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Capítulo 38

Capítulo 38

Se apareció en el sótano de la Madriguera con el corazón latiendo a mil por hora. Hermione trató de respirar hondo para controlar ese ataque de pánico que parecía llegar a ella poco a poco sin hacerlo por completo.

Tomó aire. Uno, dos y tres. Necesitaba olvidarse de lo que acababa de suceder, de cómo había terminado en la cama de Draco Malfoy, besándolo sin control y deseando tenerlo entre sus piernas.

Merlín, debía de haberse vuelto completamente loca. ¿Qué clase de embrujo la había poseído para acabar en esa situación? Evidentemente, ella no sentía nada por Draco Malfoy... a pesar de haber pasado un día muy intenso con él y de esa relación que comenzaba a construirse entre ellos, eso no significaba nada. No podía significar nada.

Quería llorar, gritar y lanzar su bolso con fuerza contra la pared, porque estaba furiosa consigo misma y furiosa con Draco Malfoy. ¿Por qué demonios tenía que haberla besado? ¿Por qué no se limitaba a ser el mismo muchacho cruel y despiadado que siempre había sido con ella? Jamás en su vida había visto a Malfoy como una persona por la que albergar sentimientos, porque ella se sentía rota desde la muerte de Fred y no creía que fuera a encontrar a nadie que la arreglara aunque solo fuera un poquito. ¿Cómo iba Draco Malfoy a arreglar algo? Si él era experto en destruir.

Introdujo su mano en su bolso para sacar las cartas, lo único que le quedaba como consuelo después de lo sucedido. Notó algo suave dentro de su maravilloso bolso y cuando tomó ese objeto mullido y cálido se percató de que se trataba de un gorro. El gorro negro que Draco Malfoy le había prestado apenas unas horas antes mientras paseaban por las calles de Londres.

Hermione frunció el ceño al pensar que tendría que devolvérselo cuando volviera a Hogwarts, aunque después de cómo había acabado todo, lo último que quería era volver a hablar con Malfoy en lo que le quedaba de vida.

Se deshizo de su chaqueta y del bolso, dejándolos sobre una de las sillas del sótano de la Madriguera. La estancia estaba muy tenuemente iluminada por un par de velas que reposaban junto a la puerta. Imaginaba que todos se habían dormido ya en la casa y no quería despertar a nadie. Se planteó ir al Cuartel General para dejar las cartas en la habitación de Sirius por fin y cerrar todo ese asunto, al menos por unos días. Necesitaba tomar distancia de las cartas, Sirius y Leah.

Finalmente decidió quedarse allí, ni siquiera bajaría a las habitaciones, pues lo último que quería era despertar a sus amigos o a los Weasley. ¿Cómo iba a explicar su presencia allí a esas horas? No, bajaría a la cocina por la mañana y anunciaría que acababa de volver de la casa de sus padres. Era lo mejor.

Como si en ese mismo momento hubieran escuchado sus pensamientos y quisieran tirar por tierra su plan, la puerta del sótano se abrió e inmediatamente entraron por ella tres figuras: Harry, Ron y Ginny. Para sorpresa de Hermione, los tres entraron portando sus varitas en sus manos y apuntándola de forma amenazante. Ella se sobresaltó y su respiración se aceleró.

—¿Qué demonios hacéis? —preguntó, exaltada.

Para su sorpresa, ninguno de sus amigos bajó las varitas.

—¿Eres Hermione? —preguntó Ron.

Ella frunció el ceño.

—Por supuesto que soy Hermione, Ron. ¿A qué demonios viene todo esto? Bajad las varitas, por favor.

—¿Cuál es la planta salvaje más venenosa de Europa?

Hermione apretó los labios sin dejar de observar a sus amigos, completamente perpleja por su actuación.

Iquinascea perlini —murmuró entre dientes.

Antes de que pudiera hablar de nuevo, Ginny se le adelantó:

—¿Con quién se besó Padma en la fiesta de Halloween?

Ron y Harry se giraron hacia la pelirroja, enarcando una ceja. Aun así no dijeron nada y esperaron a que Hermione contestara esa pregunta que los había dejado pasmados.

—Con Seamus Finnigan. ¡Soy yo, chicos!

