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—¿Qué haces?
Ava se asustó, llevándose una mano al pecho antes de girarse hacia Dhelia. Que estaba en la puerta del aula.
—Aún tenemos que preparar la cena. Vamos.
Siguió sus tacones dorados por el pasillo de la universidad, andando a su lado en silencio.
—Espera. —Giró la cabeza al pasar frente la sala de profesores—. Pedro se ha olvidado de algo en su despacho.
—¿El qué?
No le contestó, y empujó la puerta para entrar.
Ese 'algo' era un regalo para ella, pero no de Pedro, sino de Ava. Su despacho era el único lugar donde Dhelia no podía descubrirlo.
Ignoró la sala de reuniones vacía, y se dirigió al pasillo donde estaban los despachos según la asignatura. Pensó en si le gustaría de verdad su regalo, o si había hecho algo innecesario como el año anterior.
Quizá por eso, mientras se mordía las uñas y pensaba en la reacción de Dhelia al abrir el regalo, no se dio cuenta a primeras que había pasado por delante del despacho de Jonathan: y tenía la puerta abierta. Giró la cabeza cuando estuvo a punto de pasar de largo, pero igualmente lo vio, besándose con Amanda.
Besándose con Amanda.
Ava paró de caminar unos pasos más allá de su despacho.
Se quedó quieta, con las cejas muy juntas y los labios entreabiertos sin entender nada. Con el cuerpo frío. ¿Qué había visto? Sí, a la chica de pelo muy rizado y piel negra. Amanda. Y también a Jonathan, con su pelo gris, y el reloj roto en la muñeca. Porque le estaba acariciando la cara mientras la besaba.
Se giró. Pero al retroceder esos cinco pasos la puerta del despacho ya estaba cerrada, admiró la placa con su nombre con un sabor amargo en la boca. Pudo jurar que escuchó otro beso, un jadeo quizá.
¿Otro beso? ¿Cuántos besos más? ¿Qué más? ¿Palabras bonitas? ¿Decirle que era preciosa y mirarla a los ojos antes de besarla?
Se sintió débil, como si cualquier ráfaga de viento hubiese podido llevársela.
Quizá no tendría derecho a reclamarle nada, y mucho menos "fidelidad" o cualquier término que fuese adecuado para respetar esa relación/no-relación que habían llevado entre sí. Pero, ignorando lo que sería más racional, su voz interior la llevó a abrir la puerta. Y no pudo entrar, porque estaba cerrada.
Y nadie de dentro respondió.
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Dhelia estaba fumando en el porche, rodeada por la leve oscuridad que ahuyentaba la luz de dentro. Había decoración navideña, leds RGB que envolvían la corona que colgaba de la puerta, decorada con muérdago.
Ava giró la cabeza, en pie a su lado.
—¿No lo habías dejado?
—También he dejado de follar desde el divorcio. ¿Pararás de preguntar cosas obvias? —Le contestó con violencia, pisando la colilla mientras exhalaba el humo por la nariz—.
Ava giró la cabeza al oír un coche, viendo el Mercedes negro de Pedro aparcando. Se apagaron los faros, y el ruido que producía la gente en el salón volvió a incrementar.
—¿Y a ti qué te pasa? —Le recriminó a Ava mientras miraban el coche—. Estás muy callada.
—Nada. No me pasa nada.
—¿Qué hace esa aquí? —Dijo Dhelia estando seria, viendo a Bárbara bajando del coche—.
—¿Quieres dejar de preguntarme cosas que no sé? —Respondió Ava con tono infantil, imitándola—.
Lo único que recibió fue un golpe en el brazo por parte de Dhelia. Se quejó sinceramente, con sus cejas castañas muy juntas, y frotándose el brazo. Sintió un ardor intenso ahí donde estuvo su mano.
Dhelia bajó los peldaños del porche antes de que Pedro se acercara. Las farolas impedían que la noche sin luna se tragase la carretera oscura, alumbrándolos. Incluso había nieve acumulada cerca de las alcantarillas y sobre el césped, como motas artificiales.
—¿No lo habíamos hablado? —Le habló a él directamente, teniendo que levantar la cabeza—.
Tenía los brazos cruzados para abrazarse a sí misma sutilmente, sus palabras se condensaron en un vaho blanco.
—¿El qué? —Intentó incorporarse Bárbara, girando la cabeza para mirar también a Pedro—.
—Nada. —La disuadió él—. ¿Ha llegado la gente?
Se dirigió a Dhelia, haciendo un ademán con la cabeza para volver a casa al verla sin abrigo.
—Ha llegado mucha. —Le confirmó, apretando los dientes—.
Pedro tragó saliva, también asintiendo, y dejó una mano en el hombro de Bárbara para que se adelantara.
—¿Por qué no vas con Ava? —Le dijo, encorvándose a su altura. Una ráfaga helada le golpeó la cara—. Esta noche hace mucho frío.
Ella accedió, dándole la espalda. Dhelia no tardó en cogerlo del pecho, tirando de él para que se agachara a su altura.
—¿Quieres presentársela tú a mi padre? —Lo avisó con tono duro, hablándole cerca de la cara al estar susurrando—.
Pedro carraspeó, ahogándose un poco por la presión.
—Bueno, yo no he sido el que ha propuesto invitarlo estas Navidades. —Se recompuso, apretando el nudo de su corbata—. Así que te toca decírselo tú.
—No, no. Eso no es lo que hablamos.
—Tienes frío. —Le dijo él, acercando una mano a su hombro—. Vamos dentro.
—No tengo frío. —Lo rechazó, palmeando sus dedos cuando intentó tocarla—. Necesito una copa.
—Solo son las nueve y media. —Intentó rechazarla, frunciendo el ceño—.
—Escúchame. —Endureció el tono—. Yo no voy a decirle a la familia que nos hemos divorciado. Y supongo que tú tampoco quieres. Así que yo prolongo este intento hasta las Navidades del año que viene.
—Bárbara no tiene a nadie para pasar las fiestas. Si ella...
—¡Ava! —Se giró hacia el porche de casa—. Trae a Lydia. Nos vamos un rato antes de empezar la cena.
Pedro la miró con las manos en la cadera, apartándose el abrigo, y soltó un suspiro que se condensó en un vaho.
—¿Vas a empezar a beber ya?
—Si estoy sobria no podré soportar las bromas de mierda que harán.
Cuando Dhelia se fue, la acompañaron Ava y el bebé. Entraron al bar del final de la calle, donde ya la conocían.
Era de una temática far west, con madera barnizada de un color intenso, y un pequeño escenario donde cantaban música country. Aún a veinticuatro de diciembre, no asomaba ni una pizca de Navidad en ese sitio. Era como una parte congelada del mundo, atrapada en la época del lejano oeste.
—Whiskey sour. —Se acercó a la barra de madera negra, dejando un billete de cincuenta libras—. Mejor la botella.
