35
Jonathan carraspeó, incómodo en ese sofá de dos asientos. Rodeado de los blancos rotos y los verdes elegantes de la consulta. Que, preferiblemente, optaban por una serenidad visual. Inequívocamente efectiva.
—He estado teniendo recuerdos. —Su voz rompió el silencio—. Y pesadillas. Otra vez.
Suspiró lo último, levantando ambas cejas, y también levantó la mirada hacia la doctora Lee. Sentada con las piernas cruzadas, con una verosimilitud que conectaba la serenidad de la sala con su lenguaje corporal.
—¿A raíz de qué?
Preguntas cortas. Concisas. Y silencios largos, densos.
—De... —Dejó la palabra en el aire—. De estar solo otra vez. Supongo.
Dubitativo. Suposiciones. Inseguridad. Podía leer todo lo que apuntaba en su libreta, incluso con esa mirada neutral e inexpresiva que siempre le dedicaba su terapeuta.
—"Estar solo otra vez" equivale a no tener una distracción y una meta. ¿Cierto?
—Fue Nietzsche quien dijo que el amor es un desprendimiento del pensamiento egoísta. —Contestó él, arqueando una ceja—. Es un querer al otro, un pasar de desearlo a amarlo, saber que se debe luchar contra el deseo de poseer para poder querer. ¿Opina usted que tener a alguien y esforzarse por conseguirlo es un acto egoísta?
—Si te esfuerzas por conseguirlo entonces no lo tienes.
—Me refería a esforzarse por mantenerlo.
—Sé a qué te referías.
Apuntó algo.
—Volviendo a la raíz del detonante —Retomó la conversación, viendo como él se subía las gafas—, ¿cuándo empezaste a sufrir los flashbacks otra vez?
—No lo sé.
—Has supuesto que todo empezó por estar solo otra vez. —Le recordó—.
—Bueno, es que Ella ya no está.
—Ella, la chica de la que hablamos en otras sesiones, ¿verdad?
Él solo asintió.
—¿Por qué? ¿Porque ella te divertía? ¿No te dejaba pensar?
—No me "divertía". La descubría. —La corrigió—. Iba tirando de Ella, como una página eterna de un libro que te mantiene en suspense. Quise quererla. De verdad.
—¿Porqué ella te hacía sentir que podías ser amado?
Titubeos. Más suposiciones. Expresividad indecisa. Términos genéricos. Un patrón de r̶e̶l̶a̶c̶i̶ó̶n dependencia.
Más silencios vacíos, miradas inexpresivas.
—No. —Negó levemente con la cabeza—. Porque Ella merecía sentirse querida.
La doctora exhaló un suspiro, entrelazando las manos sobre el cuaderno que tenía en el regazo. Lo miraba, como a todos sus pacientes, con un manto de neutralidad ante sus ojos negros.
—¿Y crees que por su ausencia estás volviendo a sobrepensar?
—No. ¿Qué culpa tendría Ella?
Problemas de confianza. Lenguaje corporal inflexivo. Miedo al abandono.
—Has dicho que últimamente tienes pesadillas con momentos que no recordabas. ¿Los olvidas otra vez cuando te despiertas?
—No.
Las respuestas cortas nunca eran una buena opción con la doctora.
—¿Podrías contarme tu última pesadilla, Jonathan? —Le pidió—.
—Sí, bueno, am... —Murmuró, inclinándose hacia adelante, y se pasó una mano por la cara—. No es algo que tenga impacto en mi vida ahora mismo. Simplemente estoy estresado. Y mi ansiedad decide proyectar ese estrés de esa manera.
—Lo sé. —Contestó, entrelazando las manos sobre la libreta—. Lo que pasó en su momento no te define ahora. Nunca fue tu culpa, Jonathan.
—Lo sé, lo sé. Todo eso —Suspiró, echándose hacia atrás, y el cojín de su espalda se arrugó. Se pasó una mano por la barba—, ya lo sé.
—Sé que lo sabes. Pero nunca está de más que alguien a parte de tí lo reconozca.
Incluso las manecillas del reloj, en la pared, parecían un ruido constante o una tortura. Jonathan tragó saliva, mirando el suelo.
—Siéntete libre de contármelo si lo necesitas. —Lo apoyó. O más bien, lo empujó a contestar—.
Jonathan tomó aire hasta llenar sus pulmones, y devolvió su atención a la doctora. Ojos rasgados, pero mirada firme, una mandíbula marcada y dedos largos, pero gráciles, que utilizaba para escribir cualquier cosa que podía obtener de él. Diseccionándolo hasta el alma.
Un rostro familiar, pero también dos horas a la semana bastante incómodas.
—Bueno, mi... Mi padrino era un hombre bastante religioso. —Carraspeó, secando el sudor de su mano contra el pantalón—. Ya lo sabe. Pero a parte de rezar y dedicarse, tomaba bastante droga. Era un adicto. Así conseguía que Dios se comunicase con él.
Religión. Tardaron muchos años en poder hablar, y desencajar, ese tema.
—Me he visto a mí mismo con nueve años. —Suspiró, mirando algún punto tras la doctora, y levantó ambas cejas—. Y si hubiese podido abrazar a ese niño, nunca lo habría soltado.
