Capítulo 7: UN BONITO DESPERTAR
Alguien aporreó la puerta y me hizo abrir los ojos. La luz estaba apagada. Al parecer, Carlos la había apagado cuando yo me dormí. Le miré y estaba durmiendo como un angelito. El de detrás de la puerta seguía llamando a alguien. Salí de mis pensamientos y me enteré de que vociferaba aterrado el nombre de Carlos. Me levanté rápidamente y abrí la puerta. Era Ismael y tenía cara de pánico.
—¿Está Carlos aquí? —preguntó rápidamente cruzando el umbral. Divisó al buscado y lo despertó a gritos—: ¡Carlos, despierta!
—¿Qué pasa, tío? —inquirió somnoliento.
—A Lucas le ha dado un amarillo*, tienes que venir ya. Tú eres el experto.
«¿Qué cojones acaba de decir? ¡¿Un amarillo?! Me cago en todo», grité en mi interior con el corazón en la boca. Carlos se levantó velozmente y estuvo a punto de caerse debido a que se le enredó un pie en la sábana. Yo corrí detrás de ellos, exhausta. Salimos a la calle y los alcancé cuando se arrodillaron a los pies de varias personas. Entre ellos estaba mi hermano que sujetaba la cabeza de Lucas, intentando despertarlo. No vi el rostro de Lucas, la gente estaba en medio.
Carlos me pidió que le trajese Coca-Cola fría y comida. Eché una carrera hasta la cocina quitando a la gente de mi camino. Agarré un paquete de galletas y una Coca-Cola que estaba en el frigorífico. Se las llevé sin aire en mis pulmones. Ismael estaba levantando las piernas de Lucas. Le pasé a Carlos lo que había traído. Junto a mi hermano le dieron algo que beber y agua. Lucas yacía inconsciente sobre la grava del jardín y estaba lívido. Parecía un zombi.
Madre del amor hermoso, hasta dónde había llegado la fiesta.
Lucas empezó a espabilarse un poco enseguida y bebió casi medio litro de Coca-Cola. De las galletas no quedó ni rastro. Más tarde, vomitó y tuve que apartar la vista. Muchos del corro ya se habían ido porque vieron que había despertado. Para distraerme, miré la hora. Eran las dos y media. ¡Tan solo las dos y media!
Tras aproximadamente dos minutos, no pude contener mi curiosidad y me di la vuelta hacia ellos. Lucas ya estaba totalmente despierto y lo habían puesto de pie. Era de esperar que lo llevasen a una cama, pero a la mía no. Ni de coña.
Durante el camino empezó a sudar mucho y le entró el pánico. Le explicaron que todo estaría bien y que no se alarmase. Supuse que era algo normal. Cuando le miré a los ojos, los vi muy rojos, inyectados en sangre. Parecía un demonio.
Fui delante de ellos para evitar que entrasen en mi cuarto y le pregunté a Pablo dónde lo iban a llevar. Me respondió que a su habitación. Menos mal. Entré con ellos y, por suerte, no había nadie en el dormitorio. Lo tumbaron en la cama y yo fui a por más para comer. Cuando salí de la habitación me topé con Maite. ¡Al fin! Le dije que me acompañase y ella accedió, comunicándome que tenía cosas que contarme. Seguro que ya había ligado. Le conté lo que acababa de pasar con Lucas y vino conmigo a la habitación de Pablo.
Lucas estaba un poco menos pálido que antes, sin embargo, la preocupación entre los que estábamos en la habitación era palpable. Nunca había visto a alguien en ese estado. Parecía que estaba muerto, madre mía.
—¡Menudo susto nos has dado, cabrón! —exclamó Ismael.
¿Menudo? Había sido un susto terriblemente aterrador. ¡Joder!
—¿En qué pensabas? —inquirió Carlos—. Podría haberte pasado algo grave.
Lucas se quedó sin habla cuando él hizo esa pregunta, pero a los segundos mojó sus labios secos y ligeramente blanquecinos y habló:
—Lo siento, fumé más de la cuenta. —Agachó la cabeza tras decirlo.
—Joder, te voy a prohibir la marihuana, tío —gruñó Pablo.
No me podía creer que Lucas fuera un drogata. Me cagué en todo y casi sentí un mareo. No podía dar crédito a lo que habían escuchado mis oídos ni mucho menos a lo que yo misma había vivido esa noche con él. Se había bebido toda la botella de Jagger y después se había hinchado a fumar marihuana como un descerebrado imbécil. Nos cagó a todos con su estúpido patatús y casi me mata a mí de un susto. Menos mal que Carlos supo mantener la calma, de no ser por eso, ya veía a Ismael gritando como un loco pidiendo ayuda otra vez. Lo que menos me podía imaginar era a Lucas fumando sin control. Es increíble la de cosas que pasan en una noche.
