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Parte única

Eran el cliché andante de enemigos implacables durante el día y, por las noches silenciosas de Yokohama, amantes empedernidos.

No se toleraban, mas se morían el uno por el otro. No soportaban la compañía ajena a no ser que fuese entre las sábanas. Y ellos estaban bien con aquel acuerdo implícito, perfectamente bien.

Mori lo sabía.

Fukuzawa lo sabía.

Akutagawa lo sabía.

Atsushi, para su mala suerte, lo sabía.

La mitad de la Agencia Armada de Detectives lo sabía.

La Port Mafia entera lo sabía.

Quizás, medio Yokohama lo sabía.

No obstante, nadie lo mencionaba en voz alta. Era el secreto a voces de ambas organizaciones, y también estaban de acuerdo con ello.

Gran parte del cuerpo de hombres de Chuuya en la mafia se derretía por él, admirando en su persona cada bello detalle que poseía, soñando con alguna vez colarse en su cama o con aprovechar que abriese algún vino para apocar las distancias con él. Tanto mujeres como hombres bajo su mando le había dado más de una devota mirada de deseo en numerosas ocasiones, viéndole como el ser más atractivo y sensual de la tierra entera. Empero, la lujuria de los soñadores chocaba contra una gran barrera; todo quedaba en miradas y anhelos, porque no había ser que desconociese que esa criatura etérea era solo y únicamente montada por Osamu Dazai. Y no existía ser viviente que osase poner una mano sobre el mayor objeto de deseo del demonio prodigio.

Incluso aunque no fuese más un miembro de la mafia, aterraba a más de uno con el simple pasaje de sus anécdotas de boca en boca. Y, ciertamente, nada de aquello le molestaba a Chuuya. No se hubiese atrevido jamás a involucrarse de esa manera con un subordinado, y a su vez, le excitaba de una manera descomunal que supiesen que dormía con Dazai. Era un placer irracional, pero él no era un hombre que le negara la entrada a los placeres que le otorgaba la vida.

Tal vez fuese por la gran reputación que tenía la renombrada persona que era su amante, tal vez fuese por la gran cantidad de muchachas que asimismo soñaba con enredar a Dazai entre sus piernas, tal vez por la descarada osadía que significaba revolcarse con el traidor más grande de la organización a pesar de su gran lealtad, o tal vez fuese alguna tontería más. Pero le encantaba que la gente supiera que su cuerpo era marcado por Osamu Dazai de cuándo en cuándo.

A Chuuya le fascinaba derrotar a Dazai en cualquier tipo de contienda, incluso si se trataba de quién eyaculaba último. Ése era, incluso, su competencia favorita, y la que más practicaban con absurda maestría, de hecho.

Verle, tenerle, entregársele. Todo se resumía a él y en cuánto le deseaba. Aborrecía sus labios y lo que de estos salieran. Exceptuando, claro estaba, cuando le besaba con aquel deseo que parecía incrementarse con cada noche. O cuando sus labios recorrían su cuerpo en su entereza hasta hacerle olvidarse su propio nombre. Porque Dazai era un bastardo repugnante, mas ni el mismísimo dios del sexo podía competir contra él.

No eran pareja; no había compromisos ni existían leyes entre ellos. No se manejaban por medio de ningún acuerdo ni le temían a enamorarse. Era un concepto conciso que ambos veneraban, que era el placer y la satisfacción personal, corpórea y espiritual. Sin embargo, cada uno podía trazar su propio camino y desandar sus pasos como quisiese, siempre y cuando volviesen a los brazos del otro en algún momento. Y aquello no era una imposición ni mucho menos, sino un hecho; sin obligaciones, siempre volvían a encontrarse. Porque Chuuya oyó una vez en un bar a un ebrio que, entre hipidos, rezó que uno siempre vuelve a los viejos lugares en donde amó la vida.

Era por eso que no todo era un paraíso lujurioso con rosas. Chuuya, ahogado en sus cavilaciones, razonó lo que hasta un niño se daría cuenta, y era que, sin duda alguna, ya extrañaba a Dazai. Extrañaba su cuerpo y sus besos, y todo aquello que involucraba acostarse con su enemigo. Osamu era, a sus ojos y sentir, la persona más diestra en la cama que había conocido; no era una bestia ni un toro indomable, era un amante calmo, erótico e innovador. Chuuya poseía una indiscreta fascinación por sus artes del sexo, y eso conseguía que ningún otro amante lograse satisfacerle de la misma manera.

