Capítulo 2
Dedicado a EstrellaSempiterna
***
Hana dudó un instante al escucharlo. No podía estar hablando en serio. Pero, ¿por qué bromeaba con ella sin conocerla?
—Um... —comenzó a hablar Hana y se aclaró la garganta, pues realmente no sabía qué decir—. Creo que está confundiéndome con alguien más. Mi nombre sí es Hana, pero mi apellido es Langford.
El hombre negó despacio con la cabeza y sonrió ligeramente.
—La única confundida aquí eres tú, Hana, que crees venir de una familia común sin saber que procedes de uno de los linajes más antiguos y memorables de Japón.
Hana no pudo evitar que un bufido burlón se escapara de sus labios.
—Señor Barnes —le dijo—, estoy realmente muy honrada de que me haya invitado a formar parte de su bufete, pero no he venido a perder el tiempo... ¿Puede, por favor, hablarme de la propuesta de trabajo que me han ofrecido?
—A mí tampoco me gusta perder el tiempo y, por desgracia, he tenido que esperar gran parte de mi vida para que este día llegara.
Ella lo miró con desconcierto. ¿Qué estaba mal con ese hombre que solo decía una tontería tras otra? No obstante, él abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó un grueso expediente.
—Luego de revisar esto lo comprenderás mejor... —dijo Barnes poniéndose de pie y extendiéndole los documentos—. Sé que ahora todo esto te parece una locura, pero no es más que la verdad que tu madre te ha estado ocultando durante toda tu vida...
—¿Mi madre? —cuestionó ella—. ¿Qué tiene que ver mi madre con todo esto? Usted no la conoce ni tampoco me conoce a mí. Creo que he venido en un mal momento, señor, así que lo mejor que puedo hacer es marcharme...
Hana dio media vuelta, totalmente decidida a alejarse de ese desequilibrado lo antes posible. Todo parecía una broma, ¿cómo un loco como él podía estar a la cabeza de semejante negocio? Estaba decepcionada, pero buscaría nuevas oportunidades de empleo.
Sin embargo, apenas alcanzó la puerta el hombre volvió a hablarle y sus palabras la hicieron detenerse:
—Te equivocas, Hana. Conozco perfectamente a Corine, tu madre, así como también conocí a tu padre...
Ella se volteó a mirarlo con incredulidad. Sí que sabía el nombre de su madre.
—Cada día te pareces más a él... —añadió el hombre.
—¿Qué sabe usted de mi padre? —repuso ella con irritación. Ese era un tema que consideraba sagrado—. No sé quién diablos es usted ni por qué sabe el nombre de mi madre, pero no admitiré que invente ninguna estupidez sobre mi padre que lleva muerto—
—Veintidós años —terminó por ella.
—¿Cómo...?
—¿Qué? ¿Cómo lo sé? —Barnes volvió a sonreírle y se sentó nuevamente en su enorme silla—. Ya te lo he dicho, joven Hana, yo lo conocí, y puedo decir que su muerte me dolió como si se tratara de un hijo...
Hana tragó en seco y sintió que sus manos comenzaron a sudar. Barnes le señaló con la mano un sillón frente al escritorio y, luego de pensarlo un instante, decidió sentarse. Nunca había encontrado a nadie que hubiera conocido a su padre a excepción de su madre y su tía Rose, y ella dos siempre evitaban hablar sobre él con el pretexto de que su madre sufría crisis de ansiedad al recordarlo.
—Bien, si es cierto que usted conoció a mi padre dígame lo que tiene para contarme.
—Tu padre fue uno de los herederos más dignos de su apellido, a pesar de que fue un hijo adoptivo y no de sangre.
—¿Sabe qué? —dijo ella con ímpetu—. No creo ni una de las mentiras que me está contando con quién sabe qué objetivo. Mi padre y mi abuelo fueron reconocidos abogados de este país, y no tuvieron relación alguna con Japón. Si iba a mentir, al menos debió informarse mejor.
—¿John Sigler? —Hana abrió enormemente los ojos—. Ese era el nombre de tu abuelo paterno, ¿no es cierto? Él sí que fue un reconocido abogado, pero... ¿acaso sabes cómo murió? ¿Te ha hablado tu madre al respecto, Hana? ¿Corine también te dijo que tu padre, Ethan Sigler, fue abogado? ¿Por eso te decidiste por esta profesión...?
—¿Q-quién diablos es usted? —preguntó Hana con desconcierto—. ¿Cómo es que sabe tanto sobre mi familia?
—Antes de saber quién soy yo, primero debes saber quién eres tú, en realidad... —Barnes volvió a extenderle el expediente—. Y, aquí, mi querida florecita, encontrarás «todo» lo que necesitas saber...
Las manos de Hana temblaban mientras tomó los documentos. Había entrado a ese lugar buscando un empleo y, en lugar de eso, solo tenía su cabeza echa un revolico de pensamientos turbios.