—¿Qué le hubieses dicho?
—Que lo siento. —Susurró, cerrando los ojos—. Que sé todo lo que pasa cuando sube al ático, y sé que llora en voz baja para no despertar a nadie hasta quedarse dormido. Le diría que sé que duele, y que no debería estar avergonzado. Lo abrazaría hasta que su dolor se quedase conmigo, y él pudiese ser un niño otra vez.
—¿Le dirías que algún día tendrá una hija preciosa?
—No. —Soltó una sonrisa, con una lágrima resbalando de sus ojos cerrados—. No, eso le daría miedo.
—Dime, Jonathan, ¿qué pasaba en tu sueño?
Él apretó los puños, clavándose las uñas en la palma de la mano. Haciéndose daño.
—Cuando tenía seis años arrestaron a mi padre delante de mí por robar comida. Le retorcieron los brazos, lo dejaron inconsciente a golpes para que no se resistiera, y me quitaron el pan de las manos mientras yo lloraba de hambre. Ya lo sabe. —Terminó la frase, en el silencio que le otorgaba la doctora—. Tuve que ir a vivir con mi padrino y su mujer. Tenía la edad de mi hija ahora. Y a veces me la quedo mirando, cuando pinta o se queda dormida a mi lado, y me pregunto ¿cómo podría hacerle daño a un ser tan pequeño? ¿Alguien tan vulnerable?
La doctora seguía asediada en su silencio, solo asentía levemente con la cabeza. Dejándole un espacio seguro emocionalmente.
—Con nueve años ya me tenía acostumbrado a subir al ático cada noche para rezar. Cuando su mujer se quedaba dormida. He soñado con una de esas noches y es... Yo-. —Se trabó, encogiéndose de hombros, angustiado—. No sé si hay otra manera más políticamente correcta de decir esto.
—No la hay, Jonathan. —Interrumpió su desesperación—. Es la narración de los actos que te hicieron sufrir. No puedes utilizar un eufemismo para tu dolor.
Él soltó un suspiro ahogado, mirando al suelo, a cualquier sitio menos a la terapeuta.
—Bueno, me sentaba en la cama y me obligaba a chupársela, no sé cómo podría suavizar esto.
—¿Quieres suavizarlo para mi o para ti mismo?
—No lo sé. —Susurró, vencido. Vacío—. He visto la espalda de ese niño, y los ojos de ese demonio. Vive conmigo. Me atormenta cada vez que puede.
—No tiene ningún poder. Porque tú ya no eres un niño, ni él tu tormento.
—Quizá nunca he dejado de ser ese niño.
—En quien te ha convertido el tiempo, Jonathan, ha sido en el adulto con quien tu niño interior se sentiría seguro. No en el monstruo.
—No lo creo. —Respondió con voz débil, negando mientras las lágrimas de sus ojos se derramaban sin cautela—.
—¿Cuánto hace que estás teniendo estas pesadillas?
—Lo soñé ayer. Pero no puedo quitármelo de la cabeza. —Su voz fue un susurro, con la mirada perdida—.
La doctora asintió con la cabeza.
—¿Crees que te culpas a tí mismo? —Diseccionó su pensamiento, apuntando algo con la pluma estilográfica—. Los sueños son proyecciones de nosotros mismos. ¿Crees que tú, al igual que ese hombre, estabas abusando de esa chica al ser tan jóven?
—No. —Susurró en medio de un suspiro, rascándose el antebrazo nerviosamente—. No lo sé.
—Pero ella quiere estar contigo.
—Quería.
—¿Eso te causa conflicto?
Jonathan carraspeó en un intento de recomponerse.
—Bueno, muchos hombres verían como un premio estar con una mujer tan joven. Pero yo lo veo más... Como un bienestar. Porque no es una relación como podría obtener con cualquier otra persona de mi edad, eso lo sé. Era... Inmadura, en algunas cosas, era frágil... Y era jodidamente preciosa. No en el sentido sexual. Su inteligencia, la hace deseable.
—¿Sentías una atracción hacia su fragilidad?
—Estaba ahí para ella. —Admitió en un tono más bajo, asintiendo—. Pasó por tanto... Siempre me preguntaba porqué nadie le decía lo perfecta que era, aunque ella fingiese saberlo. Soy consciente de que nunca hice nada que ella no me permitiese. Pero aún así, lógicamente, sé que no es ético.
—¿Por qué sientes que debes justificarte conmigo, Jonathan?
—No me estoy justificando. —La corrigió, con voz solemne—. Solo estoy explicando mi punto de vista.
Rasgos manipulativos. Dependiente. Sensible. Baja autoestima.
La hora terminó hilando más conversaciones. Y al acabar se dio cuenta, de que esa era una de las primeras sesiones donde no mencionaba a su ex mujer.
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Ava, mientras estaba en el almacén de la cafetería, solo podía pensar en lo que había dicho su abuelo antes de volver a Birmingham. Sentía un hueco en el estómago, un vacío absurdo que le secaba la boca y provocaba un temblor en sus manos.
"—Andrew Charles, uno de los hombres que te hizo 'eso', ahora está detenido. Lo han encontrado, pero he hecho que ningún medio hable de ello. Debo decirte esto, Ava, porque se necesita tu testimonio en el juicio para poder ganar el caso y aplicarle sentencia".
