Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

29

Faltaban diez minutos para las seis de la mañana cuando Ava abrió los ojos. 

Giró la cabeza sobre la almohada, y exhaló un suspiro ligero cuando vio los rizos grisáceos de Jonathan enredados en una odisea sobre la almohada. Estaba boca abajo, y su respiración era lenta y pesada, aún estaba plácidamente dormido. .

Se giró de cara a él, enredándose un poco más bajo la manta color marfil, y lo miró unos segundos antes de tener que levantarse. 

La luz del sol bañaba la piel canela de su espalda, resaltando algunos lunares aleatorios sobre la llanura de su piel, e incluso, mientras lo miraba, esclareció una marca blanquecina e irregular.

 Se inclinó hacia él.

Acarició muy sutilmente la cicatriz, con la yema de sus dedos, sin pretender despertarlo. Y entonces, se dio cuenta de que también tenía pequeñas cicatrices en sus omóplatos, casi invisibles por el paso de los años, pero al estar tan cerca las pudo esclarecer entre el tono moreno de su piel. 

Apartó la mano, y comprendió que (quizá) por eso le ataba las manos, o la invitaba a darse la vuelta. Porque no quería que lo tocase, ni había mencionado el tema, porque sus cicatrices aún estaban sangrando.

Ava tragó saliva, viéndolo dormir solo unos instantes más, y se quitó la manta de encima para levantarse.


✁✃✁✃✁✃✁


Un capuccino con espuma y canela bastó para ayudarla a centrarse en lo que estaba leyendo.

 Repasó a fondo la lista de participantes, los premios, y los estudios que se realizaron en la Compañía Orión Inc.

Fuera, una brisa fría recorría las calles mojadas de Mánchester, y los árboles acumulaban hojas secas a los pies de sus troncos.

Mientras daba el último sorbo al café caliente, los ojos miel de Ava repasaban aprisa las hojas informativas, ni siquiera miró por la ventana que tenía al lado, estaba abstraída en lo suyo. El móvil vibró encima de la mesa, y deslizó el pulgar para aceptar la llamada.

—Buenos días. —Contestó ella, apoyando el móvil entre el hombro y su oreja para ordenar los papeles—.

—Buenos días. —Respondió Pedro al otro lado, con su acento americano—. ¿Ya has desayunado?

—Sí. Ahora voy a la sala de actos.

—Si está el cabrón de Copenhague dile que aún estoy esperando las cien libras que le presté. Que te lo pases bien, cariño.

—Nos vemos el lunes.

—¿El lunes?

—No te preocupes, me pago yo la habitación. —Salió del hotel. Fuera estaba nublado, y el aire olía a lluvia—.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Me apetece pasar el fin de semana en Mánchester. Y aprovechar la conferencia que dará el doctor Novikov.

—Pero-. —Se interrumpió a sí mismo—. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

—No, estoy bien, todo bien. Gracias, Pedro.

—Pero el sábado íbamos a celebrar que ganaste el diploma en el observatorio.

—Ah. —Frunció el ceño, sin recordar haberlo ganado—. Bueno, no es nada importante, olvídate de eso. Y no te preocupes, el lunes a primera hora estaré en la universidad.

—¿De verdad? Bueno, si quieres puedo avisar a Eddie y pagarle el viaje para que te haga compañía.

—No, estoy bien. Quiero pasar unos días sola.

Se escuchó la risa de Pedro. Ava susurró un gracias al hombre que le sostuvo la puerta, y entró en el gran edificio astronómico de Mánchester; Orion Company, since 1912. 

El suelo era de moqueta elegante, y los colores oscuros envolvían una serenidad profunda.

—¿Crees que eres más lista que yo?

—Bueno, está mal admitirlo. —Ava empujó una puerta de cristal, dirigiéndose al ascensor—. Pero sí. Lo creo.

—Está contigo, ¿verdad? 

—Está conmigo ¿quién? 

—Quién va a ser, pues ella.

—Que no es una mujer. —Lo corrigió, frunciendo el ceño—.

—Entonces sí que estás con él.

—No te estaba pidiendo permiso, solo te estoy informando.

