Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

41

El día no estaba yendo como debería.

Ava acabó su turno en la cafetería arrastrando los pies hasta las escaleras. Esa noche no durmió demasiado rellenando varios informes de laboratorio, programando ecuaciones y repasando apuntes hasta que casi salió el sol por el horizonte. Así que esa tarde a última hora deambulaba como un fantasma de horribles bolsas oscuras bajo sus ojos.

¿Y ese 'no'? ¿Ese puto no? Hacía dos días que tampoco la dejaba dormir.

—Hoy tampoco has dormido, ¿verdad? —Eddie se puso a su lado, con la mochila en un hombro y un jersey demasiado navideño—.

—No. El viernes es la gala, y la única vez que estuve en el observatorio de Londres fue en primer año.

—Creo que esa presión te la pones tú misma. —Pasó un brazo sobre sus hombros—. Venga, no quiero que te pierdas mi momento de gloria en clase de química. Mi equipo y yo ganamos con la demostración de elementos.

—Adelántate tú. —Le dijo, apartándose de él—. Tengo que ir al baño.

—¡No te escaquees! Por un día que soy el protagonista, te aguantas.

—Sí. —Arrastró la palabra—.

Dio media vuelta y se dirigió a los baños. No se miró al espejo y entró, casi quedándose dormida al sentarse en ese silencio.

Cuando salió, se lavó las manos con un jabón muy perfumado, y antes de salir escuchó a alguien discutiendo desde el pasillo. 

Cuando Ava abrió la puerta vio a Noah llevando una discusión con Blake, enfadada. Quiso empujar la puerta del baño, omitiendo completamente la presencia de Ava, y Blake la cogió del brazo para intentar hablar con ella.

—Déjame joder. —Musitó, dándole una bofetada para deshacerse de él—.

Blake se quedó frente a la puerta cerrada, acariciándose la mejilla.

—Hola.

Se asustó al escucharla, encogiéndose de hombros por reflejo al sentir una presencia a su lado.

—No te había visto.

—He oído que te ha ido bien el juicio. —Metió las manos en los bolsillos del cardigan—. Cambiar de abogada ha sido una buena elección.

—Mira, Ava. Dejemos esta mierda. —La interrumpió con una mueca—. Puedo llevarme bien contigo porque eres importante para Eddie, pero deja de hablarme como si fuésemos amigos.

Pasó por su lado sin mirarla, rozando su brazo. Ava se giró.

—No fue tu culpa. —Le dijo, antes de que subiera las escaleras—. Sabía que no terminarías en la cárcel.

Era veinticuatro de diciembre: Nochebuena. Un día perfecto para haber hecho una buena obra. Era innegable que Blake había empujado a Noah por las escaleras, y debería pagar una buena compensación por ello, pero no había terminado en la cárcel. 

Ava giró la cabeza para mirar el cielo, el sol rompía el crepúsculo de la tarde y se rendía ante las nubes blancas que parecían algodón. Extendiéndose en el cielo como un incendio.

—Oh, ¿vas al laboratorio o a la cafetería? Eh, Ava.

Ella dejó de mirar por las ventanas, y cuando fue a bajar las escaleras de mármol vio a Andrew; el hijo de la rectora, que sería su madrastra, y él, que sería su hermanastro. Odiaba esos términos políticamente correctos.

—¿Te importa?

—Es Nochebuena. Solo quería preguntar.

—Tranquilo, no cenaremos juntos. —Dijo con brío desde el final de las escaleras—. Ni intercambiaremos regalos o sonreírnos como quiere tu madre. No tendremos que vernos estas vacaciones.

—Por supuesto. —Se mofó él, metiéndose las manos en los bolsillos de su abrigo—. Estarás muy ocupada en Londres.

—¿La nominación en el observatorio de Greenwich que te robé? Qué pena. No te permitieron participar en Mánchester por una nota disciplinal en tu expediente.

—Y perdí la beca.

