04
El ambiente estaba cargado, todos los profesores del departamento estaban hablando en la sala de reuniones.
Una sala espaciosa, de techo alto, con una mesa de ébano negro lo suficientemente larga para que catorce docentes pudiesen tomar asiento. Y gracias al balcón de mármol, se divisaba el campus desierto, plagado de charcos y árboles de copas densas.
El domingo fue el último día de lluvia, pero ese martes hacía un frío húmedo, quedándose con los resquicios de la tormenta.
Jonathan estaba de pie frente al archivador, un mueble empotrado de roble pulido, con diferentes estantes y cajones para organizar las fichas. Algunas de ellas eran observaciones, exámenes ilegítimos o simplemente el temario reglamentario de cada materia para adaptarla al profesor.
En una de sus manos tenía un folio recién impreso, y en la otra tenía el móvil.
—¿Te has equivocado de idioma al imprimirlo? —Se burló Pedro, acercándose—.
Él esbozó una sonrisa, apretando el botón de enviar. Levantó la cabeza y se acomodó las gafas. Conocía a Pedro desde el instituto, aunque se separaron cuando eligió el doctorado en filosofía, y él un doble grado en química e ingeniería, no perdieron el contacto.
—¿De qué están hablando?
Todos estaban alrededor de la mesa, organizando algo.
—Sobre el concurso Atlas.
—¿Qué es?
—Es... —Suspiró Pedro, pasándose una mano por la cara. Eran las siete de la mañana, y aún no estaba operativo—. Un concurso que se lleva a cabo en el observatorio.
—¿Solo miráis estrellas?
—Más o menos. Y los dos alumnos que pasen las clasificatorias defenderán su tesis ante los profesores de física y astronomía. —Se rascó un ojo, bostezando—. Los demás alumnos incluso apuestan.
—Qué cruel.
—Bueno, el premio lo merece. Es un diploma honorífico, y en el observatorio dejan una vitrina para el ganador.
—Mhm... ¿Alguien ha ganado dos años consecutivos? —Le preguntó, con curiosidad—.
Pedro ahogó una risa.
—¿No se te ocurre quién ha podido ganar en todos sus años?
Ava entró por la puerta abierta, con una bandeja.
Jonathan giró la cabeza para mirarla, ya que se dirigía a ellos. Extrañamente iba vestida con unos jeans ceñidos, negros, y un jersey de lana del mismo color. Dedujo que era el uniforme de la cafetería, ya que llevaba inscrito el nombre de la universidad con su emblema, la constelación de la Osa Mayor: Universe Imperial College, 1812.
—Gracias, Ava. —Le sonrió Pedro, recogiendo su té, y ella le devolvió la sonrisa, abrazando la bandeja contra su pecho—.
Pedro dio el primer sorbo a ese té ardiente, y se relamió los labios.
—¿Usted quiere algo, profesor?
Jonathan dejó de mirar a Pedro, y devolvió su atención a Ava. Sabía que el color de sus ojos era un tono más claro que el marrón, pero bajo esa iluminación ámbar las pinceladas verdes de sus iris dominaron el lienzo. No le sonrió a él.
—No, gracias.
—Vale... —Suspiró antes de girarse—. ¿Alguien necesita algo?
Algunos de los profesores corearon un no, gracias pero un par levantó la mirada de la mesa.
—Un espresso por aquí, Ava. —Le pidió la profesora de álgebra—.
—¿Podrías subir unos croissants para todos?
Ella se acercó para cobrarles, esperando que se pusieran de acuerdo.
—Muchas gracias, Ava. —La despidieron con una sonrisa amable—.
Ella asintió con la cabeza, reteniendo una sonrisa suave que desapareció en cuanto cruzó la puerta abierta. Jonathan se dio cuenta, de su inexpresión, de sus ojos cansados, de su espalda encorvada.
—Es una buena chica. —La compadeció Pedro—.
Jonathan asintió, con los brazos cruzados. Se quedó un rato pensando.
