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FINAL ; parte uno
❝ durante ❞
Ava abrió la puerta de su apartamento, dejando las llaves en el mueble, y Oscar entró detrás de ella. El gato gris bajó de la cama para recibirla, maullando al sentarse.
—Hola, Galileo.
Le sonrió, acariciándolo entre las orejas.
—Tengo que darle de comer. —Se acercó a los radiadores para encenderlos—. Eddie está con Blake, así que no podía pedírselo.
—No te preocupes. —Él también se quitó el abrigo, colgándolo al lado del suyo—. Mi casa también está bastante fría.
—He tardado más en presentarte a mi gato que a mi familia. —Su sonrisa apagó el silencio del estudio. Abrió una lata para prepararle el bol de comida, y el gato saltó sobre la encimera—. Espero que le caigas bien. ¿A tu hija le gustan los gatos?
Dejó el plato en el suelo, y se dio la vuelta para hablarle, pero Oscar estaba sentado en la cama, abstraído. La luz de su móvil se reflejaba en el cristal de las gafas. Ava apretó los labios, y se acercó a él.
—¿Qué te pasa? —Subió a la cama, acercándose por la espalda—.
Oscar carraspeó, dejando el móvil en la única mesita de noche.
—Nada. —Acarició su mano—. Solo estoy cansado. Quiero que termine este día.
—Pedro te ha dicho algo.
—No. No me ha dicho nada... —Ladeó la cabeza, mirándola fielmente a los ojos—. Preocupante.
Ava cogió aire para suspirar, en un tono más serio que él.
—No me gusta que me mientan.
—No lo hago. —Negó Oscar suavemente, meciendo sus rizos grises—.
—Quizá piensas que debes protegerme de algo, pero no lo necesito. No quiero, ni necesito, que me vendéis los ojos.
—Lo sé. —La consoló en un susurro, acariciando su mano—.
—Júramelo.
—¿Qué?
—Júrame que no me mientes. —Dijo más seriamente, mirándolo a los ojos—. No soy tonta. Hablan delante de mi pensando que estoy dormida o distraída, sé que pasa algo entre Dhelia y Pedro. Algo que no me quieren contar.
Oscar no le respondió, tragando saliva. Su nuez se movió.
—Dime que tú eres honesto conmigo. Júrame que tú no me mientes.
—Lo juro. —Cedió servilmente—.
—¿Por tu Dios?
Oscar dejó el silencio que ocupaba un suspiro.
—Lo juro.
Ava volvió a sonreír lentamente mientras lo miraba.
—Vale. —Exhaló en un susurro melódico, fruto de su sonrisa—. Gracias.
Le acarició la cara, raspándose por su barba plagada de canas. La mano de Oscar fácilmente encontró su sitio en la cintura de ella, mirándose. El gato maulló, acurrucándose en su sitio al lado del escritorio.
Ava salió de la ducha con el pelo recogido y ropa cómoda, llegando de nuevo a la cama mientras él estaba sentado, rezando en silencio.
—Lo siento, no tengo ninguna vela. —Solo le habló cuando terminó, sentándose a su lado—. Hoy es la séptima noche del Hannukah, ¿verdad?
—Sí. —Respondió, metiéndose bajo la manta y el edredón—. No pasa nada, no te preocupes.
Se acercó a ella para besarla un momento, acariciándole la cara.
—Buenas noches. —Recitó en sus labios, viendo que ella acercó la cara para que ese momento durase mil momentos más—. ¿No estás nerviosa? Mañana es la gala.
—No, no lo estoy. —Masticó un poco sus palabras, mirándolo a los ojos—. Quizá un poco. Un poco.
Ava también se cubrió bajo la manta, rezumando un olor dulzón a vainilla después de la ducha, y apagó las luces, dejando las LEDS del techo que simulaban estrellas. Suspiró cuando descansó completamente en la cama, dejándose caer en el mullido colchón. Lo escuchaba respirar, acunada por su presencia.
—Sí que le gustan.
—¿Qué? —Ava frunció el ceño, mirando el techo—.
—A Iris. Sí que le gustan los animales. Pero le dan miedo los perros.
