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15

Al día siguiente, aún cuando el sol era acunado por las nubes en el horizonte, Ava se lavaba los dientes frente al espejo. Sus ojos se cerraban solos, aún quería meterse en su cama calentita y dormir, pero entre las mantas solo estaba su gato gris: Galileo.

—¿Te apetece salir a pasear? —Le preguntó, dejándose caer en la cama para atarse los cordones—. Hoy tienes una cita con la veterinaria.

Obtuvo un maullido su parte, y se acercó a ella para frotarse, ronroneando, quedando boca arriba en su regazo. Ava lo apartó, y se acercó a la puerta para recoger la bandolera de cuero y el abrigo largo.

—Adiós, Galileo. 

Como todos los días, bajó las escaleras de los seis pisos, anduvo hacia la calle para tomar el autobús, y bajó en su parada mirando el móvil. Hacía sol, aunque no calentaba el frío ambiente inglés. Sus zapatos pisaban los adoquines del suelo, y como si se tratase de memoria muscular, se dirigió a la universidad con el piloto automático.

Estaba encorvada, mirando el móvil porque su madre quería hablar con ella. Después de unos tonos le aceptó la llamada, colocándose el móvil en la oreja.

—Hola, mamá. —Se acercó a un banco para sentarse, con vistas a la carretera angosta—.

—Hola, conejita. —Respondió ella, y Ava supo que estaba sonriendo—.

—¿Qué te ha dicho Dhelia?

—¿Tu tía? Nada, ¿por qué? ¿Habéis vuelto a discutir?

Los coches pasaban frente a sus ojos, y la gente entraba en las tiendas de ropa. Habían dos personas limpiando los cristales de los escaparates.

—Olvídalo. —Dijo Ava—.

—Bueno, ¿cómo te van las cosas?

—Estoy bien, mamá.

—¿Necesitas dinero? ¿Que te envíe algo, o...? No sé, ¿necesitas algo antes de que me vaya de Miami?

—No, gracias. Sigo trabajando, y el alquiler del estudio no ha subido de precio.

—¿Tienes algo que hacer cuando termine el trimestre? ¿Entregar un trabajo, o algo?

Ava se quedó mirando a la tienda que había al otro lado de la calle, pensando en la entrega del premio Atlas.

—No. 

—Oh... Qué pena, yo quería visitarte.

—En otro momento, quizá.

—¡Pronto estaremos en Navidad! ¡Y podremos vernos! —Exclamó, y se le escapó una risa—. Dios, me estoy muriendo de ganas de abrazarte y no soltarte.

—Tengo que dejarte, mamá. Voy a entrar en clase. 

—Ah... Siempre tan ocupada. —Se escuchó apenada—. Me recuerdas a tu padre.

Ava apretó los dientes, y alejó el móvil del oído para colgar. Lo guardó en el bolsillo del abrigo, y retomó su camino hacia la universidad con el estómago revuelto.

—Uy, qué cara de vinagre. —Le habló Eddie cuando entró en el campus—. Parece que has mordido un limón.

Ella no paró, porque sabía que la seguiría igualmente. Eddie dejó los tulipanes sobre la mesa del pequeño puesto, y besó a Jin para despedirse.

—No me digas que no has ganado el premio.

Eso le arrancó una risa a Ava.

—Gracias por hacerme reír, lo necesitaba.

Dentro, una aura cálida los acogía como una vieja amiga, las instalaciones de la universidad resultaban exquisitas. Había gimnasio con piscina, un equipo reconocido de atletismo a nivel nacional, un grupo de ajedrez de prestigio, cafeterías lofi para estudiar, enfermería, apoyo psicológico, y servicio de biblioteca veinticuatro horas.

—Oye, ¿te apetece venir con Jin y conmigo a las recreativas? 

—Hoy recojo el premio Atlas; tengo que entregar mi trabajo de filosofía, hay un debate que se puntúa porque a alguien se le ocurrió la idea de convertirlo en un concurso, y tengo que prepararme para el control de estadística descriptiva. Así que no. No puedo perder tiempo.

Eddie se quedó en el sitio, viendo cómo Ava se iba pasillo arriba.

—Eres una borde de mierda cuando te lo propones, ¿sabes?

Ella no se giró.

—Necesitas a alguien que te deje sin caminar, así se te quitaría ese humor. 

