —susurró él, muy bajo, como si aún no lograra creerlo del todo.

—Guau... ni siquiera sé qué decir. Tú... ¿tienes que quedarte aquí ahora?

—Debería hacerlo.

—Comprendo... —dijo ella y bajó la mirada—. ¿Qué pasa entonces con la empresa y con... todo lo demás?

—Mi idea siempre fue dejar aquí a Tadashi, ayudándome con todo, aunque mi tío no quería que nos separáramos. Siempre lo consideré mi mano derecha y mi mejor aliado, la única persona capaz de ayudarme a consolidar nuestro imperio aquí y allá. Pero eso ya no es posible. Todo es muy confuso para mí ahora.

—Y supongo que un líder debe permanecer donde está su gente, no al otro lado del océano —susurró ella, sin mirarlo.

No comprendía por qué le causaba tanta aversión la idea de que Haru decidiera permanecer en Japón. Quizás eso era lo mejor, la única vía para alejarse por completo de todo ese oscuro mundo en el que se había visto envuelta. Podía criar a su hijo sola. No lo necesitaba a él, después de todo.

—Quizás puedas dejar a alguien allá encargándose de la empresa y de los negocios con McGwire —agregó, sin mostrar ninguna emoción—. A fin de cuentas, ya saldaste tu deuda, que fue lo que te llevó a ir en primer lugar, ¿no?

Se levantó del sofá y caminó hacia la ventana. Sentía una necesidad urgente de desviar su atención de ese tema y de escapar de todo.

—¿Tú quieres que me quede? —preguntó Haru después de unos instantes de silencio. Ella se volteó a verlo. Sus ojos negros la escrutaban casi sin pestañear.

—Eso es lo mejor que puedes hacer. No es necesario conocer mucho al respecto para saber que ese es tu deber como líder. 

—Eso no responde mi pregunta —dijo él y se le acercó muy despacio. Hana comenzó a sentirse ansiosa ante la cercanía—. ¿Tú quieres que me quede? ¿Quieres realmente que me aleje de ti?

—¿Te alejarías de tu hijo? 

—No —sentenció él—. Pero eso no significa que tenga que estar cerca de ti si no quieres. Sin importar dónde yo esté, me aseguraré de que a ese bebé que viene en camino no le falte nada. Ni dinero, ni protección, ni tampoco mi amor, aunque no pueda verlo tan a menudo como me gustaría. 

—¿A qué se debe ese cambio de actitud en ti? —exigió ella—. ¿No eras el que hace un par de días juraba que nada o nadie podría alejarlo del bebé? 

—Lo soy, solo que... estar cerca de mí siempre ha sido peligroso, pero ahora lo es mucho más que nunca antes, Hana. —Su rostro mostraba su consternación al decirlo—. Yo no te forzaré a ponerte o poner en peligro a nuestro hijo, ni tampoco te obligaré a hacer nada que no quieras.

Ella asintió, enojada sin saber realmente por qué. No podía creer lo que le estaba proponiendo. 

—Bien —dijo con tono amenazante y se acercó mucho más a él—, pues yo solo te aclararé muy bien algo, Haru Miyasawa, conmigo no hay términos medios. O estás por completo en la vida de nuestro hijo o simplemente no lo estás en lo absoluto. Yo crecí sin un padre por toda la mierda en la que siempre estuvo involucrado, pero no solo él pagó por sus errores, ¡yo también pagué por él! Tu padre murió, pero tú al menos tuviste a tu tío. En mi caso siempre estuvimos solo mi madre y yo, ¡y no tienes idea de lo mucho que anhelé tener a mi jodido padre conmigo! 

Su pecho subía y bajaba con dificultad mientras le gritaba. Estaba tan cerca de Haru que podía sentir el calor que desprendía su cuerpo. 

