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16

Ava ayudó a Wanda a montar su nuevo telescopio, iluminadas por las farolas del campus.

Miraron las constelaciones, tomaron fotografías para subirlas a instagram, y hablaron sobre las estrellas que ellas mismas descubrieron. Hablaron sobre supernovas, las investigaciones de la NASA en Marte, si volverían a verse después de que Wanda se graduase... Un poquito de nada y un poquito de todo, hasta que tuvo que irse.

Después de eso, Ava decidió tumbarse sola sobre el césped frío, bajo el firmamento oscuro de Everton y sus astros parpadeando. Hablar con Wanda la había distraído, pero después de huir de clase, tenía el estómago revuelto. Mientras miraba el cielo, con su pelo castaño alrededor de la cabeza como un halo, y dejando una mano sobre el pecho... Se preguntó qué había hecho mal.

¿Por qué se sentía como si estuviese a punto de romperse? ¿Qué era esa ambivalencia que la mareaba y le provocaba náuseas?

Estoy orgulloso de tí.

¿Por qué? ¿Había hecho algo ella para merecerlo? Dios, ¿por qué sentía ganas de llorar con solo recordarlo? Los demás no sentían eso, ¿verdad?

No lo sabía. No sabía nada.

Llegó a casa con el piloto automático. Dentro del edificio no hacía tanto frío, pero al entrar en su apartamento fue como abrir una nevera. Lo primero que hizo fue encender los radiadores.

El techo estaba inclinado, ya que era el último piso del edificio, y por cómo lo tenía decorado parecía bastante acogedor. O descuidado. Se vistió para dormir con un suéter dos tallas más grande (con manchas que ya no salían ni con lejía), y unos pantalones de pijama de terciopelo. Cuando se quitó el frío cenó su sopa de sobre, y se metió en la cama con un suspiro. 

Solo necesitaba que otro día empezase, dejar todo lo ocurrido en el olvido, ni siquiera lavarse los dientes le había quitado ese mal sabor de boca. ¿Ganaba el premio Atlas y el mismo día perdía en un debate de filosofía? 

Se sintió a recaudo en su cama, tranquila y protegida. Miró al techo, observando las leds amarillas que imitaban estrellas en los listones de madera, era la única luz del estudio. Galileo también subió, pero lejos de ella, y se hizo una bolita a los pies de la cama.

Ava apretó los labios, pasándose una mano por el pelo, y se bebió las lágrimas forzosas que la abandonaban. Apretó el puño, intentando no sollozar, y jadeó con rabia porque no podía parar.

El sonido de una notificación le hizo abrir los ojos. Giró la cabeza sobre la almohada, y vio su teléfono en la única mesita de noche. 

El colchón crujió cuando se inclinó hacia el móvil, y volvió a subirse la manta hasta el hombro, encogiéndose como un ovillo bajo la manta y el edredón.

?
Podías haber ignorado el número

Ava V.
¿Quién habría ignorado un número apuntado en la última hoja de su trabajo?

Sin un porqué aparente Ava suspiró, pensando que podía hablarle desde la seguridad de su cama. Sin tonos de voz, ni miradas, ni interacciones verbales.

?
Definitivamente tú no
¿Te ha gustado el debate?

Ava V.
¿Por qué lo preguntas?

Dejó el móvil un momento para ponerse las gafas.

Ava V.
¿A tí sí?

?
Siempre es interesante verte perder

Estaba cansada, y avergonzada, tampoco tenía ganas de hablar. O escribir. Esperó su respuesta lo justo, y cuando la pantalla estuvo a punto de apagarse surgió otro mensaje.

?
¿Estás bien, Ava?

Ella frunció el ceño al leerlo.

Ava V.
¿Por qué debería importarte eso?

Escribiendo.

?
Porque tengo la sensación de que te he hecho llorar
Y no sé porqué

Tragó saliva. ¿Por qué siempre preocupaba a la gente de su entorno? ¿Qué clase de persona era, si no podía simplemente dejarlo pasar? ¿Tenía la necesidad de hacerlos sentir mal?

Ava V.
Lo siento

Él no escribió nada. 

Ava V.
Te he dicho que estaba siendo dramática

?
Sentir no te convierte en una dramática

Ava V.
Vale
¿Por qué debería importarte, igualmente?

