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03

Ava recobró la consciencia sentada en la taza del baño. Eran las cinco de la mañana y el sol apenas despuntaba en el cielo. 

Perdió tiempo en una ducha rápida para intentar recobrar su identidad. Se colocó las lentillas frente al espejo, delante de su reflejo borroso. Y se subió los pantalones de tiro alto, abrochándose el cinturón de cuero negro. Everton era frío, pero entraba en una catarsis en el cambio de estación. Con el cielo perpetuo en un sentimiento pesimista, las calles mojadas, y soplaba un viento frío que se colaba bajo la ropa como un ladrón de guante blanco.

Salió del baño, y fue directa a por uno de sus abrigos largos y con bolsillos. La lana la abrazó, y exhaló un suspiro. Antes de salir tomó una aspirina, esperando que tratara su persistente dolor de cabeza, el nudo que sentía en la boca del estómago, y que también solucionase el mareo que sufría al levantarse demasiado deprisa.

Se encontró con Eddie en el autobús, pero ella estaba fuera de cobertura mientras él le hablaba con una alegría y una pasión que... La agotó con solo escucharlo. Bajaron en la parada del campus, Ava sacó su paraguas negro, y Eddie la siguió mientras hablaba sin parar.

—Vale, sé que no eres una persona de mañanas, pero. —Se puso delante de ella—. 

Ava solo levantó la cabeza cuando lo tuvo delante, y vio su pelo blanco empapado por la llovizna.

—Tengo algo muy importante que decirte.

Ava frunció mínimamente el ceño, con una expresión decaída, como si las bolsas de sus ojos le pesaran.

—¿Hace cuánto que me sigues?

—¿Qué? ¡Ava!

—Tengo que trabajar. —Lo apartó, pasando por su lado—. Hablamos más tarde

—¡Ava! Ni siquiera me estabas escuchando. Vamos... Sé que te gusta el cotilleo tanto como a mí.

—No tengo tiempo, Eddie. —Dijo con voz rasposa, intentando una vez más pasar por su lado, pero él se movió para impedírselo—.

La señaló con el índice, mojándose bajo la llovizna mientras un trueno recorrió las nubes grises. Ava se encogió de hombros por el escalofrío que desencadenó ese sonido.

—Te acompaño a la cafetería. —Propuso. A veces su acento inglés era más sedoso, y utilizaba otras expresiones, denotando que él venía de Londres—.

—Tienes clase de alemán.

—Que le den por culo al alemán. —La alentó, andando a su lado mientras entraban en el gran recibidor de la universidad—.

—Últimamente mandas a tomar por culo muchas cosas.

—Deberías aprender más de mí.

Se dirigieron a la cafetería del campus. Olía a café, a libros y a madera húmeda.

Eddie siguió hablando entusiasmadamente sobre una tal Noah, y mientras la saturaba con demasiada información Ava sacó las llaves para abrir las puertas de cristal. 

—...entonces perdió su oportunidad, y no vas a creer lo que hizo. —Eddie siguió hablando, sentándose en uno de los taburetes de la barra—.

Ava se anudó el delantal en la cintura, y dejó sus cosas en el almacén. Empezó su día abriendo un nuevo envase de granos de café para reponerlo en la máquina.

—Espera, ¿qué tiene que ver Blake con todo esto? 

—Oh, oh... —Dijo, llegando el clímax de su historia con una risa—.

Ava encendió el horno y luego se giró, recogiendo el capuccino de la cafetera para dejarlo delante de Eddie.

—Gracias. ¿Por dónde iba?

Frunció sus cejas desteñidas, y el septum de su nariz empezaba a molestarle a Ava. Siempre lo llevaba torcido.

—Por... —Musitó, dejando de mirarle la nariz para subir a sus ojos azules—. Por la ruptura de Noah y Blake.

Sacó una bandeja negra y la dejó sobre la barra, empezando a dar forma a los pequeños croissants mientras lo escuchaba.

—Noah rompió con Blake, porque... Ya sabes, es un irascible, siempre quiere ser el centro de atención, y siempre estaba mirando a tías cuando creía que Noah no estaba ahí.

—¿Cómo lo sabes? Solo has hablado con Noah. Sacar una solución solo viendo una cara del poliedro no te va a funcionar.

—¿Lo estás defendiendo?

—No. Ni siquiera lo conozco. Y me atropelló con una bicicleta.

