23
Cuando entraron en el dormitorio, ya enganchados a los labios del otro con desespero, Jonathan cerró la puerta. Siguieron besándose unos segundos deliciosos, y Ava lo empujó suavemente contra la pared.
Jonathan quiso guiarla a la cama perfectamente hecha, con sábanas azules y toques marfil, pero Ava se adelantó y se separó de él.
Pararon un momento, para respirar, para procesar todo lo que estaba pasando bajo el manto de la embriaguez. Ava ahuecó las manos para tomar el rostro de Jonathan sin gafas.
—¿Qué pasa? —Le preguntó, girando la cabeza para besarle la palma de la mano—.
—No puedo... —Susurró—.
Inclinó la cabeza hacia delante, apoyando sus frentes, y rozando sus narices.
—Es...
—No he bebido demasiado. Puedes decirme que pare y pararé. ¿Quieres que me ate las manos? No me importa.
—No. No es por eso. —Se alejó—. Aún no...
Carraspeó, quitándole la mirada, y apretó los labios, mirando la pared que tenía al lado.
—Aún no te he contado algo.
Jonathan la miró sin entenderla, y se pasó una mano por el pelo, flexionando el brazo.
—Vale, dímelo ahora. —Respondió, acercándose él a la cama para sentarse—.
—Yo. —Empezó, suspirando esa palabra—.
—Dímelo, cariño. —La sedujo, tomando su mano para acercarla a él, y separó las piernas para que se colocara entre ellas—. No pasa nada.
Sonrió él, mostrando sus dientes blancos. Sus rizos canosos se mecieron cuando negó con la cabeza, mirándola desde abajo.
—No pasa nada si no quieres hacerlo. No tienes que ponerme una excusa. También quiero dormir contigo.
—No es eso. —Ava cerró los ojos, frunciendo el ceño—. Tengo que decirte que...
—¿Qué...?
Suspiró de nuevo, como si eso fuera una espina en su garganta.
—Que soy VIH positivo. —Dijo en voz baja—.
Apretó los dientes, y cerró los ojos con fuerza, como si al encontrar esas palabras se hubiese quemado la lengua.
—Wow. —Sonrió, pasándose las manos por la cara, y se sentó a su lado—. Es la primera vez que lo digo en voz alta.
Tomó aire para reírse, y soltó un suspiro pesado, frotándose la cara.
—Así que... Si no quieres hacerlo, lo entiendo.
Giró la cabeza para mirarlo, buscando una respuesta, pero él solo la miraba con esos ojos amables, esperando a que ella terminase de hablar.
—Lo entenderé perfectamente. —Sonrió Ava, asintiendo levemente con la cabeza—. Yo tampoco querría hacerlo con una persona enferma, aunque haya protección por medio. Y lo entiendo, es perfectamente válido que digas que no.
Volvió a reírse en voz baja, con las mejillas encendidas por el vino y la calefacción. Jonathan se encogió de hombros.
—Y yo tengo asma. ¿Te importa robarme el aire cada vez que me besas?
—¿Qué? —Ava cambió su expresión al fruncir mucho el ceño—. ¿Qué coño tiene que ver eso?
—Que yo no lo elegí. Y tú tampoco.
—Pero. —Intentó hablar, ordenando sus pensamientos—. Pero el preservativo puede romperse, y puedo contagiarte, y te digo que es una mierda tomarse las pastillas todos los días, y terminar en el hospital por un resfriado, y... ¿Y quién fuma teniendo asma?
Él la tomó de las mejillas mientras divagaba, y la acercó para besarla, tragándose todos sus miedos.
—No va a romperse.
—¿No? ¿Y eso cómo lo sabes?
—Porque soy responsable. Los preservativos existen para no romperse. Y nunca los he dejado caducados.
—Pero-.
—No se van a romper porque tú tengas miedo de que lo hagan. Simplemente eso. Yo estoy de acuerdo en hacerlo, me estoy consumiendo por tener sexo contigo, y que tengas esa enfermedad no lo va a cambiar.
Jonathan negó lentamente con la cabeza, mirándola a los ojos para intentar convencerla. Ava lo escuchó, insegura.
—¿No te importa? No tienes que mentir para quedar bien.
—Ava. —La llamó—. No me importa.
Ella apretó los labios, sin saber porqué había supuesto que Jonathan la rechazaría y lo dejaría todo.
—¿De verdad? —Volvió a preguntarle en voz baja—.