—Dos whiskeys más por aquí.
Ella se giró, solamente para asegurarse de que Bárbara también estaba ahí, y Pedro le tiró su abrigo a la cara. Dhelia se lo apartó con una mueca.
—Anda. Con esos escotes te resfrías enseguida.
Ella levantó ambas cejas, también levantando la mano con el dedo del medio para él. Pedro se rio.
—Ha estado así toda la noche. —Comentó Ava—.
—Ha estado así toda la vida. —La besó en la mejilla, apretando el bigote contra su piel—.
Cogió al bebé de sus brazos, escuchándola reír cuando lo vio.
—Oh... Mírate. ¿Cómo te ha vestido mami? —Le sonrió, acercándola para llenarla de besos—.
—Pues mejor que tú. Y no le quites la manta, tendrá frío.
—Vamos a la mesa. —Le susurró a Bárbara, pasando un brazo por su cintura para guiarla detrás de Ava—.
Ella asintió y los siguió, tomando asiento en esa mesa redonda de madera negra. Estaba de cara al pequeño escenario, donde tocaba una mujer con sombrero y espuelas en las botas.
—¿Puedes traer también lima y sal? —Pedro levantó una mano para llamar la atención de la camarera, tomando asiento al lado de Bárbara—. Y una cerveza, por favor.
—Yo quiero un Manhattan. —Pidió Ava—.
—¿Tú qué vas a beber con la medicación? —La interrumpió Dhelia—.
—Joder... —Levantó la vista al techo—.
—No digas malas palabras en fechas santas, coño.
—Deja que beba. —Discutió Pedro, meciendo al bebé—. "No fumes, no bebas, no te pongas esto..." ¿Qué hacías tú cuando tu padre te decía eso?
—Pues lo mismo que hice cuando me dijo "no te acuestes con un inmigrante sin papeles y un trabajo de mierda". Hacerlo a escondidas porque era imbécil.
Pedro entrecerró los ojos, sin responder a sus provocaciones.
—¿Qué te pasa? —Le preguntó directamente—.
—Ha hablado con el abuelo. —Dijo Ava—.
—¿Por qué me dejaste invitarlo? —Negó con la cabeza mientras miraba el techo. Su mandíbula afilada se marcó a través de la piel cuando inclinó la cabeza hacia atrás—.
Pedro se encogió de hombros.
—Bueno, si se ahoga con una uva puedes hacerle la RCP y tener una excusa para romperle las costillas.
Eso la hizo reír, desdibujando su rostro tenso en una sonrisa de dientes blancos. Bárbara se asustó al escucharla.
—Aquí tienen las bebidas. —Se acercó la camarera (también vestida de vaquera, con espuelas, sombrero y flecos en las mangas)—.
El móvil le vibró dos veces a Ava en el bolsillo. Así que agachó la cabeza para encender la pantalla.
Profesor WestTenemos que hablarLlámame
Ava solo negó con la cabeza, apagando el móvil. ¿Cómo podía sentirse tan traicionada si ni siquiera lo conocía suficiente?
Aunque quiso conocer a su hija, pero él le dejó claro que no. Y también sabía demasiado de Ava, sobre el secuestro, sobre sus pesadillas, sobre su familia... Jonathan sabía mucho de ella. Pero Ava no conocía demasiado a Jonathan.
¿Por qué no se había dado cuenta de eso desde el principio? ¿Por qué no se había dado cuenta, de que él no quería que lo conociera?
Y así, de pregunta en pregunta, no pudo evitar precipitarse a la odisea de sus pensamientos. ¿Por qué no le contestaba al mensaje? ¿Y por qué no lo encaraba como su orgullo herido le pedía?
Quizá porque se negaba a sí misma a aceptar que todo había acabado.
La camarera dejó la lima cortada y la sal.
—Gracias. —Le sonrió Pedro, ya que estaba a su lado—.
Ella dejó el plato, y lo miró por inercia, dejando de encorvarse para dejar las cosas. Entró en ese radio de perfume Dior y loción de hombre que desprendía.
—De nada. —Le sonrió—.
Dhelia ya arqueó la ceja, propensa a escupir todo lo que pensaba.
—Tienes a la nueva y la ex aquí mismo. —Interrumpió—. Ya está ocupado.
La camarera tragó saliva, y se fue de la mesa sin decir nada más. Bárbara frunció el ceño, girándose para mirarla otra vez, y luego devolvió su atención a Dhelia: que ya había vaciado su vaso de whiskey con limón.
—¿Por qué es...? —Intentó preguntar, juntando mucho sus cejas castañas—.
—Siempre ha sido así. —Suspiró Ava—.
—¿Verdad? —Añadió Dhelia, mirando a su sobrina—.
—¿De qué estáis hablando? —Intentó descifrar Pedro algo indignado, con el ceño fruncido mientras mecía al bebé, que intentaba escalar su pecho—. Solo estaba siendo amable.
—Siempre tienes que llamar la atención. —Comentó Dhelia, encorvándose hacia adelante para coger la botella de whiskey inglés—.
Los vasos, con hielo y limón, tenían balas en el cristal, fingiendo un disparo.
—¿Yo? —Repitió Pedro, arqueando ambas cejas—. Estoy sentado en una mesa con cuatro mujeres, ¿creéis que tengo los huevos suficientes para enfadaros a todas?
—¿Puedes traer también lima y sal?
Dhelia imitó su acento americano con un tono seductor, guiñándole un ojo cuando levantó la vista hacia él.
—Yo no-. —Entró en pánico, reprimiendo una sonrisa nerviosa, señalando a Dhelia con el dedo—. Yo no he hecho eso.
—Sí que lo has hecho. —Corroboró Ava a su lado—.
—¿Esta noche habéis decidido que soy el tema de conversación o qué os pasa?
La mujer que cantaba en el escenario, empezó a cantar Jolene, de Dolly Parton. Mientras rasgaba las cuerdas de la guitarra en un tono más oscuro para adaptarla a su voz.
—¿Has traído las fotos? —Inquirió Dhelia—.
—Sí. —Respondió él, poniéndose en pie para dejar al bebé en el carro, con la manta blanca—. ¿Te las doy ahora?
—¿Para qué son las fotos? —Preguntó Bárbara—.
—Para una tradición absurda que hacemos todos los años. —Respondió ella sin mirarla, alargando el brazo para pedirle las fotos—. Quiero enseñarte cómo era Pedro antes de engordar y tener arrugas.
Él frunció el ceño al escucharla, y apartó la mano para no tenderle las fotos. Indignado.
—¿A qué te refieres? —Dhelia se levantó de la silla, encorvándose sobre la mesa para quitárselas—. Esto es por la buena vida.
Se palmeó el estómago, sonriendo mientras Dhelia buscaba las fotos adecuadas.
—También he sido padre y mi cuerpo lo sabe.