—Tú no puedes cambiar nada de tu pasado ni el de tu familia porque eso es quien eres —continuó ella con ímpetu—. Eres el jodido líder de los Miyasawa ahora y simplemente tienes que aceptarlo. Mi madre luchó toda la vida por separarme de mis raíces, ¡Y mírame, Haru! ¡Mira donde estoy y todo lo que me ha pasado por eso! ¿Te parece que le haya funcionado? No importa lo mucho que quieras alejarme o alejar a nuestro hijo de todo, ¿no comprendes que no hay forma de hacerlo?

—¡Entonces pídemelo, Hana! —gritó él con desesperación y se acercó mucho más a ella, tanto que sus alientos se cruzaban—. ¡Dime de una jodida vez qué diablos quieres de mí porque me vas a enloquecer! Pídeme que no me aleje de ustedes y juro que nada ni nadie logrará separarnos jamás. Pero no sé qué es lo que quieres, ¡nunca lo he sabido! ¡¿Qué quieres de mí?!

—¡No lo sé! —replicó ella y sintió que las lágrimas inundaron sus ojos—. ¡No lo sé! Te he odiado por tanto tiempo que ni siquiera sé qué quiero de ti... ¡Estoy demasiado confundida! Quizás estoy cometiendo un error, pero ahora mismo solo quiero que no te alejes de mí, de nosotros... 

Haru tomó el rostro de ella con ambas manos y apoyó la frente sobre la suya. Las respiraciones de ambos eran caóticas y ella había comenzado a llorar sin pretenderlo. 

—Entonces no lo haré —afirmó él en un susurro—. Si tú quieres que me quede a tu lado no me iré. Buscaré una forma de arreglarlo todo y regresaré contigo. Esperaré pacientemente, Hana, todo el tiempo necesario hasta que sepas qué es lo que sientes, si solo me quieres a tu lado por nuestro hijo... o si hay algo más. 

—¿Y qué pasa si con el tiempo me doy cuenta de que solo quiero que estés conmigo por el bebé? ¿O si simplemente tengo miedo a estar sola? —preguntó ella sin poder controlar su llanto. 

—Entonces me limitaré a ser un buen padre y dejaré que continúes tu vida con alguien más que logre hacerte feliz... Juro que jamás te presionaré a nada, lo juro.

Hana asintió y él permaneció un momento observando sus labios. No obstante, solo le dio un pequeño beso en la frente y la abrazó con fuerza. Ella apoyó la cabeza en su pecho y siguió llorando sin poder detenerse. Quizás estaba dejando brotar todas esas lágrimas que durante tanto tiempo había contenido y, a pesar de todo, los brazos de Haru se sentían como el lugar más seguro que tenía en esos momentos. 

Después de un largo rato logró calmarse y se alejó de él. Caminó muy despacio hasta sentarse en el sofá. Subió las piernas y se abrazó a sí misma. Se sentía más expuesta y vulnerable que nunca antes.

—¿Estarás bien? —preguntó Haru y la miró con preocupación.

Ella asintió.

—Bien —volvió a decir él—. Volveré a casa y lo solucionaré todo. Regresaré mañana y nos iremos. 

Hana asintió una vez más y pensó que él se marcharía, pero antes de hacerlo introdujo la mano en el bolsillo interior de su chaqueta. Sacó su arma y se la extendió.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella con escepticismo. 

—Aquí en Japón tengo más enemigos de los que puedo contar, y ahora mismo no quiero que nadie se entere de tu existencia. Tómala, me sentiré más seguro si la tienes.

—Haru, la primera vez que me dieron un arma las cosas no terminaron nada bien. ¿recuerdas? No pienso quedarme con eso.

Él tomó sus manos con suavidad y la depositó.

—No es una petición, Hana. Quiero que ustedes dos estén a salvo a cualquier precio. 

Luego dudó un instante, pero optó por ponerse la chaqueta y finalmente irse. 

Hana observó la pistola en sus manos. Se había jurado a sí misma que nunca más sostendría un arma o que mucho menos se atrevería a usarla. Pero muchas cosas habían cambiado desde ese entonces, y sabía que esa era una de las consecuencias de la elección irrevocable que acababa de tomar. Ya no había marcha atrás.

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