24
Ava no podía dejar de pensar, mientras subía resentida las escaleras o tenía que sentarse.
Llegó a la universidad a las once de la mañana con un café frappé, y un par de libros apretados contra su pecho, con la visión desenfocada y ausente. Reflexionando, reviviendo.
El pasillo estaba bastante vacío, porque la mayoría de las clases ya habían empezado, y por las ventanas se apreciaba el campus vacío. Solo el viento meciendo las copas de los árboles, como si hablaran.
—...cállate, no hagas un drama. —Escuchó un retazo de la conversación que llevaban tres chicas, apoyadas en la ventana con un par de enciclopedias, ya que la biblioteca aún no había abierto—.
Ava pasó frente a ellas.
—Solo he dicho que me parece interesante y amable.
—Has admitido que te lo follarías.
—He admitido que me parece... —Hizo una pausa—. Atractivo, ¿y qué?
—Joder, qué poético Amanda. —Bromeó la otra chica—. Deberías escribirlo y mandarle una carta. De: la chica que prefiere no hablar en clase, para: su profesor follable de filosofía.
Ava solo dio un paso más antes de parar.
—Cállate, por favor. —Reprendió a su amiga, frunciendo el ceño avergonzada—.
Giró la cabeza no muy sutilmente para mirarlas. La chica que había dicho eso era la de piel negra y pelo rizado, con unas gafas redondas y plateadas sobre el puente de la nariz. Era Amanda, pero Ava no recordaba su nombre. ¿Ella alguna vez se había interesado en sus compañeros? La miró, y ladeó la cabeza, frunciendo el ceño.
Les dio la espalda cuando notó su móvil vibrando en el bolsillo, avisándola de que empezaba su turno en la cafetería. Pero al girarse vio al profesor West bajando las escaleras gruesas de mármol, absorto en un libro que tenía doblado por el lomo. Lo vio pasar distraído, pero levantó la cabeza al oler las notas dulces que emanaba la presencia de Ava.
La miró a los ojos y le sonrió con cariño antes de pasar de largo, acentuando las arrugas de expresión en la comisura de su boca y sus ojos.
Qué desfachatez por su parte hacerle eso. Porque ahora ella también estaba sonriendo.
—Ya era hora, te estábamos esperando. —La voz de Pedro la sobresaltó, haciendo que volviese a girarse—.
Bárbara, la rectora, estaba a su lado. Escuchó los pasos de Jonathan fundiéndose en el eco del pasillo.
—Buenos días, señora Ross. —Ava dio un paso hacia ella, tendiéndole la mano—. Siento haber llegado tarde.
—No te preocupes por eso. El doctor Dane ha citado al personal docente para preparar la entrega de premios en el observatorio de Mánchester.
—Como todos los años. Sí, estaré ahí, señora.
—Bueno, este año tendrás una distracción para conseguirlo. —Comentó Pedro con una mano en el bolsillo de su traje, rascándose la mandíbula—. Nada, una minucia.
—Tampoco una "minucia". —Musitó la rectora—.
—Wanda Kamiński ha rechazado todos los años presentar la entrega de premios. —Dijo Ava—. ¿Alguien quiere competir conmigo?
—Bueno-.
—Ah, ¿estáis hablando de la entrega en Mánchester? —Interrumpió un chico que andaba por el pasillo—.
Se acercó, colocándose entre Ava y la rectora. Era Andrew, su hijo.
—¿Qué? —Sonrió—. ¿Ya te han dicho que este año presentaré yo los premios?
—Se decide quién va después de la prueba de admisión. —Comentó Bárbara, mirando a su hijo—.
Entonces Ava reaccionó, y no pudo evitar reírse.
—Oh, Dios. —Sonrió, secándose el párpado con la yema de los dedos—. Qué buena manera de hacerme reír.
—Bueno, si tú lo crees así. —Andrew se encogió de hombros—. Solo estoy diez décimas por debajo de tu media. Creéme, ganarte y poder cerrarte la boca será como una puta supernova.
