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Primavera de 2011,
La noche había cubierto el firmamento.
Estaban jugando a las cartas en el jardín, bajo las estrellas y rodeados de grillos. Pero el calor era tan denso que parecía no haber aire, tenían la piel pegajosa por el sudor y los pies descalzos sobre el césped.
—Vas de farol.
—¿Si? —Contestó Vianne, mirando sus cartas—.
Pedro se quitó el cigarro de la boca, acumulando más peniques. Una brisa débil abrió más su camisa.
—Subo veinticinco más.
—Y una mierda, yo me juego que hacéis los baños lo que queda de semana. —Habló Dhelia—.
—Eso no es justo.
—¿No lo aceptas? —Aplastó la colilla en el cenicero con las manos temblorosas, dejando un hilo de humo—. Entonces sí ibas de farol.
—¿Tú también vas de farol trabajando sin papeles?
—Qué graciosa la niña.
Vianne iba a descubrir las cartas, pero llamaron a la puerta.
—Ve a abrir. —Le dijo Dhelia, encendiéndose un cigarro—.
Ella murmuró algo, cediendo de mal humor. Entró en casa, cruzando la cocina y el salón, y abrió la puerta. Se encontró con un hombre al otro lado, vestido de traje a esas horas de la noche.
El hombre ladeó la cabeza, dejando entrever una quemadura bajo el cuello de su camisa.
—¿Quién eres?
—¿No sabes quién soy, niña? —Le preguntó Rhys—.
—¿Un hombre que quiso hacerle daño a mi madre y luego me enviaron a comisaría por su culpa? No lo sé, ¿quién coño eres?
Le demandó la respuesta, pero el hombre no cambió su expresión.
—Dile a tu tía Dhelia, que quiero hablar con ella. —Habló lentamente, claro y conciso con su profundo acento de Birmingham—. Por negocios.
Vianne lo miró con recelo, sin apartarse de la puerta. Pero lo dejó pasar, haciéndose a un lado.
—Gracias. —Le sonrió, pero ella no le contestó—.
Se agachó para estar a la altura de la niña, era un hombre bastante alto, y la miró a los ojos, del mismo color que el suyo.
Ella mantuvo la respiración, mirándolo con el ceño fruncido.
—Eres muy guapa, Vianne. —Su mano, cubierta por un guante de cuero, se rascó las quemaduras del cuello—. Iba a tener una hija como tú.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Eres-.
—¿Quién es, Vianne? —Interrumpió la voz de Dhelia—.
—Está en el jardín. —Le dijo, dándole la espalda para guiarlo—.
El hombre la siguió, y Vianne cruzó la puerta corrediza para salir al porche. Se acercó a la mesa plegable donde jugaban, cubierta por dos botellines de cerveza y el cenicero que aún desprendía humo. Volvió a sentarse en su sitio, retomando las cartas, y Pedro se sorbió la nariz con fuerza, intentando limpiarla.
—No recuerdo haber dicho que puedas venir a mi casa. —Habló Dhelia, reclinándose en su silla—.
—Lo sé, y-.
—Vianne, vete arriba.
La voz de Pedro cortó el aire, pero ella continuó mirando sus cartas.
—No hemos acabado la partida.
—Fuera.
Vianne levantó la mirada hacia Dhelia, viéndola asentir con la cabeza. Se levantó de la silla desvelando su mano.
—Tenía una escalera de color. —Musitó, pasando por el lado de Rhys—.
Él se giró para mirarla.
—No la mires.
—No estoy aquí para hablar contigo. —Se volvió hacia la mesa, relamiéndose los labios—. Está muy guapa con ese flequillo. ¿Cuántos años tiene?
Pedro se levantó. Sacó una navaja pequeña del bolsillo, y lo cogió de la nuca para apretar el filo contra su garganta. Rhys no retrocedió.
—¿Sabes qué va a pasar si te encuentro mirándola otra vez? —Habló entre dientes, presionando la punta de la navaja su cuenca—. Voy a arrancarte los párpados y sacarte los ojos.
—No tienes huevos.
Se lanzó hacia él.
—Basta. —Lo paró Dhelia, dejándolo jadeante y rabioso—. Lo único que quiere es morir, y no vamos a dárselo. Ha venido a hablar de negocios.
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Ava suspiró frente al Museo Olimpo. ¿Ahí la esperaba?
