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15



Semsperi nuevamente sintió aquel dolor en su vientre pero en ese momento no le dió importancia, solo quería ver a sus hijos.

—Mis niños...—Habló cuando escuchó a los guardias acercarse dejando a los príncipes caídos en el suelo a los pies de su abuela.

Su corazón se rompió al imaginar cómo los habían maltratado hasta desmayarlos pero conforme se acercaba a los jóvenes sentía como todo se acababa para ella, no estaban dormidos del dolor, ellos ya no reaccionaban.

—¿Mahmud?—Llamó a su hijo menor volteando su rostro el cual todavía se sentía cálido.—Selim...

Su voz se rompió al no sentirse escuchada, las personas que más amaba en el mundo yacían entre sus brazos llenos de sangre, no pudo evitar gritar con dolor al ver a su hijo mayor con el cuello cortado y sus ojos de terror plasmados en su rostro, como pudo intentó aferrarse a los tres cuerpos mientras gritaba desesperada.

—¡Allah!—Llamó a su Dios entre su dolor mientras su hermoso vestido se coloreaba de la sangre de sus hijos.—¡Traidores!

Todas las personas que se encontraban en la sala agacharon la cabeza sintiendo vergüenza, algunos lloraban en silencio pues nunca estuvieron de acuerdo con la muerte de los hijos del difunto sultán pero sus vidas dependían de ellos, Kosem llegó a sentir remordimiento pues por un momento en su cabeza se asomó el doloroso recuerdo de perder a su primogénito Mehmed.

—Desde ahora nadie volverá a atentar contra el trono de mi hijo.—Habló la anciana.—Llévensela y entierren a los príncipes tan pronto sea posible.

Los guardias forcejearon contra la viuda de Murad quien se negaba a separarse de sus hijos.

—El bebé...—Murmuró cuando con fuerza lograron separarla del suelo.

Se contrajo para sujetar su vientre ante el dolor que este le causaba al mismo tiempo que un gemido de dolor se escapaba de sus labios.

—Ya viene...—Habló casi sin voz a punto de caer desmayada.

—¡Llevanla a sus aposentos!—Ordenó Kosem, con una mirada hizo que Lalezar Kalfa siguiera su orden de acompañar a Semsperi durante el parto.

El nacimiento de su sexto y último hijo fue doloroso, el más fuerte que había pasado superando incluso al primero, a Semsperi ya no le quedaba la fuerza para pujar y por momentos tiraba insultos entre lágrimas pidiendole a las mujeres que la asistían por favor matarla en ese instante, pero como era de esperarse, la sultana dio a luz a un hermoso varón.

—Se parece mucho a su padre.—Sonrió la muchacha.—Sosténgalo, el bebé esta ansioso de verla.

—¡Apártenlo de mi!—Reclamó casi dormida.—Aléjenlo...

—Informaremos a la madre sultana del nacimiento del heredero, quizás puedan contener la ira del pueblo con una buena noticia.

—Allah los castigará, castigará al padre de este bastardo...

—Ha perdido mucha sangre, no fue un parto fácil...

Poco a poco las voces se hicieron más distantes hasta que finalmente cayó dormida deseando no volver a despertar.

Tan pronto como el niño nació e Ibrahim regresó al trono le dió un nombre "Mehmed", el príncipe había pasado en brazos de criadas y nodrizas que lo alimentaban, pero no importaba que hicieran, el pequeño lloraba por su madre.

Semsperi por desgracia despertó tan solo un par de días después pero su condición seguía siendo delicada, no había nadie que la consolara pues los príncipes ya habían sido enterrados y su única hija fue casada con un pasha sin siquiera permitirle despedirse, los días de la sultana se volvían cada vez más grises cayendo en la desesperación, ansiedad y tristeza, en la actualidad aquello tendría finalmente un nombre, depresión.

—¡Atención, el sultán Ibrahim!

Semsperi solo pasaba acostada en su cama mirando la ventana de su habitación, había adelgazado tanto que no era fácil reconocerla, su piel era pálida, sus ojeras de marcaron pues las voces de sus hijos aparecían cada noche en sus aposentos siguiéndola, sus cabellos que alguna vez fueron suaves y brillantes ahora estaban alborotados y opacos.

—Semsperi... Querida mía.—Ibrahim se acercó tratando de tomar su rostro pero ella volteó evitando así su contacto.—Nuestro hijo Mehmed quiere verte, no para de llorar, necesita de ti.

Ella no habló, recordar a aquel niño la mataba internamente o al menos lo poco de vivo que quedaba en ella.

—La madre sultana preparó a una concubina, la ha llamado Turhan.—Trató de tener su atención.—No entienden que a la única que amo es a ti.

—Si me amas... Ordena mi ejecución.—Murmuró.

—No puedo hacer eso.—Frunció el ceño.—¿Como puedo hacerte feliz? Deseo volver a ver tu bello rostro lleno de color y brillo.