Se suponía que esos quince minutos eran para descansar y comer algo, pero Ava estaba a oscuras en el almacén, con un vacío oblicuo que ocupaba la inmensidad de su mente. Todos sus sentidos se enfocaban en el recuerdo de ese hombre. En el miedo, su voz, la suciedad, el dolor, esa sed horrible...
Abrió la lata de café que tenía en la mesa y dio un trago por inercia.
Le dolía la cabeza al pensar que, aunque diera el testimonio y lo reconociese, no serviría de nada. Continuaría vivo los años que le quedasen en la cárcel. Y Vianne estaba muerta. Eso le parecía injusto.
Viviría sabiendo que él continuaba vivo. Seguramente en un sector protegido de la cárcel.
—Ava. —La llamó su compañera, y golpeó la puerta abierta para llamar su atención—.
—Sí. —Contestó, secándose las lágrimas de los párpados ya que estaba de espaldas a ella—.
—Lo siento, no quiero molestarte. Es que se ha acabado mi turno.
—Sí, sí, ahora vuelvo al trabajo.
—Gracias. —Le sonrió Mara, con una sonrisa que apretó sus mejillas carnosas—. Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Salió del almacén.
El tiempo pasaba, y la cafetería solo iba llenándose de gente. Mientras el sol se rendía entre las nubes oscuras, sus rayos mortecinos se filtraban por las cristaleras que llegaban hasta el suelo. Derramándose sobre los apuntes de los estudiantes, o sobre las pantallas de sus portátiles.
—Serán dos libras con ochenta, por favor.
La chica morena le dio el dinero, y ella le devolvió el cambio. Se retiró de la cola, y Ava solo dio una mirada rápida al siguiente antes de reiniciar el programa para el nuevo pedido.
—¿Qué será? —Recitó la anodina frase, tocando el icono de cafés—.
—Un latte con caramelo y leche sin lactosa. —Respondió Eros, con las manos en los bolsillos—.
—¿Algo más? —Suspiró Ava—.
—No.
—¿Tengo algo en la cara, o algo así?
Eros la miró, y esbozó una sonrisa.
—No.
—Pues deja de mirarme con esos ojos.
—¿Qué ojos?
Desconfiada, se giró para preparar su último café del día. Tras unos minutos escasos, dejó la taza blanca sobre el mostrador.
—Sí, buena chica. —Le dedicó una media sonrisa—.
—¿Qué?
—¿Te gusta que te lo digan?
Ava frunció el ceño.
—¿Qué mierda ha sido eso? —Le soltó, negando con la cabeza—.
—Nada. Gracias por el café.
Ava murmuró algo, llevándose las manos a la espalda para desatarse el delantal, y salió del otro lado de la barra con el abrigo largo puesto. Se acomodó la bandolera sobre el hombro, y al pasar por el lado de su mesa, le tiró la bandeja al suelo junto con el café.
—Que te follen.
Se fue de la cafetería sin girarse para mirarlo, escuchando un par de risas roncas por su parte, y empujó la puerta de cristal.
—¡Eddie! —Lo llamó, levantando un brazo para que la viese desde la terraza—.
Él levantó una mano para saludarla, con esa radiante sonrisa que movía el piercing de su nariz, y se despidió del grupo de gente.
—Casi buenas noches. —Empezó a andar a su lado, embriagándose por los pasillos cóncavos con un eco profundo—.
—¿Te ha ido bien el exámen de alemán? —Le preguntó, guardando la bufanda—.
—Como siempre. Bueno... He discutido con Jin, así que verlo en clase está siendo una mierda. —Hizo una mueca—.
—¿Sabes? Esta noche no tengo nada que hacer, ¿te apetece ir a cenar al sushi del centro y me lo cuentas ahí?
—¡Sí! —Exclamó, abriendo mucho sus ojos azules, y tomó la muñeca de Ava—. Sí, ¡perfecto! Aunque me parece muy mal que ignores a tu madre...
—Déjame repasar la última clase de física clásica y nos vamos. —Lo interrumpió—.
Eddie ya había hablado con Lauren para ponerse al día, con un té caliente y varias sonrisas. Le encantaba su compañía, porque, cuando conoció a Ava también conoció a su madre. Quedar para que Ava lo ayudase con los deberes significaba una sala de estar con calefacción y pastas recién hechas. ¿Ir al parque juntos? Eso significaba que Lauren lo recogería si se caía. Todo lo que hizo por él lo recordaría siempre.
Mientras andaban por el pasillo se fundieron entre la multitud que bajaba como un río tranquilo. Pero Ava frunció el ceño al ver que Wanda se acercaba a ella.
Los demás se apartaban para ella, y paró delante de Ava, justamente para cruzarle la cara. Se escuchó un golpe, incrementado por sus anillos de plata.
—¿¡Qué coño te pasa!? —Reaccionó Ava, tocándose la mejilla—.
Luego Wanda la cogió de los hombros, y le dejó un beso en la otra mejilla, impregnándola con su perfume de mujer y una marca de saliva. Eso la dejó desubicada, y cuando se apartó la miró sin entender nada, con un ligero rubor.
