22
Ava bajó del taxi.
Cruzó la calle exhalando un vaho blanquecino, y se acercó a la casa que señalaba Google Maps.
Los dos habían hablado para organizar una cena, ya que Ava tenía que prepararse para los exámenes de final de trimestre y Jonathan tenía que compaginar el trabajo con su hija. Alguno de los dos sugirió un restaurante, pero ambos estaban bastante cansados a esas horas, así que una cena en casa les pareció lo más cómodo.
Solo subió un peldaño de esa casa de revista americana, ni siquiera había llegado al porche, cuando el sonido de una notificación la paró.
Abrió la aplicación de WhatsApp y leyó el mensaje.
Profesor West
Siento avisar tan tarde
Han dejado a Iris conmigo esta noche
¿Lo posponemos a mañana?
Ava frunció el ceño al leer eso. Estaba por escribirle que ya había quedado con Pedro para cenar, pero la puerta de la casa se abrió.
Las bisagras de la puerta crujieron, y Ava levantó la cabeza cuando la luz del interior la iluminó. Ahí estaba Jonathan con una niña rubia en brazos, completamente dormida. Había salido porque, seguramente, había escuchado el ruido del teléfono.
—Oh, ¿ya estabas aquí? —Se compadeció él, haciendo una mueca. Llevaba un suéter oscuro, y sus rizos estaban desordenados, ya que se había quedado dormido con su hija—. Lo siento, se suponía que venían a buscarla...
—No, no, lo entiendo. —Asintió, y bajó ese único peldaño que había sido—. Lo entiendo, no te preocupes.
Se escuchó al perro del vecino ladrar, pero lo callaron. El silencio de la noche volvió a merodear por las casas.
—Lógicamente no puedo quedarme. —Ava asintió con la cabeza, mirándolo delante de ella—. Lo entiendo.
¿Cómo reaccionaría ella si encontrase a Pedro con otra mujer que no fuera su tía? Sería algo incómodo y horrible de digerir.
—No, por favor, ya que has llegado hasta aquí entra. —La invitó a pasar, sosteniendo a su hija mientras ella se abrazaba a su cuello, y alargó el otro brazo hacia Ava—. Vamos. Por favor.
—No, no hace falta, de verdad. —Se excusó, negando con la cabeza y las manos en los bolsillos—. Podemos dejarlo para otro día, no pasa nada.
—No quiero hacerte perder el tiempo. —Le dijo Jonathan, apretando los labios—.
—Ya lo haces obligándome a ir a museos.
—Lo siento...
—No tienes que sentirlo. —Le dijo Ava incrédula, con una sonrisa efímera que dibujó líneas de expresión en la comisura de su boca—. ¿Crees que no lo entiendo? Tienes una hija, hija única, con padres separados. No merece esto. Ni tú ni yo queremos confundirla más.
Ava se encogió de hombros.
—Le perteneces a ella. —Terminó con una sonrisa suave—. Y ya está.
—Mm... Eso es verdad. —Hizo una mueca, entrecerrando los ojos—. Pero tú me perteneces a mí. Al menos esta noche.
Ava rió con las manos en los bolsillos, girando la cabeza hacia un lado, y exhaló un vaho blanquecino entre la penumbra de la noche.
—Soy la primera hija, la primera nieta, y la primera sobrina que tuvo mi familia. ¿Crees que puedes decirme qué hacer?
—Si no vienes tú voy a ir yo. —Le dijo, levantando una ceja—.
—No entiendo tu afán por que me quede.
—Las cosas que no entiendes te gustan.
—Me intrigan. —Lo corrigió—.
Jonathan hinchó su pecho de aire, apretando los dientes, y dejó ir un suspiro pesado por la nariz.
—Has venido hasta aquí, no vas a quedarte en la puerta. Por favor.
—No. —Respondió simplemente, negando una vez con la cabeza—. ¿Y si me suplicas?
—¿También quieres que me arrodille?
—No lo sé, ¿quieres que me quede?
Jonathan exhaló una risa grave, y se pasó una mano por el pelo, exasperado.
—Por favor, Ava, ¿puedes entrar en casa y aprovechar que has venido hasta aquí? —Se lo pidió amablemente, tendiéndole la mano desde la puerta—. Por favor.
Ava pesó su invitación con un semblante serio. Sacó la mano del bolsillo para aceptar la suya, dándose cuenta del contraste de temperatura.