Jonathan asintió, meciendo sus rizos grises.
—No me importa.
Ava suspiró por la boca, exhalando una sonrisa lírica al final, y dejó que ese peso que condenaba su pecho desapareciese.
—Vale. —Dijo con los ojos cerrados, reteniendo esa sonrisa dibujada en sus labios—.
—Vale. —También susurró él, apartándole un mechón para dejarlo tras su oreja—.
Volvió a besarle la mejilla a Ava, descendiendo sus besos, ásperos por la barba, hacia su mandíbula.
—También tengo cicatrices. —Susurró, levantándose—.
Jonathan deslizó las manos por la cintura de Ava sobre la ropa, dejándola. Era algo ilógico que lo avisara, si ya se había desnudado ante su presencia, sin tener que quitarse la ropa.
Se miraron a los ojos, y sin dejar de hacerlo ella se quitó los pantalones frente a él, bajándose la cremallera. Cayeron solos hasta sus pies, y Jonathan los siguió con la mirada, bajando los ojos por el contorno de sus piernas.
—Son horribles. —Lo avisó, mirándolo a los ojos mientras tomaba la costura del jersey, haciendo ademán de quitárselo—.
—No lo son.
—Sí lo son. No me duelen, sé donde están, y no necesito que las beses ni que me mientas.
—A tí te pueden parecer horribles. A mí no.
—Ya, bueno, pues no necesito escucharte diciéndolo.
—Entonces te has equivocado de hombre. —Se inclinó hacia delante—. Porque eres arte, cariño. No me cansaré de decírtelo.
Ava se quitó el jersey por la cabeza, y antes de que tocase el suelo Jonathan la tomó de las costillas para lamer una franja de su abdomen. Gimiendo sobre su piel. Besó desde su ombligo hasta la costura de su sujetador negro, notando el relieve de sus cicatrices bajo los labios.
La saliva que dejó se enfrió en un camino disperso, provocándole un escalofrío. Ella le acarició el pelo, mordiéndose el labio con los ojos cerrados.
Sintió el calor de sus manos descendiendo por sus caderas, hundiendo los dedos en la parte baja del culo.
Tras dejarle dos besos húmedos en el abdomen se apartó un poco para mirarla a la cara. Ava agachó la cabeza para devolverle la mirada, ahuecando las manos para acariciarle la mandíbula entre su barba áspera. Se miraron un rato efímero a los ojos, solo eso, procesándolo todo. Pero cuando ese lapsus pasó Jonathan bajó la mirada por el cuerpo de Ava, lentamente. Tuvo sus pechos a la altura de los ojos, y con la mirada deseosa, coló dos dedos en el escote del sujetador.
Tiró de él hacia abajo, y sus pequeños pechos se apretaron entre sí, dejándole un camino claro para poder besarle el esternón. Sintió la piel blanda de sus tetas acariciándole la cara, y supo que ella suprimió un suspiro al tener el roce áspero de su barba en un lugar tan delicado.
Lamió el sudor entre sus pechos, y cerró la boca para chupar su piel, rompiendo los pequeños vasos sanguíneos, manchándola de sus besos.
Deslizó las manos por el hombro de Ava para quitarle la tira del sujetador, y cuando se lo quitó sus pequeños pechos cayeron como dos gotas. Se separó un poco de ella, y la miró desnuda frente él por primera vez.
Tenía el vientre cortado por cicatrices blanquecinas y gruesas. Uno de sus pechos, en la parte inferior, tenía una quemadura de segundo grado, y en el otro había una cicatriz que casi le arrancaba el pezón.
Quedó embobado con la imagen.
No en el mal sentido. Las líneas difusas de sus cicatrices, las formas abstractas de sus quemaduras... Solo tuvo que saber mirar para encontrar su arte.
Ladeó la cabeza en silencio, y volvió a acercar la boca a sus pechos, subiendo las manos para amasarlos y lamerlos. Se escuchaba cómo succionaba la piel, dejándole leves marcas. Ella gemía en voz baja, enredando las manos en sus rizos canosos, y tiró de ellos cuando la mordió sin avisar, arrancándole un jadeo. No sabía de dónde estaba sacando tanta paciencia, porque ella sentía cada latido de su corazón mientras él lamía y chupaba sus pechos, apretando la parte baja de su culo con ambas manos.
Estuvo deliciosamente tentada a sentarse de nuevo en su regazo, pero a cambio se apartó un paso de él.
