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Capítulo 13: EL GRAN DILEMA

Me levanté como una mañana normal, quizás porque era un día normal, un lunes corriente. Sin embargo, los recuerdos de la noche del sábado aún andaban por mi mente como si quisieran comerse mi cerebro de un momento a otro. Necesitaba dejar de pensar en ello. Me centré en explicarles durante el desayuno qué fue del jarrón.

—Se me cayó justo ayer. Es una pena.

—¿Y qué hay de la lámpara del salón? —preguntó Flores.

—Estuve practicando kárate —respondió mi hermano.

—¿Kárate? ¿Desde cuándo haces kárate?

Las excusas venían de lujo, faltaba que se las creyeran. Tal vez colaron.

—No, ya no hago. Lo he dejado, es muy complejo —mintió.

—Oye, ¿dónde están mis galletas? —inquirió mi padre—. ¿Y mis barritas? ¡Oh, Dios! ¡¿Qué le ha pasado a mi tostadora?!

—¿Qué? —exclamamos y nos giramos simultáneamente Pablo y yo.

Lo vimos intentando que las tostadas bajaran, sin éxito.

—Ah, vale, está desenchufada. —Se calmó, soltando un suspiro de alivio.

—¿Por qué estás tan histérico? —le preguntó mi madrastra.

—Lo siento, es que me da la impresión de que algo ha ocurrido en la cocina. Me falta mucha comida.

—Ya, a mí también me da la impresión de que un torbellino ha pasado por el salón —lo apoyó Flores.

—Lo de la comida es cosa mía, me dio un ataque de hambre, pero ya he vuelto a la dieta, no os preocupéis.

Después de la fiesta, el instituto no me parecía el mismo ni mucho menos. Antes solía ir por los pasillos buscando a Lucas con la mirada por si nos cruzábamos o coincidíamos en alguna parte. Ese día no tenía ganas de verle.

Recuerdo que él me dijo que sabía perfectamente que yo estaba loca por él. Y sí, puntualizo: estaba. Ese día estaba más bien confusa. El día anterior le había dicho a Carlos que me gustaba y era verdad, sin embargo, no sabía qué era lo que sentía entonces por Lucas. Era difícil averiguarlo cuando él intentó besarme estando borracho. Sabía que lo había hecho para enfadar a Carlos, no obstante, tenía el presentimiento de que aún faltaba una incógnita por resolver.

La cuestión es que una vez ebrio tuvimos una extraña conversación en la que me preguntó si me gustaba. No le respondí y él me pidió expresamente que no le hiciera daño a Carlos. No le heriría de ningún modo. Ese chico me gustaba, me gustaba bastante.

Supongo que era asunto mío tener que descubrir mis sentimientos hacia Lucas para poder estar segura al cien por cien con Carlos. Pablo condujo su moto hasta el instituto y me dejó justo en la puerta, como todos los días. Me había vestido con pantalones vaqueros largos porque en octubre ya apretaba el frío, sobre todo yendo en motocicleta. Esperaba que mi hermano se sacara el carné del coche pronto. Maite aún no había llegado y decidí esperarla fuera al fresco porque al entrar siempre hacía calor.

Al instante, vi que Lucas acababa de llegar y me entraron los nervios. ¿Me saludaría? No, no quería que me saludase. «¿Qué hago?». Sin pensarlo mucho, me giré hacia la puerta y entré tan precipitadamente que me choqué con un chico. Era Ismael.

—¡Anda, hola, Bea! —me saludó sonriente con la mano en alto.

—Ah, hola, perdón. Es que llego tarde.

Salí pitando hacia los baños de chicas. Le diría a Maite que la esperaba aquí. No tenía ganas de ver a Lucas por ningún lado. Aquí era imposible que entrase. Puf, no sabía de qué modo reaccionar frente a él, así que por el momento preferí huir. Maite respondió rápida a mi mensaje:

Estoy llegando. Qué diablos haces en el baño escondida?

A los cinco minutos alguien entró por la puerta, era mi mejor amiga. Me sacó literalmente a rastras de allí y me pidió una explicación de camino a clase. Le fui sincera contándole lo que más me inquietaba en ese instante.

—Tía, no te rayes. Si te gustan los dos, líate con los dos.

—Tú estás loca, ¿no? —Puse los ojos en banco—. Sólo necesito un poco de tiempo. Es obvio que no puedo olvidarle de la noche a la mañana.

Maite asintió y entramos en clase.

La mañana transcurrió muy tranquila por mi zona del instituto. El problema llegó cuando pitó el timbre para salir al recreo. Era la primera vez en toda mi etapa escolar donde el timbre no era mi mejor amigo para nada. Hice amago por convencer a Maite de quedarnos en la biblioteca, pero ella se negó rotundamente y me llamó cobarde.

