07
El sol se asomaba entre las nubes oscuras, rompiendo el crepúsculo como si el cielo fuera su lienzo: una gama de colores cálidos lo pintaba, como si el propio firmamento estuviese en llamas.
Eran las seis y tres minutos de la mañana. El frío, como una niebla silenciosa, cubría todo el apartamento de Ava.
Se miró en el espejo del baño, las bolsas oscuras pesaban bajo su mirada, y sus labios estaban cortados. Vio una imagen decadente en el espejo.
Se inclinó para lavarse la cara, y se secó con una toalla esponjosa. Volvió a mirarse en el espejo, pestañeando con fuerza, y las venas de sus ojos miel se acentuaron. Le dolían las sienes, sentía el cerebro palpitando dentro de su cabeza.
Suspiró con cansancio al mirarse. Llevaba esa camiseta grisácea y desteñida algunas tallas más grande, y su pelo era una odisea de enredos castaños.
Bajó la mirada. Sobre el lavabo estaban las dos cremas que su madre le había enviado por correo, ya que en las videollamadas la veía "más pálida de lo normal". Las dejó olvidadas en el baño, pero cuando se miró en el espejo entendió a qué se refería.
Desenroscó el frasco, y deslizó dos dedos sobre la crema blanquecina, fría cuando la esparció por su rostro.
Ava solía ponerse cremas.
Movió la muñeca, deslizando los dedos por la curva de sus ojeras oscuras.
Ava solía maquillarse.
Ladeó la cabeza para mirarse en el espejo, bajando los dedos por su mandíbula, hacia su cuello.
Ava solía cuidarse. Antes de la universidad, antes de los ojos rojos.
Se le cayó una lágrima.
Antes de ellos.
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Sus pasos se confundían con los demás, el pasillo del último piso estaba lleno. Estaba encorvada mientras andaba, buscando en su agenda qué entregas tenía ese mes. Solo faltaba una semana para acabar septiembre, pero no tendría mucho tiempo libre.
—¡Ava! —Unos pasos se acercaron a ella—.
Levantó la cabeza, y paró de caminar cuando encontró a Noah dirigiéndose hacia ella.
—¡Hola! —La saludó, apoyando una mano en su hombro para recuperar el aliento. Sacó la lengua un momento, jadeando—. Lo siento, vengo de atletismo.
—Lo deduzco, tienes la cara roja. —Le dijo, apartando el hombro—.
—Bueno, solo... —Hizo una pausa, y colocó las manos en sus caderas—.
Llevaba una blusa beige, con escote en v, y unos jeans de tiro alto. Todo en ella parecía en sintonía, menos por su recogido sin forma y el sudor que relucía en su cuello.
—Solo quería decirte que me encantó debatir contigo. —Le dijo sonriente—.
Ava hizo una mueca que pareció una sonrisa a boca cerrada. Sí, ella era una persona que odiaba las mañanas, y también a la gente que estaba tan feliz por la mañana.
—Al final no acepté el punto extra.
Ava puso los ojos en blanco, sin poder ocultar su expresión de desagrado. ¿Quién no hubiera aceptado ese punto?
—Me lo pasé muy bien contigo, la mayoría de personas suelen discutir en vez de debatir.
—Ya, bueno. —Ava se encogió de hombros débilmente para que se callara—. Tampoco hice nada suficiente para poder ganar.
—¿Podríamos hablar más? —Le preguntó—. Puedo darte mi número, y... No sé. También podríamos quedar para avanzar juntas en clases.
Ava evitó resoplar. ¿Darle clases gratis?
—No conozco a mucha gente de aquí. —Se explicó Noah, frunciendo los labios—. He venido de California, y...
—Hola, Blake. —Le saludó, levantando la mano—.
Él le sonrió a lo lejos, y cuando fue a dar un paso entrecerró los ojos, extrañado. ¿Por qué iba a saludarlo?
—Hola. —Le dijo, con esos dos hoyuelos en las mejillas cuando sonreía—.