Ginny bajó la varita de inmediato, dejando de apuntar a su amiga. Los chicos aún tardaron unos segundos en hacerlo, confundidos por lo que acababan de escuchar. No les extrañó demasiado al pensarlo de nuevo: Seamus Finnigan había conseguido una botella de whisky de fuego que había guardado durante meses para esa noche y probablemente la había compartido con la joven Patil escondidos en algún rincón de Hogwarts.

—¿Dónde estabas? —preguntó Ginny con tono conciliador mientras se acercaba para abrazarla—, son casi las dos de la mañana, Hermione.

Ella alzó las manos, tranquilizando a sus amigos.

—Lo sé, lo sé. Estaba en casa de mis padres. —Su voz sonó bastante convincente, pero sus amigos fruncieron el ceño al escuchar sus palabras. —¿Qué ocurre?

Aún pasaron varios segundos antes de que uno de ellos contestara y fue Harry quien tomó la iniciativa.

—Nos tenías muy preocupados. Llevamos horas esperándote.

Esta vez fue el turno de Hermione para molestarse, pues frunció los labios en un pequeño puchero de disgusto.

—No teníais por qué. Volveremos a Hogwarts en un par de días, quería despedirme de mi familia y dejar cerrados algunos asuntos.

Ron no pudo controlarse:

—Asuntos —bufó.

—Sí, asuntos, Ronald. Tengo una vida aparte de Hogwarts, ¿recuerdas? Mis padres son muggles y no quiero dejar eso de lado.

Decir eso la hizo sonar mucho menos convincente que anteriormente y la voz de Hermione tembló. Nunca había sido buena mintiendo, mucho menos a sus amigos, que la conocían a la perfección. De hecho, jamás antes había tenido la necesidad de hacerlo, no en un asunto importante al menos. Y ahora se encontraba en el sótano de la Madriguera, a las dos de la mañana, inventándose una patraña que ni ella misma se creería.

Al cabo de unos tensos segundos, fue Harry quien volvió a hablar, con un tono conciliador y deliberadamente comedido.

—Hermione... no queremos presionarte. ¿De acuerdo? Sabemos que este año ha sido extremadamente complicado para ti y te has mantenido fuerte y firme, aun así. Pero queremos saber que todo está bien, que no corres peligro.

—¿Peligro? ¿De qué estás hablando, Harry?

Harry les lanzó una mirada a Ginny y a Ron, aún decidiendo si debería hablar o era mejor cerrar el pico antes de meter la pata y enfurecer a su amiga.

—Hermione, no somos imbéciles. Sabemos que algo pasa, creemos que no estabas con tus padres y...

Hermione entornó los ojos.

—¿Por qué me dices eso? ¿Por qué demonios me estáis controlando tanto?

—¡Porque estamos preocupados por ti, Hermione! —intervino Ginny, tratando de apaciguar los ánimos cada vez más encendidos.

—¿Preocupados? No os he dado ninguna razón por la que estarlo: durante este año he permanecido allí en todas y cada una de nuestras situaciones, he estudiado, he comido, he estado allí para vosotros y he confiado tanto como siempre.

—Sabemos que no ha sido fácil, Hermione. Y por eso nos preocupa... —Ginny guardó silencio un segundo antes de seguir hablando— que no te estés juntando con buenas compañías.

Hermione resopló al escuchar eso.

—¡Lo que me faltaba! Me lo dice la novia del mago más problemático de Hogwarts. —Sentía sus manos comenzar a temblar de rabia contenida—. ¿Y eso qué significa?

Harry suspiró, comenzando a cansarse de esa conversación y de ese juego estúpido.

—Seamos claros, Hermione. ¿De acuerdo? No estabas en casa de tus padres esta noche, ¡por Merlín!

—¿Y con quién estaba entonces, Harry?

Había algo en la voz de Hermione. Algo que parecía rogar que lo dijeran ellos, que pronunciaran su nombre, ya que ella no se atrevería a hacerlo. Durante meses quería contarles lo que estaba sucediendo con el Slytherin, pero no encontraba el momento, el lugar o la situación. Y tenía miedo de que la juzgaran. Pero en ese momento estaba hecho: ellos lo sabían y ella no podía evitarlo más.

