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44

Se escuchaban risas al otro lado de la pared, el olor de la comida y el murmullo de la familia subía las escaleras. Todos esos estímulos aseguraban que era Navidad.

Ava recogió las hojas sueltas de sus apuntes, y las metió entre las páginas del libro antes de cerrarlo. El frío sol de Birmingham moría tras el horizonte de nubes escurridizas, ineficiente ante la capa de nieve que decoraba el marco de la ventana. 

Estaba mirando el libro de texto subrayado, pero sus ojos tras las gafas veían todo borroso, porque su mente divagaba hacia la nada adyacente. Pensando. Pensando que tres años atrás en esas mismas fechas estaba en el hospital, ensangrentada, enferma, sucia... Sola. La primera Navidad que pasaba en casa después de haber sido secuestrada, y no entendía porqué continuaba allí: viva.

—¡Ava! —La llamó Pedro desde el final de las escaleras. Hizo una pausa para toser—. La mesa ya está puesta, ¿puedes bajar?

Ella iba a contestar, saliendo de su trance, pero la interrumpieron. 

—¡Baja ya! —Le confirmó Dhelia—. 

Se levantó de la cama en un suspiro, y se encontró devotamente perdida observando las estrellas desde la ventana, contando los cráteres de la luna. Apoyó los codos en el marco.

—Vianne. —Escuchó que la llamaban. El viento le llevó esa voz—. Vianne James.

Ella giró la cabeza, mirando por encima del hombro su cama deshecha. Pero no había nadie en la habitación. 

Volvió a girar la cabeza con el ceño fruncido, asomándose fuera de la ventana por si alguien la llamaba desde la calle, y un escalofrío gélido la recorrió al ver la calle desierta. No había nadie. Y ya nadie la llamaba de esa manera.

Levantó la mirada, y vio un hombre pegado a la ventana. Una sombra que tomaba forma en la oscuridad, con los ojos fijos en ella, sin párpados. 

Ava cerró los ojos con fuerza con el corazón palpitando en sus oídos. Y cuando volvió a mirar se dio cuenta de que no había nadie en la casa del frente, ni siquiera una luz prendida. Pero ahora sentía un peso en la nuca, en la espalda, alguien la estaba mirando.

El aire helado le acarició la cara, deslizándose bajo su mentón. Ava se retorció en el sitio, exhalando un escalofrío mientras cerraba la ventana con seguro. No quiso volver a mirar, por si el hombre reaparecía y lo encontraba observándola, vigilándola.

Se dio la vuelta en un jadeo y abrió el estuche del escritorio, donde guardaba sus medicamentos para revisarlos. 

Paroxetina, Escitalopram, Doxepina, antirretrovirales y Lorazepam.

Buscó entre los cajones de ese mismo escritorio, revolviendo todo. Entró en el baño contiguo, empezando a hiperventilar.

Abrió el armario bajo el grifo, apartando el papel higiénico, luego los cajones... Hasta que encontró una caja de pastillas. Le temblaron las manos al romper el cartón, sacando una tabla casi vacía de pastillas blancas.

Ava tragó saliva mirándolas, viendo como temblaban en su mano. Solo había una. 

Haloperidol. 

—Ava. 

Ahogó un grito, dejando las pastillas donde estaban casi con pánico.

—Ya han llegado todos, ¿por qué no bajas? —Le preguntó Pedro. Mientras ella tenía el corazón en la boca—. ¿Estás bien?

Ava negó con la cabeza, sintiendo un escozor en el pecho al mantener la respiración.

—¿Te encuentras bien, Vianne? —No miró a la enfermera cuando le habló, regulando la medicación del gotero—. Fuera está tu tío. ¿Le digo que pase?

—No. —Una voz ronca, de otra persona, abandonó sus labios cortados—.

—Ha estado esperando todos los días desde que llegaste. ¿No quieres darle una oportunidad?

—No. —Lloró en silencio, mirando el techo—. No quiero verlo.

Tardó en darse cuenta de que no podía verla al otro lado de la puerta.

—Sí. —Tomó una respiración profunda, con un escozor en el pecho—. Sí, estoy bien. 

—Eres un encanto cuando crees que puedes mentirme. Venga, Ava, ¿qué pasa?

—Nada. —Le abrió la puerta, frunciendo el ceño—. 

Pedro dejó de apoyarse en el marco, y se irguió con su traje (algo arrugado) mientras la miraba. Sus ojos marrones se enfatizaron por las dos bolsas oscuras bajo ellos, parecía cansado.

—Solo estoy preocupada por empezar el trimestre en la universidad. —No le mintió, pero ocultó su verdadero motivo, encogiéndose de hombros—.

Pedro apretó los labios bajo su bigote, asintiendo.

—Ya. 

Deslizó un mechón tras su oreja y le sonrió.

