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43

En un instante, la oscuridad de la noche sin luna bañó el interior del coche. Habían aparcado frente a un supermercado. 

Sin el ruido del motor, se escuchaba el agradable siseo de la calefacción.

—¿Qué es eso?

Jonathan señaló lo que Ava tenía entre las manos.

—Es chocolate Cadbury. Llevo comiendo esto para merendar desde que mi madre me enseñó a robar. Si lo venden incluso en farmacias, vamos. —Le explicó con indignación—. Nunca has investigado mi ciudad, ¿verdad?

—No pensaba que fueras tan patriótica. —Le dio una media sonrisa—.

—Y no lo soy. Pero hubo un tiempo en el que amaba a mi madre, a mi país, y a Dios. En ese orden.

—¿Ah, si? —Arqueó una ceja, hablando lentamente mientras la miraba—. ¿Sabes? Lo que más rabia me da de todo esto, es que ese chico te haya mirado con la fé de poder tocarte. ¿Sabes de qué mirada te estoy hablando? Llena de lujuria, de ego.

—Pero quise que lo hiciera. —Lo provocó—. 

—¿Y si yo no hubiera contestado? ¿Hm? —Exhaló un suspiro pesado, dejando una mano en su muslo—. ¿Estarías debajo de él ahora? ¿Besándolo hasta borrar el pensamiento de que no soy yo?

—Puede.

—No te creo. —Le sonrió—. 

—Entonces no me creas.

—Tú no eres así. 

—¿Y cómo soy?

—Mucho más dulce. Delicada. —Subió la mano por su muslo—. Eres muy buena, ningún chico te merece.

—¿Ah, no? ¿Y qué hay de ti?

—¿Yo? ¿Vas a mirarme a la cara y llamarme "chico"? —Fijó los ojos en los suyos. Negó con la cabeza—. Debería ser un insulto, hace treinta años que nadie me llama así.

—Entonces, señor, ¿qué quiere decirme? 

—Nada. —Frunció el ceño—. Solo recordarte que esto es mío. 

Subió la mano hasta el punto donde se rozaban sus muslos, cogiendo su coño sobre la tela de las medias. La escuchó jadear en voz baja, porque sus dedos fueron fríos contra la intensa calidez que guardaba ella.

—Eres muy dulce. Tentadora. —Murmuró contra su oído, escuchándola gemir—. Como tu chocolate Cadbury.

—Oh... Sabes cómo halagar a una mujer inglesa, ¿verdad? —Sonrió Ava, con las mejillas rojas por la calefacción—. Pero no deberías llamarme así. Por la edad ya deberías cuidar cuánto azúcar comes y...

—Eres muy graciosa. —La cortó—.

Se inclinó hacia ella, tomando una bocanada de su perfume ligero. La miró hipnotizado, resiguiendo cada imperfección de su piel; los lunares desperdigados por su cuello, la forma de sus labios con el arco de Cupido muy pronunciado... Deslizó el pulgar por su mentón, lentamente.

—¿Quieres que te folle, dulzura? —Miró su boca—. ¿Mhm? Dímelo.

Siempre preguntaba, pero eso pareció más una burla viciosa ante lo excitada que se mostraba.

—Sí. —Le permitió ella, con la voz algo más grave al estar susurrando y dirigió las manos a su cinturón sin dejar de mirarlo—. Sí, papi.

Sin esperar otra respuesta, Jonathan coló la mano bajo la tela de sus bragas, sumergiéndose esta vez por debajo. Su delicioso calor lo recibió, trazando sus pliegues húmedos con los dedos. Tan suave. 

Un coche pasó detrás suyo mientras Ava se retorcía en una mueca de placer ante su mínimo contacto. Los faros les dieron una luz pasajera antes de que la penumbra de la noche volviera.

—Joder, estás muy mojada. —Gimió en su boca, notando como se endurecía bajo sus pantalones solamente al tocarla—.

—Para ti, siempre. —Jadeó extasiada, gimiendo cuando sus dedos finalmente palparon su entrada, arqueándose para arrastrar esa humedad hacia su clítoris—.