Ahí estaba de nuevo. Actuando como si lo odiase. Ni siquiera ella sabía porqué lo hacía. Luego la culpa la carcomía, y en vez de pedir perdón por ser borde y fría, simplemente se alejaba para no volver a molestar.

?
Porque quiero pedirte perdón
No era mi intención hacerte llorar, lo siento

Ava tomó aire, y lo retuvo unos segundos. No supo qué contestar. 

WHATSAPP · Eddie (1)
Me aburro, ¿podemos volver a hablarnos? Ya no estoy enfadado<4-1

Deslizó el dedo sobre la pantalla, eliminando la notificación.

WHATSAPP · Eddie (2)
Uy, estás en línea a las doce de la noche, ¿con quién hablas y por qué no me lo has presentado?

Ava V.
No tienes que pedirme perdón

?
Pues lo estoy haciendo

Ava V.
No hace falta que lo hagas, es un problema mío, no tuyo

Escribiendo.

?
¿Entonces vas a enfadarte si te pido perdón?

Ava V.

Probablemente, ¿es algo que te moleste?

Se quedó un rato en línea, sin escribir nada.

?
Si es interesante verte perder, me gustaría verte enfadada

Ava frunció el ceño, dejando de morderse la uña del pulgar, y tecleó su respuesta.

Ava V.
¿Y cómo es verme llorando?

Estuvo en línea unos segundos.

?
Adorable

Alguien llamó a la puerta de Ava varias veces, asustándola.

—¿Te atreves a dejarme en visto y continuar en línea? —Exclamó Eddie al otro lado de la puerta, volviendo a llamar—. ¡Ábreme!

Ava resopló desde la cama, apartando la manta y el edredón para levantarse. Con unos pasos rápidos llegó a la puerta, y quitó el seguro para abrir.

—¿Qué quieres? 

—Pues no sé. —Pasó a su apartamento—. Cuéntame el cotilleo y comemos algo.

Iba vestido con unos pantalones de pijama azules, y una camiseta holgada que mostraba el teorema de Pitágoras.

—¡Ay, mira quién tenemos aquí! 

Jugó con el gato, acariciando su pelo gris, y él siseó algo con intenciones de morderlo. Ava tenía una mano apoyada en el picaporte, y lo miró en su cama, suspirando. Eddie vivía justo en frente de ella, al otro lado del descansillo. 

—Son las doce de la noche.

—Por eso mismo. —Discutió él, y Galileo se fue de su regazo—. ¡Vamos a ver con quién estabas hablando!

Deslizó el dedo por la pantalla, y quiso dibujar su patrón, pero antes de eso Ava se lo quitó de las manos.

—¡Para!

—¡Tenías un mensaje! —Se ilusionó él, abriendo sus ojos azules más de lo normal, y se arrodilló en la cama—.

—Ya lo leeré mañana. —Metió el móvil en el cajón—.

—¿Quién es? —Le preguntó, con una sonrisa emocionante en sus labios, y arrodillado en la cama tomó los hombros de Ava, sacudiéndola levemente—. ¡Ay, Dios, qué ilusión! ¡Tu primera relación!

—No estoy en una relación. —Se zafó—.

—Mira, estoy tan emocionado que me da igual incluso si es Blake. —Rio, colocándose bien el septum—. No, eso era broma.

—¿Por qué sigues insistiéndome con Blake? 

—Porque parece un chico malo, pero saca buenas notas, es una red flag andante, tiene un pelazo rubio, conduce una moto y toca la batería en un grupo. —Se mordió el labio rápidamente, sonriendo, y negó con la cabeza—. Vamos, que apetecible está.

—¿Cómo sabes tantas cosas?

—Por Noah. 

—Ya. Por Noah.

—No me cambies de tema. ¿Con quién estabas hablando?

—Con mi madre. ¿Por qué me estás interrogando?

—En Miami ahora son las cuatro de la mañana.

Ava resopló. Negó, girando la cabeza un momento para ver la lluvia a través del ventanal.

—Mira, no quiero agobiarte. —Le contó, tomando sus manos—. Pero no quiero que te lo guardes todo para tí, ¿vale? Y no quiero que estés con un tío que bebe zumos verdes, o le gusten las Kardashian.

Le sonrió a su amiga, mostrando una fila de dientes blancos. Ava lo miró.