—¿Sabes? No la he encontrado en la lista de su curso. —Comentó, girando la cabeza para dirigirse a él. Sabía que era el decano—.
—¿Se ha apuntado a tu clase? Oh, Dios, la estoy perdiendo.
Pedro se dirigió a la puerta, con una sonrisa entre su barba dispersa. Sus zapatos oxford resonaron contra el suelo.
—Tampoco he encontrado su expediente.
—¿De verdad? —Se giró, con el ceño fruncido—. ¿Desde inicio de trimestre?
—Sí. Esta tarde lo buscaré.
—No, ya pasaré yo por secretaría. Debe estar mal archivado.
—Bueno, si me dieses el número de expediente no tendría que molestarte.
—No te preocupes. Lo buscaré yo. —Retuvo las palabras en su paladar. Chascó la lengua al notar que seguía mirándolo para una respuesta—. Ava es una alumna especial. Para nuestra universidad.
—¿Por qué lo dices?
—Porque consiguió las dos becas anuales para trabajar en la NASA. —Le respondió al instante, indignado de que él ignorara ese hecho—. Y nuestra universidad tiene una tasa de admisión del tres por ciento. Comprende que no podemos acceder a sus datos tan fácilmente.
Con eso se giró, yéndose. Y Jonathan lo observó mientras salía de la sala de profesores. Sabía que no le sacaría nada más. Se quedó con el amargo sabor de la duda en la lengua.
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Se escuchaba la tiza desprendiéndose sobre la pizarra, el pasar de las hojas, y dedos tecleando. El profesor West tenía el libro abierto en una mano, y con la otra escribía.
—Platón decía que el alma podía ser interpretada en dos sentidos.
Dejó el libro abierto sobre el escritorio y se subió las mangas de su suéter gris.
—En la antigua Grecia se acuñó el término Catarsis. Hago un paréntesis para explicaros —Abrió los brazos, enfatizando sus palabras moviendo las manos—, ya que vosotros creéis que los números son mejores que las letras: catarsis significa purga o limpieza en griego.
Algunos susurraron unas sonrisas, y el profesor empezó a deambular frente a ellos.
—La catarsis es un método de desahogo que las personas experimentan al manifestar todos los sentimientos que se encuentran reprimidos en su interior. Es algo científico, muchos psicólogos añaden la catarsis en terapias para que sus pacientes logren deshacerse de esas emociones que se enredan en su alma.
—No lo entiendo. —Una chica levantó la mano—.
—Imaginad que tropezáis con una piedra de camino a casa. —Les explicó, levantando ambas cejas—. La piedra os hace daño, sin quererlo, pero os sentís heridos. Así que os lleváis la piedra para recordaros a vosotros mismos que eso os hizo daño.
Anduvo frente a la clase, y se acomodó las gafas antes de volver a hablar. Se dio cuenta que sus alumnos habían cambiado en el proceso de esas pocas clases de filosofía, reflejaban en ellos la curiosidad y dudas existenciales que sentían in crescendo. O en otras palabras, ya empezaban a demostrar síntomas de la decadencia filosófica.
—Al día siguiente, salís de casa y tropezáis con otra piedra. Os ha hecho daño, así que la guardáis en vuestro bolsillo para recordar el dolor. Imaginaos que tropezáis al día siguiente, y el siguiente, y la semana siguiente, todos los días. Y vuestros bolsillos empiezan a pesar.
Se acercó a la pizarra, y escribió la palabra Catarsis, con su transcripción al griego clásico.
—Llega un momento que no podéis seguir caminando, y aunque os da miedo vaciar vuestros bolsillos...
—¿Por qué debería darnos miedo? —Preguntó Blake—. Es una carga, deberíamos querer deshacernos de ella.
—¿Acaso no te daría miedo saltar por primera vez a la piscina desde el trampolín más alto? —Le respondió, revisando la hora en su reloj roto—.
Volvió la vista a su clase.