Aquel problema no era, a grandes rasgos, uno grande. Sin embargo, un factor inequívoco era que ambos habían perdido juntos aquello que era catalogado como virginidad, y asimismo tuvieron, a la par, su segunda, tercera, cuarta vez. Desconocían hasta qué número repitieron el suceso antes de tomar el valor que requería lanzarse de lleno al abiertísimo mundo de la sexualidad. El resultado de eso fue que, para ese punto, ya se conocían de punta a punta y de toque a toque, y muy a pesar de Chuuya, el sexo, al igual que muchas cosas en la vida, era algo rutinario y de costumbre. Porque complacer al máximo a una persona precisaba tener un conocimiento acerca de su cuerpo, sus gustos, sus manías y sus límites. Y aquello, justamente, se conseguía con la costumbre, una que Dazai y él llevaban a la perfección. A su vez, el cuerpo humano también era algo que se acostumbraba, irremediablemente, a las sensaciones. Para una persona como Chuuya, que detestaba los cambios rotundos y que prefería mantener costumbres, encamarse con alguien que no conociese su cuerpo como su compañero usual se había convertido en un desperdicio de su tiempo, por lo que, a pesar de sus intentos varios, su catálogo fue acotándose más y más hasta el punto de solo entregarse a Dazai, y era esa la mismísima razón por la cual disfrutaba tanto de él, porque era el único sexo que podía tener y era maravilloso, su cuerpo estaba programado para estallar cada vez que se tratase de Dazai quien le tocaba.

Sin embargo, desconocía de si su amante sentía lo mismo, y aquello le crispaba los nervios. No se trataba de celos ni porque tuviese algún sentimiento por él que superase la lujuria misma, ni se trataba, en este caso, de una competencia; sencillamente, no deseaba ser el único patético de los dos incapaz de concretar el asunto con alguien más.

Tampoco podía darse el lujo de charlar el tema seriamente con su compañero ya que se convertiría, sin duda alguna, en su objeto de burla por un tiempo inestimable.

Mientras le daba una calada a su cigarrillo en aquella mañana en la que las cavilaciones le arrastraban de lado a lado, dándole un paseo por la frustración de su vida sexual, sacó el teléfono del bolsillo de su saco y lo observó por un rato, distrayéndose con el aroma ahumado. Iba a decirse a sí mismo que todo aquel rollo era una molestia para ambos y que era una tontería que no debía involucrar a nadie más que a él mismo, mas supo que aquello no abandonaría su mente hasta que lo hablara o, mejor aún, tuviese un orgasmo.

No dudó en dejarle un mensaje a Dazai, diciéndole que se vieran esa misma noche en el bar de siempre. A pesar de que sus reuniones eran para acostarse, les gustaba engañarse y mantener el juego de la cita previa. Había veces en las que se veían en el lugar sin siquiera tomar un trago, pero allí se encontraban. Si se topaban, por casualidad, en la calle, no había necesidad de la charla y las provocaciones, simplemente se desplazaban a algún lugar apto para el acto, y lo hacían. Porque si el encuentro era fortuito, se trataba entonces de un placer otorgado por la vida y, al igual que Chuuya, Dazai era incapaz de negarle la entrada a los placeres, especialmente al del clímax.

El cigarrillo se extinguió y, a lo largo del día, varios más siguieron su camino hasta que se hizo la hora en la que Chuuya se deslindó de sus deberes como ejecutivo y se fugó al bar. Sorpresivamente, Dazai, el siempre impuntual, ya le esperaba allí.

—Pero si se trata de Chuuya Nakahara —anunció, volteándose desde su asiento junto a la barra, surcando sus labios en una sonrisa socarrona.

En ese momento en que le vio, sentado de piernas cruzadas con aquella elegancia de la que carecía, sintió un mundo de placer formarse en él, dejándose seducir por aquella sonrisa embaucadora.

Su enemistad había visto la luz en el instante que se conocieron. Eran niños sin las almas de tales, y aunque mantenían una pésima relación, debían convivir. Luego, con los años, la situación se puso de cabeza y sus ríos tomaron cauces opuestos. Sin embargo, a pesar de todo, los ríos siempre desembocaban en el océano. Y de la misma forma, sus pasos siempre les hacían volver a verse.

No había forma en que pudiese dejar atrás a Dazai, sin importar cuánto rencor aglomerara dentro de sí. Y aquello siempre le generaba la misma duda: ¿qué era lo que sentía por él? ¿Le amaba, le aborrecía, o simplemente le usaba y se dejaba usar?

