33
Parte dos.
Cuando el Lexus híbrido las dejó en casa la oscuridad se había apoderado de la luna, cubriéndola con capas de nubes espesas. Dhelia quitó las llaves, y los faros se apagaron.
—Hola, Pedro. —Una sonrisa salió de los labios de Ava cuando lo vio sentado en el sofá, con el bebé en brazos—.
—Hola, mi amor. —La saludó, utilizando su brazo libre para abrazarla, pasándolo sobre sus hombros—.
Ella se sentó en su regazo, y apretó unos besos en su mejilla mientras lo abrazaba.
—Felicidades.
—Ya podéis servir la mesa. —Les mandó la mayor—. Falta poco para cenar.
Los dos obedecieron, y Pedro se levantó para dejarle el bebé a Dhelia.
—¡Ava! —Exclamó un hombre con acento de Birmingham, y una sonrisa espléndidamente sincera—. Princesa, ven aquí que te vea.
—Hola, abuelo. —Lo saludó con dos besos—.
Él también se sentó en la mesa de la cocina, con uno de sus típicos trajes negros. Era un hombre mayor, gordo y de espalda ancha. Parecía basto, pero siempre elegante, y con dos esmeraldas en sus ojos rodeados de pestañas densas.
—Cómo has crecido. —Le dijo, con voz gastada de fumador—. Tu tía debe tenerte a dieta.
—No crea.
Ava mostró sus dientes en una sonrisa, y vio que Pedro volvió al salón, iluminado por lámparas cálidas. Así que lo siguió.
—Discúlpeme, abuelo. —Deslizó la mano por su hombro en una caricia, yendo tras Pedro—.
Cruzó el arco de madera que comunicaba el comedor con el pasillo, y giró a la izquierda para entrar en el salón. La pared estaba repleta de estanterías con libros apretados, y el sofá de terciopelo gris parecía muy apetecible frente a la chimenea encendida. Pero Pedro estaba de espaldas a ella, sirviéndose un vaso de whiskey. Una de las pocas botellas que aún tenía escondidas.
—Aún no le has dicho que estáis divorciados, ¿no?
—No se ha puesto a celebrarlo ni ha roto la botella de vino para ponérmela en el cuello, así que supongo que no.
Dhelia también los siguió al salón, pero se había cambiado de ropa para estar cómoda. Llevaba un pantalón gris de deporte, y una sudadera. Ava la miró haciendo una mueca.
—Nunca habría dicho que tenías esa ropa en el armario.
—Sí. —La apoyó Pedro, poniéndose otro vaso—. Es por la edad, Dhelia ya se pone más cómoda.
—¿Qué? —Respondió, entrando al salón con el bebé en brazos—.
Los dos fruncieron el ceño al verla, pero Ava abrió la boca cuando volvió a mirar a la mujer que estaba sentada en el sofá.
Las dos eran idénticas. Gemelos monocigotos.
—¿Me has traído a mi madre? —Dijo casi sin voz, hablándole a Pedro, pero sin poder dejar de mirar a esa mujer que le sonreía—.
—Creo que lo necesitas. —Le susurró él, pasándole el vaso—.
Ella se lo bebió también de un trago, aunque luego hizo una mueca horrible, y le ardió la garganta. Por mala suerte, esa copia de Dhelia no desapareció del sofá.
—Oh, ¡vamos! ¡Tanto tiempo sin ver a tu madre...! ¿Y no me saludas? —Lauren casi gritó de emoción, levantándose con una sonrisa plácida—.
Se acercó a Ava con los brazos abiertos, pero lo único que salió de ella fue esquivarla con un golpe.
—¡Eh! —Le gritó, frunciendo el ceño—. ¿Qué estás haciendo?
Lauren se acarició la mano, resentida por el golpe.
—Solo... Solo quería abrazarte.
—¿Qué coño es esto, Pedro? —Esa vez le recriminó Dhelia, meciendo al bebé con cariño, pero mirándolo con rabia—.
—¡Vale! ¡Vale! ¡Antes de que alguna me tire algo a la cabeza, todos al comedor!
—¿Aquí? ¿Ahora? Y una mierda. Me voy.
—Te llevo a casa. —La apoyó Dhelia, girándose para irse a la puerta—.
—¡No, no! ¡Espera! —Intentó detenerlas, pero Ava ya había cruzado el salón—.
Las siguió, y consiguió impedir que Ava abriese la puerta, viendo el terrorífico parecido que tenían las dos cuando estaban enfadadas. Su expresión, sus cejas, sus labios.
—Esperad. —Les pidió Pedro—. Solo cinco minutos.
—¿Por qué?
—Aparta. —Le dijo Dhelia de mala manera, apartando su mano del pomo para poder pasar—.
—¡Porque tengo una sorpresa para tí! —Confesó Pedro, mirando a Ava—.
—¿Con ella? —Dijo con un tono anormalmente frío—. No. No quiero.
—Escúchame...
—¡No! No quiero tener nada que ver con esa mujer. Ya no.
Como estuvo distraído, Ava pasó por su lado, y abrió la puerta para marcharse. No quiso escuchar nada, no quiso explicaciones, no las necesitaba. Solo quiso salir de ahí.
Pero cuando abrió la puerta, se encontró con un hombre estuvo a punto de llamar. Así que Ava se quedó inmóbil, repentinamente callada. Solo el ruido de los grillos llenó ese intervalo de tiempo, en el que Ava se quedó en un silencio abrupto.
—¡Oh! —La señaló Iris, con sus ojos castaños bien abiertos—. ¡Tú eres la chica de la manisfestación! ¡Saliste por la tele!
Ava no se movió. Se quedó en los ojos marrones de Jonathan. Todo pareció quedarse muy quieto. El silencio se prolongó esos milisegundos, los dos mirándose directamente a la cara.