—Espero que disfrutes esta semana sin mí. —Se despidió, apoyada en el pasamanos—. La universidad me quiere fuera unos días.

Le dio otra vez la espalda, bajando las escaleras de mármol.

—¿Solo unos días?

—Sí. —Respondió ella a desgana—. ¿Por qué? ¿Tu madre te ha dicho algo?

Volvió a subir los peldaños, frunciendo el ceño.

—No. —Respondió él, con las manos en los bolsillos—. No, ella no. Pero igualmente es jodido que la universidad tenga que echarte unos días. Supongo que follarte a un profesor en su propia casa fue divertido, ¿no?

Ava se quedó quieta. Dejó caer la cabeza hacia un lado.

—Espero-.

—No fue en su casa. —Lo interrumpió—. Quiero decir, sí, lo fue. Pero en el vídeo estábamos en el hotel de Mánchester.

Andrew disminuyó su sonrisa hasta una leve inflexión en su rostro.

—¿Qué? —Le dijo con una sonrisa de soslayo, que desapareció ante el silencio que los separó—.

—Por eso te he preguntado si tu madre te ha dicho algo, me refería a la gala de Londres. —Le dijo, solo moviendo los labios. ¿Cuánto llevaba sin pestañear?—.

Andrew se mantuvo en su silencio, entreabriendo la boca en una mueca de confusión.

—Contéstame.

—¿Qué? —Había dejado de escucharla, se había desconectado mientras pensaba en lo que había dicho—.

—Sabes que fui a su casa. —Le dijo, acercándose a él en el pasillo vacío. Incluso la luz del cielo se reflejaba en el suelo pulido—. ¿Por qué?

Andrew retrocedió cada vez más, porque se estaba acercando mucho.

En el despacho de la rectora, Pedro estaba hablando con ella. Era una sala enorme, repleta de estanterías con enciclopedias, números exclusivos de astronomía y matemáticas. Olía a autoridad.

—...después de la gala podríamos pasar la noche en un hotel, y quedarnos todas las vacaciones en Londres. Hasta año nuevo. —La sedujo Pedro, sonriendo contra su mejilla antes de dejarle un beso—.

—Mhm... Eso suena muy bien. 

Lo miró con paciencia, sonriendo con ensoñación, y le dejó un suave beso en la nariz antes de que él le besara los labios, raspándola por el bigote. Ese día llevaba un traje marrón oscuro, e incluso en invierno llevaba dos botones desabrochados. Su pelo ondulado ya lucía algunas canas. En definitiva, olía bien y estaba muy guapo, según Bárbara.

Hubiesen seguido besándose, y quizá alguna cosa más, pero alguien llamó a la puerta dos veces. Un ruido tranquilo que los separó. Pedro se irguió limpiándose los labios por si tenía manchas de su carmín.

—Adelante.

El que estuviera al otro lado no pasó.

—Adelante. —Repitió Pedro, acercándose—.

Aunque no tuvo tiempo de llegar al pomo, porque la puerta se abrió violentamente cuando ese chico fue empujado y cayó al suelo con un estrépito. 

Pedro se apartó, y lo miró sin entender nada, pero luego levantó la cabeza: y al otro lado de la puerta estaba Ava con las mangas del cardigan subidas. Lo había cogido del pelo para poder empujarlo dentro, y estaba seguro de que se había quedado con algún mechón en la mano.

—Andrew. —Pronunció Bárbara con el ceño fruncido, levantándose de su silla—.

—¿Qué coño haces, Ava? —Pedro la cogió del brazo para hacerla pasar—.

—¡Esta puta loca me ha arrastrado por el pasillo! —Le gritó Andrew, tambaleándose por el golpe que se había dado al caer de cara—.

—Lo que pasa, ¡es que él fue quien grabó el vídeo! —Jadeó Ava, señalándolo con el índice, porque le faltaba el aire. Tenía las mejillas rojizas—. ¡Quien grabó el puto vídeo! ¡Incluso quería subir más, el hijo de puta!