—¿Qué? —Le preguntó con la respiración agitada—.
Estaba deseoso por más, su mirada suplicaba por un poquito más, parecía tan adorable en ese momento. Tan necesitado, tan... Dócil.
—¿Me deseas? —Le preguntó en voz baja—.
Él evitó reír, dibujando una sonrisa suave entre su barba canosa.
—Sí, Ava.
—¿Cuánto?
—Mucho.
—¿Mucho? —Arqueó una ceja, insatisfecha con eso—.
Se inclinó hacia delante para susurrarle, sin tocarlo.
—Demuéstrame cuánto.
Jonathan levantó la mirada para encontrarse con sus ojos miel, mirándola un instante, y se arrodilló a sus pies.
Besó sus piernas, lamió su piel en un reguero de besos, y su lengua lo llevó a la parte interna de su muslo.
Ava agachó la cabeza, llevando una mano a sus rizos desordenados, y tiró de sus raíces para obligarlo a inclinar la cabeza hacia atrás. Lo miró a los ojos, y le dedicó una media sonrisa desde arriba. Deslizó la mano de su pelo hasta su mejilla, acariciándole la cara.
—Quítamelas. —Bajó la mirada a sus labios, embriagada por el vino—. Con la boca.
Jonathan subió las manos por sus caderas y la empujó para que cayese en la cama. Ava ahogó un jadeo cuando metió una mano entre sus rodillas, separándole los muslos. Quedó tendida en el colchón, con su profesor arrodillado entre sus piernas. Solo la tela de sus bragas le impedían ver su desnudez. Jonathan tuvo que tragar saliva. Besó sobre la tela, lamiendo su monte de Venus, y arrastró la lengua hasta el lacito negro. Con los muslos de Ava a ambos lados de su cabeza y apretando deliciosamente su cuello.
Ella resopló, exasperada por su paciencia, y dejó caer la cabeza hacia un lado. Pero él seguía centrado en lo que tenía que hacer, y hundió la cabeza entre sus piernas, lamiendo sobre la tela mientras subía las dos manos para tomar sus pechos, amasándolos. La tumbó en la cama, arrastrando una caricia por su vientre hasta llegar a la costura de su ropa interior para quitársela, pero Ava se cubrió con una mano.
—Está... Está curado. Y no me duele. —Lo avisó—. No te asustes.
Él asintió sin juicio, y deslizó la tela por sus piernas cuando se lo permitió. Gimió en voz baja, dejando los labios entreabiertos, y embobado con la imagen acercó la mano con el anular y el corazón juntos, resbalando las yemas por sus pliegues viscosos. Estaba tan mojada, que cuando suspiró sobre su coño tuvo miedo de que se corriese ya.
Estaba completamente depilada, y se apreciaba la diferencia entre sus labios. Le faltaba un trozo de piel, aunque el otro colgaba un poco más. Y alrededor, tenía diferentes marcas de quemaduras. A él se le encogió el corazón, pero no quiso demostrarlo. Lo que estaba viendo, eran las ruinas de un templo. No quiso hacerla sentir incómoda, porque ella ya sabía cómo estaba.
Al contrario, solo pudo pensar en cómo se exponía para él, provocando que Jonathan se relamiese los labios mientras la miraba, deslizando muy suavemente los dedos por su entrada que goteaba por más. Jugó un poco más con ella, bajando la yema de los dedos.
Embobado con su coño, estiró un brazo para abrir el cajón de la mesita de noche, sacando uno de los preservativos. También recogió unas tijeras, y cuando sacó el condón lo cortó para crear una tela. Ava lo miró mientras lo hacía, sofocada, y frunció el ceño sin saber qué pretendía.
Colocó la banda lubricada del condón sobre ella y pasó la lengua, lamiendo sobre el preservativo. Ava se tensó al momento, y tuvo que cubrirse la boca.
Jonathan levantó la mirada mientras estiraba una lamida por toda su entrada, ciñendo la tela del preservativo contra su coño empapado, mirándola a los ojos. Aplastó la lengua por el contorno de sus pliegues, aunque Ava no podía sentir la textura de su lengua ni de su barba, y él no podía saborearla, pero eso parecía el paraíso para ella.
Jonathan sostuvo la tela del preservativo con una mano para chupar su clítoris, y utilizó la otra para meterle los dedos, deslizando las yemas mojadas por su agujero antes de introducirse. A ella se le escapó un jadeo entrecortado, doloroso de callar, y tiró de su pelo como un acto reflejo. Aferrándose a su placer.
