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39

Ava se mordía el interior del pómulo, impaciente.

—Entonces, ¿estás enfadada?

Dhelia estaba lavando los biberones, de espaldas a ella.

—No. Algo tenías que sacar de tu madre, ¿verdad?

Ava hizo una mueca. Estaba sentada en la isla de la cocina, y las plantas que había colgadas se inclinaban hacia los rayos de sol que entraban por la ventana.

Era el día del juicio para Ava.

—Pero yo no quería grabar esos vídeos.

—Pero acostarte con tu profesor es algo muy ético, ¿no crees Ava?

Ava no la miró. No levantó la vista del suelo, y se abrazó a sí misma sutilmente. Estaba vestida, pero otra vez se sentía desnuda frente a cualquier persona que la mirase.

—Lo siento. 

—No creo que lo sientas.

La cogió de la mandíbula, levantándole la cabeza para que la mirase a los ojos. Ava no se negó, destilando vergüenza mientras la miraba desde abajo, con miedo.

—No me gusta lo que has hecho.

Ava negó con la cabeza, mientras los dedos de Dhelia le apretaban ambos lados de la mandíbula. Su aviso le heló el cuerpo, tensándola.

—Pero me gusta aún menos lo que han hecho contigo. —Su labio superior se crispó, soltándola con un movimiento brusco. Farfulló algo entre dientes—. Esos hijos de puta.

A Ava le dolió el corazón al pensar que Jonathan también estaría soportando eso, pero con la junta directiva, con todas esas miradas de desprecio por parte de los demás docentes. Aprovechado, manipulador, egoísta. Podía escucharlos.

Él perdería el trabajo, la pasión que evocaba en sus clases desaparecería, la relación que tenía con Pedro se había convertido en rencor... ¿Y su hija? ¿Podría tener problemas con la custodia al perder el trabajo y existiendo ese vídeo?

—¿Estás llorando? —Dhelia le recriminó con desprecio—.

—Estoy asustada. —Susurró ella, haciendo un puchero con la mirada perdida, y sus ojos miel hormiguearon por las lágrimas—.

—¿Asustada de qué? —Le dijo sin ganas, tomándola del pecho con una mano, y la puso en pie—.

—No lo sé. —Balbuceó—. Siento que no puedo respirar. Como si estuviese debajo del agua todo el rato. No puedo-.

Se sorbió la nariz, relamiéndose las lágrimas que desembocaban en sus labios.

—No quiero ir al juicio. —Lloró, ahora quedándose en los ojos verdes de Dhelia. Negó con la cabeza varias veces—. Por favor, no me hagas ir. No quiero verlo otra vez. No. Por favor, por favor.

Volvió a negar con la cabeza, suplicándole con la voz rota, y sintió la mano de Dhelia tocándole la sien, colando los dedos bajo el pelo.

—Tienes que hacerlo. —Le ordenó con voz firme. Tiró suavemente de ella, y Ava agachó la cabeza, apoyando la frente contra la suya—. Yo estaré allí. ¿Qué coño piensas que puede pasar estando yo? Deja. De. Llorar.

Enfatizó las palabras con desdén. El que no confiara en ella, que se sintiese desprotegida y abandonada cuando Dhelia había renunciado a muchas cosas, incluyendo su codiciada libertad, por Ava. Había iniciado un punto de no retorno por ella. Era la única flor de su jardín marchito y maltratado por el intenso invierno, y prevalecía impune ante sus intentos de hacerla brotar.

Ava sollozó, pero se sorbió la nariz, obligándose a parar. O al menos intentándolo. Notaba el corazón a mil por hora, golpeándole el pecho, y unas ganas de vomitar nefastas. Una acidez subió por su garganta.

—Tengo miedo. —Hipó un par de veces, con los ojos cerrados. Y una lágrima caliente resbaló de sus pestañas, bajando por su mejilla—.

—No tienes miedo. —Dhelia la cogió de la nuca con firmeza—. Las James no tenemos miedo.

—Lo siento.

—Yo he criado a una mujer. —Se apartó—. No una perra débil. Nunca te he dado este ejemplo de cobardía ante las dificultades. Y menos ante un hombre.

