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Capítulo 4

Dedicado a KibethStar

***

Hana se incorporó lentamente hasta sentarse en la cama. Se sentía raro para ella despertar en una habitación que no era la suya, pero nunca más dormiría allí ni tampoco entraría a esa casa. Se había marchado tres días atrás y sería para siempre. Había dejado a su madre llorando e implorándole, pero tampoco quería volver a verla.

Se sentía traicionada y herida, por lo que había decidido iniciar su propio camino lejos de la gran mentira en la que siempre había vivido.

Su maleta estaba tirada en una esquina del pequeño y algo descuidado cuarto de hotel. Las paredes eran de un color azul desgastado y dudaba que las sábanas fueran cambiadas con frecuencia. No obstante, no podía permitirse nada mejor hasta que comenzara a trabajar.

Miró hacia la mesita de noche, donde había colocado el único recorte que mantuvo consigo: el que tenía la foto de su padre. Lo tomó en sus manos y suspiró profundo.

Ethan había sido verdaderamente hermoso —o Hiroshi, pues ya no sabía cómo llamarlo—. Cada facción de su rostro parecía tallada por los ángeles. Hana imaginaba que sus ojos debían de haber sido tan azules como los de ella. Sentía nostalgia de él, aunque no lo había conocido, y no paraba de preguntarse si él la habría querido y habría disfrutado verla crecer. Sí que se parecía a su padre, Barnes tenía razón, y eso la hinchaba de orgullo.

Llevaba todos esos días prácticamente sin comer o dormir. Solo lograba darle vueltas a su situación y a todo lo que había descubierto sobre sí misma. No tenía casi dinero ni tampoco había buscado ningún otro posible trabajo luego de lo ocurrido en el bufete. Pedirle ayuda a su madre o a su tía Rose no era una opción, y no tenía demasiados amigos a los que acudir tampoco. Tenía que hacer algo y solo le quedaba una alternativa para subsistir por su cuenta.

Luego de tomar un baño, se vistió con uno de sus mejores trajes y se maquilló un poco más de lo usual, pues sus ojeras eran notables. Salió de aquella pocilga en medio de la cuidad y se dispuso a tomar un taxi. No le agradaba en lo absoluto dejar sus cosas allí, pero no podía cargar con la maleta para todos lados.

En menos de quince minutos se vio a sí misma frente al enorme edificio en el cual había comenzado el mayor cambio de toda su vida.

No tenía cita con Barnes, pero él le ordenó a su secretaria hacerla pasar de inmediato apenas supo de su presencia.

Hana entró nuevamente a la oficina y se sentó en el enorme sillón, sin saludarlo siquiera. No tenía tiempo para formalidades.

—¿Quién diablos es usted y qué quiere de mí? —soltó de inmediato. Barnes la miró con sorpresa, pero luego le sonrió.

—Quiero ayudarte a hacer justicia, pequeña Hana, eso es todo... —respondió y se recostó en su silla.

—¿Dónde conoció a mi padre y por qué está tan interesado en ayudarme? —No suavizó su tono, a pesar de la mirada apacible del hombre—. Si algo he aprendido en mi vida es que nadie hace favores sin querer algo a cambio. Además, ya sé perfectamente que mi padre no murió en un accidente, mi madre... —Bajó la mirada e hizo una pausa antes de continuar—: En fin, ¿de qué justicia habla, entonces?

Barnes cruzó ambas manos y las apoyó en su escritorio.

—Verás, pequeña —le dijo con seriedad—. Lo que hizo tu madre fue ciertamente un error, pero no estuve ahí, así que no puedo juzgar sus motivos... Sin embargo, no estoy hablando de hacerle justicia a la muerte de tu padre, si no a algo mucho más grande: al glorioso imperio de los Dragones Rojos.

» Tus antecesores lo crearon y lo mantuvieron en la cima por muchos años. Todos sus miembros fueron temidos y respetados, pero su decadencia comenzó poco antes de tu nacimiento... Algunos murieron por causas naturales, como tu bisabuelo, Orochi Sakura. Otros fueron asesinados por una familia de bastardos traidores luego de firmar la paz, entre ellos tu abuelo paterno. Lo consideraba casi un hermano...

Hana observó con detenimiento el dolor y la rabia en la expresión del hombre, pero decidió mantenerse en silencio y escuchar toda la historia.

—Esa maldita familia se encargó de exterminar a todos los miembros restantes de la familia Sakura —continuó Barnes y clavó sus arrugados ojos en ella—. Excepto a uno... cuya existencia nunca lograron descubrir...

A Hana le tomó un instante comprender que se refería a ella.

—¿Quiere decir que... soy yo la única que queda de toda la familia de mi padre...?

—Así es, por desgracia... Tú, pequeña flor, naciste en el ocaso de los Dragones y eres la única esperanza que queda para destruir a todos aquellos que traicionaron y ultrajaron el apellido Sakura... Llevo toda mi vida esperando pacientemente por ti. Pero siempre tuve muy claro que, de una forma u otra, entraría en tu vida y abriría tus ojos. Tú y yo, Hana, podemos hacer caer a todos los enemigos de tu familia y hacerlos desear nunca haber nacido...