—Sí, ya. —Lo calló Dhelia, pasando las fotos entre sus manos—.
Bárbara acercó la silla a Dhelia en la mesa redonda, y ladeó la cabeza para centrarse en las fotos. Mientras, en el escenario, se sumó una voz masculina y bastante grave a la cantante. El bullicio de las conversaciones ajenas, y el ruido de los botellines o vasos chocando en un brindis amistoso, llenaban el bar en una canción más agradable.
Pedro bebió de su jarra de cerveza, mientras ellas dos miraban las fotos, y Lydia empezaba a quedarse dormida en su carrito. Luego fijó sus ojos en Ava, y la vio ausente, como muchas veces le pasaba. Estaba mirando la mesa sin pestañear, con los brazos cruzados. Ni siquiera se había quitado el abrigo.
—¿Y a ti qué te pasa? —Le dio un golpecito con la jarra fría—.
Pedro se relamió la espuma del bigote, y Ava reaccionó, meneando la cabeza sutilmente para salir de su trance.
—¿Por qué lo dices?
—Estás muy callada. Por lo que estás pensando en algo.
Ava pareció cavilar. Una mínima inflexión en su rostro.
—Oh, ya. —Entendió Pedro, asintiendo—. Pasa "algo" que no puedes contarle a papá.
Sonrió a boca cerrada, y Ava hizo una mueca.
—¿Y si no puedes contárselo a papá, puedes contárselo a Pedro al menos? —Entrecerró los ojos, intentando hacer un trato con ella—.
Consiguió hacerla sonreír. O al menos, la comisura de sus labios se curvaron hacia arriba. Le asombró pensar, por un instante efímero, mientras la miraba, que si no hubiese perdido a ese niño el día siguiente de la boda con Dhelia, su hijo sería dos años mayor que Ava. Y estaría a su lado.
Dejó de sonreír suavemente, y carraspeó, volviendo a mirar a Bárbara un momento.
—¿Es por ella? —En un pestañeo volvió a Ava, más serio, porque le destrozaría saber que invitarla había destrozado las Navidades de la familia—.
Le había enseñado un poco de español, así que sabía que lo entendía. Y Dhelia levantó la mirada al escucharlo, pero Bárbara continuó con las fotos. Ava suspiró, también llevando su vista a la única rubia de la mesa.
—No. —Respondió al final—. Claro que no.
—Oh... Ava, ¿esta eras tú? —Bárbara sonrió como una empedernida, acercándole la foto sin dejar de mirarla—.
Ella tragó saliva, y bajó su atención a las manos de Bárbara, ya que la tenía justo delante en la mesa.
Era una fotografía con un filtro azul y bastante cálido, algo desteñida por el tiempo. Donde se veía a Ava con nueve años vestida con su uniforme verde de fútbol, al lado de Pedro. Estaban los dos al lado de la portería, compartiendo número en la espalda.
"Hoy es el partido de padres. ¿Tu padre va a venir?". Sus compañeros de equipo le preguntaron esa tarde.
Ava negó con la cabeza, sin entender porqué algunos se rieron.
"Claro que no. ¿No ves que siempre se va sola? Nunca vienen a recogerte porque nadie te quiere".
"Mi madre dice que no deberíamos acercarnos a ti porque seguramente tienes una enfermedad rara".
"No estoy enferma". Respondió ella.
"Te haces la lista y eres rara, ni tus padres te quieren".
"No me hago la lista. Soy más lista que tú". Lo corrigió, consiguiendo que el chico le hiciera burla. "Y sí que me quieren. Mi madre me quiere".
"¿Y dónde está tu madre?".
"No queremos a una tía rara en el equipo". La empujaron.
Pero alguien la sostuvo del hombro, evitando que cayese.
"Bueno empezamos ya, ¿o no?". Dijo Pedro con voz potente, detrás de ella, dirigiéndose al árbitro en la pista. La nuez de su cuello se meció al hablar fuerte.
Ava miró hacia arriba, viéndolo con una pelota de fútbol bajo el brazo. Y Pedro miró hacia abajo.
"Vamos, listilla". Le palmeó el hombro. "Tu tía está en las gradas".
—Sí. —Respondió Ava, cogiendo la foto. Siendo consciente de que esa niña ya no era ella—.
—Ganamos ese partido. —Vitoreó Pedro, pidiéndole la foto—.
Ava lo miró. Notó más sus canas y su voz ya cansada. No supo cuándo, pero tenía marcas de expresión en su sonrisa, en su frente, y sus brazos, poco a poco, ya no fueron tan fuertes para levantarla del suelo.
Nunca pensó que llegaría a verlo de anciano. Después del accidente estuvo tan convencida de que todo dejaría de existir, que ella en verdad murió en ese sótano y nunca logró salir.
Pero los años pasaron, el tiempo no perdonaba, ¿y cómo podía hacerse a la idea de que los vería envejecer y morir, cuando el plan era morir ella primero?
—Es esta. —Continuó Dhelia tomándose otro vaso de whiskey con limón como si fuera agua, dejándoles otra foto del montón que tenía—.
En la foto Pedro estaba esperando para marcar un penalti, con una mano en la cadera y la pelota bajo el pie. Se levantaba la camiseta del equipo para limpiarse la sangre de la nariz, enseñando la línea sutil de sus abdominales, y cómo se ceñían los pantalones blancos de deporte a sus muslos.
—Qué bien te quedaba el uniforme del equipo. —Susurró Bárbara—.
Le pasó otra foto, y en esa estaba celebrando el gol, gritando y levantándose la camiseta bajo el sol de verano.
—¿Verdad? —Dhelia se mordió el labio inferior, con una sonrisa diabólicamente atractiva. Con unas copas encima, incluso parecía cándida y amable—.
—¿Y esa sangre?
—De la nariz. —Respondió ella con desdén, quitándole la foto—. Antes le pasaba mucho.
Ava le dio un golpe con el hombro, para que dejara de hablar, y Dhelia le dedicó una mirada.
—No has cambiado demasiado. —Soltó Bárbara, con una sonrisa bonita en sus labios—.
—Estabas muy bueno. —Rio Dhelia, también mirando las fotos—.
—Bueno. —Las paró él—. Me estoy empezando a sentir un poco... Un objeto sexual.
Bárbara se acercó a él para compartir las fotos, mirándolas juntos.
—Sois muy pesadas. —Murmuró Ava, con sus ojos miel cargando con dos bolsas oscuras—.
—¿Segura? —También respondió Dhelia, arqueando una ceja cuando levantó una foto donde Ava, de pequeña, se quedó mirando a Pedro en el banquillo, con los labios entreabiertos y una mirada hipnotizada—.
Hizo una mueca como respuesta.
Hubiesen seguido hablando y bebiendo, pero Ava, con el peso del cansancio y los pies incómodos, necesitaba una ducha caliente, tomarse las pastillas y meterse en la cama.