—Enhorabuena. —Le dijo, apartando las manos de sus hombros. Su prominente acento polaco rasgó las palabras—. Tu puntuación ha superado la mía.
Ava abrió mucho los ojos, sin creerlo.
—¿Qué?
La apartó, dirigiéndose aprisa hacia el final del pasillo. Eddie la siguió, ahogando un grito cuando estuvieron frente a las vitrinas donde se colgaban las notas.
Ava buscó su nombre con facilidad, y comprobó que había quedado primera en las pruebas DBS de final de trimestre. Debajo de su nombre, estaba el de Wanda. Y eso significaba que su estudio sobre la energía oscura sería galardonado en los premios de Londres.
Al leerlo, no mostró nada en su expresión. Solo parpadeó lentamente. Una parte de su vida, podría ser cerrada en el juicio de Andrew. Y aunque debería asumir el júbilo del premio, sonreír como Eddie estaba haciendo, y prepararse mentalmente para afrontar ese éxito solo apreciaba su reflejo en la vitrina.
Una expresión anodina, vacía. Era la mejor de su promoción, matrícula de honor... ¿Pero eso qué significaba? No sentía nada, porque conseguir esa nota era su deber como estudiante.
—¡Dios! ¡Ava que nos vamos a Londres!
—Sí. —Asintió ella, tocando su mano para apartarlo sutilmente. Él continuó sonriendo y pasándose las manos por el pelo, sin creérselo—. ¿Y has visto tu resultado? Eres el primero en las listas de química. Todas, y cada una. Joder, ahí estás tú.
Eddie la giró y la abrazó con fuerza, apoyando la cabeza en su hombro. Dio un par de saltos de euforia, Ava lo escuchó sonreír, y le devolvió el abrazo, palmeando su espalda.
—Estoy muy orgullosa de tí.
—Y yo de tí. —Jadeó, separándose de ella, y soltó una risa melódica—. Joder, mira donde hemos llegado. ¡Tengo que decírselo a Jin! Y a tu madre.
Eddie se giró, andando a grandes zancadas para cruzar el pasillo y salir por la puerta de atrás.
—Nos vemos en el sushi a las nueve, ¿vale? —Le gritó mientras se iba, lanzándole un beso—.
—¡Vale!
Algunos estudiantes murmuraron algo al verlos tan contentos delante de las notas, pero Ava escapó de las miradas cuando subió las escaleras de mármol, y entró en el pasillo de la última planta.
Ahí había aún menos gente, y Ava pudo suspirar por la boca, cediéndose un segundo para apartar esos nervios. Prepararse un discurso, el viaje, las preguntas que le harían, los periodistas... Decidió guardarse todos esos sentimientos para preocuparse después.
Se dirigió a la biblioteca. Se apreciaban las motas de polvo danzando en la luz cálida de las ventanas.
—Blake. —Lo reconoció de espaldas, gracias a su chaqueta de cuero y su pelo rubio—.
Él, al escucharla, se giró.
—Te he estado buscando.
—Perdona, estaba en la sala de audiovisuales. —Carraspeó para aclarar el tono ronco de su voz—.
—Durmiendo.
—Estaba durmiendo. —Asintió, cerrando los ojos con cansancio—.
—Ay, me olvidaba de cogerte el dinero. —Apareció Eddie subiendo los últimos escalones, yendo directamente a la bandolera de Ava—. Reservaré la mesa.
Le cogió el monedero de cuero sintético, ya que la última vez invitó él.
—Hola, Eddie. —Lo saludó Blake, con una media sonrisa cansada, y la mochila de un hombro—.
Él solo hizo una mueca cuando le habló, mirándolo de arriba abajo, y se dio la vuelta para bajar las escaleras.
—No entiendo cómo puedes ser amiga de esto. —Le dijo a Ava antes de irse—.
—Adiós. —Tartamudeó, meciendo una mano—.
Ava frunció el ceño mientras veía a Eddie bajando las escaleras sin girarse, y luego miró a Blake.
—¿Qué acaba de pasar? Ha sido muy patético.
—No-. ¡No lo sé! ¿Cómo se liga con un tío?
—A mí qué me preguntas. Oye —Lo llamó, cambiando de tema por cómo lo miraba ahora—, siento mucho decirte esto, pero no podré testificar en tu juicio.
El rostro de Blake, normalmente pálido, se volvió blanco como el papel. La miró con los labios entreabiertos, sin entenderla.
—¿Q-Qué? —Balbuceó en voz baja, notando cómo su corazón se aceleraba mientras miraba la seriedad de Ava. No estaba bromeando—. ¿Por qué? ¿Por qué Ava? Creía que te caía bien...
Levantó la mirada al techo, y se pasó una mano por su pelo corto.
—No lo digo porque me caigas mal. No somos amigos. Pero tampoco me caes mal. Me das igual.
—Bueno, gracias por tu nitidez. —Dijo con ironía, empezando a desesperarse—. Pero... Mierda. ¿Sabes que no tengo más testigos? Puedo ir a la cárcel, Ava.
—Lo sé...
—No te estoy pidiendo que me dones un riñón, joder. —Bajó la voz con impotencia, por si alguien los escuchaba. Pero el pasillo, a esas horas, estaba vacío—. Por favor. Ava. Solo tendrás que sentarte y responder unas preguntas rápidas, nada más. Me ayudarías muchísimo.