—No son buenas para ti. —Apartó la mano de ella, mirándola a los ojos—. Y preocuparte tanto por la universidad tampoco. 

Ava cogió aire por la nariz, llenando sus pulmones, y asintió con la cabeza quitándole la mirada. Escuchando a las pastillas gritando en el cajón.

—Baja ya. —Le dijo, señalando la puerta con un ademán—. Tu abuelo te estaba buscando. 

Le dio la espalda, abandonando su habitación. Vaciló al querer hablar, pero terminó haciéndolo.

—Papá. —Lo llamó, haciendo que Pedro parase, y volviese a girarse cansado, con una mano en el bolsillo. Los ojos miel de Ava brillaron mientras apretaba la mandíbula—. Andrew...

Le tembló la voz, reviviendo la misma sensación al tenerlo delante en el juicio.

—Él ya no puede hacerme daño, ¿verdad? —Habló con lentitud, mirándolo con un atisbo de melancolía al pedirle esa respuesta—. 

Pedro la miró al otro lado de la cama, y ahogó una carcajada, quitándole la mirada para sonreír entre su barba dispersa. Metió las manos en los bolsillos, y se tocó el pecho buscando algo.

 Abrió la americana mientras se acercaba a ella otra vez, sacó un papel del bolsillo interior, y le cogió la mano a Ava para dárselo. Su mano parecía muy pequeña a su lado.

Feliz Navidad, cariño. —Le sonrió antes de irse de la habitación—. 

Ava abrió la mano, y descubrió el trozo de periódico que le había dejado. Leyó el breve artículo que anunciaba la extraña muerte de Andrew Charles después del juicio.

Apretó el papel en su mano, y levantó la cabeza preocupada, suspirando con recelo mientras miraba la ventana.

Pedro bajó las escaleras, y se dirigió al comedor de nuevo, abriéndose los dos primeros botones de la camisa. 

—¿No notas que hace demasiado calor? —Se quejó, tomando asiento en la mesa—. 

Los platos estaban servidos para todos los doce comensales, el mantel gris ceniza se extendía con delicadeza por toda la mesa, y entre la comida se erguía un candelabro como centro.

—Lo siento, no me había dado cuenta. Por cierto, ¿tú has estado dos horas en la cocina entre el vapor y el horno? Ahí sí que hacía frío. 

Dhelia dejó la bandeja con el pavo sobre la mesa, procurando no quemarse las manos. 

—¿Ya has acabado? —Le preguntó él, quitándose la corbata con los ojos perezosamente puestos en la cadera de Dhelia, y en cómo se ceñía el vestido al estar inclinada hacia adelante—.

—Enciende las putas velas. —Le tiró el mechero a la cara antes de irse—. 

Pedro sonrió con malicia, y se agachó para recogerlo del suelo.


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Dhelia puso los ojos en blanco mientras escuchaba a su padre hilando palabras. Toda la familia comía, y compartían recuerdos o nostalgia en la mesa, a pesar de llevar un año sin dirigirse la palabra.

—¿Y mi Ava? —Lionel, el padre de Dhelia, apretó una sonrisa en sus mejillas rojizas por el champán—. Dios, ella... Ella se parece tanto a mi Vianne... Es el mismo retrato suyo. 

¿Cómo habían acabado hablando de eso otra año más?

—Siempre nos faltará un plato en la mesa para mamá. —Asintió Lauren, cortando el pavo en su plato—. 

—Te lamentas como si la hubieses conocido. —Dhelia arqueó una ceja—. 

—¿Y no lo hicimos las dos al estar nueve meses dentro de ella? 

—¿Sabes que tienes otra nieta, padre? —Escupió Dhelia con desdén, ignorándola. Se dirigió a su progenitor mirándolo a los ojos, de un color tan negro y profundo como la obsidiana—. 

Él remugó algo, acomodándose en su asiento. Demandando el espacio que su robusto cuerpo necesitaba.

—Esa niña no es mi nieta.

—Pues sí que es la mía. —Interfirió la madre de Pedro, sonriéndole al bebé entre sus brazos. Le acarició su nariz respingona, haciéndola llorar—. Y es la cosa más bonita del mundo, ¿a que sí, preciosa?

Dhelia deslizó su atención hacia Pedro, que se estaba quedando dormido a su lado mientras apoyaba la cabeza en la mano. 

—Pedro. —Lo llamó en un tono firme, dándole un golpe con el brazo, y él casi cayó sobre su plato—. 

—¡Sí! —Dio respingo, pasándose una mano por la cara—. Sí, joder... No hace falta que hagas eso.

—Vamos a decírselo ya. 

—Perfecto. —Respondió en un bostezo—. 

—Qué vergüenza tienes que obligarme a pasar. —Pensó su padre en voz alta, removiendo el vino en la copa—. Seguro que disfrutas obligándome a tragar, ¿verdad? Esto es lo que querías desde el puto principio.