Ava se fue. Subió las escaleras hasta el último piso, siendo acompañada por las docenas de estudiantes que iban de aquí para allá murmurando algo. Preocupados.

Llegó al final del pasillo para entrar en la sala de profesores, y delante de la puerta estaba una chica que reconoció.

—Vaya. —Dijo con una sonrisa, y su acento eslavo forzando las palabras. Giró la cabeza cuando Ava se acercó—. No esperaba verte aquí.

—Hola, Wanda.

Ava la miró. La única estudiante, a parte de ella, que poseía la beca Universe. Tenía el pelo de un rubio oscuro, y unos ojos verdosos siempre enmarcados por unas pestañas densas.

—He oído hablar de tu exposición en el concurso Atlas. Ha sido...

Se encogió de hombros de manera arrogante, mirando a Ava a su lado.

—Olvidable. —Se decidió por la palabra, levantando la cabeza, pues Ava era más alta que ella—.

—Yo he leído tu tesis. Tu teoría de los multiversos parece escrita por un niño con mucha imaginación.

Le respondió, provocando que Wanda ahogara una risa.

—Tú no pareces pensar fuera de la teoría del caos. Todos los años lo mismo.

—No soy repetitiva. Me encargo de perfeccionar el estudio.

—Ya. —Musitó Wanda, cruzándose de brazos bajo el pecho—. Dejando eso a parte, esta noche estaré en el campus para calibrar mi nuevo telescopio. ¿Te apetece acompañarme?

—Interesante. ¿Refractor o reflector?

—Catadióptrico.

La puerta de la sala de profesores se abrió, y Blake salió con prisa, girándose para despedirse.

—¡Gracias por aceptarlo tan tarde! —Exclamó antes de desaparecer del pasillo, dirigiéndose a las escaleras—.

Llevaba su chaqueta de cuero negra, que contrastaba con su pelo rubio. Ava se giró al verlo, siguiendo el olor a axe que flotó en el aire, sorprendida. ¿Por qué no le había dicho nada? Siempre la perseguía, le ofrecía ayuda, quería hablar con ella... Y ahora se iba sin siquiera fijarse. ¿Por qué ya no le insistía?

La puerta crujió al abrirse, y entre ella y Wanda pasó el profesor West con una montaña de papeles en la mano. Su bandolera le colgaba de un hombro, y llevaba las gafas algo sucias de polvo. Se giró para hablarle, y dio un paso hacia él.

—Profesor. —Lo llamaron a la vez—.

Jonathan se giró, y Ava frunció el ceño, hablándole a Wanda.

—¿Tú también te has apuntado a filosofía? 

—Sería absurdo no hacerlo. —Soltó una carcajada odiosa—. El futuro de la astronomía está ligado a la filosofía. Es una materia que nos convierte en seres mentalmente activos y librepensadores. Nos proporciona un punto de vista más global, sacándonos de nuestro practicismo infundado.

—Mm... Me encanta tu punto de vista.

—Vaya. —Exclamó Ava, sonriendo con sarcasmo—. Así que también eres una pelota en esta asignatura.

—No lo soy. —Remarcó Wanda, rasgando las palabras con su acento eslavo—. Pero al contrario que tú, yo sí admito que la filosofía fue un pilar para el desarrollo de la astronomía.

—La astronomía antigua surgió en la cultura egipcia y mesopotámica para la recogida y siembra de cosechas. ¿No has asistido a clases de historia?

—Yo imparto clases de historia, y puedo asegurarte que en la Grecia clásica nació el término que se desarrollaría como astronomía moderna. —La interrumpió Jonathan—. En la Biblioteca de Alejandría residían las primeras enciclopedias sobre cosmología y metafísica.

—Con la invasión árabe la quemaron hasta los cimientos. —Aportó Wanda, mirándolo a él—. También apedrearon hasta la muerte a Hipatia.

—Doy gracias de no compartir clases contigo. —Agachó la cabeza para sacar unas páginas grapadas y numéricamente ordenadas—. Solo he venido a entregar un trabajo.

—¿Sobre quién? 

Ava se lo entregó, y él leyó la primera página con el título: "La falsa escolástica".

—Descartes. El racionalismo moderno fue hecho para tí. —Bromeó, añadiendo su trabajo a la montaña de papeles que sostenía en una mano—. Espero que no empieces a leer filosofía política.