—De acuerdo. Dejemos el tema.

—Vale... Oye, ¿y tienes sueño?

—Sabes que no.

—¿Te apetece cenar por segunda vez y ver The Big Bang Theory? —Le propuso—. Además, aquí hace un frío que te cagas.

—Sí a todo lo que has dicho.

—¡Genial! —Dijo, levantándose de la cama, y Ava aprovechó para sacar el móvil del cajón—. Sheldon ya le ha pedido matrimonio a Amy.

?
este mensaje fue eliminado
Vulnerable*
Que descanses, Ava

Los mensajes fueron enviados con varios minutos de diferencia, pero él ya no estaba en línea.


✁✃✁✃✁✃✁


A la mañana siguiente, Ava estaba atendiendo sola en la cafetería de la universidad.

—Ava, ¿me das un Red Bull? —Le preguntó Blake aprisa, dejando el libro de texto sobre la barra—.

Ella asintió con la cabeza por pura inercia, y se dio la vuelta para sacar una lata del congelador. Cuando lo miró, pareció asustarse.

—¿Qué te ha pasado en la cara?

Tenía un moretón en la sien, de un color entre rojizo y violeta, que gritaba por atención entre su pelo rubio.

—Una tontería. —Hizo una mueca, rozando la herida con las yemas—. Parece feo, pero no duele mucho.

—Estás sangrando.

—No es nada, enserio. Parece peor de lo que es.

—¿Has ido a la enfermería? —Le preguntó, rodeando la barra—.

Se acercó a él, y quiso apartarle el mechón rubio teñido de sangre, pero él rehuyó.

—No puedo ir a la enfermería. —Contestó, más seriamente—.

—¿Por qué? —Quiso saber, volviendo a levantar la mano para mirarle la herida—.

Blake volvió a girar la cara, pero ella lo cogió de la mandíbula, obligándolo a mirarla.

—Déjame. Mirarte. La herida. 

—Vale, vale. —Cedió él, acariciándose la mandíbula mientras ella le apartaba el pelo—. Joder.

—Tienes un corte. Hay un botiquín en el almacén.

—No, no. No hace falta. —Se negó, volviendo a erguirse—. De verdad, gracias por preocuparte, pero solo he venido a por un Red Bull y ya me voy a casa.

Solo tres minutos después ambos estaban en el almacén.

—¡Ah! ¡Joderr! —Gritó Blake, haciendo una mueca mientras ella le desinfectaba la herida—. Como escuece.

—Tampoco es para tanto.

Se giró para coger una gasa del botiquín, y lo empapó en solución yodada.

—¿Por qué no has ido a la enfermería? Esto necesita un punto.

—Porque la enfermera es Noah. —Dijo entre dientes, cerrando los ojos con fuerza—.

—¿Y tanto miedo le tienes? 

—Es que se ha corrido la voz con lo del juicio.

—¿Tenéis un juicio?

Colocó el esparadrapo sobre la gasa, provocando que él gimiera de dolor. En la cara había muchos nervios, y tenía una pequeña brecha abierta.

—Sí. —Le respondió entre dientes—. Cuando he salido de la biblioteca unas chicas me han seguido. Me gritaban maltratador y cabronazo-.

—¿Y lo eres? —Apretó la gasa contra la herida—.

—¡Ah! ¡Joder, no! ¡No! —Entonces lo soltó con un movimiento brusco, y él se palpó la herida con las yemas—. ¿Por qué todos asumís que yo era el cabrón en la relación?

—Porque los hombres sois unos cabronazos. 

—Nunca le he puesto una mano encima.

—Dicen que la tiraste por las escaleras. —Lo amenazó—. No me mientas, Blake.

—No te miento. —Tenía la respiración agitada por el dolor—. La tía va enseñando el vídeo de cuando "la tiré por las escaleras", pero lo ha recortado.

—¿Qué vídeo?

—Uno que se ha presentado al juicio. Joder, todo el mundo me acosa, me insultan como quieren, me empujan por los pasillos.

Se señaló la herida, pero la cara acusativa de Ava no cambió.