Se abalanzó hacia él, pero Pedro la paró tomándola del brazo.

—¿Qué vídeo? —Intentó averiguar Bárbara—.

—Eh, para. Para. —La retuvo Pedro sin mucho esfuerzo. Dejó que tomase una respiración, porque estaba jadeando, y luego él miró a Andrew—. ¿Eso es verdad?

—Tú me arruinaste la beca. —Le recriminó con odio—. Me abrieron un expediente por mala conducta por lo que pasó en la cafetería, pero claro...

Abrió sus ojos marrones, soltando una risa, y se encogió de hombros.

—Tu padre siendo el decano nunca permitiría que dijesen algo de ti. ¡Mi padre ni siquiera me habla desde que me robaste la oportunidad de representar a la universidad en Mánchester 

—¿Y eso te jode? —Lo amenazó, queriendo ir hacia él, pero Pedro no se lo permitió—. Eso solo será el principio. Pienso arruinarte la vida, ¡vigila cuando bajes las escaleras porque quizá estaré detrás de ti, cabrón!

—¿De qué vídeo estáis hablando? —Interrumpió Bárbara, abriendo ambos brazos para aclamar atención—.

—¡Todos calmados! —Dijo Pedro, soltando a Ava para que todos se tranquilizaran. Primero se callaron, pero el ruido de sus respiraciones opacó ese silencio efímero. Pedro se volvió para hablarle a Andrew—. ¿Eso es verdad?

Le preguntó, viendo como Andrew solo lo miró un instante a los ojos, y luego desvió la mirada.

—¿Acabas de admitir un delito delante de nosotros?

—¿Crees que voy a ir a la policía? Y una mierda, se lo voy a decir a Dhelia.

—¿Qué? —Casi gritó Pedro, girándose hacia ella—. No. No, podemos solucionarlo de otra forma.

—¿De qué vídeo están hablando? —Al final le preguntó a su hijo, negando con la cabeza—.

—Pues un vídeo donde Vianne sale follando con un profesor. Que, por cierto, es mi vecino y no tiene cortinas.

—No me llames así. —Contestó al momento—.

—No vuelvas a llamarla así. —Habló a la vez Pedro, girándose para ir hacia él. Andrew pareció retroceder—. No vuelvas a decir su nombre.

—Eh, ¡vale, suficiente! —Intervino Bárbara, poniéndose en medio para apartarlos de un tirón. Levantó la cabeza para hablarle a Pedro —. ¿Tú lo sabías? ¿Sabías lo del vídeo y no me lo dijiste?

Pedro le quitó la mirada, con las manos en la cadera, sin poder rehuir más del asunto.

—Sí. —Respondió al final. Carraspeó para aclararse la voz—. Sí, lo sabía y no dije nada a nadie.

—"A nadie". —Murmuró Ava—.

—¡Bien, ya vale! —Gritó Bárbara—. Suficiente.

Todos mantuvieron silencio en el despacho, con el claro de la tarde entrando por la ventana como un rayo áureo, y Bárbara se giró hacia su hijo.

—Tú. Muy bien. Me has demostrado qué clase de persona eres.

—Mamá-.

—¿Y sabes qué? —Lo interrumpió, pellizcando la manga de su jersey para echarlo fuera del despacho—. Estoy cansada de ti. Hoy mismo te vas con tu padre a California.

—¿Qué? —Gritó, zafándose de su agarre para mirarla a la cara—. ¿Crees que yo tengo la culpa? Esta hija de puta ha basado su trimestre en joderme cada oportunidad.

—Tampoco ha sido tan difícil. —Le respondió Ava, aún detrás de Pedro—.

—¡Y encima, ha aprovechado el viaje a Mánchester que pagaba la universidad, para follarse a un profesor! ¡Joder! ¡Aquí el malo no soy yo!