—Ah... —Murmuró Noah, mirando al suelo—. No... No sabía que estarías por aquí.
—Noah. No, no pasa nada.
—¿Estás cómodo conmigo aquí? —Intentó explicarse, moviendo las manos—. Quiero decir, que si... Si no estás de acuerdo está bien.
Blake ahogó una risa, sin sonreírle, y se metió las manos en los bolsillos de sus jeans negros.
—No me siento cómodo en ningún lado desde que difundiste ese vídeo.
Ella frunció sus cejas castañas, acorde con las raíces de su pelo.
—Yo solo mostré lo que tú me hiciste.
—Yo no te hice nada. —Arrugó la nariz, acercándose un paso que ella retrocedió—. Te lo hiciste tú misma.
A Noah le tembló el labio inferior, apretó los labios antes de volver a hablar.
—¿Yo misma me tiré por las escaleras, Blake?
—Mira, no he venido a hablar contigo de esto. —La cortó, levantando una mano—. Le dejé unos apuntes a Ava.
Giró la cabeza para volver a hablar con ella, pero Ava ya no estaba. Frunció el ceño, y se giró para buscarla con la mirada.
—¿Ava?
Ella ya estaba en la sala de profesores, llamando a la puerta de madera para pedir permiso y entrar. Mientras esperaba se sorbió la nariz, y agachó la cabeza para abrir la bandolera, buscando un pañuelo. La puerta se abrió con un crujido, y ella levantó la mirada de nuevo.
—¿Gafas nuevas?
Ava arqueó una ceja, acordándose de que las llevaba. El profesor West ladeó la cabeza, y dejó la puerta abierta.
—Sí. Bueno, no. Normalmente llevo lentillas.
Él levantó ambas cejas y asintió con la cabeza, tomando ese movimiento para mirarla. Llevaba unos pantalones de vestir color tierra y un jersey de lana beige. El cuello alto enfatizaba la forma ovalada de su rostro.
—¿A quién buscas? —Le preguntó, dándole la espalda para volver a la mesa—.
Ava negó con la cabeza, y lo siguió dentro de la sala. Habían varios departamentos, con el emblema de la universidad, y Jonathan entró en uno de los despachos.
Su puerta era la única del pasillo sin fotos ni gráficos, por el momento. Solo madera oscura, y una placa metálica con las típicas letras doradas: Jonathan A. West
—A nadie. —Respondió, apoyándose en el marco—.
Se cruzó de brazos, y siguió sus manos venosas con la mirada mientras él recogía un par de papeles del escritorio. Unos rizos canosos se escurrieron por su frente, y mientras leía aprisa esas páginas se acomodó las gafas de montura fina. Luego levantó la cabeza, y la miró unos segundos, antes de que ella también lo mirase a los ojos.
—¿Entonces?
Ava se encogió de hombros.
—Pensaba que estaría el decano, el profesor Peña.
—Aquí no hay nadie. —Le contestó, como si no fuese obvio—.
Ava asintió con la cabeza, mirándolo a los ojos. Olía... ¿A qué olía? A libros antiguos y lienzos en blanco. Y su ropa, dejaba un aroma flotando en el aire, era su colonia.
—Ya lo veo.
—¿Puedo ayudarte en algo? —Le preguntó, recogiendo su chaqueta—.
La pasó sobre sus hombros, y no la abrochó. Se acomodó el cuello, y Ava se dio cuenta de que llevaba el reloj roto en la muñeca.
—No. —Negó ella, dejando de mirar sus manos para mirarlo a los ojos—. Bueno, ya he terminado el libro. Puedo devolvérselo.
Agachó la cabeza para sacar el libro de la bandolera, y Jonathan rodeó la mesa, acercándose a ella.
—No me trates de usted. —Le recordó, cogiéndole el libro—.