—Me voy a casa. —Le dijo a Pedro, pero la multitud empezó a cantar la canción a coro, y su voz quedó silenciada—.
Pedro acercó la cabeza hacia ella después de dar un trago a la cerveza, haciéndole entender que no la había escuchado. Ella también se acercó, y dejó una mano en su brazo mientras le hablaba al oído.
Bárbara los miró mientras bebía de su cerveza, y lo encontró raro.
No era la primera vez que notaba un trato demasiado cercano; como sentarse en su regazo para darle un beso o abrazarlo, querer siempre su atención aunque eso significara interrumpir sus conversaciones, esa mano que ahora mismo dejaba sobre su bíceps, sin mencionar cuando le tiró una copa encima al presentarse como la nueva pareja de Pedro.
Era raro. Pero no comentó nada al respecto, porque pensó que serían suposiciones suyas.
—Te acompaño. —Se ofreció Pedro, poniéndose en pie con tranquilidad. Recogió su abrigo del respaldo de la silla—.
Se despidió de Bárbara, acariciándole la cara antes de rodear la mesa para irse. Y cuando llegó al lado de Ava pasó un brazo por sus hombros, acompañándola fuera para apartar a dos hombres que estaban fumando en la entrada del bar.
—Tu también lo ves, ¿verdad? —Comentó Dhelia, con un semblante amargo, y meció al bebé entre sus brazos, que descansaba la cabeza en su pecho—.
Bárbara se giró hacia ella.
—¿El qué?
La escuchó sonreír otra vez. Pero aún así le resultó un sonido extraño.
—Si queréis durar, y esto te lo digo por experiencia, no te metas en su relación.
Mientras, en la carretera desierta, Pedro la acompañó calle arriba para que no volviera sola, caminando bajo las luces de Navidad que decoraban toda la ciudad.
—¿Estás bien?
—Estoy bien.
—Sé que estás bien, te estoy viendo. Me refiero a porqué estás tan ausente esta noche.
—No lo sé. —Le mintió con una voz endeble, volviendo a mirar la calle vacía mientras caminaban
—. No debería estarlo.
—No, no deberías. —La avisó él con un tono amable—.
—Papá. —Lo llamó, ausente mientras miraba el suelo al andar. Sintió un vacío en su pecho cuando pronunció esa palabra—.
—Dime.
Ava se quedó callada de repente.
—¿Por qué te aburriste de Dhelia? —Dijo a la noche, quedándose con un pedacito de su voz—.
—No me aburrí de ella, cariño. —Se sinceró—. La quiero. Claro que la quiero. Tu tía es el amor de mi vida.
—¿Y por qué la engañaste?
Eso lo dejó frío, replanteándose la respuesta que podía darle. Hinchó su pecho de aire para ganar unos segundos y lo dejó ir como un suspiro ligero.
—¿Por qué lo preguntas? —Le devolvió la pregunta, girando la cabeza para verla a su lado, sin apartar el brazo de sus hombros por si tenía frío—.
—Porque siempre decías lo inteligente y preciosa que era. —Contestó, mientras un coche los iluminaba fugazmente con los faros—. Pero terminaste aburriendote de ella.
—Aburrir no es la palabra.
—¿Crees que alguien se aburriría de mí, también? Aunque soy guapa, y soy lista. Quizá no suficiente.
—¿Qué estás diciendo? —Le planteó con el ceño fruncido. La paró antes de llegar frente a casa, girándola para hablarle cara a cara—.
Ava paró, con las manos en los bolsillos, pero no le mantuvo la mirada. Su ánimo parecía una niebla densa que dejaba entrever su rostro cansado.
—¿Por qué te preocupa eso? —Puso una mano en su hombro—. Eres la chica más guapa del mundo, y ningún hombre te merecerá nunca.
—Eso no es verdad.
—Claro que sí.
Le pasó una mano por el pelo para apartárselo de la cara.
—No continué con tu tía porque es insoportable. ¿Pero tú eres como ella?
—No. —Musitó—.
—Por supuesto que no. —La animó—. Yo a tu edad no era nada, Ava. Me estoy muriendo de ganas de verte en la gala de Londres. Eres mi orgullo.
—Yo me siento más como una decepción.
—No digas eso nunca más. —Le discutió mientras la cogía de los hombros, mirándola a la cara—. No pasa nada si alguien no es capaz de ver lo preciosa que eres, las mariposas mueren sin poder ver sus alas. Pero no puedes depender de la opinión de otra persona, debes saber tú misma lo que vales.
—¿Y si nadie, aparte de mí, me quiere?
—Eso es imposible. En todo caso, los intimidarás. La gente con tu inteligencia suele imponer.
—¿Y si nadie me quiere? —Repitió ella en un susurro, apenada, pidiendo auxilio porque sentía que se estaba ahogando—.
Pedro la miró a los ojos, primero uno y luego el otro. Era como una flor marchita en invierno.
—Si nadie te quiere, yo te quiero. —Le acarició el mentón suavemente—. Sabes que siempre lo haré.
Ella lo miró con temor, y sus ojos miel se llenaron de lágrimas que se instigó en retener, sus labios se fruncieron. Porque se sentía vacía, como si todas las palabras que le dedicó Jonathan para llenar ese vacío nunca hubieran sido verdad.
Rompió a llorar en silencio, sin saber cómo gestionar sus emociones. Cabizbaja, sus lágrimas se deslizaron por el puente de su nariz, y los brazos de Pedro la encontraron.
—¿Qué te pasa? —La recibió, frotándole la espalda—.
—No lo sé.
—¿Sabes, mi vida? —Le limpió las lágrimas de las mejillas, agachando la cabeza para mirarla—. Esto: lo que sientes ahora... Pasará.
Ava cerró los ojos, con las pestañas mojadas.
—¿Pero, y si no quiero que pase? —Murmuró—.
—Él no era el correcto para ti.
—Pero me hacía sonreír. —Se compadeció ella, herida—. Como tú a Dhelia.
—Jonathan no ha sido bueno contigo. —La reprendió, con voz firme. A Ava le enfrió el cuerpo escuchar su nombre—.
—Sí lo fue.
—No lo suficiente.
Se separó de ella.
—La gente que te quiere, Ava, está dispuesta a sufrir antes que hacerte daño a ti.
—¿Y si no conoces otra forma de amar? —Dispuso, tragando saliva—. ¿Y si la única manera que te han enseñado a amar es haciendo daño?
Pedro la miró desde arriba, con sus ojos marrones oscurecidos. A veces, depende cómo, seguía pareciendo ese asesino. Ese resquicio, ese vestigio de su pasado, que seguía vivo dentro de él.
—Pasará, Ava. Créeme, mi amor. Todo este caos que sientes ahora, pasará.
Le besó en la mejilla, despidiéndose.