—¿Vergüenza? —La palabra casi no abandonó sus labios al apretar tanto los dientes—. 

Dhelia estaba sentada en el extremo, presidiendo la mesa, y uno de sus lados lo ocupaba Pedro, mientras el otro su padre.

—¿Crees que no me he enterado de lo que has permitido con mi nieta? —Le habló él en el mismo tono amenazante, inclinándose hacia ella en la mesa como un león cautelosamente firme—. 

—¿Y qué coño he permitido, padre? —Dhelia adelantó la cabeza, mirándolo a los ojos—. 

—Ese papel de adopción. —Golpeó la mesa con la mano, haciendo saltar los cubiertos—. 

Lauren se encogió en su sitio, cerrando los ojos al lado de Pedro. Ese silencio profesó un ademán de indiferencia por parte de Dhelia, frunciendo sus labios perfilados.

—Eso es cosa de Ava. 

—¿Esto? —La palabra se enredó en su lengua, jugando con su acento de Birmingham—. ¡Permitirle al inútil de tu marido tener la custodia de mi nieta! Nunca. Y escúchame bien, Dhelia.

La señaló con el dedo, tensando los músculos de sus hombros, mientras ella apoyó la espalda en la silla, como una mujer vanidosa.

—Él nunca será nuestra familia. 

—Es el padre de tus nietas. 

—Nunca lo será, lo único que has hecho es firmar un papel. Las razas no se deberían mezclar. Debería haberse quedado en su país. O tu haber mantenido las piernas cerradas desde un principio.

—¿Debería? —Dhelia frunció el ceño, fingiendo pensar en su comentario—. Mhm... Sí, debería haberlo ignorado. En vez de habérmelo follado como si fuera mi último día en este mundo.

Pedro puso los ojos en blanco al mismo tiempo que Lauren reprimía una sonrisa. Se llenó la copa. Estaba tan cansado de escucharlos hablar. 

—Invitarme a cenar después de tantos años para que me sientes en la misma mesa que ellos y te rías de mí. 

Volvió a dejar la servilleta con un movimiento agresivo, apoyando ambas manos en los reposabrazos para levantarse. 

—No, en verdad. —Intervino Pedro, mirando su copa mientras la volvía a llenar—. Vamos a darle una buena noticia.

—No necesito escuchar nada de ti.

Antes de irse deslizó sus ojos negros hacia Pedro, y él solo lo miró con una media sonrisa prepotente y oscura en sus labios. Dhelia dejó caer la cabeza hacia un lado, mirando a los dos con cansancio.

—Doy gracias a Dios que tu madre murió al darte a luz. Así nunca pudo ver qué clase de persona salió de ella. Ahora por puta tienes lo que mereces. Vas a morir sola, Dhelia.

Gesticuló las palabras, dirigiéndose a ella con ese odio marchito. Los ojos esmeralda de Dhelia titilaron a la luz de las velas, y empezó a respirar con dificultad bajo el vestido ceñido.

—Gracias. —Le respondió ella—. 

Pedro la miró. Le cogió la mano bajo la mesa.

—Nunca seré como tú, padre. Vete de mi mesa.

Le señaló la puerta con un ademán. Todos en la mesa se habían callado, pero no fue hasta ese instante que el silencio resultó tan ruidoso.

Su padre soltó un suspiro pesado.

—Esperaba mucho más de ti. —Entrecerró los ojos, negando con la cabeza—. Te esperaba mucho más que esto, Dhelia. Mucho más que este inmigrante infeliz que te arrastró fuera de tu hogar y de tu familia. 

—Él es mi familia. —Crispó su labio superior con los ojos brillantes, apretándole la mano a Pedro bajo la mesa—. 

Lionel, su padre, se rio. 

—Es un lastre a tu lado.

—¿Sabes esa nieta que nunca has querido conocer? —Lo interrumpió—. Ella es lo que más quiero en este mundo. Y me la ha dado él. Todas mis sonrisas, me las ha dado él. 

—Es el-.

—En todos mis momentos felices está él. —Dhelia se puso en pie, interrumpiéndolo una vez más—. Si no puedes entenderlo veintitrés años después no es mi puto problema.

Le señaló la puerta, erguida sin dejar de mirarlo a la cara. 

—Vete de mi mesa, padre.

Ambos dejaron ese silencio incómodo y los murmullos que censuraron la noche anterior, en Nochebuena, pero tras años sin verse, esa rabia impía que los unía terminaba aflorando por algún lado. Como la bala olvidada de la recámara. 

Lionel apretó la mandíbula, mirando a su hija a los ojos con desprecio, y lo único que hizo fue volver a colocar su silla cerca de la mesa.