—Tienes razón. —Se compadeció Ava, cubriéndose los ojos para secarse la tristeza—. Tienes razón, perdón.

Asintió con la cabeza, sorbiéndose la nariz para serenarse. Estaba demasiado despierta, sentía demasiado las cosas. Necesitaba sus pastillas. 

—Te he recogido el traje de la tintorería. —Entró Pedro, dejando una bolsa larga de plástico sobre la mesa—.

Las vio presuntamente calladas, llevándolo a entrecerrar los ojos con desconfianza. Ava seguía de espaldas, delante de él, secándose los ojos.

—¿Qué pasa?

—No pasa nada. ¿Tú no deberías estar paseando a tu barbie o algo así? 

Pedro ladeó la cabeza, tensando la mandíbula.

—Vamos, Ava. Eddie llegará pronto, y Lydia dormirá hasta la hora de comer.

¿Cuánto tiempo más podría fingir que no había pasado nada? Cada palabra amable que le dedicaba le sabía a hierro, al pretender que todo estaba bien.

—Lo siento. —Repitió ella, escondida bajo sus manos, y unos hilos de saliva mantuvieron sus labios unidos—.

—Tómate las pastillas. —Le ordenó Dhelia colgándose el bolso de un hombro, pasando por su lado—. Puedes tomarte otro antidepresivo después de comer.

Ava asintió con la cabeza, sollozando bajo sus manos.

—Vale. —Musitó, con la lengua pastosa y los ojos cansados de llorar—.

Pedro cogió a Dhelia del brazo cuando pasó por su lado, parándola. Ella miró con desdén la mano que la detuvo, y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

Él señaló a Ava con la cabeza. Pero se zafó de su agarre con un movimiento brusco. Dhelia giró la cabeza, mirándola aunque ella estaba de espaldas, y su sweater formaba un pequeño escote ovalado en la nuca. Llevaba un colgante plateado alrededor del cuello.

Pedro se fue de la cocina. Dejándolas. Su ausencia, llevó a Dhelia a acercarse. La miró, fijándose en sus hombros tensos, encorvada para encogerse en sí misma. 

Lo único que hizo fue acercarse, con el ruido tranquilo de sus tacones, y Ava no se movió. Seguía cubriéndose la cara, y Dhelia tomó sus muñecas para apartarlas. La miró llorar.

Ava le recordaba tanto a Rhys, que a veces le dolía.

Sacó un pañuelo de su bolso Chanel y le limpió la cara, sosteniéndole el cuello.

Ava hipó un par de veces, mirándola con tristeza mientras le secaba las lágrimas y ese hilo húmedo que surgió de su nariz. Intentó no llorar más.

Después de eso, Dhelia la miró a los ojos. Y se fue.

Diez minutos más tarde, llegó Eddie, y Ava ya tenía al bebé en brazos porque no paraba de llorar.

—¿Necesitas ayuda?

—Sí, gracias. —Respondió, cediéndole a Lydia que lloraba con los puños apretados—.

—¿Qué pasa mi vida? —Eddie hizo un puchero, acunándola en sus brazos—.

Siguió a Ava a la cocina, y se sentó en la isla de madera oscura mientras ella preparaba un biberón. Él no acudiría al juicio, así que pensó en hacerle compañía antes.

—Oye. —La llamó mientras acomodaba a Lydia en su regazo—. ¿Por qué te la han dejado?

—¿Sinceramente? Tengo demasiado miedo a preguntar.

—Al-.

—¿Puedo preguntar yo primero? —Lo interrumpió—. ¿Qué haces con Blake?


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Cuando volvieron a casa, el tiempo se había agravado. Una llovizna fría empezó a caer en todo Liverpool, y la temperatura bajó con facilidad. Abrieron la puerta de la entrada, y los dos que estaban en el sofá los miraron mientras dejaban sus abrigos en el perchero.

—Hola. —Dijo Ava, con el mando a distancia en una mano. Eddie estaba a su lado viendo una película, y ella fingía prestar atención mientras repasaba sus eternos apuntes de doble cara—.