Él empujó más profundamente, hasta que su dedo anular y corazón estuvieron sumergidos dentro de ella. Ava cerró los ojos ante la sensación, dejando la mandíbula floja. Joder, qué apretada estaba. Palpitaba alrededor de sus dedos, succionándolos en su interior, y una gota de humedad se deslizó por su entrada, dejándolo deliciosamente tentado a pasar la lengua para secarla.
Ava apretó la sábana en dos puños, y arqueó levemente la espalda. Estaba tan sensible por tanto beso y tanto roce, que estaba hecha un desastre. Incluso adelantó la cadera para ofrecérselo, alargando la letra m en sus labios mientras fruncía el ceño.
Él se retiró de su interior, y luego empujó las yemas hasta terminar hundiéndose hasta el último nudillo, follándola con sus gruesos dedos. Sus pliegues estaban calientes y viscosos, invitándolo a entrar. La acercó al clímax, casi empujándola, y arqueó los dedos en su interior para tocar ese punto dulce. Notó cómo goteaba sobre su palma.
—¿Nunca te han hecho esto? —Le preguntó, moviendo la muñeca para frotar su clítoris con el pulgar—.
—Una vez. —Jadeó—. Y Dios, fue penoso.
A él le intrigó saberlo, pero por cómo se deshacía en sus dedos supo que no la habían tocado como lo estaba haciendo él.
—¿Vas a correrte ya? —Lo dijo en un tono infantil, burlándose de ella mientras empujaba—. ¿Mhm? ¿Vas a correrte, mi amor?
Era tan dulce cuando la llamaba de esas maneras.
—Oh, sí. —Gimió patéticamente, asintiendo repetidas veces sonriente. Puso los ojos en blanco, sin poder evitarlo—. Joder, sí.
Los dedos de Jonathan se arrastraban dentro de ella, vaciándola, resbalando por la humedad.
—Me gustaría oír un 'papi' al final de tus frases.
Ava dejó escapar un suspiro forzoso que la hizo inclinar la cabeza hacia atrás, notando su pelo castaño acariciándole la espalda. No estaba sorprendida por su petición, y se le escapó una sonrisa, sin poder abrir los ojos.
—Sí, papi. —Asintió, sin aire en los pulmones—.
Le daba morbo, le gustaba. Porque lo único que quería hacer cada vez que lo veía vestido de profesor, fumando, con sus rizos grises y repletos de canas, llevando esa barba también canosa y recortada... Lo único que quería era sentarse en su regazo y llamarlo papi.
—Esa actitud me gusta. —La halagó en voz baja—. Lo estás aguantando muy bien, como una buena chica.
Con eso le dio el orgasmo, hundiéndose entre sus pliegues, y frotando la palma contra su clítoris para darle lo que necesitaba. Y sentada en la cama, con su profesor arrodillado entre sus piernas, se corrió con fuerza.
—Ah-Ah-Ah... —Aspiraba esa letra con el ceño fruncido y la mandíbula floja—.
Él siguió follándola con los dedos, acompañándola a través del clímax mientras mojaba su palma. Ava arqueó los dedos de los pies, exhalando jadeos entrecortados.
Cuando la ola de éxtasis intentó desaparecer Jonathan arrancó los dedos de su interior, frotando sus pliegues para aletargar ese clímax hasta volverlo doloroso, escuchando el sonido cremoso de su coño al frotarlo. La dejó débil y cansada sobre la cama, pero aún no había empezado.
Abandonó su coño maltratado por los lastimeros sollozos que le sacó, y lamió su monte de Venus, subiendo la lengua hacia su ombligo. La escuchaba respirar forzosamente, tomando bocanadas cortas de aire.
Él estaba muy vestido, así que cuando subió la boca por el abdomen de Ava, ella subió las manos bajo su camiseta interior, subiéndola hasta que quedó atascada en sus hombros. Entonces él se apartó un momento para quitársela, desvelando la piel canela de su pecho, y entre sus clavículas descansaba el colgante de plata.
Estaba depilado, pero en su ombligo, indicando el camino hacia abajo, existía una banda de vello oscuro. Seguramente tan rizado como su pelo. Bajó la mirada hacia sus manos venosas, viendo cómo se quitaba el cinturón. Ella guió una mano hacia su propio coño, masturbándose mientras lo miraba.
—Mm...