—Ah. —Sonrió—. Bueno, a Galileo no le gusta la gente. Cuando lo adopté estaba cubiertas de arañazos suyos. Sus anteriores dueños... Dejaban que los niños hicieran lo que quisieran con él.
Se giró, viéndolo bajo la penumbra que dejaba entrar el ventanal del estudio. Estaba tendido boca arriba, con una mano bajo la cabeza. Sin la montura de sus gafas frente los ojos.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Su pecho bajó por su respiración pesada y tranquila—. ¿Sin que suene mal?
—Dime. —Respondió Ava—.
—¿Cómo fue tu primera vez?
Ella suspiró algo.
—¿Y la tuya?
—¿La mía? —Repitió él sonriendo—. Esperé a casarme.
—Oh... Qué correcto.
—Es una historia aburrida. —Giró la cabeza sobre la almohada para mirarla entre la noche—. ¿Y tú?
—No sé... No importa.
—Bueno, a mi me importa cualquier cosa que quieras contarme.
—No. —Suspiró, relajando los hombros—. Porque si te lo cuento, me vas a mirar con otros ojos.
Oscar la miró bajo el peso de la oscuridad, y acercó una mano a su frente para apartarle un mechón.
—No lo haría. Fuera como fuera mis ojos siempre te mirarían a ti.
Tragó saliva, bajando una caricia soberbia por su rostro. Ella le sonrió.
—Vale. —Habló en el silencio que le otorgó como respuesta, negando con la cabeza—. Pero quiero que sepas, que por haber esperado al matrimonio eso no me he convertido en ningún santo.
—Lo sé. —Susurró—.
Él le sonrió mirándola a los ojos, y le acarició la cara, deslizando la yema de los dedos por su mejilla. Ava se ancló en sus ojos, en la figura grande de su nariz y las marcas de expresión en su sonrisa. Dejándose llevar.
—Fue con un hombre. Más... De uno. —Le contó en un suspiro—. Aunque no sé cómo llamarlo.
—No hace falta que-
—No, no. Está bien. —Lo disuadió ella, frunciendo el ceño con una sonrisa amable—. Está bien... Da igual. Pasó hace mucho tiempo.
Se giró para descansar la espalda en el colchón, apoyándose en la almohada.
—Él era... Bueno, ellos eran amigos de Eddie. —Negó levemente con la cabeza—. Después de salir del hospital todos creían que estaba limpia, pero en casa me escapaba cada noche para conseguir pastillas. Después del accidente dormir solo un poco... Poder dormir era como dejar de existir por unas horas.
Oscar la escuchó, también apoyándose en la almohada para incorporarse a su lado.
—Eddie ya no se hablaba con ellos, pero sabía que podían dármelas. Así que lo hice. No dije que no. Pero tampoco dije que me gustaba. Solo me tumbaba, y pensaba en las pastillas que me darían después.
Apretó los labios, encogiéndose de hombros.
—Sé que no soy la persona que creen que soy. —Giró la cabeza hacia él, negando con la cabeza—. Pero intento serlo ahora. Lo intento. Todo lo bien que puedo. Intento ser hija, intento ser astrónoma, intento ser amiga, intento ser... ¿Novia? Solo quiero dejar mi pasado atrás. No soy esa mujer. Ya no. Vianne murió, y merecía morir.
Oscar hizo silencio. Le miró los labios, y luego subió a sus ojos cansados.
—Yo os necesito a las dos. —Susurró, mirándola—.
Ava esbozó una sonrisa triste, retirándole la mirada en un pestañeo suave.
—Supongo que muchos hombres han entrado en mi cuerpo. —Hizo una pausa—. Pero solo tú has entrado en mi mente. Te juro, que sentí como me abrazabas el alma antes de tocarme el cuerpo.
Se giró hacia él, susurrándole un te quiero con la mirada.
—Tú eres mi primera vez.
Le tocó la cara, resbalando una mano sobre su barba. Oscar le dejó un beso en los nudillos, acariciándola con el pulgar antes de mirarla a los ojos. Quedándose admirando el lienzo de su mirada. Embobado, o perdido sin brújula y sin encontrar el norte.
—Te quiero. —Dibujó esas palabras para ella—.
Y ella sonrió para él.
—Lo sé.