Hasta que todo terminó, el tiempo volvió a correr, y los ojos miel de Ava recayeron en la niña pequeña que la estaba señalando.
—Sí. —Asintió. Se encogió de hombros, no muy segura—. Sí, esa era yo.
—¿Qué pasa? —Le preguntó Pedro, frunciendo el ceño al verla tan cambiada. Sostuvo la puerta a su lado—.
Ava volvió a mirar a Jonathan, con los labios entreabiertos, y luego balbuceó algo, encogiéndose de hombros antes de mirar a Pedro.
—¿Podemos ir a jugar, Dhelia? —Le preguntó Iris, entrando en casa. Porque llegaba más gente—.
—Sí. Pero en la habitación de arriba, ¿de acuerdo?
—¡Vale! —Dijo otro niño, escapando de la mano de su madre para ir con Iris—.
—Pasad. —Los invitó Pedro apartándose de la puerta—. No he mirado la hora, así que está todo por hacer.
—No pasa nada. —Le sonrió uno de sus amigos, el que tenía entradas muy pronunciadas, y palmeó su hombro—. Al menos sabemos que habrá alcohol.
Se rio el hombre, vestido con un traje informal, y Ava pellizcó la manga de Pedro, envolviendo su muñeca con su pequeña mano, y se puso a su lado para que los demás pasaran. Todos eran amigos de la familia, y los niños siguieron a Dhelia hasta el piso de arriba.
Ava estaba cabizbaja, notando la calidez de su propia respiración, y se apartó para que pasaran.
—Lo siento. —Le susurró Pedro—. Sé que mucha gente te agobia, no he estado pendiente de la hora.
—No pasa nada. —Negó levemente, y dejó de tomar su muñeca al percatarse de que se había acercado inconscientemente—.
Le palmeó el hombro para reconfortarla, y en ese mismo momento Jonathan quiso entrar, pero Pedro hizo que retrocediera poniendo una mano en su pecho.
—Eh. —Lo llamó, negando con la cabeza—. No, no, no. Te debo una disculpa.
—¿Sabes? Creo que debería irme. Iris ha estado enferma estos días par-.
—Solo un momento. —Insistió, tomando del brazo a Ava cuando ella intentó irse—. Supongo que tú te preguntas porqué tienes que ver a este tío fuera de clase.
—No. —Frunció el ceño, negando con la cabeza—. La verdad es que no me lo pregunto.
—Vamos, ¿aún no sabes quién es? —Le sonrió Pedro a su amigo, casi riéndose—. Tenías razón en una pequeña parte, y te encantará poder restregármelo.
Jonathan soltó un suspiro por la nariz mientras miraba al suelo.
—Deduzco que es tu sobrina, que vivía en Miami. —Respondió él con otro suspiro, levantando la mirada hacia él, y se subió las gafas—. Y supongo que ella no es Dhelia, sinó Lauren.
—Hola. —Sonrió ella al ver que alguien la reconocía, apareciendo tras Ava—.
—¿Y él quién es? —Le preguntó Ava a Pedro, con miedo, y su respiración empezó a ser pesada—.
—Él es mi amigo. —Le confesó con una sonrisa irresistible—. De toda la vida.
De toda la vida significaba "su doble vida". La de Pedro solo siendo un estudiante mediocre, un chico que cargaba con dos trabajos para poder ayudar a su madre en Colombia. La vida normal y sacrificada que a Pedro le hubiese gustado vivir.
Porque ninguno de sus amigos sabía qué eran esos dos trabajos. Nadie sabía que repartía la droga que le pasaban, y por las mañanas atendía una bodega de vinos para blanquear el dinero.
Nadie sabía, que ese chico que hacía reír a sus amigos, también mataba a alguien a golpes si era necesario y tenía una pistola escondida en su coche.
Al igual que sus amigos nunca supieron quién era Vianne. Para protegerla, y protegerse a sí mismo de la mafia inglesa. Solo sabían que Pedro se mudó a Liverpool por petición de Dhelia, y la niña de sus fotos solo era la hija de Lauren, que veían en vacaciones y luego volvía con su
madre a Miami.
—Es tu mejor amigo. —Repitió Ava sin voz, girando la cabeza para mirar a Pedro a su lado. Queriendo decir "el amigo, al que querías tanto, que le confesaste que vendías 'marihuana' cuando empezó a sospechar. Porque no querías perderlo"—.
Apretó los dientes con fuerza, dándose cuenta de todo. Luego asintió con la cabeza, mirando a Jonathan en su silencio.
—Con quien te acostaste en la universidad para probar cosas nuevas. —Asintió rápidamente Ava, mirándolo a él antes de volver a Pedro—.
Jonathan frunció mucho el ceño tras sus gafas, mirando también a Pedro para pedirle explicaciones. Y él solo se encogió de hombros, levantando ambas cejas.
—Bueno... Eso me lo sacó porque estaba borracho y me hacía muchas preguntas.
—Qué bien te sienta beber. —Mencionó Jonathan en voz baja, quitándole la mirada mientras se rascaba el cuello—.
—Es tu amigo. —Repitió Ava en un susurro—.
—Hola —Saludó Bárbara con una sonrisa dulce—. Perdón por interrumpir, solo... Quiero pasar.
Sonrió amablemente, pidiendo pasar por el lado de Jonathan, y él se hizo a un lado.
—¿Has invitado a la rectora también? —Ava frunció el ceño de repente—.
—Sí, soy-.
—Ya, ella después. —La interrumpió, tocando su hombro para guiarla (empujarla) hacia el salón—.
Bárbara casi tropezó con la alfombra del recibidor, dedicándole una mirada de confusión a Pedro, pero luego lo aceptó, y volvió a girarse para abandonar la entrada.
