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Capítulo 15

Dedicado a JessicaDeChacon

***

Luego de un último vistazo al espejo, Hana tomó su bolsa y salió rumbo al punto de encuentro que le había dicho al jodido Tadashi. No le apetecía que él viera donde estaba viviendo —en caso de que Haru no se lo hubiera contado—, por lo que lo esperaría a una cuadra del hotel frente a un mejor vecindario.

Todos a su alrededor la observaron mientras salía del ascensor y se alejaba del edificio. Ciertamente su apariencia no guardaba relación alguna con el desolador panorama de aquel vecindario. Había escogido su mejor vestido: uno negro y brillante. Era de tirantes, con un escote bastante pronunciado y largo hasta casi rozar el suelo. Sus zapatos de tacón eran igualmente negros y llevaba el cabello recogido, dejando la piel perfecta de su espalda al descubierto. Del maquillaje solo resaltaban sus labios rojos.

Tadashi no tenía idea de con quién estaba metiéndose. Si quería guerra, eso era exactamente lo que iba a obtener.

El japonés fue muy puntual y no la dejó esperando más de un par de minutos. Apenas llegó, se bajó del auto y caminó hasta estar frente a ella. La escrutó de pies a cabeza y en su rostro se dibujó una pequeña sonrisa ladeada. Al parecer aprobaba el vestuario —que combinaba a la perfección con su impresionante traje negro—, pero no dijo una palabra. Se limitó a abrirle la puerta del acompañante.

Hana tampoco habló. Le costaba mucho ocultar su desagrado hacia él y hacia toda la situación.

—No te preocupes —dijo él finalmente cuando puso el auto en marcha—. La pasarás bien esta noche.

Su tono denotaba lo mucho que le estaba divirtiendo tenerla a su disposición.

—Apuesto que sí —respondió ella sin mirarlo y sin dejar que su voz revelara emoción alguna.

«Imbécil», añadió mentalmente.

El ambiente dentro del auto era asfixiante, a diferencia de como había sido con Haru. Afortunadamente, el recorrido no se prolongó por demasiado tiempo.

Tadashi detuvo el auto frente a un lugar en el que ella ni siquiera había soñado entrar alguna vez. Era uno de los mejores restaurantes de la ciudad, que solo las personas más influyentes y adineradas podían permitirse. Y los japoneses celebrarían el buen comienzo de su empresa de mierda probablemente costeándolo con el dinero que le habían robado a su familia. Su ceño se frunció y sus labios se contrajeron solo de pensarlo.

Sin embargo, cambió la expresión al descender del vehículo y ser recibida por los atentos empleados del local. Se suponía que como acompañante debía entrar del brazo de Tadashi, pero no tocaría a ese cabrón bajo ninguna circunstancia.

Los condujeron a ambos hacia el reservado, que era incluso más lujoso que el área común. Las paredes eran una combinación de piedras oscuras de varios tamaños que encajaban a la perfección entre sí. Todos los muebles eran de madera, y la superficie de la gran mesa relucía tanto que reflejaba todo a su alrededor. La iluminación no era brillante, solo lo necesario, lo cual le confería un aire más íntimo y acogedor.

A pesar de que había espacio para unas veinte personas, no había más de once en la habitación.

Todos los ojos se posaron en ellos dos apenas entraron. Tadashi se apresuró a poner una mano en su espalda baja sin que ella pudiera hacer nada al respecto. El contacto con su piel hizo que se sorprendiera, pero mantuvo la compostura. Lo menos que quería era formar una escena en semejante lugar.

Casi de una forma inconsciente, sus ojos se encontraron con la mirada de Haru, que había dejado su conversación con otro hombre y la observaba con una expresión seria —casi de preocupación, le pareció—. Ella le sonrió de una forma casi imperceptible y devolvió la mirada al resto de los presentes. Era una de las pocas mujeres asistentes a la velada, y se sintió satisfecha al comprobar que era la más joven y hermosa de todas.

—Buenas noches a todos —dijo Tadashi. Hana se sorprendió al escucharlo, a pesar de que sus palabras no habían sido especialmente cálidas. Todos le devolvieron el saludo y parecieron alegrarse de verlo por muy improbable que fuera. Luego la atención se desvió hacia ella. Era evidente que él no tenía intenciones de presentarla, por lo que ella se limitó a sonreírles de forma cordial a modo de saludo.

