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05

La universidad estaba bastante silenciosa esa mañana.

Tocaron las once, y el sol había ganado el dominio del cielo. Pero a pesar de la luz dorada, el viento frío de Everton acompañaba como un alma en pena. 

Jonathan miró la hora en su reloj roto, y mientras andaba sus zapatos llenaban el eco del silencio. Llevaba la cartera de cuero colgando de un hombro y los auriculares bluetooth. No escuchaba nada en concreto, tan solo seguía la temática que inspiraba la universidad, con ornamentaciones barrocas; de pasillos anchos y arcos cruzados en el techo, como si intentara preservar la divina arquitectura del pasado. 

Respiraba ese aire estancado entre libros y murmullos, y en lo único que podía pensar era en la orquesta de Morricone.

—Sólo serán diez minutos...

—No.

—¿Por qué? No tienes nada más que hacer.

—Pero tampoco quiero perder el tiempo.

Paró al escuchar la voz de Ava. Mientras andaba, ahogado entre sus pensamientos y la música, había pasado por delante del laboratorio. Había ventanas que exhibían el aula al pasillo, dejando ver la pizarra sucia de ecuaciones y gráficos. 

Se escuchó una risa por parte de Pedro.

—¿Crees que solo soy un peón que puedes utilizar a tu favor, Ava?

—¿Y tú crees que puedes obligarme a hacer algo? —Sonó firme—. Olvídame.

—No me digas eso.

—Profesor.

Jonathan se asustó al escuchar una voz detrás de él. Se giró, y un chico pelirrojo le hizo una pregunta sobre la exposición de final de mes. 

Le respondió, despidiéndose con una sonrisa, y cuando volvió a girarse para irse, vio a Pedro de espaldas: acariciándole la mejilla a Ava.

—Te echo de menos. —Le dijo. O eso creyó escuchar—.

Ella lo miraba a los ojos nerviosamente, con la respiración pesada.

—Mentira. —Susurró miedosa, quitándole la mirada—. 

—No lo es.

—Pues no me mientes, pero tampoco me lo demuestras. —Musitó ella—. No lo sé, quizá quería que te dieses cuenta de que no estaba sin tener que decírtelo. De que todo se me venía encima y no sabía qué hacer. Dime dónde estabas cuando te necesitaba.

Le tembló la voz, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Sin derramar sus sentimientos.

—Aquí mismo. —Le susurró Pedro—. 

—Demasiado lejos. 

Escupió el desdén de sus labios, mirándolo con recelo y rabia.

—Lo siento, Ava.

Alguien pasó por el lado de Jonathan, empujándolo suavemente con el hombro. Tuvo que apartarse. 

Un río tranquilo de estudiantes entró en el laboratorio, y esa conversación desapareció entre el bullicio de la gente.


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—Ah, ya me han contado lo que pasó el martes.

Ava tomó una respiración profunda. Eddie olía a colonia, y a menta, pero sobre todo a alegría enfermizamente colisionada.

—¿Cuándo?

—Cuando me echaron de la clase de filosofía. 

—Por favor, no-.

—Te quedaste dormida toda la clase y luego empezaste a discutir con el profesor delante de todos. —La interrumpió, riéndose—. Siento haberme perdido eso. Dios, Ava, ¿por qué no puedes admitir que a veces te equivocas?

—Teóricamente no me equivoqué.

—¿Ves? Debo admitir que eres muy graciosa.

—El profesor ya me dejó claro que no lo soy. Soy patética, Eddie, gracias por recordármelo.

Se apartó de su lado y caminó más rápido hacia la cafetería, dejándolo atrás. Eddie vio su espalda, su abrigo ondeándose a la altura de sus rodillas.

—No... No quería decir eso. —Le tocó el hombro para girarla—. Eres buena Ava, eres demasiado buena. Todos lo saben. Incluso cuando estoy a tu lado, debo cargar con la etiqueta de ser el amigo mediocre.

Ella chascó la lengua, negando con la cabeza. 

—Yo no quiero hacerte sentir así. Y solo-.

—Solo me explicas algo cuando te lo pido. —Terminó por ella—. Lo sé. Pero a veces eres muy cruel cuando me equivoco.

Ava paró de caminar justo en la entrada de la cafetería, con el aroma a café y croissants recién horneados saliendo por las puertas abiertas. Eddie también paró a su lado, y la miró.

—Lo siento. —Susurró—. ¿De verdad me ven así?