—Oh, es que Ava se empeña en discutir incluso en temas que no comprende. —Dijo Wanda con una sonrisa, entrelazando las manos—.

—No te creas, contigo suelo darte la razón para dejar de escucharte.

—Yo también venía a entregar el trabajo. Pero prefiero no encontrarme contigo en filosofía.

—Qué sorpresa. ¿Puedo saber por qué?

—Por favor. —Respondió Wanda, negando con la cabeza—. No me hagas decirlo.

—¿Decir el qué?

—Todos los profesores me escuchan a mí cuando estamos juntas. —Le sonrió—. Entiendo tu esfuerzo, pero no somos iguales.

—Nuestra nota media es exactamente igual hasta la novena centésima. Por eso nos dieron la beca a ambas.

—¿Y crees que un número puede definirnos? La filosofía no gira en torno a una nota.

—No habrá exámenes pero podemos presentarnos juntas al concurso de debate. —Dio un paso hacia ella—.

Wanda frunció el ceño.

—Pero somos de cursos diferentes.

—¿Te ha dado miedo?

—No. Solo preguntaba. —La miró a los ojos, cambiando su atención al profesor—. ¿Podemos competir entre nosotras siendo de cursos diferentes?

Él se encogió de hombros, asintiendo con la cabeza.

—¿Por qué no? Sois mis mejores alumnas. 

—¿Las dos? —Le preguntaron a la vez—.

—Las dos. Y ganar un simple debate no va a dejar una por encima de la otra. El término inteligencia tiene muchas definiciones, y las dos encajáis en ella, pero de manera diferente.

—Acaba de decir que una de las dos es inferior. —Esclareció Wanda—.

—He dicho diferente.

—Utilizar eufemismos no convierte una palabra en menos ofensiva. —Acompañó Ava—. 

—Respeto que vuestros profesores os hayan hecho competir para sacar un número que dictaría quién de las dos es "mejor" y agravar vuestra rivalidad absurda. —Terminó la discusión—. Pero en mi asignatura no hay mejores ni peores, solo estudiantes más o menos aplicados.

—Nos vemos a las siete. —Zanjó Wanda, acercándose a Ava para darle la mano—.

Ella se la estrechó, mirando en sus ojos verdosos.

—Nos vemos a las siete.

Wanda dejó su mano y se despidió del profesor. Ava la miró mientras se iba, escuchando el eco de sus zapatos en el pasillo vacío.

—Pensaba que era tu alumna favorita.

Jonathan giró la cabeza para mirarla, pero ella no le dedicó su mirada. El pecho de Ava subió en una respiración más profunda, llevaba una camisa beige con los dos primeros botones desabrochados, y se apreciaba un poco de su piel, de un pálido enfermizo.

—¿Crees que puede robarte el sitio? —Le respondió él—.

Ava tenía un lunar en sus clavículas, ese punto donde se encontraban los dos huesos, y dos más que subían por su cuello. Idóneos para unirlos a besos, como constelaciones.

—No. —Le dijo, mirándolo a los ojos—. Cuando algo te ha pertenecido, es imposible borrar el hecho de que estuviste ahí.

Él arqueó una ceja, sugerente.

—Es un buen punto de vista.

—Espero que nada influya en el resultado del debate.

—¿A qué te refieres con ese nada

Ava no ocultó una risa dulce, algo grave, y volvió a mirar al frente. Dejó pasar la oportunidad de responderle, simplemente, porque le divertía.

—Si he perdido, he perdido. Rechazo por completo la compasión.

—Por mi parte nunca la tendrás. —Le aseguró, negando muy levemente con la cabeza—.

—Eso espero.

Se alejó hacia las escaleras, empezando su día tanto laboral como académico.

A las doce en punto, convocaron a todos los alumnos de la universidad en el patio delantero, para la entrega del premio Atlas. A Ava no le tembló el pulso, casi se durmió sentada, bajo el sol de mediodía que no calentaba el ambiente ni un ápice.

La rectora se colocó frente al micrófono del escenario improvisado, y después de un discurso cordial, empezó a nombrar a los premiados. Y el ganador de tercer año, era la señorita Verona.
No fue intrigante, como todos los años. 