—¿Por qué no tengo derecho a defenderme? Todo el mundo lo asume, creen que le pegaba a Noah, que le controlaba el móvil... Todo era al revés, joder, ¡todo! ¡No sabes el infierno que viví con ella esos seis meses! —Sus ojos oscuros se cristalizaron, con rabia. Pero un sentimiento tan intenso, que solo podía mostrarlo un enamorado. Perdidamente enamorado—. No podía tocar la batería con mi grupo, no podía conducir la moto, no podía hacerme tatuajes... No podía hacer nada porque llamaba la atención, y Noah estaba osesionada con que la engañaba con otras tías.

Se sorbió la nariz, y tragó saliva, sin saber dónde mirar mientras se deconstruía palabra a palabra. Luego, por unos segundos, todo fue silencio.

—Joder, lo siento. No tenía que haberte gritado.

Se pasó las manos por el pelo, peinándolo hacia atrás, y la gasa quedó a la vista. Cerró los ojos, y tomó aire.

—Tengo mucho miedo. —Lo susurró, y dejó caer la cabeza hacia atrás. Su nuez, y la línea de su mandíbula, se marcaron—. Puedo acabar en la cárcel, y ahora... Ahora me persiguen en la calle para insultarme.

—¿Y el vídeo? —Le preguntó Ava—. ¿Se tiró ella misma por las escaleras?

—No... No, la tiré yo. Pero puedo explicarlo. —Intentó darse una oportunidad, sentándose recto en la silla—. Puedo explicarlo.

—Te escucho.

—Ese día, mi padre acababa de mo-. De fallecer. —Su voz tembló, y cerró los ojos para negar con la cabeza—. No, no, lo siento. Ya lo tengo superado.

—Lo siento. —Le dijo Ava, en un tono afable—. 

—Vale, y... —Se sorbió la nariz, apoyando los codos en las rodillas—. Y acabábamos de llegar del entierro, por eso llevo traje negro en el vídeo, y... Noah no quería vivir con sus padres, quería mudarse conmigo, quería que le hiciese más caso, ir a cenar... O alguna de esas mierdas, y... Empezamos a discutir. Bueno, ella empezó a discutir, porque yo estaba sentado en el sofá intentando procesarlo todo. Su madre también estaba allí, pero solo grabó cuando la tiré por las escaleras.

—¿Por qué lo hiciste? 

—Porque empezó a insultarme. —Dijo con la voz débil, levantando la cabeza, y sus ojos oscuros estaban llorosos—. Yo no quería mudarme con ella, tampoco era el momento para hablar de eso, así que me levanté para irme. Pero empezó a decirme que no era bueno para nada, que no me darían la beca, que era un inútil... Que mi padre no-. No murió. Que prefirió suicidarse porque nadie querría un hijo inservible como yo.

Mientras iba hablando iba apagándose, y cuando cedió y empezó a llorar se cubrió la cara con las manos, apoyando los codos en sus rodillas. Sus hombros se encogían levemente, y sollozó en voz baja. 

Ava, sin poder inmutar su expresión de seriedad, sintió un tirón para querer consolarlo. Pero no supo qué hacer. Así que le tocó el hombro sobre su chaqueta de cuero.

—Lo siento. —Le repitió—.

—Sé que no estuvo bien. —Intentó que su voz sonara firme, pero no se quitó las manos de la cara—. No debí hacerlo, le rompí la clavícula y el brazo. Pero es que no sabía qué hacer. 

Lloró tras sus manos.

—Fueron seis meses con la misma mierda, un día sí y otro también... Quería que fuese suyo, solo suyo. Estaba obsesionada con que la engañaba con otra tía, y-. Y me tiraba cosas cuando discutíamos, joder. Incluso se coló en mi casa y abrió mi correo porque le apeteció.

—Lo siento.

—¿Qué? ¿Qué sientes?

—Juzgarte sin haberte escuchado antes.

—Ya, bueno. Me estoy acostumbrando a que todo el mundo lo haga. Y no los juzgo. Yo también me odio bastante.

Se acarició la mejilla afeitada, suspirando con los ojos cerrados, y después de esa pequeña catarsis se puso en pie.

—Gracias. Por todo. Muchas gracias.

—Espero que la verdad salga en el juicio. 

—No lo creo. —Musitó, y se la quedó mirando unos segundos, en silencio—.

—Blake...

—Ava tengo que decirte una cosa. —La interrumpió aprisa—.

—Dime. —Suspiró—.