—Ay... Cariño. —Entraron en la cafetería—. Hiciste llorar a nuestro profesor de física en el instituto.

—Sí, era un hombre muy sensible.

—Le quitaste la tiza y terminaste la explicación por él.

Los dos se acercaron a la barra de madera pulida, y esperaron su turno. 

—Solo le corregí dos problemas.

—Lo llamaste inútil. —Dijo Eddie firmemente—.

Ella resopló.

—Tampoco era un genio.

—Era una persona. Y le hiciste sentir fatal en su propio trabajo.

—Pues no eres demasiado bueno en tu trabajo si una niña de catorce años puede hacerlo por tí y aún mejor.

—Oh... —Sonrió Eddie, abriendo mucho sus ojos azules—. ¿Sabes? Me alegro de que ese profesor de filosofía te haya cerrado la boca. Te mereces ser la patética de clase por una vez.

—No lo soy. Intenta que lo sea.

Eddie amplió su sonrisa, empapado de la prepotencia que supuraban sus palabras. Negó con la cabeza.

—Ojalá ese profesor te hubiese hecho llorar. —Entrecerró los ojos—.

—Nunca he llorado en clase. 

—Todos tenemos un punto sensible. 

—¡Ey, Ava!

Giraron la cabeza al escuchar a Blake, mientras él se acercaba sonriente.

—¿Por qué te ha saludado el cabrón de Blake?

—Hemos quedado aquí para que me deje los apuntes.

Eddie suspiró por la nariz, negando con la cabeza.

—¿Qué pasa? Tú tienes muchas amigas a parte de mí.

—No, no, eso no te va a servir. —La señaló con un dedo—. Los demás no me importan tanto como tú. Tú eres mí mejor amiga.

—Suena patético que un hombre de veintiún años utilice ese término.

—No, no, lo digo en serio. —Frunció sus cejas blancas—. Yo hablo con todo el mundo, ¿pero tú cuando decides socializar una vez cada tres años tienes que hacerte amiga de ese cabronazo?

—Oye, no sabemos qué pasó entre Noah y Blake.

—Yo sí que lo sé. Te lo dije. No sabía que eres de esas personas que siguen hablándose con el ex de una amiga porque "a tí no te ha hecho nada".

—¡Ni siquiera conozco a Noah!

—Hola. —Los saludó Blake, luciendo una media sonrisa—.

—Que te follen. —Eddie escupió las palabras, recogiendo su mochila de la barra para irse de la cafetería—.

—¡Eddie! —Lo llamó Ava, frunciendo el ceño sin entender su actitud—. Eddie, no te vayas.

Tomó una respiración profunda mientras Eddie cruzaba las puertas abiertas de la cafetería y desaparecía pasillo arriba, sin girarse.

—Ya. —Musitó Blake—. Noah ya ha pasado el vídeo, ¿no?

Ava frunció el ceño, dando un paso adelante cuando la fila avanzó.

—¿Qué vídeo? 

Él tragó saliva, claramente incómodo.

—Puedes preguntárselo directamente. 

—No conozco a Noah. 

—Buenos días. —Los atendió la camarera—. ¿Qué vais a pedir?

—Un bollo de crema y una taza de chocolate caliente. —Ava pidió primero, agachando la cabeza para abrir la bandolera—.

—No te preocupes por eso, Ava. Trabajas aquí, no hace falta que pagues.

—Trabajando aquí solo tengo un descuento. —Discutió, con un billete en la mano—.

—Puede ser un buen descuento si no lo decimos a nadie. —Le guiñó un ojo con una media sonrisa, abriendo la vitrina térmica—.

—Mm... —Ava se encogió de hombros, guardando el dinero—. Vale. Gracias, Mara.

—No te preocupes. ¿Y para tí?

Blake se rascó la nuca, apartando los mechones rubios.

—Una lata de Red Bull estaría bien. —Se metió la mano en el bolsillo, sacando unos peniques—.

Le cobró y Ava recogió su bandeja, despidiéndose de su compañera. Se sentaron en la única mesa libre, al lado de los ventanales, cuando dos chicos se levantaron. Toda la pared eran vitrales que llegaban hasta el suelo, con vistas al magnífico jardín de la universidad. La luz del sol se derramaba sobre el césped, filtrándose entre las ramas espesas del fresno.

—Solo tengo la mitad de los apuntes en la libreta. Puedo pasarte el resto por e-mail.

