11
Ava no podía dormir, de nuevo.
El efecto de los calmantes que le habían dado ya había desaparecido, seguía taciturna, con los ojos bien abiertos en la oscuridad de su habitación.
Suspiró enfadada, el sueño siempre se le escapaba, y resultaba una tortura estar agotada y no poder descansar.
Se enrolló con la sábana, y se dio la vuelta para mirar la ventana rectangular: ya era de noche, de luna llena. Todo estaba oscuro, aunque el claro de las estrellas dejaba un resquicio de luz, bañándola en su luz mortecina.
Ava resopló, incómoda, y volvió a girarse, mirando al techo con una mano sobre su frente. Ya no tenía fiebre, ni ganas de dormir, ni libros, ni batería en el móvil.
Empezaba a consumirse en la oscuridad. Miró el reloj que estaba colgado en la pared justo en frente de la cama, y se esforzó para leer la hora: las dos y cuarto de la madrugada. Aún faltaba demasiado para que el día se levantara y le dieran el alta.
Siguió intentando calmarse y dormir durante un rato, pero terminó rindiéndose. Era una persona muy nerviosa, si no ocupaba su mente con algún tema o actividad acababa devorándose a sí misma sobre pensando en cosas sin sentido.
Quizá por eso escogió la astrofísica, el cielo era un gran enigma, y la Tierra misma también. No podíamos saber de dónde veníamos ni hacia dónde nos dirigíamos, solo nos manteníamos en un planeta que orbitaba a una esfera de fuego y se precipitaba a otro Big Bang. Un planeta, un sistema solar, una galaxia, un universo, muchos universos...
Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
La puerta se abrió, escuchó el crujido de las bisagras. Era su tío Pedro, pasaba la noche en el hospital con ella. Era un buen acto, pero la hacía sentir muy mal, no tenía porqué quedarse hasta tan tarde cuidando de ella.
Pasó un brazo bajo la almohada, y recogió sus rodillas hacia el pecho, encogiéndose bajo la sábana mientras miraba la ventana rectangular, y el claro de las estrellas que viajaba millones de años luz para poder alumbrarla.
Le tocaron la cabeza suavemente, sin dejar el peso de la mano.
—¿Estás despierta? —Le preguntó en voz baja, acariciándole el pelo con la punta de los dedos—.
Esa no era la voz de su tío.
Se dio la vuelta rápidamente al escucharlo, apoyando la espalda en el colchón, y la sábana silbó bajo su cuerpo. Ahí, al lado de su cama, estaba el profesor West, con la luz de las estrellas reflejándose en el cristal de sus gafas.
Ava frunció el ceño, con la cabeza sobre la almohada, y él siguió tocándole el pelo. Escogió un mechón castaño y lo escurrió entre sus dedos, hasta que las puntas abandonaron su mano.
—Te has equivocado de habitación. —Le dijo ella, como si no fuera obvio—.
Él arqueó una ceja en silencio, guardándose las manos en los bolsillos.
—¿Tú crees?
Su voz solemne, más grave al estar susurrando, quedó flotando en el aire. Ava frunció el ceño, incorporándose para no tener que hablarle desde abajo.
—¿Qué quieres decir? —Le preguntó ella—.
Giró la cabeza para verificar que su tío seguía ahí, y se encontró con Pedro echado en el sofá, dormido y roncando suavemente.
—¿Qué? —Dijo, volviendo a girar la cabeza para hablarle—.
Pero él ya la esperaba, y cuando giró la cabeza también se encontró con su boca. Sintió su nariz presionándole la mejilla, y sus labios seguían tibios, con un roce extraño por la barba.
Ella no reaccionó. Aunque esa sensación de que el tiempo había parado se esfumó a los segundos, Jonathan la besó en los labios y volvió a hacerlo, abriendo la boca para que ella también lo hiciera, encajando como una pieza de su rompecabezas.
