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𝐈𝐂 𝐋𝐈𝐕𝐄𝐑𝐏𝐎𝐎𝐋
❝ 𝚢𝚘𝚞𝚛 𝚋𝚘𝚍𝚢, 𝚖𝚢 𝚌𝚑𝚘𝚒𝚌𝚎 ❞
La protesta reivindicativa sobre el derecho al aborto, que empezó como un movimiento en masa a las puertas de Universe Imperial Collage, terminó recibiendo a más de doscientas personas con pañuelo azul: el movimiento provida.
El caótico descontrol se dio a las ocho de la tarde, cuando un grupo provida alzaron las pancartas. Los dos bandos terminaron en una disputa a gran escala. La policía federal antidisturbios disuadió la guerra entre protestantes con gas, y adoptando una postura defensiva con escudos de policarbonato.
La imagen de la protesta que se ha hecho viral en redes muestra a una mujer con el puño al cielo y un lazo violeta en la muñeca, cubriendo su rostro como la mayoría de sus compañeras. De su ceja baja un hilo de sangre, herida por los escudos de la policía, pero aclamando el coro de: nadie puede parar esta revolución, mi cuerpo, mi jodida decisión.
—Hace poco tuve que obligarte a ir al hospital y ahora te saco de la cárcel. —Dijo Pedro, esperando a un lado del policía mientras él abría la celda—.
Ava estaba sentada al lado de cinco mujeres más, también heridas por los antidisturbios. Había pasado toda la noche ahí. Se levantó de su asiento después de despedirse de ellas, y miró a Pedro antes de pasar por la puerta.
—Pasa, pasa. —Le dijo, estirando un brazo para indicarle que saliera de la celda—.
Ella lo hizo, no muy segura, y cuando pasó Pedro la cogió de la nuca para empujarla. Ava se quejó mientras se acariciaba la nuca, mirándolo con el ceño fruncido.
—Mira qué te han hecho. —Dijo, enfadado, refiriéndose a la herida abierta en su ceja—. Ya te he dicho que no te metas en esas protestas.
—No ha sido nada. —Lo disuadió, haciendo una mueca, y Pedro la cogió del brazo para salir de comisaría—.
—Eso necesita puntos.
Ella no le contestó.
—¿Qué? —Le insistió—. ¿Qué? ¿Ahora no me dices nada?
—¿Qué quieres que diga? —Musitó mirando al suelo—.
—Joder, no lo sé. Un "lo siento" estaría bien.
El policía les abrió la puerta, y Pedro se lo agradeció antes de salir. El sol cegó a Ava unos segundos, llevándola a cerrar los ojos con fuerza.
—Llevo toda la puta noche buscándote. —Le recriminó Pedro mientras andaban por la calle, dirigiéndose a urgencias—. Fui a tu apartamento, a la biblioteca, le pregunté a Eddie, utilicé el rastreador de tu móvil pero te lo habías dejado en casa, le pregunté a tu madre y tampoco te encontré. ¿Sabes el mal rato que he pasado hasta que he leído el periódico? ¿Por qué no me llamaste cuando te arrestaron?
—Porque no quería esto... Me iban a soltar por la tarde.
Mientras caminaban, hablando entre ellos, dos hombres que pasaron cerca se fijaron en Ava, riéndose.
—Mírala, la tía del periódico. —Pararon a reírse, mirándola de pies a cabeza—. Joder, que pronto las sacan de la cárcel.
—¿Tenéis algún problema? —Contestó, poniéndose delante de ella—.
—Iros a la mierda. —Fomentó Ava—.
—Eh, eh. —Rió uno de ellos, y los dos levantaron las manos como si los estuviesen apuntando—. Vale, vale, figuras.
Y entre risas se fueron calle abajo, murmurando algo entre ellos.
—Gilipollas. —Dijo Pedro, girándose para ver cómo se iban—.
—¿Podemos ir ya al hospital? —Se tocó la herida de la ceja con la punta de los dedos. Le ardía, y se había formado una costra que supuraba—. Me estoy mareando.
—Vamos.
Justo delante de la comisaría estaba el aparcamiento, y las luces de su Mercedes Clase A se encendieron cuando tocó el botón de la llave. Ava rodeó el coche, pulido y encerado para enfatizar su acabado brillante negro.
Pedro suspiró, con una mano en la cadera y otra sobre su boca, acariciándose el bigote. La vio abrir la puerta, y sintió su corazón acelerado en el pecho. Su mirada se suavizó.
—Un día de estos me matarás. —Suspiró, aflojándose el nudo de la corbata—.
—No ha pasado nada. —Sostuvo, manteniendo la puerta del coche abierta, pero sin entrar—.
—¿Sabes lo mal que lo he pasado? —Dijo con una voz dulce y rota, acercándose a ella—. He estado como un loco buscándote por todos lados, no he podido dormir, no podía sentarme porque pensaba: "No, ahora saldré a buscarla y la encontraré. La encontraré".
Su voz le tembló en los labios.
—Por-Por un momento pensé que... Que otra vez-. —Se calló a sí mismo—. Joder, ven aquí.
La abrazó, envolviendo sus hombros, y ella chocó contra su traje planchado.
—No puedo perderte otra vez. —Le dijo con los ojos cerrados, abrazándola con fuerza—.
Ava tragó saliva, y sentía que sus labios estaban sellados por una vorágine de sentimientos impronunciables. Sus ojos miel, enrojecidos por el gas de la protesta, hormiguearon por esas lágrimas de lástima.