—Primero vamos a por tu sorpresa. —La avisó Pedro, con una mano en su hombro mientras la miraba—.
—Está siendo una noche de muchas sorpresas, ¿verdad? —Jadeó Ava mirando a Jonathan, buscando algo de aire. Pero él no la miró de vuelta. Se apartó del lado de Pedro—. Necesito salir.
Se giró para cruzar el pasillo, repleto de fotografías enmarcadas, evitando asomarse al comedor para no saludar a nadie. Pero alguien la llamó al verla de reojo.
—Ava... —Intentó hablarle Lauren, con miedo a pedírselo—.
—Ahora no.
Pasó de largo sin mirarla. Ese ambiente cargado de personas y olores la atosigaba, sentía la etiqueta de la blusa raspándole la piel e incluso escuchaba las risas llenas de vida demasiado estridentes. Estaba sobrepasada y cualquier estímulo la llevaba a un estado de irritabilidad cada vez mayor.
Empujó la puerta de cristal, tomando al instante una bocanada de aire fresco al salir al jardín. En el porche habían dos lámparas de exterior, y varias polillas revoloteaban alrededor de la luz. El ruido de las conversaciones, y las risas, quedaron al otro lado. Ahí solo se escuchaban los grillos cantándole a la luna.
Giró la cabeza cuando escuchó la puerta volviéndose a abrir. Y lo vio, cabizbajo, mientras apoyaba la espalda en la puerta de cristal. La brisa arrastró sus rizos, haciendo que le besaran la frente.
Los dos no dijeron nada durante un instante efímero. Pero Ava ahogó una risa, dándose la vuelta.
—"Esto". —Le dijo, señalando a ambos con el dedo. Jonathan levantó la mirada, callado—. Esto se ha acabado.
—Yo no...
—Tú sabías quién era. —Lo interrumpió ella firmemente, asintiendo con la cabeza, y dos mechones castaños bailaron frente su rostro—. Lo sabías. Y lo hiciste igualmente.
—No sabía quién eras. —Respondió con voz tranquila, negando con la cabeza—.
—¡No me mientas! —Le gritó en un susurro, acercándose otro paso hacia él. Y él guardó silencio, su respiración se volvió pesada—. No te atrevas a mentirme mirándome a la cara. Sabías quién era Pedro para mí. Él te confesó incluso qué vendía. Lo he escuchado llamándote hermano, ¡joder!
Se llevó una mano a la cara para cubrirse los ojos, girándose.
—No sabía quién eras para él. —Intentó decirle, frunciendo el ceño tras sus gafas, y se acercó a ella, que estaba de espaldas—. ¿Cómo podría haberlo sabido? ¿Crees que no estoy asustado, también?
—No, no lo creo. —Le respondió, arrugando la nariz con una mueca de enfado—. Cuando te conocí, en la universidad, solo pensé 'joder, que hombre más amable'. No se me pasó por la cabeza que podrías ser ese Jonathan. El hombre que mi padre nombraba siempre al hablar de su juventud. Dios, me has... Seguramente me habrás visto de pequeña, y t-te acostaste con él, ¿no ves lo jodidamente raro que es esto?
Ava se apretó las sienes, con sus cejas castañas muy juntas. Empezaba a dolerle la cabeza, y sus palabras emanaban un vaho blanquecino por el frío de la noche.
—Ava. —Le susurró él de vuelta mientras le suplicaba con la mirada—. Yo no... No sabía quién eras cuando te conocí. Pedro no hablaba de tí, no pude saberlo.
—Oh, ¿no sabías quién era? —Dijo, incrédula, levantando las cejas—. "¿Cómo sabes lo que me gusta sin habértelo dicho?"
Repitió sus propias palabras.
—"¿Si? ¿Y cómo es tu padre? ¿Te llevas bien con él?" —Imitó su acento, intentando que la mirase, pero él giró la cabeza hacia el jardín, mirando el sauce—.
En el silencio, los grillos cantaron entre el césped.
—¿Te divertías? —Ava volvió a hablarle, frunciendo el ceño—. ¿Mintiéndome? ¿Mintiéndole a él?
—Te lo iba a decir. —Contestó en el mismo tono de súplica, con las manos a la cadera, pero Ava negó firmemente con la cabeza, decepcionada—. Créeme, te lo iba a contar.
Ella solo lo calló cruzándole la cara. El ruido del golpe se disipó en el aire frío.
—No me mientas. —Volvió a avisarlo, gesticulando duramente las palabras porque tenía el corazón en la garganta. Él se quedó con la cabeza girada, mirando el suelo otra vez en su silencio—. ¿Sabes lo que es el código ético? Para mi familia es muy importante.
Jonathan levantó la mirada, sin contestarle.
—Lo sé. —Contestó ella, como si leyese sus pensamientos—. No soy su hija. ¿Pero qué harías tú si él esperase dieciséis años y apareciese besándose con Iris? ¿Cómo te sentirías?
Ava negó con la cabeza, apretando los labios, y sus ojos oscuros se cristalizaron.
—No puedo hacerle eso. —Susurró con su voz desestabilizada. Luego jadeó, para poder tomar aire, y se cubrió la cara con ambas manos—. No puedo.
Se apretó los ojos, sin desbordar ni una lágrima, pero secándose los párpados con el dorso de la mano.
—Dios... ¿Sabes lo mal que me siento? —Le explicó mientras se señalaba a sí misma, con la visión borrosa por las lágrimas—.
—No te reconocí. —Insistió, negando con la cabeza mientras la miraba, buscando sus ojos—. No te reconocí al principio...
—Jonathan... Para.
—Lo juro por Dios. —Susurró, tomando delicadamente su muñeca para que no se alejara de él, buscando otra vez su mirada con la suya. Ava solo lo escuchó porque sabía que un hombre como él no nombraría a Dios tan fácilmente—. Lo juro, no sabía que eras tú.