—Puedes terminar en la cárcel por lo que has hecho. —Le recordó Pedro, sin pretender sonar suave—.

Andrew sonrió, girándose hacia ellos.

—¿Qué? —Rio—. Yo no hice nada.

Al escucharlo reír, Ava dio un paso adelante para cruzarle la cara con la mano abierta, saboreando el ruido del golpe. Porque si el vídeo no hubiese sido eliminado, todos los profesores; compañeros, familiares, y astrónomos, la hubiesen reconocido únicamente como "la chica del vídeo porno".

—¿¡Y quién coño lo hizo!? —Le gritó cerca de la cara, con sus ojos miel muy abiertos. Y esa vez, Pedro no la paró—. ¿¡Quién grabó el vídeo!?

—¡Eh! —La llamó Bárbara, para apartarla—. Eh, cálmate. Si no hablamos no vamos a solucionar nada, cálmate de una vez.

Pero Andrew ignoró a su madre y empujó a Ava, arrancándole un jadeo involuntario.

—El tío que se hospedaba en la habitación de enfrente. —Le respondió—. Es fan tuyo.

Ava abrió mucho los ojos, sin haber escuchado realmente lo que había dicho, y su cuerpo de la única manera que reaccionó a la violencia fue respondiendo a ella: retrocediendo un pie para darle un puñetazo a la altura de la mandíbula, haciéndose daño en la mano.

—¡Eh! —Bárbara intentó poner paz, tirando de Andrew para que se apartara de ella—. ¡Eh, cálmate!

—¡Joder! —Se quejó, cubriéndose la nariz y la mandíbula por si le había hecho sangre, pero su cara estaba limpia—

—Vuelve a tocarla. —Fue lo único que le dijo Pedro, dando un paso para colarse delante de ella. Agachó la mirada para hablarle, y mientras, Ava meció la mano en el aire porque sentía los huesos de la mano resentidos—.

Andrew no lo miró a los ojos, y acariciándose la nariz cedió a guardar un poco de silencio, murmurando algo entre dientes. Bárbara se llevó las manos a la cabeza, apartándose los mechones hacia atrás con perlas de sudor en la frente. Presa del nerviosismo.

—Joder, Andrew. —Dijo al final, vencida—. Yo solo quería que os llevarais bien.

Él resopló.

—Pues siento mucho no aceptar al tío con el que engañabas a papá.

Ava ahogó una risa irónica, subiéndose las manos a la cabeza, y se cubrió los ojos mientras sonreía para no ponerse a llorar. 

¿El chico que quiso conocerla mientras esperaban el ascensor? Seguramente había descargado sus vídeos de la darkweb. A Andrew no le habría costado mucho convencerlo.

—No me importa-.

—Ya está bien. —Le dijo Bárbara—. Ya está bien, Andrew. Solo he querido que fueses feliz después del divorcio, pero he visto que no soy suficiente para ti.

—Mamá. —Suavizó radicalmente el tono de voz, apartándose la mano de la mejilla para ir hacia ella—. Sabes que eso no-.

—Y para tí tampoco. —Se dirigió ahora a Pedro sin sutileza. Él frunció el ceño, extrañado—. No soy nadie para tí. 

Se esforzó para que su voz no temblase.

—Solo soy un complemento. No tienes confianza conmigo para contarme una cosa tan... Importante, como lo de ese vídeo. Ni siquiera te importo lo suficiente para quedarte en Navidad conmigo.

—Bárbara no digas eso...

—Soy un fracaso como madre. Y un fracaso como mujer.

—Estábamos hablando del vídeo. —Reclamó Ava—.

—¡Podrías hablar del vídeo conmigo mucho antes! —Le gritó Bárbara, apartando a Pedro para dirigirse a ella directamente—.

—Pero... 

—¡Ya lo tengo arreglado! —Declaró ella. Luego miró a su hijo—. Tú te vas con tu padre.

—Mam-.