—De acuerdo. —Accedió ella, bajando la voz al estar más cerca—.
Cuando estuvieron cara a cara Ava sonrió, fijándose en Iris.
—Tiene un pelo precioso. —Un comentario natural que fluyó cuando vio sus ondas rubias sobre el rosa de su pijama—.
—Tuve que aprender a hacerle trenzas.
—Es preciosa. —Insistió, embobada—.
—Pasa.
La invitó, medio girándose para entrar en casa.
—¿Aún quieres cenar conmigo? ¿Por qué? —Le preguntó sin moverse, escurriendo la mano para tomar la suya—. No lo hemos hablado pero los dos sabemos dónde queríamos acabar esta noche.
—Lo sé. —Contestó él—. Pero no hacíamos esto solo por sexo, ¿verdad?
—No, claro que no. —Frunció el ceño, negando—. Pero era uno de los propósitos.
Jonathan le sonrió entre su barba grisácea y tiró gentilmente de su mano para hacerla entrar en casa, cerrando la puerta detrás de ella.
La calefacción que otorgaban los radiadores era notoria, deshizo esa capa de frío que abrazaba a Ava, y mientras miraba la decoración de la casa, se quitó la bufanda del cuello.
—Voy a acostarla. —Dijo detrás de ella, poniendo una mano en su cintura para apartarla—.
Ava se hizo a un lado y los miró mientras subían las escaleras, que estaban justo en frente del recibidor.
Se quitó la gabardina, y se giró para colgarla al lado de la puerta. La casa estaba bañada en una luz cálida por las luces, y el silencio de la noche se mezclaba con el ruido de los grillos. Escuchó la suave melodía de un vinilo, escondido en algún lugar del salón, y la voz de Frank Sinatra merodeaba por la casa.
—No te quedes en el recibidor. —Sonrió Jonathan mientras bajaba las escaleras—. Pasa.
El pensamiento furtivo de huir cruzó su mente. Tragó saliva y sonrió, intentando ignorar esa molécula paranoica que vivía persistentemente dentro de ella, gritándole que no debería estar a solas con un desconocido en su propia casa.
—Estás preciosa.
La cogió de la cintura, y ladeó la cabeza para mirarla a los ojos, sonriéndole suavemente entre su barba canosa.
—Y hueles muy bien.
—No voy a quedarme mucho tiempo. —Le recordó para que no la adulara—.
—Lo sé. —Murmuró Jonathan, robando un beso de sus labios para romper esa atmósfera fría—. Pero eso no quita que estés muy guapa.
Ella llevaba unos jeans rectos, holgados, pero ceñidos a su cintura. Era lo mismo que llevaba en clase, al igual que el jersey de cuello alto. No era ropa elegante, era ropa que la hacía sentir cómoda y segura.
—Lo decía para que dejases de provocarme. —Le contestó Ava, deslizando las manos de sus brazos hasta sus hombros. Ladeó la cabeza, y sintió el roce áspero de su barba—. ¿Qué estás intentando?
—Nada. —Le dijo, frunciendo el ceño tras las gafas, subiendo las manos de su cintura hacia sus costillas—.
Ava vagó la mirada entre sus dos ojos oscuros, perdiéndose en el color marrón de sus iris. Todos los ojos castaños parecían básicos y normales, hasta que te fijabas en una persona con ojos marrones. Entonces te dabas cuenta de todos los matices, y todos los tonos que guardaban esos ojos cotidianos.
Sus palabras olían a vino, y cuando volvió a besarla traspasó el dulce sabor que aún habitaba en su lengua. Fue como una atracción, y los dos se dejaron llevar por la corriente. Ava se dejó perder en el beso mientras él la acariciaba, bajando las manos de sus costillas para rodear su cintura, y dejar la otra mano sobre su cadera.
Ella apoyó las manos en sus hombros, ahuecándolas para tocarle el cuello, como una muñeca de trapo en sus manos. Sin hacer casi nada, pero moviendo los labios al unísono con los suyos. Ava no besaba mal, pero esa sensación era demasiado para soportarla, sentía que le faltaba el aire. Reaccionó con pasión, incapaz de mantener la calma. Estaba desesperada por conseguir más, lo que provocó que la reacción de él fuese un reflejo de ella.
