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EXTRA KiriBaku - Parte I de II

Atención:

1- Sepan perdonar la demora, pero es que este capítulo me quedó más largo de lo que esperé: 9K palabras.

2- Este extra es independiente de la trama principal. No afecta para nada en la historia de Midoriya si no lo leen, pero es recomendable hacerlo ya que ampliará el panorama de la situación.

3- Este extra tal vez se sienta como algo totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados aquí en LFDA. Narra la relación de Bakugo y Kirishima desde la infancia con todos sus altibajos, momentos tóxicos y los errores cometidos. Prácticamente no tiene comedia. Aclaro para quienes no quieran leer algo menos light.

4- No golpear a la autora (?)

A los seis años, lo que más había deseado Kirishima era enamorarse y sentir que se te partía el mundo entero por amor hacia alguien más.

Diez años después, lo único que quería era no tener que involucrarse amorosamente con nadie nunca más en su vida.

Y es que después de dos fallidos intentos amorosos a su corta edad le hacían sentir como si no estuviera listo para el romance. O puede que eso ni siquiera fuese para él.

Sabía que era estúpido y resentido. Nadie nunca dijo una frase como esa en su vida luego de un corazón roto y la respetó a rajatabla después. Sabía que solo era cuestión de tiempo hasta que llegase el indicado —o indicada, tal vez— y el mundo se le partiría sin siquiera darse cuenta de ello.

Pero no estaba tan seguro de que no ponerse a esperar como las princesas fuese una verdadera solución. Sobre todo porque Kirishima no era ninguna princesa —a menos que existiesen las princesas musculosas y que se teñían de rojo hasta el vello de las axilas— y mucho menos es que tuviese algún príncipe cerca.

Y, si venía al caso, siempre era él quien terminaba persiguiendo a las princesas pasivas. Simplemente estaba agotado.

Kirishima quería acción. Pasión y agresividad. Él ya no quería ser otra vez el muchacho al que se le pasaban todas las nuevas oportunidades solo porque no tenía valor para admitir que estaba luchando por la cuestión incorrecta. Porque, ¿quién quería un aburrido romance donde solo una de las partes pelea por el otro? Para Eijirou no tenía sentido —y aquel fue el declive en su juventud que le hizo dar un giro radical en su ya entrada adolescencia.

Porque fue eso lo que ocurrió con Bakugo cuando eran un par de larvas llenas de acné y zapatos de mal gusto. O bueno, solo él tenía el mal gusto —las crocs— y Bakugo tendía a recordárselo cada vez que podía.

Katsuki nunca fue un sujeto muy agradable. Ni de niños ni tampoco ya crecidos, donde la cosa solo terminó por intensificarse.

—Esas crocs son una mierda —chasqueó la lengua el Bakugo infantil de sus recuerdos—. Si no te las quitas no puedes juntarte conmigo. Me harás pasar vergüenza.

Habían estado tratando de pescar pececitos koi con una botella en el riachuelo a las afueras de la ciudad. Hacía calor y el verano apenas comenzaba. Nadie tenía ganas de salir a la calle con tenis u otra prenda muy calurosa. Y las chanclas no le gustaban —le traía recuerdos de guerra cada vez que su madre la levantaba para regañarlo por dormirse tarde viendo caricaturas— a menos que fuesen aquellas divertidas que Denki usaba con diseños de Pikachu.

Kirishima no entendía qué podían tener de malo sus crocs; ¡si para lo que estaban haciendo funcionaban de maravillas!

Sero rodó los ojos. Denki, encaramado sobre una de las rocas, bufó.

—Tú ya pasas vergüenza solito, Bakugo.

—¡Cállate, cerebro electrificado! —gruñó molesto—. Estoy preservando la integridad de todos aquí. Tú no lo entiendes porque quedaste tonto como un burro después de electrificarte.

—Deja a Kami y a Kiri en paz —intervino Sero—. Él puede usar una bolsa de basura si quiere. O vestirse de ti mismo porque, ya sabes, sería exactamente lo mismo...

Kirishima estaba casi seguro que Bakugo explotaría y provocaría una catástrofe a nivel mundial. Casi podía vérselo venir. Hasta tenía las regordetas mejillas sonrosadas de la furia.

—¡Ven y dímelo a la cara! ¡Ven si no tienes miedo de morir, cara plana!

Eijirou, que en ese entonces tenía el cabello negro azabache, dio una carcajada mientras palmeaba la cara del furioso Bakugo.

—Ya, ya —Kiri soltó unos últimos espasmos por la risa—. Si tan problemáticas son pues me las quito.

Lentamente retiró los calzados color rojo de sus pies y las puso a secar al sol así pudiese guardarlas en la mochila. Esa tarde regresó a casa descalzo y hasta se sintió libre —demasiado ajeno para comprender la profundidad de aquel asunto.

No entendía que unas estúpidas crocs pudiesen ser el problema. Eran un par de zapatos, por el amor a los dioses —¿qué seguía? ¿Prohibir los calzones o las camisetas de Gran Torino? Bakugo solo era un enano exagerado y berrinchudo. Le provocaba risa y hasta ternura verlo actuar así.

Pero a Eijirou le gustaba complacerlo. Se había sentido importante, en su momento —cada vez que Katsuki pretendía algo de él, como si fuese un perro o una mascota virtual a la que podía ordenarle cosas a su gusto. Como si Kiri tuviese que probarle a él que era capaz de todo con tal de hacerlo feliz. O todo lo feliz que Bakugo podía mostrarse al mundo.

Para él, era como si ver el gesto maquiavélico de satisfacción enviase alguna especie de orgullo a su yo infantil —y el no tan infantil, también—por conseguir calmar a la fiera indomable.

Le funcionó. Por muchos años. Y muchas noches de soledad en las que se preguntaba por qué, en el fondo, le dolía que las cosas fuesen de esa manera y nadie pelease por él. De que lo diesen por sentado, todos y cada uno de los días de su vida. Como si Kiri fuese solamente una máquina de cumplir caprichos sin obtener absolutamente nada a cambio.

Pero un día, tal vez demasiado tarde. se cansó.

Y ya no quiso luchar por alguien que pretendía que Kirishima se colgase a los hombros el trabajo de ambos.

Pero eso no quitaba que antes, en el medio y después, pasaron muchísimas cosas entre ellos dos.

Mientras Bakugo y Kirishima crecían las cosas entre ambos cambiaron. Y, al mismo tiempo, quedaron exactamente iguales.

Pasaron meses y años hasta que Kirishima finalmente decidió que aquello no estaba funcionando. Que él estaba dando más, abismalmente más de lo que Bakugo hacía.

De niños, Bakugo se las ingeniaba para que todos —especialmente Eijirou— le adorasen. Para que besaran el suelo por el que pasaba hasta cuando no se lo merecía.

¿Egocéntrico? Sin duda. Pero el muchacho tenía una estabilidad emocional frágil —tan frágil, que necesitaba de los ojos maravillados de los demás para sentirse válido por sí mismo. Eran las palabras de alabanza ante sus inmensurables talentos las que inflaban su débil ego, que crecía y crecía como una tela elástica pero a medida que lo hacía era más propenso a pincharse.

Kirishima no necesitaba que Bakugo le hiciese la cabeza para que se rindiera a sus pies. Él le adoraba. Le parecía la persona más varonil y genial del planeta —lo admiraba como solo admiró a un superhéroe retro de los cómics que le quedaron de su difunto padre, antes de que se mudase con su tío Taishiro. Su corazoncito infantil quería lo mejor para Bakugo. Hacerle sentir apreciado y, tal vez, darle lo que quería para que mutase para bien.