Leyó el título por inercia, y lo sostuvo por el lomo. Ava inclinó la cabeza hacia atrás. Tampoco era mucho más alto que ella, pero estaban cerca. Él le devolvió la mirada, y al hacerlo, Ava no se sintió una adulta para nada. Siempre tenía una expresión amable, y un tono agradable con su acento americano, casi le recordaba a su tío Pedro.
—Podríamos comentarlo. —Le propuso Ava, quedándose unos segundos en silencio en sus ojos marrones—. En clase. Podríamos comentarlo en clase.
Jonathan accedió, asintiendo con la cabeza. Llevaba una camisa azul intenso, con los dos primeros botones desabrochados, y dejaba entrever su camiseta interior gris. El mismo gris intenso que su pelo.
—Ahora tengo que ir a recoger a mi hija del colegio. —Revisó la hora en su reloj—. Pero tengo que volver aquí a las tres, me pasaré por la cafetería.
—Hoy no atiendo. Me estoy preparando para el concurso Atlas.
Prefirió omitir la parte donde su jefa, Judith, le prohibió volver al trabajo lo que restaba de semana por haber molestado a un cliente. Aprovechando esa excusa para no pagarle las horas extra.
—Bueno, también tenemos clase a las siete. —La animó, guardando el libro en su bandolera de cuero—.
Luego la miró y le sonrió suavemente, curvando los labios entre su barba canosa. Parecía cansada, siempre parecía cansada, con el pelo enredado y sus bolsas oscuras.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Ava evitó fruncir el ceño. No era un hombre que intimidase, no se sentía incómoda hablando con él, pero le pareció extraño ese acercamiento. Asintió con la cabeza, sin despegar los ojos de los suyos por alguna razón que la retenía allí, y luego le respondió.
—Que sean dos. —Le propuso, bajando la voz sin saber el porqué—.
Jonathan le sonrió a boca cerrada. Y ella, con las gafas, pudo contar las arrugas que se formaron en el contorno de sus ojos.
—¿Alguna vez has perdido?
Ava arqueó una ceja, sin esperarse esa pregunta. No supo muy bien qué decir, ¿cuál era la respuesta?
—No lo sé. Todos perdemos. Si te refieres a la universidad, no. Nunca he perdido nada. No me lo permití.
Él entrecerró los ojos.
—¿Soy el primero que te hace perder?
Y ella, al escucharlo, sonrió lentamente sin poder evitarlo, con dos líneas de expresión en la comisura de sus labios.
—Sí. —Le respondió, y tomó una respiración profunda, suspirando lo último—. Y no me sienta demasiado bien.
El profesor ahogó una risa, metiéndose las manos en los bolsillos.
—Yo creo que te queda fenomenal. —Relamió su ego, intentando alcanzarlo para bajarlo—.
Ava lo miró con una sonrisa suave, y un brillo que pareció pintar sus ojos, pero solo fue el reflejo de la luz en sus gafas. A él le gustaba verla sonreír. O le estaba gustando verla, simplemente.
—¿Puedo hacerte una pregunta yo?
—Adelante. —Le permitió, asintiendo levemente con la cabeza—.
Ava bajó la mirada en un pestañeo, encontrando sus manos venosas.
—¿Por qué llevas un reloj roto? —Volvió a levantar la mirada con el ceño fruncido—.
Jonathan se quedó sin responder por unos segundos, simplemente mirándola, y luego miró otra vez el cristal roto de su reloj.
—Es un recordatorio. —Le respondió, observando el movimiento de las manecillas—.
—¿De qué? —Curioseó, con sus cejas castañas muy juntas—.
Él levantó la mirada y le sonrió.
—¿Crees en el destino, Ava?
¿Qué pregunta era esa? Se notaba que era un hombre de letras.
—No. Es una estupidez.
Jonathan arqueó una ceja, y ladeó la cabeza, mirándola desde unos centímetros más arriba.
—A mí me gustan las estupideces. —Le sonrió—.
Ella no lo entendió. Por eso le gustaban las fórmulas, y las leyes aplicadas, eran fáciles de leer. Pero la sonrisas, las miradas y las palabras, tenían demasiadas variables.