El frío de la noche pesaba sobre sus hombros, derritiéndose al instante cuando entró. Se acordó de levantar la cabeza, y mientras se abrazaba vio el techo cóncavo, los arcos y la arquitectura del museo. Se sintió muy pequeña ahí dentro.
Abandonó la recepción, y sus zapatos chocaron contra el pulcro suelo, llenando el eco. El aire parecía estancado entre la historia y pintura.
Le extrañó que el museo estuviera abierto a esas horas, pero siguió caminando en silencio hasta que se encontró con un grupo de turistas alemanes, algo borrachos, riéndose del cuadro Medea, pintado por Artemisia Gentileschi.
—Disculpen —Ava también se giró al escuchar a la guía del museo—, debemos cerrar esta jornada de puertas abiertas por falta de personal. Siento...
—Scheisse! Wir haben noch nicht einmal die Skulpturen der nackten Griechen gesehen.
—Mit diesen Mini-Penissen müssen sie ein hochentwickeltes Gehirn gehabt haben. —Todos empezaron a reírse—.
Ava hizo una mueca al no entenderlos, pensando que si Eddie estuviera ahí podría traducir la conversación.
Abrazándose a sí misma, aún sin poder mitigar ese frío que se había instalado dentro de ella, se giró hacia el pasillo repleto de cuadros. Encontrando a un hombre de espaldas, mirando una pintura al óleo. El hombre que estaba buscando.
Sus rizos canosos se esparcían como serpientes dormidas, y Ava sonrió en silencio.
Se acercó a él y deslizó una mano por sus hombros, acariciando la lana de su abrigo para ponerse a su lado. Jonathan giró la cabeza al sentirlo, y luego la giró hacia el otro lado, encontrándola mirando el cuadro.
—Creo que no lo entiendo.
Mirándola, se metió las manos en los bolsillos, porque ella lo tomaba del brazo.
—¿Qué no entiendes? —Su voz más grave contrastó la suya, con ese acento americano suyo raspando las palabras—.
Ava cogió aire, con notas intensas de su colonia, y exhaló tranquila.
—Porqué siempre están desnudas. —Contestó, vagando sus ojos miel por el cuerpo de esa musa tumbada—.
—No tienen una connotación sexual. —Le explicó, ambos mirando el cuadro. Las luces se reflejaban en el cristal de sus gafas—.
—Las mujeres en Grecia y Roma vestían bastante recatadas. ¿Pero las musas, que siempre se retrataban desnudas, no eran unas descaradas?
—Al contrario. Esas mujeres, aunque fueran prostitutas, representaban a diosas.
—¿Y las aceptaban como tal?
Jonathan se encogió de hombros, apreciando los detalles de la pintura. A primera vista podía verse todo el plano pero cuando posaban los ojos en un detalle en concreto todo parecía tener mil matices más.
—La primera musa que posó desnuda fue una famosa hetaira, una cortesana de clase alta. —Le explicó—. En el siglo IV antes de Cristo el escultor ateniense Praxiteles esculpió la Afrodita de Knidos, la primera estatua de mármol de una mujer desnuda. Y causó tanto impacto entre la sociedad, que se convirtió en un icono. Una prostituta fue la representación encarnada de Afrodita, y así quedó en la historia.
—Qué paradoja. —Susurró Ava en el, de repente, tranquilo museo—.
Descendió su mano por el brazo de Jonathan, deslizando la mano dentro del bolsillo para buscar la suya, y con un movimiento sutil la dejó en su cadera, bajo el abrigo que llevaba.
—¿Ahora quieres confirmar lo cachonda que me pone escucharte? —Susurró, persuasiva—.
Él ladeó la cabeza, sin soltar su atención del cuadro.
—¿Tan rápida? —Respondió, con la seriedad afilando su voz—.
La cogió con fuerza de la cintura, ahuecando la mano para trazar el contorno de su curva.
—No me he puesto un vestido a tres grados solo porque me quede bien. —Especificó Ava, negando con la cabeza—.
—Lo sé.
—¿Entonces por qué estamos hablando tanto?
—No lo sé. —Dirigió su mirada a ella, deslizando el pulgar por su mejilla para apartarle un mechón—. Solo quería ser educado antes de subirte ese vestido.
Ava suspiró.
