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Capítulo 1. Curiosidad.

︿︿︿︿Curiosidad︿︿︿︿︿
·   ·   ·   ·Esa mirada inocente, una observación más detallada de lo que sobresalta ante la vista. Necesidad de saber más de lo que se nota a simple vista. ¿Quién es? ¿Porqué es así?  ·   ·     ·  {✿}

    En 1916, una nueva residente en enfermería había llegado al Hospital General de Chicago- Illinois, esa joven mujer sobresalía no sólo por la belleza de su cabellera larga y radiante pelirroja, o por ser simplemente una funcionaria nueva en ese gran plano médico sino por la estatura antinatural que sobrepasaba los estándares de belleza normal en la estatura de una mujer en Chicago, lugar dónde aún se recibían a bastantes víctimas de la Primera Guerra Mundial y otras típicas victimas de accidentes comunes dentro del ambiente.

     Por lo que, una mano más nunca sería un desperdicio. Esa mujer se había presentado con casi dos metros de altura, con el nombre de: Eir Young, una mujer de apariencia aproximada entre los 26 años, licenciada en enfermería desde sus 23 años; decían que la mujer venía de muy lejos, aunque su acento era claramente inglés, parecía estar con ganas de renovar sus conocimientos por la persistencia de haberse presentado a entrar en Residencia y no directamente a su puesto como tal. Su aspecto físico era algo que a muchos intimidaba ya que tenía orejas-un poco mas grandes de lo promedio-, muy pronunciadas en su rostro delgado, piel pálida y ojos grisáceos y cabello pelirrojo intenso. La mirada de respeto, la responsabilidad y la seriedad con la que se desenvolvía hacían un poco intimidante su cercanía, sin embargo, en cuanto una persona entraba en conversación con ella, fuera con la intención que fuera su carisma era el cual resaltaba u otras veces una indiferencia neutral como un ejemplo profesional de ayuda humanitaria debía poseer al ayudar y sanar, sin importarle alguna controversia politica, moral, económica, religiosa o social.

Su actitud era tan admirable en el primer momento en el que se hacía con la conversación, fuese tanto como animar al niño mas apanicado por el raspón horrible y sangrante que poseyera en el momento, hasta la histeria de hombres y mujeres que no entendían su situación de salud crítica y exigían respuestas que no le confería dar, pero siempre era ingeniosa para hacerlos desviar su estrés y aliviar el ambiente por otra, siempre y cuando fuera necesario, u acorde a la necesidad. Las burlas en el plano laboral, las miradas con malas intenciones o con ganas de arruinar su postura tan invaluable nunca faltaron; sin embargo, siempre las enfrentó sin rodeos, y solo se la veía bajar la cabeza por las luces colgadas o letreros, o en el caso que se equivocara y aceptara su error, pero nunca dejó que la denigraran por algo que sabía que para muchos era un desagrado, ojos que no entendían su extraño crecimiento de estatura siempre la juzgarán superficialmente y catalogarían como una fea, una ofensa al estándar de una figura femenina. Una mujer sin forma ni lugar en el mundo general.

Durante dos años de trabajo arduo y consecutivo como enfermera de guardia, logró convertirse en una aliada de algunos veteranos doctores del hospital, pero lo que más sorprendió a muchos fue ver que alguien más, había llegado para robar la atención invaluable de la señora Young. La llamaban así mas por respeto y cariño, quién pensara que la mujer estaba casada, sin duda alguna caería en un error sin igual.

Un nuevo doctor había llegado para ser el enfoque de atención, mas no de buelas, porque así fue cuando las enfermeras más jóvenes y viejas se alborotaron con el chisme más nuevo de Chicago, un doctor extranjero había llegado para ayudar y éste ya destilaba elegancia y atractiva figura con solo escuchar su nombre: Carlisle Cullen.