—Jonathan. —Volvió a pedirle que dejara de hablar, negando tristemente con la cabeza—.
—Lo supe. —Admitió, levantando ambas cejas tras sus gafas, y asintió con la cabeza—. Lo supe después. Cuando ya hablábamos después de clase, y nos conocimos. Entonces ya sentía algo por tí. Aunque sabía que fijarme en tí no sería ético. Te lo iba a contar todo cuando descubrí quién eras, cuando dije tu nombre.
—Pero me besaste. —Respondió ella con rencor—. ¿Por qué me besaste? Sabes que yo nunca lo habría hecho. Aunque quería. No te habría besado si tú no lo hubieses hecho primero.
Ava apretó los dientes, aunque su mirada falleció al encontrarse con sus ojos.
—Porque... —Dijo Jonathan vencido, intentando hilar palabras—. Porque estoy enamorado de tí. Patética... Y ridículamente enamorado, de la hija de mi mejor amigo.
Ella quitó la mano de la suya, girando la cabeza para no mirarlo. Jonathan tragó saliva, mirándola bajo la oscuridad de la noche, mezclada con la luz tenue de las lámparas. Sus mechones castaños bailaban con el viento, acariciándole la cara.
—No quiero perderte. —Le declaró en un susurro al viento, mientras ella se giraba para irse—.
—Nunca fuimos nada para perderlo.
Jonathan apretó los dientes, sin saber qué hacer a continuación.
—Pero querías serlo. —Le dijo, esperando que ella se diese la vuelta—.
Y eso hizo. Se giró, mirándolo desde cinco pasos de distancia.
—¿Quieres que se lo diga? —Se acercó, ladeando la cabeza—. ¿A ver qué pasa?
Jonathan apretó la mandíbula, custodiado por la oscuridad del jardín, mientras ella estaba cerca de la luz de las lámparas.
—Perdóname, Ava. —Le pidió en voz baja, cerrando los ojos—.
—No puedo. —Le respondió ella en otro susurro, con la desesperación afinando su voz—.
—¿Por qué? —Le rogó, frunciendo el ceño con tristeza, acercándose—.
—Porque seríamos una decepción. —Dijo, con un hilo de voz, y sus ojos brillantes por las lágrimas—. Y ya lo soy para Dhelia, no quiero serlo para él también.
Se miraron un momento. Solo un momento, antes de que las bisagras de la puerta volviesen a crujir, y Pedro salió al porche. Con su camisa desabrochada, dejando ver el principio de su pecho, y su pelo (ondulado pero canoso) se meció con la brisa fría. Frunció el ceño al encontrarlos ahí, volviendo a guardarse el paquete de tabaco para que Ava no lo viese.
—¿Qué hacéis aquí? ¿Todo bien?
Jonathan solo asintió con la cabeza, mirando el suelo después de ver los ojos marrones de Pedro. Comprendiendo, que ella los quería a ambos. Pero lo prefería a él.
—Sí. —Respondió, volviendo a hablar normal. Se metió las manos frías en los bolsillos—. Solo quería fumar.
—Y yo solo quería salir de ahí. —Suspiró Ava—.
—Eh, ¿por qué estás llorando? —Le preguntó en un tono suave—.
—No estoy... Llorando. —Escupió la palabra, quitándole la mano—.
Pasó por su lado, y abrió la puerta para volver dentro. Solo se quedaron ellos en el porche.
—Cómo me molesta que se parezca tanto a su tía. —Pensó en voz alta, pasándose una mano por el pelo antes de volver la vista a Jonathan—.
Él dejó ir un suspiro por la nariz, levantando la mirada del suelo en un pestañeo.
—¿Está bien?
—Sí. —Pedro frunció los labios, sacando de nuevo el paquete de tabaco—. Seguro que sí. Se ha quedado este fin de semana con alguien en Mánchester.
Le comentó, ahuecando la mano para encenderse el cigarro. La calidez de la llama formó sombras entre sus dedos.
—No habrá terminado bien. —Comentó, exhalando el humo en un suspiro—.
Jonathan tragó saliva, girando la cabeza para verlo a su lado.
—¿Y por qué no te lo ha presentado?
—No será nadie importante. —Escupió el humo, dando otra calada rápida—.
—¿No? —Arqueó una ceja—. Debería preocuparte que no pueda tener esa parte de su vida si tú no lo aceptas primero.
—Lo sé.
Pedro asintió levemente con la cabeza, y aspiró el tabaco mientras la llama consumía el cigarro entre sus labios.
—Y no me importa. Solo protejo a mi familia.
Jonathan también sacó un cigarro. Pedro encendió su mechero.
—Eres un dramático cuando te apetece. —Se acercó a la llama—.
Primero tomó una calda bastante larga, y cuando el humo se disipó frente a sus labios, Pedro respondió a eso.
—Es muy callada, ¿sabes? —Luego hizo una pausa, mientras Jonathan fumaba a su lado—. Una vez le vi un moretón en el brazo. No me dijo nada de cómo había sido.
—Sabía que eras un hombre violento. —Le dijo, refiriéndose a Ava—.
—Pero lo supo Dhelia.
Jonathan frunció el ceño, extrañado al escucharlo hablar de su pasado.
—¿Y?
—¿Él? Terminó en el hospital. —Respondió, encogiéndose de hombros como si no resultara obvio—. Y a Ava la castigó por no haberse defendido. Ni haber hablado.
Jonathan tragó saliva, gratamente sorprendido al recordar la clase de personas que eran ellos dos. Asustándose, al menos, ante la poca verdad que Pedro decidió revelarle.
—No somos los mejores. Pero protegemos a la familia.