—No, no, me da igual... O intento que me dé igual. Lo intento...

—Voy a colgar. —Le dijo, entrando en el ascensor cuando sus puertas se abrieron—.

—...lo estoy intentando. ¡Espérate! Espérate. Solo te pido que pienses dos veces en las cosas, y que me avises si algo va mal. Lo que sea. Estoy aquí, aunque no esté ahí contigo.

—Lo sé. —Lo reprendió ella, estirando sus labios en una sonrisa—. ¿De qué tienes miedo? ¿De ser abuelo tan pronto?

—¡Eh, eh, eh! Párate ahí.

Eso la hizo sonreír, mientras el ascensor subía hasta la última planta. Las paredes eran de cristal, y podían verse las carreteras mojadas, los árboles de copas desnudas, y la gente anónima bajo paraguas oscuros.

—Ni siquiera tienes la edad legal para beber alcohol, y si fuera por mí nada de novios hasta los treinta.

—No lo llames así, no me gusta esa palabra. No es mi novio.

Una hoja marrón fue arrastrada por la brisa, y quedó pegada al cristal del ascensor.

—¿Pero te gustaría? —Le preguntó en otro tono—.

—¿El qué? 

—Ser abuelo. Pronto serás demasiado viejo para ser solo padre.

—Harás que me atragante. Pero sí. Me gustaría. Y con esto no estoy diciendo que quiero que me llamen abuelo.

Ava tragó saliva, y asintió levemente con la cabeza, perdiendo la mirada entre los desconocidos que andaban por la calle.

—Lo sé. —Le respondió, cambiando su tono a uno más tenue. Luego hizo una pequeña pausa—. Ojalá pudiese darte nietos.

—Ava. —La llamó desde el otro lado de la línea—. Sabes que puedes.

Ella dibujó una sonrisa suave, y se mordió el labio inferior, asintiendo con la cabeza. Sabía que no podía, o que las condiciones para poder ser madre eran tan específicas que esencialmente eso era un no con su relación con el VIH.

—Bueno. —Suspiró ella, carraspeando—. Nos vemos el lunes, Pedro.

—Sabes que te voy a llamar todos los días igualmente.


──── 𝐈𝐧𝐯𝐢𝐞𝐫𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟏𝟗 ────

Unos gritos de dolor inundaron el pasillo. Sollozos y quejidos traspasaron las paredes del hospital como un aire frío que erizaba la piel.

—¿Qué le pasa? —Dhelia abrió la puerta de la habitación, repleta de enfermeras—.

—Señora Peña, cálmese...

Su camilla estaba vacía.

—¿Qué le habéis hecho? —Empujó a las enfermeras que empezaban a rodearla—. No he firmado ningún consentimiento para más pruebas.

—No hemos hecho nada, no se preocupe.

—¿Dónde está?

Intentaron suavizarla, pero Dhelia apartó a un par de enfermeras a empujones. Antes de que llamaran a seguridad para que la echasen Vianne abrió la puerta del baño, con la noción ida y apagada del dolor. 

Sin mirar a nadie se apoyó en la pared, e intentó ir hacia la cama.

Dhelia se calló, y ninguna enfermera dijo nada. La miraron arrastrándose, y cuando paró sus pasos lentos para agachar la cabeza y ver el río de sangre que descendía por sus muslos. Se apartó la bata del hospital, manchándose las yemas, y volvió a intentar ir hacia la cama.

—Déjame ayudarte. —Susurró una enfermera joven, yendo hacia ella—.

Le tocó el brazo, y Vianne se zafó con un gruñido. Con las heridas infectadas en la cara, la rabia en su mirada y su pelo cortado a mechones parecía un animal. Sus piernas llenas de suturas y puntos tropezaron al apartarse de la enfermera, y cayó al suelo con un gemido de dolor. Sin poder parar el golpe.

Empezó a llorar para ella misma, y se esforzó por apartarse cuando las enfermeras quisieron ayudarla. 

Utilizó los brazos para arrastrarse, intentando llegar por sí misma a la cama. 

Pero Dhelia cogió sus manos, pasando su brazo detrás del cuello para levantarla.