—Me harías un favor. —Susurró de manera automatizada, centrada en cortar el bollo de crema por la mitad—.

El hojaldre se abrió, dejando que la crema se derritiese entre los pliegues de la masa. Exhalaba un humo apetecible por lo caliente que estaba: recién horneado. 

Ava tragó saliva, se relamió los labios y cortó un trozo, untándolo con la crema derramada antes de llevárselo a la boca. No pudo evitar soltar un mmm apretado entre sus labios. Era tan esponjoso, dulce, y la crema tan espesa y melosa... Dio un sorbo al chocolate caliente, quemándose la lengua.

—¿Está bueno? Me estás dando envidia.

—Está muy bueno. —Le respondió. Y en ese momento, vio de reojo, que detrás de Blake estaba el profesor West, entrando en la cafetería—.

Estaba hablando con un chico pelirrojo, compartiendo una hoja, y sus rizos canosos estaban hechos un desastre. Seguramente por pasarse las manos muchas veces, como estaba haciendo en ese instante. Parecía que estaban discutiendo sobre algo, pero no podía oír la conversación con el ruido de la gente. Se relamió el chocolate de los labios.

¿Los que la premiaban? ¿Los que la alababan por sus notas impolutas y su descarado interés por sobresalir? No, esos no le gustaban.

¿Pero los que perdían tiempo discutiendo con ella? ¿Los que la humillaban? Sí, esos sí que llamaban su interés.

—No tengo tu email, así que...

Ava devolvió su atención a él.

—Sí, claro. —Asintió levemente, sacando un post-it—.

—También tenemos una exposición de filosofía. —Le explicó, dando un trago—.

—¿Qué? ¿Cuándo? —Frunció el ceño—.

—Para final de mes.

—Nadie me lo había dicho. Gracias.

—Podríamos hacer el trabajo en equipo.

Blake se encogió de hombros en su chaqueta de cuero, cruzándose de brazos. Ava siguió comiendo.

—No trabajo bien en equipo.

—No, yo tampoco. —Sonrió, rascándose la nuca—. Te lo decía porque como somos los que participamos en clase...

—Ava. —La camarera se acercó—. Siento mucho interrumpir.

—No te preocupes. —La disuadió Blake, negando con la cabeza, y dio otro trago al Red Bull—.

—¿Qué pasa?

—Uf... —Resopló la chica, pasándose una mano por el pelo—. Es que me ha llamado Judith.

Se refería a la morena que en esos momentos estaba entrando: la gerente de la cafetería. Debía tener unos treinta años, y su empatía hacia los trabajadores quedó estancada en la revolución industrial

—¿Qué quiere? —Le preguntó Ava, limpiándose la comisura de los labios, dejándolos de un rojo intenso por la crema caliente—.

—Quiere... Que atiendas. Lo siento, he intentado decirle que...

—Hoy es mi día libre.

Tensó la mandíbula, y sus ojos castaños dejaron de parecer amables. Sabía que estaba teniendo un día demasiado tranquilo.

—Lo sé, lo sé. —La miró con pena—. Lo siento, yo no-. No es mi culpa, he intentado...

—Sé que no es tu culpa. —Dijo entre dientes, arrugando la nariz, y Mara no le mantuvo la mirada—.

—No-No lo sé.

—Siempre tengo que quedarme hasta pasado mi turno, aún no me ha pagado las horas extra... ¿Y esa zorra quiere quitarme mi único día libre a la semana? —Dijo, poniéndose en pie—. 

Blake levantó la mirada, y dio un trago al Red Bull mientras Ava se iba de la mesa. 

Se acercó a su jefa al final de la barra, y Judith rodó los ojos.

—¿Vas a hacerme trabajar? —Le preguntó—.

—¿Tienes algún problema con ello?

—Hoy es mi día libre. —Le aclaró Ava, apoyando una mano en la barra—. Ya lo sabes.

—Bueno, pues lo cambiamos al viernes y hoy trabajas.

—No puedes hacerme esto. —La obligó a quedarse, poniéndose otra vez delante de ella cuando quiso irse—. Estoy preparándome para el concurso Atlas. No puedo atender mis turnos estas semanas.

—¿Crees que no te he visto estudiando en el almacén y dejando a Mara atendiendo sola?

—¡No me da el tiempo! —Le gritó—.

—Pues no deberías estudiar si tienes que trabajar, ni viceversa. Porque cada vez descuidas más cosas en la cafetería. Pero tú decides, te estás jugando tu trabajo. —La avisó, mirándola desde arriba mientras pasaba por su lado—.