Pero Katsuki tenía una manera de hilar trampas mentales entre sus amigos —seguidores— incluso si no lo necesitaba. Estaba obsesionado con ser el mejor, y no solamente eso: que todos se lo asegurasen constantemente.

El mejor en las notas. El más habilidoso. El que tenía más destreza en los deportes y más estabilidad con los instrumentos.

Nada de ser el más guapo o mejor vestido ni tampoco el más popular. A Katsuki no le importaban esas superficialidades —bueno, lo de ser popular era discutible ya que quería ser reconocido por sus logros—; él quería marcar un antes y un después en el autoestima de todos aquellos que le conocían.

Tristemente, ni el Bakugo pre-adolescente ni sus amigos fueron capaces de discernir la toxicidad de aquel comportamiento.

—Oye, Bakugo —le habló Kirishima una tarde en su casa—. Creo que no entiendo lo que hay que hacer para biología.

—¿Acaso el tinte para cabello te dejó tonto? Digo, más tonto de lo normal —rodó los ojos—. ¿O es porque te juntas demasiado con Denki?

Eijirou soltó una carcajada mientras se enroscaba con el dedo el único mechón rojo que traía entre su pelo oscuro. Su tío se lo había pintado y le prometió que en un futuro tal vez le dejaría pintarlo entero.

—Denki solo es despistado, Bakugo. Dale un respiro.

—Despistadas las nalgas de Deku. Son tan tontas que siempre terminan cruzándose en el camino de mi zapato.

Luego de que Kiri le insistiese finalmente Bakugo, entre gruñidos y quejas, terminó ofreciéndose a ayudar a Eijirou. Siempre era lo mismo: aceptaba la tarea a regañadientes y lo golpeaba con un tubo de papel en la cabeza cada vez que no parecía seguirle el ritmo.

Pero disfrutaba el poder; el estar en una posición de superioridad incluso si Kirishima era uno de los pocos que consideraba como sus pares. Especialmente por ser su par.

El hecho de que fuesen iguales y Katsuki pudiese ser más talentoso... seguía alimentando ese enorme ego que tenía.

Pero luego surgió de entre las sombras la figura de una personita que llevaba años en sus vidas. Una persona a la que nadie daría un céntimo si le diera una rápida mirada. Porque era alguien simple y normal; nada destacable o que pudiese sobrepasar al gran Bakugo Katsuki. Una a la que él se había asegurado de deja enterrada pero no funcionó por mucho tiempo.

Alguien a quien Bakugo le tenía tirria desde que podía recordar. Pero que simplemente empeoró cuando dejó de aparecer tras bambalinas para convertirse en un actor estelar.

Kirishima no se lo hubiese creído si alguien le dijese que, tiempo después, Izuku Midoriya se robaría todas las miradas que alguna vez pertenecieron a Bakugo.

Aquel fue el principio del fin de todo. Pero también el comienzo de algo diferente.

—¿Qué se piensa ese Deku? Con sus buenas calificaciones y esa sonrisa toda falsa —chasqueó la lengua Bakugo, cuando tenían unos nueve o diez años—. ¿Se cree el mejor del mundo o qué?

—No —Denki rodó los ojos y luego acercó su boca al oído de Kirishima—. Ese es Bakugo.

Katsuki se dio la vuelta furioso. Tanto él como Kaminari dieron un respingo del susto, más por la mirada amenazante del chico rubio.

Al final, ver el temor en sus rostros era suficiente para él. Como si supiera que ya no iban a seguir molestando con el tema solo para no seguir haciéndole enrabiar. Tristemente, tenía razón.

—No me gusta la gente que cree que eres un debilucho que merece ser salvado. Yo no soy esa mierda, maldición —gruñó con furia mientras pateaba una roca del camino.

Kaminari abrió otra vez la boca para hablar, pero fue Kiri quien le detuvo de dirigirse a una probable muerte segura.

—Anda, Bakugo —rio nervioso—. Solo te quiso ayudar por caerte del columpio al romperlo. No es que te haya subestimado o algo, creo que la paliza que le diste le dejó en claro que no debe hacerlo...

El rubio más pequeño de los tres asintió enérgicamente como si le diese la razón a Eijirou. Bakugo los miraba con una ceja arqueada.

—Además solo te caíste porque estás grande y más gord-...

La mano de Kirishima voló hacia la boca de Denki.

—¡Más musculoso! —Kiri soltó una carcajada—. Eso, eso.

—Mhmm —Denki trató de sonreír pese a los dedos de Kirishima que le impedían hablar.

Katsuki no les miró más que por un instante —con desprecio e indiferencia— antes de darse la vuelta y seguir con el camino a casa. Los otros dos intercambiaron una mirada; luego trotaron mientras le gritaban a Bakugo que los espere.

Kirishima se dedicó a mirar el perfil de su rostro mientras Kaminari trataba de parlotear sobre algún programa de televisión solo para aligerar el ambiente. Había algo en su ceño fruncido todo el tiempo y su boca apretada en una fina línea, como si guardase más de lo que en realidad estaba diciendo.

Él se convencía de que Katsuki era una persona compleja y que nunca llegaría a entender. Eso le demostraba con sus extrañas actitudes como su sorprendente manera de que alguien tan común como Izuku Midoriya le encrespase los nervios de tal manera.

Él quería cambiar ese ceño fruncido. Quería que se viese más juvenil y menos amargado. Kirishima pensó que a veces lo conseguía, cuando le decía en todo a Bakugo solo para que dejase de ponerse a gritar o sentirse insultado ante la cosa más nimia.

Tenía idealizada aquella idea de que él podía cambiarlo. Que tal vez si lo seguía intentando, Katsuki entonces, algún día —lejano— no necesitaría más de que la gente lo complaciese ya que sería una mejor persona.

Cuando miraba su infancia en retrospectiva y analizaba la cantidad de cosas que pensó y que impactaron en su forma de ser... Kirishima se sentía más que culpable de ser el causante de que Bakugo se convirtiese en alguien exigente y que pretendía que el mundo le complaciese como si fuera una especie de emperador.

—¿Quieres ir a mi dormir a mi casa? —preguntó Kiri a Bakugo mientras saludaban a un Kaminari que se alejaba hasta el portal de su edificio—. Mi tío ha hecho takoyaki y siempre cocina de más. Podemos llamar a tu mamá desde ahí.

Katsuki pateó una roca. Esperó un par de segundos —que para el Kiri infantil aquello fue innecesario y potenciaba su ansiedad— antes de encogerse de hombros.

—Lo que sea —Katsuki chasqueó la lengua. Pareció pensárselo un rato—. Anda, ¿sabes qué? Es viernes. Vamos a tu casa. No pienso volver a la mía porque no me apetece.

Eijirou sonrió. Porque incluso si solo le servía para fomentar la rebeldía de su amigo, él se sentía especial de que Bakugo accediese a pasar tiempo en su hogar. Podía mostrarle sus cómics o alguna película para hacerle sonreír y olvidar lo mal que Midoriya le hacía pasar.

Como dos chicos. Chicos de su edad que buscaban pasar un buen rato con sus amigos. Un niño que se había criado sin hermanos ni padres anhelaba más que nada en el mundo el poder tener una persona incondicional a su lado.