Entreabrió los labios para dejar ir un suspiro, frotándose a sí misma.
—Continúa. —Gimió sin voz, haciendo círculos con las yemas—. Continúa, no pares.
Sus ojos no se apartaron de Ava cuando desabrochó la cremallera, quitándose la ropa para descubrirse ante ella. Sin demasiados preámbulos los ojos de Ava bajaron hasta su entrepierna.
Y de todo lo que había pasado esa noche su polla fue lo mejor, con diferencia. Quizá fue por el vino, que estaba tan descarada, pero siguió mirándola cuando él se tomó con una mano, masturbándose un par de veces. Estaba circuncidado, y aunque no estaba depilado, a ella le apeteció lamer el camino de vello rizado que subía hacia su ombligo.
Jonathan no estaba en forma, era un hombre de cuarenta años; alto, con un abdomen tierno que dibujaría las líneas de unos abdominales si se tensaba, y sus brazos lucían leves estrías. Pero lo que más le ponía era la seguridad que tenía. Incluso sin ropa. Ava se relamió los labios, y los mordió cuando volvió a sus ojos en un pestañeo.
—¿Me quieres? —Le preguntó él, ladeando la cabeza—. ¿Quieres que papi te folle, cariño?
—Lo quiero. —Cedió ella, asintiendo con la cabeza. Le costó pronunciar las siguientes palabras—. Por favor.
Su tono fue tierno, gentil, y fue más que suficiente para que Jonathan la obedeciera.
Se inclinó sobre ella, sosteniendo su desnudez frágil. Ava exhaló un suspiro silencioso, abriendo las palmas de las manos para tocar su abdomen, subiendo hacia sus pectorales, sus brazos, su espalda... Mientras él dejaba un reguero de besos por su cuello y mentón. Su perfume intenso y el sabor a vino de sus labios pintaron besos deliciosos sobre su piel, que resultaba su lienzo.
Estar en la cama con su alumna, veinte años más jóven que él, resultaba lo más embriagador. Quizá fue por el vino, que en ese momento no tuvo remordimientos, pero la disfrutó a fondo gracias a eso.
Besó su entrada con la cabeza de su polla, y volvió a los labios de Ava para robarle el aire. La besó con ganas, escuchándola gemir contra sus labios, casi pidiéndole más. Los dos sabían a alcohol y deseo, impregnando cada beso con morbo.
Cuando se separaron para coger aire Jonathan levantó la cabeza, y quitó las almohadas del cabecero de la cama. Era de madera barnizada, de un tono oscuro para armonizar con el dormitorio, y ahí escondido había una cinta rosa.
No tuvo que decírselo, porque ella ya había arqueado la espalda para mirarlo, y levantó los brazos sobre la cabeza para que le atase las manos.
Jonathan suspiró al verla, y arrodillado entre sus piernas ató las muñecas de Ava con la tela rosa. Era adorable, nunca la había visto con un color tan femenino.
—¿Volvemos al plan de atarme y secuestrarme?
—¿Vas a decirme que no te gusta la idea?
Ava frunció el ceño, y no quiso tirar por si la cinta se deshacía.
—No lo has ceñido.
—Pero no te vas a mover. —La interrumpió, mirándola desde arriba—. ¿Verdad?
Ava esbozó una sonrisa, mostrando sus dientes blancos, y esos colmillos afilados.
—No, señor. —Negó con la cabeza, casi burlándose de ello—.
Al tener las manos sobre la cabeza la forma de sus pechos se difuminó, y él pasó la lengua por uno de sus pezones rígidos, dándole un tacto húmedo y caliente que se enfrió a los segundos. Lo lamió, tirando de él, y luego repartió unos cuantos besos por sus clavículas, guiado por los gemidos que le sacaba. Mientras lo hacía, la estrella de David que tenía colgando del cuello, le acariciaba el pecho a Ava.
Se separó un momento para coger un preservativo de la mesita de noche, rompió el envoltorio con impaciencia y lo deslizó.
Se mantuvo arrodillado entre sus muslos, y meció sus gruesas caderas hacia delante, impaciente por hundirse en ella. Apoyó una mano al lado de Ava, inclinándose hacia delante para meterle la polla con toda la paciencia que pudiese sacar. Eso le arrancó un gemido ronco, llevándolo a cerrar los ojos. Ella echó la cabeza sobre la almohada, sin hacer nada porque ahora él tenía el control.