—No... —Lloró—.

—Levántate.

—No me mires, por favor. —Suplicó, aún afónica—. Vete, Dhelia.

—Ponte de pie. —Le ordenó mirándola a la cara—.

—No puedo. —Sollozó, perdida— T-Te he manchado de sangre, Dhelia, lo siento.

—Yo ya estoy manchada de sangre. No importa, nena, levántate.

La sostuvo en el suelo, pasando un brazo por su espalda, y la puso en pie para llevarla a la cama, escuchándola resoplar y gemir al rozar sus heridas. Apenas podía caminar. Su cuerpo estaba castigado, blandido y casi muerto, pero por las noches algunas enfermeras la escuchaban susurrando la teoría de la relatividad, o el proceso del Big Bang, una y otra vez. 

Su cuerpo ya no era suyo, pero su mente nunca la tocaron.

—No puedo. —Lloró en voz baja, mirando a Dhelia desde la cama—. No puedo, Dhelia. Me duele todo, me duele ir al baño, me duele respirar, me duele vivir... Diles que me den algo más fuerte.

—No puedo hacer eso. 

—Por favor. —Gimió, rodeada de lágrimas—. Por favor, no quiero sentir el dolor. Diles que me den morfina.

—Sabes que estás en desintoxicación, Vi.

—Dhelia. —Sollozó, incorporándose para tomarla del pecho, aferrándose—. Dhelia, ayúdame.


Ella se inclinó, tomando su rostro amoratado entre las manos, y apoyó sus frentes mientras su niña lloraba.

Más tarde, cuando cayó la noche, el doctor le pidió que lo acompañase al pasillo. Cargado con un silencio que no anunciaba buenas noticias.

—Las pruebas han dado positivo para VIH y sífilis.

Ella asintió apenas con la cabeza, apenas estando lúcida para escucharlo.

—....sé que el caso de Vianne se ha hecho polémico en redes, y esa masa de gente apoyándola no es buena para nadie.

—Duermen ahí fuera, se turnan para ir a comer, incluso un periodista ha intentado entrar en su habitación.


El doctor carraspeó, mirando al suelo un momento, y la invitó a sentarse en la sala de espera.


—¿Puedo preguntar dónde está la madre biológica de Vianne?


—No. Yo y mi marido tenemos la custodia, y-. Y él no ha venido porque no quiere que la vea así.


—Necesito hablar con la madre de Vianne. Es por un asunto legal... Y de empatía.


—Yo soy su madre. Si tiene algo más que decirme hágalo ya o váyase a la mierda.


El doctor tensó la mandíbula, retirándole la mirada. Sin saber cómo hacerlo, se preparó nerviosamente, frotándose las manos.


—Esta mañana, cuando el personal de limpieza ha entrado en el baño de Vianne, han llamado a dos enfermeras por los coágulos de sangre que había, y la analítica nos lo ha confirmado. Lamento tener que decirle que su sobrina ha sufrido un aborto por los antibióticos suministrados el martes día trece, cuando llegó al hospital.

La cara de Dhelia perdió el color. Dejó la mandíbula floja, dibujando un grito ahogado que no fue capaz de pronunciar. No creía que las personas tuviesen alma, pero en ese instante sintió su alma besándole los pies, abandonándola por completo.

—¿Vianne lo sabe?

Soltó como un susurro. Pues se le olvidó cómo hablar.

—No.

—No va a saberlo. —Lo avisó, tensa—.

—Lo siento, lo entiendo. Pero es mi deber comunicarle al paciente su estado.

Dhelia paró de deambular, con las manos en la cabeza y sus ojos verdes llorosos. Se lo quedó mirando sin entender a qué se refería.

—¿Qué?

—Soy su médico, señora Peña, y mi código dicta que debo informar al paciente.

—¿Su médico? —Casi lo susurró, borrando esos pasos que la separaban de él—. Mi sobrina tiene diecisiete años. Diecisiete. No va a decirle nada si yo no lo autorizo.

—Señora James, según la ley de Reino Unido, estoy obligado a comunicar qué ha pasado junto con su informe médico. Teniendo en cuenta, que su sobrina cumplirá la mayoría de edad el día doce de este mes.