—Usted es un hombre muy poderoso —dijo ella con perspicacia—. Estoy segura de que puede lograr todo lo que desee con solo levantar el teléfono... Yo soy solo una chica recién graduada salida de la nada, ¿para qué me necesita, entonces?

Barnes soltó una carcajada y luego volvió a mirarla.

—Exactamente por eso, Hana —respondió—, por tu inteligencia y tus agallas. Puede que no hayas conocido a tu padre, pero cada palabra que dices me parece estarla escuchando de su boca.

—Eso no responde mi pregunta.

—Pues déjame explicártelo, entonces. Nuestro enemigo es poderoso y se ha fortalecido con el paso de los años; sobre todo después de que se apoderaran de una forma fraudulenta de todo lo que poseía tu familia paterna y que, por consiguiente, te pertenece a ti, que eres la única heredera. Yo cambié mi nombre y pocas personas me conocen, pero no puedo exponerme demasiado o podrían saber mis verdaderas intenciones.

» Tú, por otro lado, estás totalmente fuera del radar gracias al inteligente movimiento de tu madre de desaparecer cuando aún nadie sabía de tu existencia. Eso te hace invulnerable a las averiguaciones. Con tu belleza y capacidad profesional podrías fácilmente infiltrarte entre ellos y, con mi ayuda, destruirlos desde adentro...

—Creo que voy comprendiendo, pero hay algo que está obviando. Usted sabe sobre mí, ¿qué le da la certeza de que ellos no?

El hombre sonrió satisfactoriamente y asintió. Ella, sin embargo, continuaba algo escéptica ante sus palabras.

—Tienes razón al pensarlo, pero puedo asegurarte que no lo saben. Después de todo lo ocurrido con tu padre y con algunos de sus miembros esa familia regresó a Japón. Solo dejaron a algunos de sus trabajadores encargándose de sus negocios y no aparecieron por aquí nunca más.

» Yo, por otra parte, fui el encargado de entregarle a tu madre el testamento de tu padre, y también la visité en un par de ocasiones cuando aún eras muy pequeña para asegurarme de que no les faltara nada. Tú padre así lo hubiera querido. Sin embargo, tu madre decidió que mi presencia no era buena para mantener el perfil bajo que quería, así que me vi obligado a verlas desde las sombras.

—¿Dice que mi padre dejó un testamento? —preguntó ella con curiosidad. Como era de esperarse, su madre tampoco había mencionado nada al respecto—. ¿Él... pensaba que iba a morir?

—Uno siempre está expuesto a la muerte cuando se involucra en «determinadas labores», así que él no quería que nada le faltara a Astrid en caso de que algo le ocurriera. No sabía de ti, por supuesto. Mi misión fue hacer cumplir su última voluntad, pues, como ya seguro imaginarás, yo era el abogado de la familia.

—Bien... —dijo Hana y respiró profundo.

Su mente era un remolino de pensamientos. No estaba segura de qué haría a continuación, pero sí estaba convencida de que ya no había marcha atrás. Escuchar a Barnes hablar sobre esos malditos que habían destruido a la familia de su padre la había llenado de ira. Quería hacerlos pagar, no tenía dudas al respecto.

—Me parece justo vengar a mi familia y recuperar lo que me pertenece —añadió, sin mostrar ninguna expresión en su rostro—. Pero... aún no comprendo qué piensa ganar usted con todo esto.

—Tu bisabuelo fue un gran hombre, Hana, un hombre capaz de erigir todo un imperio y mantenerlo... Pero también fue capaz de tenderle la mano a los que necesitaron su ayuda, como fue el caso de un joven abogado recién llegado de Japón que acababa de perderlo todo... —Sus ojos viajaron involuntariamente a una vieja foto que estaba sobre el escritorio. Había dos personas en ella, una sonriente joven y un bebé. Hana comprendió que se trataba de su familia.

» Yo tenía apenas la edad de tu abuelo, el menor de sus hijos, y acababa de graduarme luego de mucho sacrificio, justo como tú ahora. Él creyó en mí, algo que nunca nadie había hecho. Le serví fielmente y me hizo un hombre rico e influyente. Se lo debo, Hana, le debo vengar la memoria de sus hijos y nietos, y de su imperio. ¿Quién mejor que tú para ayudarme?

Hana lo escrutó con la mirada y volvió a observar la sonrisa de la joven en la foto.

—Entonces, dime, pequeña flor —añadió Barnes y la miró a los ojos—. ¿Estás dispuesta a honrar a tu verdadero apellido?

—¿Tendré que ir a Japón para hacerlo? —cuestionó, pero él negó con la cabeza.

—Dije que ellos nunca más habían regresado... Hasta hace un par de meses, cuando sus jóvenes hijos decidieron probar suerte en el mismo país elegido por sus padres para formar sus negocios hace más de veinte años... Ser tan influyente tiene muchas ventajas, florecita. Adivina cuál fue el primer bufete de abogados que les fue recomendado para todo el asesoramiento legal de su empresa en esta nación que les resulta tan novedosa...

El hombre sonrió con malicia y Hana no pudo evitar acompañarlo.

—Pues... en ese caso, solo me queda una pregunta —dijo ella con mucha seguridad—: ¿cuándo comienzo a trabajar?

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