—¿A dónde vas? —Le preguntó Ava, girándose hacia él. Sin borrarse el rastro invisible que había dejado su bigote sobre su piel—.
—Las hemos dejado mucho rato solas. Tu tía habla mucho cuando bebe, y Bárbara cree que terminé la carrera a los veinticuatro.
—Vale... —Murmuró, metiéndose las manos en los bolsillos—.
Pedro asintió, sonriéndole, y se giró para volver al bar calle abajo. Pero antes de irse se corrigió y volvió a darse la vuelta, volviendo a Ava.
—Pero toma. —Sacó la cartera para tenderle un billete de cincuenta libras—.
—¿Por qué me das esto? —Frunció mucho el ceño, teniendo que aceptarlo—.
—Para que te diviertas. —La avisó, señalándola con el dedo mientras se iba—. Como llegue a
casa antes que tú me voy a enfadar.
—¿Qué? No quiero ir a ningún lado. Quiero irme a dormir.
—¡Quiero ver el localizador de tu móvil fuera de casa, o sinó vas a quedarte sin telescopio!
—¿¡Qué!? —Le gritó, dando un paso hacia él pero no consiguió que parase—. ¡No puedes obligarme a salir si no quiero!
—¡Te estaré vigilando! —Zanjó la conversación, meciendo la mano para despedirse—.
Ella suspiró, cansada, y preocupada.
Entonces Ava tuvo dos opciones; volver a casa, ignorando su advertencia, o llamar a Eddie. Así que empezó a andar tras unos minutos discutiendo consigo misma. Con las manos en los bolsillos, y un vaho blanquecino que desaparecía a cada respiración.
Llegó andando a las recreativas que le gustaban a Eddie, pensando que podía estar ahí, y escuchó el ruido de la gente aún estando en la calle. Empujó la puerta, que estaba cubierta por un vinilo negro, y unas letras con la tipografía de los ochenta dibujaba su nombre: Street Fighter
Zone.
Al entrar, un olor intenso a comida le dio la bienvenida. Había mucha gente reunida, y Ava también se acercó para descubrir a Eddie esforzándose por mantener su récord en la máquina.
—Mierda, ¡¿no ves la munición en las estanterías?! —Gritó, sosteniendo la ametralladora de plástico—.
Ava se quedó de pie entre la gente que los miraba jugar, con las manos en los bolsillos. Aún no se había acostumbrado a la calefacción del lugar.
—Hola, Ava. —Se giró cuando la llamaron, viendo a Blake mordiendo una hamburguesa—. Ibas a pasar Nochebuena con tu familia, ¿no? ¿Qué haces aquí?
—Sí. Pero no querían que volviese a casa tan temprano. Así que estoy aquí.
—¿Qué? —Gritó, acercándose a ella con el ceño fruncido, porque todos empezaron a gritar cuando mataron a Eddie—. ¿Te han dejado sola para que te vayas de fiesta?
—No.
—¿Pero-?
—¡Ava! —Lo apartó Eddie—. ¿Qué haces aquí? ¿No podías avisarme de que vendrías?
—Pensaba que podría quedarme en casa, con mi familia.
—Dios, tu familia junta es insoportable. Y no insoportable tipo Modern Family. —Giró la cabeza hacia el chico que repartía la comida. Empezó a sonar una canción de Mariah Carey—.
—Siento estar aquí sin avisar.
—¿Qué? ¡No molestas! —La disuadió con una sonrisa, alineándose el septum—. He hablado con Eros al salir de la universidad y Evan organiza una fiesta en su casa, ¿quieres venir?
—¿Quiénes son Evan y Eros?
—¡Van a clase contigo! —Respondió Eddie con sus cejas blancas muy juntas, riéndose—. Mira, no quería ir pero paso de estar en la cama a las once. Si te apetece venir...
—No. —Lo rechazó, haciendo una mueca—. A mí sí me gustaría estar en la cama a las once.
—¿Entonces por qué estás aquí? —Habló más fuerte, por culpa del ruido de las máquinas y el bullicio de la gente—.
—Eddie tenemos que irnos ya. —Lo avisó Blake, pasándole el casco de la moto—.
—Sí, sí. —Asintió él, aceptándolo—. Mira, Ava, si cambias de opinión te paso la ubicación.
Se puso el casco negro, y Blake abrió la puerta para esperarlo. A Ava le llamaron la atención los tatuajes de su antebrazo, porque Blake era el tipo de persona que llevaba camisetas de manga corta en invierno.
—Hasta mañana. —Se despidió, sin saber qué podía hacer sin él—.
—Hasta mañana. —Movió los dedos de la mano, entrecerrando sus ojos azules al sonreír tras el casco—.
—Adiós, Blake. —Dijo sin ánimos—.
Cuando Eddie pasó a su lado para salir se agachó para besarle la frente, siguiéndolo fuera.
Ava se quedó en las recreativas, sin una cara conocida entre la gente que quedaba. Se escuchaban todas las máquinas a la vez, los gritos, las conversaciones ajenas, las risas, la gente comiendo... Los ruidos fuertes le daban miedo, la atosigaban como si fueran serpientes alrededor de su cuello. Silbando y asfixiándola.
—Hola, Ava.
Se giró al escuchar esa voz gruesa llamándola, y reconoció a Eros cuando lo vio en la barra de bebidas.
—Qué raro verte por aquí.
—¿Por qué 'qué raro'? —Preguntó ella, acercándose a la barra—. No me conoces.
—Solo una suposición. —Le dijo, con un tono tremendamente calmado. Tragó saliva, y su nuez se movió bajo las cadenas plateadas que llevaba—. ¿Te han dejado sola? Deja, te invito a una cerveza.
Ava lo rechazó sin mirarlo.
—No necesito que me invites. —Le dio dinero al camarero, pidiéndose igualmente una cerveza—.
—Vale. —Contestó Eros, sin alterar el tono tranquilo de su voz. Dejó de mirarla para pasear la mirada entre la gente, dejando la conversación. Aunque parecía no conocer a nadie más—.
Antes de darse cuenta, Ava se había terminado esa cerveza. Y después de ella, pidió otra. Porque le encantó ese sabor moderadamente dulce, no sabía a cartón como normalmente le sabían las cervezas.
Así que terminó con ella, y cuando estuvo a punto de empezar la tercera se dio cuenta que le vibraba el móvil en el bolsillo. Lo sacó, y leyó desde el panel de notificaciones el mensaje de Eddie.
—¿Vas a beber sola toda la noche? —Volvió a hablarle el chico de ojos grises. Taimado y amable, hasta un punto que parecía molestarle hablar con ella, pero era él quien empezaba las conversaciones—. Eso es de alcohólicas.
—¿Y tú vas a seguir insistiéndome después de haberte dicho que no? —No lo miró para hablarle, tecleó un 'no me apetece ir a la fiesta' para Eddie—. Eso es de abusadores.