—Ya está tardando en sedarla y preparar el quirófano para un legrado. —Lo amenazó, hablándole muy cerca de la cara para que la escuchase—. ¿Me ha oído? No quiero volver a escuchar, ni que me recuerde nada de esto. Ese embrión no ha existido. Nadie más lo va a saber.

El doctor negó con la cabeza, completamente serio.

—Lo siento, señora. Si autorizo ese procedimiento sin haber hecho un informe previo perdería la licencia.

—Escúcheme bien porque no voy a repetirlo.

Sacó una navaja pequeña, y apretó el filo contra su abdomen como un aviso, arrancándole el aire de los pulmones.

—Sería una pena que perdiese el trabajo. —Se inclinó hacia él, susurrándole al oído—. Pero sería una desgracia que reconociesen a un cadáver por su licencia médica.

Quiso retroceder, pero Dhelia lo cogió con fuerza del brazo, arrugando la bata blanca. Lo empujó hacia ella.

—Si algo de esto se filtra a la prensa, Josh, yo seré lo último que vean Mary y Matthew antes de irse a dormir. Mientras tú estás de guardia cualquier martes, o miércoles, o jueves. —Le susurró, clavando los dedos en su brazo—. ¿Lo has entendido?

El hombre tragó saliva, en un desespero mudo, y una gota de sudor frío relució en su frente.
Dhelia se apartó de él, y lo miró a la cara.

—Así me gustas. —Le palmeó la mejilla—. Callado como una puta.

 ────


Esa arcada le quemó la garganta, haciéndola inclinarse más hacia delante, y vomitó todo lo que había en su estómago en el baño. Medio llorando medio vomitando.

Ella lo recordaba. Recordaba no haber sangrado en esos tres meses, recordaba que nadie comentó nada sobre eso, recordaba muchas cosas.


Cuando no tuvo nada más que vomitar lloró un rato.

No quiso recordar nada más. No quiso pensar en Vianne ni un segundo más. Así que simplemente bloqueó todo eso, lo bloqueó todo lo fuerte que pudo, y pensó solo en una cosa:Tengo que presentar los premios.
Una hora más tarde, después de hablar con los participantes, integrarse en el grupo invitado y que la prensa sacara alguna que otra foto de Ava con varias eminencias de la física cuántica: empezó la entrega de premios. Porque aunque ella estuviese mal, el mundo no pararía por ella.

La sala era enorme, dentro de todas sus capacidades, con una arquitectura exquisita y nácar para decorar las paredes y varias columnas. El público, denso, estaba ordenado en asientos de terciopelo rojo, y ya en el escenario Ava pudo ver a Jonathan entre su público, sonriéndole.

Ella solo carraspeó, dejó de mirarlo para no ponerse nerviosa, y aceptó el micrófono que le dio el personal técnico. Algunas personas aún hablaban, pero callaron cuando Ava subió los peldaños del escenario, y empezó hablar.

—Buenos días damas y caballeros. —Miró al público, sosteniendo el micrófono—. Más caballeros que damas, pero no pasa nada, somos todos bienvenidos en nuestra entrega de los premios Orión.

Durante una hora (que se alargó hasta cuarenta minutos más) todos los seleccionados del premio Orión presentaron la tesis por la cual habían sido reconocidos.

El premio, de cuarzo negro, trazaba la constelación de Orión con piedras preciosas incrustadas. Al entregarlo, los flash de varias cámaras cegaron a Ava y al doctor irlandés Walsh, pionero en el campo de la física de partículas, que daría una conferencia.

Pero Ava, antes de nada, quería lavarse los dientes y cambiarse esos zapatos estrechos e increíblemente incómodos. Había hablado toda la mañana con ese ardor en la boca del estómago y ese mal sabor en la lengua.

Al bajar del escenario unos pocos periodistas quisieron hacerle unas preguntas, pero los rechazó y subió la pequeña rampa que indicaba la salida. Salir de ahí fue como quitarse un corsé imaginario, que le apretaba el tórax.