La calefacción invadía la casa, la sala de estar agradablemente cálida mientras el bebé dormía en su mecedora repleta de cojines de algodón blanco.

—Hola. —Le dijo Pedro en un suspiro pesado, dejando las llaves en el mueble de la entrada—.

—¿Lo habéis pasado bien? —Dijo Eddie, rompiendo el envoltorio de una chocolatina—. Han pasado dos horas siendo canguros, ¿cuándo nos pagas?

Sin despertarla, Dhelia cogió a su bebé con cuidado y la dejó sobre su pecho. La niña se acomodó encogida en sí misma, y le sostuvo la cabeza para llevársela arriba. Ava miró cómo abrazaba a Lydia con esa necesidad delicada, y sintió una nostalgia dolorosa, de ese momento que ellas nunca compartieron.

—Hola. —Apareció Bárbara en el pasillo, saliendo de la cocina. Y le sonrió a Pedro al encontrarlo en el salón—.

Él le sonrió apenas para saludarla, y se quitó los guantes, pasándose una mano por el pelo.

—He preguntado a Ava si volverías pronto y me he quedado a esperarte.

—Vale. —Le tocó el brazo para apartarla sutilmente—.

—Eh, ¿estás bien? 

Él pasó por su lado, y dejó de tocarle el brazo. Rodeó el sofá blanco, dirigiéndose a la cocina, y Ava se levantó para seguirlo. Aún vestida con el pijama.

—Pedro. —Lo llamó, mientras él abría la nevera—.

Se giró con una lata de cerveza fría. Llevaba la corbata floja.

—¿Tú estás...? —Empezó, mirándole las manos para no mirarle a la cara—. ¿Estás...? ¿Tú estás enfadado conmigo?

Se arrancó la piel alrededor de las uñas mientras intentaba hilar palabras, abriéndose las heridas. 

—No. No lo estoy.

—Suenas enfadado...

—No, Ava. Ahora estoy cansado, y solo son las putas diez de la mañana. Quiero un bagel, y un café, y pretender que me acabo de despertar.

—Lo siento. —Suspiró—. Si quieres replantearte los papeles de la adopción, lo entenderé.

Escupió lo que llevaba pensando tantas horas. Dándole vueltas, solo vueltas y más vueltas hasta caer rendida y mareada.

—¿Te estás escuchando? —La contradijo Pedro—. ¿Pero qué me estás diciendo?

—Que lo siento...

—No necesito que te disculpes.

—Pero lo siento... —Se encogió de hombros—. No sé cómo demostrártelo. Aunque no sabía quién era, él era mi profesor, y me dio igual. Me equivoqué, me equivoqué tanto joder... Solo quise pasármelo bien, pero soy un desastre. Y ahora me odias.

Lloró nerviosa, colmada de emociones, sobreestimulada. Un hilo de saliva mantuvo sus labios juntos mientras hablaba, y él miró con decadencia como se desmoronaba.

—Te he decepcionado, Pedro, y tú sigues hablándome pretendiendo que no ha pasado nada. Pero he actuado mal, he dejado que un hombre me comprase un vestido y se la he chupado para darle las gracias en una habitación que él mismo pagaba. Soy una puta, dímelo. Dímelo. Sé que lo piensas, joder, ¡dime que me odias! ¡Pégame! ¡Haz algo!

Dejó las manos en su pecho para empujarlo, sin moverlo, lo zarandeó con un nerviosismo tartamudo, y él solo la miró desde su altura. Dejando que sus lágrimas besaran sus mejillas.

—Ava. —La llamó, tranquilo, y puso las manos en sus hombros para contenerla. La miró a los ojos—. Soy tu padre. Puedo enfadarme contigo, pero no te odio. No podría odiar un pedacito de mi.

Ava se sorbió la nariz, mirándolo tenuemente a los ojos por la capa de lágrimas que los cubría, y se encogió de hombros en un sollozo ansioso.

—Pues dilo. —Le suplicó—. Dilo, dime que aún me quieres, dímelo, por favor. Por favor...

Lo repitió, cada vez respirando más rápido, y Pedro le tocó la cabeza, empujándola hacia él, cansado.