—¿Tú crees? Cubro casi todos los días por un sueldo de mierda. Por supuesto que no me despedirías.

Judith se zafó.

—Te necesito hasta las tres.

Ava apretó los labios, y tomó una respiración profunda mientras su cuerpo se tensaba completamente. Todas las palabras se le quedaron atascadas en la garganta, sin saber ni cómo gesticularlas. Mara se acercó por detrás, insegura de qué hacer.

—Lo siento.

—Joder. —Musitó, apartándose antes de que Mara le tocase el hombro, y se quitó el chaleco de lana marrón por la cabeza—.

Se quedó con la camisa blanca algo arrugada, y pasó al otro lado de la barra para coger el delantal negro.

—Tenía que estar en el observatorio exactamente a las tres. A las tres en punto, joder. —Habló para sí misma—. 

Volvió a la mesa para recoger sus cosas.

—¿Cómo te ha ido? —Le dijo Blake, dando su último trago al Red Bull—.

—Me quedo aquí.

Blake se relamió los labios, y negó una vez con la cabeza.

—Qué hija de puta.

—Oh, lo es. —Le confirmó Ava, recogiendo su bandeja—.

—Y tiene cara de estar mal follada. —Añadió con una sonrisa—.

—Gracias por los apuntes.

—No es nada. —Hizo un ademán—.

Ava asintió con la cabeza, sosteniendo la bandeja de su desayuno interrumpido, y se encogió de hombros.

—¿Quieres algo más?

Él negó con la cabeza. Se agachó para recoger la mochila del suelo, y luego se puso en pie, arrastrando la silla.

—Sé que no nos conocemos y no debería importarme lo que piensas de mí. —Suspiró Blake—. Pero, por favor, no te creas todo lo que dice Noah.

Se lo suplicó con los ojos.

—Todos podemos hacernos la víctima en nuestra propia historia.

—Eso suena manipulador. —Contradijo Ava—.

Blake ahogó una risa, dibujando dos hoyuelos en sus pómulos hundidos.

—Puede ser.

Dejó la lata en la bandeja que sostenía Ava, y salió de la cafetería. Ella se dirigió a la barra con los antebrazos y las manos ocupadas. Rezó para que nada se le cayese al suelo, y exhaló un suspiro al apoyarse en la barra de madera pulida. Tomándose unos segundos. Cerró los ojos por un pinchazo de dolor, y se apretó las sienes. ¿Tenía fiebre otra vez? Resopló, volviendo a abrir los ojos. Pasó al otro lado de la barra para guardar sus cosas en el almacén.

Atendió a dos personas en la barra, y luego puso el lavavajillas. Salió de la cocina limpiándose las manos en el delantal, y preparó otro café para un chico de último año.

—Mara, te necesitan en esa mesa.

—Sí, ¡ya voy!

El ruido de la cafetería era algo cotidiano para los oídos de Ava, como el ruido blanco para quien sufría de insomnio. Era estar rodeada por un ruido de fondo y al instante se quedaba dormida, por eso escogía las bibliotecas para estudiar: su silencio irritante ahuyentaba la somnolencia.

 Dejó el café delante del chico y le cobró. Mientras contaba las monedas para devolverle el cambio, escuchó algo que sobresalió entre el bullicio.

—Vaya, ha tenido que atendernos la gorda.

—Lo... ¿Lo siento? —Escuchó a Mara, ofendida—. Podéis pedir en otra cafetería si no queréis que os atienda.

—Gracias. —Le dijo Ava al chico, dándole el cambio—.

Giró la cabeza para buscar a Mara, y dejó de atender la barra para acercarse.

—...verdad. ¿Que no haya un uniforme de tu talla no te sugiere a cambiar tu estilo de vida?

Mara apretó los labios, enfadada, y antes de decir algo con lo que pudieran despedirla prefirió marcharse.

—¿Hay algún problema con mi compañera? —Les preguntó Ava—.

Los miró a todos, de pie al final de la mesa.

—Pues sí. —Respondió uno mientras hacía un ademán con las manos—. ¿No ves que ocupa todo el campo de visión?

Todos rieron, como si fuese una broma.

—¿Por qué os reís?

—Joder... Porque ni siquiera debe poder respirar cuando duerme. —La señaló—. Estoy viendo cómo ese sujetador le está cortando la circulación de la espalda.