—¿Te has aburrido mucho? —Le preguntó a Jonathan, que la estaba esperando detrás de la puerta—.

El pasillo casi parecía del teatro de una ópera con ornamentaciones en las paredes y nácar pulido. En el suelo, una alfombra gris oscura, y elegante, se alargaba hasta cubrirlo todo. Jonathan armonizaba con el ambiente, porque llevaba un traje oscuro, y un chaleco color tierra sobre su camisa blanca.

—Ha sido interesante. —Respondió él, guardándose el teléfono en el bolsillo—.

—No hace falta mentir.

Se acercó a él, y cogió su brazo para andar a su lado. Ava tomó una respiración profunda, y suspiró por la nariz. Con los tacones, era unos centímetros más alta que él.

—¿Te he dicho lo bien que te sientan los trajes? 

—Sí. —La hizo sonreír—. Me lo dijiste hace tiempo.

—Me muero por verte con un vestido. —Se le escaparon sus pensamientos, negando con la cabeza lentamente, y sus ojos bajaron por ella otra vez—.

—¿En vestido?

—¿Qué? —Sonrió él, curvando los labios entre su barba canosa—. Te lo estoy pidiendo, ¿verdad?

Ella solo curvó los labios hacia abajo, y se encogió de hombros, volviendo a mirar al frente.

—Hm. —Murmuró, suspirando:—. Llevo mucho tiempo sin ponerme un vestido.

—¿Cuánto tiempo tengo hasta que vuelvan a necesitarte?

—Bueno, en teoría debería estar en el laboratorio de la UMIST para estudiar el nuevo satélite de la estación espacial internacional... Pero estoy aquí, de todos modos.

Cruzaron el pasillo, y Jonathan empujó la puerta de cristal para que ella pasase.

—¿Y dónde estamos yendo?

—A cambiarme de zapatos. 

—¿Vas a negarme un café después de irte sin una nota? —Tomó el paraguas que había dejado en la entrada—.

—No estaba pensando en eso esta mañana. Estaba pensando en que debía hablar con el candidato al premio Nobel de Física, y que trescientas personas me estarían mirando.

Cuando salieron el ruido de la lluvia les dio la bienvenida, cientos de gotas impactaron con calma sobre la tela del paraguas, y Ava tuvo que acercarse un poco más a él para no mojarse.

—Lo has hecho muy bien. —Comentó Jonathan, exhalando un vaho blanquecino—. Eres magnífica cuando tienes un público.

—Ya lo sé. —Suspiró ella, sacando un poco el móvil al sentir que vibraba, pero ignoró la llamada al ver el nombre de su madre—.

Carraspeó, metiéndose las manos en los bolsillos del abrigo largo. Se dio cuenta de que ya no estaban tan cerca, y no la cogía de la cintura. Porque estaban en público, obviamente.

—Lo que me atormenta es eso de tu sorpresa. —Le recriminó—. ¿Qué es? ¿Y por qué tenemos que esperar dos días?

—Pensaba que no te gustaban las sorpresas.

—Y las odio. —Ava frunció el ceño—. No entiendo la necesidad de esta intriga.

Jonathan la miró con una sonrisa.

—Las cosas que no entiendes te gustan.

Cuando llegaron al hotel, la lluvia seguía siendo solo llovizna, y el aire olía a tierra mojada. Subieron por el ascensor, y Ava exhaló un suspiro pesado al entrar en la habitación.

—¿No has leído Orgullo y Prejuicio? —Preguntó, indignado, siguiéndola después de cerrar la puerta—.

—No me gusta Jane Austen. —Le respondió Ava con una mueca, quitándose los tacones—.

Los tiró al suelo sin mucha piedad.

—¿Por qué?

—Sé sincero, está muy sobrevalorada. —Comentó Ava indiferentemente, buscando un jersey de cuello alto—. Solo es famosa porque era una mujer, se atrevió a publicar en el siglo XVIII bajo el anonimato, y ahora todos adoran su gran talento por escribir cosas cotidianas de su época. Persuasión tampoco es nada del otro mundo.

Jonathan la miró con el ceño fruncido, y los labios entreabiertos.