Y él quería, por alguna razón, que esa persona fuese Bakugo. Por eso seguía intentándolo. Por eso quería ayudarlo a ser mejor persona —a través de malos métodos como la condescendencia, pero ¿qué podía saber él en ese entonces?— y que se enojase menos.

Pero incluso aunque Kiri tuviese solo nueve años y sus intenciones fueran más bien del tipo inocente, una pequeña parte de sí mismo empezaba a preguntarse por qué esperaba tan desesperado a que Denki —o Sero, cuando se sumaba— desapareciese para invitar a Bakugo a pasar el rato en su casa.

Las respuestas llegaron solas para cuando tuvieron doce años: A Kirishima le gustaba Bakugo.

Como si el corazón acelerándose o su piel erizándose cada vez que sus nudillos se rozaban al caminar juntos no fuese suficiente indicador.

No debía ser una sorpresa —para Denki no lo fue cuando se lo contó. Simplemente abrió los ojos, confundido de que Eijirou apenas se estuviese dando cuenta de que Bakugo le gustaba más allá de los límites de la amistad.

—¿Harás algo al respecto? —preguntó Kaminari con curiosidad.

—No sé, ¿debería? —Kiri se rascó la barbilla—. No sé si estamos muy jóvenes para tener una relación o algo.

—Es peor guardarse los sentimientos. Eso dice mi hermana —Denki acotó—. Ella estuvo enamorada de su mejor amigo y cuando reunió el valor de decírselo, él ya se fue con otra.

—Vaya, eso es muy triste, Kami...

—Sí, pero ella dice que se lo tiene merecido —se encogió de hombros—. Aunque en tu caso es distinto, creo yo.

—¿Distinto?

Denki estuvo un rato hasta que consiguió poner sus pensamientos en palabras.

—Digo, te gusta Bakugo, ¿no? Y es malo guardarse lo que sientes. Pero nosotros no sabemos qué clase de reacción podría tener él.

Eijirou analizó lo que su amigo estaba diciéndole. Entrecerró los ojos mientras se le acercaba.

—¿Qué estás tratando de decirme, Kami?

—Kiri, no quiero que te lastimen...

Soltó una profunda carcajada ante el gesto conmocionado del otro.

—¡No me haría eso, Denki! Bakugo no me va a lastimar. No de esa forma, al menos. Él no sería tan cruel.

—Nos lastima todos los días. A veces me pregunto por qué seguimos siendo amigos —suspiró cansado—. ¿Así se supone que son las amistades? ¿Dónde uno exige y los otros cedemos? Cuando paso tiempo contigo no me siento tan cansado como cuando estamos con Bakugo.

Denki se abrazó las rodillas, agazapado sobre sí mismo como si volviese a ser un niño pequeño.

—¿A qué te refieres? —Kirishima bufó con diversión—. Pero si en las amistades hay que hacer feliz al otro.

—¿Y cuándo nos tocará que él nos haga felices, Kiri?

Decidió no responderle a Denki. Solo desvariaba —por algo era el bobo del grupo, ¿no?— y tal vez no tenía todas las ideas acomodadas por culpa de las hormonas.

Bakugo les quería. A su manera. Kiri estaba seguro. Y no era solamente eso; él les necesitaba. No podría hacerlo solo contra su baja autoestima y sin amigos que lo apoyasen. Por mucho que le costase admitirlo.

Fue por eso que Kiri se hizo cada vez más cercano a Bakugo. Hacían todos juntos, y Eijirou no tenía vergüenza en perseguirlo cada vez que el otro le alejaba —pero terminaba aceptándolo cuando se cansaba de sus insistencias— con gritos y a veces golpes.

Pero ese acercamiento también provocó una brecha entre Kirishima y Kaminari. Una brecha que se hizo más y más profunda, que ni siquiera estaba seguro si el tiempo podría reparar.

Kirishima recordaba con lujo de detalles la tarde en la que todo cambió para él y para Bakugo.

Era ya de noche y seguían en su casa porque Taishiro estaba en una fiesta en la oficina. Su tío era un alma relajada, y confiaba en su sobrino hasta con los ojos cerrados. Él sabía que podría dejarlo solo y no tendría que regresar a un hogar destrozado por alguna fiesta clandestina de adolescentes.

Y más porque Bakugo le acompañaba. Bueno... Taishiro no sabía que era Bakugo; de hecho, su tío creyó que quien quedaba esa noche era Kaminari.

Kirishima no sabía por qué empezó a sentir vergüenza de tener que decir en voz alta de que pasaría la noche con su mejor amigo. Tal vez porque le aterraba la idea de que alguien descubriera sus verdaderos sentimientos hacia el muchacho solo con escuchar el timbre de su voz.

—Ya casi no te juntas con Tontonari —comentó Bakugo de repente, sin levantar la mirada de uno de los cómics—. Ni con el cara plana de Seroneuronas.

—Bakugo, no les digas así —Kiri rio nervioso desde su cama—. Es que ya sabes, uno va cambiando de intereses y pierde las cosas en común con algunos amigos.

—Hiciste bien. Ibas a terminar tan tonto como ellos dos —siguió diciendo como si nada—. Tú eres más inteligente.

Kirishima levantó la mirada que tuvo clavada en sus manos jugueteando entre ellas. No quería decir que su corazón se saltó un latido pero fue exactamente eso lo que pasó.

Sentía que no podía ni siquiera hilar sus pensamientos coherentemente. Todo en lo que podía pensar es que Bakugo le había llamado inteligente —a él, a ningún otro de sus amigos o conocidos.

Ojalá Kirishima hubiese entendido en ese momento que minimizar a otros no debía ser contado como un halago. Las estrellas no brillaban solo porque otras se apagaban poco a poco —al contrario, una estrella brillaba porque tenía la fuerza suficiente para destacarse por sí misma.

Pero en ese momento no lo veía. Solo podía emocionarse por Bakugo considerándolo válido una vez en su vida.

Tal vez fue por eso que las palabras brotaron de su boca sin siquiera ponerse a sopesar las consecuencias:

—Oye, Bakugo —le llamó Kiri.

—¿Hm? —gruñó Katsuki en respuesta.

—Creo que me gustas.

Lo siguiente que pasó fue el ruido del cómic cayendo al piso, la mirada completamente anonadada de Bakugo mientras parpadeaba en dirección a un Kirishima convertido en un manojo de nervios.

No debería haberlo dicho. Tendría que haber escuchado las palabras de Kaminari. Tendría que haberlo pensado mejor.

Tendría. Tendría. Tendría.

Ya no podía cambiar las impulsividades de su pasado que le llevaron a que todo se arruinase. Que le dieron rienda suelta a Bakugo a seguir aprovechándose de ese inmenso amor que Kirishima tenía para ofrecer.

Pero después recordaba a Bakugo arrastrándose por el piso hasta que llegó a la cama de Eijirou. Los insultos brotando nerviosos de su boca, como si ni tuviera la fuerza para decirlos con la viveza de siempre. Sus manos torpes mientras lo tomaban de las muñecas para empujarlo contra la cama.

Sus labios inexpertos tratando de encontrar los suyos, por una milésima de segundo en el que todo se detuvo en esa habitación.

El primer beso que Kirishima siempre había soñado porque era un romántico empedernido. Porque creía en la torpeza del primer amor y le alegraba poder compartirla junto a Bakugo mientras le llenaba de saliva el mentón.

