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14

Eddie abrió una de las revistas, y se cruzó de piernas, acomodándose en la silla.

—¿Sabías que el tequila viene del azúcar?

—Hmm... —Murmuró Ava sin abrir los ojos, con la peluquera lavándole el pelo—.

—Pues sí. —Pasó sin mucho interés las páginas de la revista caducada—. La planta de la que nace el tequila, el agave, tiene unos azúcares no digeribles. Esto provoca que no aumente el nivel de azúcar en sangre. Además, el azúcar que produce la planta, aumenta la producción de la hormona GLP-1, que hace que el estómago se vacíe más lentamente y se coma menos.

Eddie tenía matrícula de honor en química, por eso le proporcionaron la beca, y también tenía un gusto peculiar por los cómics, mangas y videojuegos. Sin decir que The Big Bang Theory era su serie favorita, por encima de cualquier otra sitcom.

—No hacía falta que me pagaras esto.

—¡Era una sorpresa! En tres horas presentas tu trabajo delante de un juzgado formado por doce profesores de física y astronomía. Sin hablar del presentador, premio Grube en 2014.

Ava giró la cabeza, y se miró en el espejo. Tenía el pelo mojado, peinado hacia atrás, y se marcaban sus facciones.

—Gracias. —Le repitió—. Se me cae mucho el pelo del estrés. Y es un efecto secundario de las pastillas.

—Estás preciosa. —Contestó con una sonrisa, inclinándose para cogerle la mano—. Incluso calva lo estarías.

—Si estuviese calva me comprarías una peluca. —Dijo ella, mirándolo a los ojos. Eran de un color tan bonito, tan claro como el cielo—.

Después de una hora, se apreció el resultado. Le cortaron un poco más que las puntas, y su pelo castaño quedó suave como una nube. Llegaba a sus hombros, abriéndose como un racimo de ondas suaves.


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La sala del observatorio se encontraba bastante llena, por docentes, espectadores y estudiantes. El premio Atlas era muy importante a nivel regional, incluso había un par de periodistas tomando fotos y con grabadoras.

—Pasa, es por aquí. —Lo guió Pedro, con una mano en su hombro—.

Era una sala enorme, de techo cóncavo y varios asientos perfectamente colocados. Olía a desinfectante de limón, y a algo especial, como el olor de los museos, como si las estrellas que miraban los astrónomos también dejaran su esencia allí abajo.

—La presentación durará dos horas. 

—¿El veredicto se da el mismo día? —Preguntó Jonathan, tomando asiento en segunda fila—.

—No, no. Todos los docentes se reúnen al día siguiente para deliberar.

—Qué presión. —Le dedicó una sonrisa—.

—No te creas, al final te acostumbras a las caras de decepción y odio cuando anuncian al ganador. Algunos alumnos incluso hacen apuestas.

—Es un poco cruel.

—Cuando juegas al Juego de Tronos, o ganas o mueres. No hay un término medio. —Rio, palmeando su hombro—. Así somos los de ciencias.

Después de unos minutos, cuando el público se asentó y calló se apagaron las luces, dejando un foco hacia la parte mágica de la sala: donde se proyectaban las imágenes de cada presentación, y donde Claude Lyro, ganador del premio Grube, haría pasar a los concursantes. Era una luz tenue, como en el teatro, y todos mantuvieron el silencio cuando la obra empezó.

—Bienvenidos, profesores y alumnos, a la final del concurso Atlas. 

Todos aplaudieron, inundando el eco de la sala con el ruido de júbilo.

—Demos la bienvenida a nuestro primer finalista: Nathan Brown, estudiante de tercer año en la Universidad AMDA. Conocido por sus numerosas contribuciones en el campo de la física gravitacional en el MIT.

Claude se apartó, dejando protagonismo al hombre que entró por el arco enorme que comunicaba la sala con el planetario. Era un hombre moreno, bastante alto, y con un traje perfectamente planchado color navy sin corbata. 

Anduvo hasta el centro de la tarima, le dio la mano al presentador, tomando su muñeca en una posición altiva y firme.

—Gracias, doctor Lyro. Es un placer volver a estar aquí. 

—Por favor Nathan, no digas eso. —Interrumpió una voz femenina, aún sin entrar en la sala—. Todos sabemos que es la primera vez que llegas hasta aquí.

—Señores y señoras, recibamos por tercera vez consecutiva a la portadora de la beca Universe. —Dijo el presentador, levantando un brazo en dirección al arco—. La señorita Ava Verona, futura física teórica y autora de ensayos pioneros en el campo de la relatividad general.

Entonces apareció ella, con una sonrisa fresca y una mano en el bolsillo de su traje, dirigiéndose a la tarima mientras miraba al público. Desabrochándose el botón de la americana. Inundada en aplausos, mientras daba un apretón de manos al doctor Lyro, el flash de una cámara los iluminó.

