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Capítulo 13

Dedicado a zizoyzizoyzizoy

***

—Necesito mucho más tiempo —susurró Hana mientras miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie la estuviera escuchando—. Entré a la oficina del mayor y no encontré nada útil. Son demasiado cuidadosos, no dejan nada al azar.

—Mantente bien alerta a cualquier detalle, Hana —respondió Barnes al otro lado de la línea—. Tenemos que averiguar qué están traficando y con quiénes se están relacionando para conseguir pruebas y entregarlos a la policía. Tu familia tenía muchos enemigos en la ciudad y, con la reputación que les precede a esos bastardos Miyasawa de haber destruido a los Sakura, muchos deben estar colaborando con ellos. Es evidente que están lavando enormes sumas de dinero.

—De acuerdo, seguiré trabajando en eso...

Colgó el teléfono y se quedó pensando por un instante. En todos los días que llevaba en la oficina jamás había escuchado una conversación fuera de lugar o algún comentario revelador. ¿Cómo iba a arreglárselas entonces para descubrir qué estaban ocultando? El tiempo seguía corriendo y estaba exactamente en el mismo punto en el que había comenzado.

No obstante, suspiró profundo y decidió que la desesperación no podía nublar sus sentidos.

Reunió los contratos que debía revisar y se dispuso a levantarse de su asiento. Apenas lo hizo y se volteó, sus ojos enfocaron una imponente figura masculina.

El maldito Tadashi era demasiado sigiloso. Estaba de pie a menos de un metro de ella, sin mover un músculo siquiera. ¿Cuánto tiempo habría permanecido allí? ¿Habría escuchado algo de su conversación con Barnes? A Hana le resultaba imposible saberlo, pues su expresión no revelaba absolutamente nada.

Pero ella no perdió la compostura y se limitó a saludarlo.

—Sígueme —dijo él. Su tono indicaba que no era un pedido amistoso, sino una orden.

Ella asintió y caminó tras él hasta la puerta de su oficina. Estaba intrigada, pues ese idiota era indescifrable. Solo esperaba que no tuviera pensado despedirla.

Sin embargo, su sorpresa era mucho mayor que su temor. Nadie jamás entraba a la oficina de Tadashi. Todos los trabajadores se dirigían a Haru para discutir cualquier asunto, y no solamente por el carácter desagradable de su primo: él no aceptaba visitas dentro de su espacio personal en la empresa.

Y acababa de ordenarle que lo siguiera y no solo la dejó entrar, sino que también cerró la puerta tras ella.

—Siéntate —le dijo con tono autoritario. Al parecer sus habilidades sociales eran cada día más pobres.

Pero Hana obedeció y tomó asiento frente al enorme escritorio. Era un lugar bastante oscuro y poco acogedor —justo como su dueño—. No tenía nada en común con la oficina de Haru, decorada con tonos cálidos y un ambiente familiar que inspiraba confianza e invitaba a permanecer allí por horas.

En la de Tadashi las paredes eran grises y la mayor parte de los muebles eran negros. No había absolutamente nada que desentonara con la sobriedad de la habitación. Parecía un buen lugar para torturar personas y planear cómo destruir la humanidad.

—¿Bebes, Hana? —preguntó él, rompiendo el incómodo e indescifrable silencio. Su pregunta la desconcertó por un instante, por lo que se volteó a verlo con escepticismo.

—No cuando estoy trabajando.

Tadashi bufó. Luego caminó hasta una pequeña despensa en una esquina de la habitación y tomó una botella de licor. No era necesario ser un experto para comprender que era extremadamente caro.

Hana no dejó de observarlo ni un segundo mientras él se sirvió un poco en un vaso de cristal y tomó un sorbo. No había considerado nunca que los japoneses se tomaran esas libertades en el trabajo, aunque ya le había quedado bastante claro que los primos no encajaban demasiado en la idea preconcebida que había tenido al llegar a la empresa.

Seguía sin comprender el objetivo de su estancia allí, pero esperó hasta que él tomó la iniciativa de hablar:

—Dime algo, Hana —dijo con su acento característico mientras se apoyaba en la esquina del buró justo frente a ella—: ¿por qué decidiste convertirte en abogada?

—¿Por qué no? —respondió ella con un ligero filo en su voz—. Es un buen trabajo y tiene buena paga.

Él la miró directamente a los ojos, como si esperara encontrar cualquier indicio de que estaba mintiendo. Ella no desvió la mirada.

—Según he escuchado este es tu primer empleo real, y no pareces ser de las que se conforma con cualquier cosa... ¿Nuestra empresa ha estado a la altura de tus expectativas?

—Creí que a usted no le importaban las opiniones de sus empleados, señor... No entiendo por qué me está preguntando algo así ni qué espera escuchar de mí.

Tadashi sonrió con malicia ante su respuesta y tomó otro pequeño sorbo.

—Tienes razón, no me importaban. Pero... quizás solo cambié de idea...