Su lengua torpe arrastraba algunas palabras largas, por culpa de la medicación que tomaba mezclada con un poco de alcohol. Ignorando eso, dio otro trago a su cerveza.
Eros sonrió en silencio.
—Lo que tú digas. —La silenció, volviendo a girar la cabeza para dejar de mirarla—.
Al salir del chat de Eddie, se dio cuenta de que tenía otro mensaje.
Profesor WestJoder Ava, ya sé que estás enfadada, pero tenemos que hablar
Estaba en línea. Esperándola. Y Ava, al ver su foto de perfil, revivió lo que vio en su despacho. Porque lo recordaba vívidamente, al igual que el mal sabor de boca, y esa horrible sensación al verlo acariciándole la cara a otra mujer. Besando a otra mujer.
No pudo pensar en otra cosa. No podía dejar la mente en blanco, ni huir de sus sentimientos. Estuvo pensando en él toda la noche, Jonathan ocupaba su mente desde hacía mucho tiempo.
Ava V.
Justo estaba pensando en ti
Él escribió casi al momento de haber leído su mensaje. Impaciente. O atormentado por la culpa.
Profesor West
¿Dónde estás?
Ava no cambió su expresión mientras hablaba con él, intercalando algún trago a su cerveza casi terminada.
Profesor WestNecesito hablar contigo, AvaPor favorNo me sirve escribirte mensajesY no me sirve seguir ignorándonos
Siempre directo con lo que pensaba.
Ava V.¿Hablar de qué?Siempre eres tan bueno pidiendo las cosasMe gusta como suplicas
Cogió la cerveza para terminar con lo poco que quedaba, dejándola vacía sobre la barra.
Profesor West¿Siempre tienes que ser tan atrevida conmigo?
Ava V.
Sabes que te gusta
Profesor West
Ava
Para
Ava V.Estoy en un bar
Respondió tarde a su pregunta. Queriendo desesperarlo, todo lo que su mente entumecida le permitiese.
Ava V.Un chico intenta ligar conmigo
Profesor West
¿Has bebido?
Ava V.Ha querido invitarmeCreo que me iré con él
Profesor WestPara ya este teatro
Ava V.
➀ Foto
(Abierto)
La foto estaba tomada desde abajo, y aunque estaba borrosa por el movimiento, pudo distinguirla besándose con un chico.
—¿Qué coño haces? —La empujó Eros, limpiándose los labios con el dorso de la mano—.
Ava también lo hizo. Principalmente, porque le dio mucho asco tener que besarlo. Pero sintió que debía hacerlo.
Luego lo miró, y vio cómo se levantaba para irse.
—Solo estaba siendo amable contigo, joder. —Murmuró entre dientes, pasando por su lado sin mirarla—.
Profesor West¿En qué estás pensando?¿Esta es tu forma de castigarme?Eres muy cruel
Ava V.
Pensaré en ti mientras me folle
Profesor WestJoder Ava...¿Qué más quieres de mí?¿Qué más puedo darte?
Ava V.No quiero nada más de ti, profesor
Sentía el corazón latiendo más rápido bajo su pecho, esperando por su respuesta.
Profesor West¿Y si te lo pido por favor?¿Y si te lo suplico como te gusta?Por favor, Ava, no te vayas con élEres míaDime que aún eres mía
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. Su nariz enrojecida y sus orbes miel brillantes. Pero sabía fingir muy bien un papel que no era el suyo.
Ava V.Así me gusta escucharte
Profesor West
Envíame tu ubicación, Ava
Ava V.¿Para qué?¿Para hablarme como te he estado suplicando estos días?Estoy muy cansadaNo me gusta pedir las cosas, JonathanY creo que si otra persona te lo hubiese pedido tú ya la habrías besado
Profesor West
Te he dicho que me envíes tu ubicación
Ava V.¿Y si no quiero?
La línea de escribir parpadeó en el teclado de Ava mientras esperaba su (casi) inminente respuesta.
Profesor WestLos dos sabemos que quieres volver a casaAsí que deja de ser tan inmadura, y dime dónde estás
Jonathan esperó por su respuesta, sin esperanzas a que contestara.
Agápē
Quizá cuando vengas ya no esté aquí
Le pasó su ubicación. Y Jonathan cogió las llaves del coche antes de salir de la cocina.
Llegó a un local abarrotado de gente, riendo, bebiendo y hablando algo sobre año nuevo. El olor a alcohol y a sudor dominaba la multitud. No reconoció a Ava, pero su pelo castaño y su acento inglés podían diluirse en ese mar de gente como una gota más.
—¿Qué va a tomar? —Le preguntó el camarero—.
—Disculpa, estoy buscando a una chica morena, alta. Hace poco ha pedido unas cervezas, ¿está por aquí?
—No lo sé. Hace tres horas que empezó mi turno y ha pasado mucha gente.
—Tiene una cicatriz en la nuca, baja hacia su espalda.
—¡Ah, esa! —Chascó los dedos, sonriente—. Sí, creo que me pagó otra cerveza y se fue. Salió por la puerta de emergencia.
Jonathan le dio las gracias y se alejó de la barra, movido por codazos y leves empujones hasta salir de ahí.
Una ráfaga de viento le golpeó la cara, de una temperatura tan baja que anunciaba nieve. Ahí apareció Ava, de espaldas a él. Solo se giró al escuchar la puerta cerrándose, llevándose consigo el ruido de la fiesta. La luz de la luna enfatizaba sus bolsas oscuras, cada pliegue de sus párpados donde pesaba el agotamiento.
—Sí que has venido. —Dijo ella con la lengua torpe, estirando sus labios con una sonrisa mientras se apartaba el pelo—.
—Ah, así que, ¿así me saludas?
Ava se sorbió la nariz fría sin mirarlo, metiéndose las manos en los bolsillos de su abrigo abierto, porque empezaba a no sentir los dedos.
—¿Borracha? —Jonathan apretó la mandíbula, mirándola a la cara, aunque ella rehuía de sus ojos. Su silencio fue la única respuesta que obtuvo—. ¿Has tenido que besarte con otra persona, y ningunearme para traerme hasta aquí? Joder, Ava, ¿cuántos años tienes?
—¿Vas a hablarme tú de moralidad? —Frunció los labios—. ¿Si tuviese diez años más ya no podrías llamarme inmadura por beber de noche? Cuando eres joven todos te dicen que no sabes nada.
—Ava, no deberías beber tanto con tu medicación.
—Mira quién fue a hablar —Le giró la cara—, el que fuma teniendo asma.
—¿Qué coño te pasa? —Le preguntó sin paciencia, frunciendo el ceño—.
La brisa fría de invierno les heló la piel. Esperó por una respuesta que no le dio.
—No te entiendo. —Jonathan se pasó una mano por el pelo, nervioso—. De verdad que lo intento, pero no puedo.
—Yo tampoco lo entiendo... —Murmuró ella, sin apartar la mirada de las luces al final del callejón—.