—¡Es mi amiga! —Se levantó Eddie entre el público, aplaudiendo más fuerte—.

Ava miró al público con los hombros erguidos y el mentón alto, sonriendoles a boca cerrada. Era su momento de gloria, como la dopamina de un adicto cuando accede a su droga: embriagada por los aplausos y todas las miradas sobre ella. Llevaba unos pantalones de vestir beige, y una americana holgada del mismo color, con una blusa marrón.

Parecía que lo buscaba. Entre tanto protagonismo, sus ojos castaños buscaban a alguien entre el público. Primero, sus ojos recayeron en su tío entre los profesores, con una sonrisa suave pero potente, y luego levantó la mirada en un pestañeo, cambiando su objetivo a Eddie durante un instante. Su pelo blanco era reconocible incluso con esa poca luz. 

Nadie podía saber qué pasaba por la mente de Ava en ese momento, pero paseó la punta de la lengua por su labio inferior, y con una media sonrisa retrocedió un paso. Sabía que la miraba, mientras el clímax de su presentación llegaba a su fin. Se le erizó la piel bajo la ropa. Sin duda, era un día especial.

—Matrícula de honor y jugador de ajedrez en su tiempo libre —Continuó el presentador—, este año tenemos el honor de recibir a William Frederich Cooper con su estudio acerca de los agujeros negros y la radiación de Hawking.

Todos aplaudieron justo cuando terminó la última palabra de la presentación, incluso Ava aplaudía con énfasis, con la cabeza girada para recibir a William. Entró un hombre, simplemente vestido con camisa y pantalón oscuro, era de piel negra, y tenía una sonrisa amable en sus labios.

—Es un honor competir contra usted, señor Cooper. —Le dijo Ava, estrechando su mano, y tocando su muñeca con la otra mano en señal de respeto—.

—Lo mismo digo. —Le correspondió, sonriéndole—.

Ava agachó la mirada un momento, cerrando los ojos para exhalar un suspiro. 

La gente creía que ella era una mujer a prueba de nervios, pues la seguridad que irradiaba en su campo prometía una mujer que sabía lo que hacía. "La niña prodigio de la astronomía". Pero algunas veces solo fingía que no tenía miedo, y la gente no se daba cuenta. Incluso ella terminaba creyéndose que no tenía miedo de nada. 

El público empezó a murmurar cuando terminó el turno de Nathan, ya que resultaba grosero aplaudir cuando uno de los participantes terminaba de hablar. Ava estaba apoyada en la pared, a un lado de la proyección que ocupaba un tercio de la pared, y la mirada perdida en el suelo. El calor de los focos empezaba a molestar. ¿Había escuchado la exposición de Nathan? Solía desaparecer del mundo cuando estaba sobresaturada. Como una disolución.

Cuando levantó la mirada del suelo todos la miraban a ella en silencio, así que dedujo que era su turno. Mantuvo sus ojos castaños en el público, y anduvo esos seis pasos que la separaban del centro de la tarima. 

Se relamió el labio inferior, y lo mordió, mientras miraba al público, exhalando un suspiro que la llevó a relajar los hombros cuando vio a Jonathan entre el público. No pudo ver cómo iba vestido por la poca luz, pero lo identificó por el reflejo de sus gafas, y supo que le estaba sonriendo.

—Perdón. Estaba... —Sacó una mano del bolsillo, cerrando los ojos con fuerza y apretándose las sienes con una mano—. Tratando de no quedarme dormida. 

Algunos murmuraron unas risas.

Apuntó al proyector con el mando, cambiando a una diapositiva de la Vía Láctea. Miró al público, con hologramas de planetas, estrellas, anillos, y meteoritos sobre ella.

—Como todos sabemos el universo está compuesto por tres elementos; la materia ordinaria que equivale a un cinco por ciento, la materia oscura ocupa un veintisiete, y el sesenta y ocho por ciento restante corresponde a la energía oscura. —Deambuló en la tarima, frente cientos de miradas—. Un fenómeno que actúa en oposición a la gravedad y es responsable de acelerar la expansión del universo. Algunos modelos predicen que la energía oscura destruirá todo lo que existe dentro de miles de millones de años. Pero nadie ha podido explicar cómo se origina y qué es.

Paró sus tacones justo en el borde de la tarima, a unos pasos del juzgado.

—Yo, hoy, vengo a exponer mi teoría sobre la fuente de energía de la energía oscura: los agujeros negros.

Pasó otra diapositiva, con un pitido por parte del proyector, y se vio la imagen de un agujero negro, con un código de Spotify debajo de ella. Rodeado por ecuaciones y gráficos espacio-temporales.