—Bueno —dijo Haru con su carisma habitual—, si ya estamos todos, es hora de comenzar la cena.

Los demás estuvieron de acuerdo y pasaron a sentarse en sus respectivos lugares. Tadashi se sentó a su lado, a la derecha de Haru, que estaba en la cabecera de la mesa.

Los camareros les fueron llevando los platos que conformaban el menú, y cada uno era más refinado que el anterior. No cabía duda de que el lugar merecía la reputación que le antecedía.

Entre copas de vino y animadas charlas fue transcurriendo el tiempo. Hana no habló mucho, y nadie se atrevió a preguntar la naturaleza de la relación entre ella y Tadashi. Al parecer no eran ajenos a la hermeticidad del chico y la respetaban. Eso la hizo sentir bien, pues no le apetecía dar detalles sobre su trabajo insignificante en la empresa.

Haru la miraba en ocasiones, algo que no pudo pasar desapercibido para ella. Al igual que no pudo evitar notar las fugaces miradas de hostilidad entre ambos primos. La curiosidad la consumía. ¿Sería acaso su presencia la causa? Haru se había sorprendido mucho al saber que ella también asistiría a la velada.

Cuando la cena concluyó, todos los participantes pasaron a sentarse en los sillones de un costado de la habitación para seguir bebiendo y conversando sobre la empresa. Eran personas de modales impecables, sin excepción alguna. Incluso Tadashi había relajado su expresión de descontento con el mundo y se estaba comportando con más educación de la que solía emplear en la empresa —que era totalmente nula—.

Mientras él hablaba con otro de los accionistas, Hana notó que Haru se levantó de un modo sutil y salió de la habitación. No le tomó mucho darse cuenta de que faltaba otro miembro en la sala: el único japonés aparte de los dos primos.

Era demasiado sospechoso para ser una simple coincidencia.

Con la excusa de que iba al baño, se alejó de los demás en la sala y comenzó a seguirlo a una distancia segura. El chico pasó por la habitación principal donde todos estaban cenando y siguió de largo hasta llegar a una especie de jardín interior con una fuente. Luego subió una de las dos escaleras que llevaban a la terraza. Hana esperó a que él subiera para avanzar. No podía darse el lujo de perderlo de vista por demasiado tiempo.

Con cautela llegó arriba. Había algunos bancos y grandes macetas ornamentales bajo escasas luces artificiales. Eso le permitió moverse entre las pocas personas que compartían el lugar y pasar desapercibida.

«Bingo», pensó al ver a Haru con el otro japonés, exactamente como había pensado. Estaban en una esquina hablando con naturalidad, pero ella estaba segura de que esa charla tenía algún objetivo detrás. De lo contrario no se hubieran escabullido de la sala.

No podía acercarse para escuchar la conversación, pues notarían su presencia de inmediato. Sintió algo de impotencia, pero permaneció observándolos desde la seguridad que le ofrecían las demás personas a su alrededor. Haru asintió varias veces, y finalmente el hombre le entregó algo que a lo lejos no logró distinguir. Parecía un trozo de papel.

El chico miró como por instinto a su alrededor y lo guardó en el bolsillo de la chaqueta de su traje. Una única y ambiciosa idea se instaló en la cabeza de Hana: necesitaba conseguir lo que fuera que ese hombre le había entregado. Y lo haría sin importar a qué precio.

La conversación entre ambos terminó y comenzaron a acercarse. Ella dio la vuelta, dispuesta a marcharse con rapidez y llegar antes que ellos al reservado. Fingiría que nada había ocurrido e idearía un plan para lograr su objetivo. Ya había perdido demasiado tiempo con los japoneses y era hora de actuar.

Pero entonces sintió un empujón por la espalda que la hizo perder el equilibrio.

—¿Qué rayos? —dijo y se volteó, totalmente confundida. Un idiota ebrio había tropezado con ella hasta casi hacerla caer.

—L-lo s-siento... —balbuceó y soltó una carcajada que alertó a todos en la terraza.

Incluyendo a Haru...

Sus ojos negros se encontraron con los de ella por segunda vez en la noche y, en lugar de preocupación, en ese momento reflejaban su desconcierto de verla allí.

«Mierda», pensó. Acababa de cagarla. Y mucho.

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