—Sabes que puedes fallar, que puedes hacerte daño, y se te encoge el pecho al estar a tanta altura. Agachas la cabeza, y ves la piscina. Parece tan pequeña... —Frunció el ceño, mirando a Blake—. El trampolín parece temblar, pero quien está temblando eres tú. Estás manteniendo la respiración, nadie te está mirando pero tú mismo eres el peor espectador.
—El trampolín es la piedra. —Aportó una chica—. Por eso nos quedamos en el trampolín, con el miedo o el dolor, en vez de saltar y dejarlo ir.
—¿Tienes miedo, Blake? —Le preguntó el profesor, mirándolo a los ojos—. ¿Quieres saltar?
—No. —Negó lentamente con la cabeza—. Me da miedo.
—¿Quieres deshacerte de ese miedo que te impide seguir?
—Sí. Pero me da miedo deshacerme del miedo.
—Cuando una persona entra en su estado de catarsis purifica su alma, llenándose de plenitud, deshaciéndose de ese miedo, o cualquier emoción, que le impide seguir.
—¿Y cómo llegamos a la catarsis? —Le preguntó la misma chica que antes no había entendido el término—.
Él sonrió, curvando los labios entre su barba salpicada por canas.
—Eso lo dejamos para la siguiente clase.
El profesor asintió con la cabeza, sonriéndole, y se alejó del escritorio para seguir escribiendo en la pizarra.
Mientras dibujaba un pequeño esquema, se interrumpió a sí mismo, quedándose con la tiza pegada a la pizarra, pero sin moverla. Frunció el ceño, pensando para él mismo: ¿He dicho que el alma tiene una definición metafísica y nadie me ha interrumpido?
Se giró para observar a su clase.
Algunos escribían o tecleaban, otros se sostenían la cabeza con una mano, y unos pocos estaban erguidos en la silla. La buscó con la mirada, recordando que solía sentarse cerca de la pared, y se encontró con Ava dormida sobre la mesa.
—Discúlpela. —La excusó el chico que estaba sentado a su lado, acariciándole el brazo—. Se está preparando para el concurso Atlas y esta semana tiene un control de cosmología.
—¿Tú quién eres? —Le preguntó, frunciendo el ceño, y se cruzó de brazos—.
—Edward Scott, profesor.
Jonathan siguió con el ceño fruncido, y ladeó la cabeza.
—No estás en mi curso, Scott.
—Sí. —Eddie intentó defenderse—. Puede ser que no se acuerde de mí, falté la clase anterior.
Blake se rio.
—Es mentira. Ha aprovechado que Noah no ha venido para sentarse en su sitio.
—¿Tú qué sabrás, capullo?
—Fuera de mi clase. —Los interrumpió—.
—Lo... Lo siento, profesor. Tenía curiosidad por sus clases.
—Lo entiendo. —Asintió—. Pero ahora mismo estoy delante de cincuenta alumnos que han pagado una matrícula y me están pagando por cada palabra que estoy diciendo. Así que no veo justo admitir a una persona porque quiere saciar su curiosidad. Si te interesa tanto, en la biblioteca de la universidad hay un apartado dedicado completamente a la filosofía.
—Sí... Lo entiendo, profesor. Lo siento.
Eddie bajó la mirada y abrió la mochila que tenía sobre la mesa, recogiendo.
—Bien. En este curso no va a haber exámenes, pero sí tendréis una exposición individual a finales de mes.
Con las manos en los bolsillos empezó a subir los peldaños que partían la clase a la mitad.
—Así que sería buena idea que empecéis escogiendo al filósofo o pensamiento del que queréis hablar. No sois niños, no voy a poner unas reglas o exigir un tema en concreto, pero tampoco os creáis unos expertos.
—¿Podríamos hablar sobre la filosofía en el siglo XX? —Preguntó Blake—.
—Podríamos hacerlo en grupos de dos para dividir el tema.
—Como alguien me hable de Martin Heidegger o Edmund Husserl seré yo el que salga de clase. —Los avisó mientras sonreía—. Apenas estamos diseccionando el pensamiento de Platón.