Así que subió al escenario, estrechó la mano a la rectora, y les tomaron la foto que se colgaría en blanco y negro. No sonrió, pero tampoco parecía decepcionada, solamente se apreciaban sus rasgos con una mirada potente y su pelo castaño suelto.

Recogió el diploma y un premio plateado, con la forma de la constelación de la Osa Mayor. Había pequeñas piedras preciosas que simbolizaban las estrellas. Se fue entre aplausos, siendo consciente de que su tesis sería presentada en el observatorio.

Eddie no le habló el resto del día. Ya que siempre que le proponía algún plan, la molestaba, siempre que intentaba hacerla reír, la molestaba. Al final, él también se cansaba de intentarlo y solo recibir indiferencia a cambio.

Las manecillas del reloj marcaron las siete, y Ava llegaba a clase de filosofía cinco minutos tarde por haberse quedado estudiando en la biblioteca. Por suerte, el profesor West aún no había llegado, y cuando entró en el aula vio a Wanda sentada en primera fila. 

—Este debate no interfiere con nuestros planes de montar el telescopio, ¿verdad? —Le preguntó, con su acento de Varsovia—.

—Por supuesto que no. ¿Por qué debería negarme a ver las estrellas contigo?

Wanda le sonrió, entrecerrando sus ojos verdosos, y la miró mientras se sentaba a su lado. Se había añadido a la clase de Ava para la prueba.

Dos minutos más tarde, el profesor West entró en el aula.

—Siento llegar tarde, estaba corrigiendo los trabajos que me habéis entregado hoy. —Se justificó, sacando los papeles—. Podéis venir a recogerlo, vamos a empezar directamente con los debates.

Dijo aprisa, levantando la vista un momento para mirar a sus alumnos, y se dio la vuelta para escribir algo en la pizarra.

Mientras se preparaba el escenario, los alumnos que habían entregado el trabajo se acercaron al escritorio para recogerlo. Ava, cuando divisó el suyo, frunció el ceño al ver una nota escrita en rojo. Tenía un cuatro coma nueve sobre cinco. ¿No se suponía que no habría exámenes ni notas numéricas?

De todos modos, volvió a su asiento y revisó su trabajo de treinta y dos páginas sobre la filosofía de Descartes. Wanda estaba a su lado, pasando unos apuntes a limpio.

Mientras Ava lo revisaba, salió la primera pareja para debatir: la chica de piel negra y pelo rizado, con Noah. Había muy baja probabilidad de que las únicas chicas de clase saliesen juntas.
Jonathan arrastró la silla del escritorio para colocarse frente la primera fila, con una libreta sobre su regazo. Empezaron a debatir, y todos hicieron silencio. Blake, con dos más, hicieron apuestas en cada debate.

Ava llegó a la última página de su trabajo impreso, y frunció el ceño al encontrarse con un número apuntado a lápiz. 

Era demasiado largo para ser su nota. Primero pensó que sería un cálculo que el profesor se habría olvidado de borrar. Pero parecía más un número de teléfono.

Con el ceño fruncido, levantó la cabeza para mirarlo. Estaba sentado delante de la primera fila, actuando como mediador en segundo plano.

No supo de qué se trataba eso. Así que, frente a la duda científica, debía comprobar su hipótesis. Sacó el teléfono de la bandolera que tenía sobre la mesa, ocultándolo. Lo guardó con un interrogante por nombre, y cuando entró en WhatsApp se dio cuenta de que era un contacto nuevo. Se cruzó de piernas bajo la mesa, y levantó la mirada un momento para fingir prestar atención al debate.

Abrió el chat, y vio su foto de perfil. 

Era Jonathan sentado en una mesa, con el mentón apoyado sobre la mano, y mirando a alguien. Le habían tomado esa foto desprevenido, se veía medio de perfil, y por esa sonrisa afable y tonta, parecía que estaba mirando a su hija. Bajó los ojos, y leyó su estado, que, graciosamente, era una cita de Descartes: "Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro".

Ava V.
¿Qué es esto?
¿Por qué?

Apagó el móvil cuando Wanda se giró para hablarle. El debate siguió su curso, y terminó cuando Ava estaba distraída ayudándola a entender su mala caligrafía.

—Gracias. —Le susurró Wanda, tocándole el brazo—.