El destello rojizo de sus labios, la miel de sus ojos, su rostro desprovisto de arrugas... Jonathan le acarició la cara con cariño, divagando en el pensamiento febril de su juventud. Nada en ella decaía ni se marchitaba, era áurea, deslumbrante. Como un destello en el frío invierno.
—No deberíamos hacer esto... —Sus ojos decayeron a sus labios—.
—No, no deberíamos. —Sonrió ella, negando débilmente con la cabeza—.
Se planteó, durante ese efímero instante, si alguna vez podría querer a alguien tan intensamente como quería a Jonathan. En si podría volver a sentir ese hormigueo intenso en el estómago, y recrear esa sonrisa para otra persona.
Quiso besarlo.
Pero él se apartó. Con los ojos perpetuos en los suyos.
—Has venido hasta aquí para que te enseñe algo. —Se justificó—. Y no hablo de lo que estás pensando.
Ava le sonrió mirándolo a los ojos, y Jonathan rodeó su cintura para llevársela, guiándola por el museo.
Ella no pudo evitar mirar las paredes y el techo, intentando absorber cualquier partícula de arte. Volvieron a la primera sala, cerca de la recepción, y la guía del museo estaba intentando hablar con el grupo de turistas para echarlos.
—¿Dónde vamos? Ya están cerrando.
—Vamos a jugar a un juego. —La alentó él. Empezaron a andar más rápido por la galería—.
—¿Cuál?
—Tú pretendes que lo que vamos a hacer no es ilegal, y yo me encargo de convencerte, ¿qué me dices?
A Ava se le escapó una risa.
—No podías quedarte con un plan de cena y película en casa, ¿verdad?
—No pensaba que te gustasen las cosas tan aburridas. —Frunció el ceño, tomando su mano para subir las escaleras—.
—Me gustan los planes de película en casa. —Le dijo, curvando las comisuras de sus labios en una sonrisa despreocupada—.
Subió a su lado, aferrándose a su mano. Al llegar a la siguiente planta, descubrió las esculturas griegas, intentó mirarlas mientras Jonathan la dirigía a otra parte. Con los labios entreabiertos vio los detalles en el mármol, de un blanco roto por el pasar del tiempo. Como si fuesen víctimas de la propia Medusa.
Llegaron a una sección privada por una cuerda de terciopelo, y una cortina opaca que impedía el paso a esa sección.
—¿Cómo se te ha ocurrido esto? —Le preguntó, mientras él pasaba por debajo de la cinta—.
—Estando solo en casa.
En el otro lado, mantuvo la cuerda de terciopelo levantada para que ella pasara
—¿Has venido desde Liverpool solo para esto? —Arqueó una ceja, ladeando la cabeza—.
Él se quedó en las pinceladas verdes de sus iris, y sonrió suavemente sin darse cuenta.
—Cuando lo veas me entenderás. —La alentó, tocándole el brazo para girarla con delicadeza—.
Ava apartó la cortina opaca que cortaba el acceso, y al entrar en la sala lo vio todo a oscuras. Jonathan entró detrás de ella, y volvió a cerrar la cortina a consciencia.
Ella se adelantó y dio dos pasos para adentrarse en la sala, reservada para una sola escultura. El claro de luna entraba por los ventanales, y pudo leer el cartel de "NO PASAR" que colgaba en los cristales.
Ava levantó la vista al estar frente la escultura, dejando la mandíbula floja cuando vio a Perseo irguiéndose once metros por encima de ella, levantando una espada. Sintió que se le erizaba la piel bajo la ropa, y no por el frío. Estaba delante de la muerte de Medusa, la cual, echada en el suelo, intentaba huir de su destino mientras él tiraba de sus serpientes.
Una escultura de mármol enorme, plasmando tanto dolor, tanto miedo y desesperación por culpa de un hombre, que la hizo estremecer. La luz de la luna se derramaba sobre la piedra, dándole vida a algo exánime. Acababan de ponerla, en el grabado se leía "La Maldición de Medusa, por Rubén Reveco".
Mientras ella admiraba la escultura, Jonathan la miraba a ella. Saboreó su reacción, la forma en que dejaba los labios entreabiertos al mirar hacia arriba, y esa mano que había dejado sobre su corazón.
—¿Y? —Rompió el silencio—.