Volvió a girarse, y la mayoría empezó a bocetar la futura exposición.
Jonathan se acercó a Ava, quedando frente a ella, y Eddie cerró la cremallera de la mochila lentamente.
—Señorita Verona.
Ella no se despertó, siguió dormida con el pelo en la cara y el brazo estirado sobre la mesa. Así que volvió a llamarla, mirándola desde arriba. Entonces Ava se despertó asustada, encogiéndose de hombros, y chocó su espalda contra el respaldo de la silla.
Tenía un papel pegado a la mejilla, y se lo quitó aún estando confundida, respirando por la boca.
—¿Me he dormido? —Susurró, con los ojos bien abiertos y la respiración agitada. Levantó la mirada, y se asustó al ver al profesor delante de ella—. Me he dormido, lo siento.
Se disculpó avergonzada, negando lentamente con la cabeza. Pero él no parecía molesto.
—Lo siento. —Su pecho vibró ante la respiración irregular—. No me he dormido porque su clase me parezca aburrida ni me guste...
—Ava. —La llamó, bajando el tono. Ese día llevaba puesta una chaqueta de deporte, con el nombre del club de ajedrez, y unos leggins negros. Apenas se había peinado, y las bolsas oscuras pesaban bajo sus ojos—. Lo sé.
Ella tragó saliva, y apretó los dientes, bajando la cabeza para dirigirse a Eddie.
—¿Me he dormido y no me has despertado? —Le exigió en voz baja, hablando entre dientes—.
—No lo sé. ¿Te has mirado en el espejo? Estoy cansado solo de verte.
—Yo no quería que él entrase en clase. —Apretó los dientes, rogándole con la mirada—. Por favor, no escriba un comentario en mi expediente.
—No lo voy a hacer.
Se pasó una mano por el pelo, escurriendo sus mechones grises entre los dedos mientras volvía a levantar la cabeza. Eddie se colgó la mochila de un hombro y se levantó del sitio, palmeando el hombro de Ava para despedirse, pero ella estaba rígida en su sitio.
—No lo conozco.
Eddie puso los ojos en blanco, y se dio la vuelta para salir de clase. Blake giró la cabeza para mirarlo con una sonrisa, y él levantó el dedo del medio mientras subía los peldaños.
—Pues tiene razón. —Condujo la conversación, con una mano en el bolsillo mientras le hablaba, pero Ava no levantaba la mirada—. ¿Sabes lo cansada que debes estar para quedarte dormida sin darte cuenta?
—Vuelvo a disculparme por eso. —Asintió con la cabeza, arrancándose la piel alrededor de las uñas—.
—Estás agotada.
—Sí, estoy cansada. —Inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo—. Es normal, trabajo y estudio, mucha gente lo hace. No es excusa para dormirse en mitad de una clase.
—Deberías irte a casa. No estás descansando, no puedes continuar.
Ava arqueó una ceja al escucharlo, abandonando su expresión de disculpa, dejando de rogar con los ojos.
—Pero puedo continuar.
—Tu aspecto no me dice lo mismo.
—Mi aspecto dice que me he levantado a las seis de la mañana para trabajar, y que soy finalista en el concurso Atlas. No tengo problema con ello. Hay gente mejor que yo.
—Deberías irte a casa, y tomarte este día libre. —Propuso, apoyando las manos en la mesa, e inclinándose ligeramente hacia ella—. Si no te permites descansar llegas a un momento límite.
A Ava no le gustaba que se preocupasen por ella. Y mucho menos preocupar a alguien. Que intentaran limitar sus capacidades suponiendo que era demasiado impaciente, demasiado débil, que no era suficiente.
—Gracias por preocuparse por mí. —Le dijo, dedicándole una sonrisa cargada de condescendencia—. Pero no necesito esa compasión.
Él frunció el ceño.
—No es compasión. —Dejó de sonreír—. Es empatía.
—No se la he pedido.