—No sé si es un milagro que estés aquí tan temprano —saludó, dedicándole una sonrisa y tomando su lugar junto a él—. O si es que has hecho algo muy malo.

—Podría ser un milagro que yo hiciese algo muy malo.

—Ya veo, santurrón —murmuró, observándole de frente.

—¿A qué se debe tu invitación de hoy, Chuuuuuya? —soltó sin tapujos, apoyándose sobre la barra y mirándole de reojo.

—Para jugar al Monopoly, ya sabes —fue su respuesta, aún con el cuerpo girado hacia él—, maldito imbécil.

—Nos vimos la semana pasada para jugar al Monopoly —alegó, dibujando una travesura en sus rasgos—. Acaso, ¿te estás enamorando de mí?

Chuuya rio con amargura y mantuvo silencio por unos segundos. Tornó su cuerpo hacia la barra, adoptando la misma posición que su acompañante, apoyando su codo sobre la mesa.

—Ojalá supiera qué responder a aquello —murmuró en respuesta—. No tengo idea de por qué te he llamado.

—No obstante, lo hiciste —objetó, aún sonriendo—. Tantas ganas tienes de verme.

—¿Tú no?

Ahí fue Dazai quien rio, con los mismos matices. Giró su rostro hacia Chuuya y, apoyando su barbilla sobre la palma de su mano y su codo sobre la mesa, le otorgó una mirada que cifraba mil y un enigmas.

—Soy un hombre sencillo, Chuuya —contestó—. Veo una oportunidad y la tomo.

—Yo soy una oportunidad que solo tú puedes tomar, maldito bastardo —confesó, mirándole de reojo y suspirando—. Supongo que es el motivo que nos ha reunido.

—Eso lo sé mejor que nadie, mas no creí que fuese una molestia para ti —se burló con gracia y una gran sonrisa.

Chuuya, en su impetuoso silencio, suspiró y cerró el puño con fuerza. Sabía que no era un tema que podría tratar con Dazai, y aún así se decepcionó. A su vez, sabía que Dazai podía leerle como a un cartel de luces neón, inspeccionando todo de sí desde su distancia. Lamentablemente, aquello también le excitaba. Cuando vio que se aproximaba el barman hacia su sector de la barra, sintió una mano deslizarse por su espalda alta y se encorvó de golpe, como un látigo que era blandido.

—¿Sabes qué? —espetó, parándose de su asiento de un salto y posicionándose detrás de su acompañante—. Tenía la certeza indudable de que no podría charlar contigo hoy, así que levántate y vamos a la cama.

—Qué directo estás hoy, Chuuya, yo hasta pensaba en otorgarte flores —le declaró, parándose asimismo. Una vez junto a su asiento, Chuuya ya se había adelantado unos metros hacia la puerta. Era una clara forma de decirle que le esperaba, pero no tanto.

—Un miserable como tú sería incapaz de pagar por unas flores —le escupió ya con el pomo de la puerta en la mano. Abrió la puerta y salió para dejarla que se cerrara sola.

Dazai dio un paso largo y alcanzó la puerta antes de que se cerrara. No respondió, mas le dio a la espalda frente a él una sonrisa acerba.

El camino hasta el lugar de Chuuya era, como lo era usualmente, silencioso, furtivo y a paso lento. El dueño del departamento iba adelante y el otro pisándole los talones. Sin embargo, el silencio no era incómodo, era necesario. Se trataba de una constante duda por parte de ambos, de esas que no deseaban escuchar.

Al llegar, el ritual era también el mismo. Chuuya abría la puerta y Dazai le seguía. Se sentaban en uno de los sillones y compartían una copa de vino, al menos en las ocasiones en las que, como aquella cálida noche, salían de un bar sin tomar ni un solo trago.

Normalmente, no hablaban mientras tomaban allí, y menos aún en aquella noche de luna llena. Luego, alguno de los dos iniciaba el juego en el mismo sillón, pero aquella ocasión, Chuuya se limitó a pararse y esperar al otro en la habitación.

Dazai se levantó sin más y, dejando la copa sobre la mesilla, echó tras él. El resto era, también, una costumbre que se desarrollaba de una manera maleable. Siempre era una experiencia distintiva, pero siempre se sentía igual.

Se besaban con anhelo y necesidad, y se podía afirmar que era el único instante en el que Dazai sentía ambición. Se tocaban con precisión como si el camino ya estuviese previamente trazado, se desvestían como si las ropas cayesen solas. Sus toques ardían como si fuera la primera vez, como si no fueran unos amantes atravesados por años de costumbre.