Levantó un poco más la cabeza al ponerse de puntillas, y él la empujó suavemente contra la pared del recibidor.
Las manos venosas de Jonathan incluso bajaron más allá de su cadera, tocándole el culo sobre la ropa, dándole un apretón porque ella ya le había dado permiso para hacerlo.
La escuchó quejarse en voz baja, soltando un gemido inaudible y delicioso entre sus labios. Jonathan subió una mano, ahuecándola para tomarla de la mejilla, metiéndole la lengua mientras cerraba la boca, chupando sus labios con el roce incómodo de la barba.
—No, no, mira, ¿sabes qué? —Jadeó Ava, teniendo que empujarse para separarse de él, rompiendo ese hilo de saliva que unía sus bocas—. Mejor... Mejor me voy a casa y me ahorro este calentón, porque...
—No, no hace falta. Perdona. —La cortó con el ceño fruncido, moviendo una mano para expresarse—. Perdona. Por favor, quédate conmigo un rato.
Aunque era la primera mujer que tenía en casa con Iris, después de esos quince meses que llevaba con los papeles del divorcio firmados, y le sorprendió el afán que salió de él para que ella se quedara.
—Pero-.
—No vamos a despertarla si solo nos besamos. Solo eso.
Ava soltó una risa ahogada, acompañada de una media sonrisa, casi ofendida.
—¿Crees que podrás limitarte a solo besarme?
—¿Crees que no?
—No lo sé, sólo pregunto. —Lo sedujo con una sonrisa que mostró sus colmillos afilados—.
—Puedo controlarme. Tengo mucha paciencia, ¿lo sabías?
Jonathan le apartó un mechón de la sien antes de volver a tomarla de la cintura.
—Creo que podría agotártela.
Jonathan le sonrió, y apartó las manos de ella.
—¿Tienes prisa? —Le preguntó, haciendo un ademán con la cabeza para que lo siguiera—.
Ava cogió aire, y tomó un suspiro.
—No. —Contestó, escuchando el ruido de una notificación—. La verdad es que no.
—Podríamos beber vino y hablar un rato. —La sedujo, dirigiéndose a la cocina—. Si quieres.
Ava sacó el móvil del bolsillo, y leyó el mensaje.
WHATSAPP · Eddie (4)
¿¿Con quién has quedado??
He visto el desastre que has hecho con la máquina de cera
Por cierto Galileo es alérgico al salmón
No preguntes cómo lo he descubierto
Lo ignoró. Sabía que su gato estaría bien con Eddie. Apagó el móvil para no sentirse vigilada (aunque el localizador siempre estaba operativo y eso la calmaba), y siguió a Jonathan por el pasillo.
—Siento el desorden, creía que al final no vendrías. —Le dijo, recogiendo los cubiertos—.
¿Desorden? ¿Qué desorden? ¿La comida puesta en la mesa y dos platos?
—Está bien. ¿Hace mucho que vives en Inglaterra?
Jonathan se rio, y se escuchó el ruido de los platos al dejarlos en el fregadero.
—Creo que mi acento te afirma que no.
—¿Te molesta que te pregunte? —Le preguntó, dejando el salón para seguirlo hacia la cocina—.
Había una isla, con taburetes, y las encimeras estaban completamente ordenadas con frascos de vidrio para guardar galletas, el azúcar, la harina... Jonathan estaba de espaldas a ella, al lado de la nevera gris de dos puertas.
—Es que encuentro un poco injusto que tú sepas tanto de mí y yo de tí no. —Se apoyó en la isla de la cocina—.
—Pregúntame lo que quieras. —Le dijo, abriendo la nevera—.
En la isla, habían dos botellas de vino terminadas, con una vela en cada una. La cera derretida se derramaba sobre el vidrio oscuro, censurando la etiqueta.
—Después de decirte que estoy divorciado y tengo una hija, no tengo porqué mentirte en algo más. —Se giró con dos copas en las manos—.
—A menos que seas un asesino y me hayas traído aquí para secuestrarme. —Frunciendo el ceño, entrecerrando los ojos—. Tu hija es una pequeña cómplice.
—Por supuesto —Él le ofreció su copa de vino—.
—Vivir está sobrevalorado, de todos modos. —Dijo ella, acercando la copa a sus labios, aunque no debería beber por la medicación—.
Las mechas de las velas susurraron algo, y parpadearon durante unos segundos efímeros.