—Él te va a fallar, Dhelia. —Dijo con su voz ronca, ajada por la edad. La miró a los ojos—. Y a saber qué hizo con nuestra Ava, después del puto accidente en comisaría: cuando dejó de hablar. ¿¡No ves lo mal que está esto!? ¿¡Su relación!? ¡Los dejaste solos muchas veces cuando era una niña, irresponsable de mierda!

Esa vez Pedro respondió antes que ella, poniéndose en pie.

Todos callaron un instante efímero, y Lionel dejó de encorvarse, irguiéndose con rabia.

—¿Tú tienes algo que decirme? —Frunció el ceño, mostrándose curioso por su interrupción—. 

Todos los hombres de la mesa se revolvieron en sus sitios, carraspeando o mirando fijamente a los dos que discutían. Tensos.

—Siéntate. —Le dijo Dhelia entre dientes—. 

Él no le quitó la mirada, se quedó unos segundos más en pie con los ojos duramente puestos en su suegro, esperando en el silencio de su orgullo antes de volver a sentarse.

Dhelia soltó todo el aire que estuvo conteniendo mientras su padre decidía irse o no, y su pecho se hundió al respirar de nuevo. 

—Vete de mi casa, padre. 

Sin decir nada más, su padre abandonó la mesa, y ella los miró a todos antes de darse la vuelta, dirigiéndose a la cocina para calmarse. 

Sabía que no le había dicho nada del divorcio, pero no iba a darle el placer de saber que su relación había fallado: como él anheló desde el principio.

Pedro la siguió con la mirada. Hizo ademán de incorporarse, queriendo seguirla, pero mientras la tertulia volvía a retomar protagonismo en la mesa, un primo de Dhelia lo interrumpió. 

—Siempre estás ahí cuando te llama, ¿verdad? Pareces su perro.

—Sí. —Contestó ausente, poniéndose en pie—. 

Abandonó el comedor, pasando el arco que anunciaba la cocina, escuchando el ruido de un vaso siendo estrellado y rompiéndose en mil pedazos.

El sol había muerto en el firmamento, y las plantas verdes que colgaban en la cocina parecían llevar luto por su anfitriona. Estaban mustias, y Dhelia estaba nerviosa andando de un lado para otro, apretándose la muñeca para parar la sangre que brotaba del corte. 

El ruido de sus tacones la delataba, murmurando algo con odio para sí misma, mientras se miraba la herida en la palma de su mano. 

—¿Qué coño has hecho? —Murmuró él sin ánimo, poniéndole la mano bajo el grifo—. 

Dhelia se quejó en voz baja, haciendo una mueca cuando el agua fría impactó sobre la herida, deslizándose sobre las esquirlas de vidrio que tenía incrustadas.

Miró su mano ensangrentada, calmándose al sentir ese dolor.

—Dhelia. —La llamó, pasando los dedos por su mano pequeña, limpiándole la herida bajo el agua—. 

—¿Qué? —Respondió ella con brusquedad—. 

Pedro cerró el grifo, y le secó la mano con una bayeta limpia. 

—Gracias. 

—Trae. Eso puedo hacerlo yo. —Lo apartó con el codo—. 

—Eso... Lo que has dicho ha sido muy bonito. 

—Apártate. —Hizo un ademán con la cabeza, apretándose la herida para dirigirse al baño—. 

—Pero solo —La interrumpió, dando un paso hacia el lado—, solo quería darte las gracias. Siempre sales a defenderme delante de tu padre. 

—¿Y qué coño debería hacer? —Intentó volver a pasar por su lado, pero él se lo impidió—. 

—Gracias. —Volvió a decirle en un susurro agradable, teniendo que agachar la cabeza para hablarle. Le tocó los hombros, dándole una caricia cálida sobre el vestido—. Tú también estás en mis momentos felices, Dhelia. Te quiero. Y solo... Solo para saberlo, ¿eso significa que me has perdonado por lo que te hice?

Cerró los ojos con fuerza cuando Dhelia le escupió, consiguiendo pasar por su lado.

—Ya. —Se limpió la mejilla—. Ya lo sabía. 

—Deja de darme las gracias por defenderte, porque tú eres igual con Ava cuando te habla de Jonathan.

—¿Qué? —Se ofendió, dándose la vuelta para seguirla—. No. No me pongas ese ejemplo, no es lo mismo.

—Los dos odiáis a la pareja de vuestras hijas.

—Él no es su pareja.

—Oh, sí lo es.

—Es un odio diferente. ¿Por qué lo dices?

La cogió del brazo, obligándola a darse la vuelta. La miró un momento, hundiendo los dedos en la piel de su bíceps.

—¿ estás a favor de su relación? —Bajó la voz, frunciendo el ceño—. 

—¿Estar a favor de que un viejo le haga dedos a nuestra hija universitaria? —Bajó más la voz, zafándose de su mano—. No, por supuesto que no. 

—¿Entonces, por qué...? 

—Al igual que no estaba a favor de que invitaras a Bárbara a nuestra cena de Nochebuena. —Lo interrumpió—. 

