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01

Era una mañana fría en los brazos de septiembre. Ava caminaba por las calles de Everton con las manos en los bolsillos y el viento cortándole los labios. Bajó por el boulevard que anunciaba la entrada a la universidad, y las hojas secas crujían, moribundas, bajo sus pasos.

—¡Eh! ¿Qué estás escuchando?

Giró la cabeza, y un chico con el pelo desteñido, blanco, se acercó con una sonrisa y un septum acariciándole sutilmente el labio.

—Nada, Eddie. Son cascos de cancelación de ruido. —Le respondió, quitándoselos para que descansaran alrededor de su cuello. Y el mundo recobró todo el volumen de repente—. También te lo dije la semana pasada.

Él frunció el ceño, sin recordarlo.

—Disculpe. —Una de las chicas llamó a Eddie desde la mesa de la terraza—

—Aún no he abierto, chicas. ¿Me dáis un minuto?

Fue hacia ellas, sacando las llaves. Ava lo miró de espaldas, siguiéndole para entrar en la cafetería-librería. Algo chirrió detrás de ella. Las puntas de sus orejas se movieron al recibir ese ruido, y su cuerpo se aplastó contra la pared, golpeándose la nuca.

—¿¡Puedes poner un puto ojo por donde vas!?

—Lo siento. Joder, lo siento mucho, estoy llegando tarde. Ava, ¿verdad?

El rubio señaló con un ademán la chapa de la universidad en la bandolera de Ava. Ella seguía con el ceño fruncido, ¿iba a clases con ese chico?

—Sí.

—Yo también he perdido la clase de álgebra. —Volvió a jadear—. Vaya mierda que la hayan cambiado por esa clase de filosofía, ¿a que sí? Pero igualmente tengo que ir para subir nota con algo, y estoy llegando tarde, joder.

Ava desvió la mirada, incómoda, al ver que le hablaba largo y tendido como si la conociera.

—Ey, ¿puedo pedirte un favor? Los pasillos de la universidad parecen todos iguales, y aún me pierdo. ¿Podrías acompañarme?

—No. 

—¿Qué? ¿De verdad? Solo serán diez minutos, incluso me sirve un dibujo. O podríamos ir juntos, tiene pinta de ser una clase interesante.

—No lo creo. —Lo interrumpió—. Sinceramente, no me importa lo que pensaban unos hombres del siglo VI antes de la era común. La filosofía es tan básica pero tan aplaudida como un mono abriendo un envoltorio que está hecho para abrirse.

—Vale, vale. Solo intentaba ser amable.

—¿Te parece que atropellarme con una bicicleta es ser amable?

—Te pido perdón de nuevo por eso. —Apretó los labios—. Pero antes has dicho la fecha del inicio de la filosofía griega.

El rubio arqueó una ceja.

—Así que algo debe interesarte el tema.

—¿Por qué te interesa si me interesa un tema? —Le respondió, sin entenderlo—.

Él frunció el ceño.

—Bueno, da igual. —Se despidió, volviendo a montar en su bicicleta—. Gracias por tu ayuda.

—De nada.

Pedaleó, desapareciendo entre las estrechas calles inglesas.

—¿Quién era ese? —Dijo Eddie, apoyándose en la pared—.

Ella giró la cabeza para contestarle, observando directamente la mancha de polvo que cruzaba su delantal gris. Eddie trabajaba en la librería más cercana a la universidad, y su almacén se basaba en paredes de piedra antigua sin laminar.

—Me ha atropellado con su bicicleta para decirme que no sabe dónde está una aula.

—Uh, que buen comienzo. —Bromeó, sonriendo—.

—¿Comienzo de qué?

—De esas típicas historias sobre amor. —Rio—. Quién sabe, quizá terminas follándotelo.

Ava murmuró algo, con el ceño fruncido, siempre aguantando esos comentarios por su parte.

—¿Qué me dices? Era muy guapo.

—Todo tuyo si lo quieres. Estará en la clase de filosofía.

—Agh, siempre igual, Ava. —Arrugó la nariz, negando con la cabeza—. Llevamos tres años de carrera y ni siquiera te he visto hablando con un tío.