—El crecimiento de la masa de los agujeros negros coincide con el acoplamiento cosmológico, predicho en la teoría de la gravedad de Einstein. —Siguió explicando, mirando al público, y moviendo la mano con la que sostenía el control remoto—. Los agujeros negros aumentan su masa porque contienen en su interior la energía del vacío, la cual aumentará con el tiempo a medida que el Universo se expanda a causa del acoplamiento cosmológico.

Avanzó otra diapositiva, dando pie a la explicación de ecuaciones. Explayándose en los cálculos de la energía del vacío de los agujeros negros producida durante la muerte de las primeras estrellas del Universo mil millones de años atrás, coincidiendo con la cantidad de energía oscura existente.

—Tenemos la primera fuente astrofísica propuesta para la energía oscura. —Finalizó Ava, con perlas de sudor reluciendo en su frente—. Esta medición, que explica porqué el Universo se acelera ahora, es una visión escalofriante de la fuerza real de la gravedad de Einstein.
Apuntó al proyector, empezando la "canción" que había bajo la fotografía del agujero negro. Desenvolviendo una melodía abstracta.

—También me he tomado la libertad de traducir la opinión de Holmberg 15A, el agujero negro estudiado. Esta traducción sonora ha sido posible gracias al apoyo de mi equipo en el observatorio.

Esa melodía transmitía... No transmitía nada, y mucho a la vez. Era, literalmente, la melodía del universo. Culminó su explicación mirando expectante al público frente a ella mientras la escuchaban. 

Todos se tomaban el concurso Atlas como un mero entretenimiento, pero para Ava incluso el más ínfimo concurso le parecía una cuesta que debía subir primera. Se le caía el pelo del estrés, padecía insomnio, se mordía las uñas hasta sangrar, los nervios antes de la presentación le producían acidez en el estómago y estaba tan tensa que sentía que iba a romperse en cualquier momento. 

Sentía que su vejiga iba a explotar por no haber ido al baño antes. Era su momento de gloria, pero estaba incómoda, increíblemente incómoda.

—Gracias. —Terminó Ava por el micrófono que tenía cerca de la boca—.

Esa oleada de alegría repentina empezó a bajar de su clímax a los segundos. En el público hablaron entre ellos en una voz más alta que un susurro, y Ava suspiró mirando al suelo, pasándose una mano por el pelo. Sentía unas mariposas que volaban con furia en su estómago, amenazándola con vomitar si no se calmaba.

Volvió a su sitio para dejarle protagonismo a William.

Él se preparó, empezando su presentación en el proyector, y dejó el control remoto a parte. Se subió las mangas de su camisa azulada, dejando la piel negra de sus antebrazos al descubierto. Él también tenía calor por el foco. 

El público estaba en silencio, esperando su exposición, y Ava se cruzó de brazos apoyada en la pared. William Cooper era un hombre que respetaba profundamente, teniendo la misma edad él era uno de los técnicos del Bosón de Higgs, y campeón de ajedrez a nivel nacional.

—...si yo os pregunto, ¿de dónde viene la masa de todas las partículas elementales que conocemos, qué me responderíais? —La voz de William llegó a sus oídos, volviéndola a conectar con la realidad—. Peter Higgs en 1964 lo tuvo claro, y respondió: debido al Campo de Higgs.

Pasó de diapositiva, y Ava escuchó con atención, mirando la pantalla que tenía al lado. Su explicación fue técnica, exacta y minuciosa. Sencillamente, con una oratoria y pulidez envidiables. Movía las manos mientras hablaba, pero no demasiado, alargaba las explicaciones hacia otros campos, pero sin ser tedioso, y entre medio soltaba alguna broma que hacía reír al público. Incluyendo la sonrisa de Ava.

William Cooper era un hombre admirable, filántropo y gracioso. Todo en él estaba puesto hasta el último botón. Y sin embargo, Ava no sentía por él nada más que admiración. Ni un gramo de lo que ese hombre sentado en el público la hacía sentir.

Giró sutilmente la cabeza para encontrarlo, pero con la luz del proyector solo identificó el reflejo de sus gafas. Mientras la exposición seguía, ella se preguntó: ¿Por qué me siento así solo contigo? ¿Qué es lo que siento cuando te miro?

Nunca fue buena poniendo nombre a sus sentimientos, pero mientras estaba atrapada en ese lapsus, identificó una cosa: a ella no le gustaban los chicos, le gustaban los hombres. 

Prefería suprimir y olvidar esos años, cuando conoció a Pedro después de que se casara con su tía. Esos enfermizos años en los que ella, solo siendo una niña, sentía algo más que admiración por su tío. Creció escondiendo sus caóticos sentimientos. Nunca le contó a nadie lo que sentía.

 Pero ahora, se daba cuenta, de que también sentía lo mismo por Jonathan. No era amor. O al menos ella no lo catalogaría así. Era una atracción hacia su inteligencia, hacia su experiencia, era un morbo por esa madurez que los chicos de su edad no tenían.