—¿Qué...? ¿Qué quieres que haga? —Dijo, sintiéndose vencido, encogiéndose de hombros con una mueca—. ¿Qué se supone que debo hacer?
¿Cuánto habían tardado en tener esa conversación?
—Fuiste tú la que quiso terminar con esto.
—Sí. —Contestó Ava, asintiendo tensamente con la cabeza—. ¡Sí, joder! ¡Pero eso fue antes de que Pedro se enterase! ¡Antes de que todo el mundo se enterase!
—¿Y cómo se supone que voy a leerte la mente? ¿Sabes por qué no hice nada al respecto? Porque todos lo dicen: me aproveché de ti siendo yo el adulto, y tienen razón. Tienen razón, no deberíamos seguir con esto, no deberíamos buscarnos de esta manera. ¿Pero cómo se supone que enseño a mis ojos el dejar de buscarte?
Se encogió de hombros, exasperado.
—Esto está mal. —Volvió a repetir esas palabras en voz baja, como si pudiese conjurar su fé para prohibirse acercarse más—.
—Ya... Esto está mal solamente porque soy la hija de Pedro, ¿no?
—No. No, Ava, si acababas a solas conmigo después de clase era porque yo te daba la oportunidad de hacerlo.
—Y la puerta siempre estaba abierta y decías que podía irme si no quería escucharte.
—No estamos hablando de eso. —Negó Jonathan, cansado—. Lo que hice fue un error. Le di la oportunidad a una alumna de hablar conmigo a un nivel más personal porque fui un egoísta que solo quiso ser escuchado.
—Vaya... Así que he pasado de ser un secreto a un error. Qué buena evolución.
—No eres un error. —Murmuró él—. Eres un pecado.
Ava exhaló una risa silenciosa que se condensó en un vaho.
—Oh, ¿ahora tú también vas a decir que te aprovechabas de mi? ¿Me obligabas a gemir tu nombre cuando me corría?
—¡No se trata de lo que querías tú, sinó de lo que hice yo! —Se acercó a ella, con el corazón latiendo con fuerza—.
—¿¡Pero qué coño querías tú, Jonathan!? —Le gritó Ava, perdiendo los nervios—. ¡A mí!
—Sí. —Admitió él, derrotado—. Sí, lo quería. Y mira dónde hemos acabado.
—Quería... —Repitió ella a desgana, apartándose con los ojos brillantes de furia—. Quería. ¿Hemos acabado ahí? ¿Qué puto tiempo verbal es eso? ¿Pretérito indefinido?
Jonathan no respondió. La miró con dolor, con el deseo polvoriento de consolarla y calmarla a besos.
—Un pretérito imperfecto de indicativo.
—Vaya. —Dijo ella, levantando ambas cejas como si estuviera asombrada—. Parece el título de una comedia romántica mala.
—Ava-.
—¿Sabes cómo funciona un pretérito imperfecto en nuestro cerebro? —Lo interrumpió ella, tropezando con las palabras. Arqueó una ceja, inquieta—. Segrega cortisol, C21H30O5. La hormona del estrés. Cuando sube mejora el uso de glucosa en el cerebro y aumenta las sustancias que reparan tejidos. Literalmente que te dejen da un subidón de azúcar.
Él tragó saliva, ladeando la cabeza. Leyó en su mirada que nunca la habían rechazado, que nunca la habían dejado. Y se le encogió el corazón tener que ser el primero.
—No lo habría dicho. —Susurró, dejando que el viento frío se llevase sus palabras—. Suena como una comedia romántica aburrida.
—Supongo que no puedo convencerte de que te quiero por voluntad propia, pero con Amanda te da igual. ¿Verdad? —Se indignó, llorando enfadada, y retrocedió ese paso que él intentó acercarse—. ¿Ella te hace sentir comprendido? ¿Hm? ¿O es porque no tiene familia en este país y así nadie puede reclamarte nada?
La mirada de Jonathan se suavizó al escuchar su nombre, enderezando la cabeza. Fue como encender un interruptor.
—¿Amanda?
—¿Crees que no te he visto al pasar delante de tu despacho? —Apretó los dientes, acercándose a él—.
—¿Eras tú?
—¿Quién iba a ser? ¿El espíritu santo?
Él frunció el ceño, descubriendo unas líneas de expresión en su frente.
—¿Era por eso? —Le respondió él, mirándola fieramente a los ojos—. ¿¡Por eso has venido hasta aquí y has bebido para enviarme esa foto!?
—¡Quería que sintieras lo mismo que yo! —Levantó la cabeza—. ¡Lo que siento ahora mismo! Porque-Porque, ¡no lo sé...! ¡No sé cómo gritar lo que siento!
—¡Pues deja de gritarme! —Perdió su paciencia mientras la miraba a los ojos. Hacía mucho rato que la había perdido. Su respiración se volvió pesada, irregular, como la de ella—. Eso era de lo que quería hablarte.
—¿De cómo la prefieres a ella? —Interrumpió Ava, apretando los labios—. No, no quiero escucharlo. Gracias por intentarlo.
Ni siquiera borracha, perdiendo un poco la lucidez, soltaba su terquedad.
—¿Qué? No-. —Se interrumpió a sí mismo con un suspiro. Pasándose una mano por la cara, mirando al cielo un momento antes de peinar sus suaves rizos hacia atrás. Luego volvió a mirarla, acomodándose las gafas rápidamente—. Esto no es por ella.
—¿'Esto' el qué? —Se ofendió—. ¿Besarla? ¿Tocarla?
—Esto es por el vídeo.
Ava se quedó pálida. Y no por el frío que corría por el callejón en el que estaban.
Tragó saliva, y la garganta le supo a arena. Jonathan la miró, esperando a que procesara las palabras.
—Besarla —Levantó ambas cejas, continuando tras un silencio. Hablando lentamente para que lo entendiera—, tener que besarla, ha sido por el vídeo.
—¿Qué tiene que ver nuestro vídeo con esto? —Lo repudió ella, frunciendo los labios en una mueca—. ¿Querer recrearlo?
—Piensa, Ava. —Le pidió exhausto, cerrando los ojos—. Te encargaste de eliminar los vídeos de internet, pero estuvieron colgados durante muchos días antes de darnos cuenta.
—¿Y...?
—¿Y qué pasaría si llegase a saberlo la rectora de la universidad? —Dijo por ella—.
Ava pestañeó lentamente, con sus labios mínimamente entreabiertos.
—Amanda tiene un vídeo. —Confesó en voz más baja, por si había alguien escondido en el callejón—.
El pecho de Ava se hundió cuando soltó el aire sin quererlo, conectando las piezas, luchando contra la niebla espesa de la embriaguez para llegar a su raciocinio. El frío la perseguía como un alma en vilo, colándose bajo los huesos.