Jonathan preparó un surtido de quesos, frambuesas y un racimo de uvas para acompañar al vino, (intentando sin éxito rechazar la ayuda de Ava para cortar y limpiar la fruta), y volvieron al salón.
Ava se sentó en el sofá, quitándose los zapatos. Y él, antes de sentarse, cambió el vinilo de Frank Sinatra por otro de jazz suave. El salón era amplio, y había una ventana bastante grande con asiento, que daba vistas a la calle oscura. Ahí estaba el tocadiscos.
—Hoy te he visto en la conferencia cuando he pasado por delante del gimnasio. —Dijo Jonathan, sentándose a su lado—. Terminasteis todos en pie aplaudiendo, ¿era alguien importante?
—Oh... El doctor Wilson es una eminencia en la astronomía. Es el co-autor de las fotografías tomadas por el telescopio James Webb, la imagen más profunda que tenemos del universo hasta ahora.
Hizo una pausa para beber.
—Te dejé un libro donde mencionan al doctor Wilson. —Frunció el ceño, indignada—. Yo me leo todos los libros que me recomiendas, es justo que hagas lo mismo con los míos.
—No puedo mentirte, me quedé dormido con uno de tus libros.
Ava ahogó una risa. Sin darse cuenta, empezó a explicarle la conferencia, algo sobre un espejo de seis metros de ancho y cuatro instrumentos de muy alta sensibilidad. Le habló de la detección de luz que había estado viajando a través de la inmensidad del espacio durante millones de años, y él asentía, escuchándola.
Hasta que se dio cuenta de que no sabía de qué le hablaba. Se mordió el labio avergonzada, resbalando los dientes por el vino que había mojado su boca, y negó levemente con la cabeza.
—Perdona. No estás entendiendo nada.
—No, no, continúa.
—Te estoy aburriendo. Y no estoy en el observatorio.
—Está bien, no me aburres.
—Ya, ¿qué me vas a decir?
—No lo sé, ¿que te brillan los ojos cuando hablas de lo que te gusta?
Ella esbozó una sonrisa, quitándole la mirada.
—¿Y qué ves cuando me miras? —Le preguntó lentamente—. ¿Ves a la astrónoma? ¿O ves a Vianne?
—Veo... —Empezó en un suspiro, mirándola a los ojos—. Tu dolor.
Eso le provocó una sonrisa triste a Ava, y ella fue la que giró la cabeza, dejando de mirarlo.
—Ya. —Dijo ella, con la mirada perdida entre el televisor que tenían delante—. Porque todos piensan que soy fuerte, y que he podido con todo para seguir con la vida que quiero. Pero tengo que decirte que todo eso es mentira. Soy débil. Estoy rota.
Lo susurró, como si de esa manera las palabras pesaran menos en su boca.
—No estás rota.
—Oh, sí lo estoy. —Dijo ella, con una sonrisa que estiró sus labios, y dio otro trago, acabando con el vino en su copa—. Me han roto. Lo veo en el espejo todas las mañanas antes de empezar a actuar mi papel, es llevar una máscara todo el tiempo.
—Pues quítate la máscara conmigo. —Le dijo, cambiando el tono—. Yo quiero besarte el alma, no el cuerpo.
Ava sonrió, sirviéndose más vino.
—Bueno, si tanto insistes. Que me bese el imbécil que prefirió estudiar arte.
Jonathan la miró embobado a su lado, ella estaba de perfil, y le apartó el pelo para acercarse y dejarle un beso en el cuello, ladeando la cabeza para poder hacerlo. Notó bajo sus labios cómo se tensó por el tacto de la barba, y su garganta se movió al beber. Se hundió en la curva de su cuello, besando cada lunar desperdigado en su piel lechosa.
—¿Es normal que esto me ponga tan cachonda? —Jadeó ella en voz baja, rindiéndose a cerrar los ojos—.
A cambio, Jonathan volvió a ladear la cabeza lentamente, sin poder reprenderse. Chupó su piel en un deseo dócil de consumirla, cerrando los labios alrededor de su cuello. Notó la vibración de su gemido bajo la lengua, y descendió una mano por su muslo, tocándola sobre la ropa.
Ella se cruzó de piernas, y giró la cabeza para buscarlo, encontrando sus labios en un suspiro atroz. Necesitado.