Tenían trece años y, por un instante, se sintió como si fuesen los dueños del mundo. Como si solo ellos dos pudiesen ser felices.

Pero la felicidad momentánea también podía ocultar una profunda y absorbente tristeza continua.

Pasaron muchos meses después de ese beso torpe en la cama de Kirishima.

Muchos meses llenos de más besos torpes y llenos de saliva, de manos que se acariciaban encima de la ropa con timidez pero una inocente curiosidad de conocer solo un poquito más del otro.

Kirishima se había sentido en una nube. Bakugo era suyo —o al menos que él supiese— y solamente era él quien veía una parte diferente suya. Veía al Bakugo cuando todas las salvaguardas se bajaban y el muchacho gruñón, enojado con el mundo y que pretendía que se arrodillase a sus pies, desaparecía.

No tenía idea lo qué pasaba entre ellos —tal como un chico de trece años no tenía idea de lo que realmente era el amor o las relaciones con las demás personas. Ellos disfrutaban besarse y se apreciaban. Punto.

¿Qué otra cosa necesitaba saber?

—Oye —rio Kiri entre los besos que Bakugo repartía por su rostro—, creo que vas mejorando.

—Cierra el pico y sigue besándome —gruñó el rubio—. No te tengo aquí para que digas babosadas.

—No me "tienes" aquí —espetó Eijirou—. Soy yo el que ha dado el primer paso...

Katsuki le miró a los ojos con aquel brillo rabioso tan característico de él.

—Soy yo el que ha dado el primer paso. Yo te he besado, tonto.

—Pero...

—Pero nada —le cortó dándole otro brusco beso en el que casi lastimó su boca—. ¡Admítelo!

Kiri rodó los ojos. En ese momento parecía divertido. Adorable. La forma en que la nariz se le arrugaba, con las mejillas sonrosadas y respirando entrecortado.

—Vale, Bakugo —Kiri dijo—. Fuiste tú el valiente.

Decidió tomar las riendas y voltear sus cuerpos hasta que él quedó arriba del otro. Katsuki era más bajo que él y también más flacucho —aunque eso cambiaría en los siguientes años— y hasta se veía vulnerable bajo el yugo de un Kirishima que lo miraba lleno de ansias de seguir besándole en cada pedazo expuesto de su rostro y de su cuello.

Ninguno de los dos se atrevía a ir más allá —el sexo no era algo que contemplasen a tan corta edad. Principalmente por el miedo a lo desconocido y el terror a arruinar aquello bonito que tenían.

Los besos alcanzaban. De momento.

Un día, la fantasía que Kirishima construyó al lado de Bakugo empezó a venirse abajo.

Bueno, ahí estaba el verdadero problema: no lo hizo a su lado como él pensaba. Por supuesto que no. Kiri la construyó atrás de él, mientras Bakugo ladraba órdenes y le daba la espalda, sintiéndose importante solo por tener una boca que soltaba palabras de comando.

—Hoy no tengo muchos ánimos —suspiró Kirishima con nerviosismo, justo cuando Bakugo ya estaba posicionándose encima.

El rubio le miró con incertidumbre. Kiri casi pensó que el corazón se le escaparía del pecho de los nervios por pronunciar esa única frase.

Pero aquel día —o la semana, para ser honestos— no fue uno bueno para Eijirou. Le habían dado una mala nota y su tío terminó descargándose con él por culpa de frustraciones que venía juntando. Claro, Taishiro luego se disculpaba diciendo que no era culpa de Kirishima... pero siempre era culpa de Kirishima. Aunque nunca lo dijese, aunque su tío se convenciese de lo contrario —Kirishima era una carga que él jamás quiso tener.

Era claro que Taishiro no quería compromisos. Por algo era soltero y sin hijos a la vista. De repente, un niño huérfano cayó en sus brazos y el joven hombre tuvo que dejar de lado su estilo de vida para cuidarle y dedicar sus días a él.

Por supuesto era culpa de Kirishima.

—¿De qué diablos hablas, Kirishima? ¿No tienes ganas? ¿Es que ya no quieres besarme más?

—¡N-no! ¡No he dicho eso, Bakugo! —chilló algo desesperado—. Es que solamente hoy no me siento bien, no tuve un buen día y no tengo ganas y...

—¿No te pusiste a pensar que yo tampoco tuve un buen día y que esto es lo único que me hace olvidar de todo? —escupió Katsuki.

Kiri rodó por debajo de los brazos del otro. Abrazó su propio cuerpo, conteniendo las lágrimas que empezaban a formársele en los ojos.

¿Estaba mal? ¿Era egoísta al no querer besarse solamente porque no se sentía de ánimos? ¿O acaso Bakugo no podía pensar una vez en Kirishima y priorizar sus deseos?

Kirishima empezó a sentirse extremadamente culpable. Ni siquiera quería ver a Bakugo a los ojos y sentir su mirada que le juzgaba por sus decisiones; ¿quién era él para privarle a otra persona de lo que le hacía feliz?

Después de todo eran solo besos, ¿no? Kirishima no iba a morirse por fruncir los labios y esperar a que los de Katsuki rozasen los suyos.

Tendría que haber sido agradecido, pensaba. Tendría que haber valorado que alguien tan genial como Bakugo sintiera que sus besos eran la única cosa que podía hacerle feliz.

—Anda, ven aquí —Kiri sonrió tristemente—. ¿O tienes miedo de lo que pueda hacerte, Bakugo?

—Yo no le temo a nada.

Eijirou le tomó de la camiseta y lo atrajo hacia él para besarlo. Se sintió aliviado al sentirse el cosquilleo en la boca del estómago, así como las sonrisas bobaliconas mientras sus bocas entrechocaban cada vez con más destreza.

Pero hubo algo que Kirishima no tuvo en cuenta en ese momento —o sí que lo tuvo pero no quiso admitírselo—, pero que debería haberle prestado más atención.

Una simple pregunta que se repetía una y otra vez en su cabeza, atormentándole a partir de ese día durante todas las noches de su vida:

¿Acaso Bakugo no podía pensar una vez en Kirishima y priorizar sus deseos?

Poco a poco la sonrisa de Kirishima comenzó a desaparecer.

Al menos la verdadera; siempre tenía una sonrisa de plástico para los momentos en que la necesitaba —aquellos en los que debía fingir en que todo seguía perfecto y normal con su vida.

La usaba con sus maestros. Con sus compañeros. Con el terapeuta que visitaba de vez en cuando por la muerte de sus padres. Con su tío Taishiro.

Con Bakugo.

Nada había cambiado entre ellos —pero al mismo tiempo nada volvió a ser igual desde que aquella maldita pregunta empezó a rumiar en la mente de Kirishima sin parar.

Se odiaba a sí mismo por no dejar de pensar en ello. Quería olvidarse del asunto y seguir con su vida. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que se golpeó la cabeza y tironeó de sus cabellos con frustración.

Algo se había roto adentro de Kirishima Eijirou. Algo que no tenía idea de si tendría solución.

Durante esas semanas donde todo parecía demasiado oscuro para Kirishima, un pequeño haz de luz apareció en su vida durante una de las horas libres —en las que pasaba solo ya que se había aislado de sus amigos en el último año gracias a Bakugo— y quitó la venda que llevaba en los ojos y el corazón.

Ese haz de luz era Midoriya Izuku.

—¡Kirishima! —exclamó Izuku sorprendido—. ¿Qué haces aquí solo?