—Qué entusiasta eres al compararte con una estrella moribunda. No llegas ni a ser una fusión nuclear. Eres como un elemento noble que no puede reaccionar fuera de su patético fracaso como persona.
Ava arrugó la nariz, burlándose. Quería bajarla de su pedestal de ego y seguridad, ¿pero cómo podía bajar algo que no podía alcanzar?
—Nos veremos en las pruebas de admisión. —Se despidió Andrew, dándole la espalda—.
—Tú me verás en el periódico cuando entregue los premios. —Lo despidió con la mano—.
Bárbara tenía el pulgar en los labios, mordiéndose ligeramente la uña.
—Parece que está muy segura. —Musitó—.
—Bueno, es que todos sabemos cómo terminará esto. —Dijo Pedro, con una mano en el bolsillo—.
—Los dos parecéis muy seguros.
Pedro la miró a los ojos, y arqueó una ceja.
—¿Quieres apostar algo?
—Eso es todo. —Habló Bárbara, volviendo a hablar normal—. Las pruebas serán realizadas a mitad de mes. Cuando se concrete el día los dos seréis avisados y se realizará a primera hora de la mañana.
Ava asintió con la cabeza, y la rectora se despidió, dándoles la espalda para volver a su despacho. Pedro evitó reírse y bajó los ojos hasta sus tacones mientras ella se iba. Ava giró la cabeza a su lado, y lo vio de perfil. Su pelo oscuro y algo desordenado, la figura de su nariz grande, y vio que sus ojos no se despegaron de la rectora.
Cuando él no reaccionó le dio un golpe en el pecho. Pedro se quejó, y también giró la cabeza para mirarla.
—¿Qué coño miras?
—Nada. Y tú vete a clase.
La cogió del brazo y la empujó levemente, obligándola a andar. Ava frunció el ceño, y se palmeó el brazo para alisar las arrugas del jersey.
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10:15 am
Repasar el tema quince de física contemporánea.
12:00 pm
Editar el documento en drive/imprimir los apuntes.
1:05 pm
Buscar la enciclopedia de John Gribbin y completar los apuntes de astronomía.
2:30 pm
Resolver los ejercicios (Métodos Numéricos y Simulación) de la página 127.
Comer algo.
Buscar a Eddie.
4:00 pm
Abrir el temario de astrometría.
Ir al observatorio y apuntar los cambios en la evolución de la estrella G-134.
7:45 pm
Llegar a casa.
Limpiar, bajar a la lavandería.
Bañar y cepillar a Galileo.
Cuando el reloj digital cambió los números a las 21:03 Ava por fin paró.
Después de pedir la pizza más barata cerca de ella y limpiar el estudio se quitó el jersey por la cabeza, dirigiéndose a la ducha para terminar el día. Pero alguien la llamó, interrumpiéndola.
—Hola, mamá. —Contestó—. Me iba a duchar.
Dejó el móvil sobre la ropa limpia, y se desabrochó los pantalones.
—Bueno, aquí son las cuatro de la tarde, ¿estás cansada para hablar?
—Sí. ¿Querías decirme algo importante?
—No, solo quería hablar un rato contigo. Tu tía se ha enfadado conmigo porque me pierdo nuestro cumpleaños.
—Mm. —Murmuró Ava, abriendo el armario—. ¿Cómo te va por Miami?
—¡Bien! Bien, súper bien. —Contestó, emocionada—. Gracias por preguntar.
—¿Sabes que pones la voz muy aguda cuando mientes?
Escogió la camiseta gris, (algo desteñida y con manchas que ya no salían con nada) tres tallas más grande para dormir.
—Quizá pueda venir antes de Navidad, ¿sabes? —Le comentó su madre, bajando el tono—.
—Vale. Me voy a duchar y a dormir, mamá.
—¿Te has tomado las pastillas?
—Después de ducharme. —Contestó—.
—¿Estás sola? Pedro me ha dicho que cenaríais juntos.
—Sí. Estará de camino.
—Vale. —Se escuchó su sonrisa—. ¿Estás bien, conejita?
—Sí.
—De acuerdo. Y envíame alguna foto tuya, solo te veo por el periódico de la universidad.