Le quitó las gafas sin decir nada, separándose un instante efímero antes de volver a él. Fue un beso gentil a pesar de la barba áspera, algo lento y metódico. Mientras Ava subía las manos para tocarle el pecho, los hombros y el cuello, él se colocó sobre ella, obligándola a tumbarse en el sofá.
Ambos abrieron y cerraron la boca en sintonía, encontrando la lengua del otro en el beso tranquilo, y Ava terminó descansando la cabeza en el reposabrazos. Unos rizos suaves le acariciaron la frente mientras la besaba sin prisa.
Eclipsada por su cuerpo, su espalda lo suficientemente ancha para atraparla si así quería, y sus brazos que se apoyaban a ambos lados para no dejarle el peso. Le acarició el pelo, clavando los dedos en sus canas, buscando la sabiduría, el morbo, la razón incongruente del porqué la que la atraía tanto.
Fue él quien se apartó, relamiéndose los labios antes de tragar saliva.
—¿Qué pasa? —Le preguntó Ava, sin aire, y se acercó a él—. ¿He hecho algo mal?
Jonathan estaba sentado con los codos apoyados en su regazo, inclinado hacia delante. Cuando le habló giró la cabeza, pero le quitó la mirada.
—¿No te importa que sea veintitrés años mayor que tú? —Por un momento pareció tan tímido—.
Ava evitó fruncir el ceño ante su pregunta repetitiva.
—¿Te importa a tí que sea veintitrés años más jóven?
Jonathan tragó saliva, borrando la acción de acomodarse unas gafas que no llevaba.
—Es que a veces siento que coacciono tu comportamiento.
A ella se le escapó una risa, resoplando. Su pelo castaño, al llevarlo suelto, se derramaba sobre sus hombros como ondas encrespadas. Como la espuma del mar.
—No me estás obligando a nada. —Le repitió—.
—¿Ah, no? Porque ahora mismo te habría convencido para follarte en el sofá aunque los dos sabemos que no podemos y hayas dicho que preferías irte.
A ella le faltó el aire. Siempre la impactaba un poco escucharlo hablar sobre sexo teniendo en cuenta que la mayoría del tiempo lo veía como una persona seria y reservada.
—A lo que me refiero es que podría persuadirte a hacer algo, o tú pensar que debes hacerlo por mi, y no quiero que te sientas así.
—No me siento así. —Le planteó Ava, dejando de hablar en un tono tenue—. Deja de suponer cómo me siento e intenta entenderme.
—Lo siento. —Susurró—. No hagas nada que no quieras. Mi puerta siempre está abierta para ti, ¿lo sabes, verdad? Para quedarte o para irte.
—Lo sé. —Asintió Ava en voz baja, y volvió a repetirlo mirándolo a los ojos—. Lo sé. No hace falta que me avises.
—No te estoy avisando. —Le respondió al momento, negando una vez con la cabeza—. Me estoy avisando a mí mismo, porque estoy empezando a sentir cosas por tí.
Ava evitó reír al escucharlo. ¿Cómo podía decirlo tan directo? ¿Sin pensarlo y sin miedo? Casi parecía que sus sentimientos estuviesen escritos en mayúsculas en su mirada, y él no tuviese miedo de que ella los leyese.
—¿Y eso qué tiene de malo? —Intentó averiguar—. ¿Crees que no seré suficiente? ¿O qué se lo diré a todo el mundo?
—No lo digo en ese sentido. —Negó con la cabeza, quitándole esa idea—. No lo hago porque seas más jóven, o porque provoques a la gente con solo una mirada, lo hago porque si aceptas estar conmigo eres mía. Aunque nadie más lo sepa.
Ava mantuvo su silencio.
—¿Me estás preguntando si quiero estar contigo? —Diseccionó su intención, mirándolo a los ojos—.
—Te estoy preguntando si quieres ser mía.
Ava lo miró a los ojos, cediendo unos segundos en cada ojo como si hubiera algo diferente en cada iris. Cogió aire, y suspiró la respuesta:
—Sí. Quiero ser tuya, profesor.
—Y yo quiero ser tuyo. —Respondió él en voz baja, mirándole los labios—. Aunque no sé cómo acabará esto.
