Capítulo 31
Dedicado a zira953
***
—No puedo creer que seas capaz de inventarte algo así —dijo Haru. Lucía algo enojado, pero ella no perdió la calma.
—¿En serio crees que me lo estoy inventando? —respondió en tono irónico—. Me parece que estás bastante crecidito como para tener que darte una clase de cómo funcionan esas cosas.
—¡Déjate de burlas, Hana! ¿Crees que soy estúpido? Ha pasado muy poco tiempo desde que—
—¿Desde que olvidaste hasta tu nombre mientras follábamos? —lo interrumpió en un claro intento de provocarlo—. Créeme, ha pasado el tiempo suficiente como para saberlo.
—¿Y por qué le creería a una mentirosa como tú?
—No tienes que hacerlo. Compruébalo con un doctor.
Haru la miró con impotencia y permaneció en silencio un instante.
—Bien —respondió finalmente con dureza—. Tú ganas esta vez, voy a llevarte a que te examinen y si es cierto tendrás a mi hijo. Si cometí el error de concebir a mi primogénito con una maldita farsante, aceptaré las consecuencias.
—¿Aunque la mitad de su sangre sea Sakura? ¿Qué pasa entonces con la tradición familiar de eliminar a todos los Dragones Rojos, Haru Miyasawa?
Haru soltó una carcajada.
—¿Sakura? —dijo con malicia—. Mi hijo no tendrá nada en común con los Dragones, Hana. Por las venas de tu padre no corría ni una gota de sangre Sakura, y tú ni siquiera llevas el apellido...
Ella sintió su estómago revolverse al escucharlo.
—Eres un cabrón de mierda —escupió con odio—. Algún día pagarás todo lo que estás haciendo.
—Modera tus palabras, Hana —respondió él sin inmutarse—. Un bebé no necesita a su madre biológica para crecer y... nueve meses pasan en un abrir y cerrar de ojos.
Luego se volteó hacia sus hombres, que aguardaban fuera de la bodega:
—Desátenla con cuidado —ordenó.
Los dos tipos caminaron hacia ella y comenzaron a retirar las cuerdas. No se resistió, pues sabía perfectamente que estaba en una posición de desventaja. Sus muñecas y sus tobillos ardían por la fricción, y le costó un poco levantarse porque todo su cuerpo estaba adolorido.
—Escúchame bien claro —dijo Haru mientras caminaba hasta detenerse a escasos centímetros de ella—: Te subirás a mi auto y no intentarás hacer absolutamente nada estúpido.
—¿O qué? —contraatacó ella—. ¿Me matarás?
—No —dijo él con simpleza y las comisuras de sus labios se elevaron ligeramente—. ¿Sabes qué? Las rosas amarillas siempre fueron las favoritas de mi tía, quizás por eso me gustan tanto. Debo reconocer que tu madre tiene mucho talento para cultivarlas, hacen que tu casa luzca muy pintoresca, al igual que los geranios que cuelgan desde la ventana de su habitación... —Su pecho se oprimió al escuchar la simple mención de su madre—. Siguen muy hermosos después que te marchaste, por si interesaba saberlo. Ella aún le dedica mucho tiempo a la jardinería.
—No te atreverías... —dijo en un tono muy bajo, conteniendo su ira.
—Oh, querida Hana. —Haru dio un paso más y ella pudo sentir su aliento en los labios—. Hay tanto que no sabes sobre mí aún... Hacerle una nueva visita a la hermosa Corine Langford sería todo un placer para mí. O, mejor dicho, a la hermosa Astrid Greene... Aunque no creo que eso te importaría en lo absoluto. Después de todo tú la abandonaste, ¿no es cierto?
Hana quiso responder, pero el dolor era tan desgarrador que quemaba. Por su culpa su madre estaba a merced de esos asesinos despiadados. Sintió sus ojos escocer solo de pensar que pudieran hacerle algún daño.
—Haré lo que quieras —cedió—, pero mantente lejos de ella. Mi madre no tiene nada que ver con todo esto.
—¿Ves? Esa es mi chica.
Él caminó hacia la puerta mientras los hombres la condujeron hasta la salida del restaurante y luego hacia el auto. Sin embargo, solo ella y Haru se subieron.
—Estaremos bien —le dijo Haru a los dos tipos. Luego sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo pasó a ella—. Límpiate el rostro, no queremos que el doctor piense que algo va mal, porque todo va perfecto, ¿no es así?
Ella le lanzó una mirada de odio y tomó con rudeza el pañuelo, pero no respondió.