—Dios, es enorme. —Suspiró, sin despegar la atención de la escultura—.
Jonathan esbozó una sonrisa, y la admiró a su lado, bajo el peso de la oscuridad y el claro de luna. Al final, Ava también giró la cabeza para mirarlo a él, y lo encontró mirándola.
—¿Puedo pedirte una cosa?
—Pídeme lo que quieras.
Ava suspiró por la nariz, respirando ese olor a museo.
—Acompáñame a la gala en Londres.
—¿A la gala? —Arqueó una ceja tras sus gafas, sin poder evitarlo—.
—¿Pasa algo? —Ella frunció el ceño, esperando su completa aprobación—.
Jonathan tragó saliva, quitándole la mirada un momento.
—Ava, no puedo ir contigo a la gala.
—¿Qué? ¿Por qué? —Se acercó a él, tocándole el brazo—. No tengo acompañante aún. Y tampoco iba a tenerlo.
—No puedo.
—Si es por tu hija no te preocupes. —Asintió ella, con un brillo extraño en sus ojos—. Puedo darte otra invitación. Y ni siquiera tenemos que estar juntos. Solo-. Solo quiero que estés ahí...
—Ava. —Interrumpió su desespero, tomando sus manos—. No puedo ir a la gala contigo, porque Pedro no me quiere cerca de ti.
Ella lo miró a los ojos, primero uno y luego otro, para darle atención a sus dos iris marrones.
—¿Y qué? —Soltó ella, encogiéndose de hombros—. No me importa lo que él piense de nosotros, te escogí a ti. Te escogí a ti, lo quiero, pero también te quiero a ti. No puedo apagar mis sentimientos por el otro, lo he intentado y no funciona.
Ava frunció el ceño, negando. Dejando florecer un silencio melódico.
Claro que ya has decidido, y no me has escogido a mí. —Pensó Jonathan mientras la miraba—. Al igual que Lou escogió a Rée por encima de Nietzsche.
—¿Hay alguien? —Sonó la voz de otra persona, el guardia de seguridad. Ava rápidamente miró a Jonathan pidiéndole qué hacer, y él apretó un dedo sobre sus labios para mantener silencio—. Debe abandonar el museo, estamos cerrando.
Se escucharon los pasos de sus botas acercándose, y Jonathan tiró de la muñeca de Ava para esconderse, rodeando la escultura.
—¿Hola? —El guardia apartó la cortina—.
Ava apretó los labios, y casi se le escapó una risa cuando Jonathan levantó ambas cejas, avisándola que se mantuviera callada.
El guardia entró en la sala, iluminando hacia arriba, para observar el mármol, y alumbró con la linterna las paredes: donde descansaban cuadros al óleo. La estatua era tan grande, que no vio nada raro detrás de ella. Desistió y volvió a salir.
Ava tomó una bocanada de aire, relajando los hombros, y ambos se pusieron en pie al escucharlo alejarse.
—Joder. —Jadeó en voz baja—. Nunca volveré a decir que los museos son aburridos.
Giró la cabeza para observar los cuadros colgados. Y mientras intentaba memorizar el entorno... Respirando ensimismada las motas de polvo y pintura, Jonathan la cogió de las mejillas, parando todo lo que estaba procesando su cerebro para besarla. Mientras los ojos de los cuadros los juzgaban.
Ava retuvo el aliento, correspondiendo, y dejó las manos en sus brazos, alargando ese beso hasta que escuchó sus labios separándose por aire. Lentamente, casi como una gota fría de lluvia deslizándose por un pétalo, volvió a besarla, con cuidado y primicia. De él brotó ese sonido lánguido de sus labios húmedos separándose, y ella entonó la melodía de ese suave gemido susurrado, bebiendo de su poética desesperación.
Jonathan ladeó la cabeza, y coló la lengua en su boca, apretando un casto beso en sus labios antes de empujarla con suavidad hacia atrás. Besándose en la oscuridad.
Se separó de sus labios como un devoto, y gruñó algo en voz baja cuando vio la forma de sus pechos. No llevaba nada bajo esa tela más que su desnudez, y la figura de sus pezones se marcaba a través. Miró de nuevo los ojos de Ava, y ella asintió con los labios entreabiertos, gimiendo con alivio cuando sintió el cálido contacto de su mano apretándole un pecho sobre la ropa. Pero continuó manchándola de besos, llevándola hasta donde él quisiese.