Ava fue la que se acercó, y ladeó la cabeza para darle un beso, apoyando una mano en su muslo. ¿Qué era eso? ¿Una promesa? ¿Un contrato? ¿Un deseo? Los dos estaban en el umbral de la embriaguez por las copas que habían tomado, ¿pero hablaban en serio? ¿Las palabras seguirían siendo firmes a la mañana siguiente?
Lo único que sabían era que ella quería ser suya, aunque solo fuera algo fantasioso o una promesa frágil. Y él quería ser suyo, aunque solo fuera un espejismo.
—Pero creo que no es justo. —Ava jadeó en voz baja cuando se separó, con los labios húmedos por los besos y el vino—.
—¿El qué?
—Que yo me he quitado la máscara. Pero tú no.
—No tengo que quitarme nada. —La convenció, con la respiración también pesada—. Soy lo que ves.
—Yo creo que eres todo lo que quiero ver. O lo que tú piensas que quiero ver.
Jonathan la miró a los ojos, y luego tragó saliva, girando la cabeza para quitarle la mirada. Sin gafas cambiaba. Bastante. Sus facciones se endurecían, y nada camuflaba las arrugas de expresión en la comisura de sus ojos, o en su frente cuando arqueaba una ceja.
Él agachó la cabeza, midiendo las palabras de Ava, y estiró un brazo para subir la manga del suéter.
Ava dejó de mirarlo a la cara para mirar su antebrazo, y ahí vio una cicatriz muy antigua, no varios cortes en la muñeca: sinó una línea irregular y que fue bastante profunda para perdurar tantos años, recta desde las venas de la muñeca hasta casi llegar al codo.
No fue un intento, no fue para calmar su dolor con dolor físico, fue un suicidio interrumpido. Ava lo miró, y luego volvió a subir a los ojos de Jonathan en un pestañeo, como si hubiesen compartido un secreto al oído.
Ava tomó la manga de su propio jersey, y ella también lo subió, descubriendo una venda color carne que cubría su antebrazo. Para que nadie viese por accidente las cicatrices gruesas que difuminaban las venas. Juntó las manos para enseñarselas, y luego miró la reacción de Jonathan, pero él tampoco se asustó al verlas.
Con pesadumbre agachó la cabeza para besarle la cicatriz de su antebrazo. Jonathan apreció su acto, y cuando Ava se apartó él también besó sus muñecas. Un beso en cada una. Sus labios estaban tibios, y cuando subió la boca por su brazo y culminó en su boca, se dio cuenta de que sus labios tenían fiebre. Entre besos y suspiros, entre gemidos magníficos y notas susurradas, Ava dejó de pegarse tanto a él y quiso sentarse en su regazo para sentirlo más cerca, lo más cerca posible.
Fue él quien la tomó de la cintura, y la sentó a horcajadas encima suyo. Se abrazó a su espalda, bajando los dedos por los huesos de su columna.
Ava ladeó la cabeza hacia el otro lado, alargando ese beso lascivo que dejaba suaves notas morbosas flotando en el aire cada vez que sus lenguas se encontraban. Bajó las manos hacia su entrepierna, haciéndolo gruñir, e hizo ademán de querer bajar la cabeza, pero él no la dejó.
Los labios sobre los suyos cortaron todas las preocupaciones, el vino terminó de inhibirlas, y quisieron dejarse llevar aunque solo fuera un día, una noche. Como si sus responsabilidades como adultos no existieran, como si no fuesen más que dos cuerpos y dos almas que se deseaban mutuamente.
Ava intentó apartarse, pero él continuó besándola, y a ciegas bajó las manos por su abdomen, queriendo quitarle el suéter.
Jonathan se separó un poco, no mucho, para quitárselo por la cabeza, y volvió a empujarla a su boca. Sus grandes manos podían trazar su cuerpo como quisieran, atrapando su cintura, subiendo por su espalda... Sentía que se deshacía en sus manos y él la volvía a coser.
Los dos cogieron aire, suspirando o gimiendo sobre los labios del otro, y Ava bajó las manos por el pecho de su profesor, notando la forma de sus pectorales bajo las manos. Y sus manos bajaron hasta el abdomen tierno de Jonathan sobre la camiseta interior, gimiendo. No estaba tonificado, se notaba al tacto, pero estaba fuerte. Ni siquiera sabía dónde tocar, solo fue un instinto el que guió su deseo obnubilado.