Él ladeó la cabeza, empezando a molestarse.
—Deberías irte a casa.
—Yo no pienso lo mismo. —Apoyó la espalda en la silla, recogiéndose el pelo—.
—No necesito a una alumna agotada en mi clase. —Le discutió, dejando de apoyarse en la mesa—.
—Le agradezco que no ponga un comentario en mi expediente. —Le sonrió, cruzándose de brazos—. Pero no voy a irme de aquí.
—Lo que necesito es a alguien despierto y capaz. —Dijo en un tono más alto, para que los demás lo escuchasen—. Cuando duermas siete horas seguidas retomaremos la conversación.
—No. No creo que quiera que me vaya, porque me necesita para cumplir el mínimo de alumnos. Y estoy segura de que nadie más en esta universidad querrá atender a su clase.
Lo miró a los ojos, y él la retó a seguir hablando.
—Si digo que puedo continuar me quedo donde estoy, y no puede hacer nada al respecto. —Bajó la voz—. Es mi profesor, no mi padre.
Él evitó sonreír.
—He pagado mi sitio en esta clase. Tengo derecho a estar aquí.
—Oh, ¿quieres continuar con la clase? —Le propuso, con las manos en los bolsillos—. Te has dormido más de la mitad, ¿sabes lo que es la catarsis?
—No.
—¿La anamnesis? —Prosiguió, rascándose la mejilla, y volvió a agacharla cabeza para mirarla—.
—Mm... —Suspiró—. No.
—¿Sabes qué fue la escuela peripatética?
Ella ladeó la cabeza, comprendiendo por dónde quería ir, y volvió a responderle, levantando la mirada.
—No.
—¿Qué? —Le preguntó, frunciendo el ceño—. No te he escuchado.
Ava apretó los dientes mirándolo, y luego cedió.
—No. —Repitió, levantando más la voz—. No lo sé.
Claro que no lo sabes, ni tienes porqué saberlo—pensó él—. Pero tú crees que deberías saber todo lo que se te pregunta.
—Blake. —Lo llamó el profesor, dejando de mirar a Ava para observarlo a él—.
Jonathan se apoyó en la pared, cruzándose de brazos.
—Explícale a la señorita Verona qué es la anamnesis.
Ava levantó la mirada, arrancándose la piel alrededor de las uñas, y miró al profesor delante de ella, apoyado en la pared.
—Pues... —Blake se relamió los labios, girándose para contestar—. La teoría de la reminiscencia es una teoría del conocimiento donde expone que el conocer es recordar.
Le tembló la voz al decirlo, no quería equivocarse delante de ella.
—No me mires a mí. —La avisó el profesor—. Míralo a él.
Ava apretó la mandíbula, tomando una respiración profunda por la nariz, y después de mirarlo a los ojos cedió.
—...en el contexto de "el saber como un recordar" o como "el diálogo del alma consigo misma". —Terminó el rubio, con un bolígrafo entre sus manos mientras lo explicaba—.
Ava arqueó una ceja.
—Incorporando también el sentido epicúreo, correlativo a la prolepsis, obtenemos el materialismo filosófico.
Le recitó, volviendo a mirarlo, y él no pudo evitar sonreírle, formando una media sonrisa impertérrita.
Has leído las notas de mi libro—pensó él—.
—¿Sabes qué es la prolepsis? —Le planteó—. ¿Cómo formulas las dos situaciones operatorias de modo no metafísico o tautológico? Habría que distinguir la conducta operatoria puramente apotética, refiriéndonos así a una prolepsis en sentido amplio, y la conducta que además es proléptica en sentido estricto.
Nadie se había dado cuenta del silencio que había en el aula. Pendientes de esa absurda conversación. Ava lo miró desde abajo, y sus ojos fueron la respuesta.
—¿No sabes de lo que te estoy hablando? —Le preguntó, jugando sucio—.
Ella parpadeó, y no supo qué responder.
—No. —Susurró—.
—¿No?