Ava ahogó un grito al chocar contra el pedestal donde se erguía la escultura. Se aferró por inercia a los brazos de Jonathan, mirando con recelo a Perseo y Medusa que estaban justo a su lado. La frialdad del mármol y el sadismo de esa escultura le transmitían algo de miedo.
—Te quiero, Ava. —Conjuró en susurros, sin voz ni aire. La tomó de las mejillas con una mano, susurrándole sobre los labios, y haciendo que lo mirase otra vez—. Te quiero para mí, solo para mí.
Descendió una mano hasta la curva de su cuello, rozando sus narices.
—¿Y qué significa? —Planteó ella en el silencio. Tan cerca, respirando el mismo aire—. ¿Qué significa cuando dices que me quieres?
—Amor es cuando digo que eres el cuchillo con el que escarbo mis heridas. Como dijo Kafka, eres el puñal que quiero clavar en mi.
La empujó suavemente, de nuevo apoyándola contra el pedestal de la escultura, y deslizó una mano entre sus cuerpos, llegando hasta la calidez de sus muslos. Ava rastrilló un gemido entre sus labios apretados. Consiguiendo lo que quería.
—¿Y ahora cuánto...? —Susurró sobre sus labios, subiendo los dedos hacia la tela de su ropa interior—. ¿Cuánto te gusta que cite poesía aburrida?
La retó, dibujando con las yemas suaves olas sobre sus labios húmedos. La escuchó suspirar con los dientes apretados, y le dejó un beso en el cuello, erizándole la piel con un escalofrío.
—Tan preciosa... —Murmuró, tomando a Ava de la nuca para empujarla a sus labios—. Jodidamente preciosa.
¿En una sala llena de arte, se atrevía a decir que ella era preciosa?
Ese beso fue lengua, saliva y dientes, no muy romántico pero lleno de deseo. Enredó los dedos en el pelo de su nuca, mientras la tocaba sobre las bragas con la otra mano.
—¿Quieres...? —Le pidió permiso otra vez, murmurando sobre sus labios húmedos por la saliva—.
Ella gimió algo que sonó a una súplica inverosímil para el mayor. Asintió enérgicamente con la cabeza y prosiguió a darse la vuelta para bajarse las medias. Pero Jonathan la tomó del brazo y volvió a girarla, negando con la cabeza.
—Quiero mirarte a los ojos cuando esté dentro de ti. —La cogió de los muslos para sentarla en el pedestal—.
Ava ahogó un jadeo por el mármol frío. Lo miró perdidamente a los ojos, perdida en sus rasgos, en la forma de sus labios y el reflejo de la luz en sus gafas. Apartó unos rizos grises de su frente, acariciándole la cara con parsimonia. Jonathan presionó otro beso en sus labios, saboreando sus débiles gemidos.
Las manos de Ava se guiaron torpemente hasta su cinturón, sin dejar de comerse a besos. Vergonzosamente, los halagos que susurraba contra su piel, la ponían más nerviosa que el hecho de que estaban besándose encima de una escultura clásica griega.
—...eres tan bonita, Ava. —Apretó su cuello gentilmente, tomándole el pulso mientras dejaba un beso húmedo en sus clavículas—. No entiendo porqué me escogiste a mi. No te merezco.
Ella cerró los ojos con placer, ronroneando algo mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás.
—Mhm... Me provocas ganas de arrodillarme a chupártela cada vez que me dices esas cosas. —Susurró, desabrochando el botón de sus pantalones—.
Jonathan arqueó una ceja, ladeando la cabeza con la boca sobre la suya.
—Y Pedro sigue pensando que eres su buena niña, ¿verdad?
Pellizcó sus medias, rompiéndolas entre sus piernas.
—¿Lo soy? —Inquirió ella—.
—Oh, sí que eres una buena chica. —Gimió, escupiendo en sus dedos—. Siempre tan buena para mí...
Coló los dedos bajo su ropa interior, frotando círculos lentos sobre su clítoris. Le arrancó un jadeo entrecortado por la deliciosa fricción, humedeciéndola más con la saliva. Deslizó lentamente sus dedos sobre sus pliegues. Tan suave. Gimió cuando sintió que goteaba por él.
—Mm... ¿Necesitada, cariño? —Su voz susurrada, más grave, oscureció las palabras—.