Apretó los puños de su camisa con nerviosismo. Nunca sabía qué responder en momentos así.

Kirishima se dio cuenta que había tardado demasiado en responder cuando Midoriya se sentó a su lado con una sonrisa de lado a lado.

—¿Te molesta si paso el rato contigo? —preguntó tímido—. Ochako está en sus tutorías extra de inglés y pues Iida... es Iida. Creo que está en la biblioteca leyendo sobre Pitágoras o algo.

—Pero no hemos estudiando todavía a Pitágoras —Kiri frunció las cejas.

—Iida lee esas cosas por diversión. Sí, es medio rarito... ¡pero así le quiero! Si a él le gusta leer a Pitágoras porque le divierte está bien por mí.

Eijirou trató de que la envidia por una amistad como la de ellos tres no le envenenase el alma. Algunos tenían demasiada suerte en la vida.

—Y... ¿qué hacías?

—Solo estaba aquí sentado.

—¿Haciendo nada?

—No hay mucho que hacer en las horas libres, Midoriya.

—¿Y de cómo no te juntas con Kaminari, Sero y Ashido? Los he visto por allí planeando una manera de atar a Mineta al columpio y balancearlo hasta que vomite.

—Eh...

¿Cómo podía explicarle a Midoriya que había sido él mismo quien se alejó de Sero y de Kami? ¿Qué Ashido era algo así como su sustituta? Una que seguro era mucho mejor que él. La muchacha siempre había sido una luz: mucho más talentosa, mucho más divertida y mucho más alocada de lo que Kirishima podría llegar a ser.

—¡Oh! Es que yo... eh... estaba tratando de pensar la manera de arreglar algo.

Midoriya frunció el entrecejo confundido.

—¿Arreglar algo? ¿Acaso lo rompiste?

—Digamos que sí. O no. O sí —Kirishima casi se golpeó la frente con frustración—. Digamos que lo dejé al borde de caerse. Luego vino alguien, tambaleó un poco la mesa que lo sostenía y simplemente se hizo añicos contra el suelo.

—¡Vaya! Espero no te hayan regañado por ello, Kirishima.

Eijirou casi sonrió ante la inocencia de Izuku.

—Descuida. No pasa nada. El problema es que... no sé si tenga arreglo... y aunque lo tenga, no será lo mismo.

Midoriya apretó la boca en una mueca pensativa. Luego sonrió emocionado.

—¿No has probado usar el Kintsugi?

—¿El Kintsugi? —Kirishima inquirió confundido—. No tengo idea de lo que sea eso.

—¡Oh! Es una técnica milenaria de nuestros ancestros. Verás, Kirishima... es una forma de reparar las cosas rotas con color oro.

—¿Oro?

—¡Sí! Una vez mi mamá rompió un jarrón de mi abuela porque se tropezó con un juguete que yo dejé tirado. Ella lloró mucho porque había sido el adorno favorito de su madre, y yo lloré también con ella.

Hizo una pequeña pausa para que no se le rompiera la voz.

—Pero luego mamá me dijo que debía correr a la tienda y que la espere sin hacer un desastre. Yo esperé y esperé, hasta que ella llegó con polvo de oro y un pegamento con nombre extraño. Ella los mezcló hasta que se formó una pasta dorada con la que pegó, con mucha paciencia y cariño, cada pieza del jarrón destrozado.

—¡Eso es muy tonto! ¡La fractura del objeto se notará el doble si el pegamento es dorado! —Kirishima chilló ante lo insólito del asunto.

—Eso le dije yo a mi mamá. Que no tenía sentido arreglarlo con dorado, porque cada persona que visitase la casa sabría que en realidad ese jarrón estaba roto. Ella me dijo que ese era exactamente el punto.

—¿Huh?

Midoriya sonrió con picardía, de la manera en que solo sonríen las personas que saben algo importante que tú todavía no.

—Mamá me explicó lo que era entonces el Kintsugi. La técnica para arreglar las cosas con oro para mostrarle al mundo que las grietas y heridas no son algo realmente malo; son parte de tu historia. Son para lucirlas con orgullo. Es mejor repararlo con oro que dejarlo allí roto y sin hacer nada.

—Orgullo —repitió Kirishima mientras procesaba toda la información.

—¡Exacto! Así que no te sientas mal por eso que rompiste. Arréglalo con dorado y que el mundo vea lo bello que es. Las cosas más rotas son las que más experiencias e historia han tenido. Puede que algunas malas, pero nada está roto para siempre.

Midoriya miró entonces la hora en su reloj de pulsera con diseños de aquel anciano llamado Gran Torino que usaba faldas en un animé de niñas mágicas.

—¡Ahhh! ¡Ochako me va a matar por demorar y no buscarla! ¡No me dejará tocar sus mangas de Sailor Gran Torino! —se levantó de un salto y se alejó agitando una mano—. ¡Adiós Kirishima! ¡Espero repares eso que se te rompió!

Eijirou alzó su mano automáticamente y la sacudió mientras Midoriya corría por el pasillo. Lo hizo hasta que el chico desapareció, ya que su mente en todo lo que podía pensar era en el Kintsugi y la belleza de haber sido roto y reparado.

Jamás pudo agradecerle a Midoriya por sus sabias palabras pese a haber sido un niño inocente que seguía haciendo cosplay de Sailor Gran Torino con su mejor amiga mientras Kirishima jugaba a ser adulto al lado de Bakugo. Ni siquiera debía recordar esa única charla que tuvieron en su pre-adolescencia.

Trató de agradecérselo años más tarde —Kirishima casi pensó que estaba enamorado de Izuku, su salvador y héroe. Creyó que podría devolverle aquello que hizo por él al corresponder sus sentimientos.

Pero, una vez más, Kirishima se equivocaba.

No fue sencillo acabar las cosas con Bakugo. De hecho, fue la cosa más malditamente dolorosa.

No tanto lo fue aguantar sus gritos y desplantes, sus incesantes acosos en la escuela donde Bakugo le ordenaba que repensase sus decisiones si sabía lo que le convenía. Ni tampoco el ahorrar el valor para decirle que todo eso que tenían debía ya de terminar.

Lo más difícil fue verlo alejarse sin dejar que lo dominasen los deseos por intentar detenerlo.

Pero Kirishima había tomado una decisión en la encrucijada que tenía frente a sus ojos: podía quedarse al lado de Bakugo y seguir rompiéndose a sí mismo en tantos pedazos que no terminaría nunca de juntarlos o podía tratar de cerrar sus heridas y aceptarlas como parte de su ser.

Sin embargo, para cerrarlas, Kirishima tenía que darle un punto final a aquella relación tóxica que le espantaba desde que tenía memoria.

—No tienes ni puta idea de lo que dices —Bakugo rechinó los dientes—. ¡Si te alejas ahora, nunca más se te ocurra buscarme! ¡Estarás muerto para mí!

—No digas eso, Bakugo —Kirishima apretó su mano en la correa de la mochila—. Mira, creo que no nos hacemos bien. Ya no puedo soportar esta situación en donde el único que da el brazo a torcer terminó siendo yo; no quiero sentirme tu títere y acabar odiándote por ello. Y tal vez es porque somos demasiado jóvenes. Lo mejor es intentar crecer y madurar, además ¿quién sabe? Tal vez en unos años...

—Unos años y una mierda, Kirishima. No te creas que andaré detrás de ti. Si yo no te importo pues tú tampoco me vas a importar.