A él pareció costarle pronunciar las palabras, como si estuviesen pegadas a su paladar.

—Me pareces una mujer muy guapa, inteligente... Y con un carácter que me pone muchísimo... —Sonrió como un bobo, negando con la cabeza—. Yo-.

—Al grano.

—Estoy enamorado de tu amigo. 

Ava levantó ambas cejas al escuchar aquello.

—¿De Eddie? —Le preguntó, aunque él era su único amigo—.

—Sí. De... —Carraspeó—. De verdad, empecé a hablarte para acercarme a él. Si te he atosigado, lo siento. No sabía cómo decirlo en voz alta.

—Pero si te odia. —Le aclaró, frunciendo el ceño sin entender nada—. Y tiene pareja.

—Ya, ya lo sé... Y es amigo de Noah. Pero es que... No sé. —Se encogió de hombros, sonriendo a boca cerrada—. Es tan atento, y cariñoso contigo, parece una buena persona, te apoya en todo... A mí también me gustaría tener a alguien así en mi vida. Un apoyo.

—Blake, acabas de salir de una relación abusiva.

—Sí, sí, lo sé. Pero si tú pudieses explicarle mi situación... Solo un poco, insinuarlo...

—Nadie merece ser el parche para ayudarte a cerrar la herida de tu relación anterior.

—Lo sé. Lo sé, Ava, solo... ¿Puedo entrar en vuestro círculo? —Le pidió—. Por favor, parecéis tan unidos, tan amables... Yo también quiero sentirme parte de algo.

—Pero tú no quieres unirte a nuestro círculo, quieres un trío conmigo y con Eddie.

—Porque vosotros no queréis, ¿no? —Le preguntó directamente, entrecerrando los ojos—.

—No. Y Eddie tiene pareja.

—Pf, ¿quién? ¿Jin? ¿El que pasa droga en la discoteca del centro?

—Pues sí. —Suspiró Ava—. Ese.

—¿Hay alguien atendiendo? —Preguntó un chico desde la barra—.

—Sí. —Contestó Ava con los brazos cruzados, mirando por última vez a Blake y su herida—. Ahora voy.

Después de eso, atendió toda la mañana, intercambiando turnos con Mara para asistir a clase. Novecientas libras mensuales no pagaban todo el tiempo que le robaba el trabajo, pero tampoco tenía otra opción para escoger.

Atendió a clase, preparó cafés, buscó a profesores para preguntarles un par de dudas, hizo fotocopias de sus apuntes (ya que los vendía a buen precio entre sus compañeros) y revisaba su teléfono por si tenía algún mensaje nuevo. 

Pero no.

A las cuatro de la tarde salió de la biblioteca para comer algo. Pasó por delante de la sala de profesores. Pero retrocedió esos pasos y giró la cabeza, mirando la puerta de madera cerrada.
Llamó, y esperó que alguien le diese permiso para entrar.

—Pasa, pasa, está abierto. —Le contestó una mujer—.

Obedeció y abrió la puerta.

—Hola, Ava. —La profesora de biotecnología le sonrió, pasando por su lado con una montaña de papeles—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No, no se preocupe.

—De acuerdo.

La profesora salió, y cerró la puerta. 

Ava cruzó la sala para asomarse al pasillo que daba a los despachos. No escuchaba a nadie más, pero al acercarse al pasillo se encontró con una puerta abierta. 

—Ah, hola. —La saludó Jonathan, apuntando algo en su cuaderno—.

—Hola. —Dijo Ava, sin pasar del umbral de la puerta—. 

Lo miró mientras él escribía.

—Pasa. —Le indicó con un ademán—.

Los dos sabían que había ido allí por él. 

Ava entró en su despacho, que consistía en un escritorio desordenado y dos sillas para visitas. Los rayos de sol se derramaban sobre su pelo gris, proclamando las canas que no se escondían entre sus rizos.

—¿Necesitas algo? 

—No. —Le respondió ella, en pie delante de su escritorio—. Tengo veinte minutos antes de entrar en clase, y... Solo quería hablar. Contigo. Un rato.

¿Por qué no podía formular frases?

—Vale. —Respondió él, asintiendo con la cabeza—. Pero vámonos a la sala, tengo que corregir unos trabajos.