—Yo no le creo... —sentenció, finalmente, aunque lo dijo más para sí misma que para Barnes.
—No pretendo que le creas a alguien que acabas de conocer, pero sí le creerás a las pruebas irrefutables de que digo la verdad que tienes en tus manos.
Hana se levantó y lo miró por una última vez antes de encaminarse hacia la puerta. Sentía unas ligeras náuseas y su respiración estaba algo acelerada.
—Nada ocurre por casualidad, Hana —le dijo Barnes justo antes de que abandonara la oficina—. No lo olvides...
El camino hacia la salida de aquel asfixiante edificio le pareció interminable. No le importó salir casi corriendo del lugar, no había espacio entre sus pensamientos para ocuparse de lo que pensaran los demás. Al llegar a la calle le hizo señas a un taxi y se subió al vehículo con rapidez. Solo quería llegar a su casa.
Tenía dos opciones: considerar que ese viejo estaba totalmente loco y continuar con su vida como si nada hubiera ocurrido; o simplemente revisar el expediente que yacía a su lado sobre el asiento trasero.
Pensó un instante en su madre. Ella siempre le había dicho que su padre había sido un hombre ejemplar y que se habían amado mucho, que incluso habían pensado casarse.
No obstante, jamás había visto siquiera una fotografía de él. Su madre siempre decía que no conservaba ninguna porque el accidente los había tomado desprevenidos, cuando llevaban muy poco tiempo de noviazgo. ¿Acaso era posible que todo fuera una mentira? Conocía tan poco sobre su padre que le dolía reconocerlo, pero él siempre había sido su inspiración en la vida.
Joy Barnes al menos había tenido razón sobre algo: ella se había convertido en abogada para seguirle los pasos.
¿Qué podía perder al revisar los documentos? Si todo era una mentira de Barnes solo le tomaría una ojeada averiguarlo.
Por ese motivo, tomó el expediente y lo abrió.
Eran antiguos recortes de prensa, de hacía más de veinte años. Los enunciados lograron captar al instante su atención. Hablaban sobre una masacre ocurrida justo en el año de su nacimiento, que involucraba a dos familias japonesas. Una de ellas tenía el apellido por el que Barnes la había llamado: Sakura.
Ojeó rápidamente un recorte tras otro y comprobó que un nombre se repetía una y otra vez: Hiroshi. Sintió un escalofrío al ver los ojos del joven mirándola desde la vieja y desgastada foto impresa en blanco y negro. Sin embargo, fue una de las últimas noticias la que hizo que su estómago diera un vuelco y ahogara un grito.
—¿Está usted bien? —preguntó el taxista mirándola a través del espejo retrovisor. El hombre parecía preocupado y Hana estaba segura de que su expresión en ese instante no era de gran ayuda.
—S-sí —afirmó tratando de mantener la compostura—. Descuide, e-estoy bien...
Él asintió y volvió la vista a la carretera, mientras ella no podía dejar de mirar la foto de la chica en el diario. Lucía mucho más joven y algo abatida, pero no tenía duda alguna: esa era su madre.
Hana comenzó a leer la noticia que hablaba sobre la sobreviviente de un secuestro, cuya única vía de escape había sido asesinar a su secuestrador. Sus dedos temblaban y las lágrimas no paraban de brotar de sus ojos. Sí que era su madre, estaba segura, aunque en el diario se refirieran a ella como Astrid Greene en lugar de Corine Langford.
No podía creer que ese viejo estuviera en lo cierto. Toda su vida había sido una maldita mentira.
De ese suceso provenían los ataques de nervios de su madre, al igual que su fascinación por la cultura japonesa. A eso también se debía lo sobreprotectora que había sido siempre con ella, y su afán de que supiera cómo defenderse de cualquier posible agresión física.
Y, sobre todo, de ahí provenía ella. Posiblemente, no era más que el resultado de una violación...
Hana se sentía tan débil que ni siquiera supo cómo salió del auto y caminó hasta su casa. Abrió la puerta muy despacio y soltó su chaqueta y su bolsa al entrar. Solo mantuvo consigo todos los extractos de la verdad sobre sí misma y su vida que Barnes le había entregado.
—Cariño, ¿eres tú? —habló su madre desde la cocina y luego escuchó sus pasos acercarse—. ¿Qué tal te fue en la—
Hana ni siquiera logró moverse al verla. El rostro de su madre reflejó sorpresa y temor al enfrentarse a su maquillaje corrido y a su expresión de incredulidad y enojo.
—Oh, Dios, ¿qué te ha ocurrido, cariño? —Corine corrió para tocar con desespero su cabello y su rostro—. Habla, hija, ¡dime qué te ocurrió!
No obstante, Hana apartó sus manos y dio un paso hacia atrás.
—¿Qué puede haberme ocurrido, «madre»? —escupió con desdén—. ¿O debería decir: Astrid Greene?
Su madre palideció al escucharla. Y esa fue la única confirmación que necesitó.
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