Ella se tropezó con la lengua, hipó un par de veces por la textura de sus dedos cuando finalmente hicieron contacto con su entrada, pasando sobre el rastro de humedad. Gimió con alivio, poniendo los ojos.
—Eh. —La llamó duramente, palmeando su mejilla un par de veces para llamar su atención—. Aquí, cariño. Te estoy hablando.
—Sí, sí. —Tartamudeó en voz baja, aún desubicada por el cálido placer—.
—¿Alguien te ha tocado así antes? —Dijo Jonathan, como un joven petulante. Apoyó la frente en la de ella mientras sus dos dedos centrales la tocaban. Siendo tan cuidadoso y exacto como podía—.
—No.
Sonrió con cinismo para sí mismo, ladeando la cabeza.
—N-No te vayas. —Le suplicó en un susurro, apretando su muñeca. Pidiéndole que volviese a ese punto mágico que la estremecía—.
—Ay, Ava. —Sonrió, apoyando sus frentes. Obedeció lo que le pedía—. Todavía no sabes nada.
Ava negó con la cabeza, obedientemente dócil bajo su tacto. Su confirmación sólo hizo que Jonathan sonriese, mirándola retorcerse bajo su tacto. El sentimiento en sus entrañas era la más extraña mezcla de culpa, deseo, preocupación y alivio. Podía admitir que le gustaba la idea de que ser el primero causándole placer, pero también lo sacaba un poco de humor recordar exactamente a quién tenía entre sus manos. Ella era joven, y era la hija de su mejor amigo.
Se sentía como un maldito traidor, pero no podía reflexionar sobre eso teniendo los dedos enterrados en su coño, y viéndola arqueando la espalda como una desesperada.
—A-Ah, joder, Jonathan, te quiero. —Gimió sobre sus labios, aferrándose a sus hombros. Dejó una mano en su cuello para apoyarse y mirarlo a los ojos—. Te quiero...
Él la calló besándola, tragándose su deseo y placer. Siguió besándola mientras la masturbaba sobre la escultura, follándola con la mano y absorbiendo sus gemidos puntiagudos. Sintió sus paredes contraerse y agitarse, escuchándola jadear sobre sus labios conectados por un hilo de saliva.
Jonathan también gimió roncamente, y llevó una mano de Ava a su cinturón, pidiendo que lo tocara. Las manos de Ava supieron al momento qué hacer, y con los ojos perezosamente abiertos, observó la reacción del mayor cuando enroscó la mano a su grosor, sonriendo sobre sus labios al escuchar su jadeo.
Podía sentir su polla moviéndose ante el contacto, empujándose contra la palma de su mano, dejando claro lo mucho que le gustaban sus manos suaves y sedosas. El gemido cálido de Jonathan acarició sus labios, sin dejar de tocarla. En el silencio del museo, se escuchaba el suave murmullo de sus dedos hurgando en sus pliegues mojados.
—Dí que eres mía.
—Dime que soy tu pecado favorito. —Contestó ella en un jadeo, moviendo la muñeca para masturbarlo deliciosamente lento—.
Se cogió a sí mismo con una mano, haciéndola gemir al notar la cabeza de su polla besando su entrada, abriéndose paso entre sus muslos.
—Eres mi pecado favorito, Ava. —Confesó, esclavo de sus palabras—. Te cometería una y otra vez.
—Soy tuya. —Deslizó una mano por su sien, enredando los dedos entre su pelo canoso—. Tuya.
Conjuró bajo la luz de la luna, mirándolo a los ojos devotamente antes de que Jonathan apartase los dedos de ella, metiéndose la mano en el bolsillo para sacar un preservativo.
Escupió el pequeño plástico, y se lo puso, mientras Ava se inclinaba hacia atrás en el pedestal, apoyándose en sus codos. Separó sus muslos para él, permitiéndole entrar, y se mordió el labio con una sonrisa suave al verlo hipnotizado entre sus piernas.
Jonathan se relamió los labios, viendo sus medias rotas, y cómo apartaba las bragas hacia un lado para que la follara como fuera.
Arrastró la punta de su polla por sus pliegues mojados, masturbándose mientras la miraba. Tragó saliva al ver su carne sonrosada estirándose para adaptarse a su circunferencia, tomando su polla tan bien que se deslizó entre sus paredes apretadas. Con ese condón sensitive sentía que cuanto más profundo llegaba, más se apretaba.