Jonathan empujó centímetro a centímetro, notando a través del preservativo cómo entraba, estirando su coño hasta tocar fondo. Sus caderas quedaron pegadas, y ella lo tomó como una campeona, sin producir ningún ruido, y sin quejarse más allá de unos gemidos a través de sus labios mordidos. Lo único que pudo pensar fue: No duele.
Ava apretó los puños, presa por esa cinta que ni siquiera estaba ceñida alrededor de sus muñecas. Sintió el cuerpo de Jonathan encorvándose sobre ella, notando el colgante de plata meciéndose, y apretó un beso en su mejilla, musitando unos halagos susurrados.
—Lo estás haciendo muy bien. —Gimió contra su piel—. Eres mi alumna favorita, cariño.
Se balanceó hacia atrás, casi sacando todo en el camino, y volvió a empujar hacia dentro a un ritmo deliciosamente lento. Las piernas de Ava estaban abiertas de par en par, recibiendo sus empujones con la boca pegada a la suya, volviendo a besarse con fervor sobre la cama, sin ninguna sábana que los cubriese.
Por fin estaban en esa posición, tan pegados como fuera posible, quemando esas horas de tensión que tuvieron antes de admitir lo que sentían el uno por el otro.
Sus anchas caderas se movían hacia delante y hacia atrás, introduciendo su grueso cuerpo en ella con un ruido cremoso. Ava rodeó su cintura con las piernas, y él bajó una mano por su muslo, soteniéndola.
Nunca se había sentido así, se sentía llena, como si hubiese existido siempre un vacío para que Jonathan lo rellenase. Puso los ojos en blanco, suspirando unos jadeos, y sus pequeños pechos empezaron a mecerse con sus embestidas. Arqueó la espalda, teniendo que morderse el labio para no chillar. Con eso, él aceleró su ritmo, embistiendo dentro de ella tan fuerte como lo necesitaban. Pero sin dejar de ser suave con ella.
La humedad brotaba de su coño, deslizándose hacia abajo de su apretada polla, goteaba sobre la sábana a cada embestida que le daba. Pero el cabecero de la cama no chocaba contra la pared, y el colchón apenas crujía.
Ava parecía estar en otro mundo mientras era empujada por sus movimientos, y casi se le escapó un chillido cuando Jonathan la cogió de la cintura, clavándole las manos sin querer y le dio la vuelta.
Los brazos de Ava se cruzaron por encima de su cabeza, aún teniendo las muñecas atadas. Sus grandes manos se posaron de repente en las caderas de Ava, tirando de ellas hacia arriba hasta que la puso de rodillas, y su pecho seguía presionada contra la cama.
Se arrodilló detrás de su culo, admirándola un momento en esa posición como si quisiera pintarla, y subió las manos por sus costados con paciencia. Ava cerró los ojos con fuerza, juntando mucho sus cejas castañas, y mordió la almohada para no gemir nada, arqueando la espalda como una gata dócil.
Jonathan inclinó sus gruesas caderas y las empujó hacia delante, rozándola con la cabeza de su polla antes de apartarse.
—Te voy a follar tan bien, ahava... —Lo escuchó gemir en un susurro, en una lengua que ella no entendía—.
Jonathan se llevó una mano a la boca y escupió para acercarla a su coño, metiendo los dedos entre sus pliegues mojados.
—Mhm... Eres tan preciosa. Tan inteligente, tan joven... Siento que no te merezco. —Susurró mientras le metía la punta de los dedos, haciéndola gemir de nuevo por esa intrusión—. ¿Te gusta lo que te hago, cariño?
Ella asintió con la cabeza antes de poder pensarlo, ida.
—¿Te gusta que te folle con los dedos?
—Sí. Sí.
—Viciosa.
—Por favor...
—¿Qué, cariño? ¿Me estás pidiendo algo?
Ella jadeó forzosamente, incómoda por la posición. Jonathan le apartó el pelo de la cara con suavidad, para verla apretada contra la almohada, con las mejillas rojizas.
—Sí. —Gimió sin aire, asintiendo levemente con la cabeza, cansada de su eterna paciencia—. Papi, vamos, fóllame... Por favor, por favor, ya.
Pidió con una voz quejumbrosa, haciendo que él empujase un poco más profundo antes de retirarse de nuevo. Le arrancó el aire de los pulmones con ese movimiento, solo rozando su coño desde atrás.
—Suenas muy bonita cuando suplicas, ¿sabes? No me acostumbro. Hazlo otra vez, mi amor.
