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Capítulo 3.

3.

-«Apareciste como por arte de magia y aún no sé como lo hiciste. Algún día tendrás que contarme tu secreto...»

De Leah para Sirius. 8 de Agosto de 1978.


Era una verdadera historia de amor. Hermione nunca lo habría imaginado, de hecho jamás le oyó comentar algo en relación a ella, pero Sirius parecía haber vivido un apasionado romance con una muggle y Hermione sentía que ella era la única persona con un verdadero acceso a la historia, casi veinte años después.

Esa mañana, dos días después de su descubrimiento, Hermione se encontraba con sus amigos en uno de los vagones del Expresso de Hogwarts. Pese a la situación que estaban viviendo, era un día soleado y todo el paisaje escocés brillaba con fuerza, más verde que nunca.

—¿Cómo sabes que Sirius también estaba enamorado de ella si sólo tienes las cartas de Leah? —preguntó Ron, observando a suamiga.

—Por las cosas que ella dice, Ron —le respondió ella—. Puedo imaginarme cómo era todo casi al detalle. Es fantástico...

—Hay algo que sigue sin encajar para mí —dijo Harry, mirando por la ventana del tren con gesto pensativo—. Cuando Sirius salió de Azkaban, ¿por qué no la buscó?

—Quizás sí lo hizo, en secreto... o simplemente no la encontró. —Hermione habló con ilusión en la voz, como si se negara a pensar que, después de todo lo que había leído, Sirius se rindiera respecto a Leah. —Veinte años separados es mucho tiempo...

—A lo mejor ella murió —contempló Ginny de forma un poco impulsiva y después comprobó cómo la expresión ilusionada de Hermione cambió de repente—. Quiero decir... puede ser, ¿no?

A regañadientes, Hermione admitió que era una postura lógica. Aún no había leído todas las cartas, tan sólo algunas, por lo que no sabía qué podía haber sucedido finalmente con Leah. Quizás ni siquiera tuviera todas sus cartas ahí, con ella.

—Suponiendo que esté viva... ¿creéis que sabe qué fue de Sirius?

Sus amigos se dispusieron a responder, pero alguien abrió la puerta del compartimento de repente. Luna Lovegood apareció frente a ellos, con su larguísimo cabello rubio y una diadema que simulaba las antenas de una abeja. Llevaba puesta la túnica de Ravenclaw.

—Hola —saludó—. Imaginaba que no estabais vestidos aún. Ya estamos llegando, ¿no es increíble?

La verdad era que ni siquiera se habían acordado de que debían vestirse con el uniforme del colegio antes de llegar allí. Estar en Hogwarts en ese momento era extraño, como si todo hubiera cambiado ya y ellos no fueran simples niños acudiendo a la escuela de magia. ¿Podía ser cierto que todo hubiera cambiado tanto en los últimos meses?

Algunas cosas habían sido golpes demasiado duros como para poder ser soportados: cuando Harry había perdido a Sirius a manos de Bellatrix, el asesinato de Fred por parte de unos mortífagos a plena luz del día en el Callejón Diagon... Ya ni siquiera era seguro andar por las calles de Londres, pues nunca sabías si un mortífago podía caminar a tu lado o si simplemente ibas a desaparecer de un momento a otro.

—Será mejor que nos cambiemos de ropa —dijo Hermione suspirando mientras se levantaba—. Deberíamos ir al compartimento de los prefectos, Ron.

Ron se vio tentado a rechazar la idea de su amiga. Lo último que quería era llegar al vagón de los prefectos y encontrarse con Malfoy. Desde la muerte de su hermano, Ron no tenía demasiada paciencia y a veces experimentaba rápidos cambios de humor que solían acabar en una explosión de ira. Aun así, decidió tomar aire lentamente y asintió con la cabeza. A fin de cuentas, ya casi estaban llegando a Hogwarts.

***

Era extraño que todos hubieran podido ver a los thestrals ese año. Los animales los habían llevado hasta Hogwarts, empujando su carruaje y, aunque permanecían invisibles para muchos de los alumnos, ninguno de ellos se había librado de presenciar el tétrico paseo.

