11
El harem aclamaba el nombre de Allah pues la felicidad fue momentánea cuando nació la última hija del Sultan Murad y su haseki.
—Es tan hermosa como su madre.—Murad habló a penas con ganas.
A pesar de las quejas de su familia, Murad se puso de pie para nombrar a su hija, la más esperada de la familia finalmente había llegado a ellos.
—Tu nombre es Mahpeyker...—Besó la cabeza de la pequeña princesa otomana.—Mi pequeño ángel.
—Creo que la dinastía tiene suficiente.—Bromeó Semsperi quien cansada había tenido a su hija.
—Haz traído al mundo a mis hijos, nunca había sido tan feliz como lo soy ahora.—Murad le pasó a Semsperi la pequeña neo nata.
—Allah mediante la veremos crecer llena de amor.—Hasan vio enternecido a su hermana.
Una fuerte tos se escuchó de repente, Murad nuevamente se debilitó tomando asiento en la cama de su esposa.
—Acuéstate padre, no debes esforzarte tanto.—Mahmud ayudo a su progenitor.
—Nos quedaremos con ustedes.—Selim dio el primer paso para acostarse junto a su madre quien arrullaba a Mahpeyker.
Luego Mahmud, Hasan y Esma tomaron lugar en la cama sintiendo el calor de su familia, era lo único que necesitaban, permanecer juntos.
—Algún día me iré de este mundo... Y lo único por lo que le rezo a Allah es que cada uno de ustedes encuentren la felicidad, mis príncipes sean leales entre ustedes, no ambicionen el trono porque eso solo envenenará sus almas.
Los tres jovenes observaron a su padre preocupados de sus palabras mientras su esposa mantenía su oído en el corazón de su esposo asustada de que en algún momento se detuviese.
—Esma eres la mayor de mis princesas, camina de la mano de Mahpeyker, guíala si tú madre no llegase a estar... En esta vida solo nos tenemos los unos a los otros, nuestra familia, no dejen que nadie los separe.
—Prometo que así será, padre.—Selim habló algo afligido.
Entonces la familia real descanso, olvidando momentáneamente sus puestos, responsabilidades y problemas, eran solo ellos latiendo en un solo corazón, unos esposos amándose, unos padres adorando a sus hijos, hermanos protegiéndose los unos a los otros.
Esa misma noche, el sultán Murad partió de ese mundo, los gritos de la haseki se escucharon en cada rincón del castillo suplicando la piedad de Allah, los príncipes refugiaron a su madre entre sus brazos tratando de calmarla mientras el palacio, el harem, el pueblo y demás lamentaban aquella pérdida, un joven sultán moría y el alma de su esposa le seguía.
Frente a la viuda estaba su esposo, estaban a pocos segundos de que lo llevaran para que el pueblo y jenízaros puedan decirle un último adiós a su gobernador.
—Sultana...—Yasemin Hatun se acercó a la mujer.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de la castaña rompiendo una vez más en su llanto, sus sollozos rompió el corazón de las criadas que la acompañaban, algunas forzaron su calma pues debían verse bien para que la sultana pueda seguir con la cabeza en alto.
—Las personas que nos aman no quieren vernos llorar, nuestro sultán no querría verla así.
—E-Estoy bien...—Con su muñeca limpió sus lágrimas.
Su corazón dolía, el alma se le había salido del cuerpo, no había lágrima que podría expresar su dolor, no quedaba voz en ella para gritar a su Dios desesperada por marcharse al lado de su amado.
—¿Sultana?—Volvio a hablar la criada.
Finalmente asintió, había llegado la hora de ir a la torre donde podría ver la despedida de su marido, a su lado se mantenían sus hijas, la neonata estaba en brazos de su nana mientras Esma abrazaba las piernas de su progenitora.
Pero su paz no duraría mucho pues se avecinaba la tormenta, una tormenta con nombre "Kosem"
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