Azalea
La avioneta descendió lentamente hacia las costas de la isla de Isabela. Aunque el aterrizaje fue algo brusco, Génesis se alegró de estar por fin en su nuevo hogar. Las puertas de la avioneta se abrieron y Gabriel salió corriendo hacia la playa. La científica aprovechó aquel momento para intentar hacer entender a William que no tenía que quedarse con ellos allí.
- No hace falta que me lo digas -dijo él con voz triste-. Ya sé que sobra mi presencia aquí. Pero antes de irme quiero decirte algo.
- Está bien.
- Sea cual sea la cosa que necesites, llámame sin dudarlo. Vendré tan rápido como pueda y te ayudaré en lo que necesites.
- Vale -accedió ella sorprendida-. Gracias, supongo. William, ¿hay algo más que quieras decirme?
- Pues pensaba disculparme nuevamente pero hasta yo sé que no tengo perdón.
William besó con sigilo la mejilla de Génesis antes de subirse al vehículo. Mientras él desaparecía en las alturas ella derramaba una lágrima. Era la primera vez en mucho tiempo que veía una actitud en William que le recordaba al chico del que se enamoró. Pero aquello eran bobadas o eso quería obligarse a pensar. Se dirigió a Gabriel, lo cogió de la mano y se lo llevó hacia el laboratorio, en el interior de los tropicales bosques de la isla.
Gabriel curioseaba su nuevo hogar mientras se dirigía al laboratorio. Las aguas de Isabela eran las más limpias y puras del mundo. La arena de la playa era de un color muy claro y su tacto era muy reconfortante. A pocos metros de ese espectáculo comenzaba el enorme bosque tropical que cubría la mayoría de la isla. Era un bosque frondoso, tan espeso que la luz solar tenía dificultades para penetrar en él. En aquel mismo bosque se encontraba el laboratorio que antaño fue residencia de vacaciones de Génesis y su padre, Didier.
Una enorme verja metálica fusionada con el bosque rodeaba el edificio. Las puertas estaban cerradas pero la científica pudo abrirlas y entrar en el recinto. Algo había cambiado. El pequeño huerto de su padre había crecido de manera monumental hasta convertirse en un campo de cultivo. Se acercaron al edificio de ladrillos, la mayoría de los cuales habían sido devorados por la flora selvática. Al abrir las puertas, Génesis confirmó que algo extraño sucedía. Todo estaba debidamente ordenado y limpio. Se había tirado décadas sin ir así que el lugar debería estar prácticamente abandonado. Y no era así en absoluto. La primera planta, como la astrónoma recordaba, era una especie de piso urbano. Había una cocina, un salón, un baño y dos camas. La científica se adentró en la habitación y comenzó a mirar desconcertada a su alrededor cuando una sombra irrumpió en el laboratorio y llamó la atención de los dos hermanos.
Era una mujer muy atractiva y joven. Su piel estaba muy bronceada y brillaba, como si estuviera mojada. Su pelo negro y rizado demostraba que la chica se había mojado recientemente. Lo más curioso eran sus ropas. Sus senos, no precisamente pequeños, estaban ligeramente cubiertos por una ropa de piel y llevaba unos pantalones cortos, desgastados por el correr de los años. Parecía extrañada de ver a Génesis y Gabriel en el edificio, como si fueran intrusos.
- ¿Quiénes sois? -preguntó con voz dulce, como la de una niña-. ¿Cómo habéis llegado aquí?
- ¿Y a ti qué te importa? Esta es nuestra casa y no tenemos que darte explicaciones -dijo Génesis-.
- Te equivocas. Esta es mi casa. Llevo viviendo aquí toda mi vida, así que no puedes hablarme de ese modo.
- Esta casa era de mi padre y ahora es mía y de mi hermano.
- No mientas. El amo de esta casa sólo tenía una hija y... -la chica enmudeció mirando analíticamente a Génesis-. ¿Tú eres Genesita?
- ¿Quién eres tú? Sólo hay una persona que me haya llamado así en mi vida. Eres...
- Azalea.
- ¿Quién es Azalea? -preguntó Gabriel sin entender nada-.
- Nuestra hermana, Gabriel. Azalea es nuestra hermana.
Azalea corrió hacia Génesis y la estrechó entre sus brazos aunque la científica no parecía tan contenta como ella. Gabriel contemplaba la escena con cara de sorpresa. ¿Por qué su hermana no había hablado nunca de aquel tema con él?