Sabía a cerveza, y le robó el aire en silencio. Se escuchó cómo sus labios se separaron y luego volvió a besarla, abriendo un poco la boca para volver a cerrarla, atrapando sus labios bajo los suyos.
Colocó una mano en la nuca de Ava. Sus labios estaban mojados por la saliva, el ruido que provocaban sus besos era tan tranquilizador en vez de brusco... Que cuando Ava cerró los ojos se sintió en otro mundo. Retuvo el aliento, y apretó un suspiro entre sus labios, teniendo un momento maldito de lucidez, y frunció el ceño con los ojos cerrados.
—No. —Lo interrumpió, negando con la cabeza—. No. Esto está muy mal...
—¿Crees que haría algo que tu no quisieras? —Respondió sobre sus labios—.
Oh, a esas alturas tenía el pulso demasiado acelerado, sentía su corazón golpeándole el pecho y la vena de su cuello palpitando. Tragó saliva.
—No... —Dijo con el ceño fruncido, separándose un poco para mirarlo a los ojos, y negó con la cabeza. Solo lo miró, y ya se le había olvidado lo que tenía que decir, estaba temblando—. No puedes hacer esto, ¿en qué...? Joder, ¿en qué piensas?
Le faltaba el aire a Ava, asustada por lo que estaba sintiendo, y volvió a negar con la cabeza, dándose cuenta de que se había arrodillado sobre la cama para poder besarlo.
—¿Vas a decirme que no te gusta? —Susurró como ella, bajando una mano entre sus cuerpos, quedándose en el lazo que mantenía su bata cerrada—. ¿Vas a negarme que aprietas las piernas cuando digo que eres una buena chica?
Sonrió sobre sus labios, burlándose de ella, y tiró lentamente del lazo, rodeándole la cintura fácilmente con un brazo, y la bata quedó abierta por la mitad. La empujó contra él, y sus pechos se apretaron contra el suyo. Ava giró la cara con suspiro que pretendió camuflar un gemido al sentir la tela de su jersey contra su piel, mientras él la desnudaba.
—Eres preciosa, Ava. —Susurró lentamente, con ese acento americano manchando su nombre—.
Agachó la cabeza para besarle el hombro, erizándole la piel por el tacto de su barba. Cuando le besó el cuello sus rizos le acariciaron el mentón, causándole un hormigueo que la hizo gemir dolorosamente.
Bajó una mano por el cuerpo de Ava, abriéndole la bata, y descendió la palma por la ligera curva de su cintura, acariciándole el vientre mientras dejaba otro beso en su cuello.
Ava se arqueó hacia atrás, dejando escapar un suspiro agitado, y cerró los ojos. Sus manos eran algo ásperas, pero delicadas, y su barba apetitosamente molesta mientras dejaba besos gentiles sobre su cuello, atrapando su piel entre los labios. Un escalofrío la recorrió, erizando cada vello de su cuerpo, y sus pezones se endurecieron al contacto, provocando que jadeara por esa sensación.
Sintió que iba a desfallecer, y esos besos siguieron bajando, sin permiso pero tampoco siendo impedidos, y ella se sentó al filo de la cama, abriendo las piernas mientras él bajaba.
Dejó una mano en su pelo, enterrando los dedos en sus rizos suaves y grisáceos, y cerró los ojos mientras arqueaba la espalda, exhalando un suspiro susurrado, un gemido de alivio. Tiró de su pelo. Toda su piel estaba erizada, no había ni un pensamiento que no la avisara sobre lo mal que estaba aquello, que se iba a arrepentir de todo.
Sus rodillas tocaron el suelo, y entonces Ava se recostó en la cama, apoyándose en sus codos mientras arqueaba la espalda. La luz de las estrellas alumbraba la cama, dejando todo lo demás en la penumbra, y Jonathan se instaló entre sus piernas con los ojos cerrados. Acarició el contorno de sus muslos con las palmas.