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—Por favor, no. —Suplicó, negando frenéticamente con la cabeza mientras se cubría el pecho sobre la ropa—. No, no, no.
—Oh, ¿estás llorando?
—Qué culo... —Subió una mano por su muslo, tocándola bajo la falda—.
—Dejad que me vaya. —Les suplicó, con la punta de la nariz roja—. El próximo tren pasa en siete minutos. No voy a denunciar nada.
—¿Por qué lloras? Te has puesto este vestido porque te hace buen culo, ¿verdad? Sabías que te mirarían y te lo has puesto igual. Te gusta provocar... ¿A qué si?
Vianne negó varias veces con la cabeza, rodeada de lágrimas.
"A veces me perdería en tus ojos, Ava". La quietud de Oscar le vino a la mente.
No más ruido.
"¿Por qué?"
"Porque veo tu dolor"
Un silencio ensordecedor.
"Y tu caos no me asusta, me atrae".
Ava se despertó de repente, sintiendo que caía del sueño. La oscuridad aún reinaba en el cielo, y las estrellas parpadeaban en la noche.
Giró la cabeza sobre la almohada, y lo encontró a su lado. Seguían en su apartamento, todo seguía igual. Solo había sido un sueño. Se acercó a él, primero asegurándose de que no lo había despertado, e insegura, pasó un brazo por su cintura, pegándose a su espalda. Oscar suspiró en la pesadez de su sueño. Olía a colonia de hombre y aftershave.
Ella cerró los ojos, decidiendo volver a intentar dormir, y una luz llamó su atención. Pensó que sería su móvil en la mesita, pero vio que era el móvil de Oscar. Eran las doce de la noche, y saltó un recordatorio en la pantalla con el título "Gala en Londres, Ava".
Sonrió para ella misma. Pero también vio unos mensajes sin leer de Julianne. Pudo decidir no leerlos, pero el impulso tiró de ella, y cogió el móvil. No tuvo que pensar para saber que el pin era el año de nacimiento de su hija, y entró en WhatsApp. Vio que la tenía agregada con un nombre en griego que no entendió, y también observó con recelo que tenía el contacto de Amanda.
Julianne
¿Querrías quedar alguna noche para cenar?
Yo también te echo de menos
Ava arqueó una ceja al leerla. Oscar no le había respondido, pero parecía bastante convincente.
Respondió por él, y Julie no tardó en ponerse en línea. Estuvo a punto de decirle que no podía quedar con ella, pero se arrepintió. ¿Deberían hablar de Iris, o sobre la custodia?
Oscar
¿Te importaría cenar en Londres?
Julianne
Mi madre puede quedarse con Iris esta noche
Estaré allí a las ocho y buscamos un restaurante para hablar
Ava ahogó una risa involuntaria al leerla, provocando que Oscar murmurase algo y se diese la vuelta. Lo miró, esperando que se despertase, pero no pasó.
Oscar
Ava querrá dormir conmigo
¿Aceptaría quedar con él, de noche y en un hotel, aún sabiendo que estaba con otra mujer?
Julianne
Entonces se quedará dormida
Pero estarás despierto para venir, ¿verdad?
Te echo de menos, Oscar
Oscar
Nos vemos esta noche, Julianne
El día se alzó.
Ava se puso el abrigo, y salió con Pedro a por un café antes de prepararse para el viaje. Aunque, obviamente, estaba acompañado por Bárbara.
—¿Me esperáis aquí un momento? —Pedro se puso en pie. Llevaba los primeros botones de su camisa negra desabrochados—. Tengo que pasar por el banco antes de irnos.
Ava sostenía a Lydia en su regazo, que jugaba con el envoltorio de cartón.
—Vale. —Respondió, desconfiada. Él le cogió el bebé con facilidad—.
—Bueno, yo también tengo que irme a aclarar unos asuntos del divorcio. —Le sonrió Bárbara, cerrando el bolso—.
Se inclinó hacia ella para darle un beso, que Ava omitió girando la cabeza para otro lado.
—¿Está bien Dhelia? —Le preguntó, volviendo a mirarlo—.
—¿Por qué lo dices?
—No lo sé. No la he visto en casa y hoy no trabaja.