Apretó los labios, asintiendo con la cabeza, y cuando apoyó las manos en la mesa de Ava cambió su expresión en una fracción de segundo, apretando la mandíbula.
—Ni siquiera puedes mantenerme una conversación. —Habló, y ella osciló su atención entre sus ojos marrones tras los cristales graduados—. Soy amable, no gilipollas.
Tardó en procesar, pero al final Ava negó con la cabeza, sin retirarle la mirada, y su expresión se relajó, cediendo.
Ella retiró la mirada, avergonzada por ese ardor que le producía perder.
—Lo siento.
—No quiero que me pidas perdón. —Miró la hora en su reloj roto, dejando de apoyarse en la mesa de Ava—. ¡La clase ha terminado!
Todos reaccionaron al escucharlo, levantándose de sus sitios. Ahora el aula se llenó de ruido; de gente guardando las libretas, portátiles, colocando las sillas o hablando entre ellos.
Ava se miró el regazo, donde tenía las manos.
—Pensaba que quería echarme porque no era capaz de seguir su clase. —Confesó, hablando cuando ese nudo en su garganta desapareció—.
—Soy profesor, Ava. —Le recordó—. No quiero alumnos que ya sepan todo el temario.
Ella levantó la mirada dubitativa.
—No eres menos inteligente por preguntar algo que no entiendas. No me decepcionas por preguntarme algo.
Jonathan negó con la cabeza, y Ava lo miró con un brillo en sus ojos, sintiendo el alivio de una herida que no sabía que le sangraba.
—Lo siento.
—No quiero tus disculpas. —La disuadió, desviando su atención un instante para encender su teléfono. Luego miró a Ava a los ojos, y le sonrió—. Quiero que busques qué es la prolepsis y apuntes tus preguntas para la próxima clase.
Ava miró su sonrisa, y subió la mirada hacia sus ojos, repasando el contorno de sus gafas con la mirada. A lo largo de su vida académica la habían echado de varias clases por discutir e interrumpir. ¿Por qué él era tan paciente?
—Eres una buena chica, Ava. —Casi pareció que leyese su pensamiento. La miró con algo que pareció ternura, ¿la estaba mirando a ella o estaba recordando a otra persona?—. Pero no te creas más lista que yo.
La señaló con el dedo índice, sonriéndole por última vez antes de irse.
—Aún no.
Lo miró mientras bajaba las escaleras. Sin interrumpirlo.
Ella apretó los dientes, y suspiró por la nariz. Sí que estaba agotada, quería dormir, quería darse una ducha de agua caliente y meterse en la cama mientras llovía fuera. Pero no estaba lloviendo, y tenía que trabajar al mediodía.
—Hola, Ava.
Giró la cabeza y levantó ambas cejas al ver a Blake a su lado.
—Hola. —Pronunció, sin saber cómo reaccionar al saber dónde publicaba sus vídeos. Y como había dicho Eddie: la tiene bastante pequeña, así que...—. ¿Podrías pasarme los apuntes de esta clase?
Le pidió mientras recogía sus cosas.
—Claro, claro. Oye, ¿y te importa si...?
Dijo algo, pero Ava no lo escuchó. Ajustó la tira de su bandolera y se levantó de la silla.
—¿Qué? —Le preguntó, mientras intentaba deshacer un nudo de su coleta floja—.
Pasó por el lado de Blake y subió las escaleras, para salir por la otra puerta.
—Si te importaría que —La siguió peldaños arriba—, te los diese en la cafetería, tomando algo.
Volvió a carraspear al pedirle eso a Ava Verona, la élite de la universidad junto a Wanda Kamiński.
—Sí, bueno, trabajo ahí, así que... —Le respondió, mirando la hora en su teléfono—. Joder.
Aceleró el paso, sosteniéndose la bandolera, y cruzó el pasillo entre el mar de estudiantes, girando a la izquierda para subir las escaleras.
—Adiós. —Se despidió Blake, meciendo la mano en el aire—.
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