—Te quiero, Ava.

—No quiero ir al juicio. —Hipó un par de veces cuando lo abrazó bajo su abrigo, atragantándose—. No puedo. No quiero. No quiero verlo, no quiero que me mire otra vez. Por favor, no. No me obligues a ir-.

Su voz falló, atragantándose con las palabras por su lengua pastosa, y tosió violentamente en busca de aire. Como una niña llorando sin consuelo. Pero él se mantuvo tranquilo, y guió su ansiedad con delicadeza, a pesar de su vasto aspecto.

—Lo sé. —Susurró—. Él ya no puede hacerte daño. Nunca más lo hará.

Le aseguró con voz suave, apoyando la cabeza sobre la suya, frotándole la espalda. Intentando protegerla con todo lo que tenía. Ella sollozó y salivó en su agonía, intentando navegar por el mar tormentoso de su mente. Porque cada estímulo, cada sensación y cada palabra evocaba en sus recuerdos. Recordaba su sonrisa sádica mirándola de cerca cuando lloraba, sus chantajes cuando les pedía agua o algo de comida, recordaba cómo se corrían en sus lágrimas, incluso el roce áspero del colchón bajo su piel desnuda.

¿Por qué no bastaban las heridas de su cuerpo y su confesión? ¿Qué necesidad encontraba el juez en torturar a la víctima para condenar al agresor?

—Lo hará. —Balbuceó ella, asustada, y una carga inverosímil sobre los hombros mientras lo abrazaba con desespero—. Lo hace todo los días en su mente, yo también estoy en sus recuerdos.

—Los muertos no pueden pensar.


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La noche cayó en el firmamento. Hacía rato habían vuelto del juzgado, y apenas habían hablado.

Ava encendió la radio de la cocina para no escuchar ese silencio, y volvió a acercarse a la isla para cortar el apio, la cebolla y las zanahorias. Dhelia puso el agua a hervir, preparando ambas la cena por una actividad que les había propuesto la terapeuta. 

Mientras cortaban la verdura, se dio cuenta que el silencio era la sensación más cómoda que sentía con ella.

Los silencios, eran los momentos más bonitos que atesoraba de Dhelia. La vio de reojo mientras picaba la cebolla con la manicura de un rojo oscuro, preguntándose a dónde habrían ido. Pero no se preocupó, ni supo, cómo preguntarle.

Solo carraspeó, y volvió a centrarse en su propio cuchillo.

—¿Ava? —La llamaron, cerrando la puerta de la entrada—.

Las dos levantaron la cabeza al mismo momento, mirando el pasillo al escuchar esos pasos decididos. Y entró Lauren en la cocina.

—Hola, mamá. —Respondió, girándose para limpiar las patatas bajo el grifo—. No sabía que ya estabas aquí.

—¿Hola? —Repitió ella—. ¿Solo "hola"?

—¿Qué pasa?

—Eso quiero preguntarte yo.

Ava arrugó aún más el ceño, mirando a su madre delante de ella.

—¿Porno? —Susurró Lauren, cubriéndose la boca con una mano. Como si esa palabra le hubiese quemado la lengua—. ¿Tú? ¿Mi niña? ¿Por qué?

Ella se rio, dejando de mirarla.

—¿Eso me lo preguntas tú? —Abrió una puerta de la nevera, sacando la carne—.

—¿Por qué, conejita? —Su voz falló—. ¿Por qué mi amor? Tú no deberías entrar nunca en este mundo.

Lágrimas hormiguearon en sus ojos verdes. Negó con la cabeza mientras la miraba, preguntándose porqué el único propósito que había integrado en su hija se había roto.

—¿Por qué? —Lloró Lauren con desespero, cogiéndola de los hombros para que la escuchara—. ¿Por qué? Tú eres mejor que todo esto, no puedes-.

La miró con pena, mientras lágrimas mojaban sus mejillas pálidas.

—No puedes hacer esto. —Sollozó con dolor, como si al descubrir ese vídeo tuviese un alfiler clavado en el corazón, causándole un gran dolor que la acompañaría siempre—. No puedes ser como yo, y-yo... No soy buena para nada más. Pero tú sí. Tú tienes otro futuro. ¿Por qué, Ava? ¿¡Por qué te has arruinado la vida!?