Se sentía tan mal, tan sucia, tan avergonzada, que ni siquiera quería mirarlo. Pero tampoco quería que parase. Era una paradoja en bucle, que la hacía sentir fatal consigo misma pero que a la misma vez la complacía. Ningún sentimiento opacaba al otro. Tenía los ojos cerrados, apoyada en su codo, y bajó una mano para tocarle el pelo, enredando los dedos entre sus rizos mientras él se arrimaba entre sus piernas.
Cuando lo sintió, cuando subió la lengua entre sus pliegues abiertos y cerró los labios para chuparla, jadeó patéticamente. Ella aspiró la letra o como respuesta, y su pecho se hundió por la falta de aire, marcando las costillas bajo su piel, y cerró los ojos, dejando la mandíbula floja para intentar no gemir ni una palabra. Apretó una mano contra su boca, y se arqueó cerrando los ojos con fuerza.
Su pecho subía y bajaba de manera irregular, le faltaba el aire, exhalaba jadeos forzosos murmurando algo, nombrando a Dios mientras tiraba de su pelo. Él levantó la mirada en un pestañeo, y quedó anclado en ella mientras se arqueaba y respiraba forzosamente. Acarició con ambas manos el arco que formaban sus costillas, serpenteando sobre su ombligo, y ascendió hasta tomar sus pechos, hundiéndose en ella.
—N-No. Para. —Gimió sin aire—. Para...
Oh, ambos sabían que no quería que parase. Su cuerpo lo gritaba.
Jonathan ladeó la cabeza, como cuando besaba su boca, y bajó una mano, rozando suavemente sus labios rojizos con las yemas, sorbiendo y lamiendo la humedad que brotaba de ella. Era como un manjar. Deslizó la yema de los dedos por su entrada, tentándola, y escupió sobre ella antes de meterle el dedo anular, viendo cómo lo absorbía y sintiendo cómo palpitaba a su alrededor, agradeciendo ser llenada.
Ava se tensó, cerrando las piernas a ambos lados de su cabeza, y se raspó ella misma con su barba, jadeando como si hubiese corrido kilómetros. Lo enredó entre sus piernas y lo sintió tan tierno cuando lo miró, conectando sus miradas por accidente. Como cuando lo hacían en clases.
Acarició su pelo canoso, tocando sus rizos suaves mientras él estaba arrodillado entre sus piernas.
—Ava. —La llamaron—.
Entonces gritó, con el corazón en la boca. Tuvo que apretarse el pecho para asegurarse de que seguía viva, y se incorporó de un salto, quedando sentada en la cama del hospital.
—¿Qué te pasaba? —Le preguntó Eddie—.
—¿Qué? —Jadeó sin aire—.
El sol entraba por la ventana, derramándose sobre las sábanas limpias.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien? —Irrumpió Pedro, abriendo la puerta—.
—Sí, sí, estoy bien. Estoy bien. —Repitió, levantando ambas manos para asegurarlo. Aunque le temblaban las muñecas—.
—Oh, vale... —Suspiró—. ¿Era una pesadilla?
—Sí. Sí lo era.
—No te preocupes, es normal. Es un efecto secundario de las pastillas.
—Gracias, ya estoy... Estoy bien.
—Vale. —Suspiró Pedro, asintiendo con la cabeza, y volvió a cerrar la puerta, quedándose en el pasillo para continuar la llamada—.
Se puso en pie, temiendo que también le temblasen las piernas, y rodeó la cama para dirigirse al baño contiguo.
—¿Era una pesadilla o un sueño erótico? —Murmuró Eddie cuando pasó por su lado, formando una sonrisa maliciosa. Llevaba una camiseta con la tabla periódica, y la estúpida frase "me pongo esta camiseta periódicamente"—.
—Tú y tus pensamientos me resultáis asquerosos. —Lo empujó con una mano—.
—Ah, perdona. Me olvidaba de que a tí no te gusta nadie.
Ava se metió en el baño, cerrándose. Aún tenía el pulso acelerado, cada latido de su corazón le golpeaba el pecho.