Ava se relamió los labios e intentó ignorar el dolor que la invadía entre las piernas por el vacío que le había creado, desesperada para que volviese a llenarla.
Jonathan alargó un brazo para tomar el lubricante de fresa de la mesita y lo abrió, echándose un poco en la mano.
—Joder... —Sollozó, haciendo una mueca contra la almohada—. Fóllame, por Dios, hazlo ya. Por favor... Te lo estoy pidiendo, ¿qué más necesitas?
Jonathan deslizó la mano por su polla un par de veces mientras la miraba, esparciendo el lubricante sobre el condón.
—Bueno, ya que me lo has pedido tan bien, te lo mereces.
Tomó la base con una mano, alineándola con su entrada, y a ella se le escapó una sonrisa de emoción. La cogió de la cintura, y se hundió en ella despacio hasta que empujó hasta el fondo, embistiéndola hacia delante.
Ella se quedó con la boca entreabierta, y el ceño fruncido mientras intentaba adaptarse a ese nuevo contacto. Desde atrás se sentía todo de otra manera, y la sentía más apretada a su alrededor, aunque golpeaba con fuerza su coño mientras ella se cubría la boca, intentando no chillar. Sus caderas chocaron contra el culo de Ava, deformando el sonido en algo cremoso y mojado.
Jonathan tenía una mano hundida en su cintura para guiar su cuerpo, y se apartó ligeramente para verse a sí mismo follándola, cómo su culo se agitaba cuando la tomaba por detrás. Ni siquiera le dio tiempo a adaptarse a su polla, y empezó a follarla como un animal, escuchando el ruido viscoso y húmedo que producía la fricción del lubricante cada vez que la golpeaba.
Ava sentía cómo sus paredes se tensaban, acercándose a su orgasmo. Su cuerpo temblaba mientras él clavaba las uñas en sus caderas, apretándola contra él cuando salía completamente y luego se empujaba hasta el fondo. Sin quererlo, Ava gimió con fuerza, mientras intentaba aceptar todas las embestidas que le estaba dando. Ciega de placer, completamente abandonada de su voluntad.
Entonces él la cogió del pelo, y tiró de ella para levantarla del colchón. Pegó su espalda a su pecho, girando la cabeza para hablarle al oído. Los dos se quedaron callados, ocupando un espacio para escuchar algún ruido fuera del dormitorio, pero nada alteró el estado de sopor que creaba la noche.
—Sh... —La reprendió, cubriéndole la boca con una mano—. Te acuerdas de lo que hemos dicho, ¿cariño? Estarías callada.
Ella intentó asentir dolorosamente mientras le apretaba la boca, e intentó no descomponerse cuando él no paró de follarla, incluso cuando le estaba hablando.
—Dile a papi que lo sientes. —Le dijo al oído—. Pídeme perdón.
Ava resopló bajo su mano, haciendo una mueca quejumbrosa, y cerró los ojos con fuerza.
—Lo siento... Lo siento, perdóname. —Lloriqueó sin aire—. Oh, Dioss mío... Me voy a correr, me voy a correr...
Gimió desesperada, volviendo a inclinarse sobre el colchón para apoyarse en sus manos, y se dejó caer, sin fuerzas. Jonathan deslizó las manos por su espalda sudorosa antes de cogerla del pelo, recogiendo los mechones para peinarla, y tiró de sus raíces para inclinarle la cabeza hacia atrás, dejándola con la mandíbula floja.
Ella sentía que el cuero cabelludo le escocía por la aspereza de sus tirones, y dejó escapar una mezcla de siseos y gemidos susurrados. Lo escuchó reírse detrás de ella antes de ralentizar sus violentas embestidas.
Comenzó a hurgar con su polla dentro de ella, hasta llegar a su punto G. Lo golpeó con fuerza, follándola bruscamente. La tocaba donde debía, donde sabía que lo necesitaba. Solo se escuchaba el ruido de sus cuerpos chocando, apretando la piel blanda de su culo contra la cadera de Jonathan cada vez que tocaba fondo.
La textura de su coño era deliciosa, y lo escuchaba gemir entre sonrisas burlonas que ella misma intuía. Debía estar patéticamente sumisa en esa posición, pero ni siquiera podía mantenerse en esa posición: a cuatro. La estaba follando como una perra y extrañamente no le disgustó la sensación.
—¿Quieres correrte?