—Ya no soy mamá. —Le recriminó enfadada, cogiéndolo de los hombros para llevárselo fuera del despacho—. Ahora puedes llamar mamá a la novia de tu padre.

—¡Pero...! ¿Y mis cosas? ¿Qué voy a hacer con la universidad? ¡Mamá, joder!

Lo dejó hablando solo cuando le cerró la puerta frente a la cara, y se giró hacia Ava, que estaba al lado de Pedro expectante. Ambos callados.

—Y tú. —Ahora se dirigió a Ava—. Tú... No puedo expulsarte.

Se secó los ojos, mientras Ava arqueaba una ceja, pensando en la demanda que procesaría contra la universidad si llegaban a hacerlo.

—Pero puedo arreglarlo. Dime qué profesor era. —Le pidió con demanda, cruzándose de brazos. Pero ante su silencio volvió a repetirle la pregunta—. Dime. ¿Qué profesor, ignoró las normas docentes, y se acostó con una alumna?

AAva se quedó retenida en su silencio. Tragó saliva antes de retirarle la mirada. Pedro carraspeó.

—¿Por qué no lo hablamos tú y yo ahora? —Puso una mano en la espalda de Ava para guiarla fuera—.

—¡No! —Se puso entre ellos y la puerta—. No. Ahora.

—Rectora, no...

—Si fuiste tan atrevida para acostarte con un profesor de tu universidad —La interrumpió—, también eres lo suficientemente madura para admitirlo.

Apretó los dientes, presionándola para que contestara. Pero Pedro ahogó una carcajada, y alargó un brazo para abrir la puerta del despacho.

—¿Crees que él no la persuadió a aceptar? —Deslizó las palabras entre su sonrisa, abriendo la puerta con una mano en la espalda de Ava para invitarla a salir—.

Pero ella intentó girarse igualmente mientras la echaba, elegantemente, del despacho. Y le miró para contestarle.

—Persuadir no es lo mismo que atraer. —Lo corrigió, apretando los labios—.

—Cállate. —La retó en un susurro, poniéndose serio mientras daba un paso fuera del despacho—. Y no le digas nada a tu tía. Yo me encargo de esto.

Ava hubiese discutido, pero cuando susurró una respuesta Pedro ya había vuelto al despacho, cerrándole la puerta frente a sus ojos.

Lo único que le quedó fue continuar con su día hasta que la rectora hiciera algo con ella. O con Andrew. O con... Jonathan.

Pero dudaba que Pedro admitiese qué profesor fue. Para no avergonzarla a ella, y para mantener ese hilo de amistad que aún los unía como la luz a las estrellas. 

Al recordar fugazmente el premio que había ganado el equipo de Eddie no tardó en bajar las escaleras. Sus zapatos Oxford chocaron contra el suelo, corriendo por los pasillos vacíos, la luz del sol reflejada en el suelo pulido, y el ruido sordo que provocaba la arquitectura barroca de la universidad. 

Todos estaban sentados con las batas blancas, y Eddie y su equipo estaban haciendo la demostración del experimento.

Todos prestaban atención a la explicación de Eddie, hasta que levantó la vista para mirar a la clase, y encontró a Ava sonriéndole desde el final. Eso pareció levantarle el ánimo, o sorprenderle, porque sus ojos azules se suavizaron.

Cuando terminaron la demostración pudieron volver a sus sitios, pero Ava empezó a aplaudirle. Eso los paró delante de la clase, y varias personas también se sumaron al pequeño aplauso. Provocándoles una sonrisa antes de salir de clase.

—Pensé que no te importaba. —La empujó suavemente—.

Ava soltó una risa, volviendo a su lado mientras caminaban por el pasillo lleno de gente.

—¿Nos vemos mañana en el tren?

—Cuando terminen las clases me pasaré por la biblioteca un rato. —La avisó, parando delante de las escaleras, ya que él subía a otro piso—. Así que sí, hasta mañana en la estación.

—Vale.