Los veinte minutos de viaje le resultaron un verdadero infierno. No paraba de darle vueltas en su cabeza a lo que había dicho Haru sobre su madre. Tenía el recuerdo tan vívido que le parecía estarla viendo a través de la ventana pasar horas en el jardín. Era un pasatiempo heredado de su abuela que a ella siempre le había resultado aburrido e insípido. Quizás debía haber accedido las tantas veces que Corine le había pedido que la ayudara con las plantas solo como excusa para pasar tiempo juntas. Ya era demasiado tarde para eso.
«Lo siento», pensó y miró con tristeza por la ventanilla.
Apenas llegaron sintió un ligero temblor en todo el cuerpo. Quizás estaba cometiendo la mayor estupidez de su vida, pero necesitaba ganar tiempo a cualquier precio. Entró a la clínica privada con Haru a su lado. Él lucía su típica expresión cálida y relajada, esa capaz de engañar a cualquiera. Se encargaba de sonreírle a todos los que pasaban por su lado mientras ella no lograba ni levantar la mirada del suelo.
El chico habló con un par de personas sin perderla de vista. Hana supuso que la consulta tardaría un poco porque no tenían cita, pero los llamaron a pasar apenas salió la paciente que estaba siendo atendida. Al parecer el poder del dinero se imponía.
—Buenos días —saludó Haru al doctor que los atendería.
—Buenos días. Soy el Doctor Lebrone —respondió el hombre con amabilidad y cerró la puerta de la consulta—. Mi secretaria me ha dicho que su caso es de suma importancia, ¿en qué puedo ayudarlos?
—Tenemos la sospecha de que la señorita está embarazada, pero necesitamos confirmarlo.
—Oh, ya veo —respondió Lebrone y sonrió—. ¿Están casados?
—Sí.
—No —sentenció ella a la misma vez.
Haru se aclaró la garganta y sonrió al ver la expresión de perplejidad del hombre.
—Ella tiene razón —dijo—. Aún no estamos casados oficialmente —la miró de un modo muy sugerente—, pero lo estaremos...
—Bueno —habló el hombre—, pues vamos a lo que importa entonces. Acuéstese en la camilla, por favor.
—¿Podemos tener algo de privacidad? —se apresuró a decir Hana. Lebrone volvió a mostrar su asombro ante la petición.
Haru puso los ojos en blanco y luego suspiró profundo.
—De acuerdo, cariño. Sé que debes estar nerviosa... —replicó con fingida comprensión—. Esperaré afuera entonces.
Apenas dio un paso fuera y cerró, Hana le habló con desesperación al hombre:
—Mi vida está en riesgo, tiene que ayudarme.
—¿Qué? ¿Acaso no quieres llevar a cabo el embarazo?
—No se trata de eso —susurró ella con prisa—. No hay ningún bebé.
El hombre abrió enormemente los ojos.
—Ese cabrón allá afuera me asesinará sin pensarlo dos veces si llega a descubrirlo. Tuve que decírselo para salvar mi vida. Ayúdeme, por favor.
—Dios, ¿en qué diablos están metidos ustedes? —respondió el hombre, aterrado—. Yo no tengo nada que ver con sus asuntos.
Hana le quitó el bolígrafo que sobresalía del bolsillo de la bata blanca y tomó una de las hojas sobre el escritorio. Escribió un número telefónico con prisa y se lo pasó. Las manos del hombre temblaban al sostener el papel.
—Joy Barnes, el famoso abogado —dijo ella—, búsquelo, dígale que estoy viva y cuéntele lo que tuve que hacer. Él le pagará la cantidad que quiera y podrá desaparecer.
—N-no puedo hacerlo. Si es tan peligroso como dice me encontrará y me asesinará cuando lo sepa.
—No lo hará. Tome el dinero y váyase bien lejos con su familia. Cuando él llegue a descubrirlo será muy tarde y ya la policía nos habrá encontrado.
Lebrone no lograba ni pestañear. Hana tomó sus manos y lo miró directo a los ojos.
—Por favor —suplicó—. No deje que me asesine...
Los toques en la puerta los sobresaltaron a ambos.
—U-n momento —exclamó el hombre.
—Por favor... —volvió a decir ella.
Lebrone tomó una enorme bocanada de aire y se restregó las sienes con los dedos.
—Siéntate en la camilla —le dijo y ella obedeció, sin saber qué decisión había tomado. Sus manos comenzaron a sudar.
El médico caminó hacia la entrada y abrió. Haru entró con una expresión de escepticismo y los escrutó a ambos.
—¿Y bien, doctor? ¿Seré padre?
—Eh... —dudó el hombre y la miró un instante.
Ella dejó de respirar y los segundos le parecieron eternos. Esa respuesta sería su sentencia de vida o muerte.
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