Sus lenguas se mezclaban con lascivia, y chupó su labio inferior, dejándole un suave mordisco. Notó cómo se sentaba sobre él, y tuvo que frotarse al sentir cómo se endurecía por ella, meciendo las caderas lentamente. Sacando un gemido desesperado de sus labios, en un tono grave, delicioso. Él separó un poco más las piernas sentado en el sofá y empujó hacia arriba, frotándose contra ella mientras se abrazaba a su cintura.
Ambos tenían los labios brillantes por su saliva mezclada, y de un tono rojizo por el vino. Cuando Jonathan bajó su boca por la mandíbula de Ava, provocándole un hormigueo por su barba canosa, ella negó con la cabeza, volviendo a la sobriedad por un instante.
—No. Para... Para, para. —Suspiró—.
—¿Paro? —Le preguntó él, sin aliento—. ¿Has cambiado de opinión?
—No... —Exhaló Ava, limpiándose la boca. Eliminando esa sensación húmeda de sus labios—. Bueno, sí. La vamos a despertar.
Jonathan tardó unos instantes en caer que su hija estaba en la cama, en el piso de arriba. Sufría tantas emociones en ese mismo momento, que no pudo parar a reflexionar en eso.
—Tendría que irme.
Se apoyó en su hombro para levantarse.
—Espera, espera. —Le pidió, pellizcando su jersey para que retomara su sitio encima de él—.
—¿Qué? —Casi le pidió una razón para quedarse—.
—Si no se ha despertado hasta ahora no va a despertarse hasta mañana.
—Pero...
—Hoy ha ido al parque y a ballet, ¿crees que le queda energía para estar despierta? —Soltó un suspiro forzoso al ver que aún le faltaba el aire para recuperarse de esos besos—. La conozco.
—No lo sé... —Dijo ella, frunciendo el ceño—. Si nos ve o nos escucha será... Agh, será asqueroso.
—Vámonos arriba.
La cogió de la cintura, empujándola suavemente para levantarse del sofá.
—¿Qué? —Ava frunció el ceño, notando en ese instante lo rápido que iba su corazón bajo el pecho—.
—Hay pestillo. Y puedo taparte la boca para que no grites.
—Eres muy considerado, pero...
—No, por favor, no me jodas. No puedo hacerme otra pensando en tí. —La cogió de la muñeca, yendo hacia las escaleras—. Ya no me va a servir.
—¿Otra?
Pararon frente a las escaleras, y Jonathan giró la cabeza para responderle.
—¿Cómo crees que me dejaste después de meterte los dedos en tu apartamento? —Le contestó, ladeando la cabeza, y se acercó a ella para susurrarle—.
Estaba siendo muy laxo con su vocabulario, quizá por el alcohol, o quizá porque él era así en la intimidad con otra persona. Y eso no sabía si le gustaba o le resultaba extraño. Jonathan la miraba a los ojos, con los labios entreabiertos, y esperó que pusiera alguna pega más. A cambió la tomó de la cintura, y serpenteó una mano por el tiro alto de sus pantalones.
—Después de escucharte gemir por primera vez. —Narró sobre sus labios, bajando la voz, y a ella se le escapó un jadeo cuando él desabrochó sus pantalones—. Cuando te corriste por primera vez en mis dedos.
Solo un poco, solo lo necesario, y metió la mano, tocándola sobre las bragas. Ava giró la cabeza, pretendiendo disimular un gemido que resultó un suspiro pesado, y él la tocó, mojándose las yemas por lo mojada que se estaba poniendo.
—Dime que no pasará nada de lo que puedas arrepentirte mañana. —Le pidió, extasiada—.
—Si pudiese pasar algo no te lo pediría. —Conjuró sobre su boca, deslizando los dedos antes de sacar la mano—.
Ava notó el roce de su nariz en el pómulo, su aliento con olor a vino golpeándole los labios, y lo único que pudo hacer dentro de su aturdimiento fue asentir con la cabeza, entreabriendo la boca.
—Vale.
—¿Estarás callada?
—Sí. —Aseguró en un suspiro, asintiendo débilmente—.
Él también la miró, y aunque estuvo tentado a perder más tiempo besándola, lo único que hizo fue tomar su muñeca y subir las escaleras.
Sus gestos eran tan elegantes pero firmes, que en ningún momento Ava se olvidaba de que estaba con un hombre veinte años mayor que ella. Y él sabía lo que quería antes de que ella lo pidiese.
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