—No puedo. —Le repitió. No podía prepararse para un juicio cuando ya tenía el suyo en proceso—. Entiéndeme tú a mi.
Blake apretó los dientes, rogándole con la mirada ante su repentino cambio de opinión.
—Por favor. —Le susurró, con pena—. ¿Te acuerdas cuando estuve en clase con el labio roto?
—Blake, no puedo. Lo siento.
—Fue el hermano de Noah. —Le explicó, señalándose a sí mismo—. Me siguió al baño, casi me rompe la mandíbula, Ava. Recibo, todos los días, miradas por la universidad. Me acosan, me insultan, m-me tiran cosas-. Por Dios, Ava, ayúdame. Por favor.
Ava suspiró por la nariz, volviendo a negar con la cabeza mientras lo miraba.
—Yo no le hice nada a Noah. —Repitió. Como se repetía a sí mismo, mirándola con lástima a los ojos—. Ella no dejaba de humillarme y pegarme por cualquier cosa que hiciese mal.
—No puedo.
Solo en recordar un juzgado (todos con ropa elegante, todos los testigos mirando, esa sensación de mareo y náuseas al subir al estrado...) la aterraba. Pero pensar en que el día del juicio debería mirar a los ojos al hombre que la utilizaba hasta hacerla sangrar... Eso la dejaba vacía, porque no sabía cómo iba a reaccionar.
Blake tragó saliva, inquieto. Se pasó una mano por la cara, soltando un suspiro tartamudo, y deambuló unos pasos por el pasillo vacío con el pulso tembloroso.
—Voy a ir a la cárcel. —Musitó, con la respiración entrecortada—.
—Blake, no puedo ayudarte.
—Sí, sí puedes. Pero no quieres.
Ava parpadeó, encogiéndose de hombros. No podía hacer nada más por él.
—Hasta mañana, Blake.
—No quería hacer esto. —Le dijo en un susurro, acercándose otro paso hacia ella, y Ava tuvo que girarse. Vio el desespero en sus ojos negros—.
—¿Hacer el qué? —Ava se encogió de hombros—.
Blake sacó el teléfono del bolsillo, y lo desbloqueó.
—Necesitaba asegurarme de que me ayudarías. —Le dijo, con la voz agitada por el miedo y la adrenalina. Le enseñó la pantalla del móvil, temblorosa por su pulso—. Estuve en el sitio oportuno en el momento oportuno, y lo aproveché.
Ava quiso decir que no reaccionó al ver la imagen, pero sus músculos faciales se relajaron completamente al verse a sí misma besando a Jonathan en el aula, mientras él le tocaba el culo bajo la falda. Una imagen bien enfocada, tomada desde la puerta de la clase porque ninguno de los dos prestó demasiada atención a otra cosa que no fuera la boca del otro.
Ingenua.
Se quedó ausente mirándola. No porque Blake los hubiese visto, sinó porque Jonathan estaba sonriendo mientras la besaba.
—Mira, Ava, me importa una mierda a quién te folles. —Volvió a hablar, apagando la pantalla del móvil—. ¿Con el profesor? Bien por tí, estoy seguro de que no lo haces por la nota. No voy a decir nada de esto a la universidad.
Le propuso un trato, tragando saliva por lo incómodo que le estaba poniendo la mirada fija de Ava sobre él.
—Si tú testificas en mi juicio. —Terminó, levantando ambas cejas rubias—. Solo eso. Luego te daré el móvil, y borras la foto tú misma.
Blake la miró a la cara, pero ella lo miraba directamente a los ojos desde su altura. Se dio cuenta de que no estaba parpadeando.
—No quiero malos rollos. Solo quiero recuperar mi vida, Ava. No puedo dormir, no puedo tener redes sociales, yo-. Yo solo quiero... Volver a ser un tío más.
Blake se encogió de hombros. Quería que lo comprendiese, pero siguió sumida en ese silencio estridente. Ava tragó saliva, y miró un par de veces el pasillo antes de levantar una mano y darse una bofetada a sí misma. Resonó en el eco.
Blake abrió mucho los ojos, frunciendo el ceño.
—¿¡Pero qué has hecho!? —Le gritó Ava, tocándose la mejilla—.
—¿Qué? —Exasperó—. ¿Qué dices? ¿Estás bien?
Se escuchó una puerta abriéndose, y los dos giraron la cabeza al escuchar los pasos de otra persona acercándose. La sala de profesores estaba en el mismo pasillo, y el ruido del golpe se escuchó con facilidad por el silencio.
Se acercó el profesor Owen, con una de sus típicas camisas azules bien planchadas y una corbata oscura anudada a conciencia alrededor de su cuello.
—¿Qué ha pasado? —Le preguntó a Ava, con el ceño fruncido—. ¿Estás bien?
Y luego miró a Blake. Él tragó saliva, confrontando esa mirada acusativa completamente rígido en el sitio.
—No ha sido nada, profesor —Lo disuadió, negando con la cabeza—. Solo una broma entre Wanda y yo.
—¿Segura? ¿Estás bien?