—Seguro que está bien. —La disuadió, yéndose del Starbucks—. Y deja tus teorías conspiracionistas.
Salió de la cafetería, dejándola sola. Y ella, desconfiada, lo siguió. O eso intentó, porque Pedro cogió el coche.
A cambio, se dirigió a casa de Dhelia para recoger el vestido de la gala. Mientras andaba, llamó a Eddie, preguntándole cómo había pasado su noche en casa de Blake.
—...tres veces. Sí, sí, como te lo digo. Luego me dio la vuelta sin miedo, ¡y no-!
—¡Vale, vale! No necesito tantos detalles.—Lo cortó Ava, cruzando un paso de peatones bajo el sol de invierno—.
—Oye, tampoco me vengas de santa. ¿Crees que a mí no me gustaría saber cómo os lo montáis el profesor sexy y tú?
—No voy a contarte eso. Si, la verdad, ya lo has visto.
—¿Lo habéis hecho en clase? —Se escuchó su risa—. Por Dios, dime que sí. Yo lo he hecho, es bastante recomendable.
—Tengo que prepararme antes de coger el tren. —Lo despidió, levantando la cabeza al ver a Dhelia en el jardín—. ¿Nos vemos en la estación?
—Claro. No te importa que haya invitado a Blake, ¿verdad? Mucha gente de clase va a venir.
—No, no te preocupes.
Colgó la llamada, y subió los peldaños de la entrada. Dhelia estaba fregando el recibidor, con perlas de sudor reluciendo en su frente.
—¿Ha pasado algo? —Le preguntó, frunciendo el ceño—.
—No. ¿Por qué lo preguntas? —Jadeó la mayor, con el pelo recogido—.
—Por nada.
Con recelo, Ava entró en casa.
—Han dejado el vestido de la gala en mi armario. ¿A quién coño se le ocurrió que llevases algo tan verde?
—A mamá. —Le respondió, parando en la escalera—. ¿Está trabajando? Me ha insistido mucho, creo que le gustaría verlo.
Dhelia no le contestó. Siguió fregando el suelo con vigor.
—Ha vuelto a Miami.
—¿Qué? ¿Otra vez? —Ava rugió, bajando las escaleras—. Si fue su puta idea grabar la gala y darme su vestido. ¿Ha vuelto para jugara conmigo un rato y luego se ha id-?
—La he echado yo.
Dhelia se irguió, sosteniendo la fregona. Pasaron unos instantes para que se hiciera a la idea.
—¿Qué? —Bajó el tono, algo más amenazante—. ¿Por qué? ¿Qué le has dicho?
—Se estaba confundiendo demasiado. Y tú también. Lauren no es nadie, no es de la familia, Miami es su lugar. Te guste o no, te cambies el apellido o no, yo siempre he tenido que encargarme de ti.
Ava la miró estupefacta, sin entender.
—Y no voy a dejarlo ahora. —Endureció el tono. Sus ojos verdes brillaron, pardos—.
—Pero, mamá...
—Tu madre es una puta. —La hizo callar—. Y eso no va a cambiar. Morirá siéndolo.
—No tenías ningún derecho a echarla.
Negó con la cabeza, con un hilo de voz. Dhelia la ignoró, retomando la fregona.
—Es mi madre.
—Tienes un traje nuevo en tu armario. —Le explicó, mirando el suelo—. Por si decides cambiar ese vestido por algo más acorde a tu nivel.
—¡Es mi madre, y es mi vida! ¡Llevaba quince años sin verla!
Ava se acercó a ella, señalándose a sí misma. Dhelia solo la miró, cansada, agotada, dura.
—¿Y tan poco le importabas, para dejarte durante tanto tiempo?
—No tenías ningún derecho a echarla. Ninguno. —La dejó sola, dándole la espalda para subir las escaleras—.
Entró en el dormitorio de Dhelia, buscando con desespero el vestido que le había dejado su madre. Lo quitó de la percha, y lo dejó en la cama, viendo una nota sobre la tela:
No te cubras las cicatrices, demuéstrale al mundo que eres algo más que tu inteligencia. Eres una superviviente ♡
Giró el reverso, pero no había nada más escrito. Releyó las palabras sin entender porqué la había abandonado otra vez. ¿Tan difícil era de querer? ¿Tan penoso era quedarse con ella? ¿O no veía a su hija, sino la cara de su violador? ¿Entonces por qué trajo a una niña al mundo? ¿Por qué no la había abortado? ¿Por qué Ava tenía que parecerse a su padre?