—Nunca antes esto había sido tan triste, ¿verdad? —comentó Harry, ya vestido con su túnica oscura de mago y el uniforme de Gryffindor.

—Es nuestro último año, no debería ser así —musitó Neville a su espalda—. Hogwarts es un lugar de esperanza.

Harry endureció la mandíbula, escuchando las palabras de su amigo.

—No queda esperanza ya, nuestra única oportunidad es luchar y tratar de cambiar algo de lo que está sucediendo en el mundo mágico.

Para la sorpresa de todos, Luna rió musicalmente al lado de Harry y posó una de sus pequeñas manos en el hombro del chico, que durante unos instantes la observó sin entender a que se debía su risa.

—Si algo quedará siempre es esperanza, Harry.

Aprovechando que el carruaje acababa de detenerse, la joven rubia esbozó una última sonrisa y saltó hasta el suelo ágilmente. Después se dirigió a la enorme puerta principal de Hogwarts, que estaba abierta y realmente concurrida por los estudiantes en esos momentos. La joven parecía saltar en vez de caminar y algunos alumnos se giraban para mirarla desde lejos mientras reían disimuladamente.

Ginny se acercó a Harry por la espalda y posó su barbilla en el hombro del chico amorosamente. Harry sintió su cabello pelirrojo acariciar su piel y una bonita calidez lo inundó cuando Ginny besó suavemente su mejilla.

—Creo que Luna tiene razón. No merece la pena preocuparnos por lo que ocurra fuera cuando nosotros debemos permanecer en Hogwarts y no hay manera de evitarlo —le susurró—. Prométeme que intentarás disfrutarlo.

Y Harry no contestó, pero la joven supo, por la forma en la que él relajó los hombros repentinamente, que eso era un sí. Y se sintió contenta por esto, lo último que quería era que su novio y su hermano intentaran huir del colegio cada semana porque Voldemort había hecho algo fuera.

—¡Prefectos aquí! —llamó la voz de la Profesora McGonagall desde la puerta del colegio—. Prefectos de Gryffindor, ¡aquí!

Ron y Hermione bajaron también del carruaje, mirando a sus amigos con una breve disculpa en el rostro. Al fin y al cabo la rutina seguiría allí y dentro de poco estarían agobiados con trabajos y preparando los ÉXTASIS. Pese a todo, ellos seguían teniendo diecisiete años.

—¿Sabes? —comentó Ron mientras se dirigían al lugar desde el que McGonagall los llamaba a voz en grito, desesperándose—. Creo que a Fred le habría gustado estar aquí. Es todo una auténtica locura. —Se rió en voz baja—. Podría haber hecho todas las bromas del mundo y todos estarían tan nerviosos y asustados que ni siquiera se habrían dado cuenta.

Hermione rió también al escucharlo. Seguía echando de menos a Fred, no iba a negarlo, pero una parte de ella se había acostumbrado bastante a que él ya no estuviera allí. Ella sabía que era lo mejor, además. Que su novio hubiera muerto y que ni siquiera supieran con certeza quién había sido el causante era duro, pero podía serlo más incluso si decidía quedarse en ese momento y no volver a vivir más después de eso. Especialmente porque sabía que eso no era lo que Fred querría ver si estuviera allí aún.

—¡Granger, Weasley! —los llamó McGonagall, instándolos a acercarse—. ¿Se puede saber a qué esperan?

Ambos caminaron más rápido hasta llegar al grupo de prefectos de quinto, sexto y séptimo. Hermione se alegró de ver a algunos de sus amigos allí, aunque la expresión de felicidad de su rostro se esfumó al contemplar frente a ella a Draco Malfoy susurrándole algo a una chica rubia con la que ella nunca había hablado, pero que sabía que era Astoria Greengrass, una de las prefectas de sexto. Ninguno de ellos la estaba mirando, pero Hermione no pudo apartar la vista de Draco durante unos segundos más. Una duda rondaba su mente; ¿verdaderamente era un mortífago?