Maite se sentó al otro lado de la cama de matrimonio de Pablo y miró a los chicos.
—¿Por qué fumaste tanto?
Esa era la pregunta que yo misma me había estado formulando minutos antes sin parar. ¿Por qué Lucas fumó tanto aquella noche? ¿Era por mí? ¿Porque intentó besarme y no pudo? Era decepcionante. En serio. Nunca pensé que me sentiría tan incómoda como lo estaba en ese momento. Lucas no contestó a su pregunta, se limitó a pedir un poco más de Coca-Cola. Maite lo miró expectante durante unos minutos hasta que se cansó e inclinó para levantarse de la cama.
—Estaba enfadado y fumé mucho, sí, ¿qué pasa? ¿Me vais a decir que no debería haberlo hecho?
—Claro que te lo vamos a decir, gilipollas, nos has matado del susto a todos. ¿No nos ves aquí preocupados por ti? —gritó mi hermano.
—Ya he dicho que lo siento. No volverá a pasar.
—Bueno, dejémoslo descansar un poco, iré a por más Coca-Cola. —Carlos estaba calmado. Parecía que eso ya había pasado antes. Y estaba dispuesta a averiguarlo.
Fui detrás de Carlos hasta que él retrocedió sus pasos al salir de la cocina con una botella de Coca-Cola. Frunció el ceño al verme. No me esperaba.
—¿Esto le ha pasado antes? —le pregunté.
—Dos veces. Nunca aprende... —farfulló casi frustrado.
—Joder —murmuré atónita.
«Lucas es un drogadicto», se repetía cansinamente en mi cabeza. No sabía qué hacer. Carlos entró en la habitación, le tendió la Coca-Cola y se sentó en la cama. Maite me arrastró hasta la puerta. Lucas me echó una mirada que me inquietó bastante. Era una mirada entre la frustración y la desesperación. La situación era deprimente. Abrió la boca antes de que yo me marchase con Maite, no obstante, la volvió a cerrar y no dijo nada.
Maite y yo nos sentamos en las escaleras del porche y ella me miró con cara de repulsión. Algo que no se esperaba le había ocurrido esa noche. «¿Será por el chico que conoció?».
—No sabes lo desilusionada que estoy.
—¿Por qué? ¿Ha ocurrido algo malo?
—¿Te acuerdas de Hugo? —Asentí—. Nos hemos besado.
—Eso es genial, parecía gustarte mucho... —La expresión de aversión de su cara me dejó sin habla.
—Tiene una tableta de huesos, tía... ¡Está más seco que un palillo!
Mi rostro pasó de preocupación a desinterés. ¿Eso era lo que le había ido mal?
—Maite... No todos los chicos van al gimnasio. Hay que fijarse en el interior, en la personalidad...
—Ya lo sé, tonta —me interrumpió—. Si a mí me gusta un montón cómo es.
—¿Entonces?
—Que me gustan también los tíos con tableta.
—Pero no todos la tienen y no puede dejar de gustarte alguien porque no la tenga. Yo de ti aprovecharía y estaría con él un rato para que lo conozcas más. —Maite hizo una mueca—. ¡Venga, dale una oportunidad!
—Bueeeno, te haré caso.... Sólo si me cuentas qué tal ha ido con Lucas esta noche.
Ahora la que hizo una mueca fui yo.
—¿Te lo has tirado?
—¡No! —Fui muy clara—. Estaba muy pedo e intentó besarme... Pero no pudo, Maite, no lo hizo. Se quedó como una estatua y luego se apartó. Ya sé que nos interrumpieron varias veces, pero aun así lo volvió a intentar y pasó lo mismo. Algo tiene conmigo que le trae mal.
—¡Joder, claro! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Estaba mal por ti, Bea!
—¿Qué? —chillé absorta.
—¡Ya sé qué está pasando!
—¡Habla! —le ordené.
Se aclaró la garganta.
—Carlos está enamorado de ti, ¿a que sí?
—Ah... Ya. Lucas y él se han peleado.
—Ese es el matiz que me faltaba, todo cuadra. Lucas intentó besarte para molestarlo. Vi a Carlos aporrear tu puerta y sé que vosotros estabais dentro. Por eso Lucas se ha llenado el cuerpo de marihuana.
—Por favor, no menciones más la palabra.
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*Amarillo: cúmulo de síntomas —entre ellos desorientación, paranoia, sudores fríos, pérdida parcial de la visión y/o audición— que puedes sentir si consumes marihuana en exceso.
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