—¿Dónde coño estabas? —Irrumpió Dhelia, abriendo la puerta de golpe, y Jonathan se sobresaltó al no haber escuchado sus pasos—.
Los dos se giraron.
—Estás muy guapa, Dhelia. —La halagó, asintiendo una vez con la cabeza—. El divorcio te ha sentado bien.
Pedro se rio.
—Fuera.
Jonathan solo asintió con la cabeza, suspirando en silencio.
—Yéndome. —Obedeció, entrando otra vez en casa—.
Los dos se quedaron solos en el porche, y ese incansable grillo que cantaba puso a prueba la impaciencia de Dhelia.
—¿Se lo vas a decir? —Le preguntó con exigencia—.
Pedro tragó saliva. Su nuez se movió, y su camisa desabrochada se meció por la brisa helada.
—No.
—Mejor. —Lo apoyó, con su típica expresión tensa—. Aún no sabemos nada. No digas nada hasta que nos llegue la carta.
Pedro frunció los labios, encogiéndose de hombros.
—Sí, señora. —Obedeció—.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? —Le pegó en el brazo—.
—Au. —Se quejó, apartando el brazo con el ceño fruncido—. No me pegues, sabes que me gusta.
—Vete dentro. —Le ordenó, estirando el brazo para señalar la puerta del porche—. Ya. Dale la puta sorpresa y que mi hermana vuelva a Miami mañana a primera hora.
—¡Vale, vale! —Cedió, levantando las manos—.
Alguien, dentro, puso una canción de salsa. Aunque sonó opacada al estar en otra habitación, Pedro miró a Dhelia otra vez, con una sonrisa coqueta en sus labios, entre la barba dispersa.
—¿Te acuerdas de esta canción? —Le preguntó con otro tono—.
—Claro que sí. —Respondió ella, cruzándose de brazos mientras apoyaba la espalda en la columna del porche—.
Pedro la miró de la cabeza a los pies.
—¿Quieres bailar? —Le preguntó con nostalgia—.
Dhelia levantó la mirada, y sus ojos verdes se abrieron como su delineado negro.
—Sí. —Respondió en un tono suave, dándole la mano que él le estaba pidiendo—.
Los dedos de Dhelia tocaron los suyos, y le acarició los nudillos con el pulgar un momento. Luego tiró de ella para empujarla hacia él. Se encorvó a su altura, y Dhelia giró la cabeza para apoyarse en él, intentando envolver su espalda en un abrazo lento.
Sus "¿quieres bailar?" siempre habían sido: "¿quieres un abrazo?". Porque Pedro nunca le preguntaba para sacarla a bailar. Y ella nunca le pedía un abrazo.
Más tarde, en la mesa, todos hablaban y comían mientras esperaban con paciencia la tarta con todas las velas. Ava estaba sentada al lado de su abuelo, la madre de Pedro no soltaba al bebé mientras la hacía reír, y Lauren estaba callada sin saber qué lugar ocupar.
Había cuatro familias, amigos o ex compañeros de Pedro, que también estaban sentadas en la mesa y los niños jugaban arriba. Jonathan hacía rato que se había ido.
—Vale. —Pedro se puso en pie, callándolos—. Antes de pasar a la esperada tarta, tengo algo que decir.
—¿Has dejado a alguna puta embarazada? —Bromeó alguien—.
—Creéme, no puede. —Respondió Dhelia por él, llevándose la copa a los labios—.
Eso hizo reír a la mayoría en la mesa, y tuvo que callarlos otra vez.
—Bueno, es mi cumpleaños, pero yo mismo me he hecho un regalo. —Tragó saliva, intentando dejar de reír—. Ava, mi amor, ¿te acuerdas del día que nos conocimos?
Ava estaba centrada en su plato, en silencio. Solo levantó la mirada cuando la llamó.
—Sí.
──── 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐀𝐕𝐄𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝟐𝟎𝟏𝟎 ────
Cali, Colombia.
El color ámbar de las lámparas bañaba sus cuerpos sudados. Pedro la sostenía con un brazo, envolviendo con fuerza su cintura.
Los dos gruñían y gemían contra la boca del otro, mirándose a los ojos de muy cerca. Pedro resiguió su desnudez con las manos, arrastrando su tacto áspero por la agradable piel de Dhelia, y volvió a besarla para distraerla y tumbarla en el sofá.
Ella arqueó la espalda para abrir las piernas, gimiendo con fuerza mientras él terminaba dentro de ella, dándole dos empujones más hasta que le arrancó el aliento. Ambos terminaron sudados y flojos, Dhelia tenía la cabeza echada hacia atrás, sobre el reposabrazos del sofá, y se quedaron en esa posición unos segundos más para recuperarse.
Hundió las manos en el pelo corto de Pedro, dándole un suave tirón mientras él se dejaba caer un momento entre suspiros y jadeos.
—¿Qué haría sin tí, mi amor? —Jadeó Pedro sobre su cuello sudado, dejándole un beso pesado por el roce de su bigote—.
Ella jadeó, aún sin poder recuperarse, y sus aros de oro se enredaron entre las ondas de su pelo moreno.
—Quita.
La obedeció, y después de beber de su piel bronceada una vez más, se apartó de ella. Se sentó en el otro sitio del sofá, con la manta sobre su regazo solamente por el frío de la lluvia. Se inclinó hacia la mesa auxiliar, donde aún descansaban los restos del polvo blanco. Cogió uno de sus cigarrillos.
—¿Qué vas a hacer? —Le preguntó a su mujer, acercándose el mechero—.
Dhelia seguía tendida en el sofá, con los pies sobre el regazo de Pedro, y la juventud de sus treintas se apreciaba por la piel prolija de su cara, incluso entre sus pechos firmes descansaba una cruz de oro, pequeña. Estaba mirando el móvil, leyendo algo.