Ava agachó la cabeza instintivamente, acercando el mentón al pecho, gimió en voz baja para que nadie supiera lo que estaban haciendo. Jonathan sacó sus dedos viscosos, retirándose para llevarlos a sus labios, de un rosa intenso por la calefacción que envolvía el coche. Ella los recibió, y cerró los ojos mientras los introducía en su boca, chupándolos. Trazó las venas de sus dedos con la lengua.

—No puedo quitarme de la cabeza esa boca tuya. —Ava abrió sus ojos pardos, clavando su atención en él mientras ahuecaba las mejillas para sacar los dedos de su boca—. Cómo me hablabas después de clase... Pidiendo, mendigando, que te hiciera caso.

Gimió lo último, tirando de Ava en un beso húmedo. La besó con fervor, sin ninguna barba áspera alrededor de sus labios mientras se deslizaba por su lengua. Ella gimió dolorosamente contra él, su cuerpo suplicaba por algo más, un roce, una caricia.

—Ese día —Jadeó, cogiendo la mano de Ava para que lo tocase, escuchándola gemir cuando sintió lo duro que estaba—, después de que Pedro se pelease conmigo por haberte tocado... ¿Sabes en lo único que pude pensar cuando me curaste las heridas?

Ella le quitó el cinturón sin dejar de mirarlo.

—En que ojalá Dios me perdonase por imaginarte tendida en el escritorio de mi despacho. —Se confesó sus pecados sobre sus labios dulces—. Con mi cabeza entre tus muslos. Ahogándome en ti. 

—Pensaba que te habrías aburrido de mí.

—¿Cómo? —Respondió, con un tono grave y seductor en su voz—. Sé que voy a ir al infierno por desearte de esta manera.

—Entonces no vayas sin mi. —Jadeó ella, ciega de impaciencia—.

Buscó su boca a ciegas entre la penumbra de la noche sin luna. Mordiendo y chupando sus tentadores labios, con un leve sabor a sangre al estar cortados por el frío. 

Se sentó encima de él, apoyándose en sus hombros sin interrumpir sus besos. Teniendo las manos firmes de Jonathan en la parte baja de su culo para sostenerla. Clavaba los dedos en su piel blanda, apartando sus bragas para que solo fueran un jirón de tela, mientras ella se frotaba contra su muslo por necesidad.

Él sonrió mirándola a la cara, formando unas marcas de expresión en sus mejillas afeitadas, y pasó un brazo por su cintura, tirando de ella para abrazarla mientras le robaba el aire en un beso sucio otra vez. Escuchándola gemir sobre sus labios. Ava se dio cuenta, de su estado de posesividad; de celos, deformado en esas súplicas de un hombre necesitado.

Recorrió su pecho con las manos, abriendo la boca para Jonathan y él deslizó su lengua dentro, recorriendo la de ella en un gemido gustoso. Arqueó la espalda para frotarse contra cualquier parte de él que pudiera atrapar, ciñendo la tela de su ropa interior cada vez que se deslizaba sobre su muslo.

Jonathan se apartó de sus labios, y se inclinó hacia la curva de su cuello, besando su garganta. Ava se apresuró a meter una mano entre sus cuerpos mientras dejaba escapar un gemido tembloroso, se deslizó dentro de su ropa interior, enroscando la mano a su grosor.

Jadeó cuando sintió su mano masturbándolo delicadamente. Sin ser agresiva, sino más bien un balance entre exasperante y deliciosamente rítmica mientras esparcía el pre semen por toda su longitud, masajeando la cabeza de su polla sin dejar de besarse. Jonathan lanzó una mano a su muñeca, rogando para que continuara.

—Oh, Ava. —Gimió su nombre, cerrando los ojos y recostándose en el asiento—.

Ignorando el cosquilleo que le proporcionó escucharlo gemir, siguió bombeando su polla con paciencia, escuchando la melodía cremosa que producía su mano en contacto con él. Jonathan volvió a besarle el cuello mientras lo tocaba, atrapando su piel entre los labios para chupar y mordisquear cualquier pedacito de ella entre leves gruñidos y gemidos.

—¿Y si alguien nos ve? —Preguntó preocupada, mirando a través de la ventana, y giró la cabeza hacia la otra ventana del copiloto. Completamente expuestos si no fuera por la oscuridad de la noche—.

—Nadie nos va a ver. —La convenció. Por eso había aparcado al final del parking, donde solo se veía a lo lejos el supermercado—.

