Capítulo 18
Dedicado a Yaninatolosa10
***
El contacto entre ambos fue electrizante. Haru la sostuvo por la nuca y le devolvió el beso con fiereza, como si llevara mucho tiempo conteniendo sus ansias de besarla.
Los labios del chico sabían a alcohol y le resultaban mucho más embriagadores que todo lo que había bebido en la noche. En ese instante ella no lograba pensar en nada más que en el olor masculino que él desprendía y en sus manos, que la tomaron por la cintura con fuerza y la guiaron hasta sentarse a horcajadas sobre él.
Ninguno de los dos era capaz de romper el beso. Hana comenzó a acariciar el rostro y el cabello negro del chico mientras él no dejaba de apretar sus muslos y su trasero por encima del vestido. Ella comenzó a sentir que la ropa sobraba entre ellos y, sin sutileza alguna, bajó los tirantes de su vestido, dejando su pecho al descubierto. Haru se separó un instante y la observó con los ojos brillantes de deseo, para luego besar su cuello y acariciar sus senos.
Un gemido se escapó de la boca de Hana mientras intentaba deshacer el nudo de la corbata de Haru. Aún sin lograr quitarla, él la hizo detenerse, pues la levantó en brazos como si no pesara en lo absoluto y la arrojó a la cama. Él mismo terminó de quitar su corbata y la lanzó al suelo, para después hacer lo mismo con la chaqueta, la camisa y los zapatos.
Hana se quedó absorta mirándolo. Tenía el pecho y los brazos hasta por encima de los codos totalmente cubiertos de tatuajes, sin dejar más piel libre que la suficiente para que no fueran visibles con los trajes que siempre usaba para trabajar. Eran tatuajes Yakuza.
Él notó el visible interés de Hana en el decorado de su cuerpo. Se miraron a los ojos un instante, pero ninguno dijo nada.
Haru se subió a la cama y la ayudó a desprenderse por completo del vestido y de las bragas. Estaba totalmente desnuda ante él, aunque no era capaz de discernir el sentimiento exacto que ese chico le provocaba. Y tampoco quería descubrirlo en ese instante. Solo deseaba sentir sus manos sobre su cuerpo y sus labios en su boca una vez más.
No obstante, él pareció tener otros planes, y comenzó a besar cada rincón de su cuerpo, comenzando por su boca y terminando en sus piernas. Le costaba reprimir sus audibles gemidos cada vez que sentía el roce húmedo de los labios del chico. Ese cabrón era tan malditamente perfecto que la estaba haciendo delirar y aferrarse a las sábanas con todas sus fuerzas.
Cuando los labios de ambos volvieron a unirse, Hana llevó sus manos al cierre del pantalón de Haru, que era la única barrera que se interponía para que ambos cuerpos estuvieran en contacto por completo. Sus piernas musculosas y largas también estaban llenas de tinta, pero ella no se detuvo a detallarlas. Tenía que reconocer que el cuerpo desnudo del japonés era todo un espectáculo a la vista, aunque su ego no le permitiría decírselo jamás.
El resto del mundo pareció desaparecer cuando se subió a él y sus cuerpos se unieron. Él gimió en sus labios y le apretó el trasero con fuerza, mientras ella comenzó a moverse con rapidez. El deseo en su interior era tan fuerte que parecía quemarla.
Haru la tomó con fuerza por la nuca y la atrajo más a sí. Sus ojos negros brillaban y a ella le era imposible dejar de mirarlos. Sentía una especie de conexión con él que no comprendía en lo absoluto, pero que le resultaba fascinante. Sin embargo, él rompió el contacto al sostenerla por las caderas y obligarla a moverse. Se levantó y se colocó tras ella. Dejó una mano en su cadera y envolvió la otra en su cabello. Hana gimió, pero en lugar de dolor solo se sintió mucho más excitada.
El ritmo de sus embestidas era tan rápido y salvaje que apenas la dejaba respirar. Estaba llevándola al cielo con toda intención.
Su cuerpo no resistió demasiado y comenzó a estremecerse de placer. Él no se detuvo, solo la sostuvo con más fuerza sin permitirle moverse de esa posición. No obstante, no tardó mucho hasta que Hana lo sintió tensarse sobre ella.
—¿P-puedo...? —le preguntó con dificultad.
Ella comprendió y asintió con la cabeza. En ese momento poco le importaba lo que ocurriera. Y eso fue suficiente para que él también llegara al clímax y soltara un gemido. Luego se lanzó a su lado en la cama sin poder controlar su respiración. Ambos estaban sudando a pesar de que la noche estaba bastante fresca.
Haru la miró a los ojos intensamente y se mantuvo en silencio. Ella sintió un temor repentino al devolverle la mirada. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿Era todo realmente para conseguir la información o había algún otro motivo?
Quiso aclarar sus pensamientos, pero él no se lo permitió al acercarse y depositarle un delicado beso en la frente. Ese discreto roce no guardaba relación alguna con todo lo que acababa de ocurrir entre ellos.
Ni siquiera sabía qué pasaría desde ese momento en lo adelante. Quizás había cometido un enorme error, pero tendría que afrontar las consecuencias. Y por algún motivo, ahí, sintiendo el calor que desprendía el chico, no le pareció todo tan grave.