—Sí, claro. —Asintió—. Solo me ha felicitado antes de irse, por haberla superado en las notas finales. Una broma tonta, siento haberle molestado.
—Descuida.
—Buenas noches, profesor.
Él asintió con una sonrisa educada, y miró por última vez a Blake. Que no había abierto la boca ni para saludarle.
—Buenas noches. —Dijo el señor Owen, antes de darse la vuelta y volver a la sala de profesores. Apenas unos metros más allá—.
Los dos lo vieron entrar, y entonces Ava giró la cabeza para mirar a Blake.
—Ava... —Dijo su nombre, con el pulso acelerado, y la boca seca—.
—¿Crees que me importaría arruinarte la vida?
Solo dio un paso hacia él, y él retrocedió sin contestarle. Comprendió en un instante a qué se refería, y no podría salir impune de una segunda demanda por agresión.
—Dame el móvil.
Blake apretó los dientes hasta que le dolieron, mirando con temor a Ava. No supo qué decir, no supo qué hacer, solo se quedó estático en el tiempo que transcurrió esa conversación. Así que la obedeció.
—Perdóname. —Le susurró, entregándole su iPhone negro—. Solo... Tengo miedo de acabar en la cárcel, Ava.
—No hubieses tirado a Noah por las escaleras.
Borró la fotografía y presionó con la uña para que la rendija se deslizara, y quitó la tarjeta de memoria.
—Sí. —Suspiró Blake sin voz, cabizbajo, aceptando el móvil cuando se lo devolvió—. Supongo que tienes razón.
Le dio la espalda para irse a la biblioteca de una vez. Fingiendo que no le había afectado ver esa foto, imitando estar tranquila mientras perdía la paciencia a cada paso que daba, cada vez más deprisa.
Lo único que la paró, fue ver a Pedro y Jonathan hablando. El profesor Owen había dejado la puerta abierta, y cuando Ava pasó por delante los vio a ambos de reojo.
Estaban hablando, y aunque prefirió ignorarlos, al igual que ignoraba sus sentimientos cuando empezaban a nacer, escuchó un retazo de su conversación:
—...terminarlos esta noche. ¿No puedes esperar a que acabe y nos vamos a cenar o algo? —Le dijo Pedro, con unas fotocopias en las manos. Muy irónicamente, aún llevaba la alianza de oro en el anular—. Ya se han ido todos.
—Es que es importante. Solo será un momento.
—Bueno, vale. Ya que insistes.
Se le escuchó suspirar antes de hablar.
—Sabes que te aprecio, ¿verdad? Eres un buen amigo.
Pedro rio.
—Nos hemos visto los culos, creo que ya comprobamos que somos buenos amigos. Dime qué has jodido para arreglarlo e irnos a casa.
—Vale... Déjame quitarme las gafas primero.
Entonces interrumpió Ava. Entró en la sala de profesores al haberse quedado escuchando la conversación, llevada por su propio corazón agitado, y tomó una bocanada de aire cuando estuvo delante de Pedro.
Intervino. ¿Pero ahora qué decía? Los dos se quedaron callados al verla interrumpir, y luego quedarse de pie sin decir nada. Con sus ojos miel más abiertos de lo normal. Parecía asustada.
—¿Qué haces aquí? —Le preguntó Pedro—.
Sentía cada latido bajo su pecho, golpeándole el tórax. Tenía que decir algo, pero se quedó con los labios entreabiertos sin que saliese nada de ellos. Se había bloqueado al pensar que no había llegado a tiempo y le habría confesado todo.
—¿Estás bien? —Pedro frunció el ceño desde su altura. Le tocó la frente con la palma de la mano, apartando los mechones de su cara—. Dios, estás ardiendo.
—Estoy bien.
—Tenía que preguntarme sobre la exposición que haremos en clase. —La salvó Jonathan—.
Ava continuó mirándolo a él, sin prestarle atención aunque había hablado por ella. Y asintió con la cabeza. No estaba respirando, tenía los hombros apretados, y una presión sobre el pecho.
—Debería haberme hablado antes, pero supongo que no ha podido con las clases.
Ava apretó los dientes.
—Ya lo harás mañana. —Le ordenó suavemente, acariciándole la cabeza—. Vete a casa. A dormir. Pero cena algo no-congelado y envíame un mensaje cuando llegues.
Pedro se giró para recoger su abrigo. Lo siguió con la mirada.
—Vamos. —Hizo un ademán—. ¿Quieres que te lleve?
La miró con una ternura camuflada de preocupación. Todos sabían que Andrew Charles estaría libre hasta que se realizara el juicio.
—No. —Respondió Ava—. Ya me voy.
—De acuerdo. Bajaré al archivo para buscar la planificación del próximo trimestre. —Avisó a Jonathan, recolocándose el cuello del abrigo—. Después ya podré irme a casa.
Se acercó a Ava para darle un beso en la cabeza, y respiró su champú de vainilla. Le dedicó un buenas noches, llámame-si-lo-necesitas, y salió por la puerta abierta.
Ava se quedó mirando el pasillo vacío, con los dientes apretados, y cuando dejó de escuchar sus pasos fue directamente a cerrar la puerta, exhalando un suspiro agotador después de retener tanto el aliento.
Toda esa tensión, se había roto.