El mejor chisme reciente, que hacía animado el ambiente tan sombrío que en esos tiempos caía en cada rincón del hospital, tras la desdicha de todos los habitantes fallecidos a cada día si y día tambien por la nueva epidemia, conocida como la fiebre española. Esta nueva enfermedad cobraba vidas de adultos jóvenes saludables, era incrédulo e inédito para quiénes se especializaban en la salud,  ya que todos pensarían que lo común sería atacar a las defensas de niños y ancianos. En los seis primeros meses de 1918, muchos jovenes no podían ser salvados por las manos curanderas de todos los tiempos, eran imposibles de sanar cual si fuera un efecto mágico de las habichuelas mágicas de Jack.

Carlisle Cullen, era el principal doctor nombrado como empedernido al observarlo tan serio e investigador, demasiado enfocado en ayudar a mejorar la situación por la que pasaba el mundo en ese año, y al menos hacer todo lo que estana disponible en sus manos para ayudar en aquel hospital. Este hombre de cabellera rubia platinada, piel pálida cuál si fuera cal, ojos hermosos de color dorado miel había llegado justo a tiempo para auxiliar en pleno caos de terror tras pensamientos de que tal vez en fin del mundo estaba llegando.

[...]

              Carlisle Cullen, tras estar bastante tiempo sirviendo a Volterra, a los dirigentes de la raza vampirica, al fin había podido salir de ese ambiente que no era propio para él, por lo que con un poco de esfuerzo, dedicación y compromiso había logrado convencer a Aro -uno de los tres reyes-, en salir de aquella conexión con aquel castillo en Italia, para poder hacer una mejor vida menos sanguinaria como todos los días parecía festejarse en aquel lugar. Había aprendido a sobrevivir de la sangre de animales, y no a base de la sangre humana, sus ojos habían cobrado un tono rubio como la miel al poco tiempo de cuatro años, estos se volvían negros en cuánto no se alimentaba en abundancia y correctamente.

Cada cierto tiempo iba de país en país, cuando la gente empezaba a sospechar acerca de su falta de envejecimiento. Fue en 1918, cuando conoció el Hospital General de Chicago-Illinois, donde empezó a trabajar sin demora alguna, y también empezar a buscar emplear lo mejor posible la profesión de médico que había obtenido tras dedicación.

No fue hasta la segunda semana de estar trabajando, que se cruzó por primera vez con una figura que lo dejo sin palabras en la boca, sin pensamientos y siquiera movilidad fisica en su ardar. En su guardia nocturna, tras estar apunto de entregar su planilla de pacientes atendidos, pudo coincidir en ver algo que lo había hecho levantar la vista muy alto, cómo ningún tiempo había logrado hacer antes-en este caso, caso que no fuera la vista de una infraestructura alta de admirar-. La figura que estaba llevando el carrito de medicinas para variados pacientes, con su planilla a la vista al igual que un boligrafo, junto a la vestimenta de blanco y aquel gorro icónico de enfermera lo habían hecho mirar mas se lo necesario aquella noche, en aquel pasillo.

Más que nada, porque para poder saludar como es propio, o despedirse debía observar mínimamente el rostro, y para esto con sus 188cm de altura, tuvo que levantar la mirada al punto de casi rozar el techo con ésta, debido a que altura con la que la calculaba era de unos 190, unos centímetros mas de lo que estaba acostumbrado a levantar la mirada a la población estándar.

Una altura que irremediablemente causó curiosidad, más cuando esa mujer se sintió observada, y fijó su mirada en él, quedando aun más abrumado en curiosidad inocente y plena en su condición inusual de estatura. Algo que en sus años de vida inmortal, no lo había visto nunca antes. Sin embargo, la palidez de la mujer lo hizo reflexionar inmediatamente que podía tratarse de uno de los suyos, un vampiro, un vampiro con mucha postura crítica para evitar caer en la tentación de asesinar a todos los humanos del recinto, uno igual a él y su doctrina vegana, aquello lo había ilusionado de sobremanera.

Pero aquello le fue arrebatado en menos de dos parpadeos, en cuanto ella respiró y se pudo escuchar el pálpito de su corazón al igual que los iris se contrajeron en conmoción a su observación tan atenta, haciéndolo reacción y sentirse avergonzado.

—Yo... Lo siento, perdone Madam por quedarme observándola. —pide con suma cautela, y vergüenza.

La mujer de cabellera pelirroja, tras aquellos que habían pasado por la conmoción de ser observabada de más, había empezado a calmarse, aunque se encontraba ligeramente tensa ante su persona, eso lo había notado, Carlisle.

—Descuide, es una acción común cuando se es nuevo en el Hospital. Si me disculpa, debo terminar mi turno. —dijo la mujer con un acento rasgado del inglés, como si fuera sureño o tal vez un poco más lejos.

—¡E-espere...! —exclamó parando el caminar de la mujer— Perdone mi curiosidad e imprudencia pero... ¿A qué se debe su altura inusual? No puedo mitigar la curiosidad que parece quemar mi garganta y paralizar mi mente. —admitió sin poder guardar postura, temía no volver a coincidir, ni tener oportunidad de acercarse en otra oportunidad, ambos trabajaban en sectores opuestos al parecer, en sus días laborales, porque justo ese viernes era el único con el que pudo coincidir con su peculiar presencia.

La mujer hizo una ligera mueca ante la curiosidad plasmada en los ojos jovenes del Doctor nuevo, quién esperaba algún día poder trabajar espalda contra espalda, apoyando en su labor humanitario. Sin embargo, le sorprendió e hizo fruncir su ceño al ver la necesidad de investigar acerca de su anomalía en estatura.

—Doctor... —empezó a decir la joven pelirroja de peculiar estatura.

Carlisle con la mirada iluminada en curiosidad, inclinada lo mas que podía para levantar la mirada y compartir una comunicación pura, completó su incertidumbre, o su cordialidad en darle oportunidad de caer en su falta de educación.

—Carlisle, Carlisle Cullen. Perdone, mi falta de educación, me dejé invadir por la curiosidad, Madam. —expresó tensandose por su falta de postura, y suspiró intentando calmarse, también, de tratar de actuar como humano. Que por un momento se había olvidado de respirar ante su presencia.

—Doctor Cullen, mi condición física no es un tema a charlar en horas laborales ni personales, aunque para serle clara, no está analizado, investigado o confirmado por algún síndrome o enfermedad particular. Y por ende, prefiero que se trate el tema con discreción. —contesta con una dulce cordialidad, segura y delicada comunicación seria.— Espero sepa comprenderme, en fin, probablemente en algun tiempo coincidamos en trabajar en equipo, por lo que sería oportuno presentarme. —admitió tras tener la necesidad de defenderse, ella no entendía porqué se sentía intimidado por ese doctor— Soy la enfermera, Eir Young, asisto la zona sur y oeste de hospital.

—Descuide, Madam Young, respeto su decisión. Espero que se otorgue la oportunidad, he escuchado su nivel eficiencia de trabajo laboral. —expresa Carlisle, con una molestia en su garganta, aún cuando se le pudiese discreción, no podría evitarlo, lo terminaría investigando eventualmente.— Con razón, recién hoy coincidimos.

—Vengo a esta zona cubriendo a una compañera, es una excepción. —corrige  suavemente la enfermera Young.

—Oh, bueno, entonces... No le robaré mas de su tiempo. Perdone, otra vez por mi indiscreción. —dice Carlisle, retrocediendo, ya que en cuánto la vio alejarse, se había acercado bastante con la intención de no perderla.

—Gracias. Buenas noches, Doctor Cullen. —dicho eso, se retira la joven de altura peculiar, de cabellos pelirrojos hacia el final del pasillo, en compañía del carrito y sus repiqueteos realizados  por las ruedas de estas, pasando entre cada rendija lineal de las baldosas blancas del Hospital.

Esa había sido la primera noche en que ambos se conocieron y habían coincidido, pero coincidirían en trabajar juntos unos meses después, en Abril, cuando un paciente en particular fuera internado en el hospital y pedido con especial petición que lo fueran a salvar, una petición por una amiga común en ambos, y esa era:

Elizabeth Masen.

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