—Pues parece que lo haces. Y no se lo merece.

Dio un trago a su café.

—Noah era la que mantenía la relación a flote, y cuando dejó de aparentar que todo iba bien Blake no intentó arreglarlo. Aunque ahora, Ava, llega la parte más interesante. Tenemos a una estrella del porno yendo a clases con nosotros.

—¿Qué? —Gesticuló ella, frunciendo mucho el ceño mientras pintaba la masa con almíbar—.

—Sí, sí, Noah lo dejó y él dijo: a la mierda, voy a cumplir mi sueño. Su vídeo más visto tiene mil me gusta.

—¿Y cómo sabes eso?

Metió los croissants en el horno, y se limpió los restos de harina en el delantal negro.

—¿No se te ha pasado por la cabeza que he podido encontrarme sus vídeos por error?

—No. —Sacó una bayeta para limpiar la barra—. Blake no es tu tipo.

—Cómo me conoces. —Sonrió—. Noah fue al apartamento para recoger sus cosas mientras Blake estaba en clase, y se encontró con una carta de PornHub.

—¿Abrió su carta?

—Pf, claro que sí. ¿Tú verías el logo de una compañía porno y no la abrirías?

—Abrir el correo de otra persona es un delito.

—Cualquiera lo hubiésemos hecho. Y era su ex, así que Noah tenía un poco de derecho a abrirle las cartas.

—Si se entera la universidad pueden echarlo. 

—Relájate, Ava. Tampoco es para tanto. Noah no va a decir nada, ninguno de nosotros va a decir nada del tema. Pero tenía que contarte esta bomba.

Se rio. Pero Ava lo miró con el ceño fruncido, sin entender el propósito de esa burla. Blake estaba ganando dinero, era un trabajo que no le quitaba demasiado tiempo, y seguía siendo constante con sus notas y su presencia en clases... Mientras Ava trabajaba cuatro días a la semana, estudiaba mientras ponía cafés, y ni siquiera podía permitirse tener la calefacción puesta durante mucho tiempo. 

Siendo sincera, le tenía un poco de envidia.

—...y la tiene bastante pequeña, así que... —Ava volvió en sí, y sólo captó el final de esa frase—.

—¿Qué?

—Oh, vamos. Ha sido imposible no buscar los vídeos después de saberlo.

—Le pueden quitar la beca, Eddie.

—¡No voy a decir nada! —Se santiguó—. Te lo juro.

Desvió los ojos hasta el reloj de la pared.

—Ah, joder. Ya son las siete y media. Tengo que pasar por el observatorio. Ya pediré los apuntes de alemán.

—Espero que no te molesten mucho a principio de trimestre.

Eddie se levantó y recogió su mochila.

—Nos vemos en física y te termino de contar. —Se despidió, tirándole un beso—.

—Adiós. 

Eddie se fue por la puerta abierta, y cuando el eco de sus pasos se esfumó Ava ya había terminado de limpiar la barra y escobar el suelo. Sola, en el letargo de su trabajo, cuando el día se alzó sacó el móvil al escuchar una notificación. 

Un e-mail de la profesora de álgebra, había mandado un documento con el examen corregido y la nota. A Ava se le paró el corazón en ese mismo instante. Un frío repentino la invadió hasta la nuca, cediéndole un escalofrío prematuro.

8'78. Esa era su nota sobre diez. 

Su respiración se volvió irregular, y sus manos temblaron levemente. No podía permitirse esos números. No podía bajar de un nivel, sin irregularidades en su nota media.

Apretó el teléfono, sosteniéndolo con ambas manos. Perpetua en la antítesis de sus pensamientos, se atormentaba por los gritos de inútil, y mediocre que la seguían a todos sitios.

 Podía haberlo hecho mejor, y lo sabía.

—Ey, Ava, ¿todo bien? —Habló un hombre, entrando en la cafetería aún vacía—.

Se acercó a la barra con una sonrisa y vio a Ava al otro lado, pegada a la pared.

—¿Estás bien?

Ava no se percató de su presencia hasta que le habló directamente, así que se secó las lágrimas de rabia.

—Si, estoy bien. —Volvió a girarse para atender—.

Al mirarlo le dedicó una sonrisa despreocupada y apoyó las manos en la barra, viendo en su expresión que no terminaba de creérsela.

—Me lavo las manos después de llorar. ¿Qué te sirvo?