Sentada en la cama, carcomida por su ruido interior, escuchó el grifo del baño. Pedro tosió un par de veces, despertándola de su letargia.
—¿No estabas en el banco? —Se levantó, dejando caer la nota al suelo—.
Volvió a toser, carraspeando, y escupió algo. Ava entreabrió la puerta.
—¿Estás bien?
—Bien. —Asintió él cabizbajo, con la voz astillada—. Dame un minuto.
Llevaba las mangas de la camisa subidas hasta el codo, con el pecho y el cuello sudados. Después del accidente con la mercancía, tenían un cadáver que esconder, y el esfuerzo físico había pasado factura a sus pulmones.
—Ava, dile a tu tía que suba. —Susurró, frotándose el pecho—. Vete.
—¿Por qué? ¿Estás...?
Intentó acercarse a él, pero perdió la consciencia y cayó en el suelo del baño. Ava ahogó un grito, y se arrodilló a su lado con el corazón en la garganta.
—¡Dhelia! —Chilló, intentando comprobar que aún respiraba—.
Le sostuvo la cara, palmeándole la mejilla para hacerlo reaccionar. Hiperventiló con fuerza mientras buscaba alguna solución. Acercó los dedos a su garganta, y estaba muerto. Su pulso no existía.
—¡Dhelia! —Volvió a gritar, perdida en su desesperación—. No, no, no... Pedro. Pedro, abre los ojos.
Su visión se volvió borrosa. Una lágrima se deslizó por su nariz mientras intentaba hacerlo reaccionar, cayendo en su barba dispersa.
Dhelia subió descalza, y apartó a Ava por el jersey, ocupando su lugar a su lado. Y ella se quedó en un rincón del baño, llorando sin voz mientras la veía haciendo el masaje cardíaco. Porque estaba muerto.
—Llama a una ambulancia.
Con esa órden, Ava se recompuso, y se levantó a trompicones para llegar al teléfono.
Una hora después, en la sala de espera del hospital, Ava estaba sentada con la mirada perdida y los labios entreabiertos, ausente. Empezó a llorar sin saberlo, mirando el suelo blanco. Mientras Dhelia deambulaba nerviosa.
—Deja ya de llorar.
—Está muerto. —Susurró, jugando con el pañuelo entre sus manos—.
La puerta de la consulta se abrió, y las dos se acercaron de un salto al médico.
—¿Qué ha pasado?
—¿Podemos verlo? —Jadeó Dhelia, a su lado—.
El doctor hizo una pausa que anunciaba malas noticias.
—Está estable. —Declaró, haciéndolas suspirar dolorosamente—. Pero la evolución del cáncer está siendo muy agresiva. En la ecografía se aprecia un quiste cortical en el polo superior del riñón izquierdo de cinco centímetros, y lamento decirles que los pulmones no tardarán en encharcarse.
—¿Q-Qué? ¿Cáncer? —Balbuceó—. ¿Cáncer?
Dhelia le quitó la mirada.
—¿Cuánto tiempo le queda?
El médico apretó los dientes.
—No podemos saberlo con seguridad, pero la tasa de supervivencia media de los pacientes con metástasis renal, es de entre dos y veintiséis meses.
Ava se quedó ausente, completamente neutral ante la situación. Le estaban explicando cómo invadía el cáncer el sistema humano, y cómo reaccionaba el cuerpo ante el tratamiento de radiación, pero realmente no escuchaba nada. Estuvo debajo del agua, sin ruido, sin pestañear, con una presión en el pecho.
—Lo siento.
Sonó el eco lejano de unos pasos, el pitido de una máquina, y Dhelia la cogió del brazo para guiarla, sosteniendo al bebé con la otra mano.
Retomó la consciencia sentada en una sala de espera. Parecía trastocada por algo, o intentando resolver un enigma en su mente. Sus ojos verdosos estaban puestos en el suelo, le escocían por no pestañear.