Eso cortó su enfado, retrayéndose. Su mirada se suavizó con remordimiento.

—Tampoco estaba a favor. —Negó Dhelia con la cabeza. Sus pendientes de oro se mecieron—. Pero pasó. Son cosas que pasan. 

—Ella e-.

—Por mucho que estés en contra de algo no puedes evitar que pase. —Volvió a interrumpirlo, avisándolo de que dejara de discutirle—. ¿Y por qué no lo hablas con ella?

Pedro apretó la mandíbula.

—Porque no quiero escuchar nada de ese puto traidor. —Dijo entre dientes—. Después de todo lo que confié en él. Me acompañaba a dejarla en el parque cuando era pequeña, ¡los dejaba solos, joder! 

—Tan pequeña que no podría haberla reconocido teniendo veinte años.

—Sabía lo importante que era Vianne para mi y lo hizo igualmente. Ver ese vídeo, Dhelia, fue como si me arrancasen un brazo, o el corazón. No me pidas que finja que no me importa, porque cada vez que lo veo tengo que aguantarme para no asfixiarlo con mis propias manos. 

—¿Te estás escuchando? —Dhelia frunció el ceño—. Estás hablando de tu puto amigo. 

—Era mi amigo. —Remarcó mirándola a los ojos, acercándose a ella—. Era como mi hermano, Dhelia, eso lo sé mejor que tú. Y decidió dejar de serlo. Un día le pregunté y me dijo que había conocido a alguien después del divorcio, que era una mujer dulce y seguramente me caería bien. Se estaba descojonando de mí en mi propia cara.

—Por una vez que Ava ha tomado la decisión más tranquila no vas a joder nada y los vas a dejar en paz. —Gesticuló—.

—Ya miro hacia otro lado y me hago el imbécil. 

—Ya no sé qué voy a escuchar de ti. ¿Ahora vas a decirme que no puedes verlos juntos porque ella es blanca y él no? ¿O que odiarías a tus nietos porque serían judíos?

—Sabes que no me refiero a eso.

—¿Cuándo te has convertido en mi padre?


✁✃✁✃✁✃✁


Después de cenar Ava resopló con las mejillas rojizas, rechazando otro turrón. Poco a poco, la noche se fue cerrando, y la familia empezó a despedirse, con promesas frágiles de volver a reunirse antes de que terminase el año. 

—¿Estabas preparándote para la gala en Londres? —Le preguntó Pedro, quitándose algo entre los dientes con un bastoncillo. Quedándose los tres rezagados en esa plácida tertulia después de cenar—. 

El bebé se removió en su brazo, lloriqueando para pedirle que la meciera, y eso hizo.

—Sí. —Respondió Ava—. Sí, bueno, y también he preparado varias cosas antes de empezar el trimestre.

El móvil vibró en el bolsillo de su sudadera, llevándola a leer el mensaje bajo la mesa. 

Eddie
Galileo acaba de dormirse en mi cama
No entiendo porqué tu tía no quiere animales en casa
Llevo tanto tiempo con él que creo que me quiere más a mí que a tí <4-1

WhatsApp · Profesor West (1)
¿Ya has acabado de cenar?

—¿La gala? —Murmuró Dhelia, poniendo los ojos en blanco con una copa de vino en la mano—.

Ava deslizó ese mensaje, ignorándolo por el momento.

—Sí. —Le contestó—. ¿Por qué? 

Se giró hacia ella, viéndola aburrida sosteniéndose la cabeza con una mano. Las ondas de su pelo moreno empezaban a marchitarse.

—¿Vas a venir? —Arqueó una ceja, expectante—.

Dhelia resopló, quitándole la mirada con desdén. 

—Has ganado un premio, muy bien. ¿Necesitas que todos te aplaudamos? —Se levantó de la mesa para recoger los platos—. No es el primero ni será el último que ganes.

Ava tomó aire.

—Es una placa honorífica en el observatorio de Londres por mi estudio multiespectral de nebulosas alrededor de estrellas Wolf-Rayet. —Ladeó la cabeza con rabia, recordándoselo—. ¿Eso no es suficiente premio para ti? ¿No me lo merezco?

Se señaló a sí misma, gesticulando las palabras sin levantar la voz.

Pero Pedro frunció el ceño al otro lado de la mesa, negando en silencio para disuadirla. 

—Nadie. —Respondió Ava con una ira susurrada, arrugando la nariz—. Nadie de mi promoción lo ha conseguido, joder. 

Apretó los labios, sin saber porqué había acabado susurrando delante de ella. Aunque quizá, las palabras no abandonaban su paladar por alguna razón divina. 

—Wanda Kamiński fue nominada al premio Newton Lacy Pierce en Estados Unidos estando en el mismo curso que tú. La NASA ya habrá fichado su perfil, así que creo que deberías apretar más en vez de desaprovechar lo que me ha costado tanto darte.