Tocó fondo dentro de ella, y la vio apretando los puños, cerró los ojos con fuerza apoyada en sus codos. Se le escapó el aire de los pulmones, jadeando. Las manos grandes de Jonathan cogieron ambos lados de su cintura, manteniéndola quieta para follársela.
—¿Por-Por qué se siente tan... Tan diferente? —Balbuceó ella—. ¿Te has puesto un...? ¿Un...? ¿Verdad?
Ni siquiera podía hilar palabras coherentes, todo lo que sentía era calor; un calor intenso en su bajo vientre, la fricción cálida entre sus cuerpos, cada vez que salía y volvía a metérsela, empujándola hacia adelante.
—Sí.
Ava dejó la mandíbula floja, gimiendo con él mientras lo miraba a los ojos. Cuando sintió que ella se apretaba a su alrededor, juró que estuvo a punto de correrse en el acto, empujando involuntariamente hasta el fondo. Ella jadeó al sentirlo, gratamente asustada.
—Dios, te sientes tan... Bien. —Sonrió extasiada. Una sonrisa ciega de placer—.
Jonathan observó su expresión mientras se retiraba casi completamente, dejando sólo la gruesa cabeza de su polla dentro, antes de hundirse hasta el límite. El sonido obsceno de ese movimiento, pareció colapsar el luto del museo, arrancándole el aliento a Ava.
Sus ojos miel amenazaban con cerrarse por el delicioso placer. Se resistió. No quiso perderse nada de la experiencia. Vio cada pequeña expresión que él dejaba escapar, notando sus manos clavándose en su cintura cuando inclinó la cabeza hacia atrás, enfatizando la estructura de su mandíbula.
Ava apretó los labios con dolor, escuchándolo gemir entre la oscuridad, y su nuez se meció al dejar la mandíbula floja.
—Mierda. —Susurró Jonathan, enterrándose profundamente en ella. Subió una mano por su vientre, presionando su pecho para que se dejara caer sobre el pedestal—. No puedo dejar de pensar en ti, Ava... Voy a escribir mi nombre a besos en tu piel.
—Haz lo que quieras conmigo. —Susurró ella, derrotada—.
Después de un puñado de empujones, la clavó en el sitio, sosteniendo ambos lados de su cintura, y se tomó un momento para quedarse dentro de ella. Quería saborear la sensación que lo envolvía, quería grabarlo en su memoria. Ava se apretó a su alrededor, susurrando un sollozo, y él sintió como palpitaba a su alrededor.
—¿Sientes lo profundo que estoy? ¿Te gusta como me siento dentro de ti? —Murmuró cosas sucias, con un tono dominante—.
—Sí, papi. —Suspiró ella mirándolo a los ojos, asintiendo—.
Una mano le cruzó la cara, provocando que cerrara los ojos con fuerza por el golpe. Sintió cómo se ceñía a su alrededor, resbalando con facilidad cuando se empujó otra vez hasta el fondo.
—A ti también te gusta cuando lo hago, ¿verdad? —Abrió la mano para tomarla de la mandíbula, girándole la cabeza para que volviese a mirarlo—. Viciosa.
Ava asintió rápidamente, mirándolo con ojos suplicantes, sintiendo que se desbordaba solo con esas palabras. Empujó las caderas contra las suyas, y él le devolvió el empujón, deslizándose dentro de ella. El sonido cremoso entre ellos se intensificó, golpeando piel contra piel.
Jonathan volvió a pegarle, girándole la cara con una bofetada. Entonces se le escapó un chillido por el escozor en su mejilla.
—Ssh... —La avisó, cubriéndole la boca con fuerza, empujando dentro de ella—.
Ava asintió con la cabeza servilmente, teniendo la boca cubierta por su mano, y mirándolo con los ojos llorosos bajo el claro de luna.
La vio ponerlos en blanco, arqueando la espalda sobre la fría piedra, y se sintió culpable por acelerar el ritmo. Follándola sin pena ni miedo a romperla.
Ella solo se tumbó en la piedra fría, ahogando sus jadeos y gemidos mientras miraba las estatuas irguiéndose encima de ella.