—Pero la estás juzgando con la diversidad literaria de ahora. Ella inventó el cliché, sus personajes evolucionan, y... Vamos, todos odiamos a Darcy y luego lo amamos.

—Solo era un arrogante hipócrita. —Ava le dedicó una mirada antes de abrir la puerta del baño. Sacó el cepillo de dientes—.

—Entonces has visto la película. —Dijo Jonathan, apoyándose en el marco—.

Ava se encorvó para escupir la pasta de dientes.

—Eddie me obligó a verla.

—¿Quién es Eddie?

—El que se coló en tu clase y lo echaste. —Respondió, dejando el cepillo de dientes, y pasó por su lado para salir del baño—. Me dijo que esa película sería un antes y un después, y...

Suspiró Ava, cogiendo el jersey negro de la cama para darle la vuelta.

—Fue una decepción. —Giró la cabeza para responderle, quitándose la camisa blanca—.

Jonathan negó con la cabeza, incrédulo.

—Señorita Elizabeth, he luchado en vano y ya no puedo dominarme más. Estos meses han sido un tormento. Vine a Rosings con el único objetivo de verla a usted. He luchado contra mi buen juicio, contra mi familia, la inferioridad de su cuna, mi rango y muchas cosas más, pero estoy dispuesto a dejarlas a un lado y pedirle que acabe con mi agonía.

—Incluso estás haciendo el acento.

Ava no pudo evitar reírse, acomodando el jersey bajo el pantalón de tiro alto.

—La amo. —Ladeó mínimamente la cabeza, acercándose otro paso a ella—. Con toda mi alma. Por favor, haga el honor de aceptar mi mano.

Ava ahogó una risa, reteniendo esa sonrisa entre sus pómulos, y sus mejillas tomaron un rubor encantador por la calefacción del hotel.

—Dios, a Eddie le encantarías.

—¿Si, tú crees?

Ava acomodó el cuello del jersey, y levantó la mirada cuando sintió las manos de Jonathan acercándola a él.

—¿Crees...? —Subió las manos hacia sus costillas—. ¿Que le daría igual saber lo nuestro?

Ava estiró sus labios en una sonrisa, apartándose un poco para que no la besase, y subió una mano por el pecho de suprofesor.

—Oh, sí. Le encantaría poder saberlo.

—¿Y por qué no se lo has contado?

—Porque no sabe mantener un secreto.

—¿Eso es lo que somos?

—¿Un secreto? Tú mismo te apartas cuando quiero cogerte el brazo en público.

—¿Ahora vas a atacarme con eso? —Dibujó una media sonrisa—. ¿Cuánto tiempo has estado guardándomela?

Ella lo miró a los ojos, esperando otra respuesta.

—Ava. —La llamó poniéndose más serio. Cerró los ojos un momento, y acarició sus brazos—. No quiero que la gente te mire mal por la calle.

—No nos mirarán mal.

—Sí, sí lo harán. —Frotó sus brazos en una caricia—. Porque al lado de tu belleza y tu corazón obstinado, cariño... Yo solo parezco tu padre.

—¿Te molesta lo que puedan pensar de nosotros solo por eso? ¿Y si yo quiero besarte mientras nos tomamos un puto café? —Frunció el ceño, apartándose de él—. Pero no te importa que sea tan joven cuando quieres follarme, ¿verdad, papi?

—¿Qué? No, no, Ava. Tú eres más especial que eso. —Jonathan frunció el ceño, negando—.

—¿Y si soy tan especial por qué debo ser un secreto?

Ella lo miró con enfado, incrementando la voz, pero alguien llamó a la puerta antes de que pudiesen seguir discutiendo. Ese ruido hizo que ambos giraran la cabeza, preguntándose quién sería a esa hora de la mañana.

Ava se imaginó a Pedro al otro lado. Sabía que era perfectamente capaz de presentarse ahí.

—¿Quién es?

—Un mero trabajador a sus órdenes, señorita Verona. —La voz jocosa de un chico respondió—. ¿Podría concederme el honor de entrar en sus aposentos?

—¿Quién es? —Le preguntó Jonathan, frunciendo el ceño—.

—Pues un gilipollas del taller.

