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Dividida

La vida de Génesis volvió a su cauce. Trabajaba en el laboratorio con V-5Alfa y pasaba el resto de tiempo con su hermanito Gabriel. Ahora sí que era feliz, pues su vida se basaba en las dos cosas más valiosas que tenía: su carrera y su hermano. De vez en cuando recibía las llamadas acosadoras de William, pero aquello no la preocupaba. Ahora era la dueña de su vida y de su destino. Esto repercutió positivamente en Gabriel, quien se volvió mucho más aplicado y mejor estudiante. Sacaba mejores notas e incluso tenía mucha más iniciativa. Aquella tarde, el chico salió del colegio y se subió al coche de su hermana, que llevaba frente a la escuela casi media hora. De camino al dulce hogar, Gabriel le contó a su hermana que había ido un señor a clase a hablarles de un libro que había escrito. A Gabriel le había impactado tanto que recordaba casi todo lo que había dicho. Se llamaba Jeremy, era escritor y periodista y tenía treinta años recién cumplidos. Recientemente había escrito un libro de ciencia para niños pequeños.

Al llegar a casa, Génesis preparó la merienda a su hermano y se la sirvió mientras este hacía los deberes que tenía. Después se sentó a leer el papel que la escuela había repartido, una circular informando sobre la excursión que los niños iban a realizar a un taller donde escucharían una charla de Jeremy sobre los agujeros negros y otros cuerpos celestes. Génesis acabó intrigándose por el famoso chico y, cuando su hermano se acostó, se metió en Internet y buscó información sobre el escritor/periodista. Aunque no era famoso del todo, su cierta fama tenía en bibliotecas nacionales. Era un chico alto y corpulento, muy muy musculoso. Sus ojos eran bellamente negros y su pelo era rizado de color negro. Génesis se sintió orgullosa de que su hermano se interesara por aquel tipo de cosas. Aquello le auguraba un buen futuro, como en su momento se lo auguró a ella. Aquel día, excepcionalmente, Génesis durmió con Gabriel en la habitación de este. Al día siguiente, bien temprano, comenzó a sonar en exceso el timbre de la puerta. La científica se levantó rápidamente y abrió, aún en camisón. Su preocupación se borró por completo cuando vio a William con un ramo de rosas y una sonrisa de oreja a oreja, plantado de manera firme frente a su puerta

- ¿Qué quieres? -preguntó irritada y minimizando el espacio que había entre la puerta y el marco de esta-. Es demasiado temprano para escuchar chorradas.

- Pensé que tal vez te gustarían estas rosas -dijo él calmada y ofreciendo un exuberante ramo de rosas rojas-. Son bonitas, ¿verdad?

- Sí. Son preciosas -dijo Génesis tomando el ramo entre sus manos y tirándolo al suelo-. Me encantan las flores y, si no fuera porque soy alérgica, tendría bastantes en casa.

- Pues entonces siento el regalo.

- Y yo siento que estés aquí. Lárgate, no tenemos nada de que hablar -dijo intentando cerrar la puerta-.

- Claro que tenemos cosas que hablar, así que escucha -gritó William tomándola por el brazo violentamente-. No me gusta que me dejen con la palabra en la boca.

- Me importa poco lo que te gusta o lo que no. Suéltame, que me haces daño idiota.

- ¡Respétame! -su tono de voz se elevó y Génesis se dio cuenta de que los gritos podían despertar a su hermano-. Ahora no te vas a escapar.

- Suéltala - exigió Gabriel apareciendo en pijama desde su habitación-. Vete, ella no te quiere y yo tampoco.

- Cierra el pico, mocoso. Ahora se hará lo que yo diga.

