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Génesis

Su pelo negro como el carbón estaba recogido en un moño, pues aunque adoraba su melena abundante y ondulada, a Génesis le molestaba tenerla suelta en casa. Su mente privilegiada y sus enormes ojos oscuros estaban centrados en hacer el desayuno. A pesar de tener únicamente veinticinco años, el duro trabajo que había desarrollado en el pasado había dado frutos, y ahora era una chica independiente y económicamente estable.

Cuando el desayuno estuvo preparado, Génesis llamó a su hermano pequeño, Gabriel, quien dormía todavía. Desgraciadamente, varios meses atrás su madre había fallecido de un cáncer y Gabriel se había tenido que quedar con su adorada hermana, la científica.
Gabriel salió con sus ricitos rubios y se sentó en la mesa para devorar las tostadas con crema de cacao que le había hecho su hermana. Génesis se sentó junto a él, y ambos disfrutaron de un completo desayuno.

Al acabar, Genesis recogió la mesa y salió con su hermano hacia el coche. Llegaron justo a tiempo, antes de que el colegio cerrara las puertas. Gabriel se despidió de su hermana con un fuerte beso y esta se marchó tranquila al laboratorio donde trabajaba desde que terminó sus estudios universitarios. No era exactamente un laboratorio, pero Génesis lo definía así. Un lugar muy artificial para un trabajo muy natural.

La mayoría de sus compañeros eran hombres, pues en pleno siglo veintiuno tenía que seguir aguantando las secuelas de una sociedad machista. Aquello molestaba mucho a Génesis, quien no soportaba la discriminación sexual.
Su cuerpo quedó cubierto por una bata blanca en el mismo instante en que la muchacha entró a trabajar. Se encerró en su despacho y continuó con el monótono trabajo que realizaba.
Se sentía bastante triste porque a pesar de su exitoso estilo de vida, Génesis sentía que se había estancado. No había hecho otra cosa que trabajar en proyectos comunes propuestos por sus superiores. Y con seis años de carrera infinita, aún no había trabajado en un proyecto relacionado con el motivo de su amor por la astronomía.

Al cumplir cinco años, el padre de Génesis murió. Ella sintió un gran dolor en su corazón y su madre no supo hacer nada para consolarla porque ni siquiera ella misma podía aguantar el llanto. Pero al final supo calmar a su hija. En una noche calurosa, acurrucó a la niña entre sus brazos y le señaló el hermoso firmamento nocturno. Miles de estrellas blancas brillaban en completa oscuridad y Génesis dejó de sentirse triste, ya que su madre le había dicho que aquellas estrellas eran personas que ya no existían. Como su padre.
Así que cada vez que Génesis necesitaba a su progenitor, levantaba su mirada hacia el cielo y hablaba con las estrellas. Incluso ahora, que ya sabía que todo era mentira, seguía hablando con las estrellas. La verdad es que le parecía que era una locura, pero algo sentía en su interior que se calmaba cuando hablaba con los astros. Y aquel era el motivo de su carrera. Las estrellas. Aunque en el laboratorio nunca había trabajado con estrellas, era una experta y había realizado centenas de trabajos voluntarios sobre aquellos faros espaciales.

Muy a su pesar, su trabajo era supervisar el buen funcionamiento del resto de científicos y de todas las instalaciones, además de hacer cálculos e investigaciones sobre física cuántica. Y era un verdadero aburrimiento. Por suerte o desdicha, nunca pudo dedicarse a las estrellas. Para interrumpir su llamada, sonó el teléfono. William volvía a llamarla. Ella soltó un suspiro de cansancio.

William y ella habían ido juntos a la universidad, donde comenzaron una relación amorosa. Aquella era la primera vez que Génesis salía con un chico porque siempre había considerado más importante cualquier cosa que el amor. El caso es que William y ella llegaron a prometerse. Su relación los hizo dependientes el uno del otro, especialmente a Génesis. Cuando esta descubrió que el amor de su vida la había engañado con una vieja amiga suya, el corazón dejó de latirle. Génesis no pudo hacer otra cosa más que llorar y patalear mientras abandonaba al hombre que amaría por siempre.

Con el tiempo, aquella herida de amor dejó de doler, aunque la enorme cicatriz había quedado para siempre. Solo una cosa podría curarla. La muerte. Génesis no había vuelto a enamorarse y tampoco tenía intención de intentarlo. Había dedicado su vida a su carrera y a su hermano. Gabriel era el eje en torno al cual giraba su vida. Era el hombre de su vida.

Tuvo que coger el teléfono tras haber colgado las cuatro llamadas anteriores.

—Estoy trabajando —dijo con voz seca y molesta, la que solía poner cuando hablaba con William—. ¿Para qué me llamas a estas horas? Hay personas que tenemos vida, ¿sabes?

—Necesito verte. Sabes que lo que sucedió fue hace mucho tiempo y que no podemos seguir así por una tontería.

—William, por millonésima vez, no es ninguna tontería y aunque hayan pasado años, en mi mente sigue intacta aquella noche. Es como si hubiera sucedido ayer. Entré en casa con las bolsas de la cafetería y con aquella caja de cupcakes que tanto te gustaban. Y entonces, al entrar en el dormitorio, te vi cabalgando a mi supuesta mejor amiga. Así que no es una tontería.

Génesis escuchó como William volvía a hablar, pero colgó. No le interesaba nada de aquel hombre, ya que cada vez que hablaba con él, el dolor de su herida de amor volvía a nacer. Génesis se sumergió en su aburrido trabajo de nuevo y dejó de lado los problemas personales. Sin embargo, el teléfono volvió a sonar y la científica perdió la paciencia.

—¿Cuál es tu problema, inútil?

—¿Cómo dice? —dijo la voz de mujer que delataba que ya no estaba hablando con William—. Llamo del colegio por su hermano Gabriel.

—Discúlpeme. Siento mucho lo que he dicho. ¿Ha sucedido algo?

—Bueno, ha vomitado y dice que se encuentra mal. ¿Podría venir a buscarlo?

—Claro, voy enseguida.

Génesis salió veloz en su coche hacia el colegio. Poco tardó en llegar y cuando lo hizo, Gabriel subió al coche y se tumbó en los tres asientos de detrás. A Génesis todavía le faltaba un buen rato para acabar la jornada laboral, así que tuvo que llevarse a su hermano al laboratorio. A Gabriel no le importó, porque estar allí suponía para él un sueño. Y es que de mayor quería ser exactamente igual que su hermana. Génesis entró con su hermano en su despacho y se sumergió de nuevo en el trabajo mientras Gabriel curioseaba el despacho de su hermana. De pronto, sucedió algo extraordinario.
Gabriel observó como una pantalla perteneciente a un extraño ordenador se encendía sola y emitía débiles sonidos. Avisó a su hermana y esta corrió a ver que sucedía. Al contemplar la pantalla rojizo parecía atónita. Salió del despacho a toda velocidad y en unos minutos, casi todos los científicos del laboratorio se reunieron el el despacho. Las luces se apagaron y Génesis abrazó a su hermano, con lágrimas en los ojos.

—¿Por qué lloras? —preguntó preocupado Gabriel, quien no comprendía nada de lo que sucedía—. ¿He hecho algo malo?

—No, cariño. Estamos a punto de ver lo que llevo esperando toda mi vida. El nacimiento de una estrella.



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