Ava asintió con la cabeza, y miró al frente, viendo que los siguientes eran Blake y un chico que tenía gafas de montura negra. Volvió a agachar la mirada para encender el móvil, leyendo la notificación.

?
Céntrate en el debate

Ava se extrañó. Quiso mirarlo otra vez, y giró la cabeza. Él estaba en su silla, con una libreta y bolígrafo rojo. Y también tenía el móvil sobre las páginas.

Ella frunció el ceño, y miró la pantalla esperando otro mensaje, pero se había desconectado de WhatsApp.

Poco a poco, cada pareja fue saliendo, y la hora terminaba. Cada debate duraba dos minutos y medio, algo ameno, como un viaje en coche con la ventanilla bajada. Ava se quedó unos segundos más en su asiento. Exhaló un suspiro, y salió al otro lado de la clase, mirando al público. Las recibieron con un aplauso grupal, melodramático.

—Eso era muy innecesario.

—A mí me gustan los aplausos. —Sonrió Wanda—.

—Vamos, coged un papel. —Les indicó el profesor, señalando la bolsa negra—.

Ava fue la que sacó uno de los dos papeles que quedaban, y leyó el tema en voz alta.

—¿La libertad de expresión es un derecho o cabe la censura en una sociedad libre?

—Un momento. —Las interrumpió Jonathan, levantando una mano. Terminó de apuntar algo—. ¿Cómo van las apuestas, Blake?

—Once a favor de Ava. —Dijo para todos—. Y doce a favor de Wanda.

—Hm... Parece que está muy igualado. —Comentó el profesor West, levantando la mirada—. ¿A favor o en contra de la total libertad de expresión?

—A favor. —Respondieron las dos—.

—La que gane en piedra, papel o tijera será a favor.

A Ava le costó un poco despegarse de sus ojos marrones. Empataron la primera ronda. A la segunda, ganó Wanda. Por lo que ella estaría en contra. Reprimió un suspiro violento. ¿Cómo argumentaba contra un tema del que estaba a favor y sobrevivía a un debate de dos minutos con la chica élite de la universidad? 

—Empieza la que está a favor. 

Wanda dio un paso hacia delante, y se dirigió al público, sin miedo y con voz firme.

—La censura está mal por principios. —Empezó, forzando las palabras por su acento eslavo. Paseó la mirada entre el público—. Por muy duramente que discrepamos del punto de vista o el modo de expresarse de una persona, cualquiera debe ser libre de manifestarse en una sociedad civilizada y libre. Las leyes que castigan las provocaciones son distintas a la conexión entre el acto de expresarse y el daño físico.

—La libertad de expresión nunca es un derecho absoluto, sino una aspiración. —Intervino Ava, hablando firmemente como si supiese todo el guión para defender su argumento—. Deja de ser un derecho cuando daña algo que todos consideramos valioso. Por ejemplo, cualquiera es libre de golpear, insultar o incitar el odio racial. Pero está penado por ello.

Tragó saliva. Tenía sed.

—Algunas formas de expresión escrita, imágenes o dibujos, se han considerado definitivamente actos delictivos. El exceso de sexo y violencia en las películas incitan a tendencias similares en la conducta del público. 

—Es cierto que existen personas con tendencias agresivas, pero, ya no tendrían ningún alivio de tipo imaginario, como se muestra en pantalla con una acción llevada por actores o videojuegos ficticios.

Mierda. ¿Ahora qué podía decir? Wanda tenía razón. ¿Ahora qué podía hacer? ¿A qué se aferraba? 

Se quedó en blanco unos segundos, buscando en su mente algún dato que pudiese servirle.
Miró al suelo, con los labios entreabiertos, y luego paseó la mirada entre el público. Esperaban su respuesta. ¿Cuánto tiempo se había quedado callada?

—La censura actúa para preservar la libertad de expresión. —Intentó retomar la hegemonía—. Quienes apoyan la libre expresión sin reglas... También promueven las minorías racistas, sexistas, homofóbicas y otros fanáticos que incitan al odio y la violencia. Por este motivo resulta necesario, por ejemplo, ilegalizar expresiones racistas para asegurar que la gente no-blanca sea tratada con justicia en el ámbito público.

—No se puede confiar sin más en el Estado el poder de controlar lo que la gente pueda decir. —Atacó Wanda—. Si concedemos al Estado, por ejemplo, el poder de controlar los medios de comunicación, podría fácilmente usarlo para prohibir a las minorías expresarse contra los diversos abusos recibidos por parte del gobierno.