—Es muy importante que ustedes, como prefectos, sean especialmente responsables este año —comenzó a hablar el profesor Flitwick, el jefe de la Casa Ravenclaw. El pequeño hombre se encontraba subido en una de las enormes escaleras del hall, quedando a la vista de todos los prefectos—. En los tiempos que corren...

—Espero que esto no se convierta en una clase de encantamientos —comentó Ron en voz baja, fingiendo que se quedaba dormido.

—¡Está diciendo algo importante! —lo riñó Hermione.

Hermione oyó un carraspeo desagradable a su espalda y se giró con curiosidad, encontrando frente a ella a un joven con cabello rubio y ojos plateados. Reparó en que Draco había dejado sola a Astoria al otro lado del círculo tan sólo para acercarse a ellos.

—Tengo que reconocer que no creía que fuerais a venir, ninguno de vosotros —dijo con su característico tono de voz petulante, después señaló a Ron—. Tú, Weasley... te imaginaba llorando aún por las esquinas de tu casucha después de que.

—No te atrevas a mencionar a... —saltó Hermione, como un resorte, pensando que él diría algo de Fred.

En contra de lo que ella había imaginado que ocurriría, Draco pareció fijarse en ella por primera vez y la miró con dureza. Después sonrió desagradablemente.

—¿Y tú, Granger? Ni siquiera sé qué haces aquí. Si realmente quisieras que esa guerra que tanto odias acabara, te habrías quedado en tu casa junto al resto de los sangresucia.

Draco no había cambiado nada en ese tiempo, al contrario que ellos. Parecía incluso más cruel que nunca; su túnica negra contrastaba de una forma increíble con el pálido de su piel y Hermione estuvo segura en ese momento de que si un mortífago debía tener una apariencia determinada, esa sería la de Draco Malfoy. Elegante, sádico y peligroso.

A su lado, sin que ella se diera cuenta, Ron saltó hacia Draco de forma violenta y Hermione tuvo que reaccionar muy rápido para sujetarlo.

—Sólo quiere provocarnos —le dijo en voz baja a su amigo.

Ron tomó aire y su cabello pelirrojo brilló con la luz de las velas que iluminaban la estancia. Dirigió sus ojos azules a Draco con una enorme expresión de asco.

—No creas que podrás hacer lo que te venga en gana este año, Malfoy. Vamos a vigilarte muy bien.

Una expresión burlona se estableció en el rosto de Malfoy, que enarcó una ceja.

—¿Tú y cuántos más?

Fue ese el momento en el que Hermione se percató de que todo el mundo los estaba mirando. La profesora McGonagall avanzó con rapidez hacia ellos, apartando de su camino a algunos de los otros prefectos. La mandíbula de la mujer temblaba visiblemente, como cada vez que se enfadaba de verdad.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —exigió saber.

Hermione aún seguía sujetando el cuerpo de Ron y ambos miraban al Slytherin con odio. Pese a esto, él parecía tan relajado como siempre y la tranquilidad se leía en su rostro mientras mantuvo la mirada de los dos Gryffindor. Finalmente pareció cansarse y esbozó una sonrisa torcida al dirigirse a la profesora McGonagall.

—Tan sólo estábamos saludándonos entre compañeros —dijo, arrastrando las palabras arrogantemente—. Me alegro mucho de que ambos hayan decidido regresar al colegio... a pesar de todo.

La mujer lo contempló con los labios apretados, sabiendo que sus palabras eran cualquier cosa menos sinceras. Aun así asintió con la cabeza.

—Espero que no altere usted esta amabilidad, Malfoy —dijo estoicamente.

Tras unos segundos, Draco se alejó para reunirse de nuevo con Astoria. Ron y Hermione maldijeron entre dientes y parecieron a punto de relajarse de nuevo cuando repararon en que McGonagall seguía ahí y los miraba fijamente.

—¿Todo bien, profesora? —preguntó Hermione, alzando una ceja.

Los ojos de la bruja se entrecerraron.

—Quiero hablar con ustedes, en privado —dijo con una seriedad realmente atemorizante—, y con el señor Potter. Los espero en mi despacho dentro de diez minutos.


Gracias por leerme <3 ¡Espero que os esté gustando mi fanfic!

Mil besos :)

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