Le apartó el pelo tras la oreja, la besó y agachó la cabeza hasta apoyar la frente en su pecho, viendo como su mano grácil se ceñía para masturbarlo, y él subió las manos por sus muslos para subirle el vestido. 

Subió por la tela por la curva de sus caderas, sobre su culo, y ascendió sus ásperas manos por ambos costados de su cuerpo, besando y lamiendo la cicatriz de su esternón en cuanto la vio en la llanura de su piel. 

Ava intentó quitarse el vestido por la cabeza, pero quedó atascado bajo sus hombros, y Jonathan no se preocupó mucho por quitárselo cuando sus pechos cayeron como dos gotas frente a sus ojos. Pasó un brazo fuerte por su cintura para empujarla hacia él, sellando sus labios alrededor de su pezón.

Fue gentil, siempre lo era. La forma en que dibujaba círculos alrededor de su areola con la lengua, pasando sobre su pezón erecto y clavando las manos en el culo de Ava para que no se alejara. La hizo jadear, farfullar unos gemidos intangibles mientras recorría la odisea de sus suaves rizos, dándole unos leves tirones cuando se metía todo el pecho en la boca y chupaba su carne blanda. Mientras la estrella de David colgaba entre ellos.

Unas gotas repicaron en el tejado del coche con fuerza. Empezó a llover.

Jonathan se inclinó hacia el posavasos para abrir la caja de preservativos que habían comprado, y Ava, al ser alta, también tuvo que apartarse por él. Su espalda chocó contra el claxon, asustándose al instante. 

Jonathan la sostuvo, y esperaron un poco, en un silencio plagado de jadeos susurrados, por si habían llamado la atención de alguien. Ava se bajó el vestido. Pero los coches, una fila delante de ellos, siguieron tranquilos. Y la gente, que hacía sus compras navideñas de última hora, seguían corriendo para llegar al supermercado antes de mojarse demasiado bajo la lluvia fría.

—¿Se ha girado alguien? —Le preguntó en un susurro—.

—No. 

Volvió a darle un golpe, la carne blanda de su culo se agitó bajo su mano, y le dio un apretón, provocando que se quejara del escozor.

—¿Crees que ese chico lo habrá pensado?

Alejó una mano de ella para coger el preservativo, rompiendo con cuidado el envoltorio con los dientes. Se subió las gafas un momento, y se lo puso, estirando la banda lubricada por su erección.

—¿El qué? 

—Tocarte. —Le respondió él hipnotizado por su cuerpo, subiendo sus manos por el vientre de Ava. Arrastrando el vestido con ellas—.

La vio coger aire, y la forma de sus costillas se marcó bajo su frágil piel blanca. Cualquier roce, beso, o mordisco, provocaba que los pequeños vasos sanguíneos se rompieran con facilidad, y esa muestra de afecto quedaba impresa en su cuerpo. 

Besó el lunar que descansaba en su costilla.

—En si habrá pensado que podría tenerte esta noche.

—No lo creo. —Se sinceró ella en un susurro, acompañado por su acento británico—.

—O en si creyó, que tenía alguna oportunidad de hacer esto tanto como yo.

Tiró de ella, sentándola rápidamente para introducirse en su coño jugoso. La abrió de golpe con un movimiento brusco, empujándola hacia él con los ojos entrecerrados por el placer, mientras ella ahogó un grito de dolor.

Habían estado muchas veces juntos, pero siempre con un juego previo exasperadamente preparado. Ava nunca se había dado cuenta de cuán grande era hasta ese momento de incomodidad. Intentó ajustarse, rastrillando un jadeo entre dientes, y se apoyó en sus hombros para revolverse.

—Oh... —Gimió él roncamente, echando la cabeza hacia atrás—. Qué bien te sientes, mi amor. Te sientes como mi hogar...

Sentía sus paredes apretándolo, invadiéndolo en su calor. Cuando se sentía tan bien, que se olvidaba de hablar en otro idioma. Su coño resbaladizo, estaba prácticamente chupándolo dentro.

—D-Duele. —La avisó ella, frunciendo el ceño mientras se apoyaba en sus hombros. Jonathan claramente disfrutaba de todo, y la nuez de su cuello se meció cuando arrastró un gemido ronco—.