—¡Wanda no se graduará este año porque sus padres quieren prometerla en Varsovia! —Le gritó, mirándola a los ojos—. ¡El año que viene ya no estará! ¡Todos me mirarán a mi! 

Dhelia se inclinó hacia Ava. 

—¿Y qué coño esperabas...? —Habló muy cerca de su rostro—. ¿...después de todo lo que te di? Que tengas una puta placa honorífica es algo de tu nivel. Lo que mereces.

Golpeó la mesa, mirando a Pedro cuando dijo eso, irguiéndose otra vez. Pero él negó con la cabeza, serio.

—Deja de actuar como si fuera la puta coronación de la Reina. —Endureció la voz, con su acento británico rasgando las palabras—.

Ava apretó los dientes, girando la cabeza hacia el frente para dejar de prestarle atención. ¿Por qué pensó en escuchar otra respuesta, igualmente?

—No la escuches. —La disuadió Pedro—. 

No le respondió. 

—Sé que echarás de menos a Wanda. Pero no estás quitándole nada, ella ha decidido.

—Sí. La echaré de menos...

—Estoy muy contenta por ti. —Su madre también estiró el brazo hacia ella, cogiéndole la mano sobre la mesa con cariño—. Te quiero, conejita. 

Ava apretó los labios, asintiendo con la cabeza. Ella le besó la mano, dejándola sobre su mejilla con los ojos cerrados. 

—Lo sé. —Susurró. ¿Pero si lo sabía por qué no sentía nada?—. Gracias.

El móvil de Ava volvió a vibrar, llevándola a leer la notificación. Rompiendo ese contacto mientras ellos recogían la mesa.

WhatsApp · Profesor West (1)
¿Qué llevas puesto?

No pudo evitar fruncir el ceño.

Ava V.
No, aún no he terminado de cenar
¿Y a qué viene esa pregunta?

Escribiendo...

—¿No vamos a abrir los regalos? —Se levantó Pedro, cargando al bebé sobre su hombro. Llevaba un traje navideño de terciopelo, disfrazada de reno—. 

El fuego de la chimenea crepitaba, susurrando historias tardías y epopeyas perdidas en el pasar del tiempo, mientras ellos abrían los regalos debajo del árbol.

—Uh, ¿qué será? —Pedro arqueó una ceja, pesando el regalo cuando se la dio Ava—. Sabes que no he pedido nada por Navidad. Así que eso me da derecho a no fingir y decirte si tu regalo me parece una mierda.

Ella sonrió, tirando el papel de regalo al fuego.

—Pero ábrelo, imbécil. —Le indicó Dhelia—. 

—Eso estoy intentando. 

—Toma. —Le dijo Ava, sentada en el suelo. Le cedió un regalo—.

Dhelia lo miró, con una mano en el reposabrazos, y en un pestañeo se quedó en los ojos miel de Ava. La fisonomía de su cara, sus ojos almendrados y los lunares esparcidos en su cuello.

Todos decían que se parecía a Vianne, su abuela. Pero siempre que la miraba Dhelia solo veía a Rhys. A veces, le recordaba tanto a él que se le encogía el corazón en el pecho. Pensando, consumiéndose, al pensar que en otra vida Rhys la habría encontrado a ella en vez de a su gemela, y en otra vida: Ava sería su hija. 

Aceptó su regalo. 

—No puede ser... Es la versión extendida, ¿de dónde la has sacado? —Pedro leyó la carátula, dándole la vuelta—.

—Buscando. —Se encogió de hombros—. De verdad, no entiendo tu gusto por películas de los noventa con poco presupuesto.

—Cállate. —Le palmeó la mejilla—. Esta película es un clásico.

Lauren los miraba a todos sentada en el sillón, algo apartada del sofá y el árbol, pero sosteniendo su mirada idílica con una sonrisa dulce. Mirando a su familia con los ojos llorosos.

—Abre el tuyo. —Pedro le golpeó el hombro, sentado a su lado—. 

Dhelia rasgó el papel de Navidad, rompiendo el envoltorio, y descubrió un flash para su cámara, el que se exhibía en el escaparate de la tienda de fotografía. Profesional y bastante caro. 

—Necesitaba uno hacía mucho tiempo. —Pensó en voz alta—. No sabía que te habías fijado.

Se levantó del sofá con el flash entre las manos. Ava se sonrojó al escucharla, y escondió una pequeña sonrisa mientras dejaba los regalos bajo el árbol, planeando recogerlos la mañana siguiente. 

—Bueno, yo me voy ya. —Sonrió Lauren, levantándose—. 

—Buenas noches, mamá. —Se acercó Ava, despidiéndola—. 

Lauren la miró, con un rubor dando vida a sus mejillas, y quiso acariciarle la cara, pero no supo cómo pedirle permiso. Así que apartó la mano y apretó los labios, sorbiéndose la nariz. Había estado mirándola toda la noche.