Había siempre un orden. Aunque los juegos previos variasen, estaban siempre presentes; aunque las posiciones variasen, el sentimiento de placer era exorbitante en cada encuentro. El mirarse a los ojos cuando Dazai le penetraba era también una costumbre que, arriesgada como era, también mantenían y disfrutaban.

Los abrazos en la sobriedad no sucedían, mas en la cama Chuuya se aferraba al cuello de Dazai como si su vida dependiese de ello, y gritaba su nombre como si ensalzar sus pecados incrementara el placer. Y Dazai le marcaba como si nada les esperase luego.

Los orgasmos eran un estallido incomparable, sin importar las veces que se repitiesen y sin tener el tiempo en consideración. Y la consecuente separación era también parte del rito.

Como tanto acostumbraban, se separaron y se echó uno para cada lado de la cama, mirándose desde allí. De ahí en más, el ritual se rompía y lo que acontecía a partir de ese momento, era siempre diferente. A veces chismorreaban, otras veces charlaban tópicos sin sentido, otras veces se quedaban en silencio hasta que Dazai se iba o hasta que Chuuya le echaba.

Aquella noche, el silencio iba a ser la opción predilecta, estando ambos observándose con un millón de pensamientos navegando en sus mentes. Cuando comenzaron con aquello, no pensaban en nada más que en el placer y en repetirlo, pero a medida que los años pasaban, sus mentes comenzaban a albergar más y más inquietudes al respecto, en especial ese último año, y aún más esa fatídica noche.

—Un miserable como yo sería capaz de comprar flores por alguien que es capaz de alejar su miseria con solo tocarle —fue lo que, de repente, destruyó el silencio elegido. Dazai había, sorpresivamente, soltado algo que Chuuya nunca creyó que diría, ni en sus sueños ni fantasías.

—¿Acaso te estás enamorando de mí? —le escupió Chuuya a forma de burla, sonriendo con cansancio.

—Ambos sabíamos que era posible, Chuuya —le respondió, solemne, aún con sus ojos perdidos en el techo—. Nunca estuvo descartado.

—¿De qué diablos hablas?

—Tú no sabes por qué me llamaste, pero yo sí por qué vine —sonrió, paseado su mirada desde el techo hasta mirarle de soslayo, curioso—. Hablé de tomar oportunidades, pero nunca declaré cuáles.

—El orgasmo te ha dejado más imbécil de lo normal, duerme y no molestes —le ordenó, sintiéndose incómodo.

—¿Desde cuándo me invitas a quedarme a dormir? —se giró sobre sí mismo, posicionándose de costado, para reposar su cabeza sobre su mano y su codo sobre la cama. Le observó con ternura y proyectó una sonrisa que era capaz de comprar todo —. En todos estos años, me echas ni bien me utilizas.

—No es como si no hubieras estado de acuerdo durante estos años —le aclaró, sintiendo su corazón saltar con malicia—. Ambos nos usamos.

—La diferencia reside en que a mí no me importa ser utilizado mientras pueda tenerte —aclaró, escrutándole con detenimiento y revelando la profundidad de su mirar—. A ti, sí.

—Sí, ¿quieres que sea franco contigo? —cuestionó, sentándose en la cama y buscando un ápice de sarcasmo en sus palabras viperinas—. Sí, me molesta ser utilizado por ti, cuando te acuestas con quién sabe cuánta gente y yo solo me reservo para ti.

—Esa ha sido tu decisión, no la mía —respondió, sereno—. Yo nuca te pedí que fueras exclusivo conmigo. Nunca estuvo en las reglas.

—¡Claro que no, y por eso me fastidia!

—De cualquier manera —murmuró, sin romper la mirada—, no sé cuál es tu fuente de información como para asegurar que me acuesto con más gente.

—Porque eres así, eres ese tipo de persona despreocupada —fue su contestación.

—Lo soy, pero no es así —no le negó—. Tus presunciones te llevarán a la ruina, y ese es el tipo de persona que eres tú.

—Entonces, coméntame, amante mío, ¿cómo es, entonces? —su tono de voz era punzante, mas sus ojos dejaban entrever su contradicción y sus dudas.

—Eres tan transparente que me das gracia —soltó, afinando su mirar y curvando su sonrisa con perspicacia.

Suspiró y se echó sobre su espalda nuevamente, cruzando sus brazos por detrás de su nuca. Ponderando las consecuencias de mirarle o no, prosiguió:

—Hace más de un año que no duermo con nadie que no seas tú.