—Mi Murad murió, mataron a mis hijos y casaron a mi princesa... ¿Como puedo ser feliz?—Sollozó.

—Todavía tienes un hijo, Mehmed.—Habló.

Ibrahim no aguantó verla de aquel modo, nadie podía entender el profundo amor que sentía por ella, nadie.

—Haré que traigan a Esma al palacio, haremos de su estancia lo más prolongada posible si eso puede hacerte sonreír.

—¿Como? La sultana Kosem no lo permitirá.

—Soy el sultán Ibrahim, nadie está por encima de mi, ni si quiera la sultana Kosem.

—Entonces demuéstralo...—Por primera vez lo miró a los ojos.—Regrésame a mi única hija, es la única persona que me queda.

—Te lo prometo Semsperi, ella estará aquí tan pronto como sea posible... Y yo, te tomaré como esposa ante la bendición de Allah.

Pero no dijo nada más, solo quería ver a su hija, después de todo ella ya era un alma perdida con un cuerpo en el mundo terrenal.

Algunos decían que la causante de la locura de Ibrahim fue la misma Semsperi pues el sultán no deseaba recibir a ninguna otra mujer del harem a excepción de Turhan quien era la mano derecha de su madre, cuando ella murió la cordura de Ibrahim se esfumó pero eso ya es otra historia.

—Madre querida.—Esma corrió a los brazos de ella sin importar su pequeña barriga.

—Mi princesa... Veo que pronto serás madre.—Sonrió.—¿Eres feliz con tu esposo?

—No es un mal hombre, nos respetamos el uno al otro y eso es suficiente para mi.—Aseguró dándole paz.—Me alegra estar contigo de nuevo.

—A mi también, mi hermosa sultana...—Unas lágrimas se le escaparon.—Puedo ser feliz con esta noticia.

—Algún día este infierno terminará, lo prometo, cuando mi bebé nazca prepararemos todo para huir, iremos a la tierra de la que viniste... Seremos felices lejos de aquí.

—No dudo de eso Esma, siempre haz sido astuta como tu padre.—Sonrió.—Pero por ahora recuéstate a mi lado, descansemos.

—Si, sultana.

Madre e hija se cubrieron bajo las sábanas, Esma recostó su cabeza en el hombro de su madre quien tarareó una canción de cuna para ella, pronto el dolor terminaría pues en una de sus manos una pequeña botella descansaba.

Aquella noche la muerte de la sultana Semsperi se anunció en el palacio, su corazón se detuvo mientras dormía, no hubo familia que no llorara su partida o concubina que no rezara por el descanso de su alma, el dolor había terminado.

Entre bellos rosales, una suave brisa y cantos de aves una joven Semsperi caminaba asustada pues no conocía aquel lugar, ya no sentía tristeza, tampoco le dolía el alma, estaba en paz como tantas noches le había rezado a Allah.

—¿Hola?—Dudó cuando escuchó unas risas no muy lejos de dónde estaba.

Caminó temerosa entre el bello jardín que parecía encantado pues un brillo especial salía de la hierba, a cada paso que daba las voces de aumentaban hasta que finalmente dió con los causantes del ruido.

—Hasan... Selim... Mahmud...

Su voz se rompió en un llanto alegre, los tres príncipes voltearon a verla y sin palabras corrieron los unos a los otros, Semsperi tomó a sus tres niños como pudo asegurándose de no dejar a ninguno fuera de su agarre.

—Mis preciosos niños... Lo siento tanto, no pude protegerlos.—Sollozó.

—Estamos bien mamá, estamos bien ahora que nos acompañas.—Murmuró Hasan.

—Mi amor, mi príncipe... Tu padre estaría orgulloso de saber que su hijo todavía es recordado como el Sultán Valiente.

—Lo está, mamá.—Aseguró.

Dos personas más se unieron a la reunión, Semsperi sonrió a mas no poder cuando una pequeña niña se acercaba de la mano del amor de su vida, su esposo, su sultán.

—¡Oh Allah!—Se puso a la altura de su niña.—Mahpeyker, mi pequeña sultana.

—Finalmente estás aquí.—Después de años la voz de su esposo la llamó.

La sultana plantó varios besos en el rostro de su pequeña antes de ponerse de pie para apreciar a su amado Murad quien abrió sus brazos dejándola descansar en su pecho mientras lloraba.

—Te he estado esperando por mucho tiempo, esposa.—Acarició aquellos cabellos que amaba y extrañaba tocar.—Te amo tanto que mi alma no puede descansar sin la tuya.

—Murad, mi amor... Lo siento tanto...

—Shhh, deja todo atrás.—Besó la frente de su mujer.—Estamos juntos, aquí no hay más dolor y no lo volverá a haber... Lo juro.

Los esposos se sonrieron antes de darse un beso, finalmente estaban a salvo de los pecados del mundo terrenal, Semsperi había llegado al lado de su esposo e hijos, por primera vez luego de tanto tiempo pudo sentir felicidad en brazos de quienes amaba.

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