—No lo entiendo. —Le dijo—.
—Yo tampoco. —Contestó negando sutilmente con la cabeza, bajando la voz sin saberlo, y también sus ojos. ¿Le estaba mirando los labios?—.
Ava no se dio cuenta de que dejó de respirar.
—Señorita Verona. —La llamaron a sus espaldas—.
Reconoció esa voz.
Se dio la vuelta y todos los músculos de su cuerpo se tensaron cuando encontró a la rectora de la universidad.
—Rectora. —La saludó, dando un paso hacia ella para ofrecerle la mano—.
La mayor la aceptó. Ava tragó saliva, y giró levemente la cabeza para mirar a Pedro al lado de la rectora, con las manos en la cadera. Solía adoptar esa pose cuando estaba enfadado.
—Necesito verla en mi despacho.
Ella apretó los dientes. Sus gafas se deslizaron unos milímetros por el puente de su nariz. Retuvo el aliento y sintió el cinturón apretándole la cintura. Asfixiándola.
—Sí, señora Ross.
—Ya he hablado con el profesor Peña. No necesito discutir de nuevo, solo quiero aclarar lo sucedido en la cafetería.
—Mi profesor no tiene nada que ver con lo sucedido. Fui yo la que hablé y fue su hijo quien contestó.
No iba a asustarse tan fácil, había dejado clara su opinión cuando vertió la CocaCola en la cabeza de su hijo, no iba a retroceder para quedar bien. Como Aristóteles—pensó—tomaré el vaso de cicuta antes de retractar mis pensamientos
Se odió a sí misma por tomar una referencia filosófica.
—Si me hace el favor de acompañarme.
Señaló el pasillo con la cabeza, girándose para darle la espalda. Ava ni siquiera se despidió, la siguió por el pasillo como un cachorrito atado. Exactamente lo que era con ella.
Jonathan la miró mientras se iba, preguntándose qué habría hecho, pero sin extrañarse al verla metiéndose en problemas justamente con la rectora. Eso parecía ser su estilo. Ni pedir perdón ni pedir permiso.
—¿De qué estábais hablando? —Le preguntó Pedro, acercándose a él con las manos en los bolsillos—.
Jonathan agachó la cabeza, y volvió a mirar la hora en su reloj.
—De que llego tarde a recoger a mi hija. —Le sonrió—.
Pedro soltó una carcajada, y apoyó una mano en su hombro para que no se fuera. Lo palmeó amistosamente. Jonathan giró la cabeza para mirarlo. Tenía el pelo algo desordenado, y los primeros botones de su camisa negra desabrochados.
—Mantente centrado con Ava.
—¿Por qué lo dices? —Frunció el ceño, y la mano de Pedro apretó su hombro—. Sigo sin encontrar su expediente, por cierto. Debería interesarme por mis alumnos.
No sabía porqué, pero sentía una red densa cada vez que hablaban de Ava. Pedro apretó los dientes solo un segundo, y luego volvió a sonreírle, palmeando por última vez su hombro antes de apartarse.
—¿Te has enterado de lo que ha pasado con Blake, uno de tus alumnos? —Le preguntó, haciendo un ademán con la cabeza para que lo siguiera dentro del aula de profesores—.
—No. —Le respondió, mirando al suelo antes de seguirlo, quedándose en el umbral de la puerta—. ¿Debería?
—Empujó a su novia por las escaleras, y cuando rompió con él tuvo que llamar a la policía.
Jonathan frunció el ceño, reflexionando un momento sobre lo que había dicho.
—¿Blake Sanders? —Le preguntó, incrédulo—. ¿El rubito con la dilatación en la oreja?
—Ese.
Jonathan entrecerró los ojos, sin terminar de creérselo. Dio unos pasos vacilantes, y entró en el aula de profesores, colocándose detrás de él mientras Pedro se servía un vaso de agua.
—No lo veo capaz. —Aportó, con el ceño fruncido—.