No, no quería pensar. No quería dedicarle un pensamiento a sus sueños, ya fueran pesadillas o... Lo que fuera que acababa de pasar. Simplemente no. Lo bloqueó.
Suspiró pesadamente por la boca, cerrando los ojos solo un momento para relajarse. Levantó la tapa del baño y se sentó, fijándose en ese momento en la mancha de su ropa interior. Un buen día para estar ovulando.
Apoyó los codos en sus rodillas y se cubrió la cara con las manos, escondiéndose. Era patético, era humillante, era... Ni siquiera pensaba en él de esa manera, era su cerebro induciendo sueños complejos y absurdos por los sedantes. No fue voluntario, no quiso imaginarse en esa situación, ni siquiera creía posible que fuera capaz de imaginar esa... Escena. No, no lo quiso, fue por error.
Un error neuronal, había estudiado la química que segregaba el cerebro, sabía que era un error, una confusión absurda. Pero primeramente, ¿por qué intentaba justificarse tanto con ella misma?
Se levantó y se lavó las manos, mirándose al espejo un momento. Las bolsas de sus ojos no habían menguado, pero tampoco habían empeorado como cada mañana que se miraba en el espejo. Seguía pálida por estar siempre frente a una pantalla o una enciclopedia, seguían ahí los labios cortados y los ojos cansados. Nada había cambiado nada, pero tampoco había empeorado.
—Ava. —Eddie llamó a la puerta, abriéndola ligeramente—. Te dejo la ropa aquí, ya te han dado el alta. Y creo que no quieres perderte termodinámica.
—Tienes razón. —Aceptó la ropa—. Gracias.
—Te espero abajo, ¿vale?
—De acuerdo.
Abrió la bolsa y se quitó la bata para cambiarse, quedándose congelada cuando tocó el lazo que la mantenía cerrada.
Se la quitó aprisa, dejándola en el suelo, y se vistió sin perder demasiado tiempo. No sabía qué hora era y tendría que justificarse con su jefa por faltar al trabajo, copiar los apuntes de todas las clases que se había perdido, y evitar preguntas.
Después se acercó al sofá que había al lado de la cama, donde seguramente había dormido Pedro a pesar de sus constantes súplicas de que no lo hiciera. Por último se puso el abrigo, largo hasta las rodillas, y utilizó la goma que tenía en la muñeca para recogerse el pelo en una coleta desordenada por los nudos. No volvió a mirar la cama, no volvió a mirar la habitación, y salió con la bandolera cruzándole el pecho.
Todo olía a antiséptico y a guantes de látex, suficiente para hacerla vomitar si no se controlaba. Ni siquiera pensó en llamar al ascensor, no quería tentar a la suerte y terminar en un cubículo encerrada con él después de... Habérselo imaginado de... Y ella...
No, no había soñado nada. No recordaba nada.
A cada escalón bajaba las escaleras más deprisa. Cuando estuvo en la primera planta buscó a Eddie con la mirada, encontrándolo en la pequeña sala de espera. Se veía demacrado. No se había peinado, ni cambiado de ropa, incluso podía entrever la mancha de vómito que intentó limpiarse en vano de su camiseta, y simplemente estaba ahí como si no hubiese pasado nada.
Entró en la sala con dibujos bastante alegres en las paredes, la sala de espera pediátrica.
—Te he sacado un café. —Le pasó el envase de cartón caliente—. Con leche, espuma y canela.
—Gracias.
—No es nada.
—No tendrías que haber venido.
—Cállate.
—¿Cómo te has enterado?
—Me lo ha dicho tu tía esta mañana. —Contestó él, alineándose el septum con una mano—. ¿Cómo estás? ¿Estás mejor?
—Sí, sí, estoy bien. Gracias por preguntar. Y por venir.
Volvió a beber, tenía la boca seca, y el sabor dulce del café lo agradeció.