Se apartó de su lado. Las bisagras doradas crujieron, y al abrir la puerta se encontró con un chico de su edad, con los pómulos hundidos y unas bolsas oscuras bajo sus ojos grises.

—Ha sido muy interesante la entrega de premios, pero te necesitamos en el taller. Ya.

—Sé que sin mí no sabéis cómo respirar. Pero también tengo otros asuntos que atender.

—Oh, perdone, su alteza, ¿debía cambiarse los zapatos? —Se burló, mirando sus pies descalzos—.

—¿Ganas algo hablándome así? ¿Cómo te llamas?

—¿Sabes que vamos a la misma clase? —Eros se rascó la nuca—.

—Fíjate lo que me importas. —Suspiró ella—. Vuelve al taller, dile al equipo que estaré ahí en veinte minutos.

Hizo un ademán, con desdén. Pero el chico exhaló una risa.

—No. —Negó con la cabeza—. Ni de coña.

—¿Tú eres el que escoge?

—Hemos estado días esperando. No vamos a retrasarlo más porque a tí no te apetece trabajar ahora.

Ella curvó los labios hacia abajo, murmurando un hm ante su exigencia, y se encogió de hombros mientras lo miraba en frente suyo.

—Fíjate. Iba a ir directamente, pero ahora tengo muchas ganas de parar a tomarme un café.

El chico cerró los ojos, exhalando un suspiro pesado por la nariz.

—Entendido. —Hizo un ademán con la mano—. Cuando a su majestad le vaya bien el equipo empezará a trabajar.

—No. —Negó firmemente con la cabeza—. Tú vas a limpiar y calibrar los espejos de aumento.

—Ese no es mi trabajo.

—¿Y quién tiene el título superior en ingeniería aeroespacial? —Ava hizo una mueca, como si le hablase a un niño—.

El chico chascó la lengua, haciendo una mueca de desprecio, y negó con la cabeza.

—Sí, todos lo sabemos, tú eres la que tiene el puto título. Así que muévete y guía a tu equipo.

—Lo que vas a hacer es volver al taller y decirles a los demás que por tu culpa van a retrasar el prototipo del satélite. —Lo avisó, dando un paso hacia él sin salir del umbral de la puerta. Él no retrocedió—. Luego, vas a ir al observatorio, al departamento a mi nombre y vas a limpiar y calibrar los espejos.

—¿Por qué? —Le dijo con desdén—.

—Porque le has molestado a su majestad. —Le respondió ella—. Soy la que está al mando, el comentario a tu universidad lo voy a escribir yo. Y si digo algo tu trabajo es callarte y hacerlo. ¿Lo has entendido o necesitas que te lo escriba, joder?

El chico suspiró, relajando los hombros con su mirada cansada, y negó con la cabeza antes de irse. Ava cerró la puerta, y sus pies desnudos acariciaron la suave moqueta gris del suelo hasta llegar a la cama.

—Los de ciencias os coméis entre vosotros, ¿verdad?

—No, tiene razón. —Ava se sentó en la cama sin mirarlo, poniéndose las converse negras—. Debería estar trabajando. Pero que se jodan un poco más, sé lo que dicen de mí cuando no estoy delante.

Cuando salieron a la calle, había dejado de llover. Las calles de Mánchester seguían mojadas, y unos truenos ilícitos retumbaban entre las nubes oscuras.

Tomaron asiento en la terraza de una cafetería, al lado de la carretera. Jonathan deslizó su mano por la espalda de Ava, invitándola a sentarse.

—Ava. —La llamó suavemente, tomando su muñeca antes de subir a sus ojos—. Lo siento.

—No he pedido que te disculpes.

—No, déjame decirlo. Los dos somos adultos y no me cuesta asumir mis errores. Es verdad, me ha preocupado más lo que pensarían y no lo que necesitabas.

—Jonathan, no-.

—¿Sabes lo que me llamó la atención de ti en la universidad? —La interrumpió, buscando su mirada—. Fue tu carácter. Nunca te importó que fuese el profesor. Siempre me has interrumpido y has hablado sin pedir permiso.