Pasaron unos minutos hasta que ambos lograron volver a la normalidad. Hana se apoyó en su codo y comenzó entonces a trazar con sus dedos los llamativos diseños del pecho de Haru. Quizás él pensaba que ella no tenía idea de la naturaleza real de sus tatuajes y por eso estaba tan relajado. Sim embargo, ella sabía que su padre también había estado cubierto de tinta —y que había tenido un enorme dragón rojo en la espalda, único y distintivo—.
—Jizō —susurró Haru al ver que ella se detuvo a observar la imagen principal que decoraba casi todo su pecho.
Era un monje calvo con un halo alrededor de su cabeza. En una de sus manos portaba algún tipo de bastón largo y en la otra una perla.
—¿Es algún tipo de dios japonés? —Él sonrió ligeramente al escucharla y asintió.
—Algo así. Es el patrón de los oprimidos y los moribundos, y el guía que intenta salvar las almas de los condenados al infierno.
—¿Te lo tatuaste por temor a arder en las llamas eternas, Haru? —bromeó—. ¿Tan pecador has sido?
Él la tomó por el trasero y la acercó más a su cuerpo. Ella no se resistió.
—Créeme, Hana —susurró con voz sensual sobre sus labios—. Si existe un infierno estoy seguro de que ambos nos volveremos a encontrar allí. —Permaneció de ese modo un instante, pero luego volvió a alejarse y se acostó bocarriba con las manos bajo su cabeza—. Pero ese no es el motivo por el que me tatué su imagen.
—¿Ah, no? ¿Entonces por qué?
—Jizō es también el protector de los niños pequeños. Siempre me ha gustado creer que realmente existe.
—¿Por qué? —preguntó ella una vez más.
—Porque es quizás la única razón por la que estoy aquí contigo en este momento...
La curiosidad de Hana se disparó al escucharlo, pero la mirada de Haru le indicó que no pensaba dar más detalles al respecto. Por lo tanto, optó por desviar el tema:
—¿Crees que aún te protege?
Una sonrisa ladeada se dibujó en los labios del chico.
—Dejé de ser un niño hace muchos años, Hana. Y estoy muy lejos de ser un moribundo...
Luego cerró los ojos con claras intenciones de dormir. Era tarde y aún debía sentir un poco los efectos del cansancio y del alcohol, al igual que ella.
—Buenas noches —le dijo Hana y se levantó para apagar la luz.
—Buenas noches —respondió él, sin abrir los ojos.
Hana volvió a acostarse, dándole la espalda. Se quedó totalmente inmóvil y en silencio. Sin embargo, no podía dormirse. Sus ojos amenazaban con cerrarse, pero su convicción de lograr su objetivo era más fuerte que el sueño.
Esperó por un largo rato hasta que la respiración de Haru se volvió serena y constante. Se levantó de un modo sigiloso y se aseguró de que él no moviera ni un músculo. Luego caminó hasta los pies de la cama y tomó la chaqueta del suelo. Revisó los bolsillos interiores sin dejar de observarlo, hasta que encontró lo que tanto había deseado obtener.
Era una pequeña tarjeta, pero la oscuridad no le permitía leer su contenido. De un modo silencioso, tomó su bolsa —que había caído al suelo—, entró al baño y cerró la puerta. Se sorprendió al ver que era la tarjeta de presentación de una barbería casi a las afueras de la ciudad. A menos que Haru estuviera pensando cambiar su peinado en secreto, en ese lugar pasaría algo relacionado con la mafia de la zona. Y ella debía averiguarlo.
No tenía idea de qué se trataba o en qué día y hora sería, pero le pediría ayuda a Barnes para vigilar el lugar hasta saber qué pensaba hacer Haru allí. Era la única pista que tenía desde que había conocido a los primos y no podía perderla.
Buscó su agenda en la bolsa y anotó con premura la dirección que indicaba la tarjeta. Luego volvió a guardarla y se dispuso a dejarlo todo justo como antes.
Pero, apenas abrió la puerta, escuchó la voz de Haru.
—¡No! —gritó el chico.
Hana sintió su sangre helarse. Su aliento se quedó atorado en su garganta. La había descubierto. Estaba acabada y él la mataría. Mil excusas de por qué había revisado sus cosas se formaron en su cabeza.
Sin embargo, lo vio revolverse en la cama y la comprensión la golpeó: seguía dormido. Solo estaba teniendo una pesadilla.
Sintió sus piernas flaquear un instante y soltó el aire que había contenido.
«Dios...», se dijo y se pasó la mano por el cabello.
Él seguía moviéndose y balbuceando, así que se apresuró a colocarlo todo de vuelta y se acercó con cautela a la cama.
—¡No lo hagas! —volvió a gritar él y ella dio un pequeño salto hacia atrás. Cualquier cosa que estuviera soñando debía ser bastante terrorífica. Parecía agonizar, y una delgada capa de sudor cubría su rostro.
—Haru... —lo llamó y puso ambas manos en sus hombros—. Haru, despierta.
Él se retorció una vez más y su rostro hizo una mueca de dolor.
—¡Haru, despierta! —le gritó, finalmente.
Haru abrió los ojos de repente y se sentó en la cama de un solo movimiento. Le tomó un momento darse cuenta de dónde se encontraba. Lucía aterrado.
Luego clavó sus ojos en ella y trató de normalizar su respiración. Mientras tanto, una sola pregunta rondaba la cabeza de Hana: «¿qué es eso que escondes y que tanto te perturba, Haru Miyasawa?».
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