—Hablo contigo.

—Ya, me refiero a un tío no gay. O una mujer no hetero.

—No me gustan las mujeres.

—No te gusta nadie.

Ava también se apoyó en la pared, a su lado. Miró el cielo plagado de nubes, sin un vestigio del sol efímero.

—La profesora de álgebra ha tenido que suspender la única clase antes del examen. —Exhaló—. Iba a apuntarme a la optativa de Termodinámica y Física Estadística, ¿quieres que te inscriba?
Él resopló.

—Me gustaría desapuntarme de la mitad de asignaturas, ¿por qué querría más estrés? 

—Es un requisito de la beca. 

Eddie giró la cabeza al ver dos chicos más entrando en la librería, incorporándose.

—Y es un requisito de mi salud mental dormir siete horas seguidas si no quiero matarme. —Empujó la puerta—. ¿Nos vemos en el taller esta tarde?

Le dio la espalda, y entró en la librería con bombillas de luz cálida. Un ámbar agradable que incitaba a la gente a sentarse y leer algo. Ava tragó saliva, encogiéndose por el frío que recorría las calles.

—Sí. Nos vemos, Eddie.

Casi sin darse cuenta empezó a andar hacia el campus.

Se dirigió a la imponente estructura de la universidad, que eclipsaba gran parte del campus y lucía la estética desvalida del conocimiento arcaico. Los ladrillos rojos habían perdido el color al pasar de los años, y la piedra, de ahora un marrón negruzco, se moldeaba a los arcos de las ventanas y los balcones. 

Las farolas apenas podían resistir a la niebla, y los árboles se agitaron a su alrededor por una ráfaga de viento. Ese día de otoño resultó ser mucho más frío.

Llegó hasta las puertas abiertas, y sus pasos llenaron el silencio del recibidor. El típico olor ambiguo a libros y pino le dio la bienvenida mientras subía las escaleras en total solitud.
Entró en una aula del primer piso, con la pizarra aún llena con ecuaciones de procesos radiativos.

—¿Habéis visto a la profesora Margarett? —Le preguntó a unos chicos, que aprovechaban ese tiempo para repasar—.

—No, lo siento.

—Oye, perdona Ava, ¿puedes ayudarnos con esto?

Ella se acercó un poco. Su mala caligrafía era difícil de leer.

—En los casos de simetría esférica, la ecuación de Lane-Emden es integrable para solo tres valores del índice politrópico n.

—¿Qué? —El chico con gafas le arrebató el cuaderno—. ¿Te has equivocado al principio del problema? Eres... Eres imbécil.

El culpable apretó los labios, borrando con la goma casi toda la página.

—Gracias. 

—¿Sabéis cuántas plazas quedan para Termodinámica y Física Estadística? 

—Mhm... No lo sé, pero creo que esa optativa ya está cerrada.

—Si se anunció justo ayer. —Apretó los dientes—. ¿Acaba de irse la profesora? 

—No, aquí han organizado una clase magistral de filosofía, ya que a la rectora le hacía ilusión suspendernos la última clase de álgebra antes del exámen...

—¿Qué? ¿Aquí? En esta aula iban a hacerse las inscripciones.

—Sí, pero han reorganizado el horario de las aulas. 

—Siento mucho el retraso.

La puerta corrediza se cerró, y los grupos se disolvieron para tomar asiento. Ava miró a su alrededor, y vio que el profesor ya había llegado.

—Mierda.

Apretó ese susurro entre los dientes, buscando un sitio al ser la única en pie. Se escuchó el ruido de unos folios contra la mesa, o el desliz de un portátil abriéndose, y mientras los alumnos se preparaban el profesor ya había abierto la bandolera de cuero.

—Soy el profesor West. —Se presentó, girándose hacia sus alumnos—. 

Ava puso los ojos en blanco, bajando la cabeza para sostenerse con una mano. La impaciencia la consumía, debía inscribirse en otra asignatura optativa para cubrir las horas mínimas de la beca y el plazo cerraba antes del mediodía.

—...me gradué en la universidad de Yale, y llevo veinte años ejerciendo la docencia. 