No sabía a nada, no escuchaba nada.
No había, nada.
La madera de otra silla crujió, pero ella seguía con la mirada perdida y los labios entreabiertos. Releyendo en su mente la enciclopedia de biología que había leído en algún momento de su adolescencia; muchos pacientes con cáncer de pulmón morían por asfixia, pero como era un síntoma que incrementaba poco a poco, el organismo se acababa acostumbrando. Y no sentían el final acercándose.
No podía dejar de pensar en la degeneración de los órganos, los síntomas y dolores. Era como tocarse una costra.
Oscar se secó las manos en el pantalón, mirándola. Había dejado una silla entre ellos, pero parecía que no lo había visto. O estaba demasiado enfadada para dirigirle la palabra.
—Me pidió que no te lo contara. —Rompió el silencio del pasillo—.
Esperó una respuesta que no tuvo. Aunque Ava pareció reaccionar pestañeando, y él no la molestó.
—No me hables, pero estoy aquí. —Le afirmó, mirándola con pena—. No voy a irme.
Al escucharlo, volvió a la realidad. Ella hizo ademán de girarse, pero una arcada se apoderó de su cuerpo, y terminó vomitando en el suelo. Oscar se apresuró en sentarse en la silla que los separaba para apartarle el pelo, impidiendo que se cayera.
—Está bien. —Pasó una mano por sus mechones castaños, apartándolos de su boca—. No pasa nada, cariño.
Ava se limpió los labios, sollozando y llorando. Se dejó caer hacia él, con las manos pegadas al pecho. Y Oscar la sostuvo.
—Está bien. —Su voz se alejaba en el pasillo, mientras ella hipaba un par de veces en busca de aire entre el llanto—. Estoy aquí, cariño. No estás sola.
Su voz suave buscó ser un consuelo, pero al llorar sin poder respirar la ansiedad subió por su garganta, amenazándola con vomitar de nuevo.
Un enfermero llegó para atenderla, y le dio un ansiolítico después de limpiar el suelo. Avergonzada y con acidez en la boca del estómago, levantó la mirada cuando Dhelia salió de la habitación, esperando que le dijera que había muerto.
—Está consciente.
Se puso en pie al instante.
—Pero no quiere que pases. —La reprendió, mirándola a los ojos—.
Volvió a sentarse, sin entender nada. Su mente era una niebla difusa, y ella un náufrago que intentaba orientarse.
—No quiere que lo veas así.
Ava lo entendió. Eso sí lo entendió, porque ella tampoco lo dejó entrar cuando la ingresaron después del accidente.
—Pero quiere hablar contigo. —Suspiró, dirigiéndose a Oscar—.
Él dejó de mirar a Ava cuando le habló, arqueando ambas cejas.
—¿Conmigo?
—No lo sé, serán las amenazas terminales. ¿Quieres pasar de una puta vez? —Apretó los dientes, hambrienta y cansada—.
Oscar se levantó, pasando por su lado. Dhelia miró a su sobrina, mientras que ella estaba cabizbaja.
—Quiere ir a la gala.
Se sentó a su lado con un gemido doloroso, descansando el dolor de su espalda. Ya no debería llevar tacones tan altos.
—¿La gala? —Susurró ella—. No me acordaba.
—¿Sabes por qué ha llegado hasta este punto?
Ava no la miró.
—Porque quería verte recogiendo tu premio.
—Esto no es mi culpa. —Cerró los ojos con fuerza, haciendo un puchero—.
—No, claro que no. Después de eso habría sido escuchar la primera palabra de Lydia, o seguir sin el tratamiento para estar en tu graduación. ¿Sabes lo cansado que se debe sentir todos los días?
Suspiró Dhelia, observando la puerta cerrada. Un silencio se apoderó de ellas.
—Lo odio. —Conjuró, sin desviar la vista del número de su habitación—. Y no puede escoger un momento mejor para morirse, joder... Tengo que sacarme leche.
Se acarició el pecho con una mueca, mientras Ava la miraba con rencor.
—Tienes que ir a esa gala. —Le ordenó—. No se perdonaría nunca que por su culpa abandonases el premio.