Apoyó la frente en la puerta, cerrando los ojos un momento, y tomó un par de respiraciones por la boca. Esperando a que sus músculos tensos se calmasen.
—¿Estás bien? —La voz de Jonathan rompió ese vacío—.
—¿Qué coño le ibas a decir? —Se giró súbitamente hacia él, con un tono de voz bajo, pero no por eso menos amenazador—.
Lo miró a los ojos, viendo el reflejo de la luz en sus gafas. Y sus rizos grises estaban desordenados.
—¿Qué crees que le iba a decir? —Le contestó con un tono suave—. No puedo ocultárselo más... Lo he intentado, lo juro. Pero no puedo. No puedo ni mirarlo a los ojos.
—No. Ahora no. —Lo redimió, negando con la cabeza mientras su voz se quebraba—. No puedes hacer eso.
Ava se sorbió la nariz, llevándose las manos a la cabeza, y sus ojos se llenaron de lágrimas en un momento. Porque seguía sintiéndose culpable, y jodidamente vulnerable. Solo un empujón, y toda esa barrera que contenía sus emociones se desmoronaría.
—¿Por qué crees que prefiero vivir con está presión? —Se señaló a sí misma con la mano, teniendo la visión borrosa por el hormigueo de las lágrimas—. Porque yo no podría mirarlo a los ojos si lo supiese.
Tomó una respiración entrecortada, y Jonathan ladeó la cabeza, compartiendo su atención.
—Yo soy el culpable. —Narró con voz queda—. No tú.
Al final Ava rompió a llorar con un sollozo mudo, sus hombros se encogieron cuando lo hizo.
—Lo siento, Ava. —Confesó con voz tranquila, sin acercarse a ella—. No voy a pedir que me perdones. Solo quiero que lo sepas.
—Claro que no pedirás mi perdón, ¡eso sería más egoísta de lo que ya has sido!
Le tembló la voz, pero no se secó las lágrimas. Dejó que se enfriaran sobre su piel, y Jonathan observó el lienzo de su expresión con decadencia, ya que él era el autor de ese cuadro.
—Joder. —Dijo con un hilo de voz, atragantándose con la culpa. Se dio la vuelta para darle la espalda, cubriéndose los ojos, porque sentía que no podía mirarlo—. Él me ha cuidado toda la vida, m-me ha hecho su hija... Y yo me acuesto con su mejor amigo, al que llama hermano, ¿cómo crees que va a reaccionar a eso? He destrozado vuestra relación, lo he destrozado todo.
Se llevó una mano a la cabeza, y se dio la vuelta otra vez para mirarlo. Con los ojos llorosos y la punta de la nariz roja. Sentía que iba a vomitar.
—¿Sabes lo mal que me siento? —Sollozó, dolida. Por eso evitó tanto sacar todo lo que pensaba, porque sabía que se pondría a llorar solo al abrir la boca—.
—No, no deberías. —Negó suavemente con la cabeza—. Yo quise destrozarlo todo.
Ava se relamió los labios, bebiendo las lágrimas.
—Sí, pero yo también formo parte de ese destrozo. No quiero que se entere. Esto está mal. Esto está tan mal...
Se llevó las manos a los ojos, encorvándose hacia delante con un sollozo pesado, y se sorbió la nariz, secándose las lágrimas de los párpados.
—Sé que está mal. —La consoló con una voz tranquila, yendo hacia ella, y tomó sus muñecas para apartarle las manos con delicadeza, y verle la cara. Viendo el destrozo que había hecho con ella—. Lo sé, Ava. Pero hace tiempo que ya no siento ese remordimiento cuando pienso en tí.
Acarició sus muñecas con el pulgar, tomándole el pulso sin quererlo.
—Solo tú sigues haciendo esto. —Le susurró mirándola a la cara, acercando su mano al pecho, para que sintiera los latidos de su corazón acelerado, y él sintió la calidez de su mano aunque Ava renegó a hacerlo—. ¿Sabes por qué? Porque antes de 'hija de' eres una mujer. Y tienes todo el derecho a amar a quien tú quieras.
—Ah, ¿si? —Frunció levemente el ceño, ladeando la cabeza mientras lo miraba—. ¿Quieres esto, Jonathan?
Ella tomó su mano dócil, apretándola contra uno de sus pechos.
—No, no me refería a eso. —Negó, apartando la mano—.
—¿No? ¿Y esto? —Llevó de nuevo su mano, para que le tocase el culo, pero él apartó otra vez la mano—. Dime qué quieres de mí. ¿Te doy morbo? ¿Tener que mentirle a tu amigo? ¿A mi padre?
Estaba enfadada, con la cara mojada por las lágrimas mientras lo miraba con decepción.
—Solo quise permitirme apreciarte. —Le recitó, en voz baja. Y la miró a los ojos, enfocando su mar tormentoso—.
—¿Y si crees que somos tan especiales por qué debemos ser un secreto? —Se apartó—. Esto no es justo, joder. ¡Eres un puto egoísta! No intentes justificarte. Eres un hipócrita. ¿Dónde está la puta ética que predicas? ¿¡Dónde!?
Soltó todo lo que estuvo reteniendo, con los ojos llorosos y la piel erizada.