Él se contagió de su sonrisa, curvando sus labios entre la barba dispersa. Pedro Peña era el decano de la universidad, profesor de química y astrofísica estelar.

—Un té verde no estaría mal.

Asintió con la cabeza, y se giró para calentar el agua. Él fue el profesor que le otorgó la beca tres años atrás, y ambos habían desarrollado una buena relación. Otros profesores y compañeros siempre los veían hablando en los pasillos, o bromeando sobre algo en la cafetería. 

Ella era una alumna ilustre, dedicada y no le importaba corregir a alguien si se equivocaba, incluso al profesor. Y él era un profesor que permitía demasiado a sus alumnos, tenía un sentido del humor demasiado laxo y cabía decir que sus métodos de enseñanza eran poco ortodoxos.

—Que tenga un buen día, profesor. —Le sonrió, dejando su taza preparada—.

—Igualmente, Ava.

Él le devolvió la sonrisa, tocándole el hombro. 

Se sentó justo al lado del cristal, para poder ver la lluvia mientras acercaba la taza humeante a sus labios. La cafetería empezó a llenarse; de profesores que necesitaban rellenar sus termos y estudiantes que extendían sus libros y apuntes por toda la mesa. Pedro dio un par de tragos a su infusión, revisando los e-mails en su teléfono, hasta que alguien llamó su atención.

—¡Eh!

Jonathan buscó con la mirada a su amigo hasta que lo encontró en la última mesa, con un sitio libre delante de él. También le sonrió y se acercó, dejando sus libros y la cartera de cuero sobre la mesa.

Se dejó caer en la silla, y se acomodó en el respaldo mientras se pasaba una mano por el pelo. Ya lo tenía demasiado largo.

—Hoy estoy jodido. —Se quejó, suspirando—. Tengo que organizar el temario de todo el curso, y el horario con diferentes clases.

—Al menos sigue gustándote madrugar. —Se metió una mano en el bolsillo, buscando la cartera—. Pide algo, yo te invito.

—Gracias. —Suspiró Jonathan, cruzándose de brazos sobre la mesa—. ¿No te quedas?

—Sé que te gusto, pero podrías ser más sutil. 

—Que te den.

Pedro se rio, levantándose.

—Tengo una reunión a la que estoy llegando tarde. —Lo despidió, palmeándole el hombro—. Que disfrutes conociendo a la zorra de la rectora.

—Qué considerado.

Jonathan se puso en pie para dirigirse a la barra, esperando su turno mientras unos estudiantes pedían en grupo. Recibió un mensaje y sacó el teléfono del bolsillo, entrando en Whatsapp.


Julie
Iris no ha podido ir al colegio por la gripe
Me la quedo hasta el lunes

Frunció el ceño al leer ese mensaje, tecleando una respuesta.

Jonathan A. West
No, le prometí que hoy nos veríamos

Julie
Podéis hacer una videollamada

Jonathan A. West
No puedo abrazarla a través de una pantalla

—¿Qué será, profesor?

Levantó la vista del teléfono, acariciándose la mandíbula con una mano. Solía pellizcarse la barba, era un tic nervioso.

—Un café con leche y un sándwich vegetal, por favor.

La chica asintió con la cabeza y empezó con su pedido.

Julie
Está a treinta y ocho de fiebre y tiene una tos espantosa
No puedes llevártela

Frunció el ceño de nuevo. Estaba empezando a indignarse con las restricciones que su ex mujer utilizaba para castigarlo.

Levantó la mirada y vio una pequeña terraza, a resguardo de la lluvia, pero nadie se había atrevido a salir con ese frío. La chica ya había servido su pedido en la bandeja, así que pagó con el billete que le había dado Pedro y dejó la vuelta como propina.

Al poner un pie fuera sintió el cambio de temperatura, llenándose los pulmones del olor de la lluvia y la tierra mojada. El cielo seguía gris, iluminado intermitentemente por truenos.

Dejó la bandeja sobre la mesa. La brisa fría acarició sus rizos grises, haciéndolos bailar. Lo primero que hizo fue marcar la opción de videollamada.

—Hola. —Respondió Julie, ocupando la pantalla con su rostro—.

—¿Puedes pasármela?

—Claro.

A través de la pantalla pudo verse cómo abría una puerta con varias estrellas y corazones, para entrar en una habitación plagada de dibujos y muñecas. A Iris le encantaban las manualidades y el color rosa. Las paredes de su cuarto, las sábanas y la alfombra eran del mismo color en diferentes tonos.

