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Capítulo 37

Dedicado a SullynBorges

***

El día parecía interminable para Hana. Nunca en su vida se había sentido tan frustrada. Sus últimas esperanzas se habían esfumado al saber que la policía no apresaría a los Miyasawa y sus días estaban contados hasta que Haru descubriera la mentira del embarazo. ¿Cuánto tiempo tenía? ¿Un mes, dos?

Aun si hubiera forma de escapar de ahí no podía hacerlo, la vida de su madre también estaba en juego. No tenía idea de cómo Haru había sabido que la policía iba tras él, ni tampoco qué había ocurrido con Barnes. ¿No la estaba buscando? ¿El doctor no había ido a verlo? Él era abogado, podía conseguir la forma de que las autoridades entraran allí para rescatarla. Y también podía proteger a su mamá.

Pero muy en el fondo sabía que nadie iría por ella. Estaba sola y perdida.

Alguien llamó a la puerta de la habitación y se levantó de la cama, sobresaltada. Caminó a abrir, aunque no estaba cerrada con llave.

Era Haru. Tenía ojeras enormes y el traje algo estrujado. Jamás lo había visto en ese estado.

—¿Qué quieres? —preguntó, aunque no tenía ánimos para discutir. Estaba exhausta, y él también parecía estarlo.

—Tienes una visita.

—¿Qué? —cuestionó con incredulidad. ¿Acaso estaba jugando con ella?

—Hay alguien que quiere verte, Hana, y que probablemente tú también vas a querer ver.

Sus alarmas se dispararon. ¿Acaso estaba hablando de su madre? ¿Se habían atrevido a hacerle daño?

—¿Q-quién es?

—Sígueme y lo averiguarás.

Haru dio la vuelta y caminó hacia las escaleras. Ella lo siguió. Un dolor insoportable se instaló en su pecho.

No obstante, en muy poco tiempo estuvieron en el primer piso, frente a una de las habitaciones más apartadas de la casa. Haru se detuvo y la miró. Ella vaciló un instante, pero luego se adelantó y abrió la puerta.

Hana se llevó las manos a la boca y ahogó un grito de horror. Barnes estaba atado a una silla, justo como le habían hecho a ella, pero su boca estaba cubierta con un pañuelo y su rostro estaba golpeado. Se retorció en la silla al verla e intentó gritar.  Hana quiso acercarse para ayudarlo, pero Haru la sostuvo por un brazo y se impidió.

—¿Por qué has hecho esto? —le gritó a Haru y se giró para enfrentarlo—. ¡Él no tiene nada que ver con nuestros asuntos! ¿Cuándo dejarás de herir a personas inocentes? ¡Eres un maldito bastardo!

—¿Inocente? —replicó Haru con ironía y soltó un bufido—. Lamento destrozar tus fantasías, pero no hay ningún inocente en esta habitación, Hana, y este pedazo de mierda solo tendrá lo que se merece.

—¿De qué estás hablando? Él simplemente me dio trabajo, ¡tu problema es conmigo, Haru Miyasawa!

—Dios, Hana —respondió él y se restregó los ojos—, no sé cómo puedes creer aún que soy imbécil. Sé perfectamente la identidad de este tipo, la verdadera pregunta es: ¿la sabes tú acaso? ¿O sabes solamente lo que él te contó? —Señaló a Barnes—. ¿Crees que ese cabrón fue solo el abogado de tu familia? ¿Conoces acaso la historia de por qué comenzó a trabajar para tu bisabuelo?

—¿Qué?

—Así es, Hana. Tú lo conoces como Joy Barnes, el dueño de un prestigioso bufete de abogados, pero yo lo conozco como Ishiro Tanaka, ¡el maldito que traicionó a mi familia hace más de cuarenta años en Japón!

Hana alternó la vista entre Barnes y Haru. El hombre seguía retorciéndose, intentando hablar.

—Tu bisabuelo solo lo contrató porque esa escoria que ves ahí le vendió todos los secretos de mi familia para vengarse de la muerte de su esposa y su hijo. Mi familia nunca quiso dañarlos, Hana, eran dos inocentes. Lo que ocurrió fue solo un accidente y él culpó a mi abuelo y nos traicionó. Mientras estuvo bajo la protección de los Dragones era invulnerable, y luego toda mi familia regresó a Japón. Pero su traición no fue ni será perdonada y él lo sabía perfectamente. Por eso te buscó y te utilizó, Hana, para destruirnos y salvar su propio pellejo.

A su mente vino el recuerdo de la foto que había sobre el escritorio de Barnes de la mujer joven y el bebé. Él le había dicho que acababa de perderlo todo antes de que su bisabuelo lo contratara, pero no había mencionado jamás a la familia Miyasawa.

—¿Por qué creería algo de lo que dices? —cuestionó—. Eres capaz de inventarte cualquier cosa con tal de justificar tus crímenes.

Haru asintió con la cabeza.

—Nunca esperé que me creyeras y, de hecho, estuve mucho tiempo intentando comprender cómo había logrado convencerte de que somos tus enemigos... Hasta que finalmente tú misma me lo dijiste, Hana. Tanaka te convenció diciéndote que de alguna forma nos habíamos quedado con las posesiones de tu familia después de la muerte de tu padre. —Sonrió con diversión—. Tengo que reconocer que eso es lo más ridículo que he escuchado hasta ahora.

—¿Y no lo hicieron? —gritó ella con furia—. ¿Cómo puedes negarlo?