Tras la muerte de su madre, Eddie pasaría las Navidades con la familia de Ava. Ella había insistido.

—Por nada en el mundo me perdería a tu padre de traje en Navidad.

A Ava se le dibujó una sonrisa lentamente, sus labios se estiraron casi sin darse cuenta, y se quedó parada mientras los demás estudiantes pasaban a su alrededor. Le resultó tan extraño ese nombre: padre. Tu padre.

—Disculpa.

Una chica la empujó con el hombro, ya que se había quedado quieta, y la despertó de ese pequeño lapsus. Volvió al flujo de estudiantes para llegar al aula de filosofía.

Cuando entró había bastante gente tomando asiento, y hablando entre ellos, pero el profesor West ya había llegado.

—Buenas noches, clase. 

Entonces los murmullos de los estudiantes cesaron, y ocuparon sus sitios. Ava lo miró desde tercera fila, entreabriendo los labios involuntariamente cuando lo miró, sin poder quitarle la mirada. Y supo que los demás, más o menos, hicieron lo mismo.

—Vaya. —Tuvo que decir uno de primera fila, arqueando una ceja mientras movía el bolígrafo nerviosamente—. Qué cambio, profesor.

Jonathan lo miró. Incluso él mismo esperó ese comentario.

—No, no te creas. —Respondió amablemente, pasándose una mano por sus mejillas afeitadas—. En una semana volverá a estar igual que antes.

Casi sin darse cuenta, Ava continuaba con la mandíbula floja, y sus labios pálidos levemente entreabiertos. Porque sí que cambiaba su aspecto sin su barba, engañaba a la vista como si tuviera diez años menos. 

Ahora solo tenía canas en su pelo gris, y unas arrugas de expresión en los ojos al sonreír, pero la línea de su mandíbula era firme y marcada. Armonizaba con la figura de su nariz griega.

—¿Empezamos? —Dio una palmada, frotándose las manos para borrar la tiza de la clase anterior—.

—Parece una persona diferente. —Continuó el mismo chico con una sonrisa, queriendo perder unos minutos de clase—.

A Jonathan se le escapó una sonrisa, y se guardó una mano en el bolsillo. Ahora sí se apreciaban las líneas de expresión en la comisura de sus labios. 

—Tampoco exageremos.

Ava se dio cuenta de que no la había mirado desde que había entrado. Y lo entendió, cuando el profesor paseó la mirada por toda la clase, y sus ojos marrones se quedaron en ella casi por accidente. Compartiendo una mirada a través de la clase.

Los labios de Ava estaban rectos, pero sus ojos miel curiosos. Y ladeó gentilmente la cabeza.

—Pero lo parece. —Terminó ese chico rubio, sonriendo mientras jugaba con un bolígrafo en primera fila—.

Entonces Jonathan pestañeó, y volvió a mirarlo, empujándose las gafas con el anular y el corazón.

—Gracias. Quiero suponer.

—¿Cuántos años tiene, si puedo preguntarlo? —Inquirió la chica de pelo muy rizado, con una sonrisa tímida apretada entre sus mejillas—.

Jonathan soltó una risa ahogada al escucharla, inmiscuyéndose la de la pregunta.

—Los suficientes para ser tu profesor.

Ava frunció mucho el ceño sin pretenderlo, girando la cabeza para encontrar a Amanda en la fila opuesta. Y ella estaba intentando reprimir una sonrisa junto con Noah, sentada a su lado. ¿A qué estaban jugando?

—Empezamos. —Terminó esa conversación, dándose la vuelta para sacar el libro—.

Empezaron la clase hablando de Thomas Hobbes, continuando el itinerario del trimestre hacia la filosofía política. Solo teoría explícita, y algunos reencuentros con la Grecia clásica al hablar del padre de ese pensamiento: Sócrates.