Eijirou se mantuvo firme. Sí, tenía un millón de cosas que podía decirle a la cara mientras Bakugo escupía toda su furia —y tristeza, descubría años más tarde— al chico que le estaba rompiendo el corazón.

Porque Bakugo también tenía un corazón. Uno lleno de sentimientos que no sabía expresar. Pero Kirishima no estaba dispuesto a esperar por el resto de sus días a que Bakugo aprendiese una cosa o dos sobre las emociones humanas.

Cuando el rubio se dio la vuelta y se alejó dando zancadas, Kirishima sintió que sacaban un peso de su pecho que venía cargando por años. Totalmente aliviado.

Pero también se sintió muy solo. Porque fue Bakugo su único soporte, el que le ayudaba a no hundirse en la baja autoestima —incluso si era él quien le empujaba la cabeza contra el agua algunas veces.

Observó a lo lejos una mesa en donde tres personas reían a carcajadas sin problemas ni preocupaciones de adultos —en las que Kirishima se metió solito siendo que todavía ni cumplía los catorce años—, lanzándose trozos de comida y bolitas de papel.

Se le estrujó el corazón al ver a Kaminari. Fue la primera vez que Kirishima se sintió como la mierda de haberse alejado de él.

Sus pies se movieron por sí solos hacia la mesa. Había algo en esas tres risas que le hizo prácticamente correr hacia ellos para suplicar por un consuelo que no se merecía.

Esas mismas risas se acallaron en cuanto lo vieron parado con la cabeza gacha al borde de la mesa.

Kaminari y Sero estaban completamente anonadados. Fue Mina Ashido la que rompió el silencio.

—¡Kirishima! —exclamó ella con una sonrisa nerviosa—. Vaya sorpresa, ¿necesitas algo, cariño?

Sero le echó una mirada de advertencia a Ashido. Kiri casi podía sentir el desprecio del muchacho que una vez fue su amigo.

—Yo...

—¿Sí? —insistió ella con dulzura.

—No quiero estar solo.

La mueca de Kaminari se transformó en el instante. Sus brazos se cruzaron sobre su pecho, y sus ojos se apartaron de la figura vulnerable de Kirishima.

No podía decirle nada: se lo merecía.

Pero Ashido no hizo caso de los pellizcos de Sero que seguramente significaban que mandase a volar a ese chico que no valoró su amistad meses atrás. Ella solo sonrió, deslizándose por el asiento mientras palmeaba en el lugar vacío ahora a su lado.

—Qué suerte que tenemos una mesa muy grande, entonces.

Kirishima casi se echó a llorar en ese instante.

Esa misma mañana fue Ashido la que llevó la conversación por los cuatro presentes —incluso si la chica no le conocía de casi nada, ella trató de hacer partícipes a todos pese a la tensión que podía cortar el ambiente.

Y no fue solo ese día, sino al otro también, y al que le siguió a ese y todas las otras semanas que vinieron. Mina se sentaba a su lado y le instaba a comer con ellos, contándole de las bromas personales que tenían todos juntos y ofreciéndole una mano amiga con la que siempre podía contar. Fue la muchacha la que le pintó todo el cabello de rojo —para marcar un nuevo comienzo en su vida— cuando ella se lo cambió a rosa chicle sin ningún tipo de miedo.

Fue Sero el primero en abrirle los brazos de regreso, sin siquiera preguntar por lo que sea que hubiese pasado. El muchacho volvió a mandarle mensajes e invitarlo a su casa para ver el nuevo animé de los cómics de Crimson Riot. Volvió a sonreírle con sinceridad con el paso del tiempo.

Kaminari fue mucho más reacio. El chico siempre había sido una luz, pero desde que Kirishima se reincorporó poco a poco en el grupo se veía más y más fastidiado. Mina y Sero a veces le regañaban cuando creían que Eijirou no estaba escuchando.

—Tienes que aprender a perdonar —Mina espetó—. Todos han sufrido, no solamente tú.

—Eso no puedes saberlo —Denki rodó los ojos, enfurruñado en su postura.

—Pues tú tampoco eres quién para juzgar lo mal que otros la hayan pasado.

Kirishima decidió que tal vez era momento de sincerarse con su más viejo amigo. Puede que junto a Bakugo viviese emociones más fuertes, pero fue Denki el primer niño con el que tenía recuerdos de entablar una bonita amistad.

Tal vez la verdad no arreglase las cosas del todo. Pero las palabras de Midoriya de lucir sus heridas con orgullo jamás las había olvidado.

Cuando Kirishima terminó de contarle a Kaminari toda su historia y la tristeza que le había carcomido por años, ambos lloraron. Lloraron y se dieron un abrazo —de esos que se daban los hombres, algo incómodos y con palmaditas en la espalda— mientras prometían que nunca más dejarían que un tercero interfiriese en su amistad.

Los años pasaron a partir de entonces, y ninguno de los dos —bueno, de los cuatro— rompió aquella promesa. Ni siquiera cuando Denki se enamoró de una chica que ya tenía ojos para otra y se la pasaba arrastrándose por ella. Ni tampoco cuando Sero y Mina decidieron que entre los dos existía algo más que una bonita amistad.

A Kirishima le llenó el corazón ver a dos de sus mejores amigos hacer florecer un hermoso y sano romance. Aquello le dio nuevas esperanzas.

La amistad y el amor también podían ir de la mano. No siempre tenía que ser un fiasco.

Aunque la vida —y sus propios errores— le hiciesen golpearse contra la pared una y otra vez.

Después de que Midoriya huyese y lo dejase allí —en su sofá y con el pecho desnudo, con la cabeza y el corazón hechos un revoltijo— Kirishima tuvo deseos de romper todo.

Y lo hizo.

Toda la ropa recién lavada que su tío y él colgaba por el salón —a falta de un patio o terraza— terminó desperdigada por el suelo. Los adornos de metal los hizo estrellarse contra la pared provocando una fina abolladura en los mismos. Todos los libros de la escuela que descansaban sobre la mesa acabaron por la inmensidad del salón. Algunas hojas incluso salieron despedidas.

Dejó que las cosas se destrozaran bajo el poder de sus manos. Quería saber lo que podía sentirse el destrozar algo con su propia fuerza —tal vez entender lo que otros experimentaban cuando le rompían el corazón a Kirishima o cualquier persona ingenua emocionalmente.

Kirishima no estaba molesto. Era mucho más que eso. Se sentía terriblemente frustrado y dolido; consigo mismo más que con ninguna otra persona.

¿Por qué todo volvía a fallar? No podía ser una coincidencia. Porque todo falló con Bakugo y pensó que tal vez él no era el único culpable de lo que pasó. Había empezado a dejar de odiarse por lo ocurrido en sus años de pre-adolescente.

Pero luego llegaba Midoriya y todo volvía a arruinarse.

Odiaba ser siempre una distracción. Una herramienta para el fin de alguien más. Porque primero Bakugo lo usó para llenar los vacíos que su inseguridad le dejaba y Midoriya lo tomaba como una especie de recreo para no pensar en aquello —o quién— le estaba lastimando.

El problema era que ninguno pensaba en lo que Kirishima después. Pero, ¿era culpa de otros lo que hacían con él? Sí. No. O no del todo.

Porque fue Eijirou quien les dio la llave para romperle el corazón. La clave para hacer con él lo que quisieran.