—No todo es lo que queremos ver. —Le dijo, mirándolo a los ojos—.
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Ava tomó una respiración profunda sentada delante del escritorio de la rectora. Tenía las manos entrelazadas sobre su regazo, e iba pellizcando la tela de sus pantalones de vestir.
—Siento haber tardado. —Se excusó el chico, cerrando de nuevo la puerta, y desabrochando el botón de su americana para sentarse—. Estaba en una partida de ajedrez.
—Perfecto, si podemos empezar. —Recalcó Ava, apoyando los codos en los reposabrazos—. Yo tengo unas pruebas de topología esperándome.
—Los dos sabéis porqué estáis aquí. —Dejó claro—.
—Sí, señora. —Respondieron a la vez—.
—Ava, en la cafetería donde trabajas, empezaste una discusión con Andrew. ¿Eso es verdad?
—Sí.
—¿Puedes explicarme el por qué, por favor?
—Hay un vídeo. —Resopló Andrew, con el ceño fruncido. Indignado por todas esas formalidades—. Dejó de atender en la barra y vino a insultarme, ¿qué más necesitamos para expulsarla unos días?
A Ava se le encogió el corazón. Sintió cada latido en el cuello, como latigazos, y sus ojos se abrieron de par en par tras las gafas. ¿Expulsarla? ¿Con los exámenes encima? ¿Con el concurso Atlas a final de mes? ¿Y la exposición sobre la radiación por neutrones? Por Dios, ¿había roto a sudar? Se secó las manos en el pantalón.
—Andrew. —Lo llamó, con las manos entrelazadas sobre la mesa—. Cállate.
—No, señora Ross, yo no empecé la discusión. —Le respondió Ava, cruzándose de piernas—. Andrew empezó insultando a mi compañera.
—No la insulté.
—La llamaste gorda. Repetidas veces.
—Pf, ¿y crees que gorda es un insulto?
—Comentó despectivamente sobre su aspecto. —Terminó Ava, sin prestarle atención—.
—¿Y creías oportuno salir a defender a tu amiga?
Ella se mordió la lengua.
—Sí, señora.
—¿Acaso ella no posee la capacidad de responder? —La castigó, arqueando una ceja—.
Ava pasó la lengua por sus dientes, dejando de mirarla unos segundos para leer los diplomas enmarcados.
—Sí, señora, mi compañera puede responder ella sola.
Y los próximos diez minutos se basaron en dejarse humillar para salir del apuro, tolerando las acusaciones. "Sí, señora". "No, señora". "Comprendo mis actos, señora Ross, y entiendo el castigo".
—Estoy segura de que eres consciente de la política de la universidad. —Le recordó por último, dejando esa espesa conversación a las orillas de su fin—. El código de vestimenta, las reglas comunitarias, el civismo estudiantil...
—Sí, señora. —Le respondió, evitando suspirarlo—.
—Entonces comprenderás tu error a la perfección.
—Lo hago.
—¿Cuándo llegamos a la parte donde me pide perdón? —Dijo Andrew, sosteniéndose la cabeza con una mano—.
Ava giró la cabeza para mirarlo, cansada y sin pestañear, como si pudiese verle el alma. La rectora calló, y pareció escuchar y procesar la petición de Andrew.
—Ava... —Empezó la mayor—.
—Mire, si van a expulsarme que sea ya. —Dijo ella, poniéndose en pie. La miró desde arriba—. Decidí hacer algo, en base a mis motivos y mi código ético.
La miró seriamente a los ojos, abandonando por un momento ese envoltorio cordial para dirigirse a ella, y escuchó a Andrew resoplar a su lado.
—No voy a pedir perdón por algo que no siento.
—Ava merece que le pidas perdón. —Acabó la rectora, dirigiéndose a su hijo—.
Ava paró en el sitio, y se dio la vuelta, volviendo a la conversación. Andrew tenía los labios entreabiertos, y pareció ofendido cuando se señaló a sí mismo.
