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Capítulo 4: EL BESO ESPERADO

—¿Podéis beber en otro lado? —pregunté mientras me percataba de que Maite acababa de pegarle un sorbo a la botella de Pablo.

—Si salimos, van a querer los otros —me dijo Lucas.

Aquello era increíble. Lucas me hablaba sin parar. «Bueno, no te ilusiones, Bea...». Oh, mierda, me había quedado embelesada otra vez.

—Emm, pues escondedlas en la ropa, no sé —sugirió Maite.

—¿Y por qué te molesta que bebamos aquí? —me preguntó Ismael.

—Porque es mi cuarto. Es privado.

—¿Eso lo dices porque tienes una foto mía por aquí? —Levantó el cojín y miró debajo.

Ese tío parecía leerme la mente, sólo que la foto no era suya, sino de Lucas. Menos mal que la había escondido.

—¿Qué dices?

—Vale, vale, era broma —me dijo al fin.

Ismael empezó a reírse sin parar. Efectos de alcohol. Entonces, tiró de mí y me sentó a su lado en la cama. Al otro lado estaba Lucas y mi corazón se desbocó. «Que alguien me haga el boca a boca que me falta el aire». Ismael me echó un brazo por hombros.

—Oye, Bea, creo que deberías mirar... —Me sorprendió Maite que miraba a través de la puerta entornada.

Me levanté rápidamente y casi se me paró el corazón.

—¡Oh, mierda! —grité.

Mi abuela acababa de entrar. ¿Qué le iría a decir? Mejor dicho, ¿qué iría a pasarnos entonces? Cerré la puerta y eché el pestillo. Nunca lo ponía por si me quedaba encerrada, no obstante, en ese momento, no hubiese venido nada mal. Puse la espalda contra la madera, no para que me trajera suerte, no, era por si mi abuela llevaba una doble vida como karateka y la echaba abajo.

—¿Qué pasa? —preguntó Lucas.

—Mi abuela está en la fiesta.

—¡¡Diooooo, fiestuki pa la yaya!! —exclamó Ismael.

—¿Siempre se pone así? —preguntó Maite.

—Si supierais... —contestó Lucas.

—Oh, Dios, ¿qué va a ser de mí esta noche? —Suspiré.

—Eh, tranquila —dijo Lucas levantándose—, aquí nadie nos pillará. ¿A que no, Ismael?

Me estaba muriendo de amor. ¿Cómo podía ser tan guapo, tan educado y amable, tan bueno, tan tan...? Me iba a desmayar de un momento a otro. Menos mal que seguía pegada a la puerta y me podía sostener.

—Aquí nos montamos un trío —dijo Ismael.

—Somos cuatro, gilipollas —puntuó Lucas.

—Ni de coña. Más vale que lo saquemos, de verdad —dijo Maite.

—Eso está hecho —dijo Lucas mientras me apartaba suavemente de la puerta. ¿Que cómo fue su tacto? Indescriptible.

Me moví un poco, sin embargo, su cercanía me tenía paralizada. Lucas quitó el pestillo, abrió la puerta y salió Ismael. Miré despacio a Lucas y entonces vi salir a Maite también. Un momento... Necesitaba procesar la información. Me apoyé en la puerta de nuevo. Lucas la cerró y echó el pestillo. Sus manos estaban apoyadas a ambos lados de mi cabeza.

Vale, necesitaba reaccionar. Estaba con Lucas en mi habitación con la puerta cerrada. Sola, yo, con Lucas. ¡Con Lucas! Oh, no, nada podía salir bien. No me había dado cuenta de que había apartado la mirada y que contemplaba abstraída el suelo. Divisé la cara de Lucas de nuevo y no aparté la mirada. No hasta que algo me dijera qué mierda pasaba. Confiaba en que él no advirtiera mi suspensión cada vez que le tenía delante. Tenía varias preguntas. ¿Por qué quería Lucas quedarse conmigo? ¿O acaso ni siquiera era consciente de ello? ¿O era que sólo quería esperar para que no le pillasen? ¿De verdad estaba pasando esto?

Él me miró. Nos estábamos mirando hasta que él se acercó y coloco sus labios muy cerca de los míos. Estaba a punto de caerme, las piernas me flojeaban mucho. Puso sus manos en mi cintura y eso me ayudó a sostenerme. Me iba a besar, lo sabía. Quizás soñaba porque se me había olvidado decirle a Maite que me diera un tortazo. «Sí, estoy soñando».

—¿Por qué no te sientas? Pareces mareada.

No pude responderle, sólo dejé que me llevase a mi cama. No sentamos y él me miraba impactado. Luego, echó un vistazo a mi habitación, se levantó, cogió lo creo que era el paquete de pañuelos que tenía en el escritorio. Puede ser que eso fuera lo que antes le tiró Pablo. Sacó uno y se sonó los mocos. Regresó a mi lado, yo seguía en otro mundo.

—A veces, eres un poco rara, ¿sabes? —Rio.

«Lucas, párate. ¿Me está llamando rara? ¿Él? ¿A mí? Este no sabe con quién está hablando». Al fin, logré sacar la voz de mi garganta y me levanté para plantarle cara.

—¿Qué has dicho?

—Estás muy guapa desde esa perspectiva.

Se levantó de golpe, casi me caí por su rapidez, menos mal que volvió a sostenerme con sus manos en mi cintura. Acercó de nuevo sus labios a los míos. De repente, se escucharon golpes en la puerta y se detuvo. Yo desperté al fin. Aún necesitaba ese tortazo de todos modos. ¿Iba a besarme? ¡¡Joder!! «¡Maldito el que esté tocando la puerta!».