—¡Eh! —Le gritó Dhelia con una voz firme, asustándola—. A mi sobrina solo le grito yo.

Ava se zafó de ella, quitándose sus manos de los hombros.

—¿Que me he arruinado la vida? —Le repitió ella, casi con odio—. ¿Yo?

Se señaló a sí misma, con rabia.

—No tienes que ser como yo. —Lauren se sorbió la nariz, con la cara húmeda. Se tocó el corazón con una mano, dolida—. Por favor. Es lo único que quiero para tí... Que no te parezcas a mí en nada.

—¿Vas a soltarme un discurso ahora? Vete a la mierda, mamá.

Esas palabras la cortaron como cuchillas afiladas, dejándola sangrando. 

—Te amo, cariño. —Conjuró con una voz suave, casi melancólica—. Daría cualquier cosa por tí. Si quieres decir que la mujer del vídeo soy yo, por favor hazlo. Te quiero, mi vida. Y no quiero que cualquiera te encuentre en internet y te vea como-como un cuerpo. Sin nombre, sin cara, sin... Sin ser humana.

—Ya. —Musitó Ava—. Ahora que he hecho el ridículo vienes hasta aquí, ¿verdad?

—Ava-.

—No cuando estuve en el hospital. —La interrumpió ella, con voz potente—. No cuando me gradué con una puta matrícula de honor. No cuando gané la copa del torneo de fútbol. No cuando llegaba mi cumpleaños, ni en Navidad, ni en verano, ¡nunca! ¡Nunca joder! ¡No digas que soy tu hija si nunca has movido un puto dedo por mí!

—¿Y yo qué podía hacer? —Rompió a llorar, delicada—. No pude volver a casa porque papá me echó de la familia. Me habrían matado, Ava. O te habrían matado a tí. 

—¿Mi padre me habría matado? —Dijo ella entre dientes, con ira, apartándole las manos a Lauren cuando intentó abrazarla—. ¿El mismo hombre que te violó? 

Lo que no sabía Ava era, que habían violado tantas veces a Lauren, que ella desconocía lo que era un abuso. ¿Podían 'abusar' de ella si era ella misma quien vendía su cuerpo?

—Lo siento. Lo siento mucho. Siento mucho no ser la madre que necesitabas. 

Ava negó varias veces con la cabeza, y dejó de mirarla.

—Yo no quería grabar los vídeos. ¿De verdad piensas, que con la beca que he conseguido y el futuro que estoy consiguiendo, querría venderme en internet? Sinceramente, no sé qué tipo de persona crees que soy.

Lauren sostuvo el aire en sus pulmones, con los labios entreabiertos. 

—¿Eso era lo que te molestaba? Porque aunque lo hubiese grabado voluntariamente, tú no eres nadie para decirme si puedo hacerlo o no. 

—Ava. —La llamó con ternura, preocupada por su tono—. Ese hombre parece mucho mayor que tú, solo-.

—¡No! 

"Yo solo quiero protegerte"—Hubiese dicho—"Quiero intentarlo. Ojalá pudiese protegerte ahora".

—¡No! —Continuó Ava—. ¡No me digas que no debería haberlo hecho o que estoy confundida! No lo estoy. No lo estoy, joder, sé perfectamente lo que quiero. Y si quiero follarme a un hombre mayor eso no es tu problema. 

Lauren frunció el ceño con melancolía, recordando con dolor en el pecho a esa niña de ojos miel y un peluche de conejito que le pedía que la cogiera en brazos. Le dolía tanto haber perdido a esa niña... ¿Qué podía reclamarle a la mujer en la que se había convertido sin ella?

—No soy tu problema. Soy el problema de Dhelia. Siempre lo he sido.

—No. —Murmuró ella con la voz apagada, y la visión borrosa por esas lágrimas dolorosas, que la quemaban—. No, por Dios, te juro que intenté morirme cuando te separaron de mí. 

Se tocó el pecho, intentando coger aire mientras se ahogaba en su propio llanto.