Génesis comenzó a forcejear violentamente con él. Lo golpeó en la cara y él la agarró del pelo, empujando a la astrónoma para poder entrar en el piso y cerrar la puerta detrás de él. Gabriel comenzó a llorar y a pedir a la nada que William se fuera. En medio de la violenta escena, el intruso soltó a Génesis y se tambaleó. Parecía que se encontraba mal o, más probablemente, que había consumido algún tipo de sustancia. Génesis aprovechó el momento para echarlo a patadas del piso y cerrar con llave. Después suspiró, abrazó a su hermano, que lloraba aterrorizado, e intentó tranquilizarse. Llevó al niño a su habitación y lo vistió como si no hubiera pasado nada, como cualquier otro jueves. Ambos salieron de la casa y se dispusieron a hacer lo que hacían día a día. Gabriel se quedó en el colegio después de preguntarle a su hermana si iba a estar bien y Génesis, tras prometerle al niño que aquel sería el mejor día de sus vidas, irrumpió en el laboratorio para trabajar. No podía creerse todavía que William hubiera hecho aquello. Le había puesto la mano encima...
Aquello confirmaba su teoría de que el hombre estaba obsesionado con ella. No la quería de verdad sino que estaba loco. Lo que más lamentaba fue no haber tenido la suficiente fuerza como para echarlo a puñetazos de su casa e impedir que su hermano presenciase tal escena. Sin embargo, estaba preocupada por las cosas que habían pasado antes de echarlo. La había soltado como si de ello dependiera su vida. Como si algo en su interior estuviera a punto de explotar. Génesis decidió olvidarse de aquello y centrarse en su trabajo, pues sabía bien que William tenía antecedentes como toxicómano. 

Como solía hacer al empezar su jornada, decidió mirar por el telescopio para contemplar a V-5Alfa. Aquello se había convertido en una especie de ritual desde que unos días atrás descubriese el nacimiento de la estrella. Pero aquella mañana no la vio. Génesis se asustó y rápidamente llamó a un compañero. Todo el equipo consideraba que V-5Alfa era todavía una protoestrella, es decir, un núcleo de temperaturas muy elevadas a partir del cual nacería una estrella. Pero no lo era. Ambos llegaron a la conclusión de que V-5Alfa no era una estrella normal en secuencia principal, la etapa más larga en la vida de una estrella. Era una estrella oscura, una estrella sin luz. Aunque aquello pareciera extraño, Génesis sabía que muchos científicos sospechaban que las primeras estrellas en la historia habían sido oscuras. V-5Alfa había pasada un tanto rápido de protoestrella a estrella en secuencia principal, pero no era del todo preocupante. Como necesitaba hablar y desahogarse, decidió hacerlo con aquel compañero con el que apenas había cruzado palabra alguna vez. Era bastante joven. Solo sabía que se llamaba Aaron y tenía diecinueve años. Ambos se fueron a la cafetería del laboratorio para conversar con más tranquilidad. Extrañamente, el chico se mostró muy dispuesto a escucharla.

- ¿Has pensado en denunciarlo? -preguntó tras conocer la vivencia vivida aquella mañana por Génesis y su hermano-.

- ¿De veras crees que es necesario?

- Génesis, te ha estado llamando continuamente y luego aparece en tu casa y te golpea delante de tu hermano pequeño. ¿Qué más necesitas para hacerlo? Es un acosador.

- En eso te doy la razón, Aaron. Creo que ha llegado el momento de pararle los pies para siempre. Gracias. Me ha hecho muy bien hablar contigo...

- Siempre que me necesites, sabes donde encontrarme. Todos necesitamos ayuda alguna vez en la vida -respondió él sonriendo-. Es extraño que no hayamos hablado nunca, trabajando tan cerca. 

- Sí que lo es. 

Génesis y Aaron regresaron a sus respectivos puestos. La científica se sintió feliz de tener un adulto con el que conversar de vez en cuando. Ahora más que nunca necesitaba apoyo de alguien adulto, ya que no quería cargar con ese peso al pequeño Gabriel. No significaba que fuese su mejor amigo, pero estaba bien tener a alguien así cerca. Sin embargo, con el pasar de los días comenzó a sentirse mal, triste y dividida. Por una parte, cuidaba de su hermano, que aunque le gustaba hacerlo, ocupaba mucho tiempo. Por otra parte, estaba el tema del juicio que Génesis había iniciado en contra de William. Quería inponerle una orden de alejamiento. Y por último, aquel deseo indestructible de saber de V-5Alfa. Su vida estaba demasiado fraccionada. Y una vida dividida, es fácil de romper.

*Adjunto foto de una protoestrella rodeada de un disco protoplanetario, al principio. 


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