La tarde avanzaba y el niño acabó durmiéndose por el cansancio. La pelinegra lo acostó en una de las camas. Azalea había salido a buscar alguna presa para cocinar y la científica decidió salir al huerto. Mientras recogía tomates y pimientos del huerto de Azalea, recordó la imagen de su padre. No había pensado en Azalea cuando ideó el plan de instalarse en Isabela. Pronto la chica volvió triunfante con una bolsa de tela en la que había puesto a los peces que había pescado. Génesis la miró apenada y entró cabizbaja en la casa. Se puso a cocinar el pescado mientras Azalea trozeaba las verduras para hacer una ensalada. Aprovechando que Gabriel se había dormido decidió hablar lo que tanto tiempo había callado.
- Así que no estás muerta... -dijo rencorosa-. Enhorabuena.
- Genesita, sabes perfectamente que he estado viva siempre. No te hagas la tonta.
- No. Aquí somos todos demasiado listos.
- No te consiento que me hables así -se defendió Azalea con un tono brusco-. Yo no busqué nunca lo que se me dio.
- ¡Pero qué cara tienes! Después de haberte estado aprovechando de mi padre durante tanto tiempo... Eres una sinvergüenza, lo supe desde el día en que mi padre me habló por primera vez de ti.
- No tienes ni la más mínima idea de quién era tu padre -volvió a defenderse Azalea al borde del llanto-. No era el hombre brillante que tú crees y lo sé porque yo era la que estaba a su lado todos los días del año.
- ¿Cómo se puede ser tan sucia? Si mi padre pasaba tan poco tiempo conmigo y mi madre era para no dejarte sola en esta isla. Si él no te hubiera ayudado, ten por seguro que nunca habrías sobrevivido.
- Lo sé y ese es el motivo por el que nos consideraba hermanas. Porque yo era como su hija... Entiendo que estuvieras enfadada conmigo porque de la noche a la mañana tu padre dejase de prestarte atención. Pero yo no tengo la culpa.
- Mi padre murió enfermo. Nadie pudo curarle. Pero lo que más me dolió fue que antes de irse dijo que te cuidáramos. Cuando sabía perfectamente que tú eras la que lo mató.
El silencio cayó agresivamente sobre las dos chicas que tras años y años sin verse sólo sabían reprocharse cosas mutuamente. Sin embargo, fue aquella misma noche cuando Génesis y Azalea se comportaron como hermanas y descubrieron que era mayor lo que las unía que lo que las separaba. Sirvieron la cena en el salón, que no era más que un par de sofás separados por una mesa redonda de madera. Génesis despertó a Gabriel con mucho amor y lo arrastró hacia allí. Le sirvió la cantidad de alimento que el niño pidió y junto a Azalea comenzaron a comer. El silencio estaba marcado pero Gabriel supo romperlo.
- Azalea, ¿eres una mujer salvaje como Tarzán?
- Puede -sonrió ella. A Azalea le hizo gracia la pregunta del niño y se limitó a sonreír -. No hablo con monos porque no hay. Pero si los hubiera, tal vez hablaría con ellos.
- Seguro -dijo el niño emocionado-. ¿Y has matado algún leopardo alguna vez?
- No hay leopardos aquí y si los hubiera sólo los mataría en defensa propia. Tenemos que respetar a todas las especies de animales.
- Y de plantas.
- Exacto. Eres un niño muy listo.
- ¿Qué animales hay aquí?
- Sobretodo reptiles. La mayoría de animales viven cerca del mar. También hay gran abundancia de aves marinas, las más extrañas del mundo.
- ¿Hay tortugas?
- Sí, de muchas clases. Las hay de mar, de tierra, tortugas gigantes...
- ¿Gigantes? ¿Cómo de gigantes?
- Pues me llegarían por la rodilla -dijo Azalea riendo frente a la cara de decepción del niño-. Para ser tortugas son gigantescas.
El interrogatorio de Gabriel duró toda la cena hasta que el niño cayó rendido. La científica lo arropó y besó su frente. Azalea contemplaba la escena enternecida. Salió de la casa y se perdió en la espesura. La pelinegra se sentó en el porche de entrada a contemplar las estrellas. Aunque no lo veía con claridad, sabía que cerca de la luna estaba V-5Alfa. Desgraciadamente, la paz se acabó y Azalea regresó. En sus manos traía algo extraño. Un aparato cuadrado y grande, completamente cerrado. Era un cubo negro.
- Hay algo que no sabes -dijo sentándose al lado de Génesis-. Tu padre no murió por causas naturales y tenía algunos secretos que desconoces. Es el momento de que los sepas.
Lejos de negarse, la astrónoma cogió el enorme cubo negro y lo depositó en el suelo. A partir de aquella noche todo cambió y Génesis dejó de tener a su padre en un pedestal como lo había tenido siempre.
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