—Buenas noches, mamá.
Colgó y cruzó el salón-dormitorio para entrar en el baño. Después de la ducha todos los músculos de su cuerpo dejaron de estar tensos, olía a vainilla por el jabón, y el peso del cansancio la aplastó. Cogió las gafas de la mesita de noche, dejando las lentillas en remojo.
Mientras se soltaba el pelo, el repartidor de pizza llamó a la puerta. Pagó y dejó la caja sobre la mesa auxiliar para que se enfriase. Se sentó en su minúsculo sofá de dos plazas, y encendió el televisor para poner un episodio de Modern Family.
Encendió el móvil cuando escuchó una notificación.
Profesor West
Dime que tu padre cocina y no has pedido comida rápida
Sonrió al leer eso. Fue a contestarle, pero llamaron a la puerta. Abrió y Pedro estaba apoyado en el marco, con una sonrisa cansada y el mismo traje oscuro de esa mañana.
—Llegas tarde.
—He traído cervezas. —Le sonrió, levantando el paquete de botellines de vidrio—.
—Ah, me incitas a beber alcohol y saltarme clase. Eres muy buena influencia.
—Lo sé. —Alardeó, yendo hacia la nevera—.
Su cocina estaba pegada a la pared, justo al lado del enorme ventanal con vistas al río Mersey. Esa noche estaba plagada de estrellas, y parpadeaban para comunicarse en un lenguaje desconocido.
Utilizó el filo de la encimera para hacer saltar la chapa de la cerveza, y vio una fotografía colgada en la pared.
Apartó el papel repleto de apuntes para descubrir la foto en blanco y negro que había medio escondida: era él con Vianne, cuando tenía nueve años, casi diez. Estaban en la playa. La foto la había hecho Dhelia desde su toalla en la arena, y salían ellos dos riéndose de algo, mojados por el agua del mar.
Se le encogió el corazón al ver esa foto. Era injusto, y lo sabía, pero a veces echaba de menos a su niña. Su sonrisa que nunca parecía falsa, su ilusión, cada pedacito de ella que le recordaba a su juventud. Y pensó que la echaría de menos siempre, a la niña que ya no era y nunca volvería a ser, como las estrellas echaban de menos al sol en el cielo de la mañana.
—¿Te apetece?
Dejó de mirar la foto al escucharla. Se giró y vio que le ofrecía una porción de la pizza intacta.
—¿Sigues comiendo eso? Entre la comida pre cocinada y la comida rápida te vas a matar.
Se dirigió al sofá con la cerveza en la mano, y Ava le dejó un sitio, inclinándose un momento para girar su teléfono boca abajo y apartarlo de la mesa.
—Vivir está sobrevalorado. Y es muy caro.
Pedro entrecerró los ojos, sonriéndole suavemente.
—Estás muy amable, ¿verdad?
Ella se encogió de hombros, sin notárselo. Pedro rio y dio otro trago a la cerveza mientras Ava terminaba de cenar, con el murmullo de Modern Family de fondo. Los radiadores mantenían un aura cálida, y Ava apoyó la punta de los pies al filo de la mesa.
—Está embarazada de gemelos, ¿sabes?
Pedro la miró en silencio, y ella se dejó caer hacia su hombro sin despegar la mirada de la televisión.
Él tomó una respiración profunda, sin saber cómo decírselo. O si en verdad debía decírselo. Y por un momento, solo un momento, pensó que no era necesario divorciarse de Dhelia. No hacía falta que pasara también por eso.
—Y termina casada con el imbécil ese. Aunque me dio más rabia que Alex continuase con el bombero, que también es imbécil.
Pedro asintió con la cabeza, mirándola mientras ella apoyaba la sien en su hombro. Tenía los puntos de la ceja rojizos, seguramente le quedaría una pequeña cicatriz.
—¿Estás bien? ¿Estás cómoda? ¿Has tomado las pastillas?
—Sí a todas tus preguntas.
—¿No tienes que estudiar algo o pasar a limpio algunos apuntes?
—Hoy no. —Suspiró—. Me levantaré temprano para adelantar cualquier cosa que tenga en la agenda.