—Qué mayor estás. —Rompió con una sonrisa y los ojos llorosos, secándose los párpados—. 

Ava se encogió de hombros, ladeando la cabeza no muy segura. 

—Supongo. 

Lauren la miró una vez más, y asintió con la cabeza mirando sus ojos miel. 

—Vale. —Susurró—. Ya nos veremos, ¿verdad conejita?

—Sí. 

Lauren también asintió, y pasó por su lado para no ponerse a llorar frente a ella. Ava se dio la vuelta, viéndola ponerse el abrigo y la bufanda.

—Despídeme de Dhelia. —Le pidió a Pedro cuando él se acercó para abrirle la puerta—. 

—Sí, claro. —Accedió él, girando el pomo—. 

Una ráfaga helada que arrastraba nieve golpeó a Lauren. Hizo ademán de salir pero retrocedió, con una expresión suave en sus ojos verdes.

—Gracias. —Le dijo, mirándolo a la cara—. Por cuidar tan bien de mi hija. Y de Eddie también.

Soltó una risa frágil, pero sabía que Lauren estaba a punto de ponerse a llorar. A cambio le sonrió levemente. 

Ella asintió haciendo un mohín triste, con las pestañas mojadas.

—Eres un buen padre, Pedro. —Suspiró con dolor, acariciándole la mejilla. Prestó unos segundos de atención en cada uno de sus ojos marrones—. Da igual lo que diga mi familia. 

—Lo sé, Lauren. —Apartó su mano sin llegar a ser brusco—. 

—Bueno... Buenas noches. —Se despidió con una sonrisa triste, del hogar al que nunca podría pertenecer—. 

Cerró la puerta detrás de ella, y el ruido de la calle se silenció. 

Pedro se giró rascándose la nuca, volviendo al salón para ver a Ava acurrucada en el sofá delante del fuego.

Profesor West
¿Ya has acabado de cenar?
¿Qué llevas puesto?

Ava V.
No, no he terminado de cenar
¿Y a qué viene esa pregunta?

Profesor West
No es lo que estás pensando

Ava V.
No estoy pensando en nada, por eso te lo pregunto

Escribiendo...

Profesor West
¿Puedo proponerte un juego?
Por favor

Ava frunció el ceño al leer su mensaje, arrancándose la piel de los labios. 

—¿Quieres ver la película? —Suspiró Pedro, dejándose caer en el sofá—. Bueno, me da igual si quieres o no, voy a ponerla.

Estiró un brazo sobre el respaldo, y abrió las piernas para acomodarse, leyendo la carátula. Ella dejó de mirar el móvil, viéndolo a su lado. 

—Vale. —Escogió, dejando caer el móvil entre la manta—. 

Cogió la película de su regazo, leyendo el título. The crow, "El Cuervo", una película gótica que protagonizaba Brandon Lee en los noventa.

—Te va a encantar la banda sonora. —Metió el disco en el reproductor—. Así que no te quedes dormida. 

Hizo un ademán con la mano, pidiéndole que le dejara un trozo de manta. 

—Tráeme un café. ¿Qué? Has dicho que no me duerma. 

Pedro resopló, cediendo. 

Volvió con dos mocca calientes, y apagó la luz para poner la película. 

Los dos vieron el principio, pero cuando pasó una hora la cabeza de Ava ya descansaba en el hombro de Pedro, roncando levemente en el oasis de sus pastillas. Pedro resistió al cansancio para terminar de verla. 

Solo levantó la cabeza cuando escuchó los pasos de Dhelia acercándose, recién duchada y con una bata de satén nueva. Oscura como la medianoche sobre su piel canela.

—¿Al final se ha dormido? —Se sentó a su lado con Lydia dormida sobre su pecho. El sofá se hundió bajo el peso de ambas—. Es una buena película.

Compartieron ese intervalo de silencio hasta que el móvil de Pedro vibró en su bolsillo, y Dhelia lo vio de reojo leyendo el mensaje, negándose a quitar los ojos de la televisión. 

—¿Es Bárbara? 

—No es nadie. —Suspiró cansado, tirando el móvil al lado de los vasos sucios de café—. 

Pedro se pasó una mano por la cara, apretándose el puente de la nariz.

Ava roncó dormida, cayéndose lentamente del hombro de Pedro hasta resbalar de su pecho. Se despertó apenas, y buscó otro apoyo en el reposabrazos del sofá, girándose.

—¿Vas a irte? 

Él giró la cabeza para mirarla, dibujando su perfil al llevar el pelo recogido. Negó con la cabeza. 

—No. —Respondió, llenando ese vacío de su conversación—. 

Dhelia también giró la cabeza, mirándose.

—"No". —Repitió ella—. 