Chuuya sintió un torbellino de satisfacción destruir todo dentro de sí y, fuera de la vista de Dazai, sonrió con sorpresa y placer. Le complacía ganarle, pero empatarle no era algo por lo cuál quejarse en absoluto.

Sin embargo, ser la única persona que lograse encender a Dazai de esa manera era un hecho excitante de por sí, porque su forma de tomarle era, más allá de la costumbre, increíblemente de su agrado. Esa fue la razón por la cuál, después de que el otro desertara de la organización, siguieron acostándose. Chuuya lo detestó por un par de años hasta que se resignó a la idea de que no valía la pena gastar tanta energía en un pobre diablo; no obstante, durante todo ese tiempo en el que le odió y en el que no, siguió teniendo sexo con él. Sus sentimientos eran nublados con cada orgasmo que Dazai provocaba en él. Ni siquiera habían mediado palabras luego de la disociación de su dúo, simplemente se insultaron, se golpearon y acabaron haciéndolo en un callejón. O en la sala de torturas de la Port Mafia.

Porque Chuuya y Dazai estaban hechos el uno para el otro, aunque se rehusaran a aceptar la idea. Eran un rompecabezas cuyas piezas eran reacias a encajar y que parecían que no encajaban, mas que cuando lograban hacerlo se daban cuenta que era el lugar al que pertenecían. Era esa la única manera en que el dibujo estaría completado.

—¿Y eso a qué se debe? —preguntó Chuuya, esperando por una respuesta que le diese aún más placer.

—Si satisface tu ego el oír que estoy atravesando una frustración sexual en la que solamente tú eres capaz de brindarme placer, pues regocíjate —le declaró, tornando su rostro hacia el ajeno, uniendo sus miradas y entregándose—. Y tú no me has respondido a la pregunta de si te estabas enamorando de mí, pero yo sí lo estoy haciendo.

—¿Te estás enamorando de mí, de veras, dices?

—No, Chuuya, de mí —el sarcasmo era palpable y hasta podía ser hiriente teniendo en cuenta la situación y la frialdad en su mirar.

—Bueno, yo... —comenzó a soltar Chuuya atropelladamente.

—No lo tomes a mal ni interpretes cosas que no son. Mis palabras son simples y no conllevan ninguna insinuación —le frenó, enseriándose y escrutando su rostro—. No me estoy declarando a ti, ni mucho menos. No pretendo hacerte mi pareja ni de romper este acuerdo ligeramente implícito. Simplemente has preguntado lo que sucede y yo he respondido.

—¿Tan despreocupado eres como para ni siquiera hacer el intento de esforzarte por algo que te interese? —le preguntó con una molestia apabullante—. ¿Cuál es el motivo de develar tus sentimientos de esta manera?

—No espero que lo entiendas, Chuuya, porque eres testarudo y diferente a mí en cualquier cosa que se te ocurra —le explicó, suspirando—. No pretendo acapararte para mí cuando soy un tipo despreciable y, como tú pregonas, despreocupado y frívolo —comentó, elevando sus hombros con suavidad—. Ya te lo he dicho antes: no me interesa ser utilizado mientras pueda tenerte, porque me estoy enamorando de ti y eso no implica que algo deba cambiar.

Chuuya le observó anonadado y sus facciones decayeron de un segundo a otro, preguntándose cuán roto podía estar Dazai como para sentirse indigno de su cariño de esa manera y su falta de aspiraciones al respecto. O si, al contrario, acaso, era él mismo quien no comprendía cuán puro podía ser un amor desinteresado, al punto de mostrarse imperturbable ante el hecho de un posible rechazo, como si con su amor unilateral le alcanzara para mantenerse a flote.

Sin premeditarlo, se arrojó sobre Dazai y, por primera vez, le abrazó.

—Tienes razón, puesto que yo jamás te entenderé —comenzó, susurándole—. Mas me esforzaré en entenderme a mí mismo y a mis sentimientos para que tu amor no sea en vano. Lo único que puedo jurarte en la fugacidad de este preciso momento, es que eres único para mí.

—Supongo que debo agradecer tus palabras —respondió Dazai, sonriendo con autenticidad y correspondiendo el abrazo, dejándose envolver por el momento que no dejaría pasar—. Sin embargo, déjame decirte, Chuuya, que ningún amor es en vano.


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Simplemente, hace varios meses me salió este nombre en una imagen de esas que, en base a ciertos datos tuyos, te forman una oración cuando los unís. Esta imagen en específico, te daba el nombre de tu próxima novela. El título que se me dio fue este.

Con este título, solo podía ser Soukoku.

Gracias por leer ❤️

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