Pedro asintió, y tragó saliva, notando que tenía la boca seca.
—Ava tengo que decirte algo.
Ella arqueó una ceja, aún apoyada en su hombro, y mordió el borde relleno de queso.
—¿Ahora? ¿No puedes decírmelo mañana?
—No.
Se inclinó hacia delante para apagar la televisión. Ava se acomodó en su lugar, y apretó los dientes.
¿Lo sabrá? —Sospechó—. ¿Cómo podría saberlo? Pasó ayer. No, seguramente no. Si lo supiera ya le habría partido la cara a Jonathan antes de venir aquí.
—Dime. —Tragó saliva—.
—Ava, deberíamos haberte dicho esto tu tía y yo juntos el miércoles, en su cumpleaños, pero necesito que lo sepas antes que nadie.
—Me estás asustando. —Susurró ella, frunciendo el ceño—.
Pedro miró al suelo un momento, y volvió a sus ojos miel en un pestañeo.
—Ava, tu tía y yo nos vamos a divorciar.
Lo soltó, dejándola fría.
No supo cómo reaccionaría, así que dejó que procesara sus palabras. Ava miró en sus ojos, primero uno y luego el otro, buscando otra respuesta.
—¿Qué?
Se había quedado rígida en su sitio.
—Llevamos pensándolo desde principios de año. —Le explicó con voz tranquila—. Hemos estado juntos veintidós años, cariño, pero... Mi relación con ella se ha acabado.
Ava también agachó la mirada, sin saber dónde mirar, incluso sus ojos miel brillaron llorosos mientras procesaba toda esa información. Estuvo un poco perdida, como si le hubiese hablado en un idioma que no entendía, y entreabrió los labios para decir algo que no terminó de nacer.
Se sintió débil sentada sobre ese sofá, y le tembló la voz cuando le preguntó con los ojos tristes:
—¿Por...? —Se encogió de hombros—. ¿Por qué?
Pedro la escuchó, le dio tiempo, y le respondió en un tono tranquilo y suave.
—Porque se ha acabado.
—Pero...
Ella frunció el ceño, agachando la mirada, y su labio inferior tembló. Tenía las manos sobre el regazo, y se arrancaba la piel alrededor de las uñas.
—Pero, ¿por qué? —Pensó en voz alta—. ¿Por qué no puedo hacer que alguien me quiera?
Levantó la mirada, con los ojos llorosos.
—¿Por qué no pude hacer que mi padre se quedase? ¿Y por qué no puedo hacer que te quedes tú?
—Ava. —La llamó, acariciando su mano, y cerrando los ojos un momento—. No puedo estar siempre contigo. Eso es lo que me ha explicado el psiquiatra. Y tiene razón.
—No. —Sollozó, quitando las manos de las suyas en un movimiento brusco—.
—Ava, te he estado sobreprotegiendo, ¿vale? Tú misma lo sabes.
—Ahora hablas como él.
—Lo siento. Siento no haberte dado la libertad que merecías, pero tenía miedo. Tenía miedo de todo porque nunca he querido perderte, quería ponerte a salvo de todo, como no-.
Calló un momento, teniendo que apretar los dientes.
—Como no pude proteger a mi hijo. —Dijo finalmente, en voz baja por si alguien lo oía—.
—No. —Negó Ava, cubriéndose los oídos mientras negaba con la cabeza, dejando que unas lágrimas frías le acariciaran la cara—. No, no, no. Tú me quieres. Tú me quieres.
—Ava. —La llamó en voz baja, acercándose a ella para apartarle las manos, pero ella siguió negando con la cabeza, cerrando los ojos con fuerza—.
Pedro le secó las lágrimas con el dorso de la mano, aún llevaba la alianza en el anular, y la tomó con delicadeza de las mejillas, girándole la cara para que lo mirase mientras la llamaba suavemente.
—Te he hecho daño. No debería haberte querido de esta manera. Solo era tu tío... Y ya no lo soy.
—No, por Dios. —Sollozó con la voz rota, derramando lágrimas mientras suplicaba, y se apartó para arrodillarse en el suelo, apoyando la cabeza en su rodilla—. Por favor, Pedro, no me dejes.