Pedro frunció el ceño, ladeando la cabeza. Pidiéndole con los ojos que dejara el tema. 

—Estoy cansada. —Susurró, acariciando la espalda del bebé—. Tan cansada de esto...

—Lo sé. —Susurró él, con una voz más grave que la suya—. 

—Mañana lo arreglaré. 

—Lo arreglaremos. —La corrigió, hablando en voz baja entre la noche de diciembre—. Somos un equipo, ¿no?

Ella hizo un mohín, sin decir nada más. 

En algún momento, mientras miraban la película en silencio, se inclinó hacia él, dejando caer lentamente la cabeza en el hombro de Pedro. Cuando él la aceptó se giró un poco más hacia ella para que se apoyara. Su piel olía a jazmín y almizcle.

—Tenemos que decírselo. —Habló Dhelia—. 

El bebé se acobijó en su cuello, murmurando algo. Pedro suspiró con fuerza, cerrando los ojos. Se inclinó hacia ella, apoyando la cabeza contra la suya.

—No. 

—Lo que está pasando-. 

—Aún no. 

Giró la cabeza hacia Ava. Ella roncaba, gustosamente dormida con los pies sobre su regazo.

—Mírala... —Susurró—. Es muy alta, pero sigue siendo una niña.

—No, ya no lo es. —Su voz firme falló esa noche—. 

—Solo déjame una noche más. 

—No puedo darte otra noche. No puedo-. No puedes hacernos esto, Pedro.

—Una noche más. —Le prometió—. 

Dhelia apretó los labios, saboreando sus propias lágrimas.

—Eres gilipollas.


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Cuando Ava se despertó, estaba en la cama. 

El claro de luna se derramaba sobre ella, meciéndola en su sopor. Entrevió con sus ojos cansados el cielo lleno de estrellas. Estuvo desubicada un momento, pero encontró su móvil vibrando en la mesita de noche: por eso se había despertado.

Se dio la vuelta bajo el edredón, murmurando algo de mal humor.

—¿Si? —Gesticuló con la boca arenosa, un efecto de las pastillas—. 

—El sol y la tierra son mis abuelos. —Contestó la voz de Jonathan, narrando—. Soy esclavo de las estrellas y destinado a Andrómeda. Pretendiente de la leyenda que reclama mi nombre, siendo mi misión acabar con la maldición de las serpientes. ¿Dónde estoy, cariño?

—¿Qué...? —Frunció el ceño, encendiendo la luz para incorporarse—. 

—Te estoy esperando. —Escuchó su sonrisa—. 

Miró la pantalla de su móvil, viendo la llamada finalizada con los labios entreabiertos. Frunció el ceño para acostumbrarse a la luz, y negó con la cabeza, obligando a su cuerpo a despertarse. Se quedó sentada en la cama, pensando en el acertijo con los labios entreabiertos. ¿Ese era el juego del que habían estado hablando?

¿Misión, esclavo...? ¿Luna y tierra? ¿Un acertijo? ¿Por qué? Quería que lo encontrara, ¿entonces Jonathan estaba en Birmingham?

Se puso a pensar, agotada, y siendo arrastrada hacia el sueño gracias a las pastillas, pero curiosa... Muy curiosa. Y él sabía el efecto que causaría en ella.

Ava giró la cabeza hacia la ventana, mirando las estrellas. La respuesta tenía que ser un lugar, ¿pero el qué? Se rascó la cabeza entre el pelo enredado e hizo una mueca por tener que pensar tan tarde. Pero sin desistir. 

Había dicho algo de una leyenda, una misión y una maldición... A Jonathan le gustaban las historias. Los clásicos: la mitología. Andrómeda en la mitología griega era la esposa de Perseo, y el héroe era un bastardo de Zeus. ¿Pero qué hizo Perseo?

Tuvo que buscarlo en Google, descubriendo el mito de la muerte de Medusa. En el artículo se mostraba una foto de la escultura, que reflejaba ese momento donde le arrancaba la cabeza repleta de serpientes: Perseo con la cabeza de Medusa, por Benvenuto Cellini. 

Un museo. Estaba en un museo. 

Aunque en Birmingham había demasiados, solo uno poseía la réplica de esa escultura. 

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Se levantó de la cama más rápido de lo que quiso admitir, y se quitó el pijama de Navidad para ponerse algo más decente ante el frío de invierno. 

Salió de la habitación, y bajó las escaleras en silencio, cruzando el salón con las luces apagadas. Ningún ruido alteraba la quietud de la noche, menos el parpadeo de las LEDS que envolvían el árbol. 

Tomó el pomo de la puerta, pero algo la llamó. Vio un papel colgando de una rama, entre el muérdago y las luces, y podía jurar que antes no estaba.

Se acercó a la hoja amarillenta y arrugada, y al leerla la rompió a conciencia para tirarla a la basura.

" Sabemos que mientes, Vianne "

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