Le gustaban los hombres, con canas y arrugas en sus ojos cuando sonreían. Se sentía irremediablemente atraída por los padres que eran atentos con sus hijos. Y le encantaba reclamar su atención. Quería que le hablasen, quería que la tocasen, quería hacerlos sonreír, quería erizarles la piel...

Solo reaccionó cuando todos empezaron a aplaudir, dando la exposición por terminada, y Ava también aplaudió con una media sonrisa, ahogada en su preciado mundo interior. La niebla de su mente se disipó cuando Nathan, que estaba en pie a su lado, anduvo hacia el centro de la tarima para ponerse al lado de William. Ava también lo acompañó.

Miró al juzgado, y luego giró la cabeza para mirar a cámara. El flash los iluminó a los tres. 

—Señores y señoras, hemos llegado al punto cumbre del concurso Atlas. —Comentó el presentador—. Mañana a primera hora los jueces publicarán al ganador, y haremos entrega del premio.

Todos volvieron a aplaudir, y los tres futuros astrónomos giraron la cabeza a la vez para mirar al público, con una mirada firme y una expresión seria pero solemne. Los dos hombres iban vestidos con colores apagados, y en el centro estaba ella, vestida con beige y marrón, colores tierra. Tan alta como ellos con tacones.

—Ha sido un honor competir contra usted, señorita Verona. —Dijo Nathan, dándole un apretón de manos—.

Ella asintió con la cabeza.

—Gracias. 

Luego se giró para buscar a William, y tuvo que esperar para hablar con él, ya que estaba atendiendo a un periodista.

—Ha sido todo un halago poder competir a su lado, señor Cooper. Es una experiencia que no olvidaré.

—Eso debería decirlo yo. —Le sonrió—. Dentro de unos años, seré yo quien recuerde esto como un halago. Tienes mucho potencial, Ava.

—No es potencial. —Apartó la mano de la suya—. Es esfuerzo.

—Por supuesto. Espero encontrarme contigo el próximo año. Esto no sería lo mismo sin tí.

—Que gane el mejor. —Se despidió Ava con una sonrisa que desapareció al instante—.

Los periodistas los aclamaron para hacerles preguntas, pero Ava prefería no ser el centro de atención en ese sentido. Después de tanta presión, hablar contrarreloj y soportar los nervios de la presentación... Solo quería tomarse un lorazepam y echarse en la cama.

Cruzó el arco que comunicaba la sala de actos con el planetario, y cuando estuvo sola en esa sala a oscuras, se tocó el pecho, cerrando los ojos para calmar sus latidos. Salió al pasillo, inundado de gente, deseosa por llegar a casa y quitarse ese traje que la apretaba.

—Ava, Ava, Ava... —La llamaron por detrás—.

Cuando se dio la vuelta se encontró con Pedro con los brazos abiertos, abrazándola con emoción antes de que ella pudiese reaccionar.

—Sabía que ganarías. —Le susurró—.

—No, pero... —Se interrumpió a sí misma, apartando la cara para mirarlo a los ojos—. ¿Así que he ganado? ¿Tan rápido?

—¿Tú qué crees después de las caras que ha puesto el juzgado? —Le dijo, volviendo a empujarla de los hombros para abrazarla con fuerza—.

Le besó la parte superior de la cabeza, y ella intentó librarse de él, pero volvía a abrazarla sin dejarla escapar.

—No esperaba menos de tí. —Le sonrió, dejándola libre—.

—No hagas eso.

—¿El qué? ¿Darte un beso? ¿Por qué te avergüenzas de tu tío? —Le pasó una mano por el pelo, volviendo a despeinarla antes de que ella retrocediese. Luego sonrió, burlándose—. Cuando eras pequeña siempre me lo pedías, ¿es que ya eres demasiado mayor?

—Sí. Para. 

Se puso de lado, intentando empujarlo mientras él quería abrazarla.

—No sé qué es esto pero yo también quiero. —Se unió Eddie, yendo hacia ellos con los brazos abiertos—.

—Veo que ya ha terminado. —Interrumpió la llegada de una mujer, de vestido negro—.

Hola, mi amor.

La saludó Pedro con una de sus sonrisas preciosas, tomándola de la cintura para besar sus labios cubiertos de gloss.

—Al final has venido.

Todos esperaron el siguiente acto, pero a cambio se quedaron en silencio. Una ausencia de palabras algo tensa, donde todos miraban a cualquier sitio para no mirarse a la cara. Pedro apretó los dientes, y después de darle el tiempo necesario intervino.

—Ava saluda a tu tía. —Le ordenó, subiendo la mirada para hablarle—.

Ella giró la cabeza, mirándolo profundamente a los ojos, pidiéndole que no lo hiciera. Le dejó claro que no quería, y él lo sabía.

—Ava. —La llamó, poniéndose serio—. Saluda. A tu tía.

—No, déjala. —Le pidió, levantando una mano—. No debería haber venido.

—Que te follen, Dhelia. —Dijo Ava, cansada—.

—Eh, cállate. —La interrumpió Pedro—. Está bien si no queréis saludaros, pero no empecéis a discutir.

—No te lo mereces. —Le dijo Ava a su tía—. No mereces nada.

Dhelia la miró a los ojos, seria. Pero Ava no retrocedió. Le dio la espalda, y empezó a irse pasillo abajo, con el claro de la luna iluminándola a través de las ventanas.

Se marchó. Pero tampoco fue muy lejos. En el patio del observatorio había una fuente redonda, con la constelación de la Osa Mayor esculpida en piedra en lo alto, y un círculo de agua para que las estrellas se reflejaran. 

Las farolas no alumbraban demasiado en esa zona, y soplaba una brisa fría que le erizó la piel bajo la ropa, apartándole el pelo de la cara como un beso helado.

Se desprendió una hoja seca de un árbol casi desnudo, y cayó al agua de la fuente.

—Pensaba que ya te habías ido. 

Ava giró la cabeza y se dio cuenta de que Jonathan estaba al otro lado de la fuente, con un cigarro casi acabado en sus labios. Él también giró la cabeza y la miró, con las estrellas reflejándose en sus gafas.

—No sabía que habías venido. 

—Sabías que estaba aquí. 

El humo se fundió frente a su cara, y pisó la colilla.

—Te dije ayer que vendría. 

Ava lo imitó, girando la cabeza para hablarle, dejando la fuente como separación.

—¿Vas a decir lo que has venido a decirme o vas a soltarme un discurso? —Le dijo, señalando la fuente con la cabeza—. Para sentarme o no.

Él le sonrió entre su barba grisácea y canosa, con unos rizos del mismo color escurriéndose por sus sienes. Iba vestido con un traje oscuro, con la americana abrochada, y camisa negra. Ava lo miró, no muy sutilmente, a los ojos, y dejó caer la mirada hasta sus pies. 

Ya no parecía un profesor, parecía más... No supo qué decir, ni qué pensar, pero cuando volvió a sus ojos Jonathan se había quitado las gafas, y se estaba rascando los ojos, pasándose las manos por la cara.

—¿Te ha gustado? —Le preguntó Ava, y otra brisa fría sopló—. Todo, en general.

—Bueno, no tengo miedo a admitir que muchas cosas no he terminado de entenderlas. —Dijo con una sonrisa, mostrando sus dientes, y giró la cabeza para mirarla—.

Ava le quitó la mirada, y se dirigió hacia él, pero para sentarse en la fuente, evitando quejarse por el frío de la piedra. Él frunció el ceño, extrañado de que no le recriminase lo que acababa de decir. 

Ese silencio fue llenado por el ruido de unos grillos ocultos entre el césped.

—Un dólar por tus pensamientos. —Le dijo, en pie a su lado—.

Ella levantó la mirada en un pestañeo y lo vio con las manos en los bolsillos de su traje oscuro.

—Un dólar aquí no tiene mucho valor. —Lo corrigió, mirándolo desde abajo—.

—Todo tiene valor en el sitio correcto.

Ava podría haber respondido, pero estaba bastante cansada, y no tenía ganas de hablar. Así que se encogió de hombros, sin darle la razón pero tampoco quitándosela, y volvió a mirar al frente, con la mirada cansada y los labios perpetuos en una línea recta. 

—No quieres hablar. —No fue una pregunta, lo suspiró mientras se sentaba a su lado en la fuente, con suficiente espacio para que sus hombros no se tocaran—.

—Creo que he hablado mucho hoy. —Dijo ella, apoyando los codos en las rodillas, e inclinándose hacia delante—.

Jonathan le miró la espalda, la americana beige se ciñó a su cuerpo. Y su pelo castaño casi no llegaba a sus hombros.

El silencio de la noche era apacible.

—¿No pides un deseo? 

—No soy fan de tirar el dinero al agua. 

Jonathan metió una mano en el bolsillo, y sacó un penique de bronce. Ava miró la moneda, y luego a él.

—Tú no crees en los deseos, pero yo sí.

—No entiendo por qué debería creer en algo que la estadística desmiente. —Dijo Ava, y Jonathan tiró la moneda al agua mirándola a los ojos—.

Se escuchó el ruido de la moneda golpeando el agua, y luego de nuevo silencio mientras se miraban. ¿Qué se suponía que buscaban en los ojos del otro?

El aire de la noche le trajo su perfume a tabaco y un olor extraño, quizá del traje, que rezumaba una esencia a hombre. Tenía arrugas de expresión en los ojos, que se acentuaban cuando sonreía, y unos rizos suaves de color gris. 

Sin las gafas imponía un poco más. Tampoco demasiado, seguía siendo ese hombre de mirada amable y de sonrisa fácil, pero sin ellas cambiaba bastante.

¿Sus rizos serían tan suaves como parecían? Porque se estaba muriendo de ganas de tocarle el pelo.

—¿En qué estás pensando? —Le preguntó afablemente—.

Ella pestañeó un par de veces, saliendo de sus pensamientos.

—En tocarte el pelo. —Le relató, en el mismo tono—.

Jonathan le sonrió a boca cerrada, ahogando una risa, y desvió la vista solo un instante.
Reteniendo esa sonrisa suave buscó su mano, rodeando su muñeca con facilidad, y la acercó a su pelo grisáceo, dejándola ahí. 

La miró a los ojos con esa sonrisa amable entre la barba canosa, y quitó la mano de la suya, descendiendo las yemas por su antebrazo. Ava le acarició el pelo, deslizándolo entre los dedos.

—Es... —Empezó, encogiéndose de hombros con los ojos cansados—. Como me imaginaba. Mejor que el mío.

—No creo. —Discutió él en el mismo tono bajo, y acercó la mano para tomar uno de sus mechones castaños—.

Lo escurrió entre sus dedos hasta que esa onda suave y fina abandonó su mano, y Ava descendió la mano hacia su sien, colando los dedos entre sus rizos densos. Y casi sin quererlo se acercó un poco más hacia él, exhalando un suspiro en voz baja cuando sus hombros se tocaron.

Se cruzó de piernas, y bajó la mirada hacia los labios de su profesor.

—¿Y ahora en qué estás pensando? —Le preguntó Jonathan en voz baja—.

Ella solo ladeó la cabeza, muy sutilmente para pedirle permiso. Su nariz le rozó la mejilla de manera dócil, y mantuvo la mano en su sien, clavando delicadamente las yemas de los dedos entre sus rizos. Ambos solos en esa fuente del observatorio.

—Ava, tengo cuarenta y tres años. —Le susurró, por si la noche les mantenía el secreto—.

—Lo sé. —Susurró en sus labios, sin poder mirarse a los ojos por lo cerca que estaban—.

Tragó saliva, y entreabrió los labios para respirar, dándose cuenta de lo rápido que le iba el corazón.

—Y soy tu profesor. —También le recordó, en el mismo tono—.

Ella negó levemente con la cabeza, rozando los labios con los suyos.

—Deja de ponerme cachonda. 

Ladeó la cabeza, cerrando los ojos, y fue él quien quiso besarla, rozando los labios contra los suyos cuando abrieron la boca a la vez, casi con miedo a besarse.

La mano de Jonathan se apoyó bajo la mandíbula de ella, empujándola sutilmente con el pulgar para que Ava abriese la boca para él, y deslizó su lengua dentro. Apretando los labios sobre los suyos. La escuchó gemir febrilmente mientras le robaba el aire, y ladeó la cabeza para descender sus besos, besándole la parte inferior de la mandíbula. 

Sus gemidos susurrados fueron una melodía sutil, combinados con suspiros y jadeos mientras él le besaba el cuello, sacando la lengua y cerrando la boca para atrapar su piel entre los labios. No entendía cómo ella siempre olía tan dulce, escapaba de su entendimiento lo mucho que lo atraía.

Ahuecó la mano, y tomó uno de sus pechos sobre la ropa, notando la vibración en su cuello cuando gimió en voz baja, casi sin voz.

Pero cuando Jonathan pestañeó en su embriaguez, volvían a estar separados, y ella solo le tocaba el pelo.

—¿En qué estás pensando tú? —Le preguntó Ava dejando de tocarlo, con el ruido de los grillos de fondo, sacándolo de su ensoñación mientras él estaba perdido en sus ojos oscuros—.

Él bajó la mirada, negando con la cabeza.

En besarte el cuello y comerte la boca, básicamente.

Exhaló un suspiro cuando se vio perdido en sus fantasías. No quiso pensar eso, era consciente de que no debería. Era tan joven, era su alumna... Y parecía tan rota. El cansancio se reflejaba en su rostro, estaba tan agotada mientras todo el mundo le pedía más. Y cuando Ava lo conseguía lo único que recibía era un "no esperaba menos de tí", o una mirada de indiferencia, porque todos sabían que Ava lo haría perfecto igualmente.

Sabía que estaba tan mal desearla... Era una cría. Pero joder, qué bien le quedaba el traje. Podía contar las estrellas que se reflejaban en sus ojos oscuros, y escuchar la melodía que entonaban sus miradas. Verla en esa exposición, escuchando el tono firme de sus palabras, y esa seguridad que acompañaba sus gestos... Desencadenó algo que no pudo detener.