—Ava. —La llamó en voz baja para no ponerse a llorar él también, tocándole los hombros para intentar levantarla—.
—Lo siento. Lo siento, puedo hacerlo mejor. Puedo hacer que funcione. Por favor, quiéreme.
—No tiene nada que ver contigo. —Negó Pedro—. Es un tema entre Dhelia y yo, tú no has tenido nada que ver.
—Por favor. —Lloró, apoyando la sien en su rodilla para poder mirarlo, levantando su mirada ahogada en lágrimas dolorosas—. ¿Quieres a Vianne? Puedo hacer que vuelva. Pero por favor no te vayas. Puedo ponerme vestidos otra vez, y maquillarme otra vez, y-y puedo sonreír más.
—No-. —Negó Pedro, pero su voz falló, ladeó la cabeza y no pudo evitar ponerse a llorar él también mientras tocaba sus brazos para que se pusiera en pie—. No es por eso.
—Por favor. —Le suplicó mientras lloraba—.
—Pero esto es malo para tí. No puedes vivir así. Tienes que cerrar el ciclo, y vivir después de mí.
—No quiero. No quiero vivir sin tí.
—Pero debes aprender a hacerlo.
—¿Por qué? ¿Porque no soy tu hija? Tú decías que también lo era.
Pedro negó con la cabeza mientras lloraba en un pequeño silencio, y no supo qué sentir.
—Pero yo no soy tu padre, Ava.
—Pero tú estuviste ahí en mi graduación. —Dijo ella rodeada por lágrimas—. Me enseñaste a ir en bicicleta, me enseñaste a nadar, me has hecho reír cuando solo quería morirme, me-me has acompañado toda mi vida. Por favor, Pedro, no te vayas.
Le rogó, negando con la cabeza. Sentía que le faltaba el aire, cuanto más lloraba más ganas tenía de seguir llorando, y apenas podía vocalizar las palabras. Se estaba rompiendo, palabra a palabra.
Pedro agachó la cabeza. Tomó una respiración, encontrándose ahogado en ese mar de sentimientos.
—No puedo... —Continuó Pedro, negando con la cabeza mientras lloraba—.
—¿Por qué? —Sollozó, sorbiéndose la nariz mientras lo miraba desde abajo—. Si fueses mi padre a nadie le importaría que continuaras conmigo. A Lydia no le harías esto, por favor, Pedro, no me dejes sola con Dhelia.
Lloró con la voz quebrada, y los ojos anegados en lágrimas que le impedían ver.
—No es por mí. Esto no es por mi, es un asunto legal. Pero, ¿sabes? A quién coño le importa? La verdad, ¿cuándo he hecho yo algo que me ordenaran?
Ava quiso abrazarlo, y Pedro la puso en pie, sosteniéndola.
Le acarició la espalda, entre los omóplatos, y subió hacia su cuello mientras ella iba recuperando el aliento, tosiendo y cogiendo aire de manera forzosa en sus brazos.
Ella misma intentó calmarse, pero aún continuaba esa presión en su pecho y garganta, apretándola tan fuerte que le dejó un mal sabor de boca. Se sorbió la nariz, y tragó saliva mientras exhalaba unos últimos sollozos, dejándose caer. Como una hoja marchita arrancada por el viento y perpetua en un charco, sin hogar ni destino.
—No voy a irme a ningún sitio.
—Mentira. —Susurró con la voz quebrada, aferrándose a su espalda—.
—No. —Le respondió más tranquilo, encorvado a su altura—. No me importa si esto no es sano o si debería hacer otra cosa porque es más ético o no.
Cerró los ojos, exhalando un suspiro contra su pelo.
—Hemos pasado muchos años juntos.
—Sí. —Susurró ella, girando la cabeza para apoyarla en su pecho. De un momento a otro, se sintió tan cansada—.
—Y aún tengo que verte ganando el Nobel. —Rio en voz baja—.
—Todo lo que soy, es por tí, Pedro. —Susurró en sus brazos—. Gracias.
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