Ava apuntaba palabras clave en su libreta, para bocetar el resumen que completaría hacia el final de la clase. Lo único que hacía mientras la hora pasaba era escucharlo, arrastrando el bolígrafo sobre el papel para no perder el hilo, mientras sus ojos seguían perezosamente puestos en la espalda del profesor, mientras él escribía en la pizarra. 

El jersey que llevaba le fue demasiado con la calefacción del aula. Por eso se subió la manga de un brazo, exhibiendo su reloj roto en la muñeca, y las venas de su antebrazo mientras escribía con la tiza. Unos rizos suaves, grises y canosos, descansaban a la altura de su nuca al pasarse la mano.

A Ava se le escapó un suspiro silencioso al volver a verlo recién afeitado cuando se dio la vuelta. Se sostuvo la cabeza con una mano, escuchándolo.

—Bien. —Se frotó las manos para difuminar la tiza, y se apoyó en el escritorio—. Como esta es nuestra última clase antes de vacaciones...

Y quizá nuestra última clase, en general—pensó Ava.

—...cuando volváis habrá un examen oral para asegurarme de que seguís superando el ritmo del temario. —Se cruzó de brazos, haciendo que la tela de su jersey se arrugara sobre su pecho—. Sois la clase más avanzada que tengo.

El reloj a su espalda, sobre las dos pizarras, marcó las ocho en punto. Bastantes alumnos empezaron a recoger, impacientes por terminar el horario, y empezar su rutina de estudio.

 Fueron yéndose, pero ella se quedó, inmune a esa ola que no amenazaba con arrastrarla. Y se quedó sola, sentada en la tercera fila con las manos juntas sobre la mesa.

El silencio en esa clase, fue muy ruidoso.

—¿Otra vez eres la última en salir? —Su voz grave llenó el aula—.

Ava se encogió de hombros, con presunción de inocencia.

—Es que soy muy lenta recogiendo. —Admitió con voz cansada, esa vez poniéndose en pie—.

Cogió su bandolera de tela del suelo, poniéndosela cómoda para que le cruzara el pecho. Jonathan fue el que desvió su atención, mirando hacia la puerta abierta en silencio, y Ava pudo apreciar su perfil. Reseguir la línea afilada de su mandíbula, y la curva de su nariz, donde descansaban las gafas.

Cuando volvió su vista a ella, ya la tenía delante: bajando el último peldaño con su atención puesta en él. Olía a masa de galletas y café tostado, incluso reservaba una mancha de harina en su cardigan. Luego devolvió la atención a sus ojos en un pestañeo, encontrándola estudiando su cara. 

Ava ladeó la cabeza mientras lo miraba, repasando sus mejillas, su expresión cansada enmarcada por la edad, los rizos suaves que le besaban la frente. Sus ojos miel lo miraron curiosos.

—Estás raro. —Declaró al final—.

—A Iris le gusta. —Respondió. Las comisuras de sus labios se curvaron en una sonrisa sutil, provocando sus marcas de expresión—.

Ava asintió lentamente con la cabeza. Se había fijado en que siempre sonreía cuando hablaba de su hija.

—¿Querías decirme algo? —Le preguntó. Pues le resultó extraño que él se quedara después de clase, para interaccionar con ella más allá de dos miradas con las que intentaban satisfacerse—.

—Mañana es un día especial. Quería desearte feliz Navidad.

Ella encaró una ceja sutilmente, sin pretenderlo.

—Gracias. —Correspondió—. 

Un judío y una atea deseándose feliz Navidad en una clase vacía. Resultó muy coherente. 

Quizá por eso, se retuvieron en un pequeño silencio, solo mirándose como si fueran una pieza en una galería de arte. Un mechón castaño se escapó del recogido de Ava, avisándola que la pinza negra no soportaría mucho más su pelo.

—¿Por qué te dejaste la barba tanto tiempo? —Le preguntó. Sin saber de qué más hablar para no irse—.

—Es un simbolismo.

—¿Religioso?

—Sí. —Asintió—. Es como una metáfora. Al ser el pelo que crece entre la cabeza y el resto del cuerpo simboliza un puente que une el corazón y la mente.