—No me importa lo que él quiera, se está muriendo. —No reconoció su propia voz, así que volvió a decirlo—. Se está muriendo.
Las palabras abandonaron su boca, pero no tenían significado. Pedro se estaba muriendo, pero no sentía realmente que esas serían las últimas horas de sus últimos meses.
Eddie apareció corriendo en el pasillo, buscándolas con la mirada. Se sentó al lado de Ava, y le frotó la espalda murmurando algún consuelo.
—Tenemos que ir a la gala. —Suspiró Dhelia, cansada—.
✁✃✁✃✁✃✁
—No lo sabía...
Bárbara esbozó una sonrisa triste, tomando con cariño la mano de Pedro. El blanco impoluto del hospital era demasiado perfecto, rompía con el moreno de su piel, con el color café de sus ojos y su pelo oscuro.
—No quería decírselo a nadie. —La consoló—. Esto es por ti, Bárbara. No podría pedirte que te quedases atada a mi lado mientras yo me voy.
—Lo sé. —Murmuró con lágrimas silenciosas, observando sus manos juntas—.
Acababan de romper con ella en un hospital, y hubiese preferido encontrarlo con otra mujer que en esa condición. Porque no podía odiarlo, y sin odio, nunca podría superarlo.
—Al menos te he conocido en esta vida. —Le sonrió con los ojos tristes, mirándolo a la cara. Tenía oxígeno bajo la nariz, y muchos cables a su alrededor—. Gracias, Pedro. Por escogerme. Nunca habría tenido el valor para dejar a mi ex marido si no hubieses estado tú.
—Lo sé... Y una diferencia abismal en la cama, ¿no?
—Gracias por hacerme vivir mi vida. —Se esforzó por mantener la sonrisa mientras hablaba—. En vez de quedarme sentada viendo cómo pasaba.
Pedro intentó reír en voz baja.
—Te lo debo todo. —Ella le besó la mano—.
Lo miró unos instantes más, con el corazón prieto bajo su pecho, y volvieron a decirse adiós. Salió de la habitación, y vio cómo Dhelia entraba, con el bebé en brazos.
Sonrió para sí misma, y pensó, que nunca había dejado de ser la otra.
Horas después, cuando el tren llegó a la estación y estaban de camino a Londres, Pedro se sentó al lado de Ava. Ella estaba callada, con una expresión relajada que reflejaba pesadez, mientras el paisaje pasaba a mucha velocidad a través de la ventana.
—Dime algo. —Le pidió, mirándose las manos en el regazo—.
Ella no respondió. El ruido del tren ocupó su silencio.
—¿Tengo que raparme el pelo para que me dirijas la palabra? Dime que me vaya a la mierda por no contártelo, al menos.
No lo miró. Ava se relamió los labios, acomodándose en el asiento.
—Sabes... El polvo cósmico está formado por partículas menores de cincuenta micrómetros. —Empezó a hablar, con la voz pesada—. Llena todo el cosmos, incluido nuestro sistema solar. Y como bloquea nuestra línea de visión hacia el centro de la galaxia, no podemos estudiarlo mediante el espectro visible, el ultravioleta o los rayos X.
Se giró hacia él, con la figura de sus bolsas oscuras bajo los ojos.
—Las densidades columnares de polvo son tan descomunales en esa dirección que, de cada mil millones de fotones que son emitidos por una estrella en esa zona, tan solo uno de ellos llega a nuestros telescopios. —Ava negó con la cabeza—. Pero si pudiésemos trabajar con infrarrojo cercano, de unas dos micras de longitud de onda, la extinción visual sería un orden de magnitud menor que en el óptico. Hay estudios que han empezado a desarrollar la técnica de speckle en el infrarrojo, pero no pueden avanzar.
Pedro la miró, notando que había tomado su mano sobre el reposabrazos del asiento.
—¿Por qué me lo dices?
—Porque estudiaré el avance de esa técnica. Y seré la primera en ver el centro de nuestra galaxia. —Le respondió, mirándolo a los ojos—. Y voy a ganar el puto Nobel.
Él le sonrió, curvando sus labios bajo el bigote.
—Sé que lo harás. —Inclinó la cabeza, apoyándola en la suya—.
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