Se inclinó hacia ella como el aire de una brisa, ahuecando las manos para tomarla de las mejillas. Narró mirándola a los ojos.

—Tienes un alma salvaje, cariño, y no tuve que quitarte la ropa para desear tocarte. No quiero tu cuerpo, Ju-... Ava. —Se interrumpió, acariciándole la mejilla con el pulgar—. No deseo la desnudez de tu cuerpo, Ava. Quiero que me insultes mirándome a los ojos, quiero que me preguntes qué significa una palabra, quiero verte todos los días sentada en la tercera fila del aula o dormida en mi cama. Quiero todo lo que quieras darme, pero, por favor, no dejes de quererme.

Se acercó a ella lentamente mientras le hablaba, con una súplica en la mirada, y siguió cogiéndola de las mejillas cuando se acercó para besarla gentilmente. Pero fue ella la que se apartó.


✁✃✁✃✁✃✁


Cuando la noche cayó como un manto frío, Ava volvió del trabajo. Estuvo tres horas metida en el taller para estudiar y revisar los prototipos de varios satélites de la ISS. Volvió al edificio Orión para acudir a la conferencia de astrofísica, tomando apuntes, e incluso la escogieron para el turno de preguntas.

Respondió los mensajes de Pedro y Eddie, y estuvo atenta a la hora mientras terminaba de repasar los apuntes de cosmología mezclados con física teórica (para prepararse para los exámenes de final de trimestre). En resumen las converse le apretaban los pies, el cuello alto del jersey la ahogaba, y el frío de otoño no menguó ese día. Incluso rompió a llover al caer la noche.

Abrió la habitación del hotel, y dejó la bandolera ahí mismo: en la entrada. La calefacción relajó todo su cuerpo. Se quitó los zapatos, y por la luz encendida supo que estaba despierto. Llegó a la cama con desasosiego.

—Hola. —La recibió, levantando la vista de su libro—.

Ella murmuró algo, quitándose los zapatos.

—¿Cómo te ha ido?

—Normal. —Soltó ella en otro suspiro, cansada. Lo miró en la cama, leyendo. Llevaba ropa cómoda y olía bien—.

Lo miró un rato, y él levantó la mirada con su silencio.

—¿Solo eso?

Ella tragó saliva, pensando en lo que le había dicho antes, y miró su pecho con los ojos cansados.

—¿Quieres? —Le preguntó, haciendo un ademán muy suave con el mentón—.

Pensó que él le recriminaría algo, pero solo cerró el libro, sosteniéndolo con una mano y apartó la manta para invitarla a la cama. Ava se metió dentro, acogida por su calor corporal, que calentó las sábanas. Solo le dio tiempo a cerrar los ojos, apoyando la cabeza sobre su pecho, y respiró profundamente.

Él solo abrió el libro de nuevo, sosteniéndolo con las dos manos, y la abrazó sutilmente mientras leía.

—He tenido que arreglar un prototipo, ¿sabes? Hemos estado dos horas hablando y calculando el peso en órbita de varios satélites.

—Suena interesante.

—No lo es. Es un... Caos de hipótesis y proyectos. Han tardado cuarenta y cinco minutos en resolver un problema de aceleración.

—¿Te han invitado a cenar, al menos?

—Sí.

—¿El chico que ha llamado a la puerta antes? —Le preguntó, pasando página—.

Ava frunció el ceño.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque se nota que le gustas.

—Ni siquiera recuerdo su nombre.

—Por eso le gustas. —Apartó una mano del libro—.

—No lo entiendo. —Susurró con los ojos cerrados, notando los dedos de Jonathan rascándole suavemente la cabeza—.

Hizo silencio, y cuando Jonathan pasó tres hojas se dio cuenta de que se había quedado dormida.

Agachó la cabeza para poder mirarla, y Ava tenía los labios entreabiertos, durmiendo sobre él. Lo único que hizo, para no despertarla, fue dejar el libro y las gafas en la mesita de noche y apagar la luz. La abrazó débilmente por si quería girarse, pero no lo hizo.

Le dejó un beso en la frente, y también se acomodó para dormir con el ruido de la lluvia.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro