12
—Si quieres puedo quedarmela yo.
—No hace falta. —Contestó Jonathan, tocando el botón del ascensor—.
Estaba dormida sobre su hombro, acogida por el tacto suave de su chaqueta. Jonathan subió una mano a su pequeña espalda para sostenerla, y entró en el ascensor con Julie al lado. Ambos tocaron el botón para bajar a la primera planta.
—Oh, lo siento.
—No, no, dale tú. —Dijo ella, quitando la mano—.
Jonathan apretó el botón y también se apartó.
—Te he visto rezando esta mañana. —Julie interrumpió el silencio—. ¿Vuelves a creer?
—Sí. Bueno, nunca he dejado de hacerlo. —Respondió él, ladeando la cabeza—. Mis padres vinieron hace unas semanas, para la cena del Sabbat, ¿sabes? Y... A Iris le gustó mucho.
—Oh, ¿en serio?
—Sí. —Respondió con una sonrisa, asintiendo levemente con la cabeza—.
—Ja. —Soltó un mohín—.
—¿Eso te molesta?
—No. —Sonrió—. No lo creo...
—Creo que es bueno para ella, ¿sabes? —Las puertas del ascensor se abrieron, y salió a su lado—. Le da un sentido de estructura, de pertenencia. Y mis padres están encantados de enseñarle nuestra historia.
—Ah, eso está bien. —Asintió con la cabeza, metiéndose las manos en los bolsillos, y el ruido de sus tacones acompañaron la conversación—. Es solo que... ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez? ¿Diez años?
—Bueno, a tí no te gustaba.
—Oh, y a tí te gustaba que no me gustase. —Discutió con una sonrisa—.
Él la imitó, y cruzaron el recibidor del hospital, dirigiéndose a la salida. Justo enfrente estaba el párking, y Julie lo acompañó al coche.
Jonathan abrió la puerta, y sostuvo a Iris para atarla en su silla.
—Esta tarde tengo un juicio. —Comentó Julie—. Mi cliente se niega a declararse culpable, así que será un trámite muy pesado. Si no te importa pasaré a buscarla esta noche.
—Sí, claro. Lo que necesites.
—Bien. —Asintió ella también, con las manos en los bolsillos—.
Julie se acercó a él, insegura, y lo abrazó. Dejó el mentón sobre su hombro, y cerró los ojos cuando él la sostuvo, rodeando su espalda. Estuvieron un pequeño rato en silencio, ambos tratando de mantenerse.
—Llegaré a las diez para recogerla. —Le explicó, separándose de él—.
—De acuerdo. ¿Necesitas que te acerque a los juzgados?
—Oh, no, no te preocupes. David me está esperando.
—Vale. —Asintió con la cabeza, mirándola en silencio—. Vale. Espero que el juicio sea fácil.
—Conmigo siempre lo es. —Sonrió ella, dando un paso atrás para empezar a irse—.
Julie le dio la espalda. Llevaba una gabardina blanca, que se mecía a la altura de sus rodillas, y la línea negra de sus medias guiaban hacia sus tacones negros con la suela roja.
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Ava llegó a la universidad a las once de la mañana. Su tío la dejó cerca de la entrada, y decidió dar un pequeño paseo con Eddie para acompañarlo a su librería-cafetería.
—...tampoco es tan difícil, ¿sabes? Admites que te has equivocado y ya.
Las calles eran anchas, y las fachadas de los edificios parecían monumentos ambientados en una época renacentista. Todo lo que rodeaba la universidad seguía ese estilo y esa vida estética que intentaba preservar el arte del pasado. Everton era una reliquia que los turistas devoraban.
El sol relucía entre las nubes grises, reverberando en los charcos del suelo.
—Yo le dije que Blake era una red flag andante, pero me ignoró.
Ava lo seguía, caminando a su lado con la mirada perdida al final de la calle. Ni siquiera estaba pestañeando.
—El juicio es hoy. —Suspiró Eddie, relajando los hombros. Llevaba una chaqueta de cuero oscura, con capucha de tela—. El gilipollas se niega a admitir la condena aunque hay un vídeo donde la tira por las escaleras de su casa.
—¿Y de qué conoces a Noah?
—En las inscripciones de este año entró en mi librería. Pidió un libro de Emily Dickinson y dije: no, no, yo tengo que conocer a este ángel que es capaz de admirar la poesía de Emily.
—Solo la conoces desde hace seis meses.
—Al contrario que tú hay gente como yo que habla con desconocidos. —Le respondió mientras sacaba las llaves de su librería, y abrió el candado—.
—Si te interesa...
—Mira, Ava, el mundo es así: los introvertidos esperan en un rinconcito que un extrovertido los adopte y les enseñe el mundo.
Apoyó una mano en su hombro y la guió dentro, siendo golpeados por un olor entre granos de café y polvo. Eddie levantó las persianas del escaparate, y la luz del sol entró a raudales, derramándose sobre el parquet del suelo, y calentando los libros entre las estanterías altas.
—¡Eddie! —Exclamó alguien—.
Ava se dio la vuelta, y frunció el ceño al ver un hombre apoyado en la entrada. Tenía los ojos rasgados, y una mandíbula marcada, a parte de su pelo azabache y lacio peinado con finura hacia atrás. Dos mechones caían por su frente.
—Hola, ¿qué haces aquí? —Lo recibió Eddie, rodeando el mostrador para acercarse a él—.
—Me dijiste que trabajabas en esta calle.
—Sí, pero no hacía falta que vinieras hasta aquí. —Frunció el ceño, y el chico pasó un brazo sobre sus hombros para besarlo—.
Eddie era una cabeza más bajo que él, y apoyó una mano en su pecho, sobre la impoluta camisa blanca que llevaba. Ava puso los ojos en blanco, y giró la cabeza, apoyando una mano en el mostrador.
—¿Qué te parece? —Le preguntó Eddie con una sonrisa apretada—.
—Espérate, ¿necesitas que sea más gráfica? —Meció la mano en el aire, cerca de su pecho, e imitó una arcada—.
—No te preocupes, hace eso con cualquiera que se muestre afecto en público.
—Lo encuentro muy innecesario, de hecho.
—Venga ven. —Le ordenó Eddie, moviendo la mano—. Ava, te presento a mi novio: Jin.
—Ava Verona. —Le sonrió Jin, separándose para tenderle la mano—. Te conozco, ganaste el concurso Atlas tres años seguidos en tu categoría, y presentaste la entrega de premios en la universidad de Londres.
Ava retuvo una sonrisa débil en sus labios y caminó esos cinco pasos que los separaban. Sus pantalones de vestir se ceñían a la parte alta de sus muslos y abdomen al ser de tiro alto.
—He leído el artículo sobre tormentas de neutrinos que presentaste en el periódico de la universidad, y me ha parecido sublime.
Jin tuvo que inclinar la cabeza hacia abajo para hablarle. Ella tenía las manos entrelazadas bajo el pecho. Su seguridad imponía bastante.
—Un placer. —Acabó Jin asintiendo una vez con la cabeza—.
Ella le quitó la mirada, girando la cabeza para buscar a Eddie.
—Deberías sacar más sillas del almacén. —Le dijo Ava—.
—Sí. Tienes razón, ahora vuelvo.
Les sonrió y volvió a girars, perdiéndose entre las estanterías.
—Así que te gusta Eddie.
Jin la miró, y esbozó una sonrisa, asintiendo en silencio.
—Sí.
—¿Y cómo os conocísteis? —Le preguntó, encarando el ceño. Deambuló hacia él—.
—Pues en el bar del centro. Estábamos bebiendo y... Ya sabes.
Sin saber cuándo había retrocedido Jin quedó atrapado contra una estantería, y Ava justo en frente suyo.
—Bebiendo.
Tragó saliva, y vio cómo Ava asentía levemente con la cabeza, su pelo castaño se meció sobre sus hombros.
—¿Te ha dicho Eddie quién soy para él?
Jin frunció ligeramente el ceño.
—Su amiga. ¿No?
—Sí. —Asintió ella, abriendo más de lo normal sus ojos castaños, como si lo premiara por haberlo averiguado—. Sí, soy su amiga.
De un momento a otro Ava borró la distancia que los separaba y a Jin le faltó el aliento cuando apretó su entrepierna, dejándolo con una rampa de dolor que le arrancó el aire.
—Soy la amiga que va a cortarte estas pelotas si vuelves a ofrecerle droga. —Dijo en su oído—.
Jin cerró los ojos con fuerza, asintiendo intensamente.
—Ni cocaína, ni marihuana, ni pastillas, nada. —Apretó el puño, y él se quejó sin voz, doblándose—. Dime si lo has entendido.
—Sí, sí, sí. —Susurró él, y una lágrima se escapó de sus ojos rasgados—. Lo siento...
—Sí ¿qué?
—Sí, sí. Ava, lo he entendido. —Dijo con un hilo de voz, sufriendo mientras asentía con la cabeza—. Por favor, déjame...
Al escucharlo cedió, apartándose finalmente de él. Entonces Jin tomó una bocanada de aire, y se sostuvo de un estante, jadeando en voz baja. Levantó la cabeza y la miró con miedo.
—Espero que lo hayas entendido. —Asintió con la cabeza, mirándolo a los ojos. Luego se dirigió a Eddie para despedirse—. ¡Tengo que irme a trabajar, Eddie!
—¡Nos vemos en termodinámica! —Contestó Eddie desde el almacén, con ese bonito acento de Londres—.
Ava lo miró una última vez. Salió a la calle, y el móvil empezó a sonar. Aceptó la videollamada.
—¡Hola conejita! —La saludó su madre, moviendo la mano—. ¿Cómo estás? Tu tío ya me ha llamado esta mañana.
—Estoy bien. —Contestó, cruzando la calle—. Pedro ha insistido en que vaya a cenar con ellos esta noche, y me quedaré a dormir.
—Me alegra escuchar eso. —Sonrió su madre—.
—¿Qué tal en Miami?
—Tengo que colgar, mi vida. —La avisó, frunciendo el ceño por el sol dorado que la bañaba, y se apreció la sombra de una persona—.
Ava esperó unos segundos para asentir con la cabeza.
—Vale, mamá.
—No, no me mires así.—Le pidió—. Sabes porqué estoy aquí.
Ava le quitó la mirada.
—Sí, lo sé.
—Eh. —La llamó—. Te quiero. Y cuida de Eddie, mi amor.
Ava evitó hacer una mueca, viendo cómo su madre le tiraba un beso antes de colgar. Volvió a guardar el teléfono y rodeó las rejas negras que delimitaban el terreno de la universidad. Anduvo bajo los árboles desnudos, evitando los charcos.
Se levantaron las hojas secas enterradas entre el barro y la hierba con un golpe de viento. Aceleró el paso, reconociendo el mapa de la universidad de memoria, y entró en la cafetería.
—Siento haber llegado tarde. —Le dijo a Mara, su compañera, mientras se ataba el delantal—.
Ella la disuadió, y empezaron la jornada. Las manecillas del reloj daban vueltas lentamente, cediéndole otro día cotidiano.
El olor intenso a café, el ruido de las páginas pasándose, el tacto de las teclas en la caja registradora y contar peniques entraba en una rutina programada que la calmaba.
Cuando Ava suspiró se dio cuenta de que había quitado el piloto automático, y revisó la hora en el reloj colgado: las ocho en punto de la tarde. Siguió limpiando la máquina de café, y escuchó a un par de personas entrando. Todo estaba bastante tranquilo, esperando que la cafetería cerrase.
—No, no puedo aceptar más trabajos después de la fecha límite.
—¿Por qué? Por favor, he tenido problemas personales.
—También tenías más de siete días de márgen para entregarlo. Oye, perdona, ¿puedes ponerme un moca para llevar?
Ava se giró cuando escuchó que se dirigían a ella, y sus ojos cansados se abrieron cuando encontró al profesor West al otro lado de la barra. Dejó de respirar.
¿Vas a negarme que no te gusta?
No pudo mirarlo a los ojos.
¿Vas a negarme que aprietas las piernas cuando digo que eres una buena chica?
Los colores se le subieron a las mejillas, entreabrió los labios para intentar decir algo y bajó la cabeza, desatándose el delantal.
—N-No, no puedo.
Recogió su bandolera aprisa y el abrigo. ¿Por qué actuaba así? Ella no era así, ella encaraba los problemas.
—Se ha acabado mi turno. —Dijo aprisa, sin girar la cabeza cuando rodeó la barra—.
Jonathan frunció el ceño, sin entender porqué se había puesto tan nerviosa, ni porqué estaba huyendo de la cafetería.
Tuvo que esperar que la otra chica lo atendiese, y después de pagar por el café con leche y cacao, Jonathan subió a su coche.
Antes de encenderlo suspiró, cerrando los ojos un momento. Ya oscurecía. Había sido un día largo, algo pesado. ¿Qué podía hacer él cuando Iris le pedía que parase el dolor? ¿Cómo la consolaba cuando lloraba por haber vomitado? No era ningún héroe, ni la mejor persona del mundo, pero para ella su padre tenía las soluciones a todo.
Se bebió el café caliente en el coche, y cuando terminó encendió la música para conducir. El GPS reconoció el lugar como "casa", pero aún tenía cajas sin abrir, y no terminaba de acostumbrarse a la decoración. Aparcó en el garaje y cerró con llave. Entró, y un olor a sopa le dio la bienvenida.
—¿Se ha portado bien?
—No se ha movido mucho del sofá. —Dijo la canguro—. Le he dado el jarabe y se ha quedado dormida. Ha preguntado por tí.
—Gracias. —Le sonrió, y se agachó para coger a Iris—.
Ella se abrazó a su cuello, suspirando, y lo rodeó con las piernas.
—Buenas noches, Jonathan. —Se despidió, como él pidió que lo llamara—.
—Gracias, Lilly.
Cerró la puerta, y subió al piso de arriba. Su pelo rubio olía a manzanilla, acariciándolo. La metió en su cama de sábanas rosas, sentándose a su lado un momento para arroparla. Tenía los labios entreabiertos y las mejillas rojizas por la fiebre. Le besó la frente con cuidado. Solía quejarse de la barba, siempre que podía, siempre que se acordaba.
Cerró la puerta con cuidado y volvió a bajar suspirando, cansado por el transcurso del día y las pocas (casi nulas) horas de sueño. Y cuando terminó de cenar, justamente cuando dejaba el plato en el fregadero, llamaron a la puerta. Cruzó de nuevo el pasillo, y vio por los cristales cuadrados de la puerta que se trataba de Julie.
Le abrió, y la saludó con una sonrisa.
—Hola.
—Hola. —Correspondió ella, entrando en el recibidor—.
Ambos se abrazaron un rato, y cuando Jonathan se separó aún quedaron juntos. Los dos se sonrieron débilmente, y la luz de las bombillas resplandeció en sus gafas.
—Pasa. —Dijo en voz baja—.
Le quitó el abrigo a Julie, y lo colgó en el perchero al lado de la puerta. Llevaba una blusa sedosa, de un rojo vino.
—No la veo dibujando en el salón, ¿se ha quedado dormida? —Preguntó ella con una sonrisa, apoyándose en la pared para quitarse los tacones—.
—Sí, no se ha encontrado bien en todo el día.
Julie asintió lentamente con la cabeza, y observó la sala de estar: un par de sillones y un sofá de dos. Estaba la televisión, el tocadiscos, la alfombra, la guitarra... Suspiró por la nariz.
—El mito de un hogar, ¿verdad? —Susurró ella—.
Jonathan la acompañó, y la miró desde detrás, agachando sutilmente la mirada para observar sus pendientes de oro.
—Está bien.
—Al menos lo has intentado. —Rio—. ¿Cómo te ha ido el día?
Dio un paso hacia él, y sonriéndole suavemente le frotó el hombro sobre el jersey marrón que llevaba. Él la miró a los ojos, oscilando su atención entre los dos, y apretó los dientes al encontrarse con... El mito de su hogar. Para él no eran los muebles, no era la casa, era Julie. Sus ojos castaños, sus manos, su sonrisa. Ella era su hogar, y por mucho que le doliera admitirlo aún lo seguía siendo.
—Bien. —Carraspeó, tocando su mano para apartarla sutilmente—. Solo necesito dormir. ¿Cómo ha ido el juicio?
—Ah... Esa es otra historia. —Contestó, siguiéndolo por el pasillo—.
Jonathan estaba sacando una botella de vino blanco.
—Tenemos tiempo. —Dijo él—. ¿No?
Le dejó la copa en frente, y tomó asiento a su lado en la isla de la cocina. Julie le sonrió.
—Mm... —Negó con la cabeza, y apartó la copa de sus labios—. No, no quiero aburrirte.
—No me aburres.
Julie giró levemente la cabeza, y lo miró a los ojos. Estaba serio, cansado, pero siempre tenía esa mirada amable.
—Bien. —Suspiró ella, relajando sus hombros, y dio otro trago a la copa, repasando la marca de carmín que había dejado en el cristal—. Es un caso de maltrato.
—Oh, no me digas, tus favoritos. —Dijo con una sonrisa tranquila—.
—Se supone que todo empezó a principios de año, cuando uno de la pareja perdonó una infidelidad. Él no quería seguir con la relación, pero no lo dejaba en paz y lo amenazaba con hacerse daño a sí misma si la dejaba. Entonces ella...
Jonathan la escuchaba, asintiendo levemente con la cabeza. La casa estaba en silencio.
—Empezó a controlarlo. —Terminó la frase, y acercó la botella para servirse otra copa—. Le tiraba cosas cuando discutían, pinchaba las ruedas de su moto, jodía su batería para que no ensayase con su grupo, lo seguía... ¿Y sabes lo más divertido?
Lo miró a los ojos, dando un trago a la copa. Jonathan apretó los labios, y negó con la cabeza.
—Ella ha testificado que él era el paranoico de la relación.
—Necesitarás una defensa sólida contra eso.
—Exactamente. —Se inclinó, dejando su copa vacía sobre la isla—. Noah aprovecha que él perdía los nervios para actuar como víctima en el estrado.
Julie bebió, viendo cómo Jonathan frunció el ceño al escucharla.
—Y cuando intentó romper con ella la tiró por las escaleras. ¿No?
Ella hizo un mohín, y se cruzó de piernas.
—¿Cómo lo sabes?
—Eres la abogada de Blake Sanders.
—Voy a negar que te lo he dicho, pero, sí. Es mi cliente. ¿Por qué?
—Es mi alumno.
—¿Eso es lo que dicen en la universidad? —Planteó Julie, frunciendo sus cejas castañas—. ¿Que la tiró por las escaleras porque intentó romper con él?
—No me he metido mucho en el tema, pero sí.
—¿Y Blake no ha contestado a esas acusaciones? Dios, ese crío es demasiado pasivo con todo esto.
Jonathan sonrió, y también se acercó la copa a la boca.
—No es un crío. —Rio, dando un trago—.
—Solo tiene veinte años.
—Pero sabe lo que quiere.
—Que lo sepa no significa que sea lo correcto. —Indagó ella, arqueando una ceja de manera sutil, y terminó lo que quedaba en su copa de un trago—.
—¿Y a qué edad supones que identificamos la opción correcta?
—No lo sé. —Sonrió Julie—. Eso va con la experiencia.
—Con diecisiete años te obligan a escoger la carrera que trabajarás toda tu vida, ¿crees que en ese tema sí podemos identificar la opción correcta?
—Oye, no... —Rió cerrando los ojos, y levantó una mano para tocar la suya—. No me refería a eso, y lo sabes.
—Los seres humanos nos equivocamos. —Dijo él, asintiendo mirándola a los ojos. Sus leves arrugas de expresión eran invisibles bajo esa capa de corrector e iluminador—. Y saber que nos hemos equivocado es lo que construye nuestra experiencia.
Julie le sonrió.
—Deja de aplicar tu filosofía en todo. Oh, no, que está por todas partes.
Él también asintió con la cabeza, levantando ambas cejas.
—Exactamente.
Julie suspiró por la boca, y le quitó la mirada, relajando los hombros.
—¿Qué pasa? —Le preguntó en un tono suave, escuchando las ramas de los árboles meciéndose con fuerza por el viento—.
—Nada. —Se extrañó—.
—No sueles hablar en ese tono de tu trabajo.
—Es que Walker me está presionando mucho con este caso. Cuando es el hombre la víctima en una relación todos los demás empiezan a tatuarse la frase "¿Veis como no todos somos iguales?".
Jonathan asintió con la cabeza, y se levantó para recoger las copas vacías.
—La mayoría desacredita el sufrimiento de todas las mujeres cuando encuentran un caso entre mil en el que el hombre es la víctima.
—Y eso no significa que restemos importancia a la violencia que se ejerce contra el hombre. —Lo siguió Julie, poniéndose en pie—.
—Somos nosotros los que incrementamos esa infravaloración diciendo que las mujeres solo se apoyan entre ellas.
Julie le sonrió suavemente.
—No, tú no. —Negó con la cabeza—. Nunca me he encontrado a un hombre, ni a uno, con tu perspectiva.
—Cuando tienes una hija lo entiendes mejor. —Sonrió él entre su barba canosa—. Bueno, yo ya lo entendía de antes, pero...
—Te entiendo. —Lo interrumpió sutilmente, asintiendo con la cabeza—.
Jonathan le devolvió la sonrisa en silencio.
—Y yo te entiendo a tí.
Ella se acercó, y él ahuecó una mano para tocarle la mejilla, respirando sobre su rostro cuando dio otro paso hacia él.
Su piel era delicada, como su pelo, como el brillo en sus ojos castaños o la chispa de su voz. Era un tacto, era un olor, una voz... Un sentimiento... Que identificaba como hogar. Era cálido pero firme, y sabía que solo ese plácido calor podría llegar a quemarlo. Deslizó las yemas hacia su mandíbula, y Julie apoyó sus frentes, suspirando por la nariz.
—Debería irme a casa. —Murmuró ella, sin abrir los ojos—.
—Sí, deberías.
Julie también asintió con la cabeza, tan levemente, que sintió sus labios rozando los suyos, buscándolo. Se preguntó qué sentía ella hacia él, hacia ese pasado que compartieron veintitrés años, y le dio demasiado miedo saber la respuesta.
Cuando intentó apartarse ella se inclinó sutilmente, acercándose hasta que besó sus labios, y su nariz perfilada le rozó la mejilla. Lo besó con cuidado, como si ese fuese su primer beso, y él también cerró los ojos al fundirse en su cálido perfume. Una brisa gentil y dulce, que lo acarició con gusto tras un año sin encontrarse.
A veces, la miraba a los ojos y encontraba el recuerdo de lo que fueron. A veces la besaba, y se encontraba perdiendo tiempo en sus labios... Esperando sumirse en el recuerdo de lo que fueron. Pero ella ya no era la misma mujer. Y él seguía enamorado de esa persona que ya no existía más que en su memoria.
Quizá fuera todo una mentira, una actuación a la que ella se sometió los últimos meses de relación para intentar tolerarlo y aprender a amarlo otra vez, quizá fue todo falso... Pero lo que sintió él por Julie, antes y después del divorcio, jamás se perdería. Aunque le gritasen mil veces que ella ya no lo quería, y que solo le hacía daño bajo la ilusión de lo que fueron en un pasado.
—No. —La interrumpió él en un susurro, con la melancolía empapando sus palabras—. No me hagas esto.
Le acarició de nuevo la mejilla, apartándose ligeramente de ella.
—Esto no está bien...
—¿Qué? —Sonrió ella sobre sus labios—.
—Me ha costado mucho llegar hasta donde estoy ahora. —Susurró él, negando con la cabeza—. No quiero regresar a ese tormento.
Julie le acarició el pelo lentamente, y lo miró de cerca, procesando el sentido de sus palabras.
—No es bueno para mí... No quiero-. —La interrumpió, tomando sus manos, y agachando la cabeza para mirarlas—. No entiendes lo que fue para mí.
—Quiero entenderlo. —Asintió, tocando sus manos—. Por favor.
—No... No, no importa.
—Sí. —Levantó ambas cejas, asintiendo—. Sí que importa. Cuéntamelo.
Jonathan suspiró pesadamente, deshinchando su pecho, y se quedó mirando sus manos unidas.
—Por favor.
Susurró Julie.
—En el primer momento... Estaba en piloto automático. —Tragó saliva, acariciando su mano con el pulgar—. Uno de esos días, desperté a Iris, la vestí y la llevé al colegio.
Julie se sorbió la nariz, y apretó los dientes mientras lo escuchaba.
—Cancelé todas mis clases. Perdí el trabajo por eso, pero... Luego volví a casa, y-. —Paró un momento, tomando una respiración—. Y la casa era tan silenciosa sin tí que-. Que me fui, no pude estar ahí.
Tragó saliva, y escurrió las manos entre las suyas para apartarse.
—¿Y a dónde fuiste? —Le preguntó ella, dando unos pasos para colocarse a su lado—.
Jonathan rescató su copa del fregadero.
—Al tren. —Se subió las gafas—. Estaba tan enfadado contigo... Y conmigo mismo, que... Dios, nunca había experimentado ese sentimiento. Era como... Intentar nadar después de una ola enorme, sin tiempo para respirar antes de que venga otra y te ahogue.
Julie apretó los labios, y asintió con la cabeza.
—Pensaba que estaba perdiendo la cabeza. Hubo un momento en que pensé en Dios... Y hubo muchos momentos en los que deseé que no siguieras viva.
Julie frunció el ceño, apretando los labios, y asintió con la cabeza, sintiendo que una lágrima caliente se escapaba hacia su mejilla. Por todo el daño que le había hecho, por no saber cómo huir de esas cadenas que amenazaban con atarla toda la vida terminó haciéndole daño a la persona que más quería.
—Si no pude mantenerte conmigo, ¿qué podría hacer con Iris antes de que ella también se diese cuenta y marchase? —Dijo con la copa en la mano, mirando algún punto en el suelo—. Pensé que no valía la pena, que todo seguiría igual sin mi. Y... Después de dejar a Iris en el colegio me dirigí al tren.
Julie cerró los ojos con fuerza, frunciendo los labios, y su labio inferior tembló al anticipar lo que le iba a decir.
—Dejé las llaves puestas en el coche, y... Esperé en la estación de tren para tirarme. —Su voz falló mientras hablaba, y dio un trago a la copa de vino—.
—Jonathan... —Le pidió, negando con la cabeza. No quería escucharlo—.
—¿Sabes por qué tengo el reloj roto?
Levantó la mano, mirando las manecillas que aún marcaban la hora exacta.
—No. —Respondió con la voz pastosa, secándose los ojos con el dorso de la mano—. No me había fijado.
—Estaba tan perdido... No quería morir, pero no quería vivir con aquel sentimiento dentro. Llevaba mucho tiempo sin hablar con Dios, y te parecerá absurdo, porque... Joder, lo es. Pero le pedí un motivo para seguir. Solo una señal, algo... Que me hiciera querer empezar una vida después de tí.
Dejó de mirarse el reloj, y terminó su vino de un trago.
—Estaba desesperado por querer vivir otra vez. Que cuando vi el tren, no temblé. Dejé las gafas en mi bolsillo y me tiré, con los ojos cerrados.
—¿Y qué pasó? —Le preguntó suavemente, frotándole el hombro—.
Él hizo una pequeña pausa.
—¿Te acuerdas de Pedro? ¿Mi amigo del instituto?
—Sí. —Se sorbió la nariz—. Sí, me acuerdo.
—Pues él estaba ahí. No cogía sus llamadas, así que me vino a buscar. Estaba esperando el tren para ir a visitarme... Pero me vio ahí, y me cogió. Tiró de mí y los dos caímos al suelo en vez de las vías.
Jonathan tomó una respiración profunda, que soltó fugazmente por la nariz.
—Solo me rompí el reloj. —Relató—.
—Me alegro de que él estuviese allí. —Dijo, acercándose a su lado—. No podría hacerlo sin tí. Ni Iris. Te necesitamos, Jonathan.
—Fue como una pesadilla. —Se encogió de hombros—. Pero todo empezó a cambiar. Pedro me ofreció un puesto en su universidad, me mudé aquí... Y volví a amar mi trabajo.
Se secó los ojos con las yemas de los dedos, apartando las gafas.
—He vuelto a enseñar con la misma pasión que tenía cuando salí de magisterio. —Se sorbió la nariz—. He encontrado alumnos que aprecian mi trabajo, y creo que he vuelto a sonreír.
Lo hizo, se escapó una sonrisa involuntaria al decirlo.
—Esa era la señal que necesitaba. He vuelto a divertirme, me he encontrado a mí mismo, y hay gente que me aprecia por las mismas cosas que tú me repudiabas. —Giró la cabeza para hablarle—. Así que no, Julie. No hay manera de que vuelva a ese tormento.
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