—He ganado el juicio. —Jadeó, al contrario que él, aún sin poder recuperarse—.
—¿Has ganado? —Repitió Pedro, frunciendo mucho el ceño—.
—¿Estás sordo? —Volvió a apagar el móvil, levantándose del sofá para ponerse la ropa interior—.
Antes de que se fuera a la cocina Pedro le dio un golpe en el culo, apretando su piel blanda, y acercó la boca para morderla. Cogió ambos lados de su cadera para tirarla a su regazo. Llevaban diez años casados, pero siempre habían tenido esa pasión. Que parecía no marchitarse con el tiempo.
—Volvemos a Inglaterra. —Le dijo al oído, agachando la cabeza para besarle el hombro, arrastrando el roce incómodo del bigote por su piel—.
—Sí. —Asintió ella, medio girándose para mirarlo a la cara. Y cuando tuvo su atención volvió a avisarlo—. Espero que no se te haya olvidado el inglés, porque no voy a volver a repetírtelo. Si haces esto delante de mi sobrina, si un puto gramo de coca entra en mi casa, tengo muy claro dónde están mis tijeras de podar para cortártela. ¿Te lo he dicho suficientemente claro?
Pedro sonrió, riéndose.
—Su madre es una puta, ¿crees que no ha visto a gente colocada?
—Ahora es mía. Muchas cosas van a cambiar al volver a casa.
—¿Si? —Se hipnotizó con ella, bajándole el tono sin darse cuenta, y ella le acarició el pelo, yendo hacia su nuca—.
—Dile a los chicos que carguen el napalm.
Birmingham, Reino Unido.
Dhelia llegó a comisaría con el ruido insistente de sus tacones. Respirar de nuevo el aire inglés, fue extenuantemente familiar.
Llevaba un abrigo largo de color negro, al igual que sus guantes, y unos labios rojos también oscuros. Pedro estaba detrás de ella, pero cualquiera hablaría primero con Dhelia. Imponía más la gratitud de obtener su atención.
—¡Dhelia! —Un grito inundó la comisaría—.
Lauren llegó a ella siendo su decadente reflejo, demacrada e insomne, con lágrimas rodando por sus mejillas.
—Por favor no te la lleves. —Le suplicó, apoyando la cabeza en su hombro—. Por favor, déjame a mi niña. Por favor, por favor...
—Vete.
La cogió con facilidad del pecho, apartándola de un empujón. Lauren se cubrió la cara con las manos, sollozando dolorosamente, y ni siquiera intentó insistirle a Dhelia. Sabía que no valía la pena hablar con ella.
—Buenos días, señora James. —La recibió el policía—. La niña está esperando en el pasillo.
Dhelia hizo un ademán de cabeza, hablándole a Pedro.
—Que no se acerque. —Le ordenó, andando hacia la recepción—.
Cuando Pedro se asomó vio el pasillo solitario. Una niña formaba parte de ese silencio, con una camiseta de flores salpicada de sangre seca, y una herida abierta en la sien. Con la mirada perdida.
—Hola, Vianne.
La niña solo movió los ojos.
—Soy Pedro. —Se arrodilló delante de ella para sacar un pañuelo, y le limpió la sangre que goteaba hacia su mentón—. Soy el marido de tu tía.
La niña lo miró con sus ojos miel amenos, sin inmutarse ante ningún estímulo.
—El inmigrante hipócrita que dice mi abuelo.
Él levantó ambas cejas al escucharla.
—¿Sabes siquiera qué significa 'hipócrita'?
—¿Sabes cómo degradar la anfetamina? —Le respondió ella—.
—No.
—Supongo que robar a mi familia es más fácil, ¿verdad?
—Mira, no he venido hasta aquí para discutir contigo.
—En tu país estabas mejor. —Dejó de mirarlo—.
—¿Ah, si? Pues ahora soy tu familia, listilla.
—Lo has pronunciado mal.
Pedro puso los ojos en blanco, asociando su humor con el estado de shock que debía sufrir. Aunque parecía muy serena.
Sabía porqué Vianne estaba en comisaría; un cliente se emocionó demasiado, y casi terminó matando a Lauren en su propia casa, fuera del trabajo. Estuvo a punto de asfixiarla, pero Vianne salió de su habitación al escuchar ese ruido, y ella fue la que apuñaló a ese hombre en las costillas. Con un bolígrafo.
Otro hombre, vestido de exquisito negro noche, apareció en el pasillo, andando hacia la niña.
—Vianne. —Su nombre salió de sus labios como una adivinanza, retorciéndose en su lengua por su acento de Birmingham, muy diferente al de Pedro—.
La niña, de nuevo, solo movió los ojos, levantando la mirada en un pestañeo pesado. Pedro se giró, y vio al hombre de piel pálida vestido con un traje elegante.
—¿Aún tienes la herida abierta? —Sonó preocupado, frunciendo sus cejas negras—.
—No me toques. —Sonó como una órden, y le golpeó la mano para que no se acercara—.
Pedro lo cogió del pecho con una mano, y lo empujó contra la pared del pasillo.
—No la toques.
—Oh, perdona. —Se rio—. Me llamo Rhys.
—Ya me parecía a mí que olía a basura. —Interrumpió Dhelia, llegando con un paso silencioso y las manos en los bolsillos—.
—E-.
—Déjalo.
Así, las dos cerca, tía y sobrina sí que se parecían. Como dos retratos del mismo autor.
—¿Quién es? —Le preguntó Pedro, soltándolo con un ademán brusco, dejando su traje arrugado—.
—De la familia Bouytone.
—Siempre es un placer ver tus ojos verdes, Dhelia. —Se despidió—. Espero que no te quedes demasiado tiempo.