—Y yo estoy viendo que tienes puntos negros en la nariz y cicatrices de acné, ¿de qué coño debería reírme? En todo caso me das asco.

—¿Qué? —El chico frunció el ceño, poniéndose en pie. Delante de ella vio que era media cabeza más alta—. No puedes comparar la obesidad con esto. Tener poros obstruidos es algo normal en la piel. Estar gorda y no poder subir las escaleras sin ahogarte te dificulta la vida.

—Pues creo que ella ya tiene dos ojos para ver cómo es, gilipollas.

—Oye, oye... Yo solo venía a pedir dos cafés. No a discutir.

—Tampoco has venido a discutir, le has dicho gorda y los demás se han reído. ¿Qué se supone que es eso?

El chico se rio.

—¿Ser descriptivo?

Alguien encubrió una carcajada, y se miraron en grupo para reír y murmurar. Ava miró a todos, sin entenderlo, y cogió la taza de café de la mesa para tirársela a la cara.

—Cállate.

El chico dio un salto cuando el café le quemó la piel, y se limpió los ojos con vigor.

—¿Qué coño?

Exclamó, acercándose a ella, y Ava entrecerró los ojos, limitando su reacción de encogerse.

—¿A ti te parece normal? ¿¡Qué coño te pasa!? 

—¿Qué te pasa a ti con mi compañera? —Le respondió—. Espero que no sea esa mierda de "si se mete contigo es porque le gustas".

—Voy a hacer que te despidan.

Ava dibujó una media sonrisa cansada, formando una arruga de expresión en la comisura de sus labios.

—Por favor, hazlo.

—¿Es que no va a decirle nada? —Exigió—.

Ava en ese momento se percató de que todos en la cafetería los estaban mirándolos, y se dio la vuelta para ver a quién se dirigía el chico. Delante de ella estaba el decano, Pedro, con un traje gris oscuro y una expresión severa. 

—¿¡Nadie va a decirle nada!? —Exclamó el chico, girándose para hablarle a la multitud que los estaba observando—.

Pedro se llevó las manos a la cadera, sobre su cinturón de cuero.

—A mi despacho. —Le ordenó—.

Ava pasó la lengua por sus dientes, agachando la cabeza, y dio un paso hacia él. Pero cuando sus converse negras dieron un paso más Pedro levantó una mano para detenerla.

—A mi despacho, Ross. —Repitió, mirando directamente al chico—.

Él giró la cabeza, con la mandíbula floja, sin creerse que le hablaban a él. Se señaló a sí mismo.

—¿Qué? —Exclamó—. ¿Yo? ¿Después de todo lo que ha hecho?

—Ya me ha oído, Ross. No se lo voy a repetir.

Ava no pudo evitar reírse, apretando los labios para ocultarlo. El chico murmuró algo indignado, pero cedió y salió de la cafetería. Solo y mojado. 

Pedro se pasó una mano por la cara, y luego volvió a mirar a Ava. Se acercó para susurrarle.

—El hijo de la rectora, Ava, ¿de verdad?

Pedro negó con la cabeza y también salió de la cafetería. Ava se giró para mirarlo. 

Lo conocía desde hacía mucho tiempo, quizá más tiempo de lo que todos pensaban. Su madre tenía una hermana gemela, y cuando Ava cumplió ocho años conoció al marido de su tía: Pedro.
Era su tío político, y con el paso de los años tuvieron una buena relación entre ellos. 

Algunas veces, mientras Pedro estudiaba para sacarse la carrera, esa niña de once años corregía los ejercicios de física que resolvía, y muchas veces terminaba haciéndolos trizas por lo mal hechos que estaban.

Hablaba y se desenvolvía en áreas muy complejas. Justamente por ese motivo Pedro le dio la oportunidad de hacer el exámen de admisión. Sabía que la madre de Ava le había quitado la idea de entrar en la universidad, para no crearle ilusiones imposibles, pero él sabía que su sobrina podía conseguir la beca Universe.

Nadie era consciente de la relación personal que los unía, ya que todos empezarían a especular sobre la "facilidad" que tuvo Ava de ser admitida en esa universidad privada.

—Gracias por defenderme. —Le habló Mara, su compañera—. Me moría de ganas de hacer lo mismo.

Se dio la vuelta para ir a buscar la fregona y el cubo.

—No lo he hecho por tí. —Dijo, pasando por su lado—. No soporto a los hombre que deben humillar a una mujer para que se les ponga dura.