—Si estás ocupado da igual. —Negó con la cabeza, retrocediendo—. No quiero molestarte, y tenemos clase a las siete, así que-.

—Tardé bastante en quitarte la costumbre de tratarme de usted. —La interrumpió, poniéndose en pie mientras recogía unas hojas del escritorio—. Ahora tendré que quitarte la idea de que me molestas.

La miró por encima de sus gafas, y le hizo un gesto con la cabeza para que saliese. Ava tuvo que obedecer, y salió del despacho.

El balcón estaba cerrado, pero la luz del sol iluminaba la estancia, reverberando en la madera pulida y otorgando una sensación de calidez. Jonathan también salió, y dejó varias hojas grapadas encima de la mesa, tomando asiento. 

—Ayer me encontré con un libro que me recordó a ti.

Ava se sentó en el extremo, como si presidiese la mesa, con él al lado.

—Como sea un libro de Nietzsche me levanto y me voy. 

Jonathan le sonrió, curvando los labios entre su barba canosa, y cogió el libro que había dejado.

—El arte de sobrevivir, de Schopenhauer. 

—¿De qué trata? —Preguntó, dándole la vuelta para leer la sinopsis—.

—Pues... —Suspiró él, recolocándose las gafas—. Fue un pensador pesimista y misántropo, que demostraba su amarga visión de la vida a través de la filosofía.

—Siento preguntártelo, ¿pero qué significa misántropo? 

—Es alguien que huye del trato con otras personas o siente un gran rechazo por ellas.

—Ah. —Se le escapó. Definitivamente debía haber apuntado esa palabra nueva—.

—El libro trata sobre una visión crítica a los tiempos que le tocó vivir a Schopenhauer, por ahí en el siglo XIX. —Le explicó, mirándola a los ojos mientras hablaba, y ella lo escuchaba—. Es un diagnóstico pesimista, e incluso un ruego al suicidio. Schopenhauer decía que vivir, es sufrir.

—¿Eso te ha recordado a mí? —Le preguntó, levantando ambas cejas—.

—Schopenhauer odiaba vivir. Y su pensamiento es la convicción de que debemos comenzar a vivir de nuevo cada día, porque es todo un arte permanecer con vida.

—Odiaba vivir pero incitaba a los demás a seguir viviendo. —Resumió ella, sin saber si lo había entendido—.

—Sí. —Frunció los labios—. Más o menos. Era el tipo de persona que no paraba de quejarse mientras hacía algo, pero terminaba haciéndolo.

—Mm... —Asintió Ava, mirando sus ojos marrones, oscilando su atención entre ellos—.

Olía bien, era un aroma intenso entre tabaco y perfume de hombre. Pero no cualquier perfume, era un olor fuerte y agradable, que quedaba flotando a su alrededor como un identificador. El olor de su piel, de su ropa, de su pelo.

—Creo que Schopenhauer te gustará. —Le aconsejó—. Pero no más que Nietzsche.

Ella asintió indefectiblemente, desciendo la mirada hasta el inicio de su pecho, observando el relieve de la cadena de plata bajo su camiseta: la estrella de David.

—Yo también te he traído un libro. —Contraatacó ella—. El único que tenía con más letra y pocos números.

Jonathan sonrió, ahogando una carcajada grave.

—Que sea de letras no significa que sea un inútil en física. —Sonrió, con las manos entrelazadas sobre la mesa, y el reloj roto en una muñeca—.

—Dijiste que no habías entendido demasiado las exposiciones del premio Atlas. Así que te he traído un libro que explica los conceptos básicos del universo.

Le quitó la mirada para agacharse, y abrió la bandolera que había dejado en el suelo.

—Al menos para que puedas entender mi tesis. —Le explicó, volviendo a erguirse en la silla—.

Se apartó el pelo de la cara, y leyó rápidamente el título del libro. Volvió a mirar a su profesor, pero él tenía la mirada agachada. 

Ava quedó unos segundos mirándolo, provocando un silencio vacío, y agachó la cabeza para descubrir que su camisa se había levantado, y se veían las cicatrices de su abdomen. Carraspeó para volver a cubrirse.

—No son recientes. —Dijo con una voz endeble, colocándose de nuevo la camisa de satén bajo el pantalón—.

Jonathan dejó de mirar las manos de Ava y subió a sus ojos.

—Lo sé. —Le respondió—. Vianne.