—Ojalá todas las cosas malas que tengan que pasarte me ocurran a mi. —La apartó sutilmente, mirándola a la cara—. No puedo perderme tu graduación. Y ya les he dicho a todos que mi sobrina va a trabajar en la NASA, así que.
Esbozó una sonrisa triste, que ella no correspondió.
—Te voy a matar si haces que te maten. —Zanjó el tema—.
──── 𝐄𝐬𝐞 𝐝𝐢𝐚 ────
Eran principios de Febrero. En Liverpool la nieve llegaba a cubrir hasta treinta centímetros.
Pedro estaba en la calle a esas horas de la madrugada, paseando de la mano de Dhelia. Era su aniversario. Llevaban diecinueve años casados, y después de celebrar ese día, fueron al cementerio a limpiar la tumba del que habría sido su hijo. Dejaron unas rosas color sangre, donde los copos blancos se derritieron entre sus pétalos.
Para Dhelia concebir era un no, y por una negligencia médica perdió al bebé milagro en el parto. Pusieron su cuerpo viscoso y muerto, aún unidos por el cordón umbilical, sobre su pecho. Pedro también se acercó. Le tocó la espalda, y él apretó su dedo índice con su pequeña mano.
Solo fue un minuto. Solo fue un adiós.
Pedro estaba mirando al suelo, sosteniendo un silencio con Dhelia que guardaba dolor añejo. Que fermentó como un rencor oculto el uno por el otro. No fue culpa de ella, no fue culpa de él, pero después de todo, lo único que tenían era la ausencia de su único hijo.
Estaba pensando en eso, sin permitir que sus lágrimas abandonasen sus ojos, y sentía en su garganta una presión absoluta por guardarse esos pensamientos. En su momento no estuvieron juntos.Dhelia estuvo en la sala post parto, sola.
Y Pedro estuvo en el pasillo, pensando.
Pero esa pequeña distancia que los separó en realidad resultó ser un abismo.
Por eso, mientras caminaba de la mano de Dhelia, también se sentía solo. Levantó la cabeza, y la miró a su lado.
—¡Ayuda! —Gritaron a pleno pulmón desde otra calle—. ¡Ayuda! ¡Por Dios, una ambulancia! ¡Está aquí!
Era el grito de una mujer desesperada, quizá mayor, y Pedro irguió la cabeza al escuchar ese estruendo. No supo de dónde venía, pero soltó la mano de Dhelia, y estuvo atento cuando esa mujer volvió a gritar.
Cuando llegaron al final de la calle, y giraron a la izquierda siguiendo el ruido, se encontraron con un enjambre de personas. Estaba la policía, impidiendo que ese mar de gente apretada entre sí pasara. El aire estaba tan frío que sentía su nariz congelada a cada jadeo.
Aprovechó su altura para mirar por encima de los demás. Tuvo que empujarlos, abriéndose camino entre la multitud apretada. Algunos lloraban, muchos grababan con sus móviles. Y unos pocos gritaban. Gritaban un nombre, pero cuando Pedro lo dijo, sintió un vacío en las entrañas.
—Vianne. —Lo susurró, admirando la escena que tenía enfrente, y soportando los empujones de la multitud—.
Las luces de la ambulancia iluminaban la madrugada, y tirada en la calle adoquinada, había una mujer desnuda que teñía la fina capa de nieve con su sangre.
Estaba en posición fetal, recogida en ella misma, y los huesos de su columna se marcaban a través de la piel. Tenía moretones en la espalda, entre violetas y oscuros, las plantas de los pies ensangrentadas, el pelo mal cortado hasta las orejas... Y no se movía. No sollozaba.
—Vianne. —Jadeó Pedro, apartando a los demás—.
Le temblaron las manos. El corazón le dolía en el pecho. Cogió la tira policial que tenía delante, y pasó por debajo, empujando al policía que tenía al lado.
—¡No puede pasar! —Lo amenazaron, siguiéndolo mientras él se acercaba a la chica—. ¡Vuelva donde estaba!
Aunque Pedro no lo escuchó, no podía, y se acercó a Vianne.
A su alrededor habían dos paramédicos que intentaban llevársela a la ambulancia, y ella seguía tendida en el suelo, sin moverse, como si en verdad no existiera.
—¡No la toquéis! —Les gritó mientras se acercaba—. No la toquéis. Que nadie más la toque.
Los apartó de ella. El agente que intentó detener a Pedro no hizo nada cuando él se arrodilló en la nieve. Con los brazos temblorosos, y la cara fría por las lágrimas que secaba el aire, la cubrió con la manta térmica que habían dejado los paramédicos.
La cogió en brazos, levantándola del suelo, y no quiso mirarla a la cara por si estaba muerta.
La acercó a la ambulancia, y los agentes también dejaron pasar a Dhelia. Vianne estaba inmóbil en sus brazos, pálida como la nieve que goteaba del cielo, fría como la muerte, y la sangre espesa de sus heridas mojó sus manos. Unos flash los iluminaron intermitentemente.
—Papá. —Murmuró, sin poder mover el cuello—.
Un copo de nieve cayó, y se derritió en su lágrima. Escuchar su voz, aunque estaba demacrada y afónica, fue como una cerilla que prendió fuego a Pedro. Lo calmó de ese frío que lo atormentaba.
—Sí. —Mintió mirándola a la cara—. Soy papá, Vianne.
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