—¿Vas a decirme que no te gusta este dolor? —La azotó con fuerza, empujándola hacia él, y apoyó sus frentes para disfrutar de cualquier sollozo que escapase de ella. Susurró sobre su rostro:—. Es el único daño que voy a hacerte, cariño.

—P-Pero —Se quejó, frunciendo mucho las cejas—, duele...

—¿Necesitas que pare? —Se apartó, buscando sus ojos—. Lo siento. Lo siento, ¿demasiado brusco? ¿Quieres parar?

La cogió de los brazos, haciendo que lo mirase con el corazón acelerado en el pecho por las emociones a flor de piel.

—¿Estás bien? Solo dímelo. Dime si necesitas que pare.

—Estoy bien. —Respondió Ava en un jadeo, asintiendo—.

—Vale. —Suspiró él más calmado—. Vale, lo siento...

La envolvió entre sus brazos, pasando por su cintura y su media espalda para abrazarla.

—Lo siento. —Volvió a jadear sobre sus labios, sin moverse para que ella encontrase su comodidad—.

—No hay nada por lo que debas disculparte. —Contestó ella en otro susurro. Apoyándose en sus rodillas para salir de él, deslizándolo entre sus paredes resbaladizas hasta que la cabeza de su polla solo rozó sus pliegues viscosos. Sintiéndose vacía—.

Asintió con la cabeza para asegurarle de que no se había equivocado en nada. Lo tomó con una mano, volviendo a alinearlo con ella para quedarse deliciosamente sobre la punta, acogiéndolo en su calor. Entonó un jadeo ahogado, sentándose lentamente, para sentir como la abría para instalarse dentro.

Jonathan respiró profundamente, con un gemido ronco de satisfacción cuando Ava puso los ojos en blanco, gimiendo con su voz aguda y femenina.

—Joder. Tan... —Musitó él, sin que le salieran las palabras mientras la miraba—. Suave. Tan jodidamente suave...

Ni siquiera sabía a qué parte de ella se refería, quizá toda ella, y solo sabía que necesitaba más. Otra vez enfundado en su calor, su coño lo tragaba entero otra vez, con más calma. Jonathan acercó una mano, acostando las yemas de sus dedos sobre su clítoris, y ella ya estaba conteniendo un gemido.

—Joder, cariño, eres tan buena tomando cada centímetro de mi polla... Eh, mírame. —La cogió de la mandíbula con una mano—. Mírame.

A Ava no le dio tiempo para abrir los ojos mientras mecía sus caderas en un vaivén, follándolo hasta el límite de su apretado coño.

—Ojos en mí o paras.

Ava asintió dolorosamente, con la mandíbula floja para gemir y jadear sobre sus labios. Incluso estando ella encima, él tenía el control si así lo quería.

—Eso es, buena chica. —La cogió del cuello, levantándole la cabeza—. 

Ava volvió a asentir con los ojos llorosos por el escozor de su estrechez, consiguiendo abrirlos un poco más sin dejar de rebotar contra él en el asiento del conductor.

—Apriétame. —Le pidió, enroscando una mano alrededor de su muñeca. Esforzándose por formular algunas palabras—.

Él le apretó el cuello, asfixiándola hasta que la vio jadear por aire, sin dejar de esforzarse por seguir follándolo como él quería. Sus pechos carnosos rebotaban con facilidad, meciéndose ante su cara.

—¿Así que intentas hacer todo lo que yo pido? —Sugirió Jonathan, clavando las manos en su cintura para guiarla ahora que perdía la estamina, y ella se apartó el pelo de la cara. Apoyándose en sus hombros—. ¿Quieres escuchar a papi diciéndote lo bien que lo haces?

Algo se retorció dentro de Ava, causándole un hormigueo intenso en su vientre, y su coño se agitó a su alrededor, tensándose.

—Sí. —Jadeó cansada—. Sí, por favor.

Entre la intensa calefacción dentro, y la lluvia fría del exterior los cristales del coche empezaron a empañarse.

—No creo que te lo merezcas después de esta noche. —Apretó la mano alrededor de su garganta, asfixiándola. Y le arrancó unos chillidos patéticos mientras seguía follándola sentado, arrancándole el aire—. ¿Qué pensabas que pasaría? Llevaba toda la tarde preocupado por ti, y tú estabas bebiendo y besándote con un desconocido.