Ava no supo qué decir, rebuscaba alguna respuesta lógica a eso. No quería mirar al profesor, porque la pondría más nerviosa, así que solo miraba al suelo, o entre el público que la escuchaba con interés.

—¿No escuchar a los racistas hace que desaparezcan? Al ignorarlos resulta más difícil rebatir sus opiniones y convencerlos de que están equivocados.

Continuó Wanda con su lógica aplastante.

—Con la censura somos capaces de evitar que haya nuevos seguidores del lado que forma el racismo y otros grupos discriminatorios. —Ava intentó tirar de un hilo—. Siempre que se pueda, nos interesa sacarlos de la influencia pública, de este modo son incapaces de conseguir nuevos seguidores, y ya no pueden difundir sus opiniones racistas y discriminatorias.

—Tiempo. —Intervino Jonathan, cuando ella terminó de hablar—.

Las dos callaron, aunque Ava podía escuchar su corazón latiendo con fuerza bajo su pecho, y se atrevió a mirarlo. Se acercó unos pasos junto con Wanda. 

El profesor tenía la cabeza agachada, releyendo algunos comentarios había apuntado, y se escuchó el murmullo de la gente recogiendo sus cosas.

Ava suspiró por la boca, esperando sin paciencia su veredicto. ¿Habría ganado? Había dirigido una defensa clara y firme a favor de la censura, aún sin compartir ese pensamiento, y había logrado sacar unos argumentos bastante potentes. 

Miró de reojo a su compañera, pero Wanda también parecía tan firme y despreocupada como ella, también camuflando sus nervios a la perfección.

—Wanda. —La llamó el profesor West, levantando al fin la mirada de la libreta—.

Ella levantó el mentón, prestándole atención, y el corazón de Ava se encogió.

—Enhorabuena. —La felicitó, subiéndose las gafas—. Has ganado.

—Gracias. —Lo suspiró con una sonrisa placentera—.

—Has utilizado los argumentos de Ava para utilizarlos en su contra, y has seguido el tema de la censura contra el racismo para que Ava pudiese seguir edificando su defensa. —Justificó su veredicto, cerrando la libreta—. Has ganado justamente, y al mismo tiempo has ayudado a tu compañera.

Ella frunció el ceño de mala gana.

—No la he ayudado.

Los demás les aplaudieron, simplemente porque ver un debate entre Wanda Kamiński y Ava Verona, las únicas portadoras de la beca Universe, resultaba magnífico. Si Wanda o Ava hablaban, sería una mezcla explosiva entre educación y degradación hacia la persona que quería llevarles la contraria. (Y eso incluía a sus pobres alumnos en las clases de repaso).

—Enhorabuena. —Le dijo Ava, provocando que ella se girase—. Has ganado justamente.

—Eso suena más a una amenaza viniendo de tí. 

Los demás empezaron a recoger, y algunos salieron de clase, haciendo ruido al bajar las escaleras. Muchos habían perdido la apuesta.

—Siendo honesta, no soportaría perder contra otra persona que no fueras tú. 

Wanda negó con la cabeza con un ademán serio, restándole importancia.

—Olvídalo. —Recogió su mochila de la mesa—. Te espero a las diez en el patio delantero, con el telescopio.

Se despidió, saliendo de clase. Era bastante tarde, pero el día todavía no había terminado. Ava apretó los dientes, sintiéndose derrotada, y agachó la mirada hacia la mesa. Aún había gente en la clase, y no tenía demasiado ímpetu por quedarse y hablar. Había perdido frente a todos. Solo quería ir a casa para darse una ducha rápida, y quitarse ese mal sabor de boca. Parecía un premio: irse a dormir.

Aunque el verbo no sería "ir" sinó "permitirse" dormir. Recogió el abrigo del respaldo de la silla. Fuera se había levantado un viento helado, provocando que las ramas de los árboles golpeasen las ventanas del aula. Se abrochó los botones del abrigo largo, y exhaló un suspiro. 

Solo quería bloquear el ridículo que había hecho frente a todos, ni siquiera quería reflexionar sobre ello.

—Lo has hecho muy bien. —Le habló el profesor West—.