La expresión de Ava pareció colapsar en ese momento.

—¿Lo sabes?


𝐍𝐄𝐖 𝐘𝐎𝐑𝐊 𝐓𝐈𝐌𝐄𝐒
𝙻𝚊 𝚌𝚑𝚒𝚌𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚝𝚛𝚎𝚗, 𝚎𝚗𝚌𝚘𝚗𝚝𝚛𝚊𝚍𝚊

Una vecina del barrio Bluess llamó de madrugada a los servicios de emergencia al encontrar el cuerpo inconsciente de una chica ensangrentada y desnuda. La joven de diecisiete años que desapareció en la estación de Liverpool fue encontrada tres meses después en la calle de un barrio marginal.

Vianne James Bennet fue hallada después de tres meses de cautiverio, desnuda y con el cuerpo cosido a moretones. Bañada en la sangre que brotaba de sus propias heridas. El presunto captor sería Andrew Charles, un criminal en busca y captura por homicidio y trata de blancas. Pero la víctima declaró que habían tres hombres más que se encargaron de mantenerla en una habitación de dos metros cuadrados.

La historia de la chica del tren ha dado la vuelta al mundo, y ha sido recibida en el hospital por cientos de personas que apoyaban su caso.

Birmingham, 2019


—Oh, Dios... Con lo bonito que estaba siendo esto. —Declaró tristemente, negando con la cabeza—.

—Vianne...

—No. —Negó con una sonrisa, interrumpiéndolo—. No. Yo no soy Vianne. Esa mujer murió.

—Escúchame. —Le pidió, frunciendo levemente el ceño—.

—Agh... Ahora vendrá la parte donde me dices: "Lo siento mucho, Ava, te secuestraron y te violaron cuatro hombres, no puedo ni imaginarmelo... Debió ser horrible para tí". —Fingió una mueca de lástima que desapareció a los segundos—. ¿Podemos saltarnos esa parte? Porque tú lo sientes, yo lo siento... Pasó hace tres años, ya lo tengo superado, así que.

Le sonrió, mostrando sus dientes blancos, y se puso en pie, arrastrando las patas de la silla.

—No hace falta. ¿Podemos continuar fingiendo que soy Ava y he entrado para hablar contigo un rato? Porque definitivamente no necesito hablar del tema.

Negó con la cabeza, sonriendo, y él también se levantó.

—Pasó hace tres años. —Repitió Ava, con una sonrisa tensa—. No vuelvas a llamarme Vianne. Nunca.

Jonathan la miró enfrente suyo, mientras ella seguía hablando.

—¿Qué? ¿Por qué me miras así? —Atacó, frunciendo el ceño—. Sí, me violaron. Me pegaron lo suficiente para pedirles que me matasen pero no lo hicieron, me dejaron marcas que me durarán toda la vida, y la policía hizo muy público mi caso para hacer notícia.

Lo miró a los ojos, aún cuando sentía que se iba a romper, y él la escuchó.

—¿Tienes algún puto problema con eso? —Le dijo entre dientes, parpadeando para evitar que esas lágrimas de impotencia cayesen—. La notícia solo es divertida cuando hay una víctima, cuando todo se acaba, creen que la víctima desaparece del planeta, y se olvidan de ella. ¿Pero sabes lo malo? Que la víctima no desaparece, no hay botón para saltarse todo el proceso, y lees y escuchas a gente que habla de tí como si no fueras nadie ni tuvieses derecho a la privacidad. Por el simple hecho de que hay morbosos que hablan de estos casos en YouTube y les generas dinero.

Se tropezó con las palabras, sin tomar una pausa para respirar. Jonathan tragó saliva, escuchando sus crudas palabras, y por un momento, lo entendió todo y no entendió nada a la vez.

—Así que te pido. —Le contó Ava, más tranquila, y levantó ambas cejas—. Que no vuelvas a hablar de Vianne.

Después de todo lo que había soltado, lo que necesitaba soltar, el profesor West la miró a los ojos, y se acercó para tomarla de las mejillas y besarla.

Ella se quedó quieta, estática, mientras tenía los labios sobre los suyos. Abrió mucho los ojos, porque eso no estaba siendo un sueño, era un contacto real. Era la vida real. 