—¿Beatriz? —preguntó Carlos—. ¿Estás ahí?

—Oh, mierda —maldije en voz baja.

—¿Quién es? —me preguntó.

¿De verdad no reconocía su voz? ¡Joder, claro! Seguro que estaba borracho. Menuda mierda. Lucas iba a besarme porque estaba demasiado borracho. «Es un completo imbécil».

—Es Carlos —dije casi satisfecha.

Seguía tocando la puerta. Lucas volvió a acercarse y pude oler que su aliento seguía oliendo a Jagger. Apestaba. Se volvieron a escuchar los golpes en la puerta. Se sentó en mi cama, le pegó un trago al vodka de mi hermano y, al otro lado de la puerta, se escuchó:

—Sé que estás ahí, Beatriz.

—¿Qué quieres? —grité.

—¿Qué estás haciendo? —inquirió Carlos.

De verdad, no sabía qué le pasaba a ése conmigo esa noche, quizás se había enamorado de mí, por eso no dejaba de perseguirme. Claro.

—Dormir —mentí y me senté en la silla de mi escritorio.

Pensé lo que estaba pasando. Lucas estaba intentando besarme. Estaba borracho y lo que no tenía muy claro era por qué no me había besado aún si de verdad quería hacerlo. A no ser que se lo estuviese pensando... Estaba clarísimo que estaba entre la cordura y la locura. Posiblemente se estaba planteando si la locura acarrearía consecuencias. Estúpido Lucas.

—Ábreme.

—¿Para qué? Estoy durmiendo.

La excusa era fantástica, sólo que el tío era demasiado tenaz.

—No estás durmiendo, ábreme —insistió.

—Ábrele que se calle —susurró Lucas, apartándose lentamente la botella de vodka de la que estaba bebiendo.

Quité el pestillo y le abrí la puerta. Echó una ojeada a mi cara de decepción, luego a la habitación y a Lucas. No sabía cómo explicarle que no estaba durmiendo de verdad, no obstante, supongo que daba igual.

—Ya, durmiendo —dijo muy molesto.

—Emmm... —Le sonreí como pidiéndole perdón. No supe ni por qué, no habíamos hecho nada Lucas y yo.

—¿Ves? Es que lo sabía: era él.

Lucas se levantó, pero se quedó detrás de mí. Me preguntaba si estaría confuso y si se estaba preguntando de qué hablaba Carlos.

—¿Qué? —Me quedé atónita, aunque no supe por qué no me sorprendió—. Bueno, ¿querías algo?

—Ya nada. —Se fue, rendido.

En un intento de cerrar la puerta por parte de Lucas, se escuchan los gritos de mi hermano:

—¡Lucas!

—Oh, no. —Suspiré e intenté cerrar la puerta yo misma lo antes posible.

Algo en vano porque mi hermano va al gym y yo no, obvio que ganara él. Entró a la habitación como echando fuego. Tampoco era tan malo que estuviese con Lucas en un mismo espacio. Qué dramático.

—Empieza la charla —canturreó Carlos. Creí por un momento que sólo estaba dentro de mi cabeza, pero no, había vuelto y estaba al otro lado de la puerta.

—Tú aquí no pintas nada —le dijo Pablo a Carlos—. Y, en cuanto a ti, Lucas... ¿Qué está pasando aquí? —dijo mirándonos a los dos, uno consecutivo al otro—. Me voy un momento y os la montáis buena.

—¿Qué? ¿De qué hablas? —pregunté haciéndome la loca.

—No sé qué piensas, pero... —intentó ayudarme Lucas.

—Cállate —le interrumpió mi hermano.

—Oh, venga ya, Pablo. Si hay una razón por la que no te cuento nada, es esta —me sinceré, él me miró expectante. Posiblemente acababa de chillar a los cuatro vientos que me gustaba Lucas—. ¿Qué? Venga, dile que no tiene que ligar conmigo.

¡Y joder! Acababa de gritar también que Lucas estaba ligando conmigo. Puñetero cerebro que no piensa antes de hablar.

—Pero ¿qué dices? Sólo vengo a decirle a Lucas algo. —Se dirigió a él—: No sabes ligar.

—Chúpamela —contraatacó Lucas.

—Pablo, vete, ahora.

—No, no. Antes tengo que...

Lucas empujó a Pablo fuera de mi habitación y la cerró con pestillo. Me miró a los ojos y movió la cabeza hacia ambos lados lentamente. Acto seguido, dijo:

—Qué pesado se pone cuando va borracho.

—¿Sólo cuando va borracho? ¿En serio?

Nos reímos. Después, le hice la pregunta que tenía en mente. No pude evitarlo.

—¿Por qué te dice que no sabes ligar?

Alguien tocó la puerta otra vez. Era mi hermano reclamando su botella de vodka. Lucas se la pasó. Me contó que el primer día que fue al gimnasio, iban él, mi hermano y sus amigos, y él intentó ligar con una chica. Le preguntó que si iba mucho por allí y ella le hizo una mueca. Después, le sacó el dedo delante de todos sus amigos. Desde ahí, Pablo siempre le dice que no sabe ligar. Me contó que la cosa empeoró cuando a otra chica del gym le enseñó el bíceps y la chica se dio media vuelta. En toda la conversación, no paró de beber Jagger y de interrumpirse a sí mismo preguntándome si quería. A la enésima vez de negárselo, me preguntó por qué. Le dije que me sabía horrible.

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