Ava se asustó al escucharlo, y lo vio al otro lado del escritorio. Entonces se dio cuenta de que había tardado demasiado en irse, y estaban solos en clase.

Otra vez.

—Honestamente, creí que ganarías tú. —Comentó, poniéndose el abrigo sobre la camisa—.

—¿Y quién ha dicho que he perdido?

Jonathan frunció el ceño, rodeando lentamente el escritorio.

—He conseguido argumentar sobre un tema del que no estoy de acuerdo, y he durado dos minutos y medio en un debate contra Wanda Kamiński. 

Ava se encogió de hombros, y él apoyó la espalda en el escritorio, cruzándose de brazos mientras la escuchaba.

—¿Y eso significa...? —Le dejó la frase en el aire. Quería escucharla diciéndolo—.

—Que tus clases sirven para algo.

Jonathan levantó ambas cejas al escucharla decir eso, entreabriendo los labios. No se esperaba que lo admitiese, y fue un bonito gesto por su parte.

Era algo más alto que Ava, y tan cerca tenía que agachar la mirada para hablarle. Seguía luciendo cansada, con unas ojeras oscuras y un pálido antinatural, pero sonreír le iluminaba la cara.

—No... No me esperaba escuchar eso. —Admitió él—.

No había nadie más en la clase, solo ellos dos, y esa rama que golpeaba la ventana por el viento.

—Soy sincera. —Se encogió de hombros, mirándolo a los ojos. Su perfume intenso de hombre llegó a su nariz como una melodía—. Habría ganado si me hubiese tocado a favor.

Jonathan le sonrió entre la barba canosa, y se acentuaron las arrugas de sus ojos. Era tarde, se suponía que ya habían terminado el día, pero ahí estaban. Ninguno de los dos sabía qué esperaba, pero siguieron hablándose.

—¿Sabes? Me siento orgulloso de tí. —Narró con una sonrisa suave—. Has cambiado, aunque solo sea un poco.

—¿Qué?

—Cuando nos conocimos estoy seguro que no hubieses reaccionado igual al perder. —Rio, negando con la cabeza—. Te he visto recogiendo el premio Atlas. No le has dado mucha importancia al ganar, pero mira cómo reflexionas cuando pierdes.

—No, eso no. Lo otro. —Lo guió, con el ceño fruncido, fundiéndose casi con el silencio del aula—. ¿Qué has dicho?

—¿Que has cambiado? —Intentó averiguarlo, frunciendo ligeramente el ceño—. ¿Que estoy orgulloso de tí?

Ava se quedó procesando sus palabras, sin entenderlo. Tenía los labios entreabiertos, y el ceño fruncido.

—¿Qué? —Le repitió susurrando, pestañeando después de un rato—.

—Que estoy orgulloso de tí. —Volvió a decirlo en un tono suave, levantando ambas cejas—.

Ava siguió con los labios entreabiertos, parpadeando, y de un momento a otro sus ojos se llenaron de lágrimas. Con un vacío en el estómago.

—¿Por qué? —Le preguntó con voz débil. Le hormigueaban los ojos por esas lágrimas que habían aparecido de ningún sitio—. ¿Por qué me dices eso? He perdido.

Se le cayó una lágrima, mojándole la mejilla.

—Ava. —La llamó, con el ceño fruncido, preocupado por su reacción—. 

—N-No he hecho nada para que me digas eso.

—No necesito ningún motivo para decírtelo. Has aprendido de tus errores y he podido ayudarte a aceptar que a veces pierdes. ¿Crees que no estoy orgulloso de ser tu profesor?

—Lo siento. —Sonrió, apretándose el puente de la nariz—. Lo siento, estoy siendo muy dramática.

Se quitó la mano de la cara con una sonrisa, y desvió la mirada para mirarlo a él. Se sintió tan pequeña, tan patética.

—No, no lo estás siendo. —Jonathan negó con la cabeza, buscando su mirada, y se acercó a ella—. ¿Necesitas que te lo repita?

Quiso tocarle los hombros, pero ella rehuyó.

—Lo siento, tengo que irme. —Se despidió de él, sonriéndole—.

Volvió a sorberse la nariz, y lo miró fugazmente antes de dirigirse a la puerta. Él giró la cabeza, viendo cómo se iba, y se quedó solo en la clase.

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