—Al principio me seguía después de clases hablándome de algo —Le explicó. Pero Ava seguía como ausente en frente de él, callándose por primera vez en la discusión—, pero hoy me ha besado de repente.
Lo miraba con los labios ligeramente abiertos, moviendo los ojos para fijarse en la mirada de Jonathan tras sus gafas.
—Me aparté. —Clarificó, arqueando una ceja al decirlo tan rápido—. La primera vez me aparté, pero cuando le pregunté porqué lo había hecho me dijo que había visto el vídeo.
Ava tragó saliva, tomando una respiración profunda.
—¿Y...?
—Y luego insinuó que me acostaba con todas mis alumnas. —Dijo él, quitándole la mirada—. Me chantajeó muy sutilmente para que hiciese lo que ella pedía. Quiso que la besara, pero de verdad. Como lo hacía contigo. Y tuve que hacerlo, porque sinó podía denunciarme por acoso frente al claustro docente y hacer que terminase en la cárcel.
—Qué bien. —Sonrió ella de repente—.
—¿Qué bien? —Repitió él, casi ofendido, agachando el mentón para poder mirarla—.
—Pensaba... —Dejó de sonreír—. Pensaba que ya no me querías.
—Ava. Ava... —Susurró vencido, acunando sus mejillas para secarle la lágrima con el pulgar. La miró a los ojos para consolarla, rindiéndose, y ella se estremeció bajo su tacto—. Cariño...
Esa palabra brotó tan fácil de sus labios para ella.
—Tú eres lo único que he querido en muchísimo tiempo.
Las lágrimas se enfriaron sobre su piel, dejándola con la punta de la nariz roja y los labios pálidos.
—No quiero que dudes de eso. —Negó Jonathan—. Puedes confiar en una persona con ansiedad cuando confiesa que te quiere. Porque ya ha pensado en todos los escenarios posibles para no hacerlo, y sigue prefiriéndote por encima de su miedo.
—¿Entonces me quieres?
Soltó la pregunta al aire.
—¿En presente?
—Te pienso en presente, te necesito en presente, tanto que ya no sé qué será de mi futuro si sigo queriéndote de esta manera. Eres la perdición de mi pensamiento racional y mi ética, Ava. Me odio por quererte.
—Yo también te he odiado un rato cuando te he visto haciendo eso. —Susurró, con la mirada perdida en sus labios ahora—.
—¿Qué haremos con Amanda? —Quiso preguntarle él, suavemente, por si perdían el hilo de la conversación—.
—Después. —Le susurró—.
Acercó la cara a la suya, amenazándolo con un beso, pero él retrocedió suavemente al ver sus labios cortados, moteados de sangre.
—No, no se transmite así. —Subió las manos por su cuello, rozando la nariz sobre su mejilla. Suspirando embriagada sobre su rostro—. No pasa nada.
—Vale. —Asintió él—. Vale...
Se inclinó hacia Ava, dándole ese beso que tanto quiso darle en clase unas horas antes, y la escuchó suspirar con el corazón en la boca antes de encontrar sus labios, cerrando los ojos tras sus gafas.
La mano de Jonathan descansó bajo la mandíbula de ella, empujándola suavemente con el pulgar para que Ava abriese la boca para él. Sin dejar de ser gentil, como si estuvieran sellando sus palabras.
Ella arqueó ambas cejas aún sin tomar aire ni abrir los ojos, extrañada por la suavidad de su boca ahora que su barba había desaparecido. Sabía a café y ella a cerveza. Le tocó los hombros para apoyarse en ese beso, descendiendo las manos por sus brazos. Y se separó de sus labios cuando no pudo más, como la brisa fría que se coló entre los dos.
—No quiero interrumpir, pero creo que no siento los dedos de los pies.
—Hoy hace mucho frío. —Jadeó él, tomándola de los hombros—. Ven conmigo.
Ella asintió, exhalando un vaho con su suspiro, y lo siguió hasta su coche. Salieron de ese callejón, y las luces de navidad volvieron a dominar el espacio, alumbrando en esa noche sin luna.
Jonathan abrió la puerta de un Ford Explorer, bautizado en un azul intenso, e invitó a Ava a subir en el asiento del copiloto. Cuando ella subió notó el tacto del terciopelo de la tapicería, y vio de reojo la sillita en el asiento de atrás. Olía a ambientador de frambuesa.
Él también subió, cerrando su puerta, y la luz se apagó.
—Tengo que volver a casa. —Dijo Ava—.
Jonathan encendió la calefacción, y su luz roja fue la única iluminación que tuvieron dentro del coche. No había ni un alma en la calle.
—Lo sé. —Respondió, subiéndose las gafas para mirarla a su lado—.
Tenía las piernas cruzadas, y se abrazaba a sí misma para deshacerse del frío que les cayó encima mientras discutían en la calle.
Sus ojos marrones descendieron hasta sus manos cuando Ava se frotó los brazos. Sus uñas brillaban levemente, sin ningún color puesto en su manicura. Ya se había dado cuenta de ellas en clase. Le cogió la mano, y miró sus dedos.
—Son muy bonitas. —Comentó, acariciando sus nudillos con el pulgar—.
Ella suspiró para sí misma, mirándolo ahora que él no la miraba. Y sus rizos canosos se deslizaron sobre su frente.
Cogió su mano, y tiró de él para volver a encontrar su boca, volviendo a besarlo. Con necesidad.
Se ahogó en su sabor, en su olor, reencontrándose con su tacto gentil y su mirada amable. Retuvo el aliento con los ojos cerrados, alargando ese contacto todo lo que sus pulmones aguantaron. Porque se separó de él sin desearlo, dejando que sus labios se rozaran sin la incómoda barba alrededor.
—Esto era lo que querías, ¿verdad? —La amenazó con un jadeo silencioso. Los hilos de saliva desaparecieron al hablar—. Tenerme detrás de ti, buscándote. ¿Por qué?
—Porque se te da muy bien encontrarme. —Dijo sobre sus labios, negando levemente—.
Ladeó un poco la cabeza, hundiendo la punta de la nariz en su pómulo, y cerró la boca contra la suya, deslizando sus lenguas con un sonido húmedo mientras se comían a besos. Sabía a café dulce, y no pudo evitar bajar una mano por su cuello, deslizándose hasta llegar en medio de su pecho sin dejar de besarlo. Notando su corazón acelerado bajo la palma.
Un calor específico, no solo por la calefacción del coche, acunó a Ava, abrazándola, subiendo por sus piernas, su espalda... Se separó de él viendo cómo Jonathan acercaba la cara, entonando un gemido involuntario.
—Fóllame, Jonathan. —Le exigió en un susurro, tomando su muñeca por su reloj roto para que la tocara—.
Mientras él escurría la mano hacia la curva de su cintura, ella se quitó el abrigo.
—¿Ahora?
—Ahora. —Jadeó ella en voz baja—.
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