Entre los empujones violentos, buscó la mano de Jonathan, y él dejó de apretar su muslo para sostener su mano, notando cómo se aferraba con fuerza.
Dejó unos besos rápidos en sus nudillos, en su muñeca, en su antebrazo... Hasta presionar los labios sobre los suyos, interrumpiendo la melodía de sus cuerpos con sus besos húmedos. Sintió las manos de Ava escurriéndose entre su pelo grisáceo, tirando gentilmente de él.
Ella tenía cada pizca de su conciencia, Jonathan solo podía concentrarse en ella, fuera o dentro de clase. Tenía el roce de sus labios, sus manos en el pelo, su olor arraigado dentro... Incluso en una sala llena de arte, seguía mirándola a ella.
Continuó con su ritmo, empujando dentro de Ava. Sus manos recorrieron su cuerpo, la curva de sus caderas y la piel blanda de sus muslos, dejando un rastro pegajoso de saliva en cada centímetro de su cuello y mandíbula. Ella sonrió en silencio por el tacto de sus mejillas afeitadas, mordiéndose el labio con fuerza.
Sus empujones se hicieron más lentos, pero más profundos al mismo tiempo, consiguiendo que ella gimiera sobre sus labios mojados por la saliva del otro. Cada vez que se hundía, empujaba un poco más, arrancándole el aliento a Ava desde dentro. Dejándola sentir cada cresta, cada vena y centímetro de él. Sintió como se tensaba a su alrededor.
—Me voy a correr. —Jadeó en voz baja, juntando mucho las cejas como si se estuviera quejando por ello—. Me voy a correr...
Sintió un hormigueo efervescente en su vientre.
—Hazlo. —Contestó Jonathan con su ronco acento—. Córrete en mi polla, cariño.
La sensación fue excesiva. Cerró los ojos con fuerza, gritando de placer, pero rápidamente tuvo los labios de Jonathan sobre los suyos. Tragándose todo su placer pecaminoso. Cada vez que sus labios se separaban para tomar aire, notando su pecho ardiendo, allí estaba la lengua de él, lista para ahondar en su boca y sacar más de ella. Besándola como un adicto.
Ava, incluso a través de su propio orgasmo, pudo sentir el suyo. Su cuerpo se tensó contra ella y sus embestidas se volvieron erráticas mientras se saciaba con su cuerpo, corriéndose en su interior. Jonathan apretó los labios sobre los suyos, gruñendo en la voz más baja que pudo al vaciarse dentro del condón.
Ava lo miró con devoción, tomando ambos lados de su cara mientras se corría en ella.
Cuando la ola de calor disminuyó la sangre volvió a la cabeza de ambos. No tardó en llenarla de besos, presionando los labios contra sus mejillas rojizas.
—Lo siento —Murmuró preocupado contra su rostro, dejando de inclinarse sobre ella para acariciarle las mejillas—, ¿te he dado demasiado fuerte? ¿Te he hecho daño?
—No. —Negó Ava en un jadeo—.
Apretó otro beso en su mejilla, primero en una y después en otra. Dejándola satisfecha. Escupió lo que llevaba pensando un buen rato.
—Si aparezco contigo en la gala... —Susurró, hipnotizado por sus ojos—. Me echará a patadas.
—Puedo convencerlo. —Jadeó, incorporándose hasta quedar sentada sobre el pedestal—.
Jonathan se apartó, quitándose el preservativo usado para tirarlo en la única papelera de la sala.
—¿Al igual que lo convenciste para olvidar los vídeos? —Volvió hacia ella—.
—Al igual que lo convencí para que dejase de pegarte. —Lo avisó Ava, negando seriamente con la cabeza—. Y al igual que lo convencí para que no te despidiera.
—Pero-.
Ella frunció el ceño.
—Es raro que no distingas cuándo lloro de verdad.
Ignoraba que él también podía comprender cómo padre, y verla como la niña modélica de Pedro. Creyéndose su papel.
—Si puedes convencerlo —Jonathan ladeó la cabeza, mirándola a los ojos—, estaré ahí.
—¿Estarás? —Le preguntó con desconfianza—.
Él mantuvo su silencio unos instantes, curvando las comisuras de sus labios cuando le apartó de nuevo un mechón de la cara. Le había crecido el pelo.
—Estaré.
—Gracias. —Le susurró, mirándose a los ojos—.
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