Pero él solo la miraba, con la mirada triste tras sus gafas. Sin interrumpirla.
—Nunca has tenido en cuenta que yo me iba a enterar. No te ha importado. —Lo acusó con rabia. Su voz temblaba—. Como si fuese un juguete. "¡Vamos a aprovecharnos de Ava, no se dará cuenta!" Pues sí que me he dado cuenta. Y me duele. Duele. ¿Por qué si se supone que te quiero duele de esta manera? No lo entiendo.
Se llevó las manos a las sienes, y frunció el ceño mientras las lágrimas se acumulaban en sus mejillas pálidas. Ava no entendía sus sentimientos, nunca había sabido cómo se expresaban o cuándo era el momento, y una vez que se permitía sentirlos todo se mezclaba en un caos en bucle.
Lloró un rato en silencio, cubriéndose la cara con ambas manos. Jonathan apretó los labios, retenido en su dolorosa distancia. Luego tomó aire hasta hinchar su pecho, y lo dejó ir en un suspiro tembloroso.
—Sé que estás triste, cariño. —Dijo con voz suave—.
—No, no lo sabes. —Se castigó, limpiándose las lágrimas con la manga del abrigo—. No me llames así.
Jonathan la miró delante de él, tragando saliva. Por un momento, no supieron qué decirse.
—Me ha contado lo del juicio. —Su voz bajó hasta casi un susurro, estando allí para que ella lo escuchase—. Que tendrás que asistir. Y verlo otra vez.
—¿¡Qué coño tiene que ver eso!? —Le gritó, mirándolo incrédula. Se sorbió la nariz, que goteaba hacia su labio superior—.
Jonathan se quedó callado, y tomando una respiración profunda, consiguió que ella lo imitase. Mirándolo con recelo cuando acercó una mano a ella.
—Sé que estás asustada. —Le dijo en voz baja, mirando la punta de su nariz rojiza, y ahuecó la mano para acariciarle la mejilla húmeda. Su piel estaba ardiendo—.
—No tengo miedo. —Dijo con odio, frunciendo los labios—.
—Lo sé. —La consoló con voz tranquila, ahuecando la otra mano para sostener su rostro. La miró a los ojos con comprensión, primero uno y luego otro—. Y sé que estás enfadada conmigo. Pero estar enfadada y asustada es confuso, ¿verdad?
Le secó las lágrimas con los dedos, mirándola con templanza, pero ella tenía los ojos cerrados, concentrándose en cómo la acariciaba con cuidado mientras intentaba no ponerse a llorar otra vez. Sus labios temblaron, y se sorbió la nariz. Todo su cuerpo estaba tenso. Porque sentía unas mariposas en la boca del estómago, revoloteando con suavidad, y no quería sentirlas.
—Está bien. —Su voz grave, tranquila, la acarició. Y él se agachó para besarle una lágrima que bajaba por su mejilla. Sus labios tibios, su piel ardiendo—. No te preocupes.
Descendió sus manos para apartarse, pero ella lo cogió de la muñeca, y puso su mano de nuevo en la mejilla. Tenía los ojos cerrados con fuerza, llorando entre su negación de no hacerlo.
—No te odio por decirme lo que piensas. —La consoló en voz baja, por si necesitaba oírlo—. Sentir no te hace una dramática ni una débil, te lo he dicho, ¿verdad?
—Sí.
Ava sollozó, pasando un brazo por el hombro de Jonathan, y apoyó la cabeza en el hueco de su cuello, llorando en voz baja. Debió admitir, que el olor a hombre que desprendía su ropa, la dejó débil.
Él la aceptó, y pasó un brazo alrededor de su espalda, sosteniéndola. Con la otra mano sostuvo su nuca, colándose entre su pelo enredado.
Solo hicieron eso por un rato, y a ella la dejó sentir tan bien... Sabía que se dejaba caer, y él no se burlaba ni lo utilizaba en su contra, sólo la sostenía por si se caía otra vez.
—Tengo miedo. —Apretó esas palabras contra su hombro, mojándole la ropa por sus lágrimas—.
—Lo sé.
—No quiero ir al juicio.
Se lo dijo, porque eso no podía confesarlo a nadie más.
—Lo sé. —Habló lentamente, escuchándola tomar una respiración profunda en sus brazos, y lo dejó ir en un suspiro tartamudo—.
—Dime que todo estará bien. —Le pidió con pena, aferrándose a su espalda, y arrugó su jersey al apretar los puños—.
—No te lo voy a decir, porque ya lo sabes. Eres muy fuerte, Vianne.
—No, no lo soy. —Dijo entre lágrimas silenciosas y una voz quebradiza—.
Sintió que no podía mantenerse en pie, cerró los ojos y se sintió tan relajada... No había ruido. Su cuerpo dejó de estar tenso, sentía un dolor entre las cejas por haber llorado tanto... Pero ahora se sentía tan bien.
—Esto se ha acabado. Tiene que acabarse. —Afirmó ella en voz baja—. Pero te quiero. Aún siento que te quiero.
Jonathan se centró en su respiración para que no dejase de ser profunda, y cerró los ojos, ladeando la cabeza para acercar la nariz a su pelo castaño, con su suave aroma a vainilla.
—Sé lo que se siente. —Se despidió también él—.
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