—Pero-. Pero alguien me encontró, y me llevó al hospital para que trabajase para él. —Sollozó Lauren, y sus lágrimas bajaron como un río tortuoso—.

—No hiciste nada para recuperarme. —Le dijo Ava con un rencor envejecido—. No hiciste nada.

—No pude... —Reclamó clemencia a su hija, pero solo le nacía un llanto desesperado por la madre que ya no era—. 

—¿¡Sabes lo que hizo Dhelia por mí!? ¡Ella quemaría el puto mundo por mí!

—Pero yo no soy ella. —Murmuró—. 

—No, no lo eres. Porque te importa más lo que piensen los demás de mí que conocer quién soy. Yo quise morirme cuando me separaron de ti, viví cada día de mi infancia pensando que debería estar muerta, que mi madre me había abandonado. ¡Deberías haberme abortado, joder! 

Dejó caer el puño contra la isla de la cocina, obteniendo el dolor físico que la mantuvo anclada en el ahora. Pero resbaló el dorso de la mano por el filo del cuchillo, y ahogó un grito cuando se desgarró la carne, salpicando las verduras con motas de sangre. 

Ava gimió algo entre dientes, sosteniéndose la muñeca para verse el corte. 

—¿Estás bien? —Se acercó Lauren—. 

—No. —La paró Dhelia, cogiéndole la muñeca— Tienes una herida en los dedos. 

La apartó, y Ava se acercó al grifo para limpiarse con agua fría. 

—¿Y qué? —Le preguntó, zafándose—. 

—Que puedes infectarte. 

Eso la dejó impactada un momento, porque fue como enterarse otra vez que Ava padecía VIH. ¿Cuántas cosas había olvidado ya de su propia hija?

—Pero cálmate. —La disuadió Ava, mirándola mientras el agua caía sobre la herida de su mano—. Tampoco soy radioactiva. 

—No, lo-lo siento, yo no...

—Haz algo bien y tira las verduras. —La cortó Dhelia, señalando la comida manchada por motas de sangre—. 

—Vale... —Susurró, obedeciendo—. 

Ava se dirigió al baño para vendarse la herida. Y cuando las dejó solas, Lauren se abrazó a sí misma, realmente incómoda por la presencia de su hermana. Se extrañó cuando le habló. 

—¿Cómo se llama el hombre para el que trabajas? 

—¿Por qué? —Lauren se encogió de hombros, como si no le encontrase el sentido a su pregunta—.
—Porque —Dhelia también se encogió de hombros, como si fuera su reflejo ralentizado—. esta noche lo van a encontrar muerto. 

—¿Qué-?

—Me das asco. —La cortó, cogiéndola del pecho con una mano, y la empujó contra la encimera. Arrancándole un jadeo—. Pero a Ava no. 

—M-.

—Y no me importa una mierda a cuánta gente le moleste su muerte. —No la dejó hablar, tomándola con fuerza del pecho. La miró directamente a los ojos—. Ava te necesita. Aún ahora. Toda esa rabia es por ti.

Esa vez Lauren calló, sin interrumpirla. Por miedo o por conciencia. 

—Súbete las putas bragas y pretende ser su madre. 

—Lo soy. —Asintió ella con necesidad—. 

—No. No eres una James. —Le recordó con aspereza, cogiéndola del pecho para tirarla al suelo. Viendo su confusión, su miedo. Y no le importó—. No eres su madre. 

Lauren asintió con la cabeza, sumisa ante sus palabras. Se acarició la mejilla por el golpe al rebotar contra el suelo de madera.

—Yo lo soy. —Gesticuló en voz baja, con demanda—. He sido su madre todos estos putos años, y si no te gusta cómo la trato: te callas. Si no te gusta la comida que le doy: te callas. Si no te gusta cómo Pedro la consiente: te callas. Aquí mando yo.

Ella volvió a asentir, notando su corazón palpitándole con fuerza en el pecho. 

—Estas Navidades Ava te tendrá sentada en la mesa. ¿Lo has entendido?

—Sí, sí Dhelia. 

—Entonces. —Le dijo con impaciencia—. Yo me encargo.

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