Lo miró sin mucho entusiasmo. Su acento itinerante dejaba claro que era americano, pero no se esclarecía de qué región. Mientras que su aspecto llevaba la esencia de oriente, de piel morena y ojos oscuros. Una nariz recta, aristocrática, donde descansaban unas gafas de montura fina. Sin embargo, el tiempo, había formado sal y pimienta en su barba.

—Acabo de llegar a Inglaterra, a vuestra universidad, y con esta clase espero inculcar la pasión por la filosofía. 

Eran pocos alumnos, apenas llenaban las cuatro primeras filas, pero eran más que suficientes para dar una clase. El profesor se colocó delante del escritorio, y el jersey se ciñó sobre su pecho cuando se cruzó de brazos.

—Ya tenemos una pasión por otro tema.

—Cierto. —Asintió con la cabeza, alzando ambas cejas, y señaló al chico—. Tú, ¿cómo te llamas?

—Blake, profesor.

Ava giró mínimamente la cabeza, para enfocar de reojo al chico que había hablado. Detrás de ella, casi al otro extremo de la fila, estaba el rubio de la bicicleta que la había atropellado.

—Blake. —Repitió el profesor, mirándolo tras sus gafas de montura fina—. ¿Tú crees que la filosofía sirve para algo?

El chico se encogió ligeramente de hombros. Ava apoyó un hombro en la pared, presa en el transcurso de la clase.

—Sé sincero, no voy a poner una observación en tu expediente por decir lo que piensas.
Blake apretó los labios unos segundos.

—¿No? 

—Interesante, ¿qué es la filosofía? 

Esa vez se lo planteó a toda la clase. Cuando el profesor se metió las manos en los bolsillos, Ava se percató de que llevaba un reloj en la muñeca, con el cristal roto. Frunció el ceño al verlo.

—La filosofía es... Una ciencia que se basa en las características, las causas y efectos de la realidad. —Respondió una chica—. Busca dar respuesta a la existencia, la verdad y la ética.
Él entrecerró los ojos.

—La filosofía no son solo preguntas profundas y verdades absolutas. —Discutió, dando unos pasos frente a ellos. Giró levemente la cabeza para observar el semicírculo que formaba la clase—.

Hubo un pequeño silencio que nadie se aventuró a llenar. El profesor West arqueó una ceja, ladeando la cabeza.

—La filosofía es cuestionarnos todo lo que hemos dado por sentado. Se encogió de hombros exageradamente.

—¿Acudir hoy a clase porque hay un profesor? ¿Y si el profesor es un espejo?

Alguien apuntó algo en un papel, y otra persona tecleó algo en su portátil.

—¿Qué define una cosa? —Hizo énfasis en esa palabra, cerrando el puño—. El sistema nos ha enseñado que graduarnos es la definición del futuro idílico al que tenemos que aspirar. La "auténtica felicidad" que nos venden. ¿Pero y si me acompañais al Starbucks del centro y os presento a un compañero de carrera que trabaja allí siendo un tío muy feliz? Parece que nos hemos olvidado de preguntarnos, ¿quiénes somos? ¿De dónde venimos y hacia dónde vamos? La filosofía sirve para reflexionar y cuestionar las cosas... Quizá por eso la quieren eliminar.
Ava pensó en levantarse e irse, pero no le pareció correcto interrumpir una clase. Mientras escuchaba, su escepticismo crecía por palabras.

—¿Pero de qué sirve estudiar el pensamiento y el raciocinio humano? —Discutió Blake—. ¿Acaso no son los mismos pensadores los que escarbaban en la antigua Grecia con un pensamiento retrógrado?

—¿Qué hay de la curiosidad humana? 

—Hablemos de la metafísica. —Respondió el profesor, apuntando con el índice a aquella chica—.

Ava no pudo evitar soltar una pequeña risa al escucharlo, presa del tedio.

—¿Qué decía Nietzsche sobre el universo? Conocéis a Nietzsche, ¿verdad?

La mayoría musitó un sí, asintiendo con la cabeza.

—Nietzsche entiende la metafísica como el acto de división del ser en dos mitades o dos mundos: el mundo terrenal y el mundo suprasensible.