Se mantuvo ahí con el corazón en la garganta, sin mover las manos, sin respirar, hasta que él se apartó, escuchando el ruido que produjeron sus labios al separarse.

—Sabes a dolor. —Pensó en voz alta, mirándola a los ojos, y le acarició las mejillas con el pulgar—.

—T-Tú a café. ¿Acabo de tartamudear?

Jonathan deslizó las manos en las mejillas de Ava, apartándose un momento para colocarle un mechón tras la oreja para verle bien la cara. Los colores se le subieron en contra de su voluntad, y sus mejillas, normalmente de un pálido antinatural, se calentaron. Él escurrió los dedos hacia la nuca de Ava para acercarla.

Si quería huir, podía. Si quería rechazarlo, podía. Porque se quedó sobre sus labios, rozando su pómulo con la nariz, y la de repente tímida Ava fue la que ladeó muy ligeramente la cabeza y buscó su boca con la suya. 

Empezaron a besarse en la sala de profesores.

Ava tenía los brazos pegados al pecho, sin saber qué hacer con sus manos, pero empezó a soltarse y le tocó el pecho con la palma de las manos. Subió hacia su cuello, ladeando la cabeza hacia el otro lado para alargar ese beso y se pegó a él, provocando que Jonathan la cogiera de la cintura. Y sus manos nunca bajaron de allí.

Sentía unas mariposas furiosas en el estómago, un hormigueo muy intenso que la hizo jadear, apretando un suspiro entre sus bocas.

Entonces Jonathan también supo que era real, porque la escuchó gemir de una manera que él no habría imaginado. Apretó el agarre en su cintura, y a besarla, escuchando el ruido que producían sus labios. Calentando el espacio entre los dos. La cogió con necesidad, empujándola sutilmente contra el filo de la mesa sin dejar de besarla. Como si su boca fuera el oxígeno que necesitaba para no ahogarse. 

Olía tan bien, olía a hombre, a tabaco, y sabía a café, a inteligencia y poesía.

Un hombre de letras.

Un hombre veintitrés años mayor que ella.

Sentía que le palpitaba el corazón demasiado rápido, cada vez le faltaba el aire más rápido, y jadeó sobre su rostro sin querer soltarlo. Se apretó contra él de manera casi inconsciente, y él subió las manos por su espalda, cediéndole un escalofrío que le erizó toda la piel bajo la ropa.

¿Cuánto tiempo había pasado? Ninguno de los dos lo sabía, pero no fue el suficiente.

—Joder, qué bien hueles. —Fue lo único que jadeó Ava, y el puente que formaba el hilo de saliva se difuminó entre sus labios—.

Se sentía mareada, maravillosamente anestesiada del mundo real. Porque eso sí parecía una fantasía. 

—¿Qué hemos hecho? —Susurró Ava, mirándolole los labios—.

Quiso volver a besarlo, y él volvió a acercar la cara, pero se escucharon unos pasos, y ninguno de los dos dudó en separarse del otro. 

Fue casi brusco, pero retomaron sus sitios, y Ava se limpió los labios mientras recogía su bandolera del suelo, y el profesor West retomaba esas hojas que tenía que corregir.

—Hola, Ava. —La saludó Pedro al entrar, frunciendo el ceño—. ¿Qué haces aquí?

—Hablar sobre Arthur Schopenhauer. —Le explicó, fingiendo que no le faltaba el aire, y arqueó una ceja—.

—Te he estado buscando. —Le explicó, dejando su maletín de cuero sobre la mesa, y mientras buscaba un papel, ellos dos se miraron—.

Pedro rodeó la mesa y se acercó a Ava para explicarle el acuerdo.

—Tienes que firmar esto para que el observatorio pueda publicar tu investigación.

Le dejó un bolígrafo negro sobre la mesa, y ella lo rellenó como todos los años. Tragó saliva mientras lo hacía, preguntándose si aún seguiría con la cara roja, o los labios hinchados por la barba que se apretó contra su piel.

—Oye, ya son las cuatro y media. —Pedro miró la hora en su reloj, dirigiéndose al profesor de filosofía—. ¿No tenías una clase con los de segundo año?

—Joder, es verdad. —Respondió Jonathan, levantándose con prisa—. Se me había pasado.

—Hasta luego. —Se despidió con una sonrisa, mirando a su amigo—. 

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