—Faltaría más. —Sonrió él—. Ver a tu tío en un traje negro vale la pena.
—Eh. —Lo avisó—.
—¿Qué quieres que te diga? —Se encogió de hombros dramáticamente—. Tía, me gusta tu tío.
—Ni puta gracia, Eddie.
—Uf... Solo soy sincero. ¿Cuántos años tiene?
—Eso no te importa.
Ava apoyó el codo en el reposabrazos, y se sostuvo la sien con los dedos. No había mucho movimiento, un par de médicos hablaban en recepción sobre algún expediente, y las dos señoras que atendían sólo hablaban entre ellas. Al fin y al cabo, un hospital por la mañana era la cosa más tediosa, y debían esperar a que Pedro apareciese con el coche.
Vagando la mirada por el pasillo, dando otro trago al café, vio a alguien salir del ascensor; una mujer con el pelo castaño y dos aros pequeños en las orejas. Hablaba con alguien detrás de ella, y no tardó en aparecer Jonathan con su hija en brazos. Solo tenía seis años, era rubia, y llevaba un vestido azulado. Parecía dormida, así que él le sostenía la cabeza con una mano.
Ava tuvo que tragar saliva. No había algo que necesariamente la atrajese de los hombres, o una parte de su cuerpo que encontrase realmente atractiva, ¿pero un hombre que le gustaban los niños y cuidaba de ellos? Aún estando avergonzada, sintiéndose culpable y mal por lo que había soñado involuntariamente, al verlo con su hija pequeña... Eso la hizo sonreír.
—Oh, mira, tu profesor. —Comentó Eddie, dándole un golpe con el hombro. Estaba sentado en la silla con las piernas abiertas, y en algún momento había sacado el paquete de pipas que tenía guardado en su bolsillo—. ¿Qué le habrá pasado?
Abrió una pipa con los dientes, y tiró la cáscara dentro del envoltorio para no ensuciar el suelo. Al no recibir respuesta de Ava giró la cabeza, abriendo otra pipa con los dientes.
—Ava, te estoy hablando. —Alargó la última letra, volviendo a darle un golpe con el hombro—.
—Sí, te gusta cotillear, ¿qué? ¿Necesitas que te aplauda? —Respondió distraída—.
—Oh, no... ¿Es él?
—¿Él quién? —Frunció el ceño, sin tener el valor de volver a mirarlo—.
—El de tu sueño. —Se sentó bien en la silla, girándose hacia ella mientras seguía con las pipas—.
—No he tenido un sueño. Ha sido una pesadilla, sabes que tengo terrores nocturnos.
—Sí, claro, ¿una pesadilla en la que gemías y hacías caras raras?
—¿Qué? —Juntó mucho sus cejas castañas—. ¿Por qué no me has despertado?
—Porque sabía que te lo estabas pasando bien. —Le sonrió de cómplice—.
—No me lo estaba pasando bien. Estaba en una pesadilla.
—Claro, claro. —Asintió con la cabeza, abriendo otra pipa con los dientes—.
—¿Qué te pasa? Entiendo que te divierta escapar de clase un rato, pero no entiendo la necesidad de burlarte de mí.
—Uh, te estás poniendo a la defensiva. Solo me lo estás confirmando.
—No estoy diciéndote nada.
—Joder... Con tu profesor. Esto parece una novela de Sylvain Reynard.
—Tú sigue en tu mundo, claro que sí. No me escuches. —Suspiró—.
—Uf... Ahora sí que me arrepiento de no haber pagado las clases.
—Tampoco te pierdes nada del otro mundo.
—Hay un vídeo tuyo tirándole un café al hijo de la rectora. ¿Crees que no pagaría por ver cómo intentas discutir con ese profesor?
—Cállate.
—Agh, ¿por qué no me lo has contado? —La ignoró—.
—No lo sé, quizá te estabas drogando cuando intenté hacerlo.
Se puso en pie, saliendo de la sala de espera.
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