Kirishima tendría que haberlo sospechado con todo el tema de la historia. Pensó que era divertido —algo que Midoriya escribía solamente para ver el mundo arder. Inocentemente, creyó que el juego eran los otros y no él.

Y después estaba Bakugo.

Se agarró los cabellos con frustración. Las cosas volvían otra vez a Bakugo Katsuki. Y era su culpa, de nadie más.

Él le dejó entrar otra vez a su vida. Fue lo suficientemente crédulo para pensar que había cambiado y que de verdad quería demostrarle a Eijirou que podía ser un hombre diferente —uno más maduro y comprometido.

Pero tendría que haberlo imaginado desde el momento en que Bakugo prácticamente le obligó a salir con él al cine.

Lloró con frustración al recordar ese día y lo feliz que se había sentido otra vez. De pasar tiempo con Bakugo y revivir los momentos juntos en los que las cosas todavía no se habían ido al diablo. Una especie de viaje al pasado —pero todos los viajes terminaban y el regreso te dejaba con un sentimiento de vacío que ya nunca podría ser llenado.

Tal vez todo siempre terminaba siendo sobre Bakugo en la vida de Kirishima.

Su tío lo encontró horas después, en la misma posición en la que se quedó después de hacer añicos todo el salón. Tenía el camino de sus uñas marcado por todo el brazo, los ojos hinchados y el cabello una desgracia.

Taishiro no gritó. Si estaba molesto y cansado de Kirishima, no lo dejó ver en absoluto.

—Alguien va a tener que limpiar todo esto, chaval —dijo con seriedad.

Kirishima inspiró con fuerza varias veces.

—Lo limpiaré esta noche —respondió Eijirou—. Perdóname. No sé qué me pasó... estaba molesto y frustrado... y yo...

Su tío levantó la palma de la mano en señal de que se callase.

Taishiro caminó con cuidado de no pisar ninguno de los libros del muchacho que seguían regados por el suelo. Se detuvo con cuidado delante de un platillo decorativo que se había descolgado de la pared y destrozado por el impacto.

—Qué suerte que se rompió esta cosa —comentó Taishiro—. Era horrenda y poco estética. Podré colgar mi cuadro de perros jugando billar ahora.

Kirishima le miró con confusión. Cuando Taishiro se dio vuelta le sonrió.

—¿Tienes hambre? Porque yo me comería una vaca entera ahora mismo... —rio de costado—. ¿Pedimos una pizza? O dos... mejor dos pizzas. Estoy hambriento.

No esperó a que su sobrino le respondiese. Taishiro pasó por su lado y le revolvió el cabello con cariño mientras marcaba desde el teléfono de la casa a la pizzería más cercana. Después le preguntó a Kirishima si le apetecía tomar cerveza y mirar alguna de sus películas favoritas en Netflix.

Por esa noche —y las que le siguieron— Kirishima comprendió que no estaba del todo solo. Los demás problemas quedaban opacados de momento.

Los días que le siguieron a ese, la escuela fue una verdadera mierda.

Mina, Denki y Sero parecieron comprender al instante que algo pasaba. Si bien Kiri no les había dado todos los detalles —no tenía ganas de rememorarlo todo—, ellos lo entendieron y formaron algo así como una Squad de Protección de Kirishima Eijirou.

—Nadie volverá a lastimarte, ¿vale? —dijo Mina mientras le acariciaba el pelo que llevaba lacio desde días atrás y lo abrazaba contra su pecho—. Nadie que aprecie sus bolas se atreverá a meterse contigo.

—Ya —Kiri rodó los ojos—. Yo no tengo ganas de volver a meterme con nadie.

—¡Eso es maravilloso, bro! —Denki rio—. Seremos los forever alone juntos y nos casaremos los dos luego de veinte años de soltería. Adoptaremos tres gatos y una tortuga.

Sero suspiró cansado antes de hablar:

—No le hagas caso a estos imbéciles.

—¡Oye, tarugo! —Mina exclamó molesta—. No me digas imbécil, soy tu novia.

—Mina, no te quiero ofende —Denki intervino entre risas—. Pero para salir con Sero tienes que ser imbécil.

Sus tres amigos se metieron entonces en una discusión algo acalorada pero que siempre terminaban olvidándola porque alguno del grupo —Denki, la mayor parte del tiempo; como esa vez que le salió refresco por la nariz— hacía una idiotez que le sacaba una carcajada a los demás.

Pero Kirishima no estaba de humor para ponerse a bromear. Tomó sus cosas y se levantó de la mesa.

—Los veo en la práctica —farfulló—. Adiós.

—¡Kiri!

Hizo caso omiso de los gritos de sus amigos, los cuales se fueron perdiendo entre el bullicio de todos los alumnos que almorzaban en ese momento. Todos sonrientes y felices —sin demasiadas preocupaciones. O si acaso las tenían, ninguno las transfería a las horas escolares como Kirishima lo hacía.

Otra vez se sintió débil.

Pasó por su casillero a dejar algunos libros. El pasillo estaba desierto, excepto por Shinsou Hitoshi. El chico estaba calibrando algo en su cámara fotográfica, demasiado relajado y parsimonioso como solo él andaba por la escuela.

Cuando Kirishima se acomodó cerca suyo —sus casilleros eran casi vecinos— se le quedó mirando por un instante sin fingir disimulo.

—¿Qué tanto me ves? —espetó Eijirou dando un golpe con su casillero.

Shinsou levantó su espalda recargada entre los casilleros. Apenas se daba cuenta lo alto que en realidad era. Siempre llevaba los ojos hombros encorvados.

Entrecerró los ojos con cierta amenaza. No se veía impresionado.

—No puedes prohibirme mirar cosas en el pasillo —dijo con su voz grave.

—No tengo ganas de que me mires —gruñó Kiri.

—Si tienes mal humor, te lo guardas para ti. No tenemos por qué soportarte los demás.

—Tengo mis razones para tenerlo, Shinsou.

—Todos tenemos nuestras razones. Y no por eso andamos jodiendo a los que nada tienen que ver.

Kirishima quiso abrir la boca para responderle pero no tenía idea de qué. Optó por apretar los dientes mientras Shinsou se daba la vuelta y se alejaba a pasos apresurados.

Él siguió con su camino a los vestidores de los deportistas. Al menos allí podría tener un rato a solas.

Craso error. Poco después de Kirishima se quitase la camisa para ponerse el uniforme deportivo, un par de pesados pasos entraban junto a él a los vestidores.

—Denki, si acaso eres tú... —Kirishima suspiró pero una voz inesperada le cortó.

—No soy el cerebro fundido de Kaminari.

Eijirou volteó casi horrorizado al reconocer la voz de Bakugo. Ahogó un jadeo en cuanto confirmó sus sospechas y vio al muchacho parado sobre el marco de entrada, recargado como si nada contra el pilar.

—Bakugo —balbuceó nervioso—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué diablos te pasa en aparecerte como si nada?

—¿Qué diablos me pasa a mí? —Katsuki rio amargo—. ¿Qué diablos te pasa a ti, Kirishima? Me dejaste plantado ayer en el centro comercial.

Eijirou cerró los ojos. Ni siquiera había recordado que tenía que encontrarse con Bakugo.

—Lo siento. Lo olvidé...

—¿Lo olvidaste? —bufó el otro—. Vaya, qué fácil lo pones si lo dices así.

—No sé qué tanto te enoja —Kirishima farfulló—. Todos cometemos errores y no sería el primero de los dos en dejar plantado al otro alguna vez.