Ella también quería, se notaba su deseo, era casi palpable cada vez que se encontraban mirándose. Era una chica muy inteligente, con un carácter fuerte e inmaduro en algunas cosas, ¿pero qué esperaba con solo veinte años? Seguía siendo atrevida, descarada, tan elegante como su inteligencia, y eso la hacía muy atractiva. Sus miradas, sus preguntas, su carácter... Era una atracción que no podía explicar.

Pero ahí el adulto era él. ¿Qué clase de hombre sería si la besara en ese mismo momento? ¿Qué tipo de hombre, sería si...? Le apartase el pelo y le besara el cuello. ¿Qué tipo de hombre sería si la tocaba? ¿Qué sería de él si perdiese sus principios?

—En nada. —Susurró Jonathan, girando la cabeza para dejar de mirarla, y carraspeó. Él también tuvo que cruzarse de piernas, para cubrir esa erección involuntaria—.

—Me gusta este silencio. —Dijo Ava mirando el bosque que tenían enfrente, pensando en voz alta—. Me daría miedo estar aquí sola.

Una brisa fría le besó la cara, haciendo bailar su pelo castaño.

—La gente cree que no tengo miedo de nada. Pero me dan miedo muchas cosas. Y parece que... Mi miedo es invalidado porque la mayoría del tiempo finjo que puedo con todo.

—¡Ava! —Se escuchó el eco de la voz de Pedro—.

Ava pareció no escucharlo. Solo tomó una respiración profunda por la nariz, y lo dejó ir, relajando los hombros.

—¡Joder, Ava! ¡No me hagas ir a por tí!

—¿Os conocéis? —Le preguntó Jonathan, pestañeando para volver a la realidad, con la mirada puesta en ella—.

—Llevo tres años con él en la universidad. —Le explicó—. Es un buen profesor. Él fue quien me dio la beca.

Jonathan asintió con la cabeza, y dejó de mirarla para obligarse a mirar al frente. Tragó saliva. El viento se coló entre ellos, una brisa fría les erizó la piel mientras miraban el bosque que tenían delante.

—Pareces cansada.

—Llevo dos días sin dormir. Si no contamos los minutos que me duermo en las clases. —Susurró con la mirada vagamente perdida—.

Ava no supo si hacerlo, pero mientras miraban el paisaje se acercó un poco más hacia él, dejando caer la cabeza delicadamente.

La tela de su americana silbó en el oído de Ava, y apoyó muy sutilmente la sien en su hombro, dejando el peso poco a poco. No supo muy bien el porqué, pero se sentía bien con él. Los hombres mayores le inspiraban confianza.

—No lo digo por dar pena, incluso me he maquillado para que no lo parezca tanto. Pero estoy tan cansada... —Suspiró, respirando su perfume de hombre, y el olor del tabaco que residía en su traje. Le susurró:—. Si te molesto solo dímelo.

—No. —Le respondió en el mismo tono—. No me molestas.

Ella descansó la cabeza en su hombro, sobre la tela suave de su americana, y cerró los ojos unos instantes, tomando una respiración profunda. Envolvió su brazo entre los suyos, delicadamente como el rocío de la mañana cayendo de una flor, y acomodó la cabeza en su hombro. Podría quedarse dormida allí mismo. Escuchaba el ruido de su respiración, y a pesar de la brisa de otoño no hacía frío.

Era de noche, estaba cansada, y vulnerable. Pero cómoda. Plácidamente cómoda.

Ninguno de los dos dijo nada.

—¡Ava! —Pedro volvió a llamarla, buscándola por el patio del observatorio. Se acercaba cada vez más, y ella tampoco tenía necesidad de responderle, tenía un localizador en el móvil, aunque Pedro rara vez lo utilizaba para encontrarla—.

—Gracias. —Le dijo a Jonathan, con los ojos cerrados—.

Él giró levemente la cabeza, viéndola apoyada sobre su hombro. Tenía una nariz recta, y unos labios finos, con el arco de Cupido muy pronunciado. ¿A qué sabrían? Tragó saliva al pensar en eso, su nuez se movió. Que estuviese tan cerca tampoco ayudaba. Su pelo olía a perfume de vainilla, reconfortante y cálido, acariciándolo.

—¿Gracias por qué?

Ava se aferró a su brazo gentilmente, envolviéndolo entre los suyos, y él sintió el roce de sus pechos involuntariamente. Jonathan mantuvo la respiración, girando la cabeza hacia otro lado, seguramente con un rubor protegido por la barba.

—Nadie ha hablado de mí. Solo sobre lo que he descubierto. Gracias por darte cuenta de que estoy cansada.

Unos pasos se acercaron a ellos, rodeando la fuente. Ava dejó de apoyarse en él, y giró la cabeza mientras los pasos se acercaban.