—S-Sí, sí, sí... Por favor, tengo muchas ganas de correrme. —Confesó con una mejilla apretada contra el colchón—.
Era tan bonita cuando suplicaba. Cuando dejaba de fingir tener el control de las cosas y se dejaba llevar...
—Zeh motzé jen be'einái, ahava sheli. —Descendió una mano por su espalda—.
Ava dejó escapar un suspiro extasiado, sin poder abrir los ojos mientras él apretaba su nuca contra la cama.
—¿A quién perteneces, mi amor?
—A ti, joder... A tí, a-ah... Ah... Oh, Dioss... Mío. —Balbuceó entre gemidos débiles, intentando aferrarse a la sábana. Sentía su clítoris palpitando con fuerza mientras se acercaba al orgasmo, tensándole el cuerpo—.
Sus ojos se volvieron llorosos.
—¿Y quién soy? ¿Quién te está follando tan bien?
—Mi profesor. Mi profesor de filosofía. P-Por favor, deja que me corra. —Suplicó con desespero, siendo mecida hacia delante por el vaivén descuidado de sus embestidas—.
Jonathan tragó saliva, y adaptó la mano a la forma de su cuello para tirar de ella, levantándola del colchón otra vez. La escuchó quejarse en voz baja, lloriqueando porque no dejaba de follarla con tortura, y giró la cabeza para besarle la mejilla, besando esa lágrima dulce que abandonó sus ojos.
—Adorable.
A ella le temblaban los muslos, todo su cuerpo estaba tenso mientras se controlaba para que ese orgasmo llegara ya, pero cuando iba a pasar él simplemente cambiaba de ritmo o lo hacía más lento para privarselo. Sufría apetecibles espasmos abdominales, avisándola de que no tardaría mucho.
—Por favor... —Le suplicó, con el ceño fruncido, desesperada por un poco de misericordia, soltando aprisa unos susurros al aire—. Por favor, por favor, deja que me corra.
—Eso me gusta. Lo estás soportando muy bien, Ava, buena chica. —Susurró contra su mejilla, rozándola con la barba—.
A Ava se le cerraron los ojos mientras permitía a su orgasmo adueñarse de su cuerpo. Su boca se abrió en forma de "O", pero no emitió ningún sonido más allá de un par de sollozos por la cantidad insana de placer que la atravesaba. Jonathan no bajó el ritmo mientras ella empezaba a agitarse alrededor de su polla, deslizando el brazo por su cintura para no sostenerla, y ella volvió a apoyar los codos en la cama.
Inclinó la cabeza hacia abajo, mordiéndose el labio con fuerza cuando la vio en esa posición tan vulnerable mientras seguía empujando dentro de ella. Y no pudo evitar darle un azote, un golpe fuerte que agitó la piel blanda de su culo, haciendo que se quejara.
—Lo siento. —Al momento se arrepintió, acariciándola—. Lo siento, lo he hecho sin avisar.
Ava solo asintió con la cabeza, cerrando los ojos, pero no estaba escuchando realmente, lo único que podía sentir era el placer mientras su cuerpo débil y su mente se convertían en una niebla espesa. Durante unos segundos, juró perder el sentido, dejando los ojos en blanco mientras apretaba unos jadeos y gemidos contra la palma de su mano. Le dolían las piernas, su clítoris palpitaba mientras la humedad goteaba entre sus muslos, y le faltaba el aire, consiguiendo correrse.
Jonathan dio unos cuantos empujones más dentro de su cuerpo flácido y agotado antes de poder correrse, cogiéndola con fuerza de las caderas. Se desbordó en el condón, descargándose dentro de ella aunque no literalmente, y si lo hubiese podido hacer ahora estaría goteando de su coño después de tanto tiempo sin correrse en una mujer.
Ambos tuvieron un momento para retomar el aliento después de eso, tomando bocanadas de aire, y Ava se dejó caer boca abajo en el colchón, escondiendo la cara en la almohada. Le ardía el pecho, y se sentía agotada, como si en verdad ella hubiese hecho algo cuando el ritmo y la follada la había llevado él.
Jonathan jadeó, pasándose una mano por el pelo para apartarse los rizos de la cara. La vio tendida debajo de él, escuchando su respiración agitada y viendo cómo relucía su piel pálida por el sudor.
—¿Quieres hacerlo otra vez? —Le preguntó, subiendo las manos por sus costados—.
Ella tardó un poco en poder responder.
—No.
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