—No soy ninguna cobarde.

—Entonces sal ahí y plántale cara a ese par de idiotas.

—Sólo uno de ellos es idiota.

Una vez en el patio, no divisé a nadie de quien debiera esconderme. Solté el aire que había estado conteniendo con mucha tensión. Debería relajarme. No iba a pasar nada. «Venga ya, si ¿qué tendré que hacer?, ¿saludarles? Ya está. Puedo hacerlo».

Fuimos a la otra punta, donde estaban las pistas de fútbol. Nos sentamos en el banco de siempre y almorzamos un buen bocadillo. A mitad del recreo, vino a saludarme Fran y nos invitó a ir con su grupo de amigos. Maite aceptó; después de todo, Hugo estaría allí. Resultaba increíble cómo habían congeniado esos dos. Y eso que ni siquiera se conocían, estando en el mismo instituto, cosa que era muy rara en ella. Fui tras ellos, rezando por no toparme con nadie que no quisiese.

Al llegar al corrito de sus amigos vi a Lucas. Mis súplicas fueron inútiles. «¿Desde cuándo...? Esto sí que no me lo esperaba. Maldita sea». Mi amiga se dio cuenta al instante y me guiñó un ojo. Pasé del tema. Respiré hondo antes de acercarme al grupo.

—¿Os parece si el viernes vamos después de limpiar a cenar? Creo que nos lo vamos a merecer —comentó Fran.

Teníamos mucho que limpiar en la casa de mi abuela. Ella nos guardaría el secreto siempre y cuando hiciéramos lo que nos había pedido. Total, que habíamos quedado para limpiar el viernes después de clase todos los que nos ofrecimos a pagar los platos rotos: Pablo, Maite, Hugo, Fran, Carlos, Lucas, Ismael y yo.

—Yo ya he quedado —mentí. Lo último que me apetecía era cenar con Lucas.

—Ah, ¿sí?

—¿Con quién? —preguntó Maite, girándose hacia mí de manera exagerada, realmente asombrada y abriendo mucho los ojos.

Pensé rápidamente una respuesta sin mirarlos a la cara. Me encontré con los ojos de Lucas. Me estaba mirando. Me quedé petrificada. Mi respiración se volvió agitada. Creo que hasta ese momento nunca habíamos cruzado una mirada como esa. Apartó la vista para responder a sus amigos y reparé en que yo también debería contestarle a Maite.

—¿Qué?

—Que con quién vas a cenar —me repitió.

—Voy a cenar con mi padre.

Fran miró a Maite, como si ella supiera algo.

—Tu hermano no me ha dicho nada —dijo mi mejor amigo.

—Es un pasota, no se habrá enterado.

Comenzamos a hablar las dos con una chica que conocíamos desde hacía varios años mientras Fran platicaba con sus colegas del gym. El timbre tocó y fuimos camino de terminar el resto de las clases. Mi mejor amiga estaba charlando con su ligue mientras mi mente no dejaba de viajar continuamente a Lucas. Eso era insoportable. ¿Por qué me había mirado? ¡Y de qué modo! Parecía que quería arañarme los ojos con sólo un vistazo. Quizás estaba exagerando. O delirando.

Choqué con alguien cuando iba a subir las escaleras. Él estaba bajando. Carlos me agarró por los brazos y me apartó de la gente a un lado del pasillo.

—Hola, Bea. Por fin te encuentro.

—¿Me buscabas? —pregunté sorprendida.

Asintió.

—Me encantó la fiesta que hicimos en tu casa. —Sonrió de oreja a oreja. «Hicimos». ¡Yo no hice nada! Le devolví el gesto—. Así que he pensado en celebrar mi cumple el sábado en mi casa. He convencido a mis padres para que duerman fuera el finde.

Mi corazón palpitó muy rápido. «Otra fiesta como la del sábado pasado no, por favor». Negué con la cabeza con la esperanza de que viera que era una mala idea.

—¿Qué pasa? ¿No podrás venir? —Se le notaba en la voz que eso lo entristecía.

—La fiesta fue un descontrol, Carlos. Se va a liar parda otra vez.

—Qué va. Yo controlo. Vendrás, ¿verdad? —Me puso ojitos y unió las palmas de las manos en signo de súplica.

—Ohg, de acuerdo. Me lo pensaré.

Me dio un fuerte beso en la mejilla, me sonrojé un poco y me abrazó. ¿Cómo le iba a decir que no? No quería más líos. Esa fiesta iba a ser otro caos. Completamente.

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