Movió una mano para expresarse, y luego volvió a retirarla a su bolsillo. Ava tragó saliva mientras lo miraba.

—¿Y por qué lo has hecho? 

Jonathan solo tomó una respiración profunda, subiendo una mano para rascarse el cuello.

—Bueno. Quizá ya no quiero que mis acciones sigan mis pensamientos.

—A mi me gustaba. —Habló con voz tranquila, sin pretender alterar la soledad del aula—. Y la barba también.

Pestañeó mientras lo miraba a los ojos, viendo como él no se había movido un paso desde que habían empezado a hablar. Seguían estando delante del otro, cerca del escritorio del profesor.

—A mi también me gustaba. —Declaró Jonathan en el mismo tono—.

Bajó la mirada por ella sin pretender ser agresivo, percatándose de las leves arrugas en su camiseta al ser una tela ceñida. Resultaría imposible para cualquiera no percatarse de que no llevaba sujetador, y que su cuello desprendía un olor dulzón a vainilla. Bajó sus ojos hasta la costura del pantalón de vestir, intentando definir una cintura que ella no poseía demasiado.

Ava pudo apreciar ese movimiento en sus pómulos cuando tensó la mandíbula. Y ella también empezó a mirarlo, con la respiración más pesada. Sus ojos descansaron en su pecho, cubierto por su jersey negro, y una manga estaba arrugada, subida hasta casi su codo. Exhibía el reloj roto, y una mancha sutil de tiza en la lana negra.

Parecía tan mayor... Comparado con ella.

—Me... —Dio un paso, acercando la mano a su mejilla recién afeitada—. Me gusta.

Reservó la otra mano en el bolsillo, y acarició la piel suave de su rostro, mirándole los labios en un silencio elegante. Sus dedos fríos le erizaron la piel a Jonathan.

—Me gusta. —Salió de su boca como un susurro, meciendo su pulgar en una caricia lenta antes de subir la mirada hasta sus ojos marrones tras las gafas. Le susurró con la respiración pesada y el corazón en la boca:—. Me gustas.

Subió la otra mano para tocarle el cuello, atrapándolo bajo su tacto frío para ladear la cabeza contra la suya. Amenazando con besarlo, pero él la rechazó gentilmente, retrocediendo mientras ponía una mano en su hombro.

—No.

El pecho de Ava subió y bajó por su respiración pesada.

—¿No?

—No podemos. —Le susurró de nuevo, negando lentamente con la cabeza—. Eso no.

Ava lo miró a los ojos, primero uno y luego pasó al otro, con nerviosismo. Quizá pasó demasiado tiempo, porque Jonathan se acercó a ella y la cogió de la mandíbula con cariño, haciendo que lo mirase otra vez.

Se agachó para darle un beso en la mejilla. Nada explícitamente sexual, que la derritió desde dentro.

Ava mantuvo los ojos abiertos, recibiendo una fragancia femenina de su ropa. Olía levemente a almendras y una colonia dulce, olía a su hija.

Dejó caer la cabeza hacia el lado, ofreciéndole la mejilla, la mandíbula, el cuello, cualquier resquicio de ella que quisiera besar. Pero a cambio solo se apartó.

Levantó la cabeza para volver a encontrar su mirada, con los labios entreabiertos al estar ansiosa por un poco más. Ahora estaban tan cerca que sintió su respiración sobre los labios.

Jonathan ladeó la cabeza, apartándose ligeramente, y cogió aire para acariciarle la cara, bajando las yemas hacia su mandíbula. Ella lo miró a los ojos, encantada, pero no pudo respirar cuando dejó de tocarla para decirle adiós sin palabras, y la abandonó en el aula. Dejándola mirando su espalda cuando salió por la puerta entreabierta. Con ganas de más. Quizá solo un poquito más.

Le arrancó un suspiro su ausencia. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro