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❧ 2 ☙


Me lanzo sobre mi cama al llegar a mi habitación. Mi cuerpo está reclamando las horas que no dormí anoche, pero no puedo dormir ahora. Se supone que Isabela llegará a las seis para alistarnos juntas, para luego ir al bar. Hoy no tendré el tiempo para mi rutina completa de ejercicio, pero puedo hacer, aunque sea una hora, es mejor que nada.

Con la poca fuerza de voluntad que me queda, me levanto de la cama y me dispongo a colocarme la ropa para hacer ejercicio. Paso por la cocina en busca de una botella de agua y me dirijo al gimnasio que se había instalado en la parte del sótano de mi casa. Su instalación es una de las mejores cosas que se le ha podido ocurrido a mis padres. Creo que es mi segundo lugar favorito de esta casa, luego de la sala de cine.

Conecto mi celular con las bocinas del lugar, para poder colocar música. Para mí, ejercitarse sin poner música es una falta de respeto.

No sé cuánto tiempo ha pasado, cuando alguien apaga la música de repente. Aquello me hace detenerme de hacer abdominales, para fijarme que es Carmen.

—Caracol, ha llegado Isabela.

Sonrío por el apodo por el cual me ha llamado durante los últimos ocho años.

—La he llevado a la cocina, está comiendo unas galletas de chispas de chocolate que he hecho.

—Bien, voy enseguida.

Me coloco de pie y tomo la toalla para secar el sudor que escurre por mi frente y por mi cuello.

—Tú debes comerte alguna, ¿sí?

—No, ¿sabes cuántas calorías debe tener eso? Aproximadamente... —No me deja hablar.

—No me interesa, lo único que sé es que no has comido nada desde que llegaste de la escuela.

Su voz es firme y veo como cruza sus brazos sobre su pecho, simulando que está enojada, pero ambas sabemos que nunca ha podido enojarse conmigo. Tomo mi celular y me acerco a ella con una sonrisa sobre mis labios y dejo un beso en su mejilla.

—Es que me comí una ensalada de frutas en la escuela, estoy aún llena.

Ella suelta un suspiro sabiendo que es imposible hacerme comer algo que yo no quiera.

—Promete que comerás algo en la noche.

—Sí, lo prometo.

—Eso espero. Sube, yo recojo esto. —Señala lo poco que había movido.

Dejo otro beso en su mejilla, para después comenzar a subir las escaleras y así llegar con Isabela. Entro corriendo a la cocina y despeino un poco a Isabela, luego la tomo del brazo y la arrastro hasta mi habitación.

No puedo tomar el riesgo de que Carmen suba y me haga comer siquiera una galleta, las cuales deben contener como quinientas calorías o más. Además, la conozco, no se conformaría con una, sino con tres, que serían casi mil quinientas calorías, y no puedo permitir eso. No voy a tirar a la basura mi entrenamiento diario.

—¿Quieres una? —La voz de Isabela me saca de mis pensamientos.

Noto que me ofrece dos galletas que estaban envueltas en una servilleta. ¿Ella también? Niego rápido con mi cabeza.

—Tú te lo pierdes, están deliciosas —agrega encogiéndose de hombros.

—Por supuesto.

Me dispongo a ir a mi clóset, el cual abarca casi el total de otra habitación. Debía buscar algo para Isabela y para mí. Sé que trajo que ponerse, pero ella no sabe que va para la guerra, así que debo encargarme que vaya adecuada para la ocasión.

Decido un vestido rojo para ella, el cual es escotado y suelto en la parte inferior. Este no se me veía bien a mí, pero a ella le quedará increíble; conozco mis atributos y mis senos no lo son. Pero Isabela sí había sido bendecida con este regalo, así que le quedaría de maravilla. Escojo un enterizo negro para mí, el cual es corto, me llegaba a la mitad de los muslos, y mi espalda va a quedar descubierta casi por completo.

Luego de una extensa conversación para convencer a Isabela de que se colocara el vestido, accede. Nos alistamos lo más rápido que podemos. Ella está preocupada porque llegaremos tarde, ya que le había dicho "a todos" que era a las siete, y en mi auto marcaba que eran casi las ocho. Se supone que yo les iba a decir a los demás sobre la salida de hoy, pero no lo hice, porque si no hubieran arruinado mi plan, el cual consiste en ir al bar donde Oscar suele asistir con algunos socios luego de reuniones extensas de negocios.

Por el Instagram de uno de los primos de Oscar me di cuenta que iban a ir esta noche allí. Ellos trabajaban juntos. Su nombre es Mateo. Nunca hemos interactuado ni visto en persona, pero sé que ve mis historias como yo veo las suyas.

Isabela estuvo diciendo durante todo el camino al bar que no podíamos durar mucho, por el hecho de que hoy es lunes. Mi querida amiga es sobresaliente en sus calificaciones y está bastante estresada por ser el último año. Bueno, no solo ella, el resto de mis amigos están igual, y la verdad creo que toda la promoción está así, excepto yo.

No soy sobresaliente ni tampoco mala, simplemente promedio. Solo saco las notas para sobrevivir y las suficientes para poder estudiar la carrera de negocios internacionales. Para mi buena suerte, no tengo que matarme la cabeza pensando de qué voy a vivir, como muchos; eso debo agradecérselo a mis padres. Ellos tienen viñedos, y técnicamente suplen a cada hotel de esta ciudad.

Al llegar al bar, entramos y llevo a Isabela directo a la barra. Pido dos cervezas para iniciar y veo como la chica a mi lado me mira con desaprobación, pero de todas formas se la toma sin protestar, lo cual agradezco.

Vamos por la tercera y noto cómo las mejillas de Isabela están un poco rojas, lo que me indica que el alcohol ya le está haciendo efecto. En cambio a mí, nada aún; tengo muy buena resistencia, lo acepto.

—¿Por qué no han llegado los demás?

—Ellos no vendrán.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Celeste iba a dar unas tutorías, Alex estaba muy cansado por las prácticas de básquetbol y Emil tenía un compromiso familiar.

Para mi buena suerte, era la verdad.

—Pero ¿cuándo te lo dijeron?

—En la escuela.

—¿Y por qué no me dijiste?

—Porque no habrías querido venir. Deja de pensar y divertirte solo un poco.

Muevo mi cuerpo al ritmo de la música, mientras tomo sus manos para que se levante de su asiento y comience a moverse. Ella sonríe y pido dos mojitos al ver que accede a bailar un poco.

—¿No hemos bebido mucho?

—Tranquila, le he pedido a Ernesto que nos viniera a buscar.

—Pero hemos venido en tu auto.

—Lo vendré a buscar mañana. Tú tranquila y disfruta.

Ella me pasa el mojito y lo ve con desagrado, pero la motivo a tomarlo bebiéndome el mío. Así que ella imita mi acción luego de pensarlo por unos minutos.

Fijo mis ojos donde están Oscar y su primo. Los había ubicado desde que llegamos, se encontraban al otro lado del bar, en la parte donde están las mesas del lugar. Veo a dos hombres que los acompañan levantarse con intenciones de marcharse, así que es momento de acercarnos, no podía perder más tiempo. Isabela había bebido lo necesario. El alcohol en su sistema no era demasiado para no recordar nada mañana, pero sí lo suficiente para perder un poco la vergüenza y no pensar tanto las cosas.

—Oye, vi a unos amigos. Vamos a saludarlos.

No le permito decir nada y la tomo del brazo para obligarla a caminar por el medio de la pista de baile. Todos están bailando y disfrutando de la música, hasta me dan ganas de hacerlo también, pero primero tengo que hacer que estos dos tontos se vean. Ella trata de soltarse de mi agarre, pero no la dejo, y llega un punto en el que deja de resistirse, lo que hace más fácil llegar a nuestro destino.

—Hola, ¡qué casualidad encontrarte aqu!

Mis ojos están sobre Oscar, el cual frunce su ceño al verme, pero sé que eso va a cambiar en unos segundos. Así que me muevo para permitir que Isabela entre en su campo visual y es automático: todo su rostro se relaja y puedo notar cómo su mirada no se aparta de mi amiga. Es más que obvio que le gusta, uno debe ser ciego para no notarlo.

—Hola —escucho decir a alguien y mi mirada se posa en el rubio que ha hablado.

Noto que nos mira a todos con desconcierto, pero con una sonrisa amable sobre sus labios.

—Soy Carol —me presento, notando que las fotografías que subía este a su Instagram no le hacían justicia—. Ella es Isabela. —Señalo a la pelinegra a mi lado—. Tú debes ser Mateo.

—Sí. —Noto que le sorprende que sepa su nombre—. Es un placer conocerlas a ambas. No me digan que conocen a este aburrido —expresa él señalando a Oscar.

—Somos amigas de Celeste —comento.

Celeste es mi otra mejor amiga, y ella es hermana de Oscar. Por esa simple razón no la invité para que nos acompañara.

—Ah, ahora todo cobra sentido. —Ríe un poco.

La que ahora mira toda la situación un poco confundida es Isabela.

—Son primos —le aclaro, señalando a los dos chicos frente a nosotras—. ¿Podemos acompañarlos? — .

—Ya nos íbamos —suelta Oscar.

En su rostro no hay ninguna expresión.

—No, podemos quedarnos un rato —interviene Mateo de inmediato.

Esas palabras son suficientes para saber que nos vamos a llevar bien.

—Sí, Oscar, no seas aburrido —apoyo al rubio.

Oscar me da una mirada de pocos amigos, pero no comenta nada, y sé muy bien que quien calla, otorga. Así que una sonrisa leve se posa en mis labios, mientras celebro con mis manos mi victoria.

—Tomen asiento, por favor —pide Mateo.

No lo pienso ni un segundo, tomo asiento junto a él, para que Isabela no tenga otra alternativa que sentarse al lado de Oscar. La veo acomodarse al lado de Oscar con algo de timidez.

—¿Quieren beber algo? —pregunta Mateo, levantando la mano para llamar a un camarero.

—Sí, una botella de tequila estaría bien.

, porque Isabela en definitiva quiere matarme. Ella mueve sus labios y entiendo a la perfección lo que dice: "¿Estás loca?".

Ella necesita más alcohol para soltarse y sé que el tequila es la mejor opción.

Cuando llega la botella, Mateo nos sirve un shot a Isabela y otro a mí. Ni él, ni Oscar pueden beber, ya que ambos han venido manejando y estoy segura que no serían capaces de dejar sus autos abandonados como yo.

Él se acerca más a mí, mientras toma de la mesa una bebida energética que había pedido. Puedo sentir el calor que emana de su cuerpo, lo que provoca que un calor recorra toda mi espalda. Me bebo el shot sin pensarlo, para así acercarme más a él. Mi cuerpo se negaba por razones indiscernibles a permitir que se alejara.

Mis ojos se fijan en los suyos, los cuales son grises, muy parecidos a los de Oscar, pero no de la misma tonalidad. Siempre he dicho que, en algunas ocasiones, los de Oscar se pueden ver azules de lo claros que son. Pero los de Mateo se podrían confundir con facilidad con verdes si no los observas con determinación, como lo estoy haciendo en este preciso momento.

Su mirada se posa en mí, por lo que me obligo a dejar de mirarlo. Joder, seguro que notó que lo estaba viendo como una estúpida. No suelo quedarme como boba viendo a los demás, pero creo que el alcohol ha comenzado a hacerme .

➳➳➳➳➳➳➳➳➳

No recuerdo la última vez que me había reído tanto en mi vida. Mateo, para mi sorpresa, tiene el mismo gusto en chistes que yo. No se parece en nada a la familia a la que pertenece.

Isabela y yo, sin darnos cuenta, nos habíamos bebido la mitad de la botella de tequila. Mateo iba por la tercera bebida energizante, lo cual explica sus ánimos, ya que estos son muy diferentes a los de Oscar, quien actuaba como un amargado, puesto a que apenas había hablado y aún se bebía la misma Coca-Cola desde que llegamos.

Esto no ha funcionado como esperaba, Oscar no ha hecho ningún movimiento con Isabela. ¿Es tonto o se hace? Debo hacer algo más. Lo mejor sería dejarlos solos, así que Mateo y yo debemos irnos ahora.

Me acerco al oído del rubio a mi lado para poder hablar y que solo él escuche. Él se mueve en ese instante, lo cual hace que mis labios rocen su mejilla. Coloco mi mano sobre su pierna para mantenerlo quieto.

—¿Quieres bailar?

Noto que él traga seco ante mi cercanía, lo que me indica que lo he puesto nervioso y confieso que me encanta tener ese efecto sobre los chicos. Así que sin poder evitarlo, una sonrisa se posa sobre mis labios.

—Por supuesto.

Al escuchar su respuesta, me levanto y lo tomo de la mano.

—Vamos a bailar —les informo a los dos aburridos delante de nosotros.

No espero ninguna respuesta y arrastro a Mateo a la pista de baile.


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Gracias por leer.

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