El hombre se fue de la comisaría, y el abuelo de Vianne ya lo dejó todo preparado para que ellas salieran como si esa detención jamás hubiese existido.
—Vámonos, Vi. —Le dijo a su sobrina, extendiendo la mano para que la tomase—.
La niña lo hizo, levantándose del banco.
—Tengo hambre.
—Por el amor de Dios, ¿Lauren no te da de comer? —Pellizcó su camiseta de flores, dos tallas más pequeña para su edad, pero le iba holgada—.
—Sí. Pero mamá no. Siempre dice que no tiene hambre. ¿Y mamá? —Le preguntó, levantando la cabeza—.
Dhelia solo suspiró profundamente, y Pedro les abrió la puerta para salir.
—Tu abuelo la ha enviado a Miami. No podrá volver.
Vianne frunció el ceño, tomando su mano con la manicura hecha.
—¿Por qué?
—No te preocupes por eso, Vi. La tía Dhelia se encarga.
Y esa misma noche, cuando Rhys estuvo en su cama, plácidamente dormido entre sábanas de algodón egipcio, una mano inocente le cubrió la cabeza con un saco, asfixiándolo con primicia.
Estaría cegado, con cuerdas tensas alrededor de sus manos, resoplando y jadeando como un perro hasta que esa misma mano decidió quitarle el saco. Agonizante, hilos de saliva bajaron por sus labios al poder tomar aire.
—¿Qué es esto? —Ladró, inclinado hacia delante por el cansancio de sus músculos completamente rígidos—.
Jadeó por aire, escuchando el ruido de una cerilla siendo prendida. No vio nada, porque todo era oscuridad en su propio garaje.
—No voy a-.
—Cállate.
Escuchó unos pasos que rodearon su silla, y levantó la cabeza para ver a Dhelia vestida de negro, con un cigarro entre los labios.
—¿Sabes por qué estoy aquí...? —Le preguntó Dhelia, arrastrando otra silla para sentarse delante de él, cruzándose de piernas—. ¿...Rhys?
Detrás de él, apoyaron una mano en el respaldo de su silla, provocando que intentase girar la cabeza para ver quién era. Pero no le vio la cara.
—¿Por la niña? —Le preguntó él, acomodándose en la silla con las piernas abiertas—.
Se rio, mostrando sus perfectos dientes blancos. Mientras Dhelia solo fumaba.
—Es la hija de una puta. —Sonrió él con descanso—. ¿Qué tengo que ver yo?
—La cría es mía. —Le dejó claro, levantándose grácilmente de la silla. Se acercó a él a paso lento—. Solo mía. Y tú eres su padre. ¿No crees que debería arreglar eso?
—No soy el padre de eso. —Renegó, levantando la cabeza cuando Dhelia se acercó demasiado—. Solo es la consecuencia de haberme follado a la puta de su madre. No es nadie.
—Es una James. —Escupió el humo tranquilamente, aplastando la colilla en el cuello de Rhys—.
Él solo apretó la mandíbula, y la miró directamente a los ojos
—¿Ahora vas a amenazarme? —Negó con la cabeza con calma—. ¿Crees que tengo miedo al dolor?
—No. —Negó ella, también con una voz tranquila—. Eso lo hacía cuando trabajaba para mi padre. Ahora... Ahora tengo mis propios métodos.
Chascó los dedos sin apartar la mirada de Rhys.
—Casi la matas. —Le susurró, como si fuese cuento—. Casi matas a una de mi familia, Rhys... Intentando matar a esa puta casi matas a mi sobrina.
—¿Qué? —Le palideció el rostro, y sus ojos miel se abrieron mucho—.
El hombre al que había ordenado, traía a un niño con el pijama arrugado. Dhelia estiró un brazo hacia él, y le tocó la cabeza con cariño, deslizando los dedos por su pelo rubio.
El niño la miró un momento antes de secarse las lágrimas con el antebrazo.
—Tu hijo no demuestra coraje. Te ve atado y con la mierda hasta el cuello y no intenta salvarte. ¿Será porque él no es el hijo de una puta? La mía intentó apuñalarte en cuanto tocaste a su madre.
—¿Por qué metes al niño en esto? —Casi la mordió, intentando desesperadamente desatarse—. ¿Dónde están tus principios, zorra de mierda?
—Ssh... —Lo chistó con cariño, frunciendo el ceño—. No digas esas cosas con él delante. ¿Cuántos años tienes?
Él solo pudo balbucear algo, pero Dhelia ya lo sabía.
—Siete años.
—Déjalo. —No se lo suplicó, se lo exigió mirándola fieramente a los ojos—. Deja este teatro. Los dos sabemos que no lo harás. Tú tienes un código moral, no eres tu padre.
—Vianne tiene ocho.
Volvió a mirar al niño, desesperando un poco más a Rhys.
—Y casi me la quitas. ¿Puedes imaginar lo qué habría sentido? La conozco desde que salió del hospital.
Durante un momento, apretó demasiado el hombro del niño, arrancándole un gemido. Solo llanto, quejidos, sollozos. Al final, la mano de Dhelia se aflojó, y tensó la mandíbula.
—Ve con tu padre. —Le ordenó, sin poder dejar de mirar a Rhys atado a la silla—.
—Theo. —Lo llamó él con tranquilidad—. Ven aquí, no pasa nada. Mírame, mírame cariño, no llores más.
El niño sollozó de miedo, yendo hacia él. Pero lo único que tocó el regazo de Rhys fueron sesos y trozos de cráneo. Porque Dhelia había disparado, mucho antes de que Rhys reaccionara.
El cuerpo cayó a los pies descalzos de su padre, mojándolo con sangre y la viscosidad de su cerebro: desparramándose por el suelo.
—¿Qué-? —Rhys no respiró, con los ojos bien abiertos. Negándose a mirar abajo—. No. No no no no. No... No es verdad.