—No —declaró él con firmeza—, no lo hicimos. Mi familia forjó su fortuna de la misma forma que la familia Sakura, así que no eres quien para juzgarnos. Sin embargo, jamás nos dedicamos a robarles a otras personas. Desde que comenzaste tu venganza has estado mirando en la dirección equivocada, cuando la realidad es que tuviste al ladrón frente a tus narices todo el tiempo...

A Hana le tomó un momento comprender lo que insinuaba. ¿Estaba diciendo acaso que Barnes se había apoderado de las pertenencias de su familia paterna? Eso no tenía sentido.

—Eso no es posible —titubeó ella y miró al hombre a los ojos. Luego devolvió la mirada a Haru—. Él siempre le fue fiel a mi padre y a mi abuelo, ¡incluso le entregó a mi madre el dinero que mi padre dejó para ella!

—¿Y qué es ese dinero comparado con toda la fortuna de los Dragones Rojos, Hana? Él tenía pleno acceso a todas las cuentas de la familia y a todas las ganancias de los negocios. Era un abogado lleno de contactos y le resultó demasiado fácil quedarse con todo y despistar a las autoridades cuando murió tu padre. Y, si aún no me crees, toma esto.

Haru abrió el saco de su traje y extrajo un par de documentos un poco estrujadas y se las extendió. Ella las tomó, un poco dudosa, y comenzó a mirarlas.

—Eres abogada —volvió a decirle él—, no creo tener que explicarte cómo luce un documento legal, y esa es una copia de la propiedad del casino que perteneció a los Sakura por tantos años. ¡¿A nombre de quién está, Hana?!

Hana sintió sus pies flaquear al leer el nombre escrito: Joy Barnes. Haru Miyasawa tenía razón. Ese bastardo le había estado mintiendo todo el tiempo y no había hecho más que manipularla.

—T-tú... —intentó decirle a Barnes, pero no logró hablar. Sus manos temblaban sin control y sus ojos se humedecieron.

—Realmente siento pena por ti, Hana —dijo Haru con dureza—. Apenas llegué a este país comencé a rastrearle la pista a ese maldito, y finalmente logré encontrarlo a pesar de lo bien que se ocultaba. Lo gracioso es que siempre estuvo a la vista de todos, como tú. Sabía que tu padre era Hiroshi Sakura mucho antes de que pusieras un pie en mi empresa y nunca me importó. Como te dije una vez, nosotros no tenemos la culpa de los errores de nuestros antepasados.

Haru sacó la pistola que guardaba en su cinturón y quitó el seguro. Hana se quedó totalmente inmóvil y sintió el oxígeno abandonar por completo sus pulmones mientras Haru caminaba hacia Barnes. El hombre comenzó a gritar, pero el pañuelo ahogaba sus intentos de ser escuchado.

—Te concediera unas últimas palabras —dijo el chico con dureza y le apuntó a la cabeza—, pero una escoria como tú no merece eso siquiera. Hasta nunca, Ishiro Tanaka.

Y luego disparó.

Hana gritó y calló al suelo al ver los sesos y la sangre de Barnes impregnarse en la pared tras la silla. Sus ojos abiertos seguían reflejando el horror que había vivido antes de morir. Hana sintió su estómago revolverse y unas ganas enormes de vomitar. No obstante, Haru se volteó hacia ella sin darle tiempo de reaccionar y también le apuntó con el arma.

—Quise darte una oportunidad —continuó Haru—, preferí pensar que había sido solo una coincidencia que comenzaras a trabajar con nosotros y no un acto premeditado. Quise que probaras que eras diferente a todos ellos. Permití incluso que te ganaras parte de mi confianza... y más... Pero entonces confirmé que Joy Barnes era la misma persona que Ishiro Tanaka, como había sospechado, y me di cuenta de cuán ingenuo había sido. Tú querías destruirnos desde adentro, por eso siempre supe que no podía dar siquiera un paso en falso y usé eso a mi favor.

Ella no lograba creer lo idiota que había sido. Haru siempre había estado un paso más adelante que ellos, pero aún no comprendía cómo había descubierto su verdadera identidad.

—¿Cómo sabías sobre mí? —preguntó en un tono de voz muy bajo mientras las lágrimas empañaban sus ojos—. Ni siquiera yo sabía sobre mi padre...

—Esa es una larga historia, Hana Sakura; una que, por desgracia, no tiene mucho que ver con la supuesta tradición que crees que tenemos los Miyasawa de rastrear y asesinar a los Sakura del mismo modo que ellos lo hacían con nosotros... Es la historia que compartimos desde antes de que nacieras, pero que tú misma pisoteaste con tu obsesión por destruirnos... Sobre todo cuando le disparaste a mi primo. No tenía pruebas de que lo habías hecho, pero fuiste la primera sospechosa que vino a mi mente y tu modo de actuar terminó por confirmármelo. Lamento decirte que más allá del físico, no tienes mucho en común con tu padre. Eres pésima para este negocio.

Hana miró a los ojos de Haru e intentó encontrar la calidez que siempre había visto en ellos. Quizás todo había sido tan fingido como sus propias acciones. Todo lo que había creído y a lo que se había aferrado con todas sus fuerzas no era más que una vil mentira. Ya nada importaba demasiado.

—Hazlo —susurró con los ojos fijos en el arma que le apuntaba desde arriba—. También debes de saber que no estoy embarazada, de cualquier modo...

—Así es, estuve seguro desde el principio que ese no era más que otro de tus trucos. —Dio un paso más y colocó la pistola justo encima de su cabeza. Hana tragó en seco, pero no dejó de mirarlo—. ¿No me pedirás clemencia?

Ella negó con la cabeza muy despacio.

—Bien —añadió él—, porque eso no hubiera cambiado mi decisión, de cualquier modo... Hasta nunca, Hana Sakura...

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