—Mira, Kirishima —Bakugo parecía hacer un esfuerzo sobrehumano en mantener la paciencia—. Estoy tratando duro aquí y tú no estás poniendo de tu parte. Sé que la he cagado un montón de veces pero, ¿por qué no entiendes que al menos estoy intentando demostrarte algo? No puedo hacer todo yo sol-...

Kirishima golpeó su casillero con fuerza —mucha más fuerza que cuando trató de intimidar a Shinsou— y volteó hacia un desconcertado Bakugo por aquel arrebato de ira.

—¿No puedes hacer todo tú solo? —repitió con un bufido—. Pues qué mal por ti, yo con trece años pude hacer y aguantar mucho más que tú con dieciséis.

Eijirou sabía que acababa de pasarse. Lo supo en el instante en que Bakugo le tomó del cuello —ya que tenía el pecho desnudo— para obligarlo a mirarle directamente a los ojos.

—¡Fuiste tú el bastardo que decidió darme una segunda oportunidad! ¡No puedes arrepentirte ahora, Kirishima! —comenzó a elevar la voz, la cual le flaqueaba un poco—. ¡No soporto más esto! ¡La he pasado como la mierda estos años porque no quería perturbar tu nueva felicidad! 

—Te tengo noticias, Bakugo: yo puedo arrepentirme todo lo que se me antoje. No puedes manipularme ya. No tienes poder sobre mí. Debí haberlo pensado mejor antes de darte otra oportunidad.

Mentira, dijo para sus adentros. Pero nunca sabrás todo el poder que tienes.

Podía ver el dolor y la furia en los ojos de Katsuki. Solo era cuestión de tiempo para que estallase en un tornado de caos que lo arrastraría a los dos.

Para su sorpresa, le vio esbozar una de esas sonrisas ladinas y llenas de malicia que el muchacho tenía.

Por alguna razón, Eijirou no podía soportar mirarla. Ya no más. Apretó la mano en un puño y la envió directo a la mandíbula de Bakugo.

Se sintió horrible en cuanto sus nudillos chocaron contra los huesos del otro. Lo envió lejos de sí, y lo vio trastabillar mientras se sujetaba la quijada mientras trataba de ocultar una mueca de dolor.

Kiri se preparó para recibir el golpe de regreso, incluso si Bakugo parecía demasiado sereno y sin verdaderas ganas de molerlo a puñetazos. Era demasiado irreal; el Bakugo de siempre no dudaría en devolverle por su insolencia.

Pero el golpe nunca llegó, ya que aparecieron Denki y Sero corriendo, tratando de separarlos a los dos.

—¡Eh!

Kirishima sintió los flacuchos brazos de Kaminari tratando de detenerlo. Sero había corrido a apresar a Bakugo —porque tenía más fuerza y más tamaño— sin saber que fue Kirishima quien en realidad instigó a la pelea.

Bakugo estuvo tranquilo hasta que le inmovilizaron sus brazos; fue cuando dio pataletas para tratar de soltarse.

—¡Déjame, cara plana! —gruñó a Sero—. ¡Métete en tus asuntos!

—Lamento decirte, Bakugo —intervino Kaminari—. Pero Kirishima siempre será nuestro asunto. Es nuestro mejor amigo. Ni tú ni nadie más lo seguirá lastimando.

Bakugo soltó una carcajada. De esas que la gente hacía cuando descubría alguna verdad demasiado absurda.

—¿Es por Deku? —escupió—. ¿Es por el maldito de Deku que está pasando todo esto? Por favor, Kirishima... tú eres mejor que todo esto.

—¡Cierra la puta boca, Bakugo! —Sero agregó con creciente molestia.

Kirishima vio que el chico de pelo negro ejercía más presión sobre su agarre. Bakugo no debía querer soltarse realmente, ya que de quererlo estaba seguro que lo conseguiría sin problemas.

—Ahora tienes dos opciones —siguió diciendo Sero—. Puedo soltarte y tú te irás pacíficamente... o puedo arrastrarte a la salida. Si te pones muy pesado llamaré a Tetsutetsu y estoy seguro que no tendrá reparos en darte la paliza de tu vida.

—¡Como si esa mierda pudiese pasar!

Bakugo hizo un movimiento con sus codos y se soltó de Sero. El chico se sobó el estómago con dolor mientras Bakugo caminaba alrededor de todos ellos.

Denki incluso soltó a Kirishima y trató de intimidar al otro con sus puños temblorosos: estaba seguro que no funcionaría.

Él y Bakugo intercambiaron una mirada llena de intensidad. Ninguno de los dos se atrevía a dar un solo paso hacia el otro —ni para golpearse o para arreglar la situación.

Finalmente, Katsuki alzó el brazo y señaló con su dedo índice hacia Eijirou. Seguía teniendo su sonrisa aterradora por todo el rostro.

—Quizá no me creas, cabello de mierda —dijo con la voz ronca—. Pero puedo demostrártelo. Quieras o no, te mostraré que he sido sincero todo este tiempo. No me quitarás el derecho de demostrar que no soy el mismo bastardo de antes. Yo también tengo la posibilidad de ser una mejor persona. Luego tú decidirás qué hacer con ello.

Kirishima, al igual que sus dos amigos, quedó anonadado ante las palabras de Bakugo.

En menos de un instante, el chico desapareció de los vestidores, dejando un aura de completa confusión tanto interna como externamente.

—¿Qué carajos ha sido eso? —le preguntó Kaminari.

Kirishima parpadeó para alejar las lágrimas que estuvo conteniendo todo ese día.

—No tengo idea —respondió Sero por él—. Pero estoy seguro que se equivoca. Los bastardos como él no cambian.

Pensó que probablemente su amigo tenía razón. Bakugo solo podía estar equivocado —mintiéndose a sí mismo para ganarse otra vez a Kirishima como si fuese algo que pudiese poseer.

Pero, ¿honestamente? Kirishima no sabía si quería que Bakugo estuviese equivocado o no. Al menos quería darle el beneficio de la duda.

Estoy emocionada y aterrada con este extra (?)

Sé que estuvo muy sad y polémico. Pero ambos eran pequeños y fueron tóxicos cada uno a su manera (Bakugo siendo una pequeña mierda y Kirishima alimentándolo). Sin embargo, han crecido y las cosas cambiaron. El perdón y la madurez existen. Veremos si Bakugo es honesto de verdad con sus palabras ;; porque...

¡Tendremos una segunda parte de este extra y narrada por Kacchan!

Al principio estaba dudosa, pero luego me di cuenta que la historia de ambos podía dar para más. Y porque solo viendo las dos perspectivas sabremos si ambos merecen darse una segunda oportunidad c:

Perdonen, sé que estuvo larguísimo haha ¡realmente pensé que abarcaría menos! La próxima actualización será el CAPÍTULO 16 de la trama principal. Luego de eso viene el IidaOcha ♥️ que será mucho más fluffy y cómico que esta cosa sad (?)

Quería agradecerles un montón por todos sus votos y comentarios ; ^ ; me hacen súper feliz. Y, para quienes quedaron con ganas de KiriDeku les comento algo: subí un OS de la ship como tanto me pidieron ;; es gracioso y tiene su toque de fluff. Se llama Little Sunshine ♥️

Nos veremos muy pronto con el capítulo 16. Estén atentos porque estará llenísimo de sorpresas ;)

¡Besitos! ♥️

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