—¿Y-Yo? —Le contestó a su madre, y a su profesora—. ¿Por qué debo pedirle perdón? ¿Por obligarla a tirarme una taza de café encima?
—Andrew. Pídele perdón.
Su madre le dedicó una mirada de advertencia, y él no pudo romper el contacto visual. Ava los miró a los dos, y apoyó una mano en el respaldo de su silla vacía, sin volver a sentarse.
—Pídele. —Le repitió su madre, gesticulando la palabra—. Perdón.
Andrew tragó saliva, tragándose la hiel de su orgullo, y apretó los dientes antes de ceder.
—Vale. —Musitó, aferrándose a los reposabrazos de la silla—. Perdón.
—Mírame.
Andrew apretó los dientes, gruñendo algo en voz baja, y giró la cabeza reteniendo su ira. La miró con odio, y ella no cambió su expresión neutral. Le costó volver a hablar.
—Perdón.
Ella sopesó su disculpa.
—Dí mi nombre.
—Ava. —La avisó la rectora—.
—Dí mi nombre. —Le repitió, tranquila, y vio cómo la vena de su cuello se marcó—. Dí "lo siento, Ava".
Él pareció ahogarse en su impotencia, apretó los labios, dedicándole una mueca de rabia, y se puso en pie, arrastrando las patas de la silla. Quedó delante de ella, media cabeza más abajo que Ava.
—Lo siento. Ava.
Ella le retiró la mirada con presunto aburrimiento y se encogió de hombros, dándole la espalda para no seguir respirando su perfume caro.
—Sigues siendo un cobarde. —Le dedicó esas últimas palabras, cerrando la puerta del despacho para no escuchar más réplicas—.
Después de eso, Ava volvió a clases. Solía sentarse en tercera o cuarta fila en las aulas, ya que había acordado con Eddie siempre encontrarse allí para sentarse juntos. Pero ese día no apareció.
Cuando terminaron las dos horas de cosmología y física clásica, Ava se quedó unos minutos más aún con su desastre sobre la mesa. Había fórmulas que decoraban esquinas, y notas verdes en cada página. Sostenía la calculadora con las dos manos, centrada en copiar exactamente los números del problema.
Cogió los papeles sin mucho cuidado al ver que había terminado la clase, y cerró la bandolera, mientras apretaba un par de libros contra su pecho.
—¿Necesitas ayuda? —Le preguntó alguien con una risa—.
Ava giró levemente la cabeza, sin parar de recoger, y vio a Blake en el pasillo.
—No, gracias.
Blake la siguió, bajando los peldaños con las manos en los bolsillos.
—Eres la escogida de tercer año, ¿no? Para el concurso Atlas.
—Sí. —Le respondió, acercándose a una vitrina del pasillo para recoger un folleto informativo sobre clases extracurriculares—. ¿Por qué? ¿A ti también te han escogido?
—¿Yo? No. No, que va. Pero me gustaría verte exponiendo tu tesis.
—Vale. —Murmuró Ava con el piloto automático, dándole la vuelta al folleto para leerlo—.
Blake apretó los labios, girando la cabeza porque sabía que ella no lo miraba, y la vio centrada en el folleto que tenía entre las manos, sosteniendo otros dos libros contra su pecho. Su coleta castaña se mecía a cada paso.
—Me gustaría conocerte, Ava.
Ella murmuró algo y se encogió de hombros, sin gastar tiempo en levantar la cabeza y mirarlo.
—Eres... Justo mi tipo. —Prosiguió, mirándola—. Eres guapa, directa, inteligente, una descarada que no le importa lo qué piensen los demás... Y ni siquiera me haces caso.
—¿Qué? —Frunció el ceño mientras paraba de andar, sin haber escuchado nada de la conversación. Sencillamente se desconectó—. Mira, déjalo. Llegamos tarde a clase de filosofía.
Levantó una mano para apartarlo, sin tocarlo, y pasó por su lado con el estrés flotando como una nube a su alrededor. Siempre con prisas, independientemente de qué.
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