—Bien, en ese caso... —Se levantó del asiento con mucha seguridad y dio un paso hacia él, acortando mucho más la distancia entre ambos. Él no demostró reacción alguna ante su acercamiento—. Mi mentor, el señor Barnes, tiene mucha fe en ustedes. Considera que lograrán convertirse en líderes del negocio de la construcción en pocos años. Y yo creo que tiene razón. Así que si lo que quiere saber es si me gusta trabajar en su empresa, la respuesta es sí.

Hana sabía que estaba jugando con fuego, pero eso solo hacía que su adrenalina se elevara, por lo que su siguiente movimiento fue incluso más arriesgado: le arrebató el vaso de las manos a Tadashi. Él se sorprendió un poco, pero volvió con rapidez a su postura de indiferencia y se limitó a observarla mientras ella se llevaba la vasija a sus labios rojos y bebía lentamente lo que quedaba de licor.

—Pensé que no bebías en horario laboral...

—Quizás yo también cambié de idea —respondió ella, sin dejar de mirarlo a los ojos. Él esbozó una sonrisa ladeada—. Siento tener que dejarlo, señor, pero aún me queda trabajo por hacer...

Hana dio media vuelta, dispuesta a marcharse, pero Tadashi la tomó por un brazo para detenerla. Su cuerpo se tensó aunque el agarre no era fuerte.

—Nuestra conversación aún no ha terminado —dijo él, sin variar su expresión impenetrable.

—Pensé que ya no tenía nada más que decirme, señor... —replicó ella, sin ceder. Tadashi finalmente la soltó y bebió otro sorbo con mucha calma.

—¿No creerás que solo te traje aquí para invitarte a beber un trago, o sí? —Levantó una ceja de un modo burlón.

—Pues dígame usted para qué me trajo, entonces...

—Verás... mañana en la noche tendremos una especie de celebración por el buen inicio de la empresa. Será algo pequeño y exclusivo para los accionistas. Ninguno de los trabajadores está invitado.

—Y... —comenzó a hablar ella con algo de escepticismo—. ¿Con qué objetivo me lo cuenta, entonces? Soy solo una simple abogada...

—Es sencillo, Hana, tú vendrás conmigo.

—¿Qué? —preguntó ella con incredulidad—. ¿Me está haciendo una invitación acaso?

Tadashi rio con sarcasmo.

—Solo es una invitación cuando la otra persona tiene la oportunidad de negarse —dijo con mucha seguridad—. Solo te estoy informando que serás mi acompañante en la velada.

—¿Qué pasa si me niego? —cuestionó ella, intentando ocultar su naciente enojo.

—En Japón está prohibido negarse a una «invitación» por parte de tus superiores, Hana.

—Comprendo, pero... sucede que no estamos en Japón...

—No —dijo él, restándole importancia y se acercó hasta la despensa para colocar su vaso. Luego volvió a mirarla directamente—. Pero, ¿sabes qué? Sigo siendo tu jefe y me importa un carajo en qué rincón del mundo estemos...

Hana asintió y miró al suelo por un instante. En ese momento solo le apetecía golpearlo en sus partes más sensibles. Era un engreído y un manipulador de mierda. No obstante, respiró profundo y volvió a encararlo.

—¿Por qué yo?

—¿Por qué no? —se burló él—. ¿No crees acaso poder estar a la altura del evento?

Ella bufó.

—Si hay algo de lo que estoy totalmente segura, es de que puedo estar a la altura de ese y de cualquier otro evento, señor.

—Lo sé. Precisamente por eso te elegí. Mañana tendrás la tarde libre para que te prepares. Yo pasaré a recogerte en la noche a cualquier lugar que me indiques. —Caminó hasta la puerta y la abrió—. Eso es todo, ya puedes volver a trabajar.

—De acuerdo...

—Solo una cosa más, Hana —le dijo cuando estaba frente a ella en la salida. Su voz denotaba algo de diversión—: no me decepciones...

—Eso jamás, «señor»... —replicó ella con un tono algo duro y sin dejar de mirarlo a los ojos.

Hana se alejó de la oficina y caminó directo al baño sin mirar siquiera a su alrededor. Solo cuando se vio encerrada allí y lejos de todos los demás se atrevió a descargar su impotencia.

—¡Miserable! —musitó con rabia—. Me las pagarás todas, bastardo, ¡todas! ¡Eres un imbécil de mierda!

Luego soltó todo el aire que había contenido y se refrescó un poco el rostro con cuidado de correr su maquillaje. ¿Quién diablos se había creído ese idiota que era? ¿Pensaba que solo por ser su jefe la movería a su antojo como una marioneta?

A cada segundo que pasaba crecía mucho más su determinación de hundirlos. No obstante, se recostó en el lavabo e intentó pensar con calma.

Quizás esa fuera la oportunidad que tanto había esperado de descubrir algo que pudiera usar su contra. Tal vez —solo tal vez— la suerte estuviera de su lado y ellos mismos la llevarían hasta obtener exactamente lo que buscaba.

Sonrió al pensar que adoraría ver la expresión arrogante de Tadashi transformarse por completo al saberse acabado. Y, sobre todo, al saber que ella sería la única causante.

«No te preocupes, cabrón de mierda —se dijo—. No pienso decepcionarte...».

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