—Tú también te has besado con otra.

Jonathan le cruzó la cara. Una palmada en su mejilla para girarle la cara.

—No me contestes.

Ava gimió, cerrando los ojos con satisfacción. Asintió varias veces, dócil ante él. No le dio tiempo para respirar mientras Jonathan guiaba sus caderas, magullándolas al clavar los dedos en sus curvas para golpear ese punto mágico.

Agarró la parte posterior de su cuello y apoyó su frente contra la de Ava mientras observaba cada una de sus expresiones faciales. Notando su piel pegajosa por el sudor. Ella apenas podía respirar y estaba tratando de alejarlo mientras la follaba fielmente hasta el orgasmo.

—Fffuu... —Jadeó sin sentido, con las mejillas rojas y el pelo hecho un desastre. Desesperada para que llegase ya ese punto cumbre y final—.

Jonathan gruñó, palpitando dentro de ella al ver sus ojos llorosos. Había algo en verla llorar mientras la follaba, que lo embelesaba. Y lo motivó a sacar más de ella.

Se encargó de apartar más las bragas color salmón, haciéndolas a un lado. Gimió contra su cuello, obligándola a seguir al tomarla con fuerza de la cintura, su piel ardía. Intentó conseguir todo lo posible para hacerla llorar.

—Joder, joder, me voy a correr. 

El ruido de ventosa que formaba su polla cada vez que salía y entraba con demanda acompañó sus jadeos y sollozos, deformandose en un ruido cremoso y húmedo cuando ella llegó sin avisar. Ava contuvo el aliento con una mueca dolorosa, clavando las manos en los hombros de Jonathan para mantenerse anclada en la tierra, y su cuerpo convulsionó en sus brazos mientras lo empapaba con su conseguido orgasmo.

El sonido húmedo resonaba en el coche mientras Jonathan entraba y salía de ella, utilizándola un poco más para correrse en su interior. Se abrazó a ella, besando y lamiendo sus pechos firmes mientras guiaba su caderas. La escuchó sollozar en voz baja, desbordando unas lágrimas cristalinas ahora que estaba bajando de su punto álgido y él no dejaba de tocarla. 

A través de la neblina de sus dulces lágrimas, pudo verlo agitarse y mostrarse débil otra vez cuando no pudo aguantar más. Acabando en la fina capa de látex que los separaba.

Los dos se quedaron quietos, jadeando para poder recuperar el aliento. 

La mente de Ava dejó de estar operativa, sin ser una agenda programada ni un mar de preocupaciones y gritos. Simplemente la calma difusa que otorgaba el clímax.

Se calmaron con el ruido de la lluvia sobre el tejado del coche, y la oscuridad de la noche que los acunaba. Jonathan suspiró vencido, y cogió el vestido arrugado de Ava, atascado sobre sus pechos, para volver a cubrirla.

Se inclinó para besarle las mejillas manchadas de lágrimas, escuchando la canción que entonaba la lluvia al otro lado. Ella lo abrazó con los dos brazos, pegando la cabeza al lado de la suya.

Enroscó los brazos alrededor de su cuerpo, abrazándola ahora con cuidado, uniendo cada pedacito de ella para devolverle la fuerza. Y ella, extrañamente, no se apartó. Se dejó llevar por él. Por su hombre mayor, por su profesor de filosofía, por el hombre que siempre iba a buscarla cuando huía.

Él le acariciaba la columna vertebral, mientras Ava viajaba por todas sus emociones para poder entender ese mar tranquilo.

—Me siento tan bien ahora mismo... —Pensó ella en voz alta, con la voz pesada—.

—¿Sonaría muy poco atractivo si te digo que ahora me iría a dormir?

—Yo también estoy cansada. —Suspiró Ava sobre su hombro—.

Echaba mucho de menos poder contarle su monotonía a alguien. Porque sabía que a Jonathan no le molestaba escucharla.

—¿Sabes qué he echado de menos? —Soltó él, como si sus pensamientos estuvieran sincronizados—.

—¿Qué?

—Dormir contigo. La cama... La cama se me ha hecho muy grande otra vez.

—Estoy muy cansada. —Se alejó de él, mirándolo otra vez a los ojos—.

—¿Quieres dormir conmigo? —Sonrió Jonathan vagamente—.