—Traedme a la mujer. —Ordenó Dhelia, volviéndose a sentar en su silla—.
—No... —Rhys continuó en bucle, sin poder cerrar los ojos mientras se mecía hacia delante y hacia atrás—. No, no, no, no... Esto es un sueño. Un sueño. Estoy dormido.
—Si esto fuese un sueño tuyo estaría desnuda. —Respondió Dhelia, frunciendo el ceño—. Murphy, haz que mire.
Y al instante, las dos potentes manos de ese hombre obligaron a Rhys a bajar la cabeza. Entonces vio el cuerpo sin vida de su hijo, con la cabeza abierta por el tiro de una magnum, y vio que sus pies se bañaban en la sangre encharcada.
Entonces, solo entonces, Rhys empezó a gritar.
Otro hombre llevó a la esposa, empujándola hacia Dhelia. Esa mujer, al ver el cadáver aún caliente de su hijo, también gritó.
Horror. Pánico. Sangre. Gritos. Parecía el clímax de una obra intensa.
La embarazada solo calló sus sollozos cuando Dhelia la sentó, apretándole los brazos, y se inclinó sobre ella. Con su perfume de Chanel y ese hedor a dinero.
—Ssh... —Chistó en su oído, cerrando los ojos con molestia—. Cállate. Cállate, odio los gritos.
Se apartó de ella, y otro hombre la ató a la silla. Lloraba mirando a su marido, que seguía hipnotizado por el cadáver de su hijo. Con el cráneo abierto y sus pies desnudos pisándole los sesos.
—Verás. —Le explicó Dhelia a su lado. Pero Rhys no pudo mirarla, no respondía—. Yo me iría ya.
Murphy, el mismo hombre que lo había atado, ahora derramaba un bidón de gasolina sobre la mujer embarazada. Intentó gritar de miedo, atragantándose
—¿Sabes por qué me has obligado a hacer esto? —Le susurró, inclinándose hacia él con delicadeza—. Porque violaste a mi hermana.
Cerró los ojos al susurrar eso, mientras los gritos y el hedor a gasolina se apoderaban de la cocina.
—Creyendo que era yo.
Rhys tenía los labios entreabiertos, con la mirada perdida. Parecía un ser extracorpóreo, con una sola gota de sangre que bajó por su nariz hasta deslizarse entre sus labios.
—Voy a matarte. —Le susurró ahora él, con una voz tenue, porque no encontraba fuerzas para nada más—.
—¿Vas a matarme? —Dhelia frunció el ceño, y se acercó un poco más para escucharlo—. ¿Y qué harás después? ¿Follarte mi cadáver, Rhys?
—Voy a matarte... —Susurró con la voz apagada, mirándola vagamente a la cara—. Pero primero cogeré lo que más quieras en esta vida... Y lo haré sufrir.
—Mira, Rhys. —Ignoró el comentario del moribundo, volviendo a erguirse—. A ella la hemos bañado en gasolina y napalm, ¿sabes lo que significa eso?
Pedro, detrás de ella, encendió un cigarro, y después de darle una calada rápida se lo pasó a Dhelia. Ella también dio una calada, y vio a la mujer llorando casi sin voz, sin poder respirar por el mal olor de la gasolina y el miedo mezclado con la sangre.
—Que va a arder. —Le explicó a Rhys, escupiendo el humo por la boca—. Sí. Va a arder... Muy rápido. Y tú estás seco. La verás morir, pidiéndote que la salves, rogándote que hagas algo... Y solo la mirarás morir para después morir tú. Más lentamente.
Dhelia dio otra calada al cigarro, viendo cómo Murphy sacaba el bidón de gasolina, y se acercaba a ella.
—El coche está listo.
—Ya nos veremos, Rhys.
—¿Cómo le puedes hacer esto a un niño? —Murmuró él entre su dolor—. A una mujer indefensa... Embarazada. ¿Qué clase de diablo eres?
Dhelia tragó saliva, tragándose el regusto del tabaco, y antes de que uno de sus hombres lo callara de un puñetazo, levantó una mano para pararlo.
A cambio se acercó a él, y le susurró:
—Te voy a confesar algo. —Lo agarró del pelo violentamente—. No eres mi familia. Así que no sois mi problema.
Después de eso, esperó un momento a que sus hombres abandonaran la casa, y tiró el cigarrillo. Todo ardió. El fuego subió hasta la segunda planta, propagándose, consumiéndolo todo a su alrededor.
Pero fue un farol. Porque cuando pasó un minuto, deleitándose con los gritos de Rhys como si fueran una canción sintonizada de la radio, mandó que sus hombres lo sacaran de allí.
Para obligarlo a vivir.
Para que la recordase.
Solo un año después, Pedro peinaba a Vianne antes de irse a dormir.
Le compraba lo que ella quisiese, dormía con él cuando tenía una pesadilla, la llevaba en brazos cuando tenía una rabieta, la consentía... Y cambió ese "No quiero nada de ti" por un "Vale, papá. Pedro. Pedro. Lo siento".
────
—Yo también me acuerdo. —Asintió Pedro con una sonrisa, mirándola, y luego miró a Dhelia—. Como si fuese ayer. Tú, cariño, me cambiaste. Te debo mucho, Ava, siempre serás mi familia.
Ella le sonrió, con su pelo castaño tras las orejas.
—Por eso —Pedro retomó la conversación, cogiendo un papel que Lauren le pasó—, aquí, hoy, quiero proponerte una cosa.
Dejó la copa, y le pasó el papel plastificado a Ava por encima de la mesa. Ella frunció mucho el ceño, notando como su corazón se aceleraba aún más.
—Ava. —La llamó, con una sonrisa—. ¿Quieres ser mi hija?
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