Limpió el desastre que ella misma había hecho, y siguió trabajando. 

Cuando las manecillas del reloj dieron una vuelta completa la cafetería empezó a llenarse de nuevo, era la una en punto y muchos recogían su menú para comer. Era un trabajo mecánico, ni siquiera prestaba atención. Era como si tuviese el piloto automático todo el rato y ella estaba dormida en la cabina.

Ava salió de la cocina con una bandeja rectangular en cada mano, empujando con la espalda la puerta que daba a la terraza.

—Aquí tenéis. 

Todos llevaban la chaqueta puesta, y la brisa fría que sopló la nuca de Ava bastó para erizarle la piel. Hubiese entrado de nuevo, pero una voz robó por completo su atención. 

Giró la cabeza y se encontró con la única mesa pegada a la pared que estaba ocupada; allí estaba ese pelirrojo otra vez, discutiendo con el profesor West sobre algo que ella no era capaz de escuchar.

Tenían un papel sobre la mesa, e iban señalando varias cosas de él. El profesor se había quitado las gafas, y miraba al chico mientras le hablaba. Ava tragó saliva, y volvió a girar la cabeza.

Jonathan la vio de reojo mientras atendía otra mesa. La vio dudar, y al final no se acercó. No pudo evitar reírse mientras fingía prestar atención al chico. La observó de reojo por si decidía acercarse, pero no lo hizo. 

¿Crees que aún estoy enfadado contigo?—pensó. Sonrió en silencio mirándola, y retiró sus ojos en un pestañeo cuando ella volvió a mirarlo.

—Lo veo bien. —Le dijo a su alumno, descansando la espalda en la silla—. Si vamos a hacer un concurso de debates serán menos trabajos que corregir.

—¡Sí! Así será divertido.

—¿Tú crees? —Arqueó una ceja, recogiendo las gafas de la mesa—. Yo creo que solo conseguiremos a gente frustrada y perdiendo interés por la asignatura.

—O una motivación para mejorar. —Recogió los folios de la mesa—. Gracias por escuchar mi idea, profesor. Y siento haberle molestado toda la mañana, pero esta semana no me quedaba ningún rato libre para hablar con usted.

—No me has molestado. Y no me trates de usted. —Hizo un ademán con la mano—. Ha sido una idea creativa, a muchos les haría falta tu iniciativa.

—Gracias. Nos vemos el viernes, profesor.

—Adiós, Peter. —Levantó la mirada de su regazo, sonriéndole, y sacó un cigarro de la caja—.

El chico le devolvió la sonrisa y entró en la cafetería. Jonathan lo siguió con la mirada, poniéndose el cigarro entre los labios, y lo encendió con una cerilla, ahuecando la mano para proteger la llama de la brisa. Dio una calada que exhaló por la nariz y volvió a guardar la caja en el bolsillo.

Observó el jardín del campus, ya que su mesa estaba pegada a la pared, y se rió para sí mismo cuando encontró a Ava aún atendiendo en la terraza. Había intentado acercarse a él un par de veces, pero ella misma había retrocedido. 

—Ava. —La llamó—.

Ella giró la cabeza al escuchar su nombre, lo miró y terminó de atender la otra mesa. Jonathan golpeó el cigarro para hacer caer la ceniza. 

—¿Me cobras? —Le pidió, sacando un billete de diez libras—.

—Sí. —Miró la mesa—. Son seis con veinticinco.

Guardó el dinero en el bolsillo de su delantal, sacando el cambio. Jonathan arrugó el ceño.

—¿No quieres decirme nada más? —Le propuso—.

Ella lo miró, algo sorprendida por su pregunta. Su mirada se suavizó. Negó con la cabeza, y él le sonrió suavemente.

—Vale. —Apagó la colilla en el cenicero—. 

Ava inclinó la cabeza hacia atrás cuando se levantó, aunque tampoco era mucho más alto.

—Nos vemos el jueves.

Jonathan rodeó la mesa y pasó por su lado, pasándose una mano por el pelo, hecho un desastre gracias al viento. Ava también se giró y le dijo adiós, haciendo que el profesor levantara una mano para despedirse de espaldas a ella.

Ava agachó la mirada, empezando a recoger la mesa. Ese día se habría acercado a él para decirle que ya había terminado el libro que le prestó, pero no hubiese sido correcto hablarle como si nada después de haber intentado discutir con él en su propia clase. Así que ese día, decidió acatar su castigo.

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