—No me hagas decirlo —pidió Harry—, por favor.

—Dilo. ¿Lo sabes? Pues dilo.

Harry tragó saliva y su voz sonó increíblemente calmada y baja cuando habló de nuevo.

—No sé qué demonios está sucediendo entre Draco Malfoy y tú, Hermione, pero no puede ser bueno. Nada de lo que tenga que ver con los mortífagos y el Señor Tenebroso lo es.

Ginny y Ron contuvieron la respiración. Hermione había enrojecido por completo, pero no pestañeó al escuchar su nombre. En cierto modo se sintió casi aliviada: ellos lo sabían, podía dejar de ocultar cosas y contar medias verdades. Ya estaba hecho.

—No sabéis nada. No lo entendéis, no tiene nada que ver con los mortífagos.

—Si está relacionado con Draco Malfoy, está relacionado con Quien-tú-sabes, Hermione —murmuró Ron con voz ronca.

—No sabéis nada de él. Nada de lo que están pasando él y sus amigos. Están sufriendo, igual que nosotros.

Harry soltó una risa sardónica.

—¿Eso te han dicho? Seguro.

—No sabes nada, Harry.

—Sé todo lo que necesito. Y creo que tiene que acabar, Hermione. Te están llevando a su terreno, pero son Slytherin. No deberías fiarte de ellos, solo quieren destruirnos.

—Destruirte, Harry —corrigió Hermione.

—¿Disculpa? —respondió el joven mago.

—Ya sabes, todo gira en torno a ti, ¿verdad? Solo quieren destruirte. Malfoy me está «lavando el cerebro» porque soy tu amiga, porque quiere estar más cerca de ti. ¿No es eso lo que estás pensando?

—Hermione, sabemos que Malfoy siempre ha intentado... —comenzó Ginny.

—¡Pero no ahora, maldición! —gimió Hermione, a punto de estallar en un llanto furioso—. Os he dicho que esto no tiene nada que ver con vosotros. Nada que ver contigo, Harry. Esto es entre Malfoy y yo.

Los jóvenes la veían cada vez más cerca del límite, sabían que unos segundos más y Hermione se iría. Se alejaría de ese conflicto del que ella no quería formar parte, pues tampoco quería dar su brazo a torcer.

Harry asintió con la cabeza y endureció la mandíbula.

—Está bien. No hay más que hablar.

La respiración acelerada de Hermione comenzó a calmarse en ese tenso silencio en el que sus tres amigos la miraban, como si se tratara de dos equipos rivales y ella jugaba en clara desventaja.

—Os prometo que no os estoy poniendo en peligro. Nada va a sucedernos.

Ron suspiró.

—Nadie puede garantizarnos eso ahora.

Los contempló dar un paso hacia atrás y Hermione sintió la soledad abofetearla como una ramalada de rechazo. Y ni siquiera se habían ido aún.

—No queremos hacerte elegir, Hermione. Pero si algo es imposible en esta guerra, es formar parte de los dos bandos.

Ella contuvo las lágrimas antes de que estas pudieran derramarse y mantuvo una expresión seria.

—Mi lealtad es vuestra, siempre lo ha sido y siempre lo será. No puedo creer que lo estéis dudando.

Harry no volvió a hablar. Bajó la cabeza y salió del sótano en un abrir y cerrar de ojos, seguido de cerca por Ron. Ginny se quedó allí unos segundos más, indecisa. Quería acercarse a su amiga, hablar con ella, pero a la vez tenía miedo y se sentía indecisa. No entendía qué podía tener que ver Hermione con Draco Malfoy, pero ella misma lo había confirmado ya.

—Nos vemos mañana —susurró antes de salir también del sótano.

Hermione se quedó sola en esa sala que de repente pareció tan fría como el hielo. Cuando la puerta se cerró, la corriente apagó las dos velas de la entrada y la tenue iluminación desapareció por completo. La joven Gryffindor cerró los ojos y lloró por fin.


¿Vosotras qué haríais en la posición de Hermione? ¿Os parece que nuestros chicos son demasiado desconfiados o entendéis su actitud? ¡Mil besos y nos vemos en el próximo!

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