Apretó los labios para no ponerse a reír, pero no pudo evitar soltar una carcajada entre el silencio. Eso llamó la atención del profesor, que solo tuvo que girar la cabeza hacia la izquierda y se encontró con la castaña sosteniendo la pared con un hombro.

—¿Te he hecho reír? —Le dijo, refiriéndose a ella directamente—.

Lo miró a los ojos, y el profesor West tenía los brazos cruzados, acariciándose la barba con una mano. Ella asintió con la cabeza, reteniendo esa risa en el diafragma.

—"El mundo se reencarna al igual que las almas". —Citó. El profesor seguía callado, esperando a que continuara—. ¿De eso va a ir la clase? ¿De... Teorías espirituales de Occidente?

Él se pellizcó la barbilla.

—¿Acaso no es el Big Bang también una teoría? ¿Dios? ¿El universo primordial? ¿La reencarnación?

Ava resopló, reteniendo una media sonrisa, y unas marcas de expresión en la comisura de sus labios.

—"¿Es Dios sólo un error del hombre o el hombre sólo un error de Dios?"

Ella negó con la cabeza, quitándole la mirada.

—¿No te convence Nietzsche?

—No lo sé, ¿no deberíamos apresar la obra a su artista, profesor? 

—Pf. —Resopló un compañero—. Hace tiempo que deberíamos haber aprendido a separar la obra del artista, Ava.

—Sí, sí, ese concepto se aplica muy bien en hombres. ¿Sabes acaso qué hizo Einstein? ¿O Fitzgerald?

No le dio tiempo a responder.

—No, claro que no lo sabes. Pero con Artemisia Gentileschi lo primero que dicen sobre sus cuadros es que a los dieciocho años su maestro la violó. O Yoko Ono, que la definen únicamente como el problema que separó a los Beatles.

—Tampoco es...

—¿Crees que deberíamos vetar a Nietzsche por la clase de persona que era? —Lo interrumpió el profesor, levantando una mano para callar al chico—.

Ella lo miró, frunciendo los labios antes de contestar, como si fuera tan obvio que le quemase la lengua tener que explicarlo.

—Era un misógino que violó a su hermana pequeña y mantuvo una relación abusiva con el compositor Wagner. ¿Por qué deberíamos seguir exponiendo a Nietzsche en los libros de filosofía como un gran pensador, profesor?

Su planteamiento, dentro de sus argumentos y esa arrogancia que acariciaba la educación, dibujó una sonrisa al profesor West. Se acomodó las gafas antes de responderle.

—Hablamos de un hombre que vivió en el siglo XIX. 

—La época no justifica su comportamiento. También creció bajo muchas influencias religiosas y pensó por sí mismo para romper ese lazo, ¿por qué deberíamos justificar su trato hacia las mujeres o en las relaciones sentimentales?

—Es verdad que hizo comentarios brutales sobre algunas mujeres. Sobre su madre y su hermana, por ejemplo. Pero en el mismo escrito, sin embargo, elogia a Cosima, la esposa de Wagner. Considerándola de una naturaleza noble. 

—Y si no eras rica y guapa, caías en su saco de "inservible".

—Mhm... No exactamente. 

Deambuló frente la clase callada.

—En el libro "Soy Dinamita" nos muestra que supo valorar a las mujeres que eran inteligentes, y en esto era una auténtica rareza en su tiempo. Repetidas veces afirma que "la mujer perfecta es superior al hombre perfecto".

Ava apretó los dientes.

—Solo hablaba desde la condescendencia.

—¿Crees que nosotros, como sociedad, podríamos haber evolucionado sin esos pequeños detalles?

—Lo que...

—Bajo su misoginia podría vislumbrarse el reconocimiento de una potencia femenina invisibilizada. —La interrumpió—. Desde su visión patriarcal, podemos reconocer una crítica a los hombres. Y a partir del ensayo "Nietzsche y el feminismo", la imagen del látigo no se dirige contra la mujer en sí misma. Más bien, pretende provocar a un cierto tipo de feminidad: la servil, la oprimida, la esclava.

Ava tuvo que morderse la lengua de mala gana, apretando los dientes.