Sonrió embobado con la imagen de su hija recién levantada. Su pelo rubio estaba hecho un desastre. No recordaba la última vez que la despertó para ir al colegio

—Hola, cariño. 

—¡Hola, papá! —Lo saludó, abriendo mucho sus ojos oscuros al verlo. Tomó el móvil con ambas manos—.

—Estás preciosa.

—¿Por qué no has venido, papá? —Demandó la niña, haciendo un puchero que se congeló por la mala cobertura—. Nunca estás en casa. ¿No quieres estar conmigo?

—No, no cariño no es eso. —La consoló con un tono suave, negando con la cabeza. Se irguió en la silla—. Me estoy muriendo de ganas de que vengas a vivir conmigo. Y decorar tu nuevo cuarto, y visitar todos los museos que quieras.

Le sonrió a la pantalla, con una nostalgia que se condensaba en su voz. Podía oler el champú de camomila y almendras de su pelo rubio sin estar a su lado, ¿cuántas semanas habían pasado desde que le dio ese beso en el aeropuerto?

—¿Entonces por qué no vienes? —Le reclamó Iris, con sus cejas rubias muy juntas—.

Él apretó los labios, diciéndose a sí mismo que era demasiado dramático si se ponía a llorar en ese mismo instante. 

¿Pero qué se le decía a una niña? "¿Tu madre me echó de casa porque le parecía un puto aburrido que le estaba consumiendo la vida cada día que se despertaba a su lado?" 

Jonathan suspiró, levantando ambas cejas, y negó con la cabeza.

—Porque... —Buscó las palabras, cuidándose de que no le cortaran la lengua al pronunciarlas—. Mamá me ha dicho que estás muy enferma. ¿Es verdad?

—No.

Negó repetidas veces con la cabeza, con un rubor encantador por la fiebre.

—No, puedo ir contigo ahora mismo, papá.

—Hay unos mocos que te están delatando.

—¿Qué significa delatando? —Dijo con voz nasal, cruzando sus ojos al intentar mirarse la nariz—. Ah...

La mano de Julie apareció para darle un pañuelo a Iris, y ella sola se limpió.

—Delatar significa que se ha descubierto una mentira. 

—¿Cuándo dejen de salirme mocos podré ir contigo?

—Por supuesto, cariño. Te lo prometo. —Se corrigió a sí mismo—. Te lo juro.

—¡Bien! ¡Bien! Te voy a enseñar los dibujos que hemos hecho en clase y todas las estrellas que me ha puesto la señorita Davies.

—¿Si? —La alentó con una sonrisa tonta—.

—Sí, ya nos han enseñado a leer y soy la mejor de toda la clase. —Balbuceó Iris con una voz nasal, sorbiéndose la nariz. Luego se quedó mirando la pantalla, mientras él le sonreía—. Te echo de menos, papá.

—Yo también. Mucho. —Evitó suspirarlo—. Te quiero, Iris.

La niña se acercó el teléfono a la cara y dejó un beso en la pantalla.

—Nos vemos el lunes, cariño.

—¡Adiós! —Se despidió con la mano, emocionada—.

Julie colgó la llamada, y lo dejó con su propio reflejo en la pantalla negra. Dejó de sonreír.

La echaba de menos, las echaba de menos. Habían pasado quince meses y aún no podía hacerse a la idea de su nueva vida. Que Julie lo dejase todo, de un día para otro, simplemente no entraba en sus planes. 

Ella era el color, la intérprete y la música en la partitura gris que era él. Ya no había amaneceres, puntos suspensivos ni una oportunidad. Solo días, meses, y una página nueva que no sabía si quería leer, pero fue arrojado fuera de su propia historia. Estaba en otro país y con los papeles de un divorcio firmados... Por culpa de un sueco de metro noventa, CEO de una empresa fraudulenta a la que Julie ayudó con su bufete de abogados. 

Apretó los dientes de rabia al pensarlo.

—¿Le gustan los museos? ¿Cuántos años tiene?

Parpadeó al escucharla, percatándose tardío de su presencia por estar sumido en sus pensamientos. 

Ava estaba sentada dos mesas más allá. Pero no lo miraba a él, miraba la lluvia. 

—Por Dios, pareces un fantasma.