Ava fue quien lo besó, juntando sus labios hasta que se les acabó el aliento. Y volvieron a besarse, abriendo la boca en sintonía para poder callarse mutuamente, y escuchar la lluvia.

—Porque podría invitarte a mi cama muy fácilmente. 

—Qué atrevido eres. —Se apartó Ava, volviendo a su asiento con un jadeo incómodo, al sentir ese vacío que había creado—.

Él se quitó el condón usado, y abrió la puerta un momento para tirarlo a la basura que había a su lado. Donde la gente desechaba los tickets de caja al salir del supermercado.

—Debería dejarte en casa. —Le aconsejó en un tono amable—.

—Sí... Deberías. —Cedió Ava, pasándose las manos por el pelo—. Pero no quiero. ¿Sabes qué son mis navidades? Bromas racistas, anécdotas crueles y discusiones. Yo ni siquiera creo en la Navidad.

Se interrumpió, encogiéndose de hombros entre la oscuridad. Jonathan encendió la luz del coche, alumbrándolos.

—Quiero irme a dormir. —Le susurró, pidiéndolo—.

Jonathan la miró desde su asiento, y deslizó una mano por su mejilla para acariciarla.

—Yo estos días rezo antes de ir a dormir. —Aceptó llevarla a casa—. Espero que no te moleste.

—No. —Negó Ava con la cabeza, frunciendo el ceño—.

También acercó una mano a su mejilla, sin rastro de ninguna barba, y lo acarició mientras se miraban. 

—¿Quieres una barrita de chocolate inglés? —Le dijo ella, provocando que se riese—. Es mucho mejor que el vuestro.

—Venga.

Un coche pasó detrás suyo, iluminándolos con sus faros de luz fría. Jonathan abrió el envoltorio morado, dando el primer mordisco.

—Pues sí que está bueno. —Admitió, ladeando la cabeza—. 

—Te lo he dicho.

—¿Por qué siento que he pasado un examen?

Esos faros no pasaron de largo, el coche aparcó detrás de ellos. Mientras Ava y Jonathan comían, alguien llamó un par de veces al cristal de su ventana. Ahogó un grito cuando levantó la vista, y vio a Pedro al otro lado sosteniendo un paraguas.

La miró desde arriba, y le hizo una seña con la cabeza para que bajase del coche. Ava apretó los dientes al mirarlo, y tuvo que ceder de mala manera.

—El mes que viene —Lo avisó, señalándole con el dedo mientras abría la puerta. Pedro la sostuvo para que saliese—, el mes que viene me quitan el localizador.

—Vete al coche. A mí coche.

Le pasó el paraguas para que no se mojara, que combinaba con su vestido. Ava lo aceptó sin ganas, y le dio la espalda para irse. Volviendo al plan de pasar la Navidad en casa.

Pedro, mientras ella se iba y se metía en el Mercedes negro, se mojó bajo la lluvia. Pero no le importó demasiado. Volvió a mirar el Ford de Jonathan, que reconoció fácilmente en el aparcamiento, y lo rodeó para hablarle a él. Mientras la lluvia caía a su alrededor.

Repicó sus nudillos contra el cristal mojado un par de veces, y Jonathan bajó la ventanilla, teniendo que mirar a su amigo con vergüenza a los ojos. Aunque no había sentido ni un atisbo de culpa diez minutos antes.

—No sé qué le has hecho. —Lo amenazó Pedro, dirigiéndose a él por primera vez en varias semanas. Lo cogió del pecho con violencia mirándolo fríamente a los ojos, y Jonathan no se opuso—. Pero si vuelvo a verla como esta noche, voy a deducir que es por tu culpa.

Habló claro y conciso, en un tono que endurecía su voz sin tener que gritar. No le quitó la mirada mientras le hablaba.

—Espero que tengas cuidado, porque si le haces daño a ella, me encontrarás a mi. 

—No lo entiendo. —Lo cogió de la muñeca, inclinándose hacia él—. Si estoy con ella mal. Y si no estoy con ella, peor. ¿Qué coño se supone que debo hacer?

—Eres suficiente maduro para saberlo, ¿no? —Lo soltó, empujándolo en su asiento. Las gotas de lluvia se deslizaban por la mandíbula de Pedro—. Ava te quiere a ti. Y tú no me querrás a mi como suegro.

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