—Una parte de él —Siguió el profesor West—, aportó al cambio. "Todo lo que se mueve, es movido por algo". Por eso lo recordamos como un gran pensador en los libros de historia. No como una buena persona.

Ava tragó saliva, y mientras se miraban, el profesor dibujó una sonrisa amable. Dejó un margen de silencio como aliciente, esperando por si Ava seguía con su intento de debatir. Pero ella solo apretó los dientes, molesta, y le quitó la mirada en un pestañeo.

Alguien formuló otra pregunta, y la clase prosiguió. Pero ella, ajena al tiempo, retuvo el remordimiento de no haber sabido qué responder. Hasta que el reloj sobre la pizarra anunció las ocho en punto, y todos empezaron a recoger, sembrando el murmullo de unas conversaciones prematuras.

—Bien, la clase ha terminado. —Anunció, dejando de apoyarse en el escritorio—. Y espero haber despertado en vosotros ese ruido que produce el reflexionar.

Algunos se fueron y otros se agruparon para hablar sobre la próxima clase, pero Ava no se movió de su sitio. Se llevó el pulgar a los labios para morderse la uña, quedándose mirando a la nada mientras procesaba su conversación, el ruido de los papeles y el bullicio se desarrollaba a su alrededor como un ruido estridente.

—Creía que debatir era tan fácil como un mono abriendo un envoltorio.

Giró la cabeza para encontrar a Blake a su lado. Tenía una dilatación en la oreja, y una sudadera con el nombre de la universidad: Universe Imperial Collage.

—Soy un aficionado a la filosofía, ¿sabes? —Le sonrió—. Y me ha parecido una pena que la mayoría se quedasen callados y muertos cuando nos han incluido algo de humanidades. ¿Por qué no puede gustarnos el arte si estudiamos física?

Ella no respondió, parecía estar sumida en algún tipo de juego mental, y solo reaccionó cuando escuchó el ruido de la puerta corrediza.

—¡Profesor!

Blake tuvo que apartarse para que ella pasara. Se quedó en la tercera fila mientras Ava cruzaba la bandolera en su pecho y bajaba las escaleras.

El profesor West frunció el ceño en el pasillo, no muy convencido de que lo hubiesen llamado a él, pero se giró. 

Motas verdes salpicaban los ojos marrones que lo miraban, y unas ondas encrespadas se derramaban sobre sus hombros, del color del chocolate.

Ava apretó los dientes, resignada a lo que tenía que decir. Él también olía a libros, y a lienzos en blanco.

—Ha sido una clase interesante. —Estiró un brazo, tendiéndole la mano, y él arqueó ambas cejas, sin comprenderla—. Quería darle las gracias por haber gastado tiempo en responder a mi pregunta.

El profesor volvió a sonreírle, agachando la mirada para hablarle, y estrechó su mano.

—Era una pregunta que merecía el tiempo. —La halagó, aunque no supo distinguir si estaba siendo condescendiente—. 

Ava tragó saliva. Le dio la mano, y la sintió áspera y más grande que la suya. Lo miró a los ojos a través del cristal de sus gafas graduadas... Y por un instante, ante su presencia, no se sintió una adulta.

—¿Va a dar más clases? —Le preguntó, deslizando la mano de la suya. Obteniendo los restos de su tacto—.

Él ladeó la cabeza, alargando la letra m en sus labios.

—Lo intentaré. Pero aún tengo que hablar con la junta administrativa y la rectora.

—Me... —Cogió aire, mirándolo—. Me llamo Ava Verona. Soy de tercer año de astronomía.

Él volvió a sonreírle rápidamente, curvando sus labios entre la barba espesa.

—Encantado de conocerte, Ava. —Asintió levemente con la cabeza, manchando su nombre con ese acento americano—.

Ava se instigó a sonreírle de vuelta, aunque solo dibujó una ligera curva, y luego desapareció, observando la espalda del profesor West mientras se iba.

—Profesor. —Volvió a llamarlo—.

Se giró.

—Tiene el reloj roto.

Él agachó la cabeza, y sacó la mano del bolsillo, revisando la hora tras el cristal quebrado.

Esbozó una sonrisa que no fue para Ava.

—Lo sé. 

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