—Lo siento, no... —Intentó disculparse, girando la cara para hablarle. Lo primero que llamaba la atención eran las bolsas oscuras bajo sus ojos—. No quería escuchar la conversación, pero tampoco quería interrumpirle...

—No me trates de usted. —La reprendió sutilmente—.

Ella asintió con la cabeza, con la mirada puesta en el suelo, y luego volvió a girarse para ver cómo la lluvia caía sobre las flores.

—Tiene casi seis años. —Dio un sorbo a su café con leche, aunque ya estaba tibio—.

No respondió, sentada dos mesas más allá, con una pierna pegada al pecho y una taza pequeña al lado.

—Te veo triste. —Pensó en voz alta—.

Ava giró la cabeza.

—Tú también. —Le contestó, con su acento inglés—.

Él dio un mordisco al sándwich, empezando su desayuno.

Ava tragó saliva, parpadeando lentamente mientras millones de gotas caían delante de sus ojos. Tomó una respiración profunda, inhalando el olor a tierra mojada y lluvia.

—"La alegría resulta de la plenitud y la tristeza de la carencia. Se trata de estados de ánimo motivados uno por exceso de presencia y el otro por ausencia total de algo que no se sabe explicar".

—Vaya... Odias a Nietzsche pero citas sus frases. 

—No odio el pensamiento de Nietzsche. Odio la persona que fue.

—Me alegro de que hayas aprendido la diferencia.

—Aún no he podido terminar el libro. —Se excusó—.

Cuando Ava leyó el título "El nacimiento de la tragedia" no pudo evitar sonreír al darse cuenta de que con eso le estaba demostrando porqué Nietzsche fue tan polémico y a la vez un gran filósofo. Demolió los débiles argumentos que intentó defender en clase y luego le mostró porqué.

—No importa. —Le restó importancia con un ademán—.

—Claro que no importa. —Suspiró por la nariz y se encogió de hombros—. Podría leer todos los libros de Nietzsche para defender mi pensamiento y seguirías terminando mi argumento con dos frases. 

—Por algo soy el profesor. —Le recordó—.

—Ya, bueno. —Se apiadó Ava, encogiéndose de hombros—. Soy la mejor de muchas clases, ¿lo sabías?

—Entonces acostúmbrate a perder en la mía. —La avisó, arqueando una ceja—.

Ava esbozó una pequeña sonrisa que no terminó de nacer, y el viento arrastró los mechones castaños que se escapaban de su recogido. 

—Dios mío, has sonreído. Va a dejar de llover.

Ella negó con la cabeza, reteniendo el fantasma de su sonrisa en los labios. Volvió a mirar la lluvia, y él siguió con su desayuno.

Tardaron un rato en volver a hablar, y a ninguno de los dos le molestó ese silencio. Hasta que un ligero ruido, tan sutil que podría haberse camuflado con la brisa, la interrumpió. Tenía hambre, pero seguía sentada sin hacer nada, como una bohemia que perdía la consciencia entre las gotas frías de la lluvia. 

Sentía un ardor en la boca del estómago, y esa sensación le cedía náuseas al solo pensar en comida. Empezó a dolerle cuando recibió el e-mail con su nota. O quizá solo fuera un efecto secundario de tomar tantas pastillas para el dolor de cabeza.

Paró de pensar al percibir un olor alentador, despertándola de su letargia, y giró sutilmente la cabeza para seguir el rastro. A su lado, dos mesas más allá, el profesor West tenía un cigarro entre sus dedos, y también giró la cabeza al sentir que lo miraba.

—¿Te importa?

Ava lo miró, respirando el mismo humo que él exhalaba, y la punta encendida le recordó a una luciérnaga.

—No. —Le respondió, mirando sus manos—.

En un pestañeo lo miró a los ojos, y él volvió a llevarse el cigarrillo a la boca.

—Ava te necesito en la barra. —La otra camarera también salió a la terraza—.

—Voy. —Recogió la tacita de café que se había servido como desayuno—.

La otra chica volvió dentro, y Ava mantuvo la puerta abierta con el codo.

—Ten un buen fin de semana. —Se despidió Jonathan, golpeando sutilmente el cigarro para hacer caer la ceniza—.

Ella dejó de mirar la cola que había al otro lado de la barra para despedirse, dejando ese ambiente cargado y con calefacción para volver al frío de la terraza y la lluvia que caía sobre las flores.

—Igualmente, profesor.

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