—Ava Edith Verona, entra. Ahora. —Le ordenó Pedro—.

Ella solo arqueó una ceja, mirándolo a la cara.

—No.

—¿No? —La avisó con la mirada—.

—Mm... —Fingió que pensaba en su respuesta—. No. Creo que no. Me voy a casa ya.

Se puso en pie, irguiéndose delante de él. Pero Pedro no parecía muy contento, tenía las manos en la cadera, y ladeó la cabeza, pidiéndole con la mirada que no se fuera sola. Y enfadada.

—Solo tienes que entrar y firmar un papel por los derechos de autor. —Mintió, para no decir nada comprometedor con Jonathan delante—.

—Lo firmaré mañana.

—Ava. —La avisó con un tono duro, mirándola a los ojos. Era alta, pero Pedro le sacaba una cabeza—.

—Mañana llegaré a las siete a la universidad. ¿Hay algún problema con que firme los papeles a esa hora?

Pedro deshinchó su pecho en un suspiro, mirándola a los ojos, y supo que nada cambiaría la decisión de Ava. Raras veces podía hacerla entrar en razón cuando se aferraba a una cosa.

—No. —Musitó, teniendo que darle la razón, y eso pareció calmarla—. No, supongo que no.

—Gracias. —Le dijo en voz baja—. Creo que merezco dormir seis horas seguidas, así que buenas noches.

Ava no dijo nada más, le dio la espalda, y se fue. Pedro la miró mientras se iba, y se pasó la mano por la comisura de la boca, con la otra apoyada en la cadera.

—Pedro. —Lo llamó Jonathan, sacando sus gafas del bolsillo interior de la americana—. Nos conocemos desde hace mucho tiempo.

Se las puso de nuevo y se levantó.

—¿Hay algo que me has ocultado sobre Ava?

—¿A qué viene esa pregunta? —Contestó él, frunciendo el ceño, obteniendo los restos de su mal humor después de discutir con Dhelia, su esposa—.

—No lo sé. —Dejó el tema en el aire—. Tú sabes su segundo nombre, pero su expediente no figura en ningún sitio. Al menos no que yo sepa.

—¿Si? ¿Y qué se supone que te estoy ocultando? —Le preguntó bruscamente—. ¿Mm? ¿Qué Ava es un robot enviado por la NASA? Porque, joder, esa chica no parece una persona. ¿Sabes el coeficiente intelectual que tiene y como lo explota? ¿Sabes cómo se descuida para anteponer sus estudios a cualquier cosa? ¿Sabes-?

Calló, apretando los dientes, y frunció los labios, negando con la cabeza. Jonathan lo miró, ladeando la cabeza.

—¿Si sé qué, Pedro? —Le preguntó con voz tranquila—.

—¿De qué estabais hablando? —Inquirió él, con el ceño fruncido, clavando la mirada en la suya—. Es la segunda vez que os encuentro hablando a solas.

Se acercó a él.

—¿Ahora es un delito hablar con una alumna fuera de clases? Todos han hablado con Ava, y yo estaba aquí cuando ella ha venido. ¿Por qué estás tan paranoico? Por estas cosas, me haces pensar que me ocultas algo.

Frunció el ceño, y se acercó a él para tocarle el brazo.

—Parece... Parece que sabes algo que los demás no. Puedes contármelo, sabes que nunca le diría nada a nadie.

—No me gusta lo que estás insinuando. —Lo avisó—.

—No me digas que no lo parece. —Retomó él, con una mano en su hombro, Pedro era muy alto, y le habló en voz baja, para susurrarle:—. ¿Lo es? ¿Es... Es tu hija?

La respuesta a esa pregunta, sería un punto y final para Jonathan. Su conciencia jamás le permitiría fijarse en la familia o ex pareja de un amigo, y menos con un amigo tan especial como lo era Pedro. Sería un remordimiento contínuo, y sus principios estaban por encima de cualquier deseo.

—¿Cómo coño va a ser mi hija? —Apartó su mano con un golpe—. Ya conoces a Lydia.

Se refería a su hija de solo meses, incluso Jonathan fue a visitarla al hospital.

—Ella es mi única hija. —Zanjó el tema, mirándolo a los ojos—.

—De acuerdo. —Asintió él—. De acuerdo, siento haber pensado eso sobre tí.

—Gracias. —Le contestó, molesto—.

—¿Y entonces dónde está el expediente de Ava?

—A mí qué coño me dices. —Lo despachó con un ademán, empezando a irse—. Búscalo en administración.

Jonathan se quedó al lado de la fuente, con las manos en los bolsillos del traje. Lo miró mientras se iba, y pensó: Mientes fatal, normal que no te apuntases a teatro en el instituto. Sabía que le ocultaban algo. Pedro, la universidad, la propia Ava, escondían algo. Y ese misterio, sólo lo atraía más.

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