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Prólogo: Limbo (I)

El fin

«¿Quién es ella? ¿Y por qué terminó aquí?», eran las preguntas que se repetía un angustiado Augustus Snowshoe Cymric, mientras presenciaba los restos intangibles e inconscientes de cierta chica en mitad de la perpetua oscuridad.

Ambos seres incorpóreos, cuyas figuras abstractas se asemejaban a una nube incolora de burbujitas albas, vagaban sobre la serenidad de un vacío negro que no tenía fin, ni principio. Uno apropiado para que Augustus, el «ente» o «entidad superior» del lugar, cumpliera su propósito:

Definir el destino de la fémina.

Y para que ello pudiese proceder, cada pequeño o gran aspecto de su personalidad, su vida, sus miedos, penas e incluso los secretos bien guardados, habrían de conocerse al pie de la letra. ¿De qué manera? Pues, con tal de que hubiera resultados, el método no importaba.

«Entrar, observar y salir», pensó él, dispuesto a irrumpir dentro de los recuerdos de la joven a la fuerza y sin su consentimiento. Mas un larguísimo bostezo provocó al instante que retrocediera, no por miedo, sino por precaución.

—¿Qué es...? ¿Dónde... estoy? 

De pronto, una tierna vocecilla somnolienta resonó de entre la penumbra del entorno. Tema que desconcertó por completo a Augustus. ¡Eso no debía suceder!

—Esto es... imposible —murmuró él con un tono de voz distorsionado, idóneo para pasar desapercibido.

La muchacha, igual que los imprudentes que escuchan ruidos extraños, perdidos en las entrañas de un bosque tenebroso y por la noche, exclamó a volumen máximo:

¡¿Quién anda ahí?!

—¿Me habré equivocado en algo? —Se encerró en sus pensamientos—. Inadmisible. Hice todo bien. Entonces, ¿por qué ella...?

—¡Oye! No estoy pintada. ¡Contéstame!

—Maldita sea. —Siguió reflexionando—. Hacerme esas preguntas es inútil. Ya estamos aquí.

¿Pero qué...? Oye, ¿qué tanto estás diciendo? No, no, pensándolo mejor, ¿qué está ocurriendo? ¿En dónde estoy? ¿Qué es éste lugar y por qué no puedo ver o sentir nada? En serio, no lo entiendo. Es como si estuviera...

Justo ahí, la respuesta llegaría de Augustus Snowshoe Cymric, quien con una arrogancia digna de alguien por encima de los mortales, completó esa última oración diciendo:

—Muerta, ¿no es así?

Un silencio sepulcral se compaginó al inquietante vacío.

Para muchos humanos, perecer es la peor de las realidades que deben afrontar. Al fin y al cabo, la sola idea de abandonar lo que más amas por el resto de la eternidad, hace que a cualquiera le dé escalofríos.

Y si sólo imaginarlo es capaz de estrujarte el corazón, ¿qué pasaría si viniera una criatura desconocida, de una dimensión críptica, a insinuártelo? Sería impactante cuanto menos, un golpe de realidad muy duro.

Intrigante. Al parecer, realmente pensabas decir eso. Siendo ese el caso, entonces déjame felicitarte, señorita. Has acertado.

—Así que... estoy muerta.

—En efecto.

—Estoy muerta...

Claro, descubrir que has fallecido debe sentirse en verdad horrible. Aunque, como algunos suelen decir: para todo hay excepciones.

No puedo creerlo. Por fin, por fin, ¡por fin estoy muerta! ¡Ja! ¡Esto es increíble!

Una euforia enfermiza, similar a la de aquellos afortunados que ganan la lotería, emanó de la joven a los cuatro vientos.

«¿Qué tan miserable debes ser para alegrarte por tu propio deceso?», con vasto asombro él se cuestionó, ya que semejante desinterés a la muerte no era normal. «¡¿Quién sería capaz de aceptarlo así, y ya?!».

—Disculparás mi intromisión, señorita, pero creo que no estoy comprendiendo. ¿Por qué tanta emoción al respecto? No deberías estar un poco... ¿consternada, quizás?

—¿Consternada? No, por supuesto que no. ¿Por qué debería? Si por fin, luego de tantos años, mi horrible vida se acabó para siempre.

—Un momento, ¿eso quiere decir que recuerdas todo?

—Si con «todo» te refieres a... pues todo. Como mi niñez, mi adolescencia y mi llegada a esa extraña isla, entonces sí. Claro que recuerdo todo.

Augustus, veía bastante preocupado el raro comportamiento de la muchacha. Él, ya había sufrido un par de situaciones parecidas y en todas acabó espantosamente mal.

Esa despreocupación suprema ante lo paranormal, combinado al retorno de sus memorias, manifestaban altos niveles de peligro. Un paso en falso, y su misión acabaría enseguida. «¿Qué hacer? ¿Qué no hacer?», meditó hasta dar con la solución perfecta: seguir el juego del dios todopoderoso y la difunta.

—Sorprendente. No recuerdo la última vez que alguien consiguió despertar aquí, y mucho menos con sus recuerdos intactos.

—¿Qué? O-Oye, ¿a qué te refieres con «despertar aquí»?

—Cierto. Aún no te lo he dicho razonó—. Verás, señorita, éste inmenso vacío de obscuridad que no podemos sentir u/o apreciar es...

—¡Yo sé! interrumpió, entusiasmadaEs el Limbo ¿verdad?

—¿Limbo?

—O bueno, no sé cómo lo llamen ustedes los «seres celestiales».

¿Seres celestiales?

—¡Ja! Por favor. No te hagas el que no entiende, y menos con esa voz de entidad divina que te cargas. ¿Sabes?, mucho antes de llegar aquí, leí algunos libros acerca de lo que es la muerte.

»Es fácil deducir que mi alma está varada en algún lugar entre el cielo y el infierno. Digo, ¿oscuridad perpetua? ¿Un ser extraño que, de pronto, aparece frente a mí para decirme que estoy muerta? No cabe duda de estamos en el Limbo. 

»¡Y qué mejor para mí! Pasar la eternidad en éste vacío es lo que merecía, y en serio, en serio que lo acepto.

»Sin embargo... aún sigo sin comprender quién o qué eres tú exactamente. ¿Un ángel? ¿Algún guía espiritual? ¿Una deidad mitológica? Suéltalo ya, que a estas alturas nada puede sorprenderme.

El mutismo de ambas entidades etéreas, reinó durante veinte segundos que parecieron infinitos.

Contemplar de primera mano la apatía excesiva de un alma tan joven, le causaba malestar mental al ente superior. Lo consideraba injusto, puesto que le daba la impresión de estar en presencia de un infante tratando de hacerse el duro.

No obstante, sus inquietudes personales no podían interferir con su objetivo principal. La chica ya mordió el anzuelo, así que sólo faltaba tirar de él.

No importa concluyó para sí mismo en un breve susurro, y, a continuación, le contestó a su peculiar acompañante—: ¿Cómo fue que me llamaste? ¿Deidad? ¿Ángel? ¿Guía espiritual? Cuánta razón llevas, soy todos ellos. Dime como más te plazca. No tengo ningún problema.

»Ahora, he de suponer que, con base en todo ese conocimiento sobre la muerte que posees, también sabes cuál es mi objetivo contigo, ¿me equivoco?

—Este... dejó escapar una risilla apenada—. Sí, de hecho, sí te equivocas.

—¿Cómo dices?

—Bueno, es que una cosa es lo que leí en unos libros viejos y otra muy distinta es la realidad. No tengo la menor idea de qué objetivo tengas conmigo.

—Conque así... Tal parece que me tocará explicarlo.

—¡Adelante, comandante! Mientras no le eches mucha crema a tus tacos, supongo que gallina vieja hace buen caldo.

Sin palabras.

—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Hola? ¡Hola, hola!

Augustus, ni se inmutaba por lo que decía la fémina.

Tierra llamando a señor deidad. Repito, ¡tierra llamando a señor deidad! ¡¿Hola?!

¿Comandante...? ¿Crema a tus tacos...? ¿Gallina vieja...? Estoy anonadado. ¿Qué acabas de decir?

—Eh... Je. Creo que me pasé con los modismos. —Echó a reír, súper avergonzada—. Una disculpa, señor deidad. Lo que dije son frases de mi tierra natal y todo traducido, vendría a significar algo como: «No hay problema que lo expliques. Mientras no exageres, supongo que tu experiencia será útil».

—Ya veo... En fin. Sólo procura no distraerte, ni distraerme con estos raros «modismos» tuyos. Lo que estoy por explicar será complejo, ¿entendido?

¡Sin problema!

—De acuerdo. Mira, así está el asunto: en éste lugar, la realidad en sí misma es irrelevante. Vemos oscuridad, y eso es todo. Pero aquello no significa que no pueda existir «algo».

»¿A qué me refiero con esto? Sencillo. Aquí en el Limbo, como tú lo llamas, las memorias tienen potestad sobre nosotros. Dígase que, con solo concentrarte, podemos viajar hacia tu pasado para observarlo.

»Al realizar dicho viaje, cada acontecimiento «guardado» en tu cabeza, transcurrirá idéntico a como fue en su momento.

»La única desventaja es que tendrás que revivir, paso a paso y en carne propia, tus propias travesías, sin que tomes consciencia actual de ello. Aún así, por muy «real» que parezca todo, nada de lo ahí vivido lo es.

—Eh... ¿Qué? D-Digo, entiendo tu punto, en serio. Si me concentro lo suficiente, e imagino mi pasado, lo reviviré sin enterarme de que alguna vez estuve aquí. Como si me pusiera el disfraz de mi versión más joven para actuarlo, ¿no?

En efecto.

—Muy bien. Como ves, sí te entendí. Pero mi problema es el siguiente: se supone que esto es el Limbo, o séase un «castigo» de soledad perpetua para aquellas almas condenadas que no merecen ni el cielo, ni el infierno. Entonces, ¿por qué tendría que viajar y revivir mi pasado?

—Curioso. ¿Acaso ya has olvidado tus propias palabras? Dijiste, y cito: «una cosa es lo que leí en unos libros viejos, y otra muy distinta es la realidad».

»En términos simples, señorita, mi explicación anterior es la auténtica realidad y ninguna más.

—Touché...

—¿Touché?

—Ah, sí. Perdón otra vez, señor deidad. Lo que dije es solo una expresión y significa «tienes razón» en un sentido irónico.

Entiendo —suspiró, medio exhausto de las rarezas de la fémina—... En fin. Señorita «expresiones» y «modismos», una vez aclaradas las reglas del lugar, espero que estés preparada.

—¿Ja? No, no, en serio, ¡¿ja?! ¡Quieto ahí! ¿Cómo que «preparada»? Hablas como si ya hubiera aceptado hacer eso del viaje.

—Temo sonar cortante y desinteresado con tus sentimientos, pero así es esto. El Limbo existe para revivir el pasado, porque ahí es donde obtendré la respuesta que definirá tu destino.

—¿Destino? Un segundo, ¿con eso te refieres a que tú...? Oh, perdón. ¡Si seré tonta! Apenas me doy cuenta de que lo he llamado por «tú», en vez de «usted». En serio, una disculpa, señor deidad.

—No tengo problema en cómo decidas llamarme. Solo prosigue, por favor.

—De acuerdo. —Fingió toser—Bueno, a lo que iba: usted dice que de mi pasado obtendrá la «respuesta» que definirá mi «destino». Ahora, mi pregunta es... ¿con eso se refiere a que usted es quien elige si voy para el cielo o el infierno?

—Sí... algo así. Eres bastante perspicaz, ¿te lo han dicho?

—¿Que si me lo han dicho? Pues, de hecho, sí. Alguien que conocí poquito antes de llegar aquí me lo dijo bastante. Alguien que... No, mejor no hablo de eso.

—Intrigante. De acuerdo a lo que dices, y cómo lo dices, parece ser que este sujeto fue uno de los últimos que te vio en vida.

—Sí... Disculpe, señor deidad, antes de que continuemos, quisiera preguntarle algo.

—Dime.

—Bueno, es que yo... quisiera saber si esto es necesario. Digo, entiendo que esas son las reglas y también entiendo que no puedo hacer nada para contradecirlas. ¿Pero no hay manera en que yo pueda quedarme aquí? ¿En serio, ninguna?

—¿Quedarte? Es verdad. Ya van un par de veces que lo mencionas. ¿Pero por qué esa insistencia de quedarte en la nada misma?

—Porque es lo que merezco. En serio, lo merezco. No hay otra explicación.

—Señorita, me disculparás por lo que diré, pero eso es ridículo. Todo en la vida tiene un «porqué».

»Estás muerta, y, por alguna enfermiza razón, lo aceptas sin ningún remordimiento. Infiero que sientes culpabilidad por «algo», y es precisamente ese «algo» lo que necesito conocer.

»Creo que no lo he mencionado, mas no es un único viaje el que haremos. Son varios. Al fin y al cabo, yo soy el gran Juez de los pasados distantes.

»Y como en cualquier enjuiciamiento, antes de dar el veredicto final, primero debe llevarse a cabo un riguroso proceso de análisis.

»Dígase que, con base a lo que vea, y lo que aquí se comente al regresar de cada viaje, habré de tomar la decisión que dictaminará el rumbo de tu existencia. Ese es mi objetivo contigo, señorita.

»Así que la respuesta a tu pregunta, lamento decirlo, es un rotundo «no». No puedes quedarte. A pesar de eso, comprendo tu temor, por lo cual te propongo un trato.

¿Trato? ¿Qué tipo de trato?

—Del tipo que te asegura la paz.

»Mira, estás rota, quebrada al igual que un rompecabezas que fue separado de sus piezas, parte por parte, hasta no quedar nada de lo que era originalmente.

»Por ende, el trato es el siguiente: en tanto me dejes cumplir mi papel de «Juez espectador»; en tanto me permitas desentrañar tus más oscuros e infames secretos, yo me aseguraré de unir esas mismas piezas otra vez.

—Unir las piezas, eh... Su vocecilla alegre y entusiasmada, de imprevisto, sonó a una «fría», cual si hubiera perdido la personalidad

»Ya sé para dónde quiere llegar con todo esto, y de una vez le digo que no vale la pena. Yo, no valgo la pena.

—¿De verdad?

—Sí. En vida, no fui una persona «buena». Me hicieron mucho daño, pero también hice mucho daño. Soy lo que soy, y por eso no merezco ni el cielo, ni el infierno. Eso fue así, y siempre lo será por el resto de mi eternidad.

—Eso es muy ambiguo de tu parte, señorita.

—No se preocupe, ya lo entenderá.

Augustus Snowshoe Cymric, el dichoso «juez» de aquel místico paraje, logró percatarse del cambio en el hablar de la muchacha, mas no le dio mucha importancia. La convenció de viajar hacia sus ayeres y eso era lo único que necesitaba por ahora. Aún así, el ambiente se advertía algo tenso.

—Por cierto, si no tengo opción de hacer estos viajes, ¿al menos puedo escoger a dónde ir primero? Digo, siento que elegir nuestras paradas es lo mínimo que merezco. Es mi vida, después de todo.

—Tienes un buen punto.

—¿Eso es un sí?

—¡Adelante, comandante! Mientras no le eches mucha crema a tus tacos, supongo que gallina vieja hace buen caldo.

Vaya, ¿quién lo diría? El ente superior tenía buen sentido del humor. Y es que copiarle las frases a la muchacha fue tan irreverente, que ella no se lo esperó. Las carcajadas, salieron por sí solas.

—¡¿Pero qué rayos fue fue eso?! ¡Se oyó muy raro! Continuó partiéndose de la risa—. Qué ocurrente es usted, señor deidad, en serio que sí. Me recuerda a mi...Paró en seco al rememorar a un viejo conocido.

—¿A quién, señorita?

—A mi... No, no importa. —Ignoró el detalle, y seguido se dirigió al juez—: No sé si escuchó que mencioné a una «isla» cuando me preguntó si recordaba todo.

—En efecto.

—Genial. Esa isla será nuestro primer destino. La fecha a la que iremos es el 13 de septiembre de 1989. Y usted de seguro dirá: «¿Qué tiene de importante?». Bueno, pues bastante. En serio, en serio que bastante.

»Esa es una fecha que desde niña odié con toda mi alma. Nunca nada bonito sucedía, y nada bonito sucedió... Dígame, ¿usted cree en la mala suerte?

—No.

—Entonces le aconsejo que lo haga, porque ese día yo... desaparecí de mi planeta.

—Curiosa forma de llamar a tu propia «muerte». A eso te refieres, ¿me equivoco?

El viaje, ya estaba listo para iniciar. La chica extraña llevaba bien presentes los acontecimientos que quería mostrarle al Juez celestial. Sin embargo, antes de hacerlo; antes de partir rumbo al pasado, ella manifestó